Kitabı oku: «Un Rastro de Muerte », sayfa 13
CAPÍTULO VEINTISIETE
Martes
Terminando la mañana
Lo primero que Ashley sintió fue dolor. Era tan intenso que al principio no pudo identificar de dónde provenía. Parte de ella estaba demasiado asustada para abrir los ojos y revisar. Sabía que estaba boca arriba al menos. Pero aparte de eso todo lo demás era confuso. No tenía idea de por cuánto tiempo había estado inconsciente..
Aspiró largamente y se obligó a abrir los ojos. La primera cosa que notó fue que había aterrizado en todo el medio del área acolchada que ella había hecho usando el colchón. La segunda cosa que notó que su cabeza aullaba de dolor. Su cuerpo pudo haber tocado tierra de primero, pero también lo habría hecho la parte trasera de su cabeza. Había sangre por todas partes.
Prestó atención al dolor de su mano izquierda y vio que la muñeca estaba doblada de una forma extraña. A todas luces estaba rota. Su pierna izquierda también palpitaba. Ladeó su cabeza para verla mejor. Algo definitivamente estaba mal en su espinilla. Toda la parte inferior de su pierna estaba hinchada del tamaño de un balón de fútbol. Cambió de posición y sin querer gritó de dolor. Su rabadilla se sentía como is se hubiera fracturado por la mitad. Quizás había aterrizado en ese punto.
Ashley se obligó a arrastrarse hacia la puerta del silo. Cada movimiento se traducía en puñaladas de dolor por todo su cuerpo. A través de sus ojos anegados en lágrimas, vio en un rincón lo que parecía una mesa de reconocimiento médico. Había correas a los lados y un artificio para inmovilizar la cabeza. Decidió no pensar para qué podía ser usado.
Había un pequeño escritorio y una silla junto a puerta, la cual usó para incorporarse. Se sentó animosa en el borde del escritorio mientras recuperaba su aliento. Hacía un calor brutal en la base del silo, y su cuerpo casi desnudo estaba resbaloso de mantequilla de maní, sudor y sangre. Se dio cuenta que las ropas que había lanzado por el embudo estaban todavía entre el montón acolchado pero no había manera de que ella regresara para recogerlas.
Estiró el brazo hasta el picaporte de la puerta y un pensamiento terrible cruzó por su mente.
¿Y si después de todo lo que he pasado la puerta está cerrada por fuera?
Comenzó a reír, consciente de que estaba ligeramente histérica pero no podía parar. Al final se calmó, agarró el picaporte, y empujó.
La puerta se abrió. La luz del sol entró, cegándola temporalmente. Cuando se hubo acostumbrado, se tomó un momento para examinar el área. Afuera, todo se veía normal y en silencio. Un pájaro volaba mientras la gentil brisa alborotaba su cabello. A unos cien metros se levantaba una vieja casa rural. Detrás había un ruinoso granero. Ambos estaban rodeados por campos estériles que no habían sido sembrados en años.
Tomó la silla y se encaminó en dirección opuesta, por un viejo sendero de tierra cubierto de hojas y maleza. Usaba la silla como una especie de muleta, cojeando de su pierna izquierda, mientras se las arreglaba con la diestra y el antebrazo izquierdo. Ponía la silla para sentarse cada vez que necesitaba descansar.
Siguió el camino hasta la cima de la suave colina. Cuando llegó allí, lo que vio la hizo querer gritar de alegría. Había una carretera pavimentado a doscientos metros de distancia. Era un largo camino pero si lo lograba, podría pedir ayuda..
De pronto, oyó el inequívoco sonido de un auto. Saliendo de una curva venía un convertible plateado. Dos mujeres jóvenes, probablemente unos poco años mayores que ella, iban sentadas al frente.
Sin pensarlo, las llamó.
—¡Hey! ¡Por aquí! ¡Ayúdenme! ¡Por favor!
Agitó su brazo bueno desesperadamente. Aunque estaban demasiado lejos para oírla, cuando el auto pasó pudo escuchar una música a todo volumen. Ni siquiera llegaron a mirar hacia donde ella estaba.
El silencio retornó a la granja. Escuchó entonces un fuerte golpe, como el de una puerta con tela metálica al cerrada. Miró en dirección a la casa de la granja. Un hombre estaba parado delante de ella. Usaba su mano a modo de visera, mientras oteaba el horizonte.
Ashley, dándose cuenta que estaba en la cima de una colina, de inmediato se echó al suelo y se pegó lo más posible de él. Agarró una pata de la silla, tratando de acercarla hasta ella, pero requería un gran esfuerzo y le tomó unos buenos diez segundos hacerla caer..
Aguardó, jadeando en silencio, contra toda esperanza.
Entonces, en la distancia, escuchó que la puerta de un vehículo se cerraba y un motor era encendido. Las revoluciones aumentaban a medida que el vehículo aumentaba su velocidad. Se acercaba. Ella rodó por la falda opuesta de la colina lo mejor que pudo, ignorando el dolor, tratando de alejarse lo más posible del camino de tierra.
El vehículo se detuvo. No pasó nada, y entonces una puerta se abrió y luego fue cerrada. Escuchó pisadas que se acercaban. Una figura apareció en la cima de la colina, pero el sol la cegaba y no pudo verle. El se adelantó hasta, bloqueando los rayos..
—¿Qué tal estás allá abajo? —dijo él amablemente.
Las memorias que tenía bloqueada se derramaron por el cerebro de Ashley con mayor rapidez de la que ella podía procesar. Reconoció al hombre. Era el tipo que había visto hacía dos noches en un pequeño almacén cercano a la escuela. Recordó que él había flirteado con ella, y que ella se había sentido halagada porque él era lindo y con poco más de treinta. Su nombre era Alan. Ella incluso le hubiera dado su número si no fuera por Walker. Y él era el mismo sujeto que había estacionado cerca de ella en una van negra después de clases, ayer por la tarde. Ella solo tuvo un segundo para reconocerlo antes de que todo se volviera oscuro. Esa era la última cosa que recordaba antes de despertar en el silo.
Y ahora, ahí estaba parado junto ella, el hombre que la había secuestrado, saludándola con calidez, como si nada le importara en el mundo.
—No te ves tan bien —dijo él al aproximarse a ella—. Estás toda ensangrentada. Tu muñeca y tu pierna se ven bastante mal. Y por Dios, estás medio desnuda. Tenemos que regresarte adentro y echarte un vistazo. Luego podremos continuar los experimentos.
Al acercarse él, aunque ella sabía que nadie podía escucharla, Ashley comenzó a gritar.
CAPÍTULO VEINTIOCHO
Martes
Mediodía
Keri se colocó los guantes de látex e ingresó a la cabaña de Payton Penn por segunda vez en el día. Recorrió los alrededores antes de entrar, por si acaso Ashley estaba en algún otro subterráneo. No encontró nada.
Eso no la sorprendió. Con su coartada a toda prueba, no había forma de que Penn por sí mismo hubiera raptado a Ashley, lo que significaba que tuvo que haber sido ayudado. Y si él no quería ensuciarse personalmente, no tenía sentido traerla hasta su propia casa. Ella estaba retenida en otro lugar.
Por eso lo primero que hizo al entrar a la cabaña fue abrir la vieja laptop colocada en la mesa de café. El polvo acumulado sobre ella la puso nerviosa. Eso significaba que no había sido usada hacía tiempo. Uno esperaría que él estuviera en contacto con su socio periódicamente.
Una rápida búsqueda mostró que el historial de internet había sido borrado. Nada sospechoso por sí solo. Pero puesto en contexto se sumaba sus malos presentimientos.
¿Por qué un tipo que vive solo en una cabaña aislada borra su historial? No es que tenga que ocultar su porno de los demás. Así que, ¿qué está ocultando?
Fue a los marcadores y pulsó su cuenta de correo-e Yahoo. Para un tipo tan cauto con respecto a su historial de búsqueda, era en cambio algo descuidado con esto. No se había desconectado la última vez que había estado en línea, así que la página se cargó directamente mostrando su bandeja de entrada sin pedir contraseña. Keri hizo unas pocas búsquedas —”secuestro”, ”sobrina”, “Penn”—. Nada. Meditó por un instante, lo intentó entonces: “van”. Un correo electrónico apareció con el nombre de usuario bambamrider22487. Buscó entonces otros con ese nombre y acertó.
El primero era de bambamrider22487 de hacía un mes y rezaba::
Re: El Gran Juego:
Por medio de nuestro mutuo amigo, he acordado venderte mi tiquet. Te costará $20. Estaré esperando por ti en el 21, piso superior sección 13 en el Estadio de los Dodger este jueves por la noche. Si respondes, asumiré que quieres ir y que el precio es correcto.
Payton, con el nombre de usuario PPHeeHee, replicó:
Allí estaré.
La próxima correspondencia era de dos semanas más tarde, de Payton Penn a bambamrider22487. Decía:
Según lo solicitaste, tengo una van para el juego. Están el aparcamiento recomendado. Las llaves están pegadas del lado del conductor en la parte interna de la llanta delantera.
La siguiente correspondencia era de hacía una semana, de bambamrider22487 a Payton Penn:
El juego será en una semana contando desde hoy. 1500-West. Por favor, confirma. Esta será la última oportunidad de dejar de asistir.
Payton contestó una hora después:
Confirmado.
Parte de todo eso era fácil de descifrar. El gran juego era obviamente el secuestro. Ella sospechaba que el precio de $20 significaba $20,000 por raptar Ashley. La van se explicaba sola. 1500-West era muy posiblemente tiempo militar: las 3 PM en la Secundaria West Venice.
Pero si Payton estuvo en el juego de los Dodgers, ya él tenía un tiquet. Así que, qué era el “tiquet” dejado bajo el asiento? Entonces lo supo. Había algo en uno de los emails, que decía: “Según lo solicitaste, tengo una van para el juego”.
Pero no había habido ningún email solicitando una van. Debe haber sido verbal. El “tiquet” era un teléfono, lo más probable un prepago. Keri le echó un vistazo la celular de Payton que estaba en el sofá donde ella lo había lanzado más temprano. Era un costoso Android, definitivamente no un prepago. Eso significaba que el otro estaba en algún otro lugar de la casa, probablemente bien oculto considerando su delicada finalidad.
Keri cerró el laptop y miró en derredor. Intentó ponerse en los zapatos de Payton Penn. ¿Dónde escondería su teléfono?
Él es lo suficientemente cuidadoso para saber lo que necesita estar oculto. Borró su historial de búsqueda. Pero también dejó su e-mail accessible. Fue suficientemente astuto para colocar una señal de emergencia en su teléfono para su abogado. Pero también admitió eso ante mí. Este hombre es una combinación de paranoico, descuidado, flojo y arrogante. ¿Dónde, un sujeto así, dejaría su teléfono?
Se le ocurrió que él lo quería fácilmente accesible sin importar dónde estuviera en su pequeña cabaña, pero en un lugar impersonal. Probablemente estaba en esta habitación. Sus ojos recorrieron el espacio, y Keri se imaginó a Payton corriendo para agarrar el teléfono que repicaba, esperando contestar antes de que la llamada se fuera al buzón de voz.
Cerca pero no lo suficiente.
Y entonces sus ojos se posaron en un objeto de la cabaña que no se veía como perteneciente a Payton Penn. Sobre el mantel encima de la chimenea, entre una lata vacía de cerveza y el estuche vacío de un DVD de algo llamado Barely Legal: Volume 23, había un pequeño reloj antiguo, del tamaño de una caja de pañuelos faciales, con números romanos en la esfera. A Keri no le pareció que iba con el estilo de Payton. Además, se leía 6:37 y la hora en ese momento era 12:09.
Avanzó hacia él y lo tomó. Era mucho más ligero de lo que ella esperaba y podía oír un repiqueteo por dentro. Palpó los costados hasta que sus dedos rozaron una hendidura en la madera de la parte inferior. Presionó sobre ella, y todo el lado inferior del reloj se abrió. Adentro había una cajita que contenía un barato prepago.
Keri lo sacó y miró el registro de llamadas. Desde hacía tres semanas, varias llamadas desde distintos números telefónicos fueron recibidas por Payton. Marcó uno por uno. El primera era de un teléfono público. El segundo era otro teléfono público; lo mismo para el tercero, y el cuarto. Luego, con el séptimo número, después de timbrar seis veces, la llamada fue a un buzón de voz.
—Deja un mensaje —la voz era tranquila y corriente, pero Keri sabía que este tenía que ser el secuestrador de Ashley. Copió todo los números en su propio teléfono, cuidadosamente regresó el de Payton al reloj, que puso de nuevo sobre el mantel, y abandonó la cabaña.
Una vez de regreso en su auto y conduciendo por la interminable carretera de la propiedad de Payton, hizo tres llamadas. La primera para el Detective Edgerton, de regreso en la estación. Era el gurú tecnológico de la unidad. Le dio todos los números y le pidió que rastreara sus locaciones. Le dio también el nombre de usuario de Yahoo —bambamrider22487. Estaba casi segura de que era una cuenta anónima. El sujeto era más cuidadoso que Payton. Luego puso a Edgerton en espera mientras llamaba al Sheriff Courson. Fue breve y al punto.
—Sheriff, salgo del pueblo pero me he dado cuenta que nadie ha asegurado la cabaña de Payton Penn. Nuestro equipo de Escena del Crimen no llegará allí sino hasta dentro de una hora más o menos. Odiaría que alguien, digamos un sofisticado abogado de LA, vaya para allá y ‘limpie’ el lugar. Usted, quizás, podría hacer que su gente asegure el lugar hasta que nuestro equipo llegue allá.
—Pienso que es una idea maravillosa, Detective —observó Courson—. Tendremos a alguien allá en diez minutos.
—Gracias —dijo ella antes de volver con Edgerton, que ya tenía la información que ella necesitaba.
Su siguiente llamada fue para Ray pero fue directo al buzón de voz. No le extrañaba considerando que probablemente él estaría en ese momento cruzando las montañas hasta Twin Peaks por un área con servicio limitado. Igual le dejó un mensaje.
—Ray. Espero que recibas esto pronto.Payton Penn está involucrado. Encontré e-mails entre él y un secuestrador contratado en la cabaña. Encontré también un teléfono prepago con números en el registro. Edgerton los rastreó para mí. El último tiene una dirección y un nombre —Alan Jack Pachanga, treinta y dos. Ha estado dentro y fuera de la cárcel desde que era adolescente, mayormente por asalto, robo armado, y cosas parecidas. Pero ha permanecido fuera del radar los últimos dos años. Vive en una granja cerca de Acton. Edgerton puede darte los detalles exactos si lo llamas. Voy para allá ahora. A esta hora del día, con sirenas, me imagino que me tomará un poco más de una hora. ¿Quieres acompañarme? Trataré de aguantar hasta que llegues. Pero ya me conoces, siempre hago algo estúpido.
Colgó y lanzó el teléfono al asiento del pasajero, dándose cuenta que debía estar todavía un poco enfadada con su pareja por no haberla apoyado antes. ¿O era algo más?
Sacó ese pensamiento de su mente. Arreglarían las cosas más tarde.
Mientras Keri se desplazaba por la Autopista 138 hacia el oeste, puso la sirena en el techo y pisó a fondo el acelerador, yendo tan rápido como se lo permitía el camino de la montaña.
Aguanta, Ashley. Allá voy.
CAPÍTULO VEINTINUEVE
Martes
Temprano en la tarde
La vía más rápida a Acton desde Twin Peaks era tomar la Autopista 138 oeste que cortaba y bordeaba justo al norte del Ángeles National Forest. La mayor parte de la vía era de dos canales, pero con la sirena encendida, los conductores se apartaban con rapidez y ella fue capaz de cubrirla en un lapso de tiempo aceptable. En solo poco más de una hora, había enlazado con la Autopista 14 Antelope Valley y se acercaba a las afueras de Acton, donde se ubicaba la granja de Pachanga.
Pasó la entrada al lugar, que tenía un portón asegurado con una cadena, y condujo otros cuatrocientos metros antes de darse la vuelta. Salió del camino a unos cien metros de la granja y ocultó el Prius en el costado sin asfaltar de la carretera, colocándose detrás de un conjunto de arbustos que lo escondería muy bien a menos que alguien pasara cerca..
Sacó sus binoculares e intentó hacerse una idea de la granja. Desafortunadamente, el camino de tierra —una trocha más bien— conducía a una colina y ella no podía ver que había al otro lado de la subida.
Tomó su teléfono para llamar a Ray, de quien no había sabido. Solo entonces se dio cuenta de por qué. Ahora mismo no tenía servicio de celular. No era realmente un impacto a estas alturas. Pensándolo bien, ella debió haberle llamado cuando pasaba cerca de Palmdale, donde seguramente habría tenido recepción.
Notó el icono de sobre parpadeante y supo que tenía un mensaje, aunque no lo había oído entrar. Era de Ray y decía:
—Llegué a Twin Peaks. Recibí tu mensaje. En camino a la granja. No seas estúpida. Espérame.
The timestamp was 1:03, about a half hour ago. Si él conducía tan rápido como ella, llegaría en treinta minutos, justo después de las dos. ¿Podía esperar tanto?
Los pensamientos de Keri se fueron hacia Jackson Cave. Payton Penn había obviamente hablado con él. ¿Y si le había dicho a Cave que contactara a Pachanga para que le dijera que la captura era inminente y que él debía deshacerse de cualquier evidencia de su crimen, incluyendo Ashley? No era una preocupación exagerada. Si eso había sucedido, podía ahora mismo ser demasiado tarde. Esperar otra media hora sería irresponsable.
No tenía opción.
Tenía que entrar.
*
Keri tomó su arma y sus binoculares, se colocó el chaleco a prueba de balas y un par de gafas de sol, y caminó por el tranquilo sendero que llevaba a la propiedad de Pachanga.
Al llegar al portón de la granja, Keri notó que mientras este y la cadena estaban oxidados, el candado era brillante y nuevo. Un mugriento letrero rezaba:
Propiedad privada.
Prohibido el paso.
En lugar de tratar de trepar por él, deslizó su cuerpo por entre los alambres de la cerca que se extendía a lo largo de toda la propiedad y llegaba hasta la colina. No caminó por el sendero en sí, por si acaso un auto aparecía, sino a unos nueve metros de distancia, donde podía dejarse caer y ocultarse aprovechando la espesura de los arbustos.
Al acercarse a la cima de la colina, Keri se puso boca abajo y reptó por el resto del trayecto. Levantó un poco su cabeza y observó toda el área.
En otro tiempo, debió haber sido una granja productiva. Había tablones de sembradío, un silo para los granos, un granero, y una casa de campo. Pero a todas vistas no había sido empleada para esa finalidad desde hacía muchos años. Los campos estaban cubiertos de maleza y de antiguos tractores que montaban una guardia silenciosa. De hecho, varios vehículos oxidados se hallaban regados por la propiedad. Ninguno parecía funcionar. El granero estaba a punto de caerse a pedazos. Y el silo estaba herrumbroso. El lecho seco de un arroyo partía la propiedad en dos.
No había cómo cubrirse para descender a pie y mirarlo todo. Tenía que arrastrarse otros cincuenta metros a través de la maleza para llegar a un área boscosa que corría a lo largo del arroyo hasta la casa. Desde allí, ella podía valerse de algunos árboles y de los vehículos abandonados para ocultarse mientras se aproximaba al silo y al granero. Iría despacio pero podía hacerlo.
Revisó su teléfono una vez más: todavía sin señal. Lo silenció a modo de precaución, metió los binoculares en su bolsillo, y comenzó a bajar la colina.
Diez minutos más tarde, había llegado a la casa. La puerta principal estaba cerrada y asegurada. Le dio la vuelta a la casa, agachándose, asomándose a las ventanas, sin detectar ningún movimiento. Se dirigió al granero, saltando en el camino de una a otra cubierta: un vagón sin ruedas y unos cuantos árboles.
Llegó a la entrada y miró hacia el interior. No vio a nadie, pero en el medio del granero, justo debajo del pajar, había una brillante camioneta de reparto de color rojo..
¡Pachanga debe andar por aquí!
Debió haber puesto el vehículo ahí, en el granero, para ocultar su vista desde el camino. Cuidadosamente, se acercó hasta allá y miró por la ventana abierta. Las llaves estaban en la ignición.
Keri las sacó sin hacer ruido y las metió en el bolsillo de su pantalón. Al menos ahora, si encontraba a Ashley, tendría cómo sacarla. Y a menos que uno de esos tractores pudiera ser encendido, Pachanga no tendría con qué seguirlas.
Un fuerte golpe de metal la sacó de sus pensamientos de autosatisfacción.
Se dio prisa en rehacer los pasos alrededor del granero para ver de dónde había venido.
Un hombre descendía por la escalera fijada a un lado del silo. El sonido habría sido debido al cierre de la escotilla en el tope. No podía ver su rostro, pero su cabello era de un rubio desvaído por el sol. Vestía jeans, botas de trabajo y una camiseta blanca que contrastaba con su muy bronceada piel. A Keri no le pareció bastante alto, tendría quizás un metro ochenta, pero su constitución era gruesa y musculosa. Calculó que pesaría noventa kilos y sus biceps lucían abultados bajo las mangas de su camiseta.
Keri no podía sino preguntarse si este sería el Coleccionista. ¿Era este el hombre que se había llevado a Evie? Era rubio y ella creyó ver cabellos rubios bajo la gorra del secuestrador de Evie. Pero aquel hombre mostraba un tatuaje en su cuello y Pachanga evidentemente que no.
Por supuesto, el cabello podía cambiar y los tatuajes podían ser removidos. Pero algo no coincidía. Este hombre se veía más joven, alrededor de treinta. Así que estaría en mitad de la veintena cuando Evie fue raptada. Pero Keri recordaba que había patas de gallo en los ojos del otro hombre, un detalle que ella no había recordado sino hasta ese momento. El secuestrador de Evie tendría cuarenta o más.
Keri sintió que se dejaba llevar por sus dolorosos recuerdos y se sacudió. No era el momento ni el lugar. Tenía un trabajo que hacer y ahora mismo no podía permitirse un momento de pena.
Pachanga llegó al comienzo de la escalera y volteó, secándose el sudor de la frente con el antebrazo. Keri quedó asombrada de lo apuesto que era. Tenía ojos de un azul celeste y una falsa sonrisa. No era difícil imaginar a Ashley acercándose a la van para mirarlo más de cerca.
Pachanga miró en derredor de la propiedad por un momento, y entonces desaparició en el interior de la base del silo, por una puerta que cerró detrás de él.
Keri se movió con rapidez a través de los árboles hasta colocarse justo fuera de la puerta. No había ventanas en el silo y estaba bastante segura de que no la detectarían. Aplicó el oído a la puerta e hizo más lenta su respiración para que no interfiriese con su audición.
Podía identificar una voz. Era masculina y las palabras eran quedas y serenas. No podía comprender lo que él decía pero sonaba casi juguetón. Entonces escuchó otra voz: alta, asustada y femenina. Ella estaba prácticamente sollozando pero hablaba de manera intermitente. Sus palabras salían con dificultad, como si hubiese sido drogada. Keri no podía entender gran cosa de lo que ella decía, pero había dos frases que sí eran claras:
—¡Por favor! No!”
Keri revisó su arma, quitó el seguro, aspiró larga y profundamente, y entonces sigilosa y lentamente accionó el picaporte. Abrió la puerta hacia afuera solo lo necesario para poder echar un vistazo hacia adentro. Casi no podía creer lo que estaba viendo.
Ashley Penn se hallaba tendida sobre lo que parecía una mesa para exámenes médicos, doblada hacia arriba en un ángulo de cuarenta y cinco grados, a nivel de la cabeza. Sus piernas estaban inmovilizadas en unos estribos y sus brazos estaban estirados hacia abajo, en dirección a la base de la mesa, con unas correas de cuero. Su cabeza estaba metida en una especie de tornillo de banco que le impedía moverla. Vestía solo panties y un sostén, y todo su cuerpo estaba embadurnado en sangre y una sustancia marrón. Algo pasaba con su muñeca izquierda, que colgaba sin fuerza de la correa. La pierna derecha por debajo de la rodilla también se veía mal. Tenía un color amoratado y estaba horriblemente hinchada. Un aparato cercano a la mesa hacía bip, y Keri vio que tensarse cada correa y halar las extremidades de Ashley un centímetro, haciéndola gritar de dolor.
Es como una versión automatizada de un potro medieval. Si esto se alarga, sus brazos y su piernas serán arrancadas de su cuerpo.
Keri se forzó a no correr hacia la chica. No había rastro de Pachanga. Keri asomó su cabeza en torno a la puerta para ver si él se estaba escondiendo detrás de ella. Nada. Entonces otra puerta a pocos metros detrás de la mesa. Estaba ligeramente entornada. Debía haberse ido por allí.
Keri miró hacia Ashley y vio que la chica veía directamente hacia ella. Keri puso un dedo en sus labios para pedirle silencio y entró. Ashley parecía estar tratando desesperadamente de decir algo, sin poder hacerlo. Keri echó un vistazo a la pequeña mesa junto a la puerta y descubrió un pequeño monitor en blanco y negro.
Mientras lo contemplaba, tratando de identificar la imagen en la pantalla, Ashley se las arregló para soltar una palabra:
—¡Etráás!
Todo pareció entonces ocurrir en un mismo instante. Keri entendió que el monitor estaba conectado a una cámara de seguridad que estaba colocada sobre la puerta principal del silo. Y mientras procesaba el hecho de que Pachanga debía haberla visto, la única palabra de Ashley se volvió inteligible en su mente.
¡Detrás!
En ese momento, en el monitor, vio una aparecer un imagen y comprendió que era Alan Jack Pachanga, y que estaba justo detrás de ella.