Kitabı oku: «La cara de la muerte», sayfa 3

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CAPÍTULO CUATRO

La gasolinera estaba perturbadoramente tranquila cuando Zoe llegó sola a la escena del crimen. Había cinta por todas partes, reteniendo a los posibles espectadores, y un solo oficial asignado a la puerta principal para vigilar a los adolescentes rebeldes.

–Buenos días ―dijo Zoe, mostrando su placa―. Voy a echar un vistazo.

El hombre asintió con la cabeza, aunque ella no precisaba que lo hiciera, y pasó junto a él, agachándose bajo la cinta para entrar.

Shelley había encontrado la mejor manera de desplegar las habilidades únicas y particulares de ambas. Sin discusión previa, había sugerido que ella misma iría a entrevistar a la familia, mientras que Zoe iría a la escena del último asesinato después dejar a Shelley en la casa de la familia. Parecía sensato. Zoe podría encontrar los patrones aquí, y Shelley sabría cómo leer las emociones y mentiras en la gente. Zoe tenía que aceptarlo.

Así que había estado de acuerdo, solamente aparentando estar a cargo. Este arreglo parecía apropiado gracias a la naturaleza cálida de Shelley y la poca importancia que le daba Zoe a apegarse a la estructura de mando, siempre y cuando el caso se resolviera. Shelley parecía hacerlo casi disculpándose, demostrando que estaba muy al tanto de los límites que estaba sobrepasando al decretar algo así.

Zoe se detuvo un momento en la puerta de la gasolinera, sabiendo que las cosas deberían haber empezado allí. Había marcas débiles en el suelo, huellas marcadas por pequeñas banderas y triángulos de plástico. La víctima, la mujer mayor con zapatos cómodos y una zancada corta, era quién había pasado primero. Esta gasolinera estaba tan aislada que no podía tener más que unos pocos clientes ese día, y las marcas mostraban claramente un movimiento extraño a sólo unos pasos de la puerta.

La mujer había sido seguida, aunque quizás no lo sabía. Los números aparecieron ante los ojos de Zoe, diciéndole todo lo que necesitaba saber: la distancia entre ellos indicaba una zancada sin prisa. No había otros pasos que indicaran si el autor había venido del interior de la gasolinera o de algún lugar del estacionamiento. La mujer había caminado con calma, a un ritmo constante, hacia la esquina. Allí había un desorden, pero Zoe le pasó al lado, viendo que los pasos continuaban y sabiendo que eventualmente volverían.

Luego, los pasos continuaron a un ritmo ligeramente más rápido. ¿Era la mujer consciente ahora de que la seguían?

Aquí se habían detenido, justo al lado de unos pocos caramelos dispersos que llenaban el suelo, tal vez de una entrega donde uno se había roto o de un niño torpe. La mujer había girado allí para mirar al hombre, antes de seguir su camino y apurarse hacia una puerta en la parte trasera del edificio.

Todavía había una llave colgando de la cerradura que se balanceaba ligeramente de vez en cuando con la brisa. Allí el suelo estaba ligeramente raspado, era donde la víctima se había parado para girar la llave en la cerradura y luego se fue corriendo.

Sus pasos en retirada mostraban una zancada mucho más larga, un paso más rápido. Casi había estado corriendo, tratando de escapar y volver a la tienda. ¿Tenía miedo? ¿Tenía frío en la oscuridad? ¿Sólo quería volver a su mostrador?

El hombre la había seguido. No inmediatamente; había una hendidura aquí, un raspón de tierra levantada en el borde de una huella de un talón donde se había girado lentamente para mirarla. Luego la había perseguido con lo que probablemente era un paso fácil y ligero, acercándose directamente a ella, cortando su camino para alcanzarla en la esquina.

Ahora llegó nuevamente al desorden. Zoe se puso en cuclillas sobre sus talones, examinándolo más de cerca. El suelo estaba profundamente alterado aquí, las marcas de raspones dejaban ver claramente donde la víctima había pateado para intentar conseguir unos segundos más. Lo más visible era la huella más pesada de los zapatos del hombre, donde él debe haberla levantado un poco para estrangularla con su propio peso.

El cuerpo ya había sido retirado, pero la sangre hablaba por sí misma.

Debió haber sido rápido; ella no pudo luchar por mucho tiempo.

Zoe se asomó para ver más de cerca las huellas del culpable masculino. Lo que era interesante era su apariencia. Ella había podido distinguir un patrón débil en las marcas dejadas por la víctima, lo suficiente como para darle una idea de la marca y el estilo cómodo del zapato, pero sus huellas eran sólo un contorno vago, una impresión de un talón en su mayor parte.

Zoe volvió sobre sus propios pasos, comprobando a medida que avanzaba. Sólo había dos lugares donde podía distinguir los pasos del asesino: cerca de la puerta, donde había esperado, y aquí, en el momento de la muerte. En ambos casos, todas las marcas de identificación, incluyendo el largo y el ancho del zapato, habían sido borradas.

En otras palabras, él había limpiado sus huellas.

–¿No quedaba ninguna evidencia física aparte del cuerpo? ―le preguntó Zoe al guardia, que aún no se había movido de su posición junto a la puerta.

Tenía los pulgares enganchados en las trabillas del cinturón, los ojos entrecerrados mirando en ambas direcciones del camino.

–No, señora ―dijo.

–¿No hay folículos capilares? ¿Huellas de neumáticos?

–Nada que podamos adjudicar al agresor. Parece que borró todas las huellas de neumáticos del estacionamiento, no sólo las suyas.

Zoe se mordió el labio inferior mientras pensaba. Él podría estar eligiendo sus víctimas al azar, pero estaba lejos de ser solo un loco. Shelley lo había dicho, él tenía el control. Más que eso, era paciente y meticuloso. Incluso los asesinos que planificaban sus ataques no solían ser tan buenos.

El tono de llamada de Zoe retumbó en la tranquilidad del camino vacío, haciendo que el guardia se sobresaltara.

–Agente Especial Prime ―respondió ella automáticamente, sin siquiera mirar en la pantalla quien la llamaba.

–Z, tengo una pista. Un exesposo maltratador ―dijo Shelley. Ella no se andaba con rodeos. Su tono era apresurado, excitado. Era la emoción de la primera pista. ―Parece que el divorcio estaba a punto de terminar. ¿Quieres venir a recogerme y vamos a investigar eso?

–No hay mucho que ver aquí ―respondió Zoe. No tenía sentido que ambas investigaran la escena, si había otras pistas que seguir. Además, tenía la sensación de que Shelley no quería ver el lugar donde una mujer había perdido la vida. Todavía estaba un poco verde en muchos sentidos. ―Te pasaré a buscar en veinte minutos.

***

―¿Dónde estuvo anoche? ―presionó Shelley, inclinándose para que el tipo sintiera que era su pequeño secreto.

–Estaba en un bar ―gruñó él―. Se llama Lucky's, está en el lado este de la ciudad.

Zoe apenas estaba escuchando. Ella sabía desde el momento en que entraron que este no era su asesino. Quizás al exmarido le gustaba que su autoridad tuviera peso cuando se casaron, pero ese era exactamente el problema: su peso. Era al menos 45 kilos más pesado de lo que debería ser para dejar esas huellas, y además era demasiado bajo. Tenía la altura necesaria para someter a su esposa, una mujer más pequeña que sin duda había sufrido a causa de sus puños muchas veces. Podía adivinar que él medía aproximadamente un metro sesenta y ocho o setenta. Y no era lo suficiente para levantarla así.

–¿Alguien puede verificar que usted estuvo allí? ―preguntó Shelley.

Zoe quería detenerla, evitar más pérdidas de tiempo. Pero no dijo nada. No quería tratar de explicar algo que era tan obvio para ella como que el cielo era azul.

–Estaba inconsciente ―dijo, lanzando su mano al aire en un gesto de frustración―. Revisa las cámaras. Pregúntale al barman. Me echó de allí mucho después de la medianoche.

–¿El barman tiene un nombre? ―preguntó Zoe, sacando una libreta para tomar nota. Al menos sería algo que podrían verificar fácilmente. Anotó lo que él le dijo.

–¿Cuándo fue la última vez que vio a su exmujer? ―preguntó Shelley.

Él se encogió de hombros, sus ojos se movieron de lado a lado mientras pensaba.

–No lo sé. La perra siempre se interponía en mi camino ―dijo―. Supongo que hace unos meses. Se estaba poniendo muy nerviosa por la pensión alimenticia. No le hice algunos pagos.

Shelley estaba visiblemente enfadada por la forma en la que hablaba. Había algunas emociones que a Zoe le resultaban difíciles de leer, cosas esquivas que no sabía nombrar o que venían de fuentes con las que no se podía identificar. Pero la ira era fácil. La ira podría ser una luz roja intermitente, y eso era lo que estaba demostrando la expresión de Shelley en ese momento.

–¿Considera que todas las mujeres son una molestia, o sólo las que se divorcian de usted después de un maltrato violento?

Los ojos del hombre prácticamente se le salieron de la cabeza.

–Oye, mira, no puedes…

–Usted tiene antecedentes de maltrato contra Linda, ¿no? ―Shelley lo interrumpió antes de que pudiera terminar―. Vimos en su historial que ha sido arrestado por varias quejas de violencia doméstica. Parece que tenía el hábito de golpearla hasta dejarla con moretones.

–Yo… ―dijo el hombre sacudiendo la cabeza, como si tratara de despejarla―. Nunca la lastimé de esa manera. Nunca fue tanto. No la mataría.

–¿Por qué no? Seguramente quería librarse de esos pagos de pensión alimenticia ―presionó Shelley.

Zoe se puso tensa, sus manos se cerraron en puños. Si pasaba más tiempo ella iba a tener que intervenir. Shelley se dejaba llevar, su voz subía de tono y volumen al mismo tiempo.

–No los he estado pagando de todas formas ―señaló. Sus brazos estaban cruzados a la defensiva sobre su pecho.

–Así que, tal vez sólo perdió el control una última vez, ¿es eso? ¿Quería hacerle daño, y fue más lejos que nunca?

–¡Detente! ―gritó él perdiendo la compostura. Puso sus manos sobre su cara inesperadamente, y las dejó caer para revelar la lágrimas que habían escapado de sus ojos hacia sus mejillas. ―Dejé de pagar la pensión alimenticia para que viniera a verme. La extrañaba, ¿de acuerdo? La perra tenía un poder sobre mí. Salgo y me emborracho todas las noches porque estoy solo. ¿Es eso lo que quieren oír? ¿Es eso?

Ya habían terminado aquí, eso estaba claro. Aun así, Shelley le agradeció al hombre con fuerza y le entregó una tarjeta, pidiéndole que las llamara si se le ocurría algo más. Zoe pensó en las cosas que podría haber resuelto antes si eso funcionara. La mayoría de la gente nunca llamaba a Zoe.

En esta ocasión, también dudaba mucho que Shelley recibiera una llamada.

Shelley respiró hondo mientras se alejaban.

–Un camino sin salida. Yo me creo su historia. ¿Qué crees que deberíamos hacer ahora?

–Me gustaría ver el cuerpo ―respondió Zoe―. Si hay más pistas que encontrar, están en la víctima.

CAPÍTULO CINCO

La oficina del forense era un tosco edificio al lado de la comisaría, junto con casi todo lo demás en esta pequeña ciudad. Sólo había una carretera que pasaba por aquí, las tiendas y una pequeña escuela primaria y todo lo que un pueblo necesitaba para sobrevivir estaba situado a la izquierda o a la derecha.

Esto incomodaba a Zoe. Se parecía demasiado a su ciudad natal.

El forense las esperaba abajo, la víctima ya estaba tendida sobre la mesa proporcionando una imagen espeluznante. El hombre, un anciano a pocos años de jubilarse con un ligero sobrepeso, comenzó una larga y sinuosa explicación de sus hallazgos, pero Zoe no lo escuchaba.

Podía ver las cosas que él les decía expuestas ante ella. La herida del cuello le dijo el calibre exacto del alambre que buscaban. La mujer pesaba un poco más de 77 kilos a pesar de su pequeña estatura, aunque una buena cantidad de eso había salido a borbotones junto con casi tres litros de su sangre.

El ángulo de la incisión y la fuerza aplicada sobre ella le decían dos cosas. Primero, que el asesino medía entre un metro ochenta y un metro ochenta y cinco de altura. Segundo, que el asesino no dependía de la fuerza para cometer los crímenes. El peso de la víctima no se mantuvo en el cable por mucho tiempo. Cuando se desplomó, la dejó caer. Eso, combinado con la elección del alambre como su primera elección de arma, probablemente significaba que no era muy fuerte.

Que no fuera muy fuerte combinado con una altura promedio, probablemente significaba que no era ni musculoso ni pesado. Si lo hubiera sido, su propio peso corporal habría servido de contrapeso. Eso significaba que probablemente tenía una complexión delgada, bastante parecida a lo que uno normalmente se imagina cuando se piensa en un hombre promedio, de estatura promedio.

Sólo había una cosa que no era promedio, y eso era su acto de asesinato.

En cuanto al resto, no había mucho que decir. Su color de pelo, su nombre, de qué ciudad venía, por qué hacía esto, nada de eso estaba escrito en la envoltorio vacío y abandonado de la cosa que solía ser una mujer delante de ellos.

–Así que, lo que podemos decir de esto ―decía el forense lentamente, con su voz quejumbrosa y pesada―. Es que el asesino era probablemente de la estatura promedio masculina, tal vez entre un metro setenta y cinco y un metro ochenta y cinco.

Zoe sólo se contuvo de sacudir la cabeza. Esa fue una estimación demasiado amplia.

–¿La familia de la víctima se ha puesto en contacto? ―preguntó Shelley.

–No desde que el exmarido vino a identificarla ―dijo el forense se encogiéndose de hombros.

Shelley agarró un pequeño colgante que estaba sobre su cuello, tirando de él hacia atrás y adelante en una delgada cadena de oro.

–Eso es muy triste ―suspiró―. Pobre Linda. Se merecía algo mejor que esto.

–¿Qué impresión te dieron cuando los entrevistaste? ―preguntó Zoe. Cualquier pista era una pista, aunque ya estaba firmemente convencida de que la selección de Linda como víctima no era más que el acto aleatorio de un extraño.

Shelley se encogió de hombros impotente.

–Estaban sorprendidos por la noticia. No estaban desconsolada. No creo que fueran muy unidos.

Zoe intentó no preguntarse quién se preocuparía por ella o vendría a ver su cuerpo si moría, y reemplazó ese pensamiento en su lugar con la frustración. Ese sentimiento vino rápidamente. Este era otro callejón sin salida, literalmente. Linda no tenía más secretos que contarles.

Estar de pie por aquí compadeciéndose de los muertos era agradable, pero no las acercaba a las respuestas que buscaban.

Zoe cerró los ojos momentáneamente y se dio la vuelta hacia el otro lado de la habitación y se dirigió a la puerta por la que habían entrado. Necesitaban estar activas, pero Shelley seguía conversando con el forense en un tono bajo y respetuoso, discutiendo quién había sido la mujer en vida.

Nada de eso importaba. ¿Shelley no se daba cuenta de eso? La causa de la muerte de Linda fue muy simple: había estado sola en una gasolinera aislada cuando el asesino llegó. No había nada más que destacar sobre su vida.

Shelley pareció captar el deseo de Zoe de irse, se puso a su lado y educadamente se distanció del forense.

–¿Qué deberíamos hacer ahora? ―le preguntó.

Zoe deseaba poder saber que responder a esa pregunta, pero no lo sabía. Sólo quedaba una cosa por hacer en este punto, y no era la acción directa que ella quería.

–Crearemos un perfil del asesino ―dijo Zoe―. Enviemos un mensaje a los estados vecinos para advertirle a las fuerzas del orden locales que estén alerta. Luego revisaremos los archivos de los asesinatos anteriores.

Shelley asintió con la cabeza, siguiendo los pasos de Zoe mientras se dirigía a la puerta. No era que tuvieran un lugar a donde ir.

Al subir las escaleras y salir por las puertas de la oficina, Zoe miró a su alrededor y volvió a ver la línea del horizonte, fácilmente visible más allá de la pequeñas residencias e instalaciones que componían la ciudad. Suspiró, cruzando los brazos sobre su pecho y girando su cabeza hacia la comisaría y hacia donde se dirigían. Cuanto menos tiempo pasara mirando este lugar, mejor.

–No te gusta este pueblito, ¿verdad? ―le preguntó Shelley a su lado.

Zoe se sintió sorprendida por un momento, pero sin embargo, Shelley ya había demostrado ser perspicaz y estar en sintonía con las emociones de los demás. A decir verdad, Zoe probablemente estaba siendo transparente. No podía quitarse de encima el mal humor que se apoderaba de ella cuando terminaba en un lugar así.

–No me gustan los pueblos pequeños en general―dijo.

–¿Eres una chica de ciudad? ―preguntó Shelley.

Zoe reprimió un suspiro. Esto era lo que pasaba cuando tenías compañeros, siempre querían conocerte. Desenterrar todas las pequeñas piezas del rompecabezas que era tu pasado, y unirlas hasta que encajaran de una manera que les conviniera.

–Me recuerdan al lugar donde crecí ―dijo Zoe.

Shelley asintió, como si la captara y entendiera. Ella no la había captado. Zoe lo sabía con certeza.

Hubo una pausa en su conversación al pasar por las puertas de la comisaría, dirigiéndose a una pequeña sala de reuniones que los agentes locales les habían permitido usar para su base de operaciones. Viendo que estaban solas allí, Zoe colocó una nueva pila de papeles sobre la mesa y comenzó a extender el informe del forense junto con fotografías y algunos otros informes de los oficiales que habían llegado primero a la escena.

–¿No tuviste una gran infancia? ―preguntó Shelley.

Quizás ella podía captar más de lo que Zoe creía.

Tal vez no debería haberse sorprendido. ¿Por qué no debería Shelley ser capaz de leer las emociones y pensamientos de la misma manera que Zoe podía leer ángulos, medidas y patrones?

–No fue la mejor ―dijo Zoe, quitándose el pelo de los ojos y concentrándose en los papeles. ―Y no fue lo peor. Sobreviví.

Había un eco en su cabeza, un grito que le llegó a través del tiempo y la distancia. «Niña diabólica. Fenómeno de la naturaleza. ¡Mira lo que nos has hecho hacer!». Zoe lo bloqueó, ignorando el recuerdo de un día encerrada en su habitación como castigo por sus pecados, ignorando la larga y dura soledad del aislamiento de niña.

Shelley se movió rápidamente frente a ella, extendiendo algunas de las fotografías que ya tenían, y luego levantando los archivos de los otros casos.

–No tenemos que hablar de ello ―dijo ella, en voz baja―. Lo siento. No me conoces todavía.

Eso era inquietante, aunque fuera en un futuro lejano, implicaba un tiempo en el que se esperaría que Zoe confiara lo suficiente en ella. Tiempo en el que sería capaz de revelar todos los secretos encerrados en su interior desde que era una niña. Lo que Shelley no sabía, lo que no podía adivinar por su ligera investigación, era que Zoe no le contaría a nadie lo que había vivido en su infancia.

Excepto tal vez a esa terapeuta que la Dra. Applewhite había estado tratando de que viera.

Zoe ignoró todo para sonreírle a su compañera y asentir con la cabeza, y luego tomó uno de los archivos.

–Deberíamos revisar los casos anteriores. Yo leeré este, y tú puedes leer el otro.

Shelley se sentó en una silla en el lado opuesto de la mesa, mirando las imágenes del primer archivo mientras las extendía por la mesa, mientras masticaba una de sus uñas. Zoe apartó la mirada y se centró en las páginas que tenía delante.

–La primera víctima, asesinada en un estacionamiento vacío fuera de un restaurante que había cerrado media hora antes ―Zoe leyó en voz alta, resumiendo el contenido del informe―. Era una camarera del lugar, madre de dos hijos sin educación universitaria que aparentemente se había quedado en la misma ciudad toda su vida. No había signos de evidencia forense de valor en la escena; la metodología es la misma, la muerte por el alambre filoso y luego el cuidadoso barrido de las huellas y marcas.

–De nuevo no hay nada que nos ayude a localizarlo ―suspiró Shelley.

–Ella se había quedado cerrando el lugar después de limpiar y se dirigía a su casa después de un largo turno. Se dieron cuenta cuando no llegó a casa como de costumbre ―Zoe pasó a la siguiente página, escaneando el contenido para buscar algo de valor. ―Su marido fue el que la encontró. Salió a buscarla después de que no contestara el teléfono. Hay una gran posibilidad de que contaminara la evidencia al agarrar el cuerpo de su esposa cuando lo descubrió.

Zoe miró hacia arriba, satisfecha de que este caso estaba tan vacío de pistas como el otro. Shelley seguía concentrada, jugando con el colgante de su cadena de nuevo. Lo tapaban su pulgar y su dedo, era lo suficientemente pequeño como para desaparecer completamente detrás de ellos.

–¿Eso es una cruz? ―preguntó Zoe, cuando su nueva compañera finalmente levantó la mirada. Pensó que era un tema de conversación. Era algo bastante natural hablar sobre las joyas que usaba habitualmente su compañera. ¿Verdad?

Shelley miró su pecho, como si no se hubiera dado cuenta de lo que hacían sus manos.

–Oh, ¿esto? No. Fue un regalo de mi abuela. ―dijo y alejó sus dedos, sosteniéndolos para que Zoe pudiera ver el colgante de oro en forma de flecha, con un pequeño diamante en la cabeza puntiaguda. ―Por suerte mi abuelo tenía buen gusto para los regalos. Solía ser suyo.

–Oh ―dijo Zoe sintiendo un poco de alivio. No se había dado cuenta de lo tensa que estaba desde que había notado que Shelley sacaba el colgante y jugaba con él. ―¿Una flecha para el verdadero amor?

–Eso es ―sonrió Shelley. Luego frunció el ceño ligeramente, obviamente había captado el cambio de humor de Zoe. ―¿Te preocupaba que fuera demasiado religiosa o algo así?

Zoe aclaró un poco su garganta. Apenas se había dado cuenta de que esa era la razón por la que lo había preguntado. Pero por supuesto que lo era. Hacía mucho tiempo que no era esa niña tímida con una madre demasiado celosa y temerosa de Dios, pero aun así era muy precavida con la gente que consideraba que la iglesia era lo más importante de sus vidas.

–Sólo tenía curiosidad ―dijo Zoe, pero su voz se notaba tensa y lo sabía.

Shelley frunció el ceño, inclinándose para recoger el siguiente archivo de la mesa.

–Sabes que vamos a tener que pasar mucho tiempo trabajando juntas si seguimos siendo compañeras ―dijo ella―. Tal vez sea más fácil si no nos ocultamos cosas la una a la otra. No tienes que decirme por qué te preocupas por eso, pero apreciaría la honestidad.

Zoe tragó saliva, mirando el archivo que ya había terminado de leer. Reunió su orgullo, cerrando los ojos momentáneamente para apagar la voz que le decía que «no, que los archivos no eran iguales, que uno era aproximadamente cinco milímetros más grueso». Y miró a Shelley a los ojos.

–No tengo una buena historia con ella ―dijo ella.

–¿Con la religión, o la honestidad? ―preguntó Shelley con una sonrisa juguetona, abriendo su archivo. Después de un momento, durante el cual Zoe luchó tratando de saber qué responder, Shelley añadió: ―Era una broma.

Zoe le sonrío débilmente.

Entonces volvió a prestarle atención al nuevo archivo del caso y comenzó a examinar las fotografías de la escena del crimen, sabiendo que esto era lo único que le quitaría la sensación de ardor que recorría sus mejillas y cuello y la incomodidad de la habitación.

–La segunda víctima es otra versión de la misma historia ―dijo Shelley, sacudiendo la cabeza―. Una mujer encontrada asesinada al lado de una carretera que serpenteaba por el borde de un pequeño pueblo. El tipo de camino por el que podrías caminar si te dirigieras a casa después de una noche de trabajo, que era lo que ella hacía. Era una profesora… había un montón de trabajos calificados esparcidos a su alrededor donde los había dejado caer después de que su garganta fuera cortada por el alambre de garrote.

Shelley se detuvo a escanear las fotografías, encontrando la de los papeles. La sostuvo por un segundo, mordiéndose el labio inferior y sacudiendo la cabeza. Se lo pasó a Zoe, que trató de sentir el mismo nivel de lástima y descubrió que no podía. Los papeles esparcidos no la hicieron más conmovedora que cualquier otra muerte en su mente. De hecho, había visto asesinatos mucho más brutales que parecían más dignos de lástima.

–Fue encontrada por un ciclista a la mañana siguiente. Le habían llamado la atención los papeles moviéndose en el viento, arrastrándose a través de la acera y hacia el cuerpo desplomado entre la hierba crecida ―resumió Shelley, recapitulando las notas de su expediente―. Parece que hubiera salido del camino como para ayudar a alguien. Fue atraída hacia allí de alguna manera. Maldita sea… era una buena mujer.

Varios escenarios revoloteaban por la cabeza de Zoe: un ficticio perro perdido, un extraño pidiendo direcciones, una bicicleta con una cadena suelta, alguien pidiendo la hora.

–No hay huellas en el suelo duro, ni fibras o cabellos en el cuerpo, ni ADN bajo las uñas. Estaba tan limpia como las otras escenas del crimen ―dijo Shelley, poniendo el archivo delante de ella con otro suspiro.

Lo que la había dejado vulnerable era todo lo que tenían para continuar, aunque ello quizás solo fuera el elemento de sorpresa y alejarse del camino mientras luchaba contra el alambre alrededor de su garganta,

Zoe dejó que sus ojos se deslizaran sobre el papel sin rumbo, tratando hacer las conexiones pertinentes para que encajaran en los tres casos.

Dos estaban felizmente casadas, una divorciada. Dos madres, una sin hijos. Trabajos diferentes para cada una de ellas. Diferentes lugares. Una con un título universitario, dos sin él. No hay un patrón particular en sus nombres o conexiones a través de las compañías para las que trabajaron.

–No veo una conexión ―dijo Shelley, rompiendo el silencio entre ellas.

Zoe suspiró y cerró el archivo. Tuvo que admitirlo.

–Yo tampoco.

–Así que, estamos de vuelta donde empezamos. Víctimas al azar. ―al decirlo, Shelley se quedó sin aliento―. Lo que significa que el próximo objetivo también será aleatorio.

–Y es una posibilidad mucho menor de que podamos atraparlo ―añadió Zoe―. A menos que podamos crear juntas un perfil apropiado para rastrear a este hombre y atraparlo antes de que tenga oportunidad.

–Así que trabajemos en eso ―dijo Shelley, expresando en su rostro una determinación que realmente le daba a Zoe un poco de esperanza.

Colocaron una hoja en blanco en un caballete en la esquina de la habitación y empezaron a revisar lo que sabían.

–Podemos ver su camino ―dijo Zoe; algo que ya había destacado en voz alta, y era lo suficientemente fácil para que cualquiera lo resolviera. ―Por alguna razón se está moviendo. ¿Por qué podría ser?

–Podría ser que viaja por trabajo ―sugirió Shelley―. Un camionero, un vendedor o representante, algo así. O podría estar viajando sólo porque quiere. También podría ser un sin techo.

–Son demasiadas opciones para que podamos tomar una decisión al respecto ―Zoe escribió «viajando» en la pizarra, y luego trató de determinar las implicaciones. ―Debe dormir en el camino. Moteles, hoteles, o tal vez en su coche.

–Si está en su auto, no tenemos muchas esperanzas de rastrearlo ―señaló Shelley, mientras los bordes de su boca se curvaban levente hacia abajo―. Podría estar usando nombres falsos en los hoteles, también.

–No podemos hacer mucho con ello. Pero debe viajar de alguna manera. Debe ser en vehículo, a juzgar por las distancias entre los lugares de la matanza y el tiempo transcurrido.

Shelley se apresuró a desbloquear su celular, abriendo mapas y revisando las ubicaciones.

–No creo que haya una ruta de tren allí. Tal vez de autobús o de coche.

–Eso lo reduce un poco ―dijo Zoe, añadiendo esas posibilidades a la lista―. Podría ser un autoestopista, aunque es menos común hoy en día. ¿Qué hay de sus características físicas?

–Tradicionalmente, el alambre de garrote es usado por aquellos que no son físicamente musculosos. Así que tal vez podríamos suponer que es de una complexión más promedio.

Zoe se alegró de que Shelley lo hubiera descubierto, era una cosa menos con la que podría levantar sospechas.

–Promedio, pero no demasiado pequeño o menudo. Creo que ya estamos seguras de que esto es obra de un hombre. Si tuviera muy poca fuerza, o altura, las víctimas podrían haber sido capaces de dominarlo y liberarse.

–Y si fuera demasiado bajo, no llegaría a atraparlas ―añadió Shelley―. Las víctimas probablemente murieron todas de pie, lo que significa que tenía que ser capaz de alcanzar fácilmente sus cuellos.

Zoe tuvo que admitir que estaba impresionada, aunque sólo lo mantuviera para ella misma. Escribió en la pizarra: «altura media o superior a la media, entre un metro setenta y cinco y ochenta y cinco», según el informe del forense, y «constitución media o delgada».

–Ahora, hablemos de psicología ―dijo Zoe―. Hay algo que le impulsa a matar, aunque no sea algo que consideremos lógico. Si no hay un vínculo real entre las víctimas, tenemos que ver esa fuerza impulsora que viene de adentro.

–Me parecen crímenes de oportunidad. Solo va tras las mujeres quizás porque son más débiles. Están solas, indefensas, en un área no cubierta por las cámaras de seguridad, y donde tienen pocas posibilidades de ser interrumpidos.

–Veo dos posibilidades. La primera es que está decidido a matar, y por lo tanto busca a estas víctimas que encajan en el perfil perfecto para evitar ser atrapado. Por alguna razón, está haciendo esto ahora, por lo que estaríamos ante un evento desencadenante ―dijo Zoe, golpeando el extremo del bolígrafo contra su barbilla―. La otra posibilidad es que sea provocado específicamente por estas víctimas. En ese caso, ni siquiera sabe que las matará hasta que llegue el momento.

–En otras palabras, o está buscando mujeres para matar deliberadamente, o está matando basado puramente en la oportunidad y hay algo en las propias mujeres que lo hace actuar.

–Piensa en ello ―dijo Zoe sacudiendo la cabeza, caminando delante del caballete―. Es demasiado perfecto para ser tan aleatorio. Uno por noche, eso significa una compulsión. Si sólo le impulsara a matar por momentos provocado, los ataques estarían distanciados en el tiempo. Estaría en casa algunas noches, o simplemente no se encontraría con alguien que lo provocara. No, esto es deliberado y calculado. Hay alguna razón por la que tiene que matar a cada una, aquí hay algún mensaje o ritual.

Ella dio un paso adelante de nuevo y escribió «un asesinato por día – ritual» en la pizarra.

–¿Qué hay de las ubicaciones? ―preguntó Shelley―. Tal vez haya algo ahí.

Ya había un mapa en la pared, había tres alfileres rojos marcando donde se habían encontrado los tres cuerpos. Zoe lo miró por un momento, y luego usó el borde de un pedazo de papel para alinearlos. Había una línea recta entre el primero y el tercero. El segundo se había desviado un poco, pero todavía se encontraba sobre el camino general.