Kitabı oku: «Antes de que Mate », sayfa 6
La escena se convirtió en un remolino de actividad ya que Nelson hizo todo lo que pudo para prepararse para la llegada de un equipo de periodistas. Estaba que echaba humo y parecía que su cabeza fuera a explotar en cualquier momento. Mackenzie aprovechó la oportunidad para tomar tantas fotografías como le fue posible: de las secciones combadas en el campo, del nudo en las muñecas de la víctima, de los números en la parte inferior del poste.
“White, Porter, salid de aquí y regresad a la comisaría,” dijo Nelson.
“Pero señor,” dijo Mackenzie, “todavía tenemos que—”
“Haced lo que os digo,” dijo él. “Vosotros dos sois los encargados de este caso y si los periódicos se enteran de eso, estarán siguiéndoos constantemente y os retrasarán. Venga, largaos de aquí.”
Era un argumento sensato y Mackenzie hizo lo que le habían pedido. No obstante, mientras regresaba al coche con Porter, se le ocurrió otra idea. Regresó donde Nelson y dijo: “Señor, creo que deberíamos hacer pruebas de la madera, en este poste y en el anterior. Consiga una muestra y haga que la analicen. Quizá el tipo de madera que se ha utilizado para hacer estos postes nos pueda llevar a algo.”
“Demonios, es una gran idea, White,” dijo. “Ahora largaos a toda prisa.”
Mackenzie hizo justamente eso cuando vio otros dos pares de focos siguiendo al primero. El primero pertenecía a una furgoneta de periodistas que tenía WSQT escrito a un lado. Acababa de aparcar al otro extremo de los coches patrulla. Un periodista y un cámara salieron de estampida y Mackenzie inmediatamente se los imaginó como buitres que rodeaban a su última víctima.
Cuando entró al coche, tomando de nuevo el asiento del conductor, otro miembro de la cuadrilla de periodistas salió de la furgoneta y empezó a hacer fotos. Mackenzie se murió de vergüenza cuando vio que la cámara apuntaba en su dirección. Agachó la cabeza, se metió en el coche, y dio marcha al motor. Al hacerlo, vio que ya había tres agentes que se dirigían a la furgoneta de los periodistas, con Nelson en el medio. Aun así, la reportera hizo lo que pudo para seguir hacia delante.
Salieron de allí, pero Mackenzie sabía que ya era demasiado tarde.
Mañana por la mañana, su fotografía estaría en la primera página de todos los periódicos.
CAPÍTULO ONCE
Al final, Nelson se había equivocado sobre el FBI. Mackenzie recibió la llamada a las 6:35 de la mañana pidiendo que condujera al aeropuerto para recoger a un agente que había llegado en avión. Tenía que apresurarse ya que el vuelo llegaba a las 8:05, y se sentía avergonzada de tener que causar una primera impresión sin ni siquiera tener tiempo para arreglarse el pelo.
Sin embargo, el pelo era la menor de sus preocupaciones mientras se sentaba en una incómoda silla del aeropuerto, esperando en la puerta de embarque. Se estaba tomando una taza de café, con la esperanza de que su mente trascendiera el hecho de que su cuerpo solo se las había arreglado para conciliar el sueño durante cinco horas la noche anterior. Era su tercera taza de la mañana y sabía que le entrarían los nervios si no se lo tomaba con más calma. Pero no podía permitirse estar cansada o ser descuidada.
Repasó todo mentalmente mientras esperaba a que el agente se bajara del avión, recorriendo la horrible escena del crimen de la noche anterior. No podía evitar sentir como si se le hubiera pasado algo por alto. Con suerte, el agente del FBI sería capaz de ayudarles a seguir un camino más claro.
Nelson le había enviado el expediente sobre el agente por email, y ella lo había leído deprisa mientras tomaba un plátano y un bol de avena para desayunar. Gracias a esto, Mackenzie reconoció al agente de inmediato cuando salió del puente del avión y entró al aeropuerto. Jared Ellington, de treinta y un años, licenciado en Georgetown con experiencia previa que incluía un periodo elaborando perfiles en casos de antiterrorismo. Su pelo negro estaba peinado hacia atrás como en la fotografía y el traje revelador que llevaba puesto le delataba como alguien en capacidad oficial.
Mackenzie atravesó la puerta de embarque para saludarle. Odiaba el hecho de que seguía pensando en su estúpido pelo. Se sentía agotada y de mal humor ya que le habían metido prisa pronto por la mañana. Más allá de esto, nunca se había preocupado mucho por las primeras impresiones y nunca había sido la clase de persona que se preocupara mucho por su apariencia. Entonces ¿por qué ahora?
Quizá fuera porque él venía del FBI, una agencia que ella idolatraba. O quizá fuera porque, aunque no quisiera, le impresionaba su aspecto físico. Se odiaba a sí misma por ello, no solo debido a Zack, sino al carácter urgente y escalofriante de su trabajo.
“Agente Ellington,” dijo ella, extendiendo su mano, forzando el tono para que fuera lo más profesional posible. “Soy Mackenzie White, una de las detectives en este caso.”
“Encantado de conocerla,” dijo Ellington. “Su jefe me ha dicho que es la detective que lidera este caso. ¿Es eso correcto?”
Ella hizo lo posible para ocultar su sorpresa, pero asintió.
“Es correcto,” dijo ella. “Ya sé que se acaba de bajar del avión, pero tenemos que darnos prisa y llevarle a la comisaría.”
“Por supuesto,” dijo él. “Usted por delante.”
Le guió por el aeropuerto y de vuelta al aparcamiento. Mantuvieron silencio durante el paseo y Mackenzie aprovechó el momento para evaluarle. Parecía algo relajado, no rígido y estirado como los pocos agentes del Bureau que había conocido. También parecía muy dedicado e intenso. Tenía un aire mucho más profesional que cualquiera de los hombres con los que ella trabajaba.
Cuando llegaron a la autopista interestatal, luchando con el tráfico matutino del aeropuerto, Ellington comenzó a repasar una serie de emails y de documentos en su teléfono.
“Dígame, Detective White,” dijo él, “¿qué tipo de persona cree que estamos buscando? He repasado las notas que me envió el Jefe Nelson y tengo que decir que usted parece muy aguda.”
“Gracias,” dijo ella. Entonces, ignorando rápidamente el cumplido, añadió: “En cuanto al tipo de persona, creo que proviene de una situación de abuso. Cuando se toma en consideración que las víctimas no fueron abusadas sexualmente, pero aun así las dejaron en ropa interior, eso indica que estos asesinatos se basan en alguna necesidad de vengarse de alguna mujer que le hizo daño a una edad temprana. Por tanto, creo que puede ser un hombre que se avergüenza del sexo o que, como mínimo, lo encuentra repulsivo.”
“Veo que no ha descartado los contextos religiosos,” dijo Ellington.
“No, todavía no. La misma forma en que las exhibe muestra obvias connotaciones de crucifixión. Si añadimos el hecho de que todas las mujeres que está asesinando son representaciones de la lujuria masculina, se hace difícil descartarlo.”
Él asintió, todavía mirando a su teléfono. Ella le lanzó alguna mirada mientras se abría paso entre el tráfico y se sintió impresionada por lo atractivo que era. No era obvio al principio, pero había algo muy simple pero robusto en Ellington. Nunca sería el protagonista, pero sería una atractiva adición al equipo del héroe.
“Sé que esto parecerá grosero,” dijo él, “pero estoy tratando de asegurarme de que estoy bien enterado de esto. Como estoy seguro que ya sabe, me llamaron para este caso hace menos de seis horas. Ha sido una locura.”
“No, no es grosero en absoluto,” dijo Mackenzie. Le pareció refrescante estar en un coche con un hombre sin que la conversación estuviera llena de insultos velados y de machismo. “¿Le importa si le pregunto cuáles son sus pensamientos iniciales sobre el asesino?”
“La principal pregunta que me hago es la de por qué exhibe los cuerpos,” dijo Ellington. “Me hace pensar que los asesinatos no se deben solo a alguna venganza de origen personal. Quiere que la gente vea lo que ha hecho. Quiere convertir a estas mujeres en un espectáculo, lo que indica que se siente orgulloso de lo que hace. Me atrevería a decir que él cree que las está haciendo un favor.”
Mackenzie sintió una ráfaga de emoción a medida que se acercaban a la comisaría. Ellington era el polo opuesto de Porter y parecía tener el mismo tipo de enfoque a la hora de elaborar perfiles que ella tenía. No podía recordar la última vez que había sido capaz de compartir libremente sus pensamientos con un colega sin temor a ser ridiculizada o despreciada. Ya podía decir que era fácil hablar con Ellington y que valoraba las opiniones de los demás. Y para ser honestos, que fuera agradable a la vista no le perjudicaba en absoluto.
“Creo que estás en el camino correcto,” dijo Ellington. “Entre los dos, creo que podemos atrapar a este tipo. Tomando en cuenta la información sobre los nudos, el hecho de que conduce una camioneta o una furgoneta, y que aparentemente utiliza el mismo arma cada vez, hay mucho para continuar. Estoy deseando trabajar con usted en esto, Detective White.”
“Igualmente,” dijo ella, echándole una ojeada por el rabillo del ojo mientras él seguía dedicado a leer los mensajes de correo electrónico en su teléfono.
La emoción que sentía seguía floreciendo; sentía un sentido de la motivación que no había sentido hacia su trabajo en mucho tiempo. Se sentía inspirada, envigorizada —y como si las cosas estuvieran a punto de dar un vuelco en su vida.
*
Poco más de una hora después, Mackenzie fue rápidamente devuelta a la realidad cuando vio al Agente Jared Ellington en pie al frente de una sala de conferencias repleta de agentes de la policía local a los que les parecía obvio que no necesitaban su ayuda. Había unos cuantos sentados a la mesa tomando apuntes, pero había una tensión en el ambiente que se reflejaba en los rostros de todos. Observó cómo Nelson se sentaba cerca de la parte principal de la mesa de conferencias, con aspecto nervioso e incómodo. En realidad, había sido su decisión contactar al FBI y estaba claro que no parecía convencido de que fuera la elección adecuada.
Mientras tanto, Ellington hizo todo lo que pudo para mantener el control de la sala mientras pronunciaba un breve discurso en el que repasó el mismo material del que Mackenzie y él habían hablado en su ruta desde el aeropuerto—que estaban buscando a un asesino que probablemente tenía aversión al sexo y que también estaba orgulloso de los asesinatos. También hizo un repaso de todas las pistas que tenían que seguir y de lo que podían significar. Hasta que llegó al tema de mandar la madera de los postes a analizar, no obtuvo ningún tipo de respuesta de los agentes congregados alrededor de la mesa.
“En lo que respecta a las muestras de madera,” dijo Nelson, “deberíamos recibir los resultados de ello en unas cuantas horas.”
“¿De qué serviría eso, de todas maneras?” preguntó Porter.
Nelson miró a Mackenzie y asintió, dándole permiso para responder a esa pregunta. “Bien, basados en los resultados, podríamos investigar las compañías o plantas madereras locales para ver si alguien ha comprado recientemente ese tipo de poste.”
“Parece una posibilidad remota,” dijo un policía más mayor en la parte trasera de la sala.
“Así es,” dijo Ellington, retomando con rapidez el control de la sala. “Pero una remota posibilidad es mejor que ninguna posibilidad. Y por favor, no os confundáis al respecto: no estoy aquí para asumir control total de este caso. Solamente estoy aquí para ser una parte en movimiento de la solución, un hombre que va a asegurarse de que tengan acceso total a todos los recursos que pueda proveer el FBI. Entre ellos están investigación, recursos humanos, y cualquier otra cosa para ayudar a detener a este asesino. Solo estoy aquí temporalmente —probablemente no más de treinta y seis o cuarenta y ocho horas—y después me iré. Este es vuestro caso, chicos. Yo solo soy el asistente contratado.”
“¿Y por dónde empezamos?” preguntó otro policía.
“Voy a trabajar con el Jefe Nelson después de esta reunión para dividiros como sea apropiado,” dijo Ellington. “Vamos a enviar unos cuantos de vosotros a hablar con los compañeros de trabajo de Hailey Lizbrook. Y por lo que sé, tendremos los resultados completos de la autopsia y la información sobre la difunta que fue descubierta anoche. En cuanto tengamos una identificación positiva, algunos de vosotros tendréis que visitar a su familia y amistades para buscar más información. También necesitamos que alguien llame a las plantas locales cuando recibamos de vuelta los resultados de la prueba de la madera.”
Una vez más, Mackenzie percibió la postura rígida de la mayoría de los policías alrededor de la mesa. Le parecía difícil de creer que fueran tan orgullosos (o quizá, pensó, demasiado perezosos) como para tomar órdenes directas de alguien a quien no conocían demasiado bien, sin que les importara su posición en la jerarquía. ¿Tan difícil era distanciarse de la manera de pensar de una pequeña localidad? A menudo se preguntaba esto cuando pensaba en la manera despectiva con la que la mayoría de los hombres en esta sala le había tratado desde su llegada.
“Esto es todo lo que tengo por ahora.” dijo Ellington. “¿Alguna pregunta?”
Por supuesto, no hubo ninguna. Nelson, no obstante, se puso en pie y se unió a Ellington a la entrada de la sala.
“El Agente Ellington trabajará con la Detective White, así que si lo necesitáis, podéis encontrarle en su oficina. Sé que esto es algo anómalo, pero tomémoslo por lo que es y aprovechemos al máximo la generosidad del Bureau.”
Se escucharon gruñidos y murmullos de reconocimiento a medida que los agentes se levantaban de la mesa y se dirigían a la salida. Mientras salían, Mackenzie se dio cuenta de que algunos de ellos le estaban mirando con más reproche y ansiedad de la habitual. Miró hacia otro lado mientras se levantaba y se reunía con Nelson y Ellington a la entrada de la sala.
“¿Hay algo que debería saber?” le preguntó Mackenzie a Nelson.
“¿Qué quieres decir?”
“Estoy recibiendo miradas más desagradables de lo normal,” dijo ella.
“¿Miradas desagradables?” preguntó Ellington. “¿Por qué recibes miradas desagradables habitualmente?”
“Porque soy una mujer decidida y más joven que no tiene pelos en la lengua,” dijo Mackenzie. “A los hombres de por aquí no les gusta mucho eso. Hay unos cuantos que creen que debería estar en casa, en la cocina.”
Nelson parecía estar muy avergonzado, y algo molesto también. Ella pensó que él podía decir algo para defenderse a sí mismo y a sus agentes, pero no tuvo oportunidad. Porter se reunió con ellos y dejó caer el periódico local del día en la mesa.
“Creo que esta es la razón de las miradas desagradables,” dijo.
Todos miraron el periódico. El corazón de Mackenzie se enfrió por momentos cuando Nelson dejó escapar una maldición detrás de ella.
El titular en la primera página decía “EL ASESINO DEL ESPANTAPÁJAROS TODAVÍA ANDA SUELTO.” Debajo de eso, el subtítulo decía: Fuerza policial sitiada parece no tener respuestas al tiempo que se descubre otra víctima.”
La fotografía que había debajo mostraba a Mackenzie entrando al coche que Porter y ella habían llevado el día anterior al campo. El fotógrafo había capturado todo el lado izquierdo de su rostro. Lo peor de ello es que se la veía bastante bonita en la foto. Le gustara admitirlo o no, esta fotografía colocada directamente debajo del titular esencialmente la presentaba como el rostro de la investigación.
“Eso no es justo,” dijo ella, odiando la manera en que eso sonó al salir de sus labios.
“Los chicos piensan que la estás gozando con esto,” dijo Porter. “Creen que estás decidida a resolver este caso por la publicidad.”
“¿Eso es lo que piensas tú?” le preguntó Nelson.
Porter dio un paso atrás y suspiró. “Personalmente, no. White se ha probado a sí misma delante mío estos últimos días. Ella quiere atrapar a este tipo, sin lugar a dudas.”
“Entonces, ¿por qué no la defiendes?” dijo Nelson. “Provoca alguna interferencia mientras esperamos a que identifiquen a la última víctima y a los resultados de la muestra de madera.”
Como un niño al que acababan de reprender por mentir, Porter bajó la cabeza y dijo: “Sí, señor.” Salió de la sala sin mirar atrás.
Nelson miró al periódico y después a Mackenzie. “Pues yo digo que lo aproveches al máximo. Si los periódicos quieren ponerle un rostro bonito a esta investigación, deja que lo hagan. Hará que parezcas incluso mejor cuando detengas a ese bastardo.”
“Sí, señor.”
“Agente Ellington, ¿qué necesita de mí?” preguntó Nelson.
“Solo su mejor detective.”
Nelson sonrió y apuntó un dedo pulgar hacia Mackenzie. “La tiene delante.”
“Entonces creo que está todo en orden.”
Nelson salió de la sala de conferencias, dejando solos a Ellington y Mackenzie. Mackenzie comenzó a recoger su portátil y sus notas mientras Ellington miraba alrededor de la sala. Estaba claro que se sentía fuera de lugar y no estaba seguro de cómo manejar la situación. A ella le gustaba estar a solas con él; le hacía sentir como si tuviera alguien de confianza en todo este asunto, alguien que la consideraba una igual.
“Entonces,” dijo él, “¿realmente te desprecian porque eres joven y mujer?”
Ella se encogió de hombros.
“Eso parece. He visto llegar a novatos—hombres, sabes—a los que molestan un poco, pero no les desprecian de la manera en que me desprecian a mí. Soy joven, estoy motivada y, según unos cuantos, no resulto desagradable a la vista. Algo en esa combinación les tiene desconcertados. Es más fácil descalificarme como una chica excesivamente ambiciosa que como una mujer de menos de treinta años que cuenta con una ética laboral más robusta que la suya.”
“Eso es lamentable,” dijo él.
“He visto un ligero cambio en los últimos días,” dijo ella. “Parece que Porter en particular está cambiando de opinión.”
“Bien, solucionemos este caso y hagamos que todos cambien de opinión,” dijo Ellington. “¿Puedes hacer que traigan a tu despacho todas las fotografías de las dos escenas?”
“Claro,” dijo ella. “Nos vemos allí en diez minutos.”
“Hecho.”
Mackenzie decidió en ese momento que Jared Ellington le gustaba demasiado para su propio bien. Trabajar con él durante los próximos días sería difícil e interesante—pero por razones que no tenían nada que ver con el caso que les ocupaba.
CAPÍTULO DOCE
Mackenzie llegó a casa poco después de las siete de la tarde, sabiendo de sobra que le podían llamar en cualquier momento. Había muchas avenidas abiertas ahora mismo, muchas pistas diferentes que potencialmente podrían requerir su atención. Podía sentir cómo su cuerpo se estaba cansando. No había dormido bien desde que visitó la primera escena del crimen y sabía que, si no se concedía tiempo de descanso, acabaría cometiendo errores chapuceros en el trabajo.
Cuando entró por la puerta, vio a Zack sentado en el sofá con el mando de la Xbox en su mano. Había una botella de cerveza en la mesa de café delante suyo, y otras dos vacías colocadas en el suelo. Ella sabía que hoy había sido su día libre y asumió que así es como había decidido pasarlo. En su opinión, le hacía parecer un niño irresponsable y no era lo que quería ver al regresar a casa después de un día como el de hoy.
“Hola, cariño,” dijo Zack, sin apenas desviar su vista de la televisión.
“Hola,” dijo ella con sequedad, dirigiéndose a la cocina. Al ver la cerveza sobre la mesa de café, le entraron ganas de tomarse una, pero como se sentía genuinamente exhausta y estresada, decidió tomarse una infusión de menta.
Mientras esperaba a que la tetera hirviera el agua, Mackenzie entró al dormitorio y se cambió de ropa. Se había saltado la cena y de repente se enfrentaba al hecho de que había muy poco que comer en casa. No había ido de compras al supermercado por algún tiempo y sabía más que de sobra que Zack no había pensado en hacerlo.
Cuando ya se había puesto unos pantalones cortos y una camiseta, salió de nuevo al oír el atractivo silbido de la tetera. Mientras vertía el agua sobre la bolsa, oyó el sonido mudo de armas de fuego que llegaba del juego de Zack. Curiosa y deseando al menos sacar a colación el tema para ver cómo respondía, fue incapaz de guardarse la frustración.
“¿Qué hiciste para cenar?” preguntó ella.
“No comí nada todavía,” dijo él, sin molestarse en desviar la mirada de la televisión. “¿Pensabas preparar algo?”
Ella le miró a la nuca y, por un instante, se preguntó qué estaría haciendo Ellington. Dudaba que él estuviera pasando el tiempo con video juegos como un perdedor atrapado en su infancia. Esperó un momento, dejando que se disipara su rabia, y entonces dio unos pasos hacia la sala de estar.
“No, no voy a preparar nada. ¿Qué has estado haciendo toda la tarde?”
Podía escuchar sus suspiros a través de las explosiones del juego. Zack detuvo el juego por un instante y por fin se dio la vuelta para mirarla. “¿Y qué demonios se supone que significa eso?”
“Solo era una pregunta,” dijo ella. “Te he preguntado que qué has estado haciendo esta tarde. Si no hubieras estado entretenido con tus jueguecitos, quizá podías haber hecho la cena. O al menos ir a por una pizza o algo así.”
“Lo siento,” dijo él, sarcásticamente y a todo volumen. “¿Cómo se supone que voy a saber cuándo vas a venir a casa? Nunca me comunicas esas cosas.”
“Bueno, llama y pregunta,” le replicó ella.
“¿Para qué diablos?” preguntó Zack, soltando el mando y poniéndose en pie. “Las pocas veces que me molesto en llamarte al trabajo, la llamada va directa a tu buzón de voz y nunca me llamas de vuelta.”
“Eso es porque estoy trabajando, Zack,” dijo ella.
“Yo también trabajo,” dijo él. “Me rompo el culo en esa maldita fábrica. No tienes ni idea de lo mucho que trabajo.”
“Sí que la tengo,” dijo ella. “Pero dime una cosa: ¿Cuándo fue la última vez que me viste simplemente sentada todo el día? Vengo a casa y por lo general me enfrento con tu ropa sucia por el suelo o con platos sucios en el fregadero. ¿Y sabes qué, Zack? Yo también trabajo mucho. Trabajo realmente duro y tengo que ver basura en mi día a día que te haría desmoronarte. No necesito venir a casa para ver a un niñito ocupado con sus video juegos y preguntándome qué hay para cenar.”
“¿Niñito?” preguntó él, ya casi gritando.
Mackenzie no había querido llegar tan lejos, pero ahí estaba. Era una simple y clara verdad que ya se había estado guardando durante meses y ahora que había salido, se sentía aliviada.
“Eso es lo que parece a veces,” dijo ella.
“Perra.”
Mackenzie sacudió la cabeza y dio un paso atrás. “Tienes tres segundos para retractarte,” le dijo.
“Oh, vete al infierno,” dijo Zack, dando la vuelta al sofá y acercándose a ella. Ella tenía la certeza de que él quería enfrentarse a ella, pero él sabía que eso no le convenía. Sabía que ella podía ganarle fácilmente en una pelea; era algo que no tenía reparos en decirle cada vez que se desahogaba y hablaba de los asuntos que le hacían sentirse desgraciado en la relación.
“¿Cómo dices?” preguntó Mackenzie, casi esperando que se pusiera agresivo y la enfrentara. Y al tiempo que sintió eso, sintió algo más con absoluta claridad: su relación se había terminado.
“Ya me oíste,” dijo él. “Tú no eres feliz, y yo tampoco. Ha sido así durante un tiempo, Mackenzie. Y sinceramente, estoy cansado de soportarlo. Estoy cansado de estar en segundo lugar y sé que no puedo competir con tu trabajo.”
Ella no dijo nada, no quería decir nada más para provocarle. Quizá hubiera suerte y se acabara pronto esta discusión, llevándoles al final que ambos deseaban sin necesidad de una lucha denodada y persistente.
Al final, todo lo que ella dijo fue: “Tienes razón. No soy feliz. Ahora mismo, no tengo tiempo para vivir con un novio. Y sin duda no tengo tiempo para discusiones como esta.”
“Pues entonces perdona por hacerte perder el tiempo,” dijo Zack en voz baja. Recogió su botellín de cerveza, se bebió de un trago lo que quedaba de él, y lo plantó con fuerza sobre la mesa—tanta que Mackenzie pensó que el cristal iba a romperse.
“Creo que deberías irte por ahora,” dijo Mackenzie. Hizo contacto visual con él, manteniendo la mirada para que supiera que esto no era negociable. Habían tenido peleas antes en las que él casi había hecho las maletas y se había ido. Esta vez, sin embargo, tenía que suceder. Esta vez, ella se iba a asegurar de que no hubiera disculpas, ni sexo de reconciliación, ni conversaciones manipulativas sobre cómo se necesitaban el uno al otro.
Finalmente, Zack desvió la mirada de ella, y cuando lo hizo, parecía furioso. Aun así, se aseguró de dejar un espacio entre ellos al pasar junto a ella para dirigirse al dormitorio. Mackenzie le escuchó marcharse, de pie en la cocina y revolviendo distraídamente su té.
Así que esto es en lo que me he convertido, pensó. Sola, fría y carente de emociones.
Frunció el ceño, odiando la inevitabilidad de todo ello. En cierta ocasión, había tenido un mentor que le había advertido sobre esto—que si se dedicaba a su profesión como agente de la ley con mucha ambición, su vida se haría demasiado ajetreada y estresante como para tener nada que se pareciera a una relación saludable.
Tras unos minutos, Mackenzie escuchó cómo Zack empezaba a murmurar para sí. Mientras los cajones en el dormitorio se abrían y se cerraban, oyó las palabras maldita perra, obsesa del trabajo y maldito robot sin corazón.
Las palabras le dolieron (no pretendió ser tan dura como para decir que no), pero las pasó por alto. En vez de enfocarse en ellas, empezó a limpiar el lío que Zack había estado acumulando durante todo el día. Retiró las botellas de cerveza vacías, unos cuantos platos sucios, y un par de calcetines sucios mientras el hombre que había creado el desastre—un hombre del que, en su día, se había enamorado—continuaba maldiciendo e insultándola desde el dormitorio.
*
Zack se había ido para las 8:30 y Mackenzie se metió en la cama una hora más tarde. Comprobó su correo electrónico, viendo unos cuantos informes ir y venir entre Nelson y los demás agentes, pero no había nada que requiriera su inmediata atención. Satisfecha con la idea de que podía disfrutar de unas cuantas horas de sueño ininterrumpido, Mackenzie apagó su lámpara de noche y cerró los ojos.
A modo de experimento, estiró la mano y tocó el lado vacío de la cama. Que el lado de la cama de Zack estuviera vacío no era demasiado chocante porque con frecuencia no estaba allí cuando ella se iba a dormir debido a sus turnos de trabajo. Ahora, sin embargo, sabiendo que se había ido para siempre, la cama parecía mucho más grande. Cuando se estiró y tocó ese lado vacío de la cama, se preguntó cuándo había dejado de estar enamorada de él. Había sido hacía un mes por lo menos, eso lo sabía con certeza, pero no había dicho nada con la esperanza de que lo que fuera que existía entre ellos pudiera resurgir.
En vez de eso, las cosas habían empeorado. Con frecuencia pensó que Zack había percibido cómo ella se volvía más distante a medida que sus sentimientos se apagaban, pero Zack no era el tipo de persona que reconocería tal cosa. Evitaba el conflicto a cualquier precio y, por mucho que odiara admitirlo, estaba bastante segura de que él se hubiera quedado apalancado con ella todo el tiempo que fuera posible porque odiaba los cambios y era demasiado vago como para mudarse.
Mientras ponderaba todos estos asuntos, sonó su teléfono móvil. Genial, pensó. Se acabó lo de dormir.
Encendió la lámpara de nuevo, convencida de que iba a ver el número de Nelson o de Porter en la pantalla. O quizá fuera Zack, llamándole para preguntarle si por favor podía regresar. En vez de eso, vio un número que no reconoció.
“¿Diga?” dijo, haciendo lo posible para no sonar cansada.
“Hola, Detective White,” dijo una voz masculina. “Soy Jared Ellington.”
“Oh, hola.”
“¿Llamé demasiado tarde?”
“No,” dijo ella. “¿Qué ocurre? ¿Descubrió algo nuevo?”
“No, me temo que no. De hecho, esta noche me han comentado que no tendremos los resultados de la madera hasta por la mañana.”
“Bueno, al menos sabemos cómo empezará el día,” dijo ella.
“Exactamente. Mire, me estaba preguntando si podíamos quedar para desayunar,” dijo él. “Me gustaría repasar los detalles del caso en conjunto. Quiero asegurarme de que estamos en la misma onda y que no nos hemos dejado ni el más mínimo detalle.”
“Claro,” dijo ella. “¿A qué hora quiere—”
Se detuvo ahí, mirando hacia la puerta de su dormitorio.
Por una décima de segundo, oyó algo moverse allí fuera. Una vez más, oyó cómo crujía ese maldito suelo. Pero, además, había oído el sonido de unos pies arrastrándose. Lentamente, salió de la cama, todavía con el teléfono a la oreja.
“White, ¿sigue ahí?” preguntó Ellington.
“Sí, estoy aquí,” dijo ella. “Disculpe. Le estaba preguntando que a qué hora le gustaría quedar.”
“¿Qué le parece a las siete en punto en Carol’s Diner? ¿Lo conoce?”
“Sí,” dijo ella, caminando hacia la entrada. Miró afuera y solo vio sombras y contornos oscuros, silenciosos. “Y a las siete está bien.”
“Estupendo,” dijo él. “La veo allí entonces.”
Apenas le oyó mientras salía de su dormitorio al pequeño pasillo que llevaba a la cocina. Aun así, se las arregló para dejar salir un “Suena bien,” antes de colgar. Encendió la luz del pasillo, revelando la cocina y haciendo que la sala de estar pareciera en penumbra. Del mismo modo que varias noches antes, allí no había nadie, pero para asegurarse, entró a la sala de estar y encendió la luz.
Por supuesto, allí no había nadie. La habitación no ofrecía ningún escondite y lo único que no había cambiado era la Xbox ausente que Zack se había llevado consigo. Mackenzie miró alrededor de la habitación una vez más, y no le gustó el hecho de que se hubiera asustado tan fácilmente. Incluso caminó por el suelo que crujía, probando el sonido y comparándolo con lo que había oído.