Kitabı oku: «Causa para Matar », sayfa 4

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CAPÍTULO SIETE

El cansancio finalmente le llegó a Avery cerca de las seis cuarenta y cinco de la tarde, en el viaje en elevador hasta el segundo piso de la estación de policía. Toda la energía y el ímpetu que había recibido de las revelaciones matutinas habían culminado en un día bien gastado, pero una noche con incontables preguntas sin respuesta. Su clara piel estaba parcialmente quemada del sol, su cabello un desastre, la chaqueta que había usado más temprano colgaba de su brazo. Su camisa: sucia y por fuera del pantalón. Ramírez, por el contrario, parecía más fresco que en la mañana: el cabello peinado hacia atrás, el traje casi perfectamente planchado, los ojos atentos y apenas una pizca de sudor en la frente.

"¿Cómo es posible que te veas tan bien?" preguntó ella.

"Es mi sangre hispano-mexicana," explicó con orgullo. "Puedo estar veinticuatro, veintiocho horas de corrido y mantener este brillo."

Le dio un vistazo rápido y aprensivo a Avery y gimió: "Sí. Te ves como la mierda."

Sus ojos llenos de respeto.

"Pero lo lograste."

El segundo piso estaba medio vacío a la noche, con la mayoría de los funcionarios en casa o trabajando en las calles. Las luces de la sala de conferencias estaban encendidas. Dylan Connelly caminaba de un lado al otro adentro, obviamente contrariado. Al verlos, abrió la puerta de golpe.

"¡¿Dónde diablos han estado?!", estalló. "Quería un informe en mi escritorio a las cinco en punto. Son casi las siete. Apagaron sus walkie-talkies. Los dos," señaló. "Puedo esperar eso de ti, Black, pero no de ti, Ramírez. Nadie me llamó. Nadie contestó su teléfono. El capitán está furioso también, así que no vayan a llorarle a él. ¿Tienen idea de lo que ha estado pasando aquí? ¿Qué demonios estaban pensando?"

Ramírez levantó las palmas de las manos.

"Llamamos," dijo, "Te dejé un mensaje."

"Llamaste hace veinte minutos," estalló Dylan. "He estado llamando cada media hora desde las cuatro y media. ¿Murió alguien? ¿Estaban persiguiendo al asesino? ¿El mismísimo Dios Todopoderoso bajó del Cielo para ayudarlos con este caso? Porque esas son las únicas respuestas aceptables para su flagrante insubordinación. Debería sacarlos a ambos del caso ya mismo."

Señaló hacia la sala de conferencias.

"Métanse ahí."

Las amenazas iracundas no tenían efecto sobre Avery. La furia de Dylan era ruido de fondo que podía filtrar tranquilamente. Había aprendido esa habilidad hacía mucho tiempo, en Ohio, cuando tenía que escuchar a su padre gritarle a su madre casi todas las noches. En ese entonces, se tragaba sus lágrimas y cantaba canciones y soñaba con el día en que finalmente sería libre. Ahora, había cosas más importantes que acaparaban su atención.

El periódico de la tarde descansaba sobre la mesa.

Había una foto de Avery Black en la portada, con una expresión sobresaltada porque alguien le había metido una cámara en la cara. El titular leía "Asesinato en el Parque Lederman: ¡Abogada Defensora de Asesino Serial en el Caso!" Justo a la imagen a página completa había una fotografía más pequeña de Howard Randall, el viejo y arrugado asesino serial de las pesadillas de Avery, con lentes fondo de botella y un rostro sonriente. El título de su foto decía: "No confíes en nadie: Abogada o Policía."

"¿Has visto esto?" gruñó Connelly.

Levantó el periódico y lo tiró nuevamente.

"Estás en la primera plana! Primer día en Homicidios y eres noticia de primera plana, otra vez. ¿Te das cuenta cuán poco profesional es esto? No, no," dijo ante la expresión de Ramírez, "ni siquiera intentes hablar en este momento. Ambos metieron la pata. No sé con quién hablaron esta mañana, pero desataron una tormenta de mierda. ¿Cómo se enteró Harvard de la muerte de Cindy Jenkins? Hay un memorial en su honor en la página web de Kappa Kappa Gamma."

"¿Adivino?" dijo Avery.

"¡Vete a la mierda, Black! Estás afuera del caso. ¡¿Me escuchaste?!"

El capitán O'Malley entró suavemente a la habitación.

"Espera," se quejó Ramírez. "No puedes hacer eso. No sabes que lo que tenemos."

"No me importa lo que tengan," rugió Dylan. "No he terminado. Se pone mejor. El Alcalde llamó hace una hora. Aparentemente, solía jugar golf con el padre de Jenkins, y quería saber por qué una abogada defensora venida a menos, que sacó a un asesino serial de la cárcel, está manejando el asesinato de la hija de un amigo cercano."

"Cálmate," dijo O'Malley.

Dylan giró sobre sus talones, con la cara roja y la boca abierta. Al ver a su capitán, quien era más pequeño y tranquilo, pero parecía listo para estallar, se movió suavemente hacia atrás.

"Cualquiera sea la razón," dijo O'Malley en tono uniforme, "este caso acaba de explotar. Por lo tanto, me gustaría saber qué han estado haciendo todo el día, si te parece bien, ¿Dylan?"

Connelly murmuró algo entre dientes y se alejó.

El capitán asintió con la cabeza mirando a Avery.

"Explícate."

"Nunca le dije a nadie el nombre de la víctima," dijo Avery, "pero sí entrevisté a una chica de Kappa Kappa Gamma, la mejor amiga de Cindy Jenkins, Rachel Strauss. Debe haber atado cabos. Perdón por eso," dijo, ofreciendo una mirada genuinamente arrepentida a Dylan. "La charla casual no es mi fuerte. Estaba buscando repuestas, y las conseguí."

"Diles," exhortó Ramírez.

Avery caminó alrededor de la mesa de conferencias.

"Tenemos un asesino serial aquí."

"¡Oh, por favor!" se lamentó Dylan. "¿Cómo puede saber eso? Sólo ha estado en el caso un día. Tenemos una chica muerta. No hay forma."

"¿Puedes callarte?" gritó O'Malley.

Dylan se mordió el labio inferior.

"Este no es un asesinato común y corriente," dijo Avery. "Me lo dijo usted mismo, Capitán, y tú lo debes haber visto también," le dijo a Dylan. "Hicieron que la víctima pareciese viva. Nuestro asesino la idolatraba. No había moretones en su cuerpo, ni señales de violación, así que podemos descartar pandillas o violencia doméstica. Los forenses confirmaron que estaba drogada con un anestésico poderoso, probablemente natural, creado por el mismo asesino, extractos de flores que la habrían paralizado instantáneamente, y matado lentamente. Asumiendo que tiene las plantas en un sótano, debe necesitar luces, un sistema de riego, y alimento. Hice algunas llamadas para averiguar cómo se importan estas semillas, cómo se venden, y como puedo obtener acceso al equipo. Él también quería a la víctima viva, al menos por un rato. No estaba segura por qué, hasta que lo vimos en las cámaras de seguridad."

"¿Qué?" susurró O'Malley.

"Lo tenemos," dijo Ramírez. "No te emociones mucho. Las imágenes son granulosas y difíciles de ver, pero el secuestro en su totalidad puede ser visto desde dos cámaras distintas. Jenkins se fue de la fiesta unos minutos después de las dos y media de la mañana del domingo para ir a la casa de su novio. Vive a alrededor de cinco cuadras del apartamento de Kappa Kappa Gamma. Avery hizo el mismo camino que asumió que Jenkins tomó. Descubrió un callejón. Quién sabe qué la poseyó para hacer esto, pero siguiendo una corazonada, revisó una cámara de seguridad en una tienda de cigarrillos."

"Necesitas una orden para eso," interrumpió Dylan.

"Solo si alguien la pide," contestó Avery. "Y a veces una sonrisa amable y una conversación entretenida pueden llevar muy lejos. Esa tienda ha sido víctima de vandalismo como diez veces en el último año," continuó ella. "Recientemente instalaron una cámara afuera. Ahora, la tienda está del otro lado de la calle con respecto al callejón, y como media cuadra más abajo, pero puedes ver claramente una chica, y yo creí que era Cindy Jenkins, siendo abordada debajo de unos árboles."

"Ahí fue cuando me llamó," dijo Ramírez. "Yo pensé que estaba loca. De verdad. Vi el video y no hubiese pestañado dos veces. Black, por el contrario, me hizo llamar a los forenses e involucrar a todo el equipo en esto. Como pueden imaginarse, estaba furioso. Pero," dijo con ojos entusiasmados, "tenía razón. Hay otra cámara en el muelle de carga en la parte trasera del callejón. Le pedimos a la compañía con nos dejara ver que había en ella. Estuvieron de acuerdo y pum," dijo y abrió sus brazos a lo ancho. "Un hombre sale del callejón abrazando a nuestra víctima. Mismo vestido. Mismos zapatos. Es de constitución delgada, más bajo que Cindy, y está bailando. De verdad estaba abrazándola y bailando. Ella estaba claramente drogada. Arrastrando los pies y todo. En un momento, él incluso mira a la cámara. Ese enfermo nos estaba haciendo burlas. La pone en el asiento delantero de una camioneta y se aleja conduciendo como si no fuese nada. El auto es un Chrysler, azul oscuro."

"¿Matrícula?" preguntó Dylan.

"Es falsa. Ya la busqué en el sistema. Debe haber puesto una placa ficticia. Estoy compilando una lista de todas las camionetas Chrysler de ese color vendidos en los últimos cinco años en un radio de cinco condados. Llevará un tiempo, pero tal vez podamos reducir la lista con más información. También debe haber usado un disfraz. Apenas se le veía el rostro. Tenía bigote, posiblemente peluca, anteojos. Todo lo que podemos medir es la estatura, como un metro sesenta y cinco, un metro setenta, y tal vez el color de piel: blanco."

"¿Dónde están las cintas?" preguntó O'Malley.

"Abajo con Sarah," respondió Avery. "Dijo que tal vez le llevaría un rato, pero iba a intentar tener un bosquejo del asesino basado en lo que ve para mañana. Una vez que tengamos reconocimiento facial, podemos compararlo con nuestros sospechosos y pasarlo por la base de datos a ver qué surge."

"¿Dónde están Jones y Thompson?" preguntó Dylan.

"Espero que todavía estén trabajando," dijo Avery. "Thompson está a cargo de la vigilancia del parque. Jones está tratando de rastrear el auto desde el callejón."

"Cuando nos fuimos," agregó Ramírez, "Jones había encontrado al menos seis cámaras distintas en un radio de diez cuadras desde el callejón que podrían ser de ayuda."

"Incluso si perdemos el auto", dijo Avery, "al menos podemos limitar la dirección. Sabemos que giró al norte desde el callejón. Eso, unido a cualquier cosa que encuentre Thompson en el parque, y podremos triangular un área e ir casa por casa si es necesario."

"¿Y qué hay de los forenses?" preguntó O'Malley.

"Nada en el callejón," dijo Avery.

"¿Eso es todo?"

"También tenemos algunos sospechosos. Cindy estuvo en una fiesta la noche de su secuestro. Un tipo llamado George Fine estuvo allí. Aparentemente ha estado siguiendo a Cindy durante años: toma las mismas clases que ella, se la encuentra casualmente en eventos. Besó a Cindy por primera vez, bailó con ella toda la noche."

"¿Has hablado con él?"

"Aún no," dijo, y miró directamente a Dylan. "Quería tu aprobación antes de empezar una búsqueda exhaustiva en la Universidad de Harvard."

"Menos mal que tienes algún sentido del protocolo," gruñó Dylan.

"También está el novio," agregó dirigiéndose a O'Malley. "Winston Graves. Se suponía que Cindy fuese a su casa esa noche. Nunca apareció."

"Así que tenemos dos potenciales sospechosos, imágenes de los eventos, y un auto que rastrear. Estoy impresionado. ¿Y la motivación? ¿Has pensado en eso ya?"

Avery esquivó la mirada.

Las imágenes que había visto, y la posición y manejo de la víctima, todo indicaba a un hombre que amaba su trabajo. Lo había hecho antes y lo haría de nuevo. Su motivación debía tener que ver con sentirse poderoso, ya que le preocupaba muy poco la policía. La reverencia a la cámara del callejón le hizo saber eso. Eso requería valor, o estupidez, y nada en la forma en que se deshizo del cadáver o el secuestro indicaban falta de juicio.

"Está jugando con nosotros," dijo ella. "Le gusta lo que hace, y quiere hacerlo de nuevo. Yo diría que tiene algún tipo de plan. Esto no ha terminado."

Dylan resopló y sacudió la cabeza.

"Ridículo," dijo.

"De acuerdo," dijo O'Malley. "Avery, tienes permiso para hablar con tus sospechosos mañana. Dylan, contacta a Harvard y avísales. Yo llamaré al jefe esta noche y le diré lo que tenemos. También veré si puedo conseguir algunas órdenes amplias para las cámaras. Mantengamos a Thompson y Jones preparados. Dan, sé que has estado trabajando todo el día. Una cosa más y terminas por esta noche. Consigue las direcciones de esos dos chicos de Harvard si es que todavía no las tienes. Pasa por allí de camino a tu casa. Asegúrate de que están bien arropados. No quiero que nadie se escape."

"Yo puedo hacer eso," dijo Ramírez.

"De acuerdo." O'Malley aplaudió. "Pónganse en marcha. Buen trabajo ustedes dos. Pueden estar orgullosos. Avery and Dylan, esperen afuera un minuto."

Ramírez señaló a Avery.

"¿Quieres que pase a buscarte por la mañana? ¿A las ocho? ¿Vamos juntos?"

"Claro."

"Le preguntaré a Sarah por el bosquejo. Tal vez ya tendrá algo."

La repentina disposición de un compañero a ayudar, por su cuenta y sin tener que empujarlo, era nueva para Avery. Todos los demás con los que había formado equipo desde el momento en que se unió a la policía habían querido dejarla muerta en alguna cuneta.

"Suena bien," dijo.

Una vez que Ramírez se hubo marchado, O'Malley hizo a Dylan sentarse de un lado de la mesa de conferencias y a Avery del otro.

"Escuchen bien ustedes dos," dijo en una voz calmada pero firme. "El jefe me llamó hoy y me dijo que quería saber que estaba pensando al darle este caso a una conocida y caída en desgracia ex-abogada defensora de criminales. Avery, le dije que eras la policía indicada para este trabajo y mantengo mi decisión. Tu trabajo hoy prueba que estaba en lo cierto. Sin embargo, son casi las siete y media y aún sigo aquí. Tengo una esposa y tres hijos esperándome en casa y quiero desesperadamente llegar y verlos y olvidarme de este miserable lugar por un rato. Obviamente, ninguno de ustedes comparte mis preocupaciones entonces tal vez no entienden lo que digo."

Ella le devolvió la mirada, pensativa.

"¡Llévense bien y dejen de molestarme con sus estupideces!", estalló.

Un tenso silencio cubrió la habitación.

"¡Dylan, empieza a comportarte como un supervisor! No me llames con cada detalle llorón. Aprende a manejar a tu gente tú solo. Y tú," le dijo a Avery, "más te vale que dejes el acto de humor excéntrico y la actitud esa de 'no me importa una mierda' y empieces a actuar de una vez por todas como que te importa, porque sé que te importa." Le sostuvo la mirada por un largo rato. "Dylan y yo hemos estado esperándote durante horas. ¿Quieres apagar tu radio? ¿No contestar teléfonos? ¿Tal vez te ayuda a pensar? Bien por ti. Pues hazlo. Pero cuando te llama un superior, le devuelves la llamada. La próxima vez que suceda, quedas fuera del caso. ¿Entendido?"

Avery asintió, sintiéndose humillada.

"Entendido," dijo ella.

"De acuerdo." asintió Dylan.

"Bien," dijo O'Malley.

Se enderezó y sonrió.

"Ahora, debí haber hecho antes pero no hay mejor momento que el presente. Avery Black, quiero que conozcas a Dylan Connelly, padre de dos niños, divorciado. Su esposa lo dejó hace dos años porque nunca iba a casa y bebía demasiado. Ahora viven en Maine y nunca puede ver a los niños, entonces está de mal humor todo el tiempo."

Dylan se puso tenso y estuvo a punto de hablar, pero no dijo nada.

"¿Y Dylan? Te presento a Avery Black, ex-abogada defensora criminal que metió la pata y dejó salir a las calles de Boston al peor asesino serial del mundo, un hombre que volvió a matar y destruyó su vida. Dejó atrás un trabajo multimillonario, un ex esposo, y un niño que apenas le dirige la palabra. Y, como tú, acostumbra ahogar sus penas en el trabajo y el alcohol. ¿Lo ven? Tienen mucho más en común de lo que creen."

Se puso completamente serio.

"No me avergüencen de nuevo, o quedarán ambos fuera del caso."

CAPÍTULO OCHO

Una vez que quedaron solos en la sala de conferencias, Avery y Dylan se sentaron uno frente al otro en absoluto silencio por unos momentos. Ninguno de los dos se movía. Él tenía la cabeza gacha. Una mueca se dibujó en su rostro y parecía estar meditando sobre algo. Por primera vez, Avery sintió compasión por él.

"Sé cómo se siente," empezó a decir.

Dylan se puso de pie tan rápida y rígidamente que su silla se deslizó y dio contra la pared.

"No creas que esto cambia nada," dijo. "Tú y yo no nos parecemos en nada."

Aunque su amenazante lenguaje corporal emanaba ira y distancia, sus ojos decía algo diferente. Avery estaba segura que él estaba a punto de tener una crisis nerviosa. Algo que el capitán había dicho lo había afectado, de la misma manera en que la había afectado a ella. Los dos estaban dañados, solitarios. Solos.

"Mira," ofreció ella, "Sólo pensé."

Dylan le dio la espalda y abrió la puerta. Su perfil al salir de la habitación confirmó sus miedos: había lágrimas en sus ojos inyectados en sangre.

"Maldición," susurró.

Las noches eran lo peor para Avery. Ya no tenía un grupo fijo de amigos, ningún pasatiempo además de su trabajo, y estaba tan cansada que no se imaginaba haciendo nada más. Sola en la gran mesa de color claro, dejó caer su cabeza y temió lo que vendría a continuación.

La salida de la oficina fue igual que todos los días, sólo que había algo distinto en el aire, y muchos policías estaban más envalentonados por su primera plana.

"Oye, Black," dijo alguien señalando a la foto de portada. "Linda cara."

Otro oficial golpeó los dedos sobre la imagen de Howard Randall.

"Esta historia dice que ustedes eran muy cercano, Black. ¿Te gusta la gerontofilia? ¿Sabes lo que significa eso? Significa tirarse a los viejos."

"Ustedes son graciosísimos." Sonrió e hizo un gesto como si sus dedos fuesen pistolas.

"Vete a la mierda, Black."

* * *

Un BMW blanco estaba aparcado en la cochera; cinco años de antigüedad, sucio y gastado. Avery lo había comprado en la cúspide de su éxito como abogada defensora.

¿Qué estabas pensando?, pensó. ¿Por qué alguien compraría un auto blanco?

Éxito, recordó. El BMW blanco había sido brillante y ostentoso, y ella quería que todos supieran que era la mejor. Ahora, era un recordatorio de su vida fallida.

El apartamento de Avery se encontraba en la calle Bolton, en la zona sur de Boston. Tenía un pequeño apartamento de dos habitaciones en el segundo piso de un edificio de dos pisos. El lugar había sido un descenso desde su antiguo penthouse en un piso alto, pero era espacioso y limpio, con una linda terraza donde podía sentarse y relajarse luego de un duro día de trabajo.

La sala de estar era un espacio abierto con alfombras desgastadas de color marrón. La cocina estaba a la derecha de la puerta principal, y separada del resto de la habitación mediante dos grandes islas. No había plantas ni animales. Una exposición desde el norte aseguraba que el apartamento estuviese habitualmente oscuro. Avery tiró sus llaves sobre la mesa y se desprendió del resto de sus pertenencias: arma, arnés de hombro, walkie-talkie, placa, cinturón, teléfono, y billetera. De desvistió de camino a la ducha.

Luego de un largo baño de inmersión para procesar los eventos del día, se puso una bata, tomó una cerveza del refrigerador, luego su teléfono, y se dirigió a la terraza.

Casi veinte llamadas perdidas aparecieron en su celular, junto con diez nuevos mensajes. La mayoría eran de Connelly y O'Malley. Había muchos gritos.

A veces Avery era tan resuelta y determinada que se negaba a atender a nadie que no fuese esencial para su tarea, especialmente cuando las piezas no habían sido colocadas en su sitio aún; hoy había sido uno de esos días.

Se desplazó hacia abajo hasta los últimos números marcados, y todas las personas que la habían llamado en el último mes. Ni una de esas llamadas era de su hija, o de su ex-marido.

De repente, los extrañó a ambos.

Marcó los números.

El teléfono sonó.

Un mensaje contestó: "Hola, habla Rose. No puedo atender tu llamada en este momento, pero si dejas un mensaje, tu nombre y número, te responderé en cuanto pueda. Muchas gracias." Bip.

Avery colgó.

Entretuvo la idea de llamar a Jack, su ex. Era un buen hombre, su novio de la universidad con un corazón de oro: una persona realmente decente. Habían tenido un acalorado romance cuando ella tenía dieciocho años, y ella, con su ego enfermiza persiguiendo su trabajo soñado, había arruinado todo.

Durante años había culpado a otros por su separación, y por la ruptura con su hija: a Howard Randall por sus mentiras, a su antiguo jefe, al dinero, al poder, y a todas esas personas que tenía que entretener y seducir constantemente para mantenerse un paso adelante de la verdad: Poco a poco, sus clientes se volvían menos confiables, y ella igualmente quería seguir, ignorar la verdad, manipular a la justicia de una u otra manera, simplemente para ganar. Sólo un caso más, a menudo se decía a sí misma. La próxima vez, defenderé a alguien realmente inocente y limpiaré mi nombre.

Howard Randall había sido ese caso.

Soy inocente, había gemido en la primera reunión. Estas estudiantes son mi vida. ¿Por qué las lastimaría?

Avery le había creído, y por primera vez en mucho tiempo, había comenzado a creer en sí misma. Randall era un profesor de psicología de la universidad de Harvard mundialmente reconocido, en sus sesenta, sin motivación y sin ningún historial conocido de sus trastornadas creencias personales. Más que eso, parecía débil y dañado, y Avery siempre había querido defender a los débiles.

Cuando logró liberarlo, fue el momento más destacado de su carrera, el punto culminante, eso fue hasta que deliberadamente volvió a matar para exponerla como fraude.

Todo lo que quería saber Avery era: ¿por qué?

¿Por qué lo hiciste? le preguntó una vez por teléfono. ¿Por qué mentir y tenderme una trampa, sólo para terminar yendo a prisión por el resto de tu vida?

Porqué sabía que podías ser salvada, respondió Howard.

Salvada, pensó Avery.

¿Es ésta la salvación? se preguntó mirando a su alrededor. ¿Aquí? ¿Ahora? ¿Sin amigos? ¿Sin familia? ¿Una cerveza en la mano y una nueva vida cazando asesinos para compensar por mi pasado? Tomó un sorbo de su bebida y sacudió la cabeza. No, ésta no es la salvación. Al menos no todavía.

Sus pensamientos se volvieron hacia el asesino.

Se había comenzado a formar una imagen de él en su mente: tranquilo, solitario, desesperado por atención, especialista en hierbas y cadáveres. Descartó que fuese alcohólico o drogadicto. Era demasiado cuidadoso. La camioneta apuntaba a una familia, pero sus acciones parecían indicar que una familia era lo que él quería, no lo que tenía.

Con la mente dándole vueltas con pensamientos e imágenes, Avery tomó dos cervezas más antes de quedarse dormida de repente en su cómoda silla de exterior.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
241 s. 2 illüstrasyon
ISBN:
9781640291027
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