Kitabı oku: «Causa para Matar », sayfa 15
"Encontré al asesino," dijo ella. "Su nombre es Edwin Pesh. Vive en Watertown. Estoy justo afuera de su casa."
"Vaya."
"¿En cuánto tiempo puedes llegar aquí?"
"¿Hiciste la llamada?"
"Te llame a ti," dijo ella.
"De acuerdo," murmuró y lo pensó bien. "De acuerdo."
"Anota esta dirección," dijo ella y le dio los detalles.
"Estaré ahí en veinte minutos," contestó él, "tal vez menos si ignoro los semáforos. No entres sin mí, ¿entendido?"
Colgó.
Como si fuese otro transeúnte en una agradable tarde de domingo, Avery cerró su auto y se caminó calle abajo.
Su corazón latía rápido.
En la casa, se agachó y corrió hasta la entrada.
Colocó una mano en la parte trasera de la camioneta y observó el costado de la casa. No había luces encendidas. El interior era apenas visible a través de las ventanas del primer y segundo piso. Las ventanas del sótano estaban pintadas de negro.
Sus dedos pasaron sobre la chapa matrícula e instantáneamente sintió una sustancia extremadamente pegajosa en los bordes. Camioneta, pensó. Licencia falsa, pegada con cinta. Familia. Villasco había hablado. La casa oscura surgía por arriba. En una de las ventanas, vio un gato gris.
Causa probable.
Avery desenfundó su arma.
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
Edwin Pesh estaba teniendo un fin de semana atormentado. El Todopoderoso se negaba a dejarlo en paz. No había podido dormir el sábado a la noche; la voz en su cabeza le había pedido continuamente más, más, y las muchas responsabilidades con las que aún tenía que lidiar solo comenzaban a pasarle factura.
Abatido y agotado, se sentó en una de las habitaciones del segundo piso rodeado de gatos. Gatos de todas las formas y variedades ronroneaban e intentaban sentarse en su regazo. Había al menos diez de ellos sólo en esa habitación. Algunos miraban por la ventana. Otros dormían en rincones, o en la cama de una plaza, o comían de alguno de los muchos platos de comida disponibles en los pisos de madera.
Wanda Voles... el nombre de Wanda Voles era mencionado repetidamente por el Todopoderoso, tanto que Edwin sabía lo que tenía que hacer. Levántate, pensó. Ocúpate de los gatos, pasea a los perros, luego regresa a Bentley y busca a Wanda Voles.
¡No! gritó su mente.
¡Sí! contestó gritando.
Un ladrido vino desde abajo, y luego múltiples ladridos.
Instantáneamente alerta, Edwin se paró y miró hacia afuera por la ventana.
El patio trasero estaba vacío.
En el costado de la casa, alguien estaba en cuclillas detrás de su camioneta.
La policía, pensó.
Un momento inicial de miedo se desvaneció de sus pensamientos y Edwin se preparó para convertirse en un recipiente para el Todopoderoso, un cuerpo viviente habitado por un dios.
Con los ojos cerrado, tomó un profundo aliento, abrió sus brazos a lo ancho, y presionó sus manos juntas sobre su cabeza. Una simple sentadilla, tres veces, y abrió sus ojos nuevamente, encendido por un fuego interno.
En su mente, se imaginó que el Todopoderoso había tomado control sobre él; el ser celestial estaba dentro de su cuerpo, formando sus puños y dirigiendo sus pensamientos y acciones.
Te acepto sin reservas, juró.
El ejercicio tradicional jamás le había resultado atractivo a Edwin. Por el contrario, normalmente ejecutaba una serie de saltos, giros, y movimientos de tensión muscular provistos por el Todopoderoso para prepararlo para cacerías y en el caso de un ataque externo.
Luego de años de práctica dentro de su casa, y ahora con el Todopoderoso dentro de sí, Edwin estaba seguro de que podía vencer a cualquier enemigo.
Amenazan nuestra causa, gimió el Todopoderoso en la mente de Edwin. No podemos permitir que frustren nuestros planes. Ve, mi polluelo. Ve... y caza.
* * *
Los perros ladraron desde el interior de la casa. Tenía que haber dos o tres de ellos. Uno era un pit bull grande que aparecía por la ventana del primer piso.
Mierda, pensó. Muévete.
En cuclillas, Avery corrió hasta el patio trasero.
Los perros la siguieron ladrando.
Una puerta hacia un sótano estaba pintada de azul. Intentó abrirla. Trabada. Había un porche y una puerta trasera. Se puso de pie y espió hacia el interior. Instantáneamente, la cara del pit bull volvió a aparecer. El ladrido se volvió feroz. Había dos otros perros, ambos pequeños: un pug y uno que parecía ser un caniche. Pudo ver también numerosos gatos.
La puerta trasera estaba trabada.
Golpeó su arma contra una de las placas de vidrio cerca de la cerradura.
El vidrio se hizo pedazos.
El bozal del pit bull se abrió de un chasquido. Avery se puso de pie y registró los movimientos de los tres perros. Cuando el camino estuvo libre, metió la mano y destrabó la puerta.
Un sentadilla la llevó hasta abajo. Con la espalda protegida por la puerta de madera, Avery puso una mano en el pomo. El arma estaba en su otra mano. Escuchó para saber los tiempos: el pit bull ladraba y saltaba, se quedaba en el suelo un momento, luego repetía el proceso.
Cuando el pit bull estaba a punto de saltar, Avery abrió la puerta.
El perro salió corriendo. Un pequeño golpecito con su pie y el pit bull cayó rodando por los escalones. Los dos otros perros aparecieron e intentaron tomar carrera para poder girar y alcanzar a Avery. Ella sencillamente sostuvo el pomo de la puerta, giró hacia adentro de la casa, y cerró la puerta.
Los ladridos continuaron, pero ya no la molestaban.
Avery estaba adentro.
Un rato ronroneó contra su pierna.
La cocina estaba junto a ella. A su izquierda había un pequeño comedor, y más adelante había una sala de estar y dos gatos más. Algunas plantas adornaban los alféizares de las ventanas. Parecían las variedades más fáciles de mantener: cactus y potos.
Con el arma baja, Avery se movió a través de la casa.
Mantente alerta, pensó. Él debe saber que estoy aquí.
"¡Edwin Pesh!" gritó. "Es la policía. Pon tus manos a la vista y sal a una zona visible. Hay dos oficiales más afuera," mintió. "Los refuerzos están en camino. En unos minutos, la manzana entera estará llena de policías. ¡Edwin Pesh!"
A la vuelta de un rincón había una escalera a un segundo piso. Más gatos decoraban los escalones.
Avery se deslizó hacia arriba por las escaleras alfombradas, el arma apuntando directamente hacia adelante y arriba, donde podía ver una barandilla envolvente. Los gatos se seguían cruzando en su camino. Los empujó gentilmente hacia un lado.
El segundo piso estaba vacío, pero encontró aún más gatos. No había cuadros en las paredes. Ninguna fotografía de ningún tipo. Sólo dos habitaciones espartanas que estaban completamente cubiertas de gatos. Cada armario fue abierto. Buscó debajo de las camas y en los recovecos. Edwin Pesh no estaba en ninguna parte.
La puerta hacia el sótano estaba en la cocina.
Junto a la puerta había un teléfono.
Avery lo levantó y marcó el 911.
"Habla el servicio de emergencias," dijo una mujer. "¿En qué le puedo ayudar?"
"Mi nombre es Avery Black. Estoy con la A1 de Boston," contestó y ofreció su número de placa. "Estoy en la casa de un posible asesino serial y necesito apoyo."
"Gracias por su llamada, Detective Black. ¿Puede por favor...?"
Avery dejó el teléfono colgando.
El sótano estaba oscuro. Un interruptor a su derecha iluminaba otra puerta al final de los escalones. Se abrió camino hasta abajo. Las paredes estaban recubiertas de madera sin pintar.
Al final de los escalones, abrió la segunda puerta.
Otro pasillo perpendicular a las escaleras. Más luces tenues colgaban desde el techo de madera e iluminaban el espacio. Giró a la izquierda, y tuvo que hacer otro giro rápido a la izquierda hacia un pasillo mucho más largo.
Cada centímetro cuadrado de las paredes del pasaje más largo estaba cubierto de fotografías, cientos de fotografías. Las fotografías parecían estar organizadas horizontalmente. Si seguía una hasta el final a la derecha, contaba una historia. Un gato negro estaba en un cuadro, sentado en una cornisa. En el próximo cuadro, el gato parecía estar muerto en el piso. En el próximo, el gato estaba parcialmente abierto, revelando sus interiores. Cada imagen consecutiva mostraba al gato en alguna etapa de la taxidermia.
Las puertas interrumpían las paredes a ambos lados.
Es como un laberinto, pensó ella.
"¡Edwin Pesh!" gritó. "Es la policía. ¡Déjate ver! Coloca tus manos donde pueda verlas y sal al pasillo."
Esperó una respuesta.
Nada, sólo perros ladrando a la distancia, y el movimiento de un gato naranja que la había seguido hasta el sótano.
La primera puerta a su izquierda fue abierta. La oscuridad ensombrecía la habitación. Avery encendió su linterna, la sostuvo alineada con la boca de su arma. Giró hacia adentro. Podían verse frascos en la pared trasera, fila tras fila de frascos con sustancias multicolores. Una mesa médica plateada se encontraba a su izquierda, junto con equipamiento médico, líquido para embalsamar y herramientas.
Demonios.
Un gato se frotó contra su pierna.
Asustada por el contacto, Avery apuntó su arma hacia abajo y casi dispara.
"Jesucristo," suspiró.
Por un momento, sus ojos se cerraron.
Las tablas del piso crujieron detrás de ella. En el segundo que le tomó a Avery ponerse alerta y darse la vuelta, sintió un pinchazo en la nuca y escuchó a alguien correr por el pasillo.
¡Mierda!
Un mareo se extendió por su cuerpo.
Así no, peleó. No puedo irme así.
Energizada por el pensamiento de que sólo tenía unos instantes antes de que la extraña mezcla tuviese efecto, Avery lanzó un enmudecido y apenas perceptible aullido y se tambaleó por el pasillo. Se daba contra las paredes en el camino. Los cuadros volaban y se hacían añicos en el piso. Cada puerta que encontró fue abierta. La linterna se azotaba de un lado al otro.
A ciegas, disparó.
Las imágenes aparecían como en un sueño borroso: una habitación que se parecía más a una celda con rejas y piso de paja; otra habitación llena de perros y gatos disecados.
Cuando llegó a la última puerta, Avery cayó de rodillas.
La linterna cayó desde su mano.
Giró el pomo de la puerta y lo empujó hacia adentro.
Pudo ver a Edwin Pesh en el borde externo del resplandor de la linterna.
Avery se cayó sobre su pecho. Sostuvo el arma delante de su cuerpo y se preparó para disparar. De pronto, ligero como una pluma, Edwin saltó de un lado al otro de la habitación, una y otra vez, en rápidos movimientos gatunos que lo hacían difícil de apuntar.
Mareada. La mente de Avery estaba mareada y se desvanecía rápidamente. El arma era pesada, demasiado pesada para sostenerla. Bajó el arma al piso. Su mejilla tocó el piso frío, pero siguió mirando a Edwin Pesh.
Edwin se acomodó en cuclillas, los ojos amarillos iluminados por la linterna.
Avery podía sentir como su conciencia se desvanecía.
Edwin se irguió en toda su estatura y caminó hasta ella.
"Shhhhh," suspiró.
Así no, pensó Avery.
Con un gran esfuerzo, y su muñeca balanceada en el piso, Avery alzó la boca de su arma hacia la entrepierna de Edwin y disparó tres veces. ¡Crack! ¡Crack! ¡Crack!
El arma cayó de su mano.
Los pies de Edwin estaban delante de ella. Pudo ver como sus piernas se doblaban. De repente, bajó y cayó hacia el costado.
Edwin yacía allí, derrumbado, junto a ella. Su rostro estaba a apenas centímetros del de ella. Ambos yacían uno junto al otro, cada uno congelado, cada uno muriendo, los ojos fijos en los ojos del otro.
Sus ojos fijos en los de ella. En el sueño brumoso de cual fuera la droga que había envenenado su sistema, sus ojos parecían increíblemente grandes, amplias piscinas de oscuridad. Una sonrisa se formó en sus labios.
"Más," susurró. "Más."
Nada más salió de él, nada más se movió. Los labios permanecieron en una sonrisa parcial, y sus ojos completamente abiertos, quemando su alma.
En su mente, Avery escuchaba, Más. ¡MÁS!
Una voz masculina resonó por los pasillos.
"¿¡Avery!?"
Una mano tocó su cuello y buscó el pulso. Alguien maldijo y luego habló en una voz deformada, apenas reconocible: "Háblame, Black. ¿Puedes oírme? Intenta permanecer con vida. La ayuda viene en camino."
Pero ella sentía como se debilitaba.
Su voz volvió, esta vez con pánico.
"¡Mierda, Black, no te me mueras ahora!"
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
Avery se despertó en una cama de hospital, aturdida y con la garganta seca y dolorida. Todo en su cuerpo dolía, como si le hubiesen drenado toda la sangre y la hubiesen reemplazado con algún tipo de fluido pesado y tóxico. Tenía una bolsa de suero conectada al brazo. Un monitor cardíaco sonaba desde algún sitio fuera de su vista.
La habitación estaba llena de globos y flores.
En una silla junto a ella, desplomado en el sueño, estaba Ramírez. Estaba tan relajado e impecablemente vestido como el primer día que se conocieron. Un brillante traje azul adornaba sus formas; la camiseta blanca era brillante y resaltaba su bronceado y su cabello oscuro peinado hacia atrás.
Una enfermera entró.
"Estás despierta," notó, sorprendida.
Avery abrió la boca.
"No intentes hablar todavía," dijo la enfermera. "Llamaré al doctor. Debes tener hambre. Déjame ver que puedo conseguir."
Ramírez se sacudió a si mismo del sueño y bostezó.
"Black." Sonrió. "Bienvenida de nuevo a la tierra de los vivos."
Avery susurró una muy dolorosa y áspero.
"¿Cómo?"
"Tres días," dijo él. "Has estado inconsciente durante tres días. Vaya. Eso fue una locura, déjame decirte. Estás en el Hospital General de Watertown. ¿Estás bien? ¿Quieres descansar más? ¿O quieres que hable?"
Avery nunca se había sentido tan vulnerable en su vida. No sólo estaba inmovilizada en una cama de hospital, prácticamente incapaz de moverse, sino que apenas podía hablar.
Asintió y cerró los ojos.
"Habla."
"Bueno, eres una loca, Avery Black. Al menos alguien te dio el sentido común para llamarme, y para marcar el 911 cuando estabas en la casa. Si hubieses esperado, quizás no estarías aquí ahora. Pero dejemos eso para otro momento.
"Lo atrapaste," dijo él.
La sonrisa volvió.
"Tres disparos, cada uno acertado. Uno en la entrepierna, uno a través del corazón, y el último en la cara. Está muerto. No más chicas para él.
"Tienes suerte de estar viva." Silbó. "¿Lo sabes? Te llenó el cuerpo con una cosa horrible. Paraliza el cuerpo por como seis horas y te va comiendo las entrañas lentamente hasta que te mueres. Los médicos nunca habían visto algo así, pero pudieron fabricar un antídoto usando la jeringa que usó. De todas formas, estabas pendiendo de un hilo por un tiempo."
Ella miró las flores y los globos.
"Tuviste muchas visitas," dijo él. "El capitán vino, Connelly. Incluso Finley. No fue gran cosa para ellos, en realidad. Todos me siguieron a la casa."
Ella le echó una mirada.
Él hizo una mueca.
"Puede que tú estés loca," dijo él, "pero yo no. Llamé a Connelly en cuanto terminaste de hablar por teléfono conmigo. ¡Necesitaba apoyo!"
Avery le dio una profunda mirada de curiosidad. Sus ojos de color marrón oscuro, usualmente juguetones e inquisitivos, le llegaban con una calidez y cuidado, como si ofreciesen más.
"¿Tú?" preguntó ella.
El rubor pintó su cara de rojo.
"Bueno," murmuró, y se le hizo difícil formular el resto. "He estado aquí un tiempo, eso es cierto. Sólo quería asegurarme de que mi compañera estuviese bien. Además," se encogió de hombros, "Todavía tengo que descansar mi herida, ¿verdad? Simplemente pensé: ¿por qué no hacerlo aquí? Mi apartamento se siente solitario a veces, ¿sabes? En fin, estoy feliz de que estés bien," dijo, y tuvo problemas para hacer contacto visual con ella. "Te dejaré sola. Los doctores se la pasan diciendo que tienes que descansar."
"No," susurró ella.
Dócilmente, ella estiró su mano.
Ramírez tomó sus dedos y los apretó fuerte.
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
Cuando se corrió la voz de que Avery estaba sana y salva, la lista de visitas aumentó. Finley vino en la tarde, junto con el capitán O'Malley y Connelly, quien esperó junto a la puerta con la cabeza baja.
"Demente bastardo," dijo O'Malley. "Tenía todo un jardín en ese sótano, del otro lado de la sala médica. El tipo estaba cultivando cualquier tipo de alucinógeno que te puedas imaginar. Tenía algunos contactos por ahí también, así que vamos a detener la ruta del tráfico inmediatamente. Excelente trabajo, Avery."
"Averiguamos lo de los cuerpos, también," intervino Connelly. "Puede que haya adorado a 'La Tres Gracias' del mito romano. Eran seguidoras de la diosa Venus: tres jóvenes muchachas que adoraban a la belleza. Pensamos que tal vez por eso las hizo parecer vivas en su muerte. Tenía un montón de dibujos en la casa."
Finley no hacía otra cosa que tocar los regalos apilados en los alféizares.
"Demonios," dijo, "¿el alcalde te envió flores? Nunca he recibido nada del alcalde. Apuesto que si me hubieses llamado a mí por apoyo, el alcalde me habría enviado flores a mí también. Maldito Ramírez," dijo. "Yo era tu compañero. Yo."
O'Malley se estrujó la cara mirando a Avery.
"Hablaremos de tu falta de protocolo cuando estés lista," dijo él. "Por ahora, descansa y mejórate."
* * *
Randy Johnson vino a visitar a Avery más tarde esa noche. La alegre forense de baja estatura se había arreglado el cabello en un afro salvaje. Tenía puesto un vestido a lunares rojo y trajo flores y un periódico. Avery acababa de terminar su cena y ya estaba exhausta.
"¡Oye, chica!" dijo Randy. "Me enteré de que estabas despierta."
Avery intentó una sonrisa.
"No intentes hablar. No intentes hablar," insistió Randy. "Sé que tuviste un día ocupado. Sólo vine a asegurarme de que mi amiga estuviese viva y coleando." Sus ojos se ensancharon. "¡Y a chismosear!"
Se sentó junto a ella.
"Primero que nada, creo que Dylan Connelly definitivamente está enamorado de ti. No es broma. Vino un par de veces a preguntar por el caso y dos veces preguntó por ti. La primera vez fue tipo, 'Oye, ¿ya fuiste a visitar a Black?', muy casual y todo eso. Y la segunda vez fue hoy. Fue tipo, '¿Cómo está Black?'. No recuerdo que ese hombre me haya hablado jamás fuera de cosas relacionadas a casos. ¿¡De verdad!? Tienes un novio si lo quieres."
Una mueca de desaprobación se plantó en el rostro de Avery.
"Sí, él no es para ti," dijo Randy, "¿pero Ramírez? Él es un encanto. Tienes que ir y conseguir a ese chico, amiga. ¡Te salvó la vida!"
Ella sonrió, luego lentamente su sonrisa se desvaneció.
"¿Podemos por favor hablar del asesino de mujeres?" agregó ella. "¿Es demasiado pronto?"
Avery le mostró un pulgar hacia arriba.
"Treinta y seis gatos," dijo Randy con incredulidad. "¡Treinta y seis! ¿Quién tiene treinta y seis gatos? ¿Y tres perros? ¿Y quieres saber que es más loco que eso todavía? Eran todas hembras. No había ningún macho entre todos. ¿Y todas esas fotografías en las paredes en el sótano? No se si recuerdas, pero tenía un montón de fotografías enfermizas de gatos y perros y las chicas que asesinó, y cada fotografía mostraba una etapa diferente de su transformación, ¿sabes? Todas chicas. Un hombre blanco loco con un club de niñas para él solo. Connelly dijo que tenía algo que ver con mitología romana, y Afrodita y todas estas mujeres, pero yo creo que el tipo estaba loco."
Un sonido escapó de los labios de Avery.
Se aclaró la garganta y se enfocó en una sola palabra.
"¿Familia?"
"¿Si tenía parientes?" preguntó Randy para confirmar. "¿Es eso lo que quieres saber? Oh, sí. El tipo que se disparó a sí mismo era su tío. Pensé que sabías eso. Está todo aquí en el periódico," dijo. "El tío contrató al asesino hace alrededor de un año. Al asesino conoció a todas esas chicas en una feria laboral. Las conoció más cuando vinieron a la oficina."
Colocó el periódico sobre el pecho de Avery.
El titular decía "Asesino de la Universidad Capturado" con una foto de la escena del crimen. Un título más pequeño decía "Abogada caída en Desgracia Ahora es Policía es Estado Crítico" con un artículo sobre cómo ella abandonó una escena del crimen viable para encontrar al verdadero asesino.
"¡Eres una heroína!" festejó Randy.
Era difícil para Avery pensar en sí misma como una heroína o cualquier otra cosa. Su mente estaba demasiado aturdida como para concentrarse en algo por mucho tiempo, y su cuerpo seguía en un shock post-parálisis que hacía que moverse fuera difícil.
Heroína. Eso no es lo que ella quería. Eso nunca fue lo que quería. Sólo quería corregir las cosas que estaban mal, poner a estos bastardos tras las rejas para siempre.
Reparar el daño, se dio cuenta, por algo que no podría jamás reparar.
Sus ojos se volvieron pesados, y mientras el sueño caía sobre ella, le fue difícil creer que podría caminar nuevamente.