Kitabı oku: «La cara de la muerte», sayfa 5

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Golpeó a ciegas, dirigiendo sus codos y pies hacia atrás, luchando por encontrarlo y cogerlo desprevenido. Él silbaba en voz baja, maldiciendo, diciéndole que se quedara quieta. Ella no se quedaría quieta. No. Ella empujó su codo hacia atrás con determinación, intentado desesperadamente golpearlo en la oscuridad, y sintió que le había dado muy fuerte.

El conductor gruñó de dolor, y la presión alrededor de su cuello disminuyó por un segundo. Rubie cayó de rodillas, y luego avanzó con dificultad, encontrando el camino libre. Lo que sea que estaba envuelto a su alrededor ya no estaba. Ella se levantó del suelo y saltó hacia delante, en ángulo recto con los faros, evitando el camino iluminado que proporcionaban.

Ella podía sentir algo caliente y pesado sobre su pecho mientras corría, jadeando por respirar en el aire frío que le perforaba los pulmones como hielo. ¿Qué era? Su mano fue hacia arriba y sintió la humedad en toda su camisa, siguiéndola mientras sus pies se tambaleaban en el suelo desigual. No podía oírlo venir detrás de ella, pero ella corrió tan rápido como pudo, tan rápido como pensaba que sus pies podrían ir. La humedad que provenía de su cuello, provenía de donde había sentido la presión anteriormente, una herida que empezó a palpitar dolorosamente tan pronto como sus dedos la tocaron.

Había mucha sangre cayendo sobre su pecho, goteando sobre su estómago. Sintió que la sangre se deslizaba salpicándole las piernas mientras bombeaban desesperadamente para poner la mayor distancia posible entre ella y el conductor.

La sangre no paraba de brotar, era demasiada. Rubie se agarró el cuello con ambas manos mientras corría, sacrificando el equilibrio y la movilidad de sus brazos, tratando de mantenerla dentro. Era una línea que se extendía de un lado a otro, que la rodeaba, sangrando cada vez más y más con cada segundo que pasaba.

Sin su visión o equilibrio, Rubie tropezó, uno de sus pies se tropezó con algo que parecía ser una roca o un terrón duro de tierra. Cayó pesadamente, incapaz de detener su caída, se quedó sin aire mientras sus codos golpeaban el suelo primero. Al mismo tiempo sintió que algo salía a borbotones, parecía que alguien había abierto el grifo de una canilla bajo sus dedos.

Ella no se iba a rendir. No. Tenía que alejarse, mantenerse lo más lejos posible de él. No se atrevió a mirar alrededor para ver si él seguía frente a la luz del coche, o si estaba a unos pasos detrás de ella, listo para agarrarla de nuevo. No podía perder el tiempo. Rubie puso sus pies debajo de ella y se empujó hacia arriba, pero solo logró caerse desplomándose, sus piernas se negaban a trabajar.

Su cuerpo se sentía extraño, flojo, como si estuviera hecho de gelatina, sus brazos y piernas no respondían cuando intentaba moverlos. Lo único que podía sentir era el calor de la sangre que salía de su cuello, que ahora estaba desparramándose por el suelo, era una cantidad no parecía ser posible.

Rubie levantó la cabeza para mirar a la distancia, las luces de la ciudad donde vivía su hermana aún eran sólo una mancha en el horizonte. Estaban tan lejos que podrían haber sido las estrellas. La herida en su cuello se abrió como una boca para derramar otro borbotón de sangre, y sintió que su cara golpeaba el suelo, ya no tenía la fuerza necesaria para sostenerla.

Sólo percibió que ya no podía sentir el frío antes de que no ya no sintiera nada.

CAPÍTULO NUEVE

Zoe no podía creer que el motel estaba aún más destartalado por dentro de lo que parecía por fuera.

–Sólo lo mejor para el FBI ―bromeó Shelley―. Por eso nos llaman agentes "especiales", ¿verdad?

Zoe gruñó, apartándose de su inspección al sofá raído en el vestíbulo cuando regresaba el recepcionista.

–Aquí está su llave ―dijo, lanzando una tarjeta de plástico sobre la superficie del mostrador. La tarjeta se deslizó hacia ellas, deteniéndose justo antes de llegar al borde.

–Gracias ―dijo Shelley, recogiéndola y levantando la mano en un gesto de reconocimiento.

Zoe no creía que el recepcionista se mereciera ni siquiera eso por su falta de atención al cliente.

El hombre no dijo nada. Se desplomó en su silla y cogió su celular, reanudando cualquier actividad que estuviera haciendo anteriormente.

–¿Sabes dónde podemos encontrar algo decente de comer a esta hora de la noche? ―preguntó Shelley.

–A unos ocho kilómetros ―dijo, levantando la barbilla en la dirección aproximada sin mirarlas.

Shelley le agradeció de nuevo, y tampoco obtuvo respuesta. Lo dejaron donde estaba, Zoe la apartó de allí antes de que intentara iniciar otra conversación con el empleado más maleducado del mundo, volviendo al frío de la noche en el estacionamiento.

–¿Deberíamos ir a cenar? ―preguntó Shelley―. ¿O primero pasamos por la habitación?

–Deberíamos al menos dejar nuestros bolsos ―dijo Zoe, suspirando. Se frotó la nuca que estaba rígida y dolorida por el largo día y la conducción. ―Luego vamos por la comida.

–Creo que no nos subiremos a un avión antes de que termine el día ―comentó Shelley sosteniendo la llave y examinándola para ver el número de habitación. Ella las dirigió hasta una puerta igual a las otras en el edificio largo y bajo, y la abrió pasando la tarjeta.

–Parece que este era un caso más complejo de lo esperado ―concordó Zoe con ella. Las palabras suaves escondían la ira que albergaba hacia sí misma. Ella debería haber sido capaz de resolver este caso, leer los números y atraparlo. No tendría que dejarle la oportunidad de matar de nuevo. Si alguien era asesinada esta noche, sería culpa suya.

La habitación era pequeña, había dos camas individuales separadas por treinta centímetros con antiguas colchas de flores. Parecían ser de los años ochenta, o incluso de antes, y tenían tantos lavados que quedaron finas y ásperas. Al menos, Zoe esperaba que fuera por los lavados.

Pateó una pata de la cama, mirándola con recelo para ver cuánto se movía. Eso la hizo sentir bien, pero no tan bien. Zoe podría haber pateado todo las cosas de la habitación hasta que le doliera la pierna, y de todas formas no podría quitarse la frustración que sentía. Ya debería estar en su casa, no sentada en un motel esperando que un asesino se cobre otra víctima que ella no pudo evitar.

Pensó en Euler y Pitágoras, y esperaba que estuvieran bien. Tenía un dispensador de alimento para cuando pasaba noches fuera, pero sus gatos eran demasiado listos. Una vez, habían logrado desarmarlo y se comieron la mitad de la comida de una semana en una noche. Cuando ella llegó a su casa unas horas más tarde los encontró hinchados y felices, estaban tan llenos que sólo podían mover la cola en respuesta a su voz.

–¿Lista? ―preguntó Shelley en un tono suave. Quizás percibía que Zoe no estaba de humor para esto, para nada de esto.

Zoe asintió y permitió que su compañera le indicara el camino. Se dirigió al restaurante sin demasiada alegría, viendo las luces como un oasis en la oscuridad del área rural, ya casi todo estaba cerrado a estas horas de la noche. Sólo unos pocos coches estaban estacionados afuera en el pequeño estacionamiento, y las grandes ventanas a los lados del edificio les permitían ver a unos pocos clientes sentados comiendo o bebiendo café. Eso la hizo quedarse sin aliento por un momento, espontáneamente recordó las comidas de su infancia.

Zoe reprimió un gruñido quejoso mientras entraban. Era el típico restaurante de un pueblo pequeño. Mesas limpias, asientos y cabinas verdes, una apariencia kitsch de los años 50 que contrastaba con los modernos aparatos e imágenes de los equipos deportivos locales en un tablón de anuncios. Las dos camareras de mediana edad con aspecto de estar cansadas, llevaban uniformes anodinos que no eran ni elegantes ni bien ajustados. Sus ojos le mostraban que una llevaba una talla exactamente demasiado pequeña y la otra demasiado grande. Ella parpadeó, ahuyentando los números. Sólo quería comer e irse a la cama.

Zoe se sentó en una de las mesas y examinó el menú. A veces podía ser tranquilizador ver una lista de artículos conocidos y saber lo que querías pedir, pero aquí no sabía qué escoger. Era una oferta estándar y genérica de comida, eran panqueques y hamburguesas como los que puedes conseguir en cualquier lugar similar del país. Fácilmente podría haber sido el mismo menú ofrecido por el restaurante en el pueblo natal de Zoe, donde ella iba hoscamente después de la iglesia, siguiendo a sus padres para su comida de celebración semanal.

Para ella no era realmente una celebración.

Miró fijamente el menú sin leerlo, le parecía sentir la mirada de su madre en la parte superior de su cabeza, la mirada que siempre estaba sobre ella. En silencio, como hacía siempre que se enfrentaba a un menú, dejaba que los números le llenaran la cabeza diciéndole el coste previsto por peso de cada comida, el número de calorías a esperar, cuál tenía más grasa y cuál más azúcar. Era un ejercicio inútil, porque Zoe nunca tomó nada de eso en cuenta a la hora de elegir sus comidas. Había aprendido hace mucho tiempo a elegir algo que le gustara y a dejar de lado los números.

–¿Les ofrezco un café? ―preguntó la camarera, deteniéndose en su mesa con una jarra en la mano. Zoe extendió su taza sin decir nada para que la llenaran, mientras Shelley asentía y le daba las gracias. Con la promesa de volver pronto a tomar su pedido de comida, la camarera se fue otra vez, con pasos pesados y sus zapatos planos que resonaban en el linóleo.

–¿Qué pedirás? ―preguntó Shelley―. Nunca sé que pedir. Soy muy mala eligiendo lo que quiero comer. Todo me parece bien.

Zoe se encogió de hombros.

–Probablemente una hamburguesa ―dijo ella.

–¿Con papas fritas?

–Sí, vienen como guarnición.

Shelley volvió a escanear el menú unas cuantas veces más antes de asentir con la cabeza y decir: ―Suena bastante bien.

Zoe levantó la mirada para analizar momentáneamente los clientes del restaurante pudiendo reconocer un alcohólico, un camionero de larga distancia y un hombre de familia sin ganas de volver a casa. Dirigió su mirada al salero, midiendo la cantidad exacta de sal que le quedaba y comparándola con el azúcar, antes de desconcentrarse incluso con eso.

Los números no la estaban ayudando. El caso seguía sin resolverse, el criminal no había dejado nada de utilidad, ni siquiera para sus habilidades únicas. Ahora estaba atrapada en este pequeño pueblo por lo menos un día más, viendo cosas que le recordaban su infancia y todas las cosas que su madre se había esforzado en remarcar que ella hacía mal. Mientras tanto, en algún lugar, alguna mujer podría estar luchando por su vida, muriendo en un estacionamiento vacío o al lado de la carretera.

–Si no te gusta aquí, iremos a otro lugar mañana ―dijo Shelley, intentando sonreírle amablemente a Zoe. ―A algún lugar que no sea tan pueblerino. Tal vez podamos ordenar comida desde el motel.

Zoe la miró. Una vez más, Shelley la había sorprendido con lo perspicaz que podía ser.

–Este lugar está bien. Me disculpo si estoy siendo desagradable. Esperaba que resolviéramos esto rápidamente y volviéramos a nuestras casas. No quiero que muera más gente.

–Yo también ―dijo Shelley encogiéndose de hombros―. Ya lo lograremos. No hay problema. Conmigo no tienes que aparentar que todo está bien. Puedo darme cuenta de que no estás cómoda aquí.

–No quisiera distraernos del caso sacando a relucir mis propios problemas ―dijo Zoe, haciendo una mueca con la boca―. Supongo que no he estado haciendo un gran trabajo ocultándolo.

–Sólo he estado trabajando contigo por un tiempo, Z ―dijo Shelley riéndose―, pero estoy empezando a ver las señales. Hay una diferencia entre que estés callada porque eres callada y entre que estés callada porque no estás cómoda.

Zoe miró su café, vertiendo exactamente una cucharadita de azúcar sin medirla y revolviendo su café, con cuidado de no chocar su cuchara contra el costado de la taza.

–Es demasiado parecido al lugar dónde crecí ―dijo ella.

–No estoy tratando de presionarte. Lo dije en serio, no tienes por qué decírmelo ―dijo Shelley, tomando un sorbo de su café. ―Pero puedes hacerlo. Si quieres.

Zoe se encogió de hombros. ¿Cuánto podría contarle? No había cambiado de opinión sobre compartir los detalles, excepto quizás con la terapeuta. Pero sus problemas estaban afectando su trabajo, y Shelley merecía saber por qué. Al menos un poco del por qué.

–Mi madre era manipuladora ―dijo, simplemente. Era mejor no contar la parte en la que la acusaba de ser un engendro del demonio. ―Mi padre era un espectador, siendo generosa. Me emancipé legalmente cuando era adolescente.

Shelley dejó escapar un silbido suave.

–Debe haber sido muy duro si tuviste que llegar hasta ese punto para alejarte de ellos.

Zoe se encogió de hombros otra vez. Tomó un sorbo de su café, pero al estar demasiado caliente decidió ponerlo cuidadosamente de nuevo sobre la mesa. Nunca fue buena para hablar de sí misma. Las pocas veces que intentó hacerlo de niña, su madre le dejó claro que las cosas que sentía y veía no eran normales.

–Espero nunca ser así ―suspiró Shelley―. O ni siquiera parecida. Quiero ser una buena madre. Claro que no estoy en casa tan a menudo como me gustaría. Pero de todas formas quiero hacerlo bien.

Zoe miró a Shelley, pensativa y distraída.

–¿Tienes hijos? ―le preguntó.

–Una ―dijo Shelley sonriendo, su expresión mostraba calidez―. Una hija.

–¿Cómo se llama?

–Amelia. Fue difícil ir al entrenamiento y luego venir a trabajar. Decidí cambiar de carrera después de tomarme la licencia por maternidad. Por mucho que crea que he encontrado mi vocación, es difícil dejarla en casa.

–¿Tu pareja la está cuidando ahora? ―preguntó Zoe.

–Mi madre. Al menos durante el día. Mi marido trabaja en una oficina, de nueve de la mañana a las cinco de la tarde. Él siempre está presente para ella los fines de semana ―Shelley suspiró. ―Necesitamos el dinero de ambos trabajos.

Zoe la contempló durante un largo momento. Y luego miró su taza fijamente.

–No creo que puedas ser una mala madre ―dijo al final―. Nunca serás como mi madre.

–Gracias ―le sonrió Shelley. El alivio en su expresión era palpable. ―Necesitaba escuchar eso.

Zoe pensó en la hija de Shelley, y en el hecho de que cada una de las víctimas tenía una madre, y tuvo que luchar contra el impulso de continuar inmediatamente la búsqueda de su asesino. No podría ayudar a nadie si no dormía lo suficiente como para pensar con claridad, necesitaba darle a su cuerpo la nutrición suficiente para que funcione. Eso era lo importante esta noche, al menos mientras que no tuvieran ninguna pista real de la que hablar.

De alguna manera, haber descubierto que Shelley era madre, y que se preocupaba mucho por su pequeña familia, hizo que Zoe la estimara mucho más. La empatía que tenía por las víctimas y sus familias no era una actuación. Shelley era genuinamente compasiva. Era algo que Zoe deseaba sentir más. Tal vez Shelley era exactamente el tipo de compañera que necesitaba.

Especialmente si, mañana por la mañana, iba a tener que enfrentarse a la familia de otra víctima, y explicarles por qué no había atrapado al asesino.

CAPÍTULO DIEZ

Rubie volvía a estar consciente, el mundo parecía volver a estar en foco. Podía ver la tierra debajo de su cara. Había hierba, hojas cortas y afiladas, que se sentían incómodas sobre su mejilla. Ella movió sus ojos, viendo las luces de la ciudad a lo lejos, y luego a su alrededor, vio que había muchos árboles, que se elevaban oscuros y altos, bloqueando su visión a la izquierda y a la derecha.

Debió haberse tropezado con el bosque. No podía recordarlo. Todo lo que había retenido era la imagen de la sangre, cayendo caliente y mojada a borbotones por su cuerpo.

¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? Todavía estaba oscuro, todavía hacía frío, y todavía estaba viva. Suavemente movió su mano contra su cuello y encontró que aún había líquido. Así que no había pasado mucho tiempo. Si hubiera estado sangrando durante mucho tiempo, estaría muerta.

Rubie agudizó el oído al escuchar un sonido cercano, e instintivamente ralentizó su respiración, haciendo un esfuerzo para no exhalar con fuerza. Cuanto más despacio respiraba, menos sangre salía de su cuello. El corte era tan profundo que el aire se precipitaba por allí. Presionó su mano contra la herida con más fuerza, tratando de que no saliera más nada.

Sintió pasos. Eran los pasos de él. Lentos, cautelosos, colocando un pie tras otro. El no entró al bosque tropezándose con él, sino moviéndose con cuidado. Buscando algo. Buscándola.

Una puntada de miedo la mareó y luchó por mantener su respiración bajo control, para estar lo más callada posible. Él se estaba acercando, moviéndose hacia ella. Oh, Dios, si llegaba a encontrarla sería el fin.

Rubie presionó fuerte su cuello, sintiendo que su visión se nublaba cada vez que su agarre resbalaba y haciendo que la herida se abriera de nuevo dejando salir más sangre. Cada parte de su cuerpo quería ceder a la oscuridad que la esperaba, nuevamente pasar a la dulce inconsciencia. Pero ella lo sabía. Rubie sabía que si perdía la consciencia de nuevo, nunca más volvería.

Los pasos parecían estar tan cerca que ella comenzó a aguantar la respiración. Se mantuvo tan quieta como pudo, lo único que se movía era su corazón latiendo, impulsando la sangre que salía de su cuello. Ella esperó. ¿Cuánto tiempo podía contener la respiración antes de hacer otro sonido? ¿Y si él podía verla? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que la matara?

Los pasos siguieron moviéndose, y Rubie finalmente pudo volver a respirar cuando se dio cuenta de que se dirigían en otra dirección, adentrándose más profundamente en el bosque. Su cuerpo volvió a la vida, haciéndole sentir todos sus dolores, recordándole el frío de la tierra y del aire y el calor que se escapaba de su cuerpo con cada pulsación.

Si podía llegar a detener la hemorragia, tenía una oportunidad. Podría salir de aquí a tropezones, incluso arrastrándose si fuera necesario. Faltaba mucho tiempo para que amaneciera, tenía mucho tiempo antes de que él pudiera aprovechar el sol para poder verla. Para ese entonces, ella ya podría estar en la ciudad, en el hospital, a salvo y segura. Podía salir de aquí. Ella era lo suficientemente fuerte.

Si solo pudiera detener la hemorragia.

Rubie trató forzar a su atontado y congelado cerebro para que pensara en algo. Una venda, eso era lo que necesitaba. Sus manos estaban resbaladizas y débiles por la pérdida de sangre. Ella no podía mantener la herida muy bien cerrada, al menos no lo suficientemente bien. Una venda la mantendría unida.

¿Pero dónde conseguiría una venda?

No precisaba una venda médica, podría ser cualquier cosa. Una tira de tela. Cinta adhesiva. Ella había visto eso en una película. Incluso grapas. No, no pueden ser grapas ni cinta adhesiva. Piensa. Piensa en algo a lo que realmente tengas acceso.

¡Ropa! ¡Su ropa! Estaban hechas de tela. ¿Qué llevaba puesto? Pantalones cortos de jean, por eso sus piernas estaban tan frías. Una pequeña camiseta ajustada. Esa era la única cosa entre su estómago y el suelo frío. Una chaqueta deportiva con cremallera, abierta, la capucha se le pegaba a la nuca, manteniéndola abrigada allí.

¡Su bolso! Tenía una bufanda en su bolso, pero estaba en el coche…

Bien, piensa. Todo lo que tenía era ropa que llevaba puesta. La tela de la camiseta era fina. Tal vez era más fácil de rasgar. Ella podía rasgarla y quitar una sección entera de la parte inferior. Eso era lo que hacían en las películas, ¿verdad? Sólo la rasgaban con las manos.

Rubie reunió las fuerzas que le quedaban, quitándose una mano del cuello y empujándola contra la fría tierra. La tierra húmeda se clavó entre sus dedos, llenado en los espacios, antes de que ella finalmente empezara a moverse. Lentamente, y luego de un golpe cuando la gravedad la ayudó, se pudo colocar de espaldas. El impacto la sacudió, haciéndola expulsar el aire de su sistema.

Bien. Ya estaba más cerca. Ahora la sangre comenzaba a ir hacia su espalda, goteaba por su cuello y seguía hacia su cabello, y ella sintió que podía soltarse por un momento para buscar a tientas la tela de su camiseta.

Tiró y se esforzó, pero su fuerza normal se había desvanecido. Sus movimientos eran ineficaces, sus manos se deslizaban y la tela se resbalaba de la punta de sus dedos congelados.

Piensa, Rubie, piensa.

Las costuras, esos eran los puntos débiles.

Buscó a tientas la costura lateral, finalmente la encontró y se agarró a cada lado con sus manos. La agarró y tiró, respirando profundamente y usando toda la fuerza que le quedaba, y la costura se rasgó, las puntadas se rompieron y se desenredaron con un sonido como el del velcro.

Rubie quería llorar. Lo había hecho. Pero era sólo el primer paso.

Un paso.

Ella lo escuchó, eran sus pasos.

Se estaban volviendo más fuertes.

Él estaba regresando.

***

La perseguía implacablemente, con una energía nacida de las llamas nacidas del miedo y la ira. Este no era el plan. Ella estaba arruinando el plan.

Esta chica estúpida debería haber muerto donde él la había llevado, donde se suponía que debía hacerlo. ¿Por qué tuvo que huir así? ¿Y nada menos que hacia el bosque?

Estaba oscuro, pero no quería arriesgarse a encender la linterna de su celular. Si lo hacía, podría ser visto desde la carretera. Alguien podría identificar su coche y entonces la policía lo alcanzaría, habría órdenes de búsqueda, bloqueos de carreteras y búsquedas de registros. Él había apagado las luces del coche y el motor, lo dejó en la oscuridad, donde esperaba que nadie pasara.

Pero la chica era una amenaza mayor que su coche siendo descubierto por un conductor o pasajero desde la ruta. Ella arruinaría el patrón si escapaba, pero era peor que eso. Conocía su rostro. Sería capaz de describir su coche. Tal vez incluso había visto la matrícula antes de aceptar el aventón.

Si ella salía del bosque y llegaba a las autoridades, lo encontrarían en poco tiempo.

Él acechaba entre los árboles con una creciente sensación de desesperación, un enojo se apropiaba de él mientras se alejaba cada vez más de la carretera. No podía ver nada. Las salpicaduras de sangre en el suelo cerca del coche habían sido alentadoras, pero aquí la luz de la luna no llegaba a alumbrar entre las ramas, y ya no podía seguir el rastro.

Sabía que la había cortado, pero ¿cuánto? Si sólo era una herida superficial, podría llegar hasta el pueblo. Tal vez incluso antes de que él la encontrara. Si alguna vez la encontraba. Tal vez ella estaba a medio camino, incluso ahora.

Dejó de moverse, se quedó quieto, escuchando el balanceo y el crujido de los árboles gracias a un ligero viento que pasaba. Esto no tenía sentido. Si no sucedía algún tipo de milagro, no iba a encontrarla a tiempo. Todo iba a terminar.

¿Qué fue ese sonido? Se dio media vuelta, su corazón aceleró su ritmo, latía tan fuerte en sus oídos que temía que no le dejara escuchar si había cualquier otra pista.

Se movió en la dirección de la que había venido, ahora iba más rápido, remplazando el cuidado con la prisa. ¿Qué había sido? Parecía ser un ruido de desgarramiento, como si una tela se rasgara. No era el ruido de un animal. No era un pájaro ni una ardilla ni nada similar, era una chica.

Avanzó a tientas en la oscuridad, sólo podía ver los objetos más cercanos, mantenía sus manos estiradas al frente para no golpearse contra un árbol mientras se concentraba en el suelo a sus pies. ¿Había visto una salpicadura de sangre?

Echó un vistazo al camino detrás de él y dudó evaluando el riesgo. Encendió la pantalla de su celular, usando sólo esa luz tenue para alumbrar y se puso de cuclillas. ¡Sí, era sangre! Movió la luz, alumbrando hacia el frente, yendo cada vez más adelante hasta que…

La luz se cochó contra el cuerpo de ella, brillando en sus ojos, brillando en los charcos húmedos que la rodeaban y la sangre que aún brotaba de su cuello.

Él sonrió al fin y se precipitó hacia delante, poniéndose en cuclillas sobre ella, con cuidado de no pisar la sangre.

Ella todavía respiraba. Pero era una respiración suave y poco profunda, sus ojos ya tenían una mirada vidriosa. Sus manos ensangrentadas y temblorosas estaban junto al dobladillo de su camiseta rasgada, y estaban sufriendo unos pequeños espasmos. Ella lo miraba fijamente, él no podía determinar si estaba consciente o no.

Había sangre a su alrededor. Por todas partes. Estaba empapada en ella. Él había logrado cortarla profundamente antes de que ella lo golpeara y escapara. Todavía salía sangres desde el profundo corte a lo largo de su cuello.

Sus manos se paralizaron. Él se inclinó hacia adelante, sobre ella, cada vez más cerca, hasta que su cara estaba a sólo unos centímetros de la suya. Se concentró, inmovilizando su propio cuerpo, permaneciendo tan quieto como podía estar.

Ella ya no respiraba.

Finalmente se había desangrado.

Por un segundo quiso cantar victoria, y al siguiente quiso estallar de rabia. Esto estuvo mal, todo estuvo mal. ¡Ella había muerto en el lugar equivocado! ¡La perra había arruinado todo, todo! ¡El patrón estaba roto, mal, destruido!

Él se puso de pie y pateó el cuerpo, golpeándola en el costado, el ruido le recordaba el sonido que hace la carne al ser golpeada con un martillo ablandador.

Pero no era suficientemente satisfactorio, ya que ella había roto su patrón, y había destruido todo por lo que él había estado trabajando.

Dio un paso atrás, respirando con fuerza, y reposó su mirada sobre la escena mientras usaba la luz de su celular para examinarla a ella. La sangre necesitaría algo de atención. En este momento, había demasiadas pruebas, demasiadas señales para los investigadores.

Pero, ¿qué era eso…? Ahora que la estaba mirando más de cerca… Sí, ella debe haber girado sobre sí misma, empujándose desde donde había caído originalmente. Y allí, en simetría casi perfecta, la sangre se había derramado desde su cuello. Era… hermoso. No, ahora que miraba aún más de cerca, era simétrico, una flor perfecta, como una mancha de Rorschach.

Un patrón.

Su respiración comenzó a calmarse para calmar el ritmo de su corazón acelerado. Aquí había un patrón, incluso así. Un patrón que le mostraba que todo estaba bien.

La chica no había arruinado todo. No, esto era sólo una pequeña desviación del plan. A pesar de todo, había cometido el asesinato exactamente donde lo había planeado. Ella había corrido hasta un poco más adelante, pero ya estaba muerta desde el momento en que su cable se deslizó alrededor de su cuello. Era como una gallina que sigue moviéndose después de que ya le cortaron la cabeza.

El patrón seguía intacto.

Era igual que el hombre viejo, el que todavía no habían encontrado, en la granja donde nadie lo había visto durante días. Él también había tratado de huir. Al final, no había cambiado nada. El patrón había comenzado allí, y aquí pudo continuar. Como la divina providencia, manteniéndolo en el camino, permitiéndole completar su trabajo.

Su momento de celebración duró poco. Ahora que sabía que todo iba a estar bien, tenía que seguir ciertas pasos. El patrón continuaría, y eso significaba que no podía dejar ninguna evidencia para que lo encontraran y lo detuvieran antes de que terminara la matanza de mañana, o pasado mañana, o traspasado mañana.

De lo primero que tenía que ocuparse era del rastro de sangre. Si podía resolver eso, podía irse antes de que saliera el sol, y nadie se daría cuenta.

Se paró doblando sus hombros hacia atrás, rodándolos hacia su columna vertebral. Había que volver a trabajar usando el físico, pero no tenía problema con eso. Purificó la escena de tal forma que solo quedara el patrón allí. Eliminar todos los rastros de su presencia era como si un artista diera un paso atrás y permitiera que un cuadro hablara por sí mismo. Era un acto de eliminación del ego, una muestra de su devoción al patrón, su creencia de que esto era algo por encima de él.

Encontró una rama muerta cerca, las ramillas y hojas apenas se sostenían aun a ella, se había roto recientemente. Era perfecta para barrer las marcas de la escena del crimen. La cogió y empezó a barrer algunas de sus propias pisadas alrededor del cuerpo, prestando atención de caminar de espaldas, cubriendo su rastro.

Se puso en alerta cuando el suave barrido de la rama fue interrumpido por otro sonido. Se congeló, inmovilizando todo su cuerpo para escuchar de nuevo, presionando una tecla para atenuar la luz de su celular. ¿Qué había sido eso? ¿El canto de un pájaro?

No… Lo escuchó otra vez, no había duda, era una voz humana.

Escuchó atentamente, girando la cabeza para seguir la dirección correcta del viento, afinando sus sentidos tanto como pudo. Miró hacia delante, como si ver la fuente del sonido pudiera aclararle el panorama. Eran voces, no había duda de eso. Eran dos hombres. Acercándose, tal vez. Lentamente, pero con seguridad.

–Es aquí ―dijo uno de los hombres.

El otro dijo algo pero habló demasiado bajo como para poder escucharlo.

–Oh, deja de refunfuñar. Cualquier bicho que valga la pena ya sabe que estamos aquí. Escuchan nuestros pasos. Un poco de charla no hará la diferencia. Cuando estemos en la base, estaré callado.

Entrecerró los ojos, analizando las palabras. Probablemente eran cazadores. Instalan bases en los árboles para esperar a que el bosque se adapte a su presencia, para que las presas pequeñas e indefensas no noten que están allí. Un juego de larga espera.

No podía esperar a que se fueran.

Tenía que salir, y tenía que salir ahora.

Sus huellas aún no habían sido cubiertas ni tampoco el rastro de sangre que iba desde su coche hasta el cuerpo. Pero no podía hacer nada al respecto. Tenía que irse antes de que oyeran una ramita rota o un movimiento de la escoba improvisada y lo vieran. O peor aún, que le dispararan, pensando que era una especie de animal. Era hora de irse, y no había nada más que pudiera hacer.

Volvió a su coche con pasos rápidos y cuidadosos, prestando atención a donde apoyaba su pie, intentando pasar lo suficientemente lejos del rastro de sangre como para no arriesgarse a pisarlo y dejar huellas. Se desvió a un lado para desechar la rama lejos del camino que ella había dejado al pasar, esperando que la rama pasara desapercibida. Era una rama caída más entre todas las demás ramas caídas. Nada de esto estaba terminado pero tendría que dejarlo así, o si no tendría que detenerse ahora, antes de poder terminar con el resto.