Kitabı oku: «Un Rastro de Crimen », sayfa 4
CAPÍTULO SEIS
Mientras los minutos que antecedían a la entrega pasaban. Keri trató de ignorar el creciente pinchazo de ansiedad en su estómago. El tiempo se agotaba y Keri sentía que perdía opciones con rapidez. Se ordenó a sí misma no perder la esperanza, y recordar que Jessica estaba allá afuera, en algún lugar, esperando desesperadamente que alguien la encontrara.
Ya que la oficina de FedEx y el morral y el celular de Jessica fueron callejones sin salida, el equipo comenzó a seguir opciones menos relativas al caso, y por tanto menos prometedoras.
Edgerton puso los parámetros del caso en una base de datos federal para ver si había algún registro de secuestros similares. Los resultados saldrían pronto, pero sacar algo de los mismos llevaría tiempo.
También introdujo la nota de rescate en el sistema, con la remota posibilidad de que el lenguaje coincidiera en alguna medida con los de cartas anteriores. Era una apuesta arriesgada. Si una carta así de extraña había sido enviada antes a alguien, estaban seguros de que habrían escuchado acerca de ella.
Suárez estaba mirando una lista de ofensores sexuales que vivieran en la zona para ver si alguno de ellos tenía un registro de este tipo de crimen. Castillo se había ido al parque a preparar la vigilancia. Brody había dejado la estación, afirmando que iba a hablar con algunos de sus informantes de la calle. Keri sospechaba que solo había salido a comer algo.
Ella y Ray examinaron los archivos de casos antiguos, buscando cualquier caso viejo o no resuelto que coincidiera con el de Jessica. Era posible que este fuera el trabajo de alguien que estuviera de regreso en las calles luego de un largo lapso en prisión. Si esa era la situación, sería anterior al tiempo en la fuerza de cualquiera de ellos y no recordarían los detalles. Ninguno de ellos creía que el ejercicio arrojaría frutos, pero no sabían qué otra cosa hacer.
Al cabo de más de una hora sin éxito salieron. Eran casi las 10 p.m. y ella y Ray iban de regreso a la casa de los Rainey. Era la misma ruta que habían tomado esa mañana, cuando todo había sido normal, justo hasta el momento cuando él le propuso una cita. Ambos estaban conscientes del hecho, pero estaban demasiado atareados para permitir que eso se cruzara en su camino por los momentos.
Mientras conducía, Ray estaba al teléfono hablando con el Detective Garrett Patterson, todavía en la estación para coordinar la vigilancia del sitio de la entrega, el Parque Chace.
Patterson, un hombre callado, libresco, en la treintena, era un experto en tecnología como Edgerton. Pero a diferencia de su colega más joven, Patterson parecía contentarse con los detalles más nimios de los casos. Adoraba actividades como examinar registros telefónicos y comparar direcciones IP, tanto que ello le había ganado el apodo de Trabajo Laborioso, cosa que no le molestaba para nada.
Patterson no era la clase de detective que iba a hacer saltos instintivos de deducción, pero se podía contar con él para instalar todo un perímetro de vigilancia electrónica y de vídeo que fuese tan efectivo como indetectable.
—Están preparados —le dijo Ray al colgar—. El equipo de vigilancia está en su lugar. Manny se dirige ahora a la casa del jefe de Rainey, para acompañarlo a él y al dinero al puesto de comando remoto en la van situada en el centro comercial Waterside.
—Grandioso —dijo Keri—. Mientras hablabas, tuve una idea. Tengo un amigo que conozco de cuando vivía en la casa bote en la marina. Tiene un velero y apuesto a que él nos llevaría para poder observar la zona de entrega desde el agua. ¿Qué dices?
—Digo que lo contactes —dijo Ray—. Mientras más ojos podamos poner en la zona de entrega sin ser notados, mejor.
Keri texteó a su amigo, un apergaminado y viejo marinero llamado Butch. En realidad era menos un amigo que un eventual compañero de bebida a quien le gustaba el escocés tanto como a ella. Luego de perder a Evie, su matrimonio, y su trabajo, en rápida sucesión, había comprado una destartalada casa bote en la marina y vivido allí varios años.
Butch era un hombre amistoso, jubilado de la Armada a quien le gustaba llamarla “Copper”, no le hacía preguntas sobre su pasado, y estaba feliz de intercambiar historias profesionales de guerra con ella. En ese tiempo, esa era exactamente el tipo de compañía que estaba buscando. Pero desde que se había mudado de la marina a su apartamento, y significativamente reducido el consumo de alcohol, no se habían visto mucho en tiempos recientes.
Aparentemente no albergaba resentimiento alguno puesto que ella recibió casi de inmediato un texto que rezaba: “no hay problema - nos vemos, Copper”.
—Somos buenos —le dijo a Ray, luego dejó que su mente vagara hacia algo que la había estado devorando. No se dio cuenta del tiempo tan largo que había permanecido en silencio hasta que Ray irrumpió en sus pensamientos.
—¿Qué pasa, Keri? —preguntó Ray con expectación— Puedo asegurar que estás dándole vueltas en tu cabeza a alguna pista.
Una vez más Keri se maravilló de que él pareciera capaz de leer su mente.
—Es solo la entrega. Algo acerca de eso me está molestando. ¿Por qué este hombre, asumiendo que es un hombre, nos da el sitio con tanta antelación? Debe saber que si los Rainey nos contactaron, tendríamos horas para hacer exactamente lo que estamos haciendo —establecer un perímetro, instalar la vigilancia, juntar personal. ¿Por qué darnos la ventaja? Entiendo que exija el dinero desde temprano, y así darles tiempo para que lo reúnan, pero si fuese yo, llamaría a las once cuarenta y cinco p.m. para revelar el sitio de la entrega y diría que la reunión era a la medianoche.
—Buena pregunta —convino él—, y encaja con tu sospecha de que a él no le importa el dinero.
—No quiero extenderme en detalles, pero realmente creo que no —dijo.
—Entonces, ¿qué crees que le importa? —preguntó Ray.
Keri había estado sopesando esto en su cabeza y estaba feliz por la oportunidad de compartirlo en voz alta.
—Quienquiera que sea este sujeto, creo que tiene una fijación con Jessica. Siento que la conoce o al menos se ha encontrado con ella. Él la ha estado observando.
—Eso encaja. Todo sugiere que ha estado planeando esto desde hace rato.
—Exactamente. Esas gafas de sol especiales que usó FedEx, el saber dónde estaban las cámaras, secuestrarla a la hora perfecta cuando ella estaba fuera de la vista de la escuela, pero todavía no estaba a la vista de su madre, en una parte del vecindario donde ninguno de los vecinos tenía cámaras de seguridad en el exterior. Todas estas son señales de alguien que ha estado trabajando en esto por un largo tiempo.
—Eso tiene sentido. Pero el oficial de seguridad en la escuela no consiguió nada entre el personal. Lo verifiqué de nuevo en la estación. Ninguno de los maestros tenía registros más allá de multas de estacionamiento.
—¿Qué hay del personal de mantenimiento o los conductores de autobús?
—Son empleados a través de compañías externas. Pero todo el que tiene contacto con la escuela debe pasar una verificación de sus antecedentes. Podemos repasar la lista de nuevo. Pero el sujeto fue bastante cuidadoso.
—Okey, entonces, ¿qué hay acerca de los empleados en negocios a lo largo de la ruta de la bici, u obreros en una casa en construcción en las cercanías —personas que la verían todos los días y estuviesen familiarizados con su rutina y tengan un registro?
—Esas son buenas pistas que podríamos seguir en la mañana. Pero aspiro a que capturemos a ese sujeto esta misma noche y nada de eso sea necesario.
Pararon en la casa de los Rainey y advirtieron la presencia de un auto policial estacionado lejos, bajando la cuadra. Se le había instruido para que no estacionara demasiado cerca de la casa por si acaso el secuestrador pasaba por allí. Caminaron hasta la puerta y tocaron. Un oficial la abrió de inmediato y ellos pasaron.
—¿Cómo han estado? —le preguntó Ray en voz baja.
—La mamá ha pasado la mayor parte del tiempo con el pequeño, intentando mantenerlo ocupado —respondió el oficial.
—Y mantenerse ella misma ocupada —añadió Keri.
—Eso creo —convino el oficial—. El papá ha estado mayormente callado. Ha pasado mucho tiempo estudiando el plano del parque en su portátil. Nos ha estado haciendo toda clase de preguntas acerca de nuestra vigilancia, para la mayoría de las cuales no tenemos respuestas.
—Okey, gracias —dijo Ray—. Esperemos poder brindarle unas pocas.
Como dijo el oficial, Tim Rainey estaba sentado ante la mesa de la cocina, con un mapa de Google del Parque Burton Chace en la pantalla de su portátil.
—Hola, Sr. Rainey —dijo Keri—. Tenemos entendido que tiene algunas preguntas.
Rainey levantó la vista por un momento, pareciendo reconocerlos vagamente. Luego sus ojos lograron enfocarlos y asintió.
—En realidad tengo muchas.
—Adelante —dijo Ray.
—Okey. La nota decía que no contactara a las autoridades. ¿Cómo van a mantenerse sin ser vistos?
—Primero, hemos colocado cámaras ocultas por todo el parque —respondió Ray—. Estaremos en capacidad de monitorearlas remotamente desde una van en un estacionamiento cercano. Además, el parque está poblado de personas en situación de calle y hemos vestido de esa forma a una oficial para ponerla allí. Lleva allí varias horas para no levantar las sospechas de los demás. Tendremos gente en el Club de Yates Windjammers que está al lado, observando desde un segundo piso con vidrios entintados. Uno de ellos es un francotirador.
Keri vio que los ojos de Tim Rainey se agrandaban, pero no dijo nada mientras Ray proseguía.
—Tendremos un drone disponible pero no lo usaremos a menos que sea absolutamente necesario. Es casi silencioso y puede operar hasta ciento setenta metros de altura. Pero no queremos correr riesgos con eso. En total, tendremos casi una docena de oficiales fuera del sitio, pero a sesenta segundos de la ubicación, para asistirle si las cosas se complican. Eso incluye a la Detective Locke y a mi persona. Estaremos en un bote civil en la marina, suficientemente lejos para observar los eventos a través de binoculares. Para esto hemos pensado en todo, Sr. Rainey.
—Okey, eso es obvio. Así que, ¿exactamente qué necesito hacer?
—Me alegra que preguntara —dijo Ray—. Es por eso que hemos venido hasta aquí. ¿Por qué no nos preparamos aquí mismo, ya que tiene el mapa a la vista?
Él y Keri tomaron asiento a cada lado de Rainey y ella se hizo cargo.
—Bien, se supone que usted se encontrará con él en el puente entre las pérgolas en el fondo del parque, cerca del agua. Y eso es exactamente lo que va a hacer —dijo Keri—. El parque mismo estará oficialmente cerrado, así que no puede aparcar en los puestos de estacionamiento. En parte es por eso que probablemente él lo está haciendo a medianoche. Cualquier auto en el estacionamiento se vería sospechoso. Usted aparcará en el estacionamiento público a una cuadra de distancia. Le daremos cambio. Todo lo que tiene que hacer es aparcar, pagar, y caminar hacia la zona de entrega. ¿Tiene todo esto sentido hasta ahora?
—Sí —dijo Rainey—. ¿Cuándo tendré el dinero del rescate?
—Usted irá a recogerlo al centro comercial Waterside cerca del parque.
—¿Qué pasa si el secuestrador está observando?
—Eso está bien —le tranquilizó Keri—. Su jefe será quien se lo entregue, justo enfrente de los cajeros automáticos del Bank of America. Ahora mismo él está siendo escoltado por uno de nuestros detectives. Habrá oficiales en el área, tampoco estarán a la vista, en caso de que el secuestrador intente tomar el dinero entonces.
—¿Están marcando el dinero con alguna especie de localizador GPS?
—Así es —intervino Ray—, y el bolso también. Pero todos los localizadores son muy pequeños. El del bolso será una puntada de la costura. Las marcas colocadas en el dinero son diminutas, adhesivos transparentes en billetes individuales. Incluso si hallara los billetes exactos, las marcas son muy difíciles de ver.
Keri sabía por qué Ray había respondido esa pregunta. Estaba claro por la expresión contrariada de Rainey que no estaba feliz con los localizadores. No lo dijo, pero podían asegurar que estaba preocupado por cuanto los mismos podrían poner a Jessica en riesgo.
Ray había tomado la palabra así que tenía que ser el portavoz de esa indeseable información. De esa manera, la relación de confianza que Keri estaba desarrollando con el ansioso padre no se vería socavada. Keri hizo un imperceptible gesto de gracias dirigido a su pareja. Rainey no pareció notarlo. Podía afirmar que estaba agitado por lo que Ray había dicho, pero no hizo objeción alguna. Pasó a otra cosa.
—Entonces, ¿qué hago ahora? —le preguntó a Keri, evitando adrede mirar a Ray.
—Como dije antes, luego que consiga el dinero del rescate, conduzca hasta el estacionamiento que está a una cuadra del Parque Chace. Luego salga y camine hasta el puente entre las pérgolas. Habrá oficiales en el área, pero usted no los verá. Y no es su trabajo preocuparse por nada de eso. Todo lo que tiene que hacer es ir al puente con el dinero.
—¿Qué sucede cuando él llegue? —quizo saber Rainey.
—Usted va a preguntar por su hija. En teoría, él va a tener la impresión de que usted está solo. Así que no se verá bien que solo le dé el dinero sin protestar. Podría entrar en sospechas. Dudo seriamente que él la traiga consigo. Puede darle una ubicación. Podría decirle que le texteará la ubicación una vez se halle convenientemente lejos. Podría decir que enviará por FedEx la ubicación...
—¿No cree que ella estará allí? —la interrumpió Rainey.
—Mucho me sorprendería. Él estaría cediendo su posición de dominio si la llevara consigo. Su mejor apuesta es mantenerle a usted a la espera para que tema por la seguridad de Jessica, así que necesita prepararse para la posibilidad de que ella no esté allí.
—Comprendo. ¿Qué sigue?
—Después que exprese sus recelos acerca de dejar el dinero, deje el dinero. No trate de negociar algún otro plan con él. No trate de reducirlo por la fuerza. Él podría sobresaltarse. Probablemente estará armado. No queremos nada que cause una confrontación.
Tim Rainey asintió con renuencia. A Keri no le gustó su actitud y decidió que necesitaba ser más enérgica.
—Sr. Rainey. Necesito su promesa de que no hará ninguna tontería. Nuestra mejor apuesta es o que él le diga donde hallar a su hija o que se la devuelva después de la entrega. Incluso si no le dice nada, no entre en pánico. Lo rastrearemos. En el momento adecuado, lo aprehenderemos. Si toma el asunto en sus manos, podría terminar muy mal para usted y para Jessica. ¿Estamos claros con respecto a eso, señor?
—Sí. No se preocupe. No voy a hacer nada que ponga en riesgo a Jessica.
—Por supuesto que no —dijo Keri con un tono tranquilizador a pesar de sus dudas— Lo que usted hará es completar la entrega, regresar a su auto, y conducir hasta acá de regreso. Manejaremos cualquier cosa que surja, ¿de acuerdo?
—¿Me pondrán ustedes un micrófono? —preguntó, sin responderle directamente.
—Sí —dijo Ray, interviniendo de nuevo—, y una cámara diminuta también. Ninguno sera distinguible, especialmente de noche. Pero la cámara puede ayudarnos a identificarlo. Y el audio nos permitirá saber si usted está en peligro.
—¿Estaremos en capacidad de comunicarnos?
—No —le dijo Ray—. Quiero decir, obviamente seremos capaces de escucharlo. Pero darle un audífono sería arriesgado. Él podría verlo. Y queremos que permanezca concentrado en lo que usted necesita hacer.
—Una cosa más —añadió Keri—. Existe la posibilidad de que no se presente en lo absoluto. Podría espantarse y echarse para atrás. Él podría ni siquiera intentar venir. Esté preparado para eso también.
—¿Cree que eso es lo que va a suceder? —preguntó Rainey. Era claro que nunca había considerado la posibilidad.
Keri le dio la respuesta más honesta que pudo formular.
—No tenemos absolutamente ninguna idea de lo que va a suceder. Pero estamos a punto de averiguarlo.
CAPÍTULO SIETE
Keri pensó que podía estar enferma. Era casi gracioso. Después de todo, había vivido flotando en una casa bote durante varios años. Pero flotar en un velero en el mar abierto del canal, sosteniendo unos binoculares pegados a los ojos por largos lapsos de tiempo era otra cosa.
Butch había ofrecido fondear el Pipsqueak, pero tanto a Keri como a Ray les preocupaba que un bote estacionado en el agua podría levantar sospechas. Por supuesto, un bote que navegaba para atrás y para adelante sin motivo alguno no era mucho mejor.
Al cabo de quince minutos de eso, Butch sugirió que se quedaran cerca del muelle que estaba frente al parque, cruzando el canal, donde al menos los otros botes les harían destacar menos. Keri, sin la certeza de poder contener la náusea por más tiempo, acogió de inmediato la sugerencia.
Hallaron un puesto desocupado y se quedaron allí mientras la medianoche se acercaba. La mordiente brisa invernal aullaba allá fuera. Sentada en la pequeña banca cerca de la ventana, Keri podía escuchar el sonido del agua azotando ruidosamente el casco. Lo acogió en su seno, intentando acompasar su respiración a ese ritmo. Sintió que el nudo en su estómago comenzaba a desatarse y el sudor de su frente comenzó a aliviarse un poco.
Eran las 11:57 p.m. Keri llevó los binoculares a sus ojos de nuevo y miró a través del canal hacia el parque. Ray, un metro más allá, estaba haciendo lo mismo.
—¿Ven algo? —preguntó Butch desde arriba—. Le excitaba ser parte de una operación policial y le estaba resultando difícil ocultarlo. Esto era probablemente la cosa más emocionante que le había sucedido en años.
Era el mismo tipo apergaminado que ella recordaba, con la piel curtida por la intemperie, la mata despeinada de cabellos blancos, y el sempiterno tufo de alcohol en su aliento. Bajo circunstancias normales, operar un bote en su condición era una violación. Pero ella estaba dispuesta a dejarlo pasar considerando la situación.
—Algunos árboles bloquean parcialmente la vista —respondió ella en voz baja pero audible—, y es difícil ver por el reflejo de la ventana, incluso con las luces apagadas aquí abajo.
—No puedo hacer nada con respecto a los árboles —dijo Butch—, pero ya sabes, las ventanas se abren parcialmente.
—No lo sabía —admitió ella.
—¿Cuánto tiempo viviste en ese bote? —preguntó Ray.
Keri, felizmente sorprendida de que él estuviera dispuesto a bromear a su costa, le sacó la lengua antes de añadir:
—Aparentemente no lo suficiente.
Una voz emanó de sus radios, interrumpiendo el momento de mayor naturalidad que habían tenido en todo el día. Era el Teniente Hillman.
—Todas las unidades prevenidas. Esta es la Unidad Uno. El mensajero tiene la carga, ha estacionado, y va a pie en ruta a su destino.
Hillman era una de las personas apostadas en el segundo piso del Club Windjammers, que tenía una ventajosa vista de gran parte del parque, incluyendo el puente. Estaba usando términos no específicos, asignados de antemano a todos los involucrados, para evitar compartir demasiada información a través de las líneas de comunicación, que siempre parecían estar intervenidas por ciudadanos curiosos a quienes les gustaba escuchar el tráfico policial. Rainey era el mensajero. La bolsa de dinero era la carga. El puente era el destino. El secuestrador sería llamado el sujeto y Jessica sería el activo.
—Esta es la Unidad Cuatro. Puedo ver el destino —dijo Keri, encontrando por fin un ángulo con una clara visión del puente—. No hay nadie visible en la cercanías.
—Esta es la Unidad Dos —se escuchó la voz de la Oficial Jamie Castillo, que estaba desempeñando el rol de la mujer indigente en el parque—. El mensajero acaba de pasar por mi ubicación al oeste del edificio comunitario, cerca del café. Las únicas otras dos personas que veo son individuos en situación de calle. Ambos han estado aquí toda la tarde. Ambos parecen estar durmiendo.
—No le quites el ojo a esos individuos, Unidad Dos —dijo Hillman—. No sabemos cómo es el sujeto. Cualquier cosa es posible.
—Copiado, Unidad Uno.
—Espero que ustedes, muchachos, puedan escucharme —el susurro nervioso de Tim Rainey salía con fuerza gracias al micrófono que tenía en el cuello—. Estoy en el parque y me dirijo al puente.
—Uff —musitó Ray por lo bajo— ¿Vamos a tener un reporte continuo de este tipo?
Keri le frunció el ceño.
—Está nervioso, Ray. No seas duro con él.
—Todas las unidades prevenidas. Este es el puesto de mando —dijo Manny Suárez desde la van, en el estacionamiento del centro comercial, que servía como puesto de mando móvil—. Tenemos ojos en toda el área y no hay movimiento a estas alturas aparte del mensajero, que está a cuarenta y cinco metros de su destino.
Keri miró su reloj: 11:59 p.m. En la distancia escuchó el motor de un bote en el extremo opuesto del canal principal de la marina. Leones marinos, a quienes les gustaba tomar baños de sol en los muelles durante el día, se llamaban entre sí. Aparte de eso, el viento, y las olas, todo estaba silencioso.
—Movimiento a lo largo de Mindanao Way acercándose al parque —se escuchó de una voz desconocida, agitada.
—Identifique su unidad —bramó Hillman—, y no use nombres propios.
—Lo siento, señor. Esta es la Unidad Tres. Hay un vehículo aproximándose al parque por... la calle que llega hasta él. Parece ser una motocicleta.
Keri se dio cuenta de quién era la Unidad Tres—el Oficial Roger Gentry. Los Ángeles Oeste no era la división más grande del Departamento de Policía de Los Ángeles y tenían escasez de personal disponible a esta hora, así que Hillman había convocado a todo oficial sin asignación y eso incluía a Gentry. Era un novato, con menos de un año en el trabajo, más o menos lo mismo que Castillo, pero con menos confianza o, aparentemente, capacidad.
—¿Alguien más ve algo? —preguntó Hillman.
—¿Puede alguien más oír eso? —preguntó Tim Rainey con voz demasiado alta, aparentemente olvidando que nadie podía responderle— Suena como que alguien viene.
—Esta es la Unidad Dos —dijo Castillo desde su refugio provisional, cerca del centro comunitario— Puedo verlo. Es una motocicleta. No puedo identificarla desde mi ubicación, pero es pequeña, una Honda, creo. Solo el conductor. Ha ingresado al parque y está rodando por el borde sur del camino de servicio en dirección al destino del mensajero.
Keri vio la moto también, acelerando a lo largo del camino de servicio que bordeaba el límite del parque cerca del agua. Volvió su atención a Tim Rainey, que estaba parado, tieso, en la mitad del puente, con la mano derecha asiendo fuertemente la bolsa.
—Esta es la Unidad Uno —anunció Hillman—. Tenemos el rifle a disposición, preparado para dar apoyo. ¿Alguien tiene una visión actualizada del vehículo?
—Esta es la Unidad Cuatro —dijo Ray—. Tenemos una visual. El conductor solitario está viajando a unos ochenta kilómetros por hora a lo largo del borde del camino de servicio. El vehículo está doblando a la derecha, eso es el norte, en dirección al destino.
—Creo que es alguien en una motocicleta —dijo Tim Rainey—. ¿Puede alguien decir quién es? ¿Es el sujeto? ¿Tiene a Jess?
—Unidad Cuatro, esta es la Unidad Uno —dijo Hillman, ignorando la charla de Rainey—. ¿Ven algún armamento? Rifle, listo.
—Rifle listo —se oyó la voz del francotirador junto a Hillman, en la habitación del segundo piso del club de yates.
—Esta es la Unidad Cuatro —contestó Ray—. No veo ningún arma. Pero mi visual está comprometida por la oscuridad y la velocidad del vehículo.
—Rifle, a mi señal —dijo Hillman.
—A su señal —replicó con calma el francotirador.
Keri observó al conductor de la moto pisar los frenos y hacer una súbita, dramática figura de caballito, levantando la rueda delantera. Cuando esta pisó de nuevo el camino, el conductor forzó la moto en un ajustado círculo, dando tres vueltas antes de salir de allí y acelerando de regreso por donde vino.
—Esta es la Unidad Cuatro —dijo con rapidez—. En descanso. Repito, recomiendo que el Rifle adopte posición de descanso. Creo que tenemos un sujeto que se divierte conduciendo a altas horas de la noche.
—Rifle, en descanso —ordenó Hillman.
Ciertamente, la moto continuó por la ruta por donde había venido, a través del camino de servicio, y cruzó el estacionamiento del parque. Ella lo perdió de vista cuando regresó a Mindanao.
—¿Quién tiene ojos en el mensajero? —preguntó con urgencia Hillman.
—Esta es la Unidad Cuatro —continuó Keri—. El mensajero está agitado pero ileso. Está parado allí, sin saber cómo proceder.
—Francamente, yo tampoco —admitió Hillman—. Solo mantengámonos en alerta, señores. Eso puede haber sido un señuelo.
—¿Viene alguien a buscarme? —preguntó Rainey, como en respuesta a Hillman. ¿Debo solo permanecer aquí? Asumo que debo permanecer aquí a menos que oiga otra cosa.
—Dios, ojalá se callara —musitó Ray, poniendo su mano sobre el micrófono para que solo Keri y Butch pudieran escucharlo. Keri no respondió.
Al cabo de unos diez minutos, Keri vio a Rainey, todavía de pie en la mitad del puente, revisar su teléfono.
—Espero que puedan escucharme —dijo—. Acabo de recibir un texto. Dice: ‘Al involucrar a las autoridades, has traicionado mi confianza. Has sacrificado la oportunidad de redimir a la niña pecadora. Yo debo determinar ahora si remuevo yo mismo el demonio o perdono tu insubordinación y te doy una oportunidad más para que purifiques su alma. Su destino estaba en tus manos. Ahora está en las mías’. Él sabía que ustedes estaban aquí. Todo su elaborado plan fue para nada. Y ahora no tengo idea de si él me contactará de nuevo. ¡Quizás han matado a mi hija!
Gritó la última frase, con la voz resquebrajándose por la furia. Keri pudo escuchar su voz que llegaba hasta la marina aunque también se dejaba oír en la radio. Lo vio caer de rodillas, soltar la bolsa, llevarse las manos a la cara, y comenzar a sollozar. Sintió su dolor de una manera íntima, familiar.
Era el grito angustiado de un padre que creía que había perdido a su hija para siempre. Lo reconoció porque ella había llorado de la misma forma cuando su propia hija fue raptada y ella no pudo hacer nada para impedirlo.
Keri se dio prisa en salir de la cabina del bote y llegar justo a tiempo al puente para vomitar, por la borda, en el océano.
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