Kitabı oku: «La cara de la muerte», sayfa 4
–¿Qué hay de esos pueblos? ―dijo Shelley señalando hacia el final del papel, después del último alfiler, hacia las localidades que se encontraban a lo largo del mismo camino.
Zoe recitó una lista, leyéndola del mapa, haciendo una pequeña desviación a cada lado por si se desviaba como lo había hecho anteriormente.
–Deberíamos llamar a las autoridades de cada uno de estos pueblos. Asegurarnos de que todos están al tanto de lo que podría pasar. Reforzar la seguridad y que las fuerza del orden estén con los ojos abiertos, eso podría ayudarnos a atraparlo.
Ambas miraban el perfil en silencio, sumergidas en sus propios pensamientos. Zoe estaba tratando de ver el patrón. Sólo había tres cosas que tenían sentido: el hecho de que todas eran mujeres, la línea de tiempo, o algo relacionado con los lugares. ¿Pero qué era?
Pensó en los coloridos caramelos dispersos por todo el suelo de la gasolinera. Estaban dispersos no muy lejos del cuerpo de Linda, en el estacionamiento, en el camino que debe haber tomado hacia la parte trasera del edificio. Era extraño. Era muy probable que a algún niño se le hubieran caído más temprano ese día después de pasar con sus padres, pero… algo de eso la molestaba.
Tal vez era simplemente la incongruencia. Caramelos brillantes y alegres en la escena de un brutal asesinato nocturno. Manchas de color en un suelo que de otra manera estaba manchado de rojo. Tal vez no significaba nada en absoluto.
–No tenemos mucho ―dijo ella suspirando al final―. Pero es un comienzo. Añade a esto que probablemente sea un hombre joven, al menos de mediana edad según las estadísticas de la edad en que los asesinos en serie comienzan su trabajo, y lo hemos reducido lo suficiente como para presentar algo. Le pediré a los forenses que nos den algunos números más concretos basados en sus hallazgos, y podemos al menos dar una descripción para estar atentas.
Pensó que eso no era un gran consuelo si el asesino iba a reclamar otra víctima esta noche y no estaban lo suficientemente cerca como para hacer algo al respecto.
CAPÍTULO SEIS
Habría otro cuerpo esta noche.
Era la cuarta noche, y eso significaba que debía haber un cuarto cuerpo.
Él había estado conduciendo todo el día, acercándose cada vez más a su objetivo. A pesar de estar yendo a buen ritmo, seguía poniéndose más y más nervioso mientras el sol seguía su curso encima de él. Cuando llegara la noche, tenía que estar en el lugar correcto, o todo se echaría a perder.
No podía fallar ahora.
Miró de nuevo al teléfono celular enganchado en un soporte conectado a sus conductos de ventilación. Aquí el mapa en línea demoraba en actualizarse, la señal era más débil. La autopista era larga y recta, al menos no precisaba desviarse. No se perdería, ni pasaría por alto su destinación.
Sabía exactamente a dónde tenía que ir. Para él todo estaba planeado, estaba escrito en las estrellas. Con la excepción de que este patrón era mucho más preciso que la masa de puntos titilantes en el cielo nocturno, y era mucho más fácil de leer. Claro que un experto podría encontrar esos patrones estelares incluso estando tan lejos en el cielo. Pero su patrón tenía que ser leído incluso por aquellos que normalmente no lo verían. Y solo lo verían cuando finalmente lo terminara.
Quién sería, esa era la interrogante. Dónde y cuándo, era algo que el patrón ya había dictaminado. Pero el "quién" era una cuestión de suerte, y esto era lo que le hacía mover su pierna nerviosamente sobre el freno, casi golpeando el volante en cada movimiento oscilante.
Respiró hondo y con calma, aspirando el aire que comenzaba a enfriarse rápidamente. Era fácil percibir que el sol ya se estaba empezando a ocultar, pero aún no era demasiado tarde. Los patrones le habían dicho lo que debía hacer, y ahora lo iba a hacer. Tenía que confiar en eso.
El constante sonido de las llantas de su sedán sobre el suave asfalto de la carretera era un ruido de fondo calmante. Cerró los ojos brevemente, confiando en que el coche se mantendría recto, y respiró hondo otra vez.
Golpeó con los dedos el borde de la ventana abierta, haciendo un ritmo fácil y repetitivo, y volvió a respirar con más facilidad. Todo estaría bien. Como este coche que había soportado todos los años que le había pertenecido, siempre fiable y confiable, los patrones no lo defraudarían. Siempre y cuando le revisara el aceite y lo llevara a revisión de vez en cuando, funcionaría. Y si estaba en el lugar correcto en el momento adecuado, los patrones estarían allí.
Los patrones estaban a su alrededor: las líneas de la autopista, extendiéndose a lo largo de la distancia, rectas y estrechas, diciéndole exactamente a dónde ir. Las rayas de las nubes que también parecían apuntar en la misma dirección, largos dedos que le animaban a seguir adelante. Incluso las flores a los lados de la carretera se doblaban, inclinándose hacia adelante en anticipación, como bandas laterales que pasaban velozmente.
Todo estaba encajando en su lugar, como los caramelos que habían caído antes de que matara a la mujer en la gasolinera. La forma en que le habían dicho exactamente lo que tenía que hacer a continuación, y eso le había permitido ver que había encontrado el lugar correcto y la víctima adecuada.
Los patrones se lo mostrarían al final.
***
A pesar de todas sus afirmaciones mentales, su corazón empezaba a acelerarse con ansiedad cuando el sol empezó a caer más y más bajo, sumergiéndose en el horizonte, y todavía no había visto a nadie que fuera apropiado.
Pero ahora la suerte lo había encontrado de nuevo, la afortunada casualidad de estar en el lugar correcto en el momento adecuado, y confiar que el universo haría el resto.
Ella caminaba de espaldas en el borde de la autopista, con un brazo extendido a su lado, con el pulgar levantado. Debió darse vuelta en cuanto le oyó acercarse, su motor y el sonido de las ruedas lo delataron mucho antes de que pudieran verse el uno al otro. Ella llevaba una pesada mochila con un saco de dormir enrollado debajo de ella, y medida que él se acercaba, pudo ver que era joven. No tenía más de dieciocho o diecinueve años, era un espíritu libre de camino hacia una nueva aventura.
Parecía ser tranquila y dulce, pero nada de eso importaba. Cosas así nunca influían. Lo que importaba eran los patrones.
Él disminuyó la velocidad, deteniéndose un poco después de dónde estaba ella, y esperó pacientemente a que ella lo alcanzara.
–Hola ―dijo, bajando la ventanilla del lado del acompañante e inclinando su cabeza para mirarla―. ¿Necesitas un aventón?
–Um, sí ―dijo, mirándolo con desconfianza, mordiéndose el labio inferior―. ¿A dónde te diriges?
–A la ciudad ―dijo, haciendo un vago gesto hacia adelante. Era una autopista. Habría una ciudad al final de ella, y ella podría interpretar cuál era. ―Me alegro de haberte visto. No hay muchos otros coches en la carretera a esta hora del día. Sería una noche fría por aquí.
–No estaría tan mal ―dijo ella sonriendo ligeramente.
Él le sonrió ampliamente de una manera muy amable, logrando sonreírle también con sus ojos.
–Podría ser mejor que no tan mal ―dijo―. Sube. Te dejaré fuera de un motel en los límites de la ciudad.
Ella todavía dudaba, no dejaba de ser una joven sola entrando al coche de un hombre, poco importaba lo agradable que él fuera. Él comprendió que siempre estaría nerviosa. Pero ella miró en ambas direcciones de la carretera, y debe haber visto que incluso ahora, cuando recién empezaba a anochecer, no había faros de coches en ninguna dirección.
Abrió la puerta del lado del acompañante con un suave clic, quitándose la mochila de los hombros, y él sonrió, esta vez para sí mismo. Todo lo que él tenía que hacer era confiar y las cosas saldrían como los patrones le decían que saldrían.
CAPÍTULO SIETE
―Muy bien, escuchen ―dijo Zoe. Ella ya estaba incómoda, y la incomodidad fue mayor cuando la charla dispersa en la habitación cesó y todo el mundo se quedó viéndola.
Tener a Shelley a su lado no disminuía la sensación incómoda de presión, del peso de la expectativa al que estaba sometida. La atención se dirigió completamente hacia ella, era algo palpable y chocante. Esta era el tipo de cosas que intentaba evitar todos los días de su vida.
Pero a veces el trabajo lo exigía, y por mucho que quisiera, no podía obligar a Shelley a presentar un perfil por su cuenta. Al ser la agente principal debía hacerlo ella.
Respiro hondo, mirando a todos los oficiales amontonados en filas temporales de sillas en la sala de reuniones más grande de la comisaría. Luego apartó la mirada, enfocándose en un punto de la pared lejana para hablar, algo menos amenazador.
–Este es el perfil que buscamos ―continuó Zoe―. El sospechoso masculino medirá alrededor de un metro ochenta según los cálculos de los tres forenses y las pocas pruebas físicas que encontramos en las escenas. También creemos que será de complexión delgada a mediana. No es particularmente fuerte, contundente o intimidante.
Shelley tomó el control, dando un paso adelante para su momento en el centro de atención, sus ojos parecían brillar disfrutándolo más que temiéndolo.
–A la mayoría de la gente le parecerá poco amenazador hasta el momento del asesinato. Creemos que ha sido capaz de atraer a sus víctimas a tener una conversación e incluso las ha alejado de la relativa seguridad hacia un espacio abierto donde podía manipular la situación para ponerse físicamente detrás de ellas. Incluso puede ser encantador y educado.
–No es de por aquí ―añadió Zoe―. Su coche tendrá la matrículas de otro estado. Aunque no hemos podido determinar su estado de origen, está en movimiento, y probablemente seguirá estándolo.
Las imágenes de las mujeres cuyas vidas había tomado aparecieron en la pantalla del proyector detrás de ellas. Las tres aparecían vivas, sonriéndole a la cámara, incluso riéndose. Eran mujeres normales y reales, no modelos o facsímiles del mismo aspecto ni nada que las distinguiera como especiales. Sólo mujeres, que hasta hace tres noches estaban vivas, respirando y riendo.
–Su objetivo son las mujeres ―dijo Zoe―. Una cada noche, en lugares aislados con pocas posibilidades de ser atrapado en el acto o captado en las grabaciones de vigilancia. Eso sería en áreas oscuras, lejos de los caminos transitados, lugares que le dan el tiempo y el espacio para llevar a cabo el asesinato.
–¿Cómo se supone que lo atrapemos con un perfil como ese? ―dijo uno de los policías estatales en el medio del mar de sillas. ―Debe haber miles de tipos altos y delgados con placas de otro estado por aquí.
–Sabemos que esto no es mucho ―intervino Shelley, salvando a Zoe de la molestia que la podría llegar a hacerla decir algo desagradable. ―Sólo podemos trabajar con lo que tenemos. Lo más útil que podemos hacer con esta información ahora es poner una advertencia para que las personas eviten áreas aisladas, y que estén atentos, particularmente si a alguien se le acerca un hombre que se ajuste a esta descripción,.
–¿En todo el estado? ―preguntó uno de los policías locales del pequeño equipo cuya estación les había servido a ellas como centro de investigación y donde estaban presentando este informe.
Zoe sacudió la cabeza.
–A varios estados. Él ya ha recorrido Kansas, Nebraska y Missouri. Eso es un indicio claro de que seguirá viajando largas distancias para llevar a cabo sus crímenes.
Había pequeños ruidos de desacuerdo en toda la habitación, murmullos y sonidos de descontento.
–Soy consciente de que es una gran área ―dijo Zoe, tratando de mantenerse firme―. Y soy consciente de que es una vaga advertencia. Pero tenemos que hacer lo que podamos.
–¿Quién va a hacer la conferencia de prensa? ―preguntó el comisario local. Tenía un aire de autoridad maltratada, como si lo estuviera aplastando el peso de todos los demás agentes de la ley apiñados en su diminuta comisaría.
Zoe dudó por un momento. Odiaba las conferencias de prensa. A menudo la habían criticado por parecer tan rígida e inexpresiva al hablar de las víctimas y la amenaza potencial de que hubiera más víctimas. Ya había hecho suficientes de ellas en su carrera para saber que no quería volver a hacer otra.
–Mi colega, la agente especial Shelley Rose, hablará con los medios de comunicación ―dijo ella, viendo como Shelley levantó la mirada sorprendida―. Los invitaremos a una conferencia televisada esta tarde.
Mientras los numerosos policías en la sala comenzaban a retirarse, el murmullo en la sala se elevó a conversaciones normales. Shelley se acercó a Zoe diciéndole en un murmullo nervioso: ―Nunca antes he dado una conferencia de prensa.
–Lo sé ―respondió Zoe―. Pensé que sería una buena oportunidad para que ganaras la experiencia. Es mejor hacerla ahora, mientras el caso está fresco. Cuanto más tiempo pase sin ser resuelto, peores serán los reporteros. Créeme, lo sé. Si no lo atrapamos antes de que sea necesario dar otra conferencia de prensa, yo me haré cargo como agente superior para la próxima.
Shelley asintió con la cabeza, sonrojándose por la emoción.
–Oh, Dios. ¿Me ayudarás a ensayar qué decir? Nunca he estado en la televisión, ni siquiera en el fondo ―dijo ella.
Zoe no pudo evitar sonreír. Había algo contagioso en la emoción de Shelley, aunque no lo suficiente como para hacerle pensar que una conferencia de prensa era algo agradable.
–Por supuesto. Te ayudaré a armar un guión ―dijo.
***
Más tarde ese día, Zoe se paró detrás de un pequeño podio, justo en la toma de la cámara, mientras Shelley se dirigía a los reporteros. Dada la magnitud del caso, había equipos de noticias de varios estados, e incluso organizaciones de prensa nacionales. Dada la lejana ubicación y el aviso de último momento, eran menos de los que podría haber habido. Tal vez era una multitud lo suficientemente pequeña para lograr suficiente publicidad para el caso y como para que Shelley no se viera abrumada.
–Así que les pedimos a todos que estén atentos ―decía Shelley―. Que se guíen por los principios básicos de seguridad, pero ahora es más importante que nunca apegarse a ellos. No entren en áreas oscuras y aisladas solos en la noche. Asegúrense de que alguien sepa dónde están en todo momento, y eviten entrar en un área apartada con extraños. A los propietarios de negocios, les pedimos que reparen y reemplacen cualquier sistema de vigilancia que no funcione. Estén atentos, estén alerta, y permanezcan seguros. Estamos trabajando duro para atrapar al sospechoso detrás de estos asesinatos, pero hasta que sea encontrado, les imploramos que tomen todas las precauciones posibles.
Shelley hizo una pausa, observando a la multitud de reporteros, antes de continuar.
–Ahora responderé preguntas de los miembros de la prensa ―dijo.
Un hombre con gafas y un traje anticuado habló: ―Soy del Kansas City Star ―anunció―. ¿Tienen algún sospechoso en mente? ¿O no han sido capaces de identificar al perpetrador?
–Todavía no hemos identificado a un sospechoso ―contestó Shelley que no sonaba tan confiada como antes. ―Sin embargo, estamos tras su pista.
–Noticias del Estado de Missouri ―dijo otro reportero―. ¿Dónde atacará ahora el sospechoso?
Shelley tragó saliva.
–En este momento no podemos estar precisamente seguros de su ubicación. Por eso estamos emitiendo la advertencia en varios estados. El sospechoso ha estado viajando largas distancias entre las escenas del crimen.
–¿Ni siquiera saben en qué estado está? ―dijo el primer reportero.
Shelley miró con incertidumbre detrás de ella, tratando de llamar la atención de Zoe.
–En este momento, nos estamos alejando de cualquier suposición ―dijo ella―. Creemos tener una idea del camino que seguirá, pero no sería prudente descartar una desviación o incluso un regreso a sus sitios anteriores.
Había mucha gente murmurando entre la multitud, Zoe podía ver en casi todos los rostros el ceño fruncido. Si les daban mucho más tiempo estarían listos para comerse viva a Shelley. Zoe se adelantó rápidamente, acercándose al micrófono.
–No más preguntas por ahora, gracias. Anunciaremos otra conferencia de prensa a su debido tiempo cuando tengamos más información ―dijo, tomando suavemente a Shelley por el codo para alejarla.
Al comenzar a retirarse, los reporteros estallaron en un clamor, cada uno de ellos gritaba las preguntas que no habían tenido la oportunidad de hacer.
Zoe no dejó de apresurase a salir, arrastrando a Shelley con ella, hasta que estuvieron de vuelta dentro de la estación. Continuaron un corto camino a lo largo del corredor y se escabulleron a su sala de investigación, donde por fin el alboroto estaba lo suficientemente lejos como para que ya no pudieran oírlo.
–Vaya ―exhaló Shelley, sentándose pesadamente―. Eso fue duro.
–Desearía poder decirte que se hace más fácil ―dijo Zoe―. Pero no es así. La prensa puede ser implacable. Imagino que será difícil moverse sin encontrarse con los periodistas a partir de ahora.
Tres asesinatos ya era una gran noticia. Con esta advertencia del FBI, no había duda de que más equipos de noticias vendrían de todos los rincones del país. Seguirían a Zoe y a Shelley, tratando de llegar a la siguiente escena antes que nadie, tratando de encontrar la exclusiva.
Este aspecto quizás era el más agotador del trabajo, y el menos favorito de Zoe.
Pero incluso con la amenaza de los periodistas persiguiéndolas, no tenían tiempo que perder ni podían permitir que la investigación se detuviera.
–Se está haciendo tarde. Deberíamos encontrar un motel ―dijo Zoe―. Matará de nuevo esta noche. Debemos estar descansadas y listas para movernos mañana.
Ella sólo podía desear que él cometiera un error esta noche, el primero que les permitiera acercarse a atraparlo.
CAPÍTULO OCHO
Rubie observó los pequeños arbustos al lado de la autopista por la ventana. Estaba oscureciendo, los colores se desvanecían y se reducían a tonos de gris. Muy pronto, no podría ver mucho más allá de lo que alumbraban los faros del coche.
–¿Y qué haces aquí a estas horas de la noche? ―preguntó el conductor―. Sabes que no es seguro después de que oscurezca.
–Lo sé ―dijo Rubie suspirando―. No tuve muchas opciones. No pude escaparme hasta que Brent se fue a reunirse con sus amigos.
El conductor le echó un vistazo. Sus ojos alcanzaron a ver los moretones púrpura y verde del lado izquierdo de su cara, y luego las marcas amarillas aún visibles en su brazo y dijo―: Me imagino que Brent es quien te ha usado como saco de boxeo.
Rubie se estremeció. Oír a alguien decirlo así era muy duro. Era como si le echaran un balde de agua fría. Pero después de todo, era la verdad.
–Lo siento ―dijo el conductor en un tono más suave―. No quise decir eso para ser hiriente. El tipo debe ser un completo imbécil si te está tratando así.
Rubie miró por la ventana de nuevo, captando su propio reflejo. La hinchazón alrededor de su ojo había bajado, pero aun así no se veía bien.
–No, tienes razón. Lo es. Por eso tuve que irme ―dijo ella.
–¿Cuál era su excusa?
Rubie dejó escapar una risa que no pudo esconder su dolor.
–Brent no necesitaba una excusa. Sólo se enojó. Supongo que sucedió algo en el trabajo. Siempre se desquita conmigo.
El conductor sacudió la cabeza, mientras apretaba con sus dedos el volante.
–Qué idiota. Tiene suerte de que estuvieras sola cuando te recogí. Si él intentara que lo llevara a algún lugar, habría dejado que se pudra en la carretera por hacer eso.
Rubie no se sentía consternada por esa imagen mental. Brent se lo merecía. Se merecía más que eso. Eso la había hecho sentir un poco más segura. El conductor parecía ser decente, la clase de hombre que pensaba que los hombres no debían golpear a las mujeres.
–Lo siento ―murmuró él después de un momento―. Sé que sueno un poco duro. Mi madre era golpeada por mi padrastro. Crecí viéndolo. Lo mejor que ella hizo fue irse conmigo lejos de él.
–Lo lamento ―le respondió en voz baja Rubie. No es de extrañar que haya estado tan ansioso por ayudarla. Sabía exactamente por lo que ella estaba pasando. ―Ningún niño debería pasar por eso.
–Ninguna mujer tampoco ―señaló, mirándola.
Rubie se encontró sonriéndole. Era una cosa pequeña, pero oír eso de alguien más significaba muchísimo. Significaba que no estaba sola.
–Y, ¿sabes a dónde te diriges? ―preguntó él.
–Sí. Me voy a quedar con mi familia ―dijo Rubie mientras apretaba un poco más fuerte la bolsa de lona en su regazo. Contenía todo lo que había podido llevar: unas pocas mudas de ropa, algunas joyas, y algunos recuerdos que no podía dejar atrás. Adivinó que estas serían sus únicas posesiones ahora. No había posibilidad de que Brent le permitiera recoger el resto de sus cosas, no sin atraparla y hacerla quedarse.
–¿No podían venir a buscarte?
–No lo saben. No tenía forma de ponerme en contacto con nadie. Brent no me dejaba usar mi teléfono celular sin supervisión.
Rubie pasó un dedo por su rostro y exploró suavemente su piel magullada, evaluando el daño. Hizo un gesto de dolor y respiró hondo mientras presionaba un punto particularmente doloroso. El dolor era bueno. Le recordaba por qué tenía que irse. Por qué no podía ceder y volver para que Brent le dijera lo mucho que lo sentía y que esto no volvería a suceder.
Siempre volvía a suceder.
–Sin embargo, habría sido más seguro tomar un autobús ―dijo el conductor―. No quiero hacer énfasis en esto, pero hacer autostop no suele ser seguro. Esta vez fui yo quien te recogió. Pero podría haber sido cualquiera.
–No tengo suficiente dinero para un autobús ―dijo Rubie, apoyando su cabeza contra el vidrio frío―. Brent se quedaba con todo. Sólo tengo un poco de cambio. Suficiente para un par de comidas. Eso es todo.
El conductor murmuró un sonido, era un sonido de preocupación. Rubie lo miró de reojo, por un momento se preguntó si él estaba esperando que ella le pagara por el viaje. Pero eso no era lo expresaba su rostro. Parecía genuinamente triste por ella. Eso la sorprendía y se le apretó el corazón al pensar que alguien podría realmente preocuparse de que ella hubiera sido tan maltratada.
–Siento que te haya pasado todo esto ―dijo él―. Debes haber estado aterrorizada.
–Sí, lo estaba ―respondió Rubie―. Gracias. Por recogerme y por ser tan amable.
Él le sonrió fugazmente.
–No te preocupes por eso. La próxima vez que veamos un restaurante me detendré a buscar algo de comida. Pasará más de una hora antes de que lleguemos al siguiente pueblo. También podría cargar combustible.
Rubie también le sonrió, apoyándose de nuevo contra la ventana y cerrando los ojos por un breve momento. Tal vez este era el momento en que su suerte iría a cambiar. Brent estaba muy lejos de ella, y nunca la podría alcanzar. No si ella llegaba hasta donde estaba su hermana. Lucy la mantendría a salvo, y eso todo esto habría terminado. Y aquí estaba ella, con un ángel guardián que la llevaría a su hermana pase lo que pase.
–Oh, maldición ―dijo de repente el conductor, encorvado sobre el volante con el ceño fruncido. Encendió sus intermitentes y se dirigió a un lado de la carretera, donde había una rampa para salir de la autopista.
–¿Qué pasa? ―Rubie se sentó derecha, su voz la puso en alerta.
–Algo está mal en el coche ―dijo. Se tiró hacia adelante y tocó uno de los indicadores de su tablero, como si así lograra hacer que funcionara. ―Sólo voy a detenerme. Parece un camino de acceso, así que no deberíamos tener problemas a esta hora de la noche.
Las ruedas aminoraron su marcha hasta detenerse, golpeando la superficie áspera y desigual del camino de tierra cuando el coche se detuvo. Ahora estaba completamente oscuro, la luna estaba escondida en algún lugar detrás de una nube. Todo lo que podían ver delante de ellos eran las luces de los faros, iluminando un camino que desaparecía en la distancia.
El conductor revisó su GPS, tocando la pantalla unas cuantas veces, acercándose y alejándose de su posición
–No sé qué le sucede, pero acaba de quedarse sin energía ―le explicó, inclinándose hacia adelante sobre el tablero de nuevo para examinar los símbolos que se iluminaban. ―Lo siento. Es un coche bastante viejo.
–Está bien ―dijo Rubie Después de todo, no podía quejarse. Pero esto no era lo ideal. No quería quedarse atrapada en medio de la nada porque el único coche que accedió a recogerla se había averiado. No tenía muchas posibilidades de conseguir otro viaje en la oscuridad.
El conductor apagó el motor y lo volvió a encender, inclinando la cabeza para escuchar atentamente el sonido del motor.
–¿Cuánto sabes de coches? ―preguntó.
Rubie se rio un poco.
–Ni siquiera tengo mi licencia de conducir ―dijo ella.
El conductor le sonrió un poco irónicamente, era un expresión que parecía reconocer lo incómoda que era su situación, pero también que no había nada que hacer al respecto.
–No puedo oír bien el motor desde aquí dentro. ¿Podría hacerme un favor? Si abres el capó, deberías poder escuchar algún traqueteo. Eso podría decirme qué está pasando.
Rubie miró con recelo hacia la oscuridad. Parecía que hacía frío ahí fuera, sin mencionar que estaban en medio de la nada. No era una tonta. Había visto películas.
Pero, por otra parte, las películas no eran la realidad. No había muchas opciones. Si ella no le ayudaba a poner el coche en marcha, estarían atrapados aquí por más tiempo. Y este tipo la había ayudado, la recogió en la carretera y escuchó su historia. Era comprensivo y era agradable hablar con él.
Rubie se enderezó y tomó la manija de la puerta.
–Escuchar si hay un traqueteo, ¿verdad?
–Eso es todo. Aceleraré el motor cuando tengas el capó levantado. Grita si oyes algo.
Rubie asintió, saliendo al frío. Toda la zona que les rodeaba era muy tranquila, sólo se escuchaban los pequeños y sutiles sonidos de los insectos que hacían su trabajo nocturno. No había ningún sonido de otro motor, y si había alguno era tan lejano que era imposible de percibir. La carretera estaba prácticamente vacía. Definitivamente no había posibilidad de conseguir otro aventón.
El conductor ya había abierto el capó, y Rubie lo levantó con un poco de cautela, tratando de no ensuciarse las manos con grasa. No tenía tanta ropa como para permitirse arruinar la que llevaba puesta.
Al hacerlo se dio cuenta de que desde este ángulo ya no podía ver al conductor. En el silencio de la noche escuchó el ruido de su puerta abriéndose y se apartó un poco, preocupada.
Tal vez todo esto había sido una trampa. Tal vez al verla él supo que podía maltratarla, aprovecharse, alguien de quien podía tomar lo que quisiera. Ahora el saldría del coche, la golpearía, y cuando terminara la dejaría tirada en el suelo con sus pantalones cortos alrededor de los tobillos.
–Grita si lo oyes ―le repitió, su voz venía desde el interior del coche. El motor se aceleró, haciéndola saltar y ahogar un grito en su garganta.
Dios, estaba paranoica. Brent la había dejado sobresaltada, sospechando de todo y de todos. Le iba a llevar mucho tiempo superar esto, poder dejar de sospechar que todos los extraños albergan malas intenciones. El conductor era un buen hombre. Se lo había demostrado al recogerla, y por la manera por la que se había enojado al enterarse de que Brent la había maltratado. Debía tener eso en cuenta, y ayudarle con el motor para poder llegar hasta Lucy lo más pronto posible.
¿A dónde más podía ir? No había escapatoria. Era el único coche que se había molestado en detenerse por ella, y no había pasado nadie más por la carretera durante mucho tiempo. Estaba atrapada con él, le gustara o no. Y el escalofrío que corría por su columna vertebral le indicaba que no le gustaba demasiado.
Tendría que manejarlo de la mejor manera posible.
Ella se asomó al tenue motor, tratando de entender algo. Todo lo que veía era metal oscuro y brillante, la mayoría engrasado y negro, ni siquiera reflejaba un destello apagado de los rayos de los faros que aún resaltaban en la oscuridad. Rubie estaba prácticamente cegada por la luz, el contraste era tan fuerte que difuminaba todo lo demás.
El motor se apagó, el ruido se desvaneció en el silencio. Mientras el ruido se detenía y volvía el silencio de la noche, sus oídos zumbaban. El fuerte ruido la había aturdido, y como los faros la habían dejado ciega, apenas podía oír nada con el contraste.
–No escuché ningún ruido ―gritó, esperando que eso fuera de ayuda. Si no había nada malo con el motor, tal vez podría volver a funcionar. No era un auto nuevo, tal vez sólo necesitaba un momento para descansar y sería bueno volver al camino.
Rubie estaba temblado y frotó sus manos sobre sus brazos. El conductor no había dicho nada, y tampoco estaba acelerando el motor de nuevo. Ella se asomó una vez más a la oscuridad del motor como si comprendiera algo, y se estremeció cuando la luz reflejada en el motor fue bloqueada por una sombra.
Ello lo escuchó detrás de ella, pudo oír una piedra suelta que se alejaba de su pie, y se enderezó de inmediato.
–No sabía… ―comenzó, quería decir que no tenía ni idea de que él estaba detrás de ella, pero su corazón estaba acelerado por la sorpresa de su presencia y no le salían las palabras.
Él la miraba, sólo la miraba. Parecía completamente inexpresivo, era aterrorizante.
–¿Qué tienes en la mano? ―preguntó ella, señalando el cable que estaba totalmente iluminado por los faros. ―¿Eso… arreglará el…?-
Ella se alejó, estaba completamente conmocionada. En un instante, recordó algo que había visto cuando él la había recogido en la carretera. Algo que había descartado después de hablar con él, ya que se mostraba amigable, y le había sonreído ampliamente.
Era algo que parecía ser hambre, o una especie de crueldad alegre, como un lobo mirando a un conejo atrapado.
Rubie se volvió, queriendo volver al coche ahora, queriendo volver a donde era cálido y seguro. Donde él había sido un perfecto caballero y había empatizado con su historia y compartía un pasado similar con ella, algo que los hacía ser iguales y parecidos. Tenía que volver a entrar al coche.
Rubie levantó la mano instintivamente cuando algo le hizo presión sobre su cuello, era algo ligero y delgado pero afilado, se lastimó los dedos al agarrarlo. ¿Qué era eso? ¿El cable? Tiró de él, sintiendo que era manejado por algo que estaba detrás de ella, sentía el calor proveniente de un cuerpo que no era el suyo.