Kitabı oku: «Antes de que Mate », sayfa 7
Comprobó la cerradura en la puerta principal y después regresó a su dormitorio. Miró hacia atrás una vez más antes de apagar las luces y volver a la cama. Antes de apagar su lámpara, tomó la pistola de servicio del cajón de su mesita de noche y la colocó encima, al alcance de su mano.
La miró entre la penumbra del dormitorio, sabiendo que no la necesitaría, pero sintiéndose más segura de que estuviera allí, a plena vista.
¿Qué le estaba ocurriendo?
CAPÍTULO TRECE
“¿Papá? Papá, soy yo. Despierta.”
Mackenzie entró al dormitorio y se preparó para lo peor, apartando la vista de su padre muerto.
“¿Qué ocurrió, papá?”
Su hermana también estaba en la habitación, de pie al otro lado de la cama, mirando a su padre con una mirada de decepción en su rostro.
“Steph, ¿qué ha pasado?” preguntó Mackenzie.
“Te llamó y tú no viniste. Esto es por tu culpa.”
“¡No!”
Mackenzie dio unos pasos hacia delante y entonces, sabiendo que era una locura hacerlo, trepó a la cama y se acurrucó junto a su padre. Sabía que su piel estaría fría y pálida muy pronto.
Mackenzie se despertó sobresaltada, la pesadilla le había despertado a las 3:12 de la madrugada, empapada en sudor. Se sentó allí, jadeando, y a pesar de que no quería, rompió a llorar.
Echaba tanto en falta a su padre que le dolía.
Se sentó allí, sola, llorando hasta que se quedó dormida.
Sabía que pasarían horas antes de que volviera a quedarse dormida. Si lo hacía.
De una manera extraña, anhelaba volver a trabajar en el caso. De algún modo, aquello era menos doloroso.
*
Cuando Mackenzie llegó a Carol’s Diner unas pocas horas más tarde, estaba despierta y alerta. Mirando al otro lado de la pequeña mesa del restaurante al Agente Ellington, la idea de cómo le había afectado su pesadilla, de lo fácilmente que se había asustado la noche pasada, le resultaba embarazosa. ¿Qué diablos le pasaba?
Sabía de qué se trataba. El caso le estaba afectando, revolviendo recuerdos antiguos que creía haber superado. Estaba afectando la manera en que vivía. Había oído que esto les había pasado a otros antes pero nunca lo había experimentado en sí misma hasta ahora.
Se preguntó si Ellington lo había experimentado en alguna ocasión. Desde su lado de la mesa, él parecía preparado y profesional—el vivo retrato de lo que Mackenzie esperaba de un agente del FBI. Era de complexión fuerte, pero no enorme, seguro de sí mismo, pero no engreído. Era difícil imaginar que se agitara por demasiadas cosas.
Él vio cómo le miraba y en vez de desviar la mirada avergonzada, continuó mirándole.
“¿Qué pasa?” preguntó él.
“Nada, de verdad,” dijo ella. “Solo me estaba preguntando cómo debe ser eso de saber que, con una sola llamada de teléfono, puedes conseguir que el Bureau investigue algo cuando a mí me llevaría varias horas convencer al departamento de policía local para que lo hiciera.”
“No siempre es tan sencillo,” dijo Ellington.
“Pues con este caso el Bureau parece motivado,” señaló Mackenzie.
“La disposición ritual de las escenas del crimen prácticamente está gritando “asesino en serie,” dijo él. “Y ahora que se ha descubierto otro cadáver más, parece que eso es exactamente lo que tenemos.”
“¿Y ha sido Nelson flexible?” preguntó ella.
Ellington sonrió y mostró signos de un sutil encanto asomando por debajo de su perfectamente compuesta fachada externa. “Está tratando de serlo. A veces es difícil romper con la idiosincrasia de las ciudades pequeñas.”
“Si lo sabré yo,” dijo Mackenzie.
La camarera vino a tomar sus órdenes. Mackenzie optó por una tortilla vegetal mientras que Ellington pidió un plato gigante de desayuno. Una vez pasó esa distracción, Ellington juntó sus manos y se inclinó hacia delante.
“Entonces,” dijo. “¿Dónde nos encontramos con este asunto?”
Mackenzie sabía que le estaba dando una oportunidad de mostrarle cómo trabajaba. Se veía en su tono y en la leve sonrisa que apenas tocaba los extremos de sus labios. Era sólidamente atractivo y Mackenzie se sentía algo incómoda por la frecuencia con la que sus ojos se veían atraídos por los labios de él.
“Por ahora tenemos que atender a las pistas y realmente estudiarlas,” dijo ella. “La última vez que tuvimos lo que creímos era una pista prometedora, estábamos completamente equivocados.”
“Pero atrapasteis a un tipo que estaba vendiendo pornografía infantil,” señaló Ellington. “Así que no fue una total pérdida de tiempo.”
“Eso es verdad. Aun así, voy a asumir que has percibido la jerarquía de nuestro departamento de policía local. Si no descubro pronto esto, voy a quedarme atascada en mi puesto por mucho tiempo.”
“No estoy tan seguro de eso. Nelson te tiene en gran estima. Si lo admite o no delante de los demás agentes, en fin, eso es otra historia. Por eso me ha asignado a ayudarte. Sabe que puedes solucionar esto.”
Desvió la mirada de él por primera vez. No estaba segura de cómo iba a solucionar este caso si no dejaba de saltar al mínimo sonido en su casa y de dormir con su pistola sobre la mesita de noche.
“Me imagino que empezaremos por la muestra de madera,” dijo ella. “Visitaremos a quienquiera que sea el proveedor local de ese tipo de madera, hasta de la manera en que está serrada. Si eso no nos produce ningún resultado, vamos a tener que empezar a fastidiar a las mujeres con las que Hailey Lizbrook trabajaba. Puede que tengamos que tomar medidas tan desesperadas como investigar las cámaras de seguridad del club en el que trabajaba.”
“Son todas buenas ideas,” dijo él. “Otra idea que le voy a proponer a Nelson es apostar agentes encubiertos en algunos clubs de striptease en un radio de 100 millas. Podemos conseguir algunos agentes de la oficina de Omaha si los necesitamos. Si miramos en retrospectiva a casos antiguos—con lo que, debo decir, acertaste de pleno durante una previa reunión según Nelson—también podemos estar a la búsqueda de un hombre que esté atacando prostitutas. No podemos asumir que se trata solo de bailarinas de striptease.”
Mackenzie asintió, aunque estaba empezando a dudar de que el caso de los años 80 que ella había recordado en que se había encadenado a una prostituta a un poste de la electricidad estuviera relacionado con este caso. De todos modos, era agradable que alguien con experiencia reconociera sus esfuerzos.
“Y bien,” dijo Ellington. “Tengo que preguntarte algo.”
“¿Preguntarme qué?”
“Es evidente que te están haciendo de menos al nivel local. Pero también es evidente que te rompes el trasero y que conoces tu campo. Hasta Nelson me ha dicho que eres una de sus detectives más prometedoras. Eché un vistazo a tu expediente, que lo sepas. Todo lo que vi era impresionante. Entonces ¿por qué quedarte aquí donde te desprecian y no te dan una oportunidad justa cuando podrías estar trabajando de detective sin problemas en algún otro lugar?”
Mackenzie se encogió de hombros. Era una pregunta que se había hecho a sí misma en multitud de ocasiones y la respuesta, aunque mórbida, era sencilla. Suspiró, sin querer entrar en el tema, pero al mismo tiempo, no quería dejar pasar la oportunidad. Había hablado sobre sus razones para quedarse en la ciudad con Zack en unas cuantas ocasiones—cuando todavía se estaban comunicando—y Nelson también conocía parte de su historia. Sin embargo, no podía recordar la última vez que alguien le había invitado a hablar de ello a propósito.
“Pasé mi infancia justo a las afueras de Omaha,” dijo. “Mi infancia… no fue la mejor del mundo. Cuando tenía siete años, asesinaron a mi padre. Yo fui la que descubrió el cadáver, en su propio dormitorio.”
Ellington frunció el ceño, con su rostro lleno de compasión.
“Lo siento,” dijo él suavemente.
Ella suspiró.
“Era un investigador privado”, añadió.
“Había sido un agente de policía durante cinco años antes de eso.”
El también suspiró.
“Tengo la teoría de que al menos uno de cada cinco policías tiene alguna clase de trauma sin resolver de su pasado que está relacionado con un crimen,” dijo. “Es ese trauma lo que les hizo desear proteger y servir.”
“Sí,” dijo Mackenzie, sin estar segura de cómo responder al hecho de que Ellington la había evaluado en menos de veinte segundos. “Eso suena bastante correcto.”
“¿Alguna vez encontraron al asesino de tu padre?” preguntó Ellington.
“No. Según los archivos de casos que he leído y lo poco que mi madre me ha contado sobre lo que sucedió, había estado investigando a un pequeño grupo que se dedicada a traer drogas de contrabando desde México cuando le mataron. El caso estuvo abierto durante un tiempo, pero lo cerraron a los tres meses. Y eso fue todo.”
“Lamento oír eso,” dijo Ellington.
“Después de eso, cuando me di cuenta de que había mucho trabajo descuidado e indolente en el sistema de justicia, me quise meter al ámbito policial, para ser detective, en concreto.”
“Y lograste tu sueño a los veinticinco años,” dijo Ellington. “Eso es impresionante.”
Antes de que ella pudiera decir nada más, llegó la camarera con su comida. Dispuso los platos y mientras Mackenzie empezaba a comerse su tortilla, le sorprendió ver a Ellington cerrando los ojos y recitando una oración en silencio ante su comida.
Ella no pudo evitar mirarle por un instante mientras tenía los ojos cerrados. No se lo había imaginado como un hombre religioso y había algo en verle rezar delante de su comida que la conmovió. Lanzó una mirada furtiva a su mano izquierda y no vio un anillo de bodas. Se preguntó cómo sería su vida. ¿Tenía un apartamento de soltero con el frigorífico lleno de cerveza, o era más bien el tipo de hombre que tendría un exhibidor de vinos y baldas de IKEA repletas de literatura clásica y contemporánea?
Estaba tratando con un libro abierto. Todavía más interesante era cómo se había convertido en un agente del FBI. Se preguntó cómo sería en la sala de interrogatorios, o en el calor del momento cuando se sacaban las pistolas y un sospechoso estaba a punto de entregarse o de abrir fuego. No sabía ninguna de estas cosas sobre Ellington—y eso le resultaba excitante.
Cuando él abrió los ojos y empezó a comer, Mackenzie desvió la mirada, de vuelta a su plato. Después de un momento, no pudo controlarse.
“Y bien, ¿qué hay de ti?” preguntó. “¿Qué te llevó a trabajar con el FBI?”
“Fui un niño de los 80,” dijo Ellington. “Quería ser como John McClane y Dirty Harry, pero algo más refinado.”
Mackenzie sonrió. “Son buenos modelos a imitar. Peligrosos, pero excitantes.”
Él estaba a punto de decir algo más cuando sonó su móvil.
“Disculpa,” dijo, metiendo la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacando el teléfono.
Mackenzie escuchó su parte de la conversación, que resultó ser breve. Tras unas cuantas respuestas afirmativas y un rápido “Gracias”, terminó la llamada y miró con tristeza a su plato.
“¿Todo bien?” preguntó ella.
“Sí,” dijo él. “Pero vamos a tener que llevarnos esto. Llegaron los resultados de la muestra de madera.”
Él la miró directamente.
“El depósito maderero del que procede está a menos de media hora.”
CAPÍTULO CATORCE
A Mackenzie siempre le encantó el aroma de la leña recién cortada. Le llevaba de vuelta a las vacaciones de Navidad que pasaba con sus abuelos después de que muriera su padre. Su abuelo calentaba la casa con un antiguo fogón de leña y la parte trasera de la casa siempre olía a cedro y al aroma no del todo desagradable de las cenizas frescas. Ese antiguo fogón de leña le vino a la memoria cuando salió del coche y entró al terreno de gravilla del Depósito Maderero Palmer. A su izquierda, se había dispuesto un aserradero, que metía un árbol enorme en una cinta de camino al aserradero que era más o menos del tamaño del coche del que acababa de salir. Más allá, varios montones de leña que se acababa de cortar esperaban su turno para la sierra.
Tomó un minuto para observar el proceso. Un cargador que parecía ser una mezcla entre una pequeña grúa y una máquina para agarrar juguetes elevaba los troncos y los depositaba en una máquina de aspecto arcaico que las empujaba hacia una cinta transportadora. De ahí, los troncos se dirigían directamente a una sierra que supuso que sería ajustada para cada tronco mediante un mecanismo o panel de control que no podía ver desde donde estaba sentada. Cuando desvió la mirada de esto, vio un camión saliendo por la entrada del depósito maderero con un tráiler de leña cortada que se elevaba hasta unos cuatro metros de altura.
Para su sorpresa, pensó en Zack mientras observaba todo esto. Él había hecho una solicitud para trabajar en un lugar como este al otro lado de la ciudad más o menos al mismo tiempo que había conseguido el trabajo en la planta textil; cuando se había enterado de los turnos rotatorios que había disponibles en la planta, había aceptado, esperando tener más tiempo libre. Ella pensó que se le podía dar bien trabajar con leña; siempre había tenido la habilidad para construir cosas.
“Parece un trabajo duro,” dijo Ellington.
“El nuestro también es bastante duro,” dijo ella, contenta de que los pensamientos sobre Zack salieran de su mente.
“Eso es cierto,” asintió Ellington.
Delante de ellos, un edificio básico de hormigón solamente se distinguía por unas letras negras de plantilla sobre la puerta principal que decían OFICINA. Caminó junto a Ellington hacia la puerta principal y una vez más se quedó impresionada cuando Ellington le abrió la puerta. No creía que nadie le hubiera mostrado tal deferencia y caballerosidad en la policía desde el primer momento que había llevado una placa. En el interior, el ruido externo se amortiguó y sonaba como un rugido sordo. La oficina consistía en un mostrador alargado con filas de armarios por detrás. El aroma de la leña cortada permeaba el lugar y parecía que hubiera polvo por todas partes. Un solo hombre permanecía de pie detrás del mostrador, escribiendo algo en un libro de contabilidad al tiempo que ellos entraban. Cuando les vio, fue evidente que estaba algo confundido—seguramente debido al traje de Ellington y al atuendo de oficina casual de Mackenzie.
“Qué hay,” dijo el hombre detrás del mostrador. “¿Puedo ayudarles?”
Ellington tomó la palabra, lo cual no desagradó a Mackenzie. Le había mostrado el máximo respeto y tenía más experiencia que ella. Le hizo preguntarse dónde estaría Porter. ¿Le había hecho quedarse en la oficina Nelson para repasar las fotografías? ¿O formaba parte del grupo que realizaba las entrevistas, quizá hablando con las compañeras de trabajo de Hailey Lizbrook?
“Soy el Agente Ellington, y esta es la Detective White,” dijo Ellington. “Nos gustaría hablar con usted un momento sobre un caso que estamos tratando de resolver.”
“Mmm, claro,” dijo el hombre, todavía claramente confundido. “¿Está seguro de que este es el sitio correcto?”
“Sí, señor,” dijo Ellington. “Aunque no podemos revelar los detalles completos del caso, lo que le puedo decir es que se ha hallado un poste en cada una de las escenas del crimen. Tomamos una muestra de la madera y nuestro equipo forense nos trajo aquí.”
“¿Postes?” preguntó el hombre, sorprendido. “¿Está hablando del Asesino del Espantapájaros?”
Mackenzie frunció el ceño, disgustada por el hecho de que este caso ya se estuviera convirtiendo en tema habitual de las conversaciones sociales. Si un hombre solitario en un depósito maderero había oído hablar de ello, había muchas posibilidades de que las noticias sobre el caso se hubieran extendido como la plaga. Y además de todo esto, su rostro estaba asociado con los periódicos que hablaban del tema.
Sin duda, él la miró de arriba abajo, y ella creyó ver el reconocimiento en su cara.
“Sí,” dijo Ellington. “¿Ha habido alguien fuera de lo normal que haya venido a comprar estos postes?”
“Estaré encantado de ayudarles,” dijo el hombre detrás del mostrador. Pero creo que va a resultarles un vericueto. Verá, yo solo recibo y vendo leña de compañías o de depósitos madereros más pequeños. Todo lo que sale de aquí se va por lo general a otro depósito maderero o a una compañía de alguna clase.”
“¿Qué clase de compañías?” preguntó Mackenzie.
“Depende de a qué clase de madera nos estemos refiriendo,” dijo él. “La mayor parte de mi madera va destinada a compañías de construcción, claro que también tengo unos cuantos clientes que se dedican a trabajar la madera artesanalmente para hacer cosas como muebles.”
“¿Cuántos clientes pasan por aquí a lo largo de un mes?” preguntó Ellington.
“Más o menos setenta al mes,” dijo. “Aunque los últimos meses han sido bastante lentos. Lo que puede hacer más fácil encontrar lo que están buscando.”
“Otra cosa más,” dijo Mackenzie. “¿Hace algún tipo de marca en la madera que sale de aquí?”
“En pedidos grandes, a veces pongo un sello en una pieza por cargamento.”
“¿Un sello?”
“Sí. Se hace con una prensa pequeña que tengo afuera. Pone la fecha y el nombre de mi depósito maderero en la pieza.”
“¿Pero nada tallado o grabado?”
“No, nada de eso,” dijo el hombre.
“¿Podría sacar los registros de los clientes que han adquirido postes de cedro previamente cortados?” preguntó Ellington.
“Sí, puedo hacerlo. ¿Sabe de qué tamaño?”
“Un momento,” dijo Ellington, buscando su teléfono, supuestamente para conseguir esa información.
“Tres metros,” dijo Mackenzie, recordando la cifra de memoria.
Ellington la miró y le sonrió.
“Treinta centímetros bajo suelo,” dijo Mackenzie, “y el resto por encima de la superficie.”
“Además, los postes eran bastante antiguos,” dijo Ellington. “La madera no estaba fresca. Nuestras pruebas también indican que jamás había sido tratada con nada.”
“Eso lo hace un poco más fácil,” dijo el hombre. “Si provino de aquí, la madera más antigua hubiera salido de mis sobras. Deme unos cuantos minutos y le puedo conseguir esa información. ¿Hasta qué fecha necesita que compruebe?”
“Tres meses para estar seguros,” dijo Ellington.
El hombre asintió y se dirigió a uno de los armarios de archivos con aspecto de antigualla que estaban detrás de él. Mientras esperaban, el teléfono móvil de Mackenzie empezó a sonar. Cuando lo cogió para responder, sintió pánico de que pudiera ser Zack llamando para solicitar alguna clase de reconciliación. Le alivió ver que se trataba de Porter.
“¿Diga?” dijo ella, respondiendo la llamada.
“Mackenzie, ¿dónde estás ahora?” preguntó Porter.
“Estoy con Ellington en el Depósito Maderero de Palmer comprobando los resultados de la prueba de la astilla que tomamos del poste.”
“¿Algún resultado?”
“Parece otra pista que lleva a varias pistas más.”
“Vaya mierda,” dijo Porter. “No me gusta tener que decírtelo, pero las cosas no se han puesto mejor.” Dudó por un momento y escuchó un suspiro tembloroso al otro lado antes de que él añadiera:
“Encontramos otro cadáver.”
CAPÍTULO QUINCE
Cuando llegaron a la nueva escena del crimen cuarenta minutos después, Mackenzie se sintió más que un poco incómoda por el hecho de que en esta ocasión estuviera mucho más cerca de su casa. La escena estaba exactamente a treinta y cinco minutos de su casa, en el patio trasero de una casa destartalada que había sido abandonada hace mucho tiempo. Prácticamente podía sentir la sombra de esta mujer recién asesinada extendiéndose a lo largo de la llanura, a través de las calles de la ciudad, y cayendo delante de su puerta principal.
Hizo todo lo que pudo para ocultar sus nervios agotados mientras Ellington y ella caminaban hacia el poste. Echó una mirada a la vieja casa, en particular a los marcos vacíos de las ventanas. Le parecían enormes ojos amenazadores, escudriñándola y burlándose de ella.
Había una pequeña multitud de agentes alrededor del poste, y Porter estaba en medio de ellos. Miró a Mackenzie y a Ellington a medida que se aproximaban al poste, pero Mackenzie apenas se dio cuenta. Estaba demasiado ocupada contemplando el cadáver, y se dio cuenta al instante de dos diferencias distintivas en esta víctima.
En primer lugar, esta mujer era de senos pequeños, mientras que las dos víctimas previas estaban bien dotadas. En segundo lugar, los latigazos que previamente habían estado en las espaldas de las víctimas también se podían observar en el vientre y el pecho de esta mujer.
“Esto se nos está yendo de las manos,” dijo Porter, en voz baja y apagada.
“¿Quién descubrió el cadáver?” preguntó Mackenzie.
“El dueño del terreno. Vive a dos millas hacia al este. Tenía puesta una cadena en la pista privada de tierra y se acaba de dar cuenta de que la habían cortado. Dice que nunca viene nadie por aquí, excepto por el ocasional cazador durante la temporada del ciervo, pero como sabes, todavía faltan meses para la temporada del ciervo. Y, además, dice que conoce a todos los hombres que cazan aquí.”
“¿Es una pista privada?” preguntó Mackenzie, volviendo a mirar al camino de tierra que acababan de tomar para llegar aquí.
“Sí, así que quienquiera que hiciera esto,” dijo, asintiendo hacia el cuerpo que estaba colgado, “cortó la cadena. Sabía dónde iba a venir a presumir de su siguiente trofeo. Tenía esto planeado de antemano.”
Mackenzie asintió. “Eso demuestra intención y propósito más que alguna desviación de carácter psicológico.”
“¿Hay alguna posibilidad de que el dueño del terreno esté implicado?” preguntó Ellington.
“Tengo dos hombres cuestionándole en su casa en este momento,” dijo Nelson. “Pero lo dudo. Tiene setenta y ocho años y cojea al caminar. No me lo imagino moviendo postes de un sitio a otro o arreglándoselas para atraer a bailarinas de striptease a su camioneta.”
Mackenzie se acercó al cadáver, y Ellington la siguió de inmediato. Esta mujer parecía muchísimo más joven que las otras—tendría quizá unos veintitantos años. Tenía la cabeza baja, mirando al suelo, pero Mackenzie tomó nota de su pintalabios rojo oscuro, que se había corrido por sus mejillas y su barbilla. Su máscara para las pestañas también se había corrido, dejando manchas oscuras por su cara.
Mackenzie comenzó a dar la vuelta hacia la parte trasera del poste. Los latigazos eran iguales que en las otras dos. Algunos todavía estaban lo bastante frescos como para presentar bordes húmedos, con sangre que aún no se había secado del todo. Se agachó hacia la parte baja del poste, pero Nelson la detuvo.
“Ya lo comprobé,” dijo. “Tus números están ahí.”
Ellington se unió a ella y se agachó para echar un vistazo. Miró a Mackenzie. “¿No tienes idea de lo que representan estos números?”
“En absoluto,” dijo.
“Creo que no hace falta que os lo diga,” dijo Nelson,” pero este caso va a tomar prioridad absoluta sobre todo lo demás. Agente Ellington, ¿en cuánto tiempo podemos conseguir más agentes para esto?”
“Puedo hacer una llamada y seguramente tener unos cuantos más aquí para esta tarde.”
“Hágalo, por favor. ¿Algún resultado del depósito maderero?”
“Tenemos dieciséis nombres,” dijo Mackenzie. “La mayoría de ellos son compañías de construcción. Tenemos que comprobarlos todos y ver si pueden ofrecer alguna información útil.”
“Pondré algunos hombres a trabajar en ello,” dijo él. “Porque ahora necesito que Ellington y tú investiguéis las pistas más prometedoras. Vosotros dos sois mis principales agentes en este asunto, así que haced lo que sea que tengáis que hacer para solucionarlo. Quiero a este cabrón enfermo sentado en la sala de interrogatorios para el final del día de hoy.”
“Mientras tanto, voy a poner a mis hombres a examinar los mapas de unas cien millas a la redonda. Lo dividiremos y empezaremos a tomar posiciones en zonas aisladas como esta, el campo del último asesinato, y los maizales que sean de fácil acceso.”
“¿Algo más?” preguntó Ellington.
“Nada que se me ocurra. Solo mantenedme informado de hasta el más mínimo detalle que os encontréis. Hablaré más de esto con vosotros en un momento,” dijo Nelson. Entonces miró a Mackenzie y le hizo un ademán con la cabeza, guiándola hacia la derecha. “White, ¿puedo hablar contigo un momento?”
Mackenzie se alejó del poste y siguió a Nelson hacia un lado de la casa abandonada, preguntándose de qué se trataba esto.
“¿Estás cómoda trabajando con Ellington?” preguntó.
“Sí, señor. Ha estado acertado y ha sido muy generoso con su ayuda en lo que respecta a hablar de las cosas.”
“Bien. Mira, no soy un imbécil. Conozco tu potencial y sé que, si hay alguien a mi cargo que puede detener a este bastardo, eres tú. Y que me zurzan si voy a permitir que lleguen los federales y te lleven con ellos. Así que quiero que trabajes con él. Ya he hablado con Porter y le he reasignado. Todavía sigue en el caso, pero le he puesto a ayudar en la acción de puerta a puerta.”
“¿Y a él le pareció bien?”
“Tú no tienes que preocuparte de eso. Por ahora, tú sigue con el caso y déjate guiar por tu instinto. Confío en que tomes las decisiones correctas; no tienes por qué preguntarme acerca de cada detalle. Solo haz lo que tengas que hacer para terminar con esto. ¿Puedes hacer eso por mí?”
“Sí, señor.”
“Eso pensé,” dijo Nelson con una leve sonrisa. “Ahora Ellington y tú salid pitando de aquí y traedme algunos resultados.”
Le dio una palmadita en la espalda que, tomando todo en consideración, era casi lo equivalente a Ellington abriéndole la puerta en el depósito maderero. Era un gran detalle viniendo de Nelson y ella lo supo apreciar. Caminaron juntos de vuelta hacia donde estaba el cuerpo y Mackenzie miró los números de nuevo. Le pareció que había algo allí, que la clave para descifrar todo este asunto residía en esos malditos números.
Le dio la sensación de que una parte de él deseaba que le atraparan. Les estaba provocando.
“¿Estás bien?” preguntó Ellington, de pie al otro lado del poste.
Ella hizo un gesto afirmativo, y se puso en pie.
“¿Has trabajado antes en un caso como este?”
“Solo en dos,” dijo él. “Uno de ellos resultó en ocho asesinatos antes de que le atrapáramos.”
“¿Crees que eso sucederá en este caso?” le preguntó ella.
Odiaba el hecho de que las preguntas le hicieran sonar insegura y quizá hasta inexperta, pero tenía que saberlo. Solo tenía que recordar lo asustada que había estado durante unos minutos en su propia casa, con miedo de lo que probablemente había sido un sonido imaginario de un suelo que crujía, para comprender cuánto le estaba empezando a afectar este caso. Se había quedado sin pareja, estaba perdiendo su paciencia poco a poco, y estaría condenada si perdía algo más como consecuencia de ello.
“No si podemos evitarlo,” respondió Ellington. Entonces él suspiró. “Así que dime, ¿qué ves aquí que sea nuevo?”
“Pues bien, el hecho de que el asesino eligiera una carretera en medio de la nada parece extraño. No le detuvo la cadena que cortaba la carretera. No solo es eso, sino que él sabía que estaría aquí. Estaba preparado para cortarla.”
“¿Lo que significa…?”
Sabía que le estaba poniendo a prueba, pero lo estaba haciendo de una manera que no insultaba su inteligencia. Le estaba retando, y ella lo estaba disfrutando de verdad.
“Lo que significa que las zonas que ha elegido no son fruto del azar. Las ha elegido por una razón.”
“Entonces no son solo los asesinatos los que están determinados previamente, sino los lugares también.”
“Eso parece. Creo que yo—“dijo ella, pero entonces se detuvo.
A la derecha, al borde del bosque claro, detectó movimiento.
Por un instante, creyó que se lo había imaginado.
Y entonces lo vio de nuevo.
Algo se estaba moviendo, adentrándose en el bosque. Solamente podía distinguir lo suficiente de la silueta como para saber que era una figura humana.
“¡Oye!”
Eso fue todo lo que se le ocurrió decir y resultó un tanto agitado. Al sonido de su voz, la silueta salió corriendo incluso más rápido. Cualquier intento de sigilo había desaparecido mientras arrancaban ramas y se chocaban con el follaje en su escapada.
Actuando por puro instinto, Mackenzie salió corriendo hacia el bosque a la carrera. Para cuando Ellington se había enterado y la había seguido, Mackenzie ya estaba fuera del patio y en el bosque. Los árboles alrededor de ella parecían tan olvidados y descoloridos como la casa que se asentaba detrás suyo, con sus ventanas negras todavía observándola.
Iba apartando ramas a medida que corría por el bosque. Podía adivinar el sonido de Ellington por detrás suyo, pero no perdió tiempo ni energías en mirar hacia atrás.
“¡Detente!” exigió.
No le sorprendió ver que la silueta seguía corriendo. Mackenzie había calculado en cuestión de segundos que era más rápida que su objetivo, acercándose con una rapidez de la que siempre se había sentido orgullosa. Se golpeó con unas cuantas ramas en la cara y sintió como las telas de araña se adherían a su piel, pero se lanzó a través del bosque, llena de determinación.
A medida que se acercaba a la silueta, vio que se trataba de un hombre vestido con un jersey con capucha y un par de pantalones vaqueros oscuros. Como él no había mirado hacia atrás ni una sola vez, Mackenzie no podía adivinar su edad, pero podía decir que tenía algo de sobrepeso y aparentemente estaba en baja forma. Podía oír como jadeaba cuando le alcanzó los talones.
“Maldita sea,” dijo ella cuando lo alcanzó, estirando su brazo y agarrándole por el hombro. “¡Te dije que te detengas!”
Dicho esto, le dio un buen empujón que le envió directo al suelo. Rodó una vez más antes de detenerse en seco.
Le atrapé, pensó Mackenzie.
El hombre trató de ponerse en pie, pero Mackenzie le dio una veloz patada en la parte de atrás de su rodilla que le envió de vuelta al suelo. Al caer, se golpeó la cara en la raíz de un árbol.
Mackenzie plantó la rodilla firmemente en la espalda del hombre y buscó su arma. Finalmente llegó Ellington y también le inmovilizó en el suelo. Ahora que todo el peso de Ellington estaba sobre él, dejó de retorcerse. Mackenzie buscó en su cinturón y sacó sus esposas, mientras Ellington colocaba los brazos del hombre a su espalda mientras gritaba de nuevo de dolor. Mackenzie le colocó las esposas y después lo levantó con brusquedad.