Kitabı oku: «Un Rastro de Muerte », sayfa 11

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CAPÍTULO VEINTIDÓS

Martes

Amanecer

Impulsada casi en exclusiva por la adrenalina, Keri salió de la 210 Freeway cerca de La Canada-Flintridge y enfiló hacia el norte por la Autopista Ángeles Crest Highway. El sol ascendía por su derecha y podía ver a lo lejos el Jet Propulsion Laboratory mientras rodaba por el serpenteante camino de dos canales que cruzaba el Ángeles National Forest.

En minutos, la gran ciudad justo al sur quedó atrás y ella se vio rodeada por prominentes arboledas, a medida que ascendía por un costado de la empinada, rocosa montaña. Poco después de las 6:30 llegó a su destino, una estación de descanso y baño en un pequeño camino de tierra, justo al oeste del Cañón Woodwardia.

A menos de cuatrocientos metros, cuatro vehículos policiales rodeaban a una van negra. Dos eran del Departamento de Policía de Los Ángeles y dos más del Sheriff del Condado de Los Ángeles. Un camión de la Unidad de Escena del Crimen estaba allí también, y ella pudo ver a los investigadores examinando el vehículo, colectando evidencia. Ray y Hillman estaban a un lado del camino, conversando. Los Detectives Sterling y Cantwell estaban allí también, escuchando con atención.

Keri bajó y se dirigió hasta allá. Deseo haberse acordado de traer una chaqueta. En las montañas, a esa hora, hacía frío incluso en medio de una ola de calor. Tembló ligeramente, pero no estaba segura de si se debía al frío o a la vista que tenía enfrente de ella.

Todas las puertas de la van estaban abiertas. Dentro, no había rastros de sangre, ni de violencia. El cenicero estaba lleno de colillas. Atrás, una bolsa marrón llena de barras de granola, papas fritas, Gatorade, y galletas estaba abierta. Las llaves estaban en el encendido.

Ray vio a Keri y caminó hacia ella.

—Estaban escapando —dijo él, mostrándole una nota escrita a mano dentro de una transparente bolsa para evidencias.

Voy a comenzar una nueva vida.

Todo lo que quiero es que me dejen en paz.

Si me traen de vuelta me escaparé de nuevo.

Ashley

Keri sacudió su cabeza.

—Esto es basura.

—No, es auténtico —dijo Ray—. Le tomamos una foto y se la enviamos a Mia Penn. Ella dice que definitivamente es la letra de Ashley. Además, la hoja es un papel de carta que Ashley recibió en su cumpleaños. La nota fue fijada al tablero con un pendiente, que también definitivamente es de Ashley.

—No lo creo —dijo Keri.

—Mira a tu alrededor, Keri —dijo Ray—. Estás en la Autopista Ángeles Crest en dirección noreste. Mi opinión es que planearon evadir a las autoridades transitando por aquí hasta llegar a Wrightwood, para luego enlazar con la Autopista Quince dirección norte hacia Las Vegas. Por lo que sabemos, pararon aquí para hacer uso de las instalaciones sanitarias. Cuando regresaron a la van, esta no encendió.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo intentamos, observa —la llevó hasta allí, se ajustó su guantes, y giró la llave. Nada sucedió—. La terminal de la batería está cubierta de corrosión. La batería no está haciendo contacto con el cable.

—Diablos, todo lo que tienes que hacer es agarrarla, rasparla por dentro con una llave, y colocarla de nuevo.

—Tú sabes eso, yo lo sé, pero una quinceañera no lo sabe —dijo él—. No encendió y ellos pidieron un aventón para salir de aquí.

—Dices siempre ‘ellos’, ¿quién estaba con ella? —preguntó.

—Con esta chica, solo Dios lo sabe.

Keri se quedó en silencio intentando encontrarle sentido.

Entonces dijo:

—¿A quién pertenece?

—Dexter Long.

Keri nunca antes había oído ese nombre.

—¿Quién es él?

—Es un chico universitario del Occidental College —dijo Ray—. La van está registrada a su nombre. Aparentemente alguien se la robó del garaje del campus. El chico ni siquiera sabía que ya no estaba. Vive en un dormitorio y no la ha conducido en más de un mes.

—¿Él no se la prestó a nadie?

—No.

—¿Cómo consiguieron las llaves?

—Él las deja en el visor.

—¿Sin cerrar la puerta con seguro?

—Así es, aparentemente.

—Mierda.

—Sí.

—Entonces, ¿están colectando huellas?

—Ya lo hicieron —dijo Ray—. Pero si ella está con otro adolescente que no tiene suficiente edad para conducir, a menos que el chico tenga un registro, no tendrán con qué compararlo.

Hillman se acercó y dijo:

—Hemos estado trabajando para nada.

Keri frunció el ceño.

—¿Piensas que es concluyente? ¿Que Ashley escapó?

Él asintió.

—No hay otra cosa que pensar —dijo él—. No sé con quién, o por qué, con exactitud, pero en este punto no me importa. Hasta donde me concierne, esto ya no es un caso del Departamento de Policía de Los Ángeles.

—¿Qué quieres decir?

—No está ya en nuestra jurisdicción. El Condado se ha ofrecido a coordinar con el FBI cuando oficialmente se hagan cargo —dijo Hillman—. Nosotros regresamos a casos donde la gente está en verdad desaparecida. No hay escasez de esos.

—Pero...

Hillman la cortó.

—Sin peros —dijo él—. Estamos fuera del caso. No me desafíes en esto, Locke. Como están las cosas estás pisando sobre hielo delgado. Llevo la cuenta de tres altercados físicos con al menos tres personas en apenas doce horas. Y esos son solo de los que tengo noticia. Toda esta cosa de andar a tu aire, tiene que parar. Estoy tratando de ponerlo tan en claro como pueda porque esto es realmente serio.

Ray puso una mano sobre el hombro de Keri.

—Pienso que el Teniente Hillman tiene razón en esto —dijo—. Seguimos cada pista. Pero nada muestra de manera definitiva que Ashley Penn haya sido siquiera raptada, Keri. Entretanto, tenemos cantidad de cosas que sugieren que ella se escapó de casa.

—Eso pudo haber sido plantado.

—Cualquier cosa es posible, supongo. Pero si es así, el Condado y el FBI determinarán eso. Déjalo, Keri. Ashley Penn no es tu hija. Es una chica llena de problemas pero ella ya no es nuestro problema.

—Si estás equivocado, entonces estamos perdiendo un tiempo valioso.

—Yo cargaré con ese muerto —dijo Hillman antes de alejarse.

Sí, pero tú no eres el que tendrá pesadillas.

CAPÍTULO VEINTITRÉS

Martes

Amanecer

Cuando Ashley despertó, pudo decir con certeza que algo era distinto. El interior del silo ya no era negro cerrado. En su lugar, débiles rayos de luz solar se filtraban por los bordes de la escotilla del tope. Suficiente para distinguir las cosas sin usar la linterna.

Se levantó y después de acostumbrarse a la vista, notó algo más.

Un haz de luz entraba por un orificio de la pared del silo. El orificio era del tamaño de una cuarto de dólar, y estaba a un palmo de su cabeza. Al saltar, casi pudo ver algo pero no mucho.

Necesitaba una banqueta. Revolviendo el contenedor de comida, encontró algunas latas de comida. Las apiló en el piso a cada lado del orificio, y luego puso una tabla sobre ellos, para hacer una tarima. Animosa, trepó, y apoyando las manos en la pared del silo, pudo ser capaz de mirar por el agujero. Vio un antiguo y desvencijado granero, unos trajinados caminos de tierra que cruzaban campos hacía tiempo abandonados, ahora tupidos de maleza. Carrocerías oxidadas de carros abandonados y maquinaria agrícola inservible cubrían el terreno.

Al mirar hacia abajo, pudo apreciar qué tan alto estaba. El silo tendría más de doce metros.

No le gustaban las alturas y nunca le habían gustado. Ni siquiera le gustaba el trampolín para clavados de la piscina.

No había signos de vida allá afuera: ni gente, ni autos, ni perros, ni nada. Su secuestrador no se veía por ningún lado. .

Con otra mirada al conducto, divisó más luz allá abajo, como si viniera a través de una puerta o una ventana en la base del silo. Ella colgó el tablón hacia abajo y golpeó los huesos hasta que terminaron de caer. Con el conducto ahora despejado, podía ver el fondo. Se veía como un piso de tierra con una pequeña pila de grano viejo. Basándose en qué tanto se habían enterrado los huesos en el grano, ella calculó que tendría de cinco a ocho centímetros de grosor.

¿Podría dejarme caer?

Con otra mirada hacia abajo, se imaginó la caída. Era larga. Dudó que una delgada capa de grano pudiera servir de cojín. Y el conducto, ¿era lo suficientemente grande como para que ella pudiese pasar por él? Estaría ajustado. ¿Cuál sería la mejor posición para su cuerpo? ¿Con sus brazos a los lados de su cuerpo o por encima de su cabeza? Se imaginó quedando atascada con los brazos a los lados y luego con los brazos arriba. ¿Cuál sería la posición preferida si ella quedaba atascada en ese hueco por el resto de su vida? Sacó ese pensamiento de su mente.

No es constructivo.

Ahora mismo, con solo un tablón removido, no podía dejarse caer aunque quisiera. Tenía que sacar otro. Debatió consigo misma las opciones.

Al diablo. Voy a hacer esto.

Podía al menos hacerse de otro tablón y tener la opción disponible.

Ashley fue más eficiente esta vez, removiendo el tablón en dos horas. Entonces tuvo una idea. Usando la anilla de apertura de una lata de sopa, cortó el colchón en pedazos, y luego metió el relleno de goma espuma y los retales de algodón, en el conducto. Aterrizaron en el fondo, formando una capa de quince a veinte centímetros de soporte. Si caía directo sobre la pila, podría tener hasta veinticinco centímetros de cojín. No era mucho desde esa altura, pero era mejor que antes. Además, el acolchado había cubierto la mayor parte de los huesos, así que al menos las posibilidades de que alguno de ellos se enterrara en ella eran menores. Era un asunto de detalles.

Miró el contenedor de comida, preguntándose si debía lanzar una parte para llevársela. Era una opción fascinante. Pero le preocupaba que haciéndolo podría arruinar el acolchado o que algo duro podría quedar en medio de él. No tenía sentido hacer todo este trabajo solo para caer sobre una lata de sopa y romperse la espalda.

Entonces se le ocurrió algo que la hizo sentirse tan orgullosa que por primera vez sonrió desde que esta pesadilla comenzó. Se quitó la falda y el top, y los lanzó hacia abajo también. Dejándose el sostén y las panties, tomó la mantequilla de maní del contenedor.

Podría ser alérgica a esa cosa, pero la misma quizás podía ser útil de otra manera. La abrió y comenzó a untarse la sustancia pegajosa por todo su cuerpo, poniendo especial atención a sus caderas, glúteos, estómago y costillas. Cuando se dejara caer con sus brazos alzados, estar cubierta con una sustancia grasosa la ayudaría a pasar por el conducto.

Cuando hubo terminado, Ashley se permitió unos instantes en silencio para enfocarse. Podía sentir que empezaba a prepararse psicológicamente para la caída, como lo hacía antes de una competición de surf. Casi sin proponérselo, su respiración se ralentizó. Todo se veía con más claridad. Era el momento.

Se colocó en el borde y miró hacia abajo.

Aunque estaba en la posición correcta, no le gustaba la idea de caer por el conducto desde una posición de pie. Sería menos una caída si ella se metía en el agujero, sosteniéndose de uno de los tablones restantes, para luego dejarse ir. Colocó la linterna para que iluminase el conducto, de tal forma que tuviera una buena visual cuando cayera. Trepó entonces sobre el borde del piso y quedó colgada encima del conducto.

¡Okey, hazlo! ¡Adiós, Mamá. Adiós, Papi! Los amo a ambos. Siento todo esto.

No quiero morir.

Su respiración se aceleró; aspirar y espirar, aspirar y espirar.

Sintió que enloquecía.

¡No! ¡Esto es una locura!

Intentó frenéticamente volver a subir pero no pudo. Ya no tenía fuerza en los brazos.

No le quedaba más remedio que dejarse caer.

Ante esa realidad, su respiración volvió a ser lenta. Lo inevitable le dio una inesperada sensación de calma. Cerró sus ojos por un largo segundo y los abrió de nuevo, lista para enfocarse en su tarea. Se meció ligeramente para atrás y para adelante, de tal forma que pudiera caer por la abertura del conducto en el momento adecuado.

Cuando el momento llegó, Ashley Penn se soltó y cayó al vacío.

CAPÍTULO VEINTICUATRO

Martes

Temprano en la mañana

Keri se devanó los sesos de regreso a Venice. Todo apuntaba a Ashley se había escapado, como Hillman y Ray creían. Los hechos, encajaban con toda la evidencia. Aún así, no le gustaba. De regreso en la ciudad, no fue a la estación. No quería enfrentarse a las miradas condescendientes y los murmullos por lo bajo que sabía la estarían esperando allí.

En su lugar, pasó en auto, sin un objetivo claro, por todos los puntos que había recorrido la noche anterior: la escuela de Ashley, el Blue Mist Lounge, el distrito artístico donde Walker Lee vivía, todos los lugares familiares. Llevando una hora en eso, llamó a Mia Penn y dijo:

—¿Crees que Ashley escapó?

—No quiero creerlo. Pero tengo que admitir que es posible.

—¿Seriamente?

—Mira, basado en todo de lo que me he enterado en el día de ayer, es muy obvio que yo no tenía idea de quién era mi hija —dijo ella—. ¿Cómo pasa algo como esto?

—Los chicos ocultan cosas —dijo Keri.

—Sí, lo sé, pero esto fue como… no lo sé, tan extremo, todas las cosas que estaba haciendo. Pensé que tenía una buena relación con ella. Al final, sin embargo, es como si ella no confiara en mí lo suficiente como para decirme nada. Estoy tratando de determinar qué hice para alienarla...

—No te culpes —dijo Keri—. Yo he estado allí. Aún estoy allí. Y no se lo deseo a nadie.

—Look —dijo Mia—. He decidido creer que Ashley se fue por su propia voluntad. Ella nos llamará tarde o temprano, nosotros determinaremos qué hicimos mal. Estoy preparada para esperar y darle su espacio.

—Yo puedo ir...

—No.

—Pero...

—No es buena idea —dijo Mia—. Entre tú y yo, Stafford está hecho una furia por lo del Alerta Ámbar. Esta mañana puso patas arriba nuestra alcoba. Piensa que va a perder su curul en el Senado por toda la publicidad negativa, está convencido.

—¿Él me culpa? —preguntó Keri.

—Solo mantente alejada. Pasará, pero por ahora, mantén tu distancia.

—Podemos revisar la evidencia —dijo Keri.

—¡Keri, no es nada personal, pero detente!

La conexión se cerró.

En el camino, en una zona escolar, una van negra arrancaba abruptamente. Keri vio algo moverse en la ventana trasera, como un cabello rubio agitándose hacia arriba y hacia abajo.

Keri se quedó pasmada y se las arregló para alcanzarlo. El conductor era un hombre lleno de cicatrices de acné, en la treintena, con un largo cabello grasoso, y un cigarrillo colgando de la mano que descansaba en la ventana. Keri le ordenó que se estacionara. Él le mostró un dedo y aceleró.

Ella lo persiguió, sacando la sirena y poniéndola en el techo. Cuando estaba a punto de encenderla, el semáforo cambió a rojo y la van frenó. Keri giró hacia la derecha para evitar embestirlo por detrás. Aplicó los frenos y puso el auto en parada. Saliendo del Prius, sacó su placa para que el hombre a través de la ventana de pasajero.

—¡Cuando le dé una orden de que se estacione, usted obedezca!

El hombre asintió.

—Ahora, sal del maldito auto y date la vuelta hasta este lado.

El hombre obedeció.

Sin quitarle un ojo de encima, Keri abrió la compuerta lateral de la van. No había nadie dentro. Había flores, nada más. Miró hacia la puerta corrediza y notó algo que se le había pasado por alto: un letrero que rezaba Brandy’s Floral Delivery.

El hombre se había puesto enfrente del vehículo y permanecía delante de ella.

—Abre la puerta trasera —ordenó ellas.

Lo hizo. No había niños dentro. Solo más flores. Se dio cuenta que lo que ella tomó por pelo rubio era más bien un ramo de girasoles en la parte de atrás de la van.

Lo estoy perdiendo por completo.

Keri miró al conductor y pudo afirmar que él sopesando si debía mostrarse confundido, asustado o molesto. Decidió que mejor decidía ella por él.

—Escúchame —gruñó—. Arrancaste desde esa calle secundaria como alma que lleva el diablo, en medio de una zona escolar. Y entonces, cuando te ordeno que estaciones, ¿tú me sacas el dedo? Tienes suerte de que no te arreste por no saber comportarte en la calle..

—Siento haber arrancado así. Pero no sabía que era una policía. Una mujer en Prius con una loca mirada en sus ojos quiere que me estaciones, no voy a hacer así porque sí. Debería ponerse en mis zapatos.

—Esa es la única razón por la que te dejo ir con una advertencia. Estuve así de cerca embestir tu trasero. Conduce despacio, ¿entendido?

—Sí, señora.

—Bien. Ahora, fuera de aquí.

Aí lo hizo. Keri regresó a su auto y se quedó sentada allí por un minuto, contemplando qué tan cerca había estado de asaltar a otra persona cualquiera. Y este no era un traficantes o un proxeneta o incluso un metrosexual aspirante a estrella de rock. Era solo un tipo que entregaba flores. Necesitaba recogerse pero no sabía cómo. Tenía todavía una comezón que necesitaba rascarse. Y hasta que no se sintiera satisfecha, sabía que nunca sería capaz de calmarse.

En el instante que lo entendió, Keri supo que había solo un lugar adonde ir y no era la casa o la estación. De hecho, estaba a menos de cinco minutos en auto de donde estaba ahora.

*

Mientras Keri estacionaba su auto en la estrecha calle residencial abarrotada de van de los noticieros, reporteros, paparazzi, y corresponsales, finalizó su llamada. Había estado hablando con la oficial de los Servicios de Protección al Niño, asignada al caso de Susan Granger. La mujer, Margaret Rondo, le aseguró que Susan sería enviada a un albergue seguro para mujeres y niños. Estaba en Redondo Beach en una calle de la urbanización y se veía desde afuera como cualquier otra casa, excepto que los muros exteriores eran un poco más altos y había una pocas cámaras ubicadas en sitios discretos. El chulo de Susan, de quien Keri supo se llamaba Crabby, nunca podría encontrarla.

Y gracias al Detective Suárez, los papeles de Crabby se habían extraviado misteriosamente, y estaría varado en el centro de detención de Twin Towers por cuarenta y ocho horas adicionales, tiempo más que suficiente para que Keri escribiera un reporte que aseguraría que él no pudiera obtener una fianza razonable facility.

Después de algunos ruegos, Rondo accedió, con reservas, a que Keri hablara brevemente con Susan.

—¿Cómo estás? —preguntó ella.

—Asustada. Pensé que estarías aquí.

—Todavía busco a la chica desaparecida de la que te hablé. Cuando todo se calme, te prometo que me pondré en contacto contigo, ¿okey?

—Ajá. Susan sonó alicaída.

—Susan, apuesto a que muchas personas te han hecho promesas y las han roto, ¿cierto?

—Sí.

—Y puedo afirmar que tú piensa que yo voy a hacer lo mismo, ¿correcto?

—Quizás.

—Bueno, yo soy como todas esas personas. ¿Alguna vez has visto que alguien se haya hecho cargo de Crabby como yo lo hice anoche?

—No.

—¿Piensas que alguien que tenga encima a un tipo enorme, maloliente y termine sobre él, teniéndolo boca abajo y esposado, piensas que alguien que haya hecho eso, no va encontrar el camino para ir a visitarte?

—Supongo que no.

—Maldición que no, perdona mi lenguaje. Estaré ahí en cuanto pueda. Y cuando esté allí, te mostraré algunos de los movimientos que usé. ¿Te suena bien?

—Sí. ¿Puedes mostrarme lo de los pulgares en los ojos?

—Por supuesto. Pero solo usamos ese en una emergencia, ¿okey?

—Yo he tenido muchas emergencias.

—Sé que las has tenido, dulzura —dijo Keri, rehusándose a que su voz se quebrara— Pero eso ya se acabó. Te veo pronto, ¿okey?

—Okey.

Keri colgó y se quedó en el auto por un momento, sentada en silencio. Se permitió imaginar todos los horrores por los que Susan Granger había pasado, pero solo por unos segundos, Y cuando sintió que pensamientos análogos sobre Evie empezaban a infiltrarse en su cerebro, los hizo a un lado. Este no era momento para contemplaciones. Era momento para la acción.

Bajo del auto y caminó de prisa hacia la residencia de los Penn. Eran casi las ocho de la mañana, hora apropiada para llamar a la puerta. En realidad, le importaba poco qué hora fuera. Algo, de su más reciente conversación telefónica con Mia, no le había sentado bien. La había estado recomiendo desde entonces. Y estaba allí para obtener respuestas.

En el instante que la avistaron , un enjambre de reporteros la rodeó. Ella o aminoró el paso y algunos de ellos tropezaron entre sí tratando de mantener su paso. Ella sofocó la sonrisa que asomó a sus labios. Una vez que traspasó el portón de la mansión, los reporteros se detuvieron, como si una especie de campo de fuerza les impidiera ir más allá.

Golpeó la puerta. El guardia de seguridad de su primera visita abrió. Cuando ella pasó embalada por su costado, él vaciló, sopesando obviamente si debía detenerla. Pero una mirada a los ojos de ella le paralizó.

—Están en la cocina —dijo él—. Por favor, déjeme conducirla. Si usted simplemente irrumpe, ellos pensarán que soy inútil y me despedirán.

Keri tuvo esa cortesía con él y aminoró el paso para dejar que el tomara la delantera. Cuando entraron a la cocina, Keri vio a Mia en bata de baño, sentada en la mesa de desayuno, sorbiendo sin ganas algo de café. La espalda de Stafford Penn estaba junto a ella mientras cambiaba los canales en eñ televisor de la cocina. Cada estación estaba cubriendo lo de Ashley.

Mia levantó la vista y la expresión cansada de su rostro se desvaneció. Sus ojos brillaron, no de ira, sino por algo cercano al temor. Comenzó a hablar.

—Creo que te dije...

Keri tomó su mano, y ese gesto hizo que Mia se detuviera a mitad de la frase. El Senador Penn se volvió para ver a qué se debía el escándalo. Abrió su boca, pero al ver la mirada en el rostro de Keri, él también se refrenó.

—Primero que nada, debe saber que me voy a saltar las cortesías. Uno, no hay tiempo para eso. Y dos, no tengo la paciencia.

—¿De qué está hablando? —preguntó el Senator Penn.

Keri miró fijamente a Mia.

—Sé que al igual que yo no crees que Ashley escapara. Toda la tarde de ayer y toda la noche nos apremiaste para que investigaramos. Estabas segura de que había sido secuestrada. Pero te llamo esta mañana, y de pronto, ¿piensas que se fue por su propio pie? ¿Quieres que le demos espacio? No me lo creo. Ni por un segundo

—Francamente, no me importa lo que crea —dijo Stafford Penn—. Le dije todo el tiempo que esta era una adolescente que estaba empezando a vivir. Y ahora resulta que yo tenía razón. Lo que pasa es usted no quiere verse mal.

Keri lo estudió con detenimiento. El hombre era un político, a todas luces exitoso, habiendo llegado a su actual posición. Y estaba habituado a hacer que la gente creyera en él, ya fuesen electores, reporteros o chicas adolescentes que seducía en su bufete.

Pero Keri no era de esos. Ella era una detective del Departamento de Policía de Los Ángeles. Y ella era muy buena para detectar a un mentiroso, incluso uno con experiencia como el Senador Stafford Penn.

—Me está mintiendo. Y por Dios, que no me importa si usted es un senador o el presidente de los Estados Unidos. No me importa si me cuesta el empleo. Lo arrestaré por obstruir una investigación. Y lo haré llevándolo hasta afuera, esposado, frente a todos esos reporteros, y lanzándolo en el asiento trasero de mi pequeño cupé de tres puertas. Veamos si lo reeligen después de eso.

Con el rabillo del ojo, Keri vio al guardia de seguridad cubrirse la boca para ocultar una amplia sonrisa.

—¿Qué quiere? —preguntó Penn con los dientes apretados.

Quiero saber con exactitud que están ocultándome.

Stafford no titubeó: —No estoy ocultando nada.

Mia le miró. —Stafford...

—Mia, calla.

—Vamos, Stafford, ya es suficiente.

—Hemos terminado —dijo el senador, observando a Keri. Ella le sostuvo la mirada por varios segundos.

—Aparentemente hemos terminado —concedió ella, sacando sus esposas y avanzando hasta él.

Mia se levantó.

—Dile —dijo ella con un tono imperioso que Keri hasta ahora no le había escuchado.

Él sacudió su cabeza.

—Ella no tiene derecho.

—Stafford, dile o yo lo haré.

Él suspiró, sacudió entonces su cabeza como si no se creyera la estupidez que estaba a punto de hacer.

—Espere aquí. Subió a la planta alta. Un minuto después regresó y le entregó a Keri un pedazo de papel. —Esto apareció en nuestro buzón esta mañana —El papel era blanoo y las palabras habían sido tipeadas.

Ustedes me han tratado mal. Ahora les irá mal.

La venganza es una perra. Prepárense para la música.

—No puedo creer que ustedes se guardaran esto —dijo Keri.

Stafford suspiró. —No es verdadero.

—¿Por qué dice eso?

—Porque estoy un noventa por ciento seguro de quién lo envió.

—Quién...

—Payton Penn; es mi medio-hermano —dijo Stafford—. Tenemos el mismo padre, y madres distintas.

—Sigo sin entender —dijo Keri

—Payton, para decirlo en términos delicados, es un perdedor —dijo Stafford—. Odia a esta familia. Me odia a mí, por algunas cosas que pasaron durante nuestra crianza. Además, obviamente siente envidia de cómo ha resultado mi vida. Odia a Mia, porque nunca podría tener a alguien como ella. Y odia a Ashley, más que nada porque Ashley lo odia a él. Sabe cosas de nuestra familia, incluyendo algo que el público no sabe y que comparto con usted a modo de confidencia: yo soy el verdadero padre de Ashley.

Keri asintió con gravedad, simulando estar halagada y sorprendida por su gran revelación.

—Aprecio que me confíe esa información, Senador. Sé que la privacidad es importante para usted y no la violaré. Pero estoy aguardando la parte donde usted explica por qué su medio-hermano no debería ser un sospechoso.

—Desde que me convertí en senador, le hemos estado pagando dinero para hacerlo callar acerca de Ashley y… por otras cosas que no necesitamos detallar ahora. Así que no tendría sentido para él echarlo a perder ahora. Él está poniendo en riesgo el dinero que tiene garantizado. Además, no es realmente una nota de rescate.

—¿Qué quiere decir?

—Es típico de Payton. Él no está dispuesto a llegar hasta el final. Mire lo vaga que es esta carta. ‘¿Ustedes me han tratado mal?’ Eso podría ser de miles de personas aquí o en Washington. Él en realidad ni siquiera pide dinero.

—Entonces, ¿qué piensa usted que está sucediendo?

—Conociendo a mi hermano, supo acerca de la desaparición de Ashley y pensó que podía sacar algo escribiendo esta carta. Pero no tiene los cojones para pedir un rescate. Solo deja la opción abierta hacia futuro por si llega a perder todo el coraje. Es eso o que se imagina que este es un buen momento para hundirme un cuchillo, cuando estoy en mi punto más bajo. Él no tiene muchas oportunidades de clavármela. Así que no quiso desperdiciar esta. .

—Okey. Pero, ¿que le hace estar tan confiado de que él no encontró sus cojones y no se la haya llevado?

—Porque cuando Ashley desaparició después de la escuela y Mia comenzó a enloquecer, llamé a un investigador privado que uso ocasionalmente, solo para que lo chequeara. Payton estuvo trabajando todo el día de ayer hasta las cinco. Como sabe, Ashley subió a la van un poco después de las tres.

—¿Está seguro de que él estaba trabajando?

—Sí. El investigador me envió una copia del video de vigilancia del edificio. Él estaba allí.

—Pudo haber contratado a alguien.

—Él no tiene el dinero para eso.

—Pensé que usted le estaba pagando.

—No lo suficiente para contratar a alguien que robe a mi hija.

—Quizás su socio está planeando conseguir una fortuna adicional con el rescate.

—¿El rescate que no ha pedido? Suficiente, Detective. He contestado sus preguntas. Esto es un callejón sin salida. Y solo para que sepa, voy a llamar al Teniente Hillman para reportar que me ha amenazado. Con su hoja de servicio, no sé cómo le irá.

—¡Oh, cállate, Stafford! —le gritó Mia— ¡Si te importara tu hija la mitad de lo que te importa tu carrera, nada de esto estaría pasando!

El hombre se vio como si lo hubieran abofeteado. Unas lágrimas se asomaron en el borde de sus ojos; sin responder volvió la espalda con rapidez y se concentró de nuevo en la televisión.

—Te acompaño a la salida —dijo Mia. Mientras se dirigían a la puerta principal, algo se le ocurrió a Keri.

—Mia, ¿tuvo Payton alguna vez acceso a la casa?

—Bueno, tratamos de reconciliarnos con él algunas veces a lo largo de los años. Incluso dejamos que se quedara con nosotros durante el fin de semana largo de la última Pascua. No resultó bien.

—¿Estuvo siempre supervisado?

—No, quiero decir, eso hubiera sido contradictorio. Estábamos intentando resolver todos estos temas. Hacer que la seguridad le siguiera durante todo el fin de semana habría minado un poco esa confianza, ¿no crees?

—¿Y acabó mal?

—Él y Stafford intercambiaron gritos y él se fue antes. Esa es la última vez que lo vimos.

—Gracias —dijo Keri y se fue rápidamente. La prensa estaba todavía afuera y ella no quería lucir sospechosa, así que intentó no correr hasta su auto.

Pero estuvo cerca.

Había algo que necesitaba hacer con urgencia.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
231 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781640291065
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