Kitabı oku: «Una Vez Desaparecido», sayfa 11

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Capítulo 23

Cuando Riley llegó a Quántico y entró en la Unidad de Análisis de Comportamiento, tanto el jefe y Bill la estaban esperando en la oficina de Walder. Notó que Bill debió haber sido llamado especialmente para esta reunión.

El Agente Especial Encargado, Carl Walder, se levantó de su escritorio.

“¿El perro faldero del Senador?” dijo Walder, su cara infantil llena de ira.

Riley bajó la mirada. Realmente había ido demasiado lejos con ese comentario.

“Lo siento, señor”, dijo.

“Lo siento no será suficiente, Agente Paige”, dijo Walder. “Te has descarrilado totalmente. ¿En qué estabas pensando, yendo a la casa del Senador a confrontarlo de esa manera? ¿Tienes alguna idea del daño que has hecho?”

Por “daño”, Riley estaba segura de que Walder estaba hablando de su propia vergüenza. No tenía que preocuparse mucho por eso.

“¿Has encontrado a Cindy McKinnon?” preguntó en voz baja.

“No, de hecho, no lo hemos hecho”, Walder dijo bruscamente. “Y, francamente, no estás ayudándonos a encontrarla”.

Eso hirió a Riley.

“¿Yo no estoy ayudando?” contestó. “Señor, se lo sigo diciendo, está culpando al hombre equivocado, y está buscando en el sitio—”

Riley se detuvo en medio de la oración.

Cindy MacKinnon era lo que importaba ahora mismo, no las continuas batallas de Riley con Walder. Este no era el momento para peleas estúpidas. Cuando habló otra vez, fue en un tono más suave.

“Señor, aunque siento que puede estar ocultando algo, quizás me equivoqué en ir a ver al Senador antes de consultarlo con usted, y pido disculpas. Pero olvídese de mí por un momento. Esa pobre mujer ha estado desaparecida por más de veinticuatro horas. ¿Qué pasa si tengo razón y alguien más la tiene cautiva? ¿Lo que está pasando ahora mismo? ¿Cuánto tiempo le queda?”

Bill añadió cautelosamente, “Tenemos que considerar la posibilidad, señor”.

Walder se sentó y no dijo nada por un momento. Riley podría notar por su expresión que también estaba preocupado por la posibilidad. Luego habló muy despacio.

“La Oficina se encargará de ello”.

Riley no sabía qué decir. Ni siquiera entendía lo que quería decir Walder. ¿Estaba reconociendo su posible error? ¿O todavía estaba decidido a no desviarse de su plan actual?

“Siéntate, Agente Paige”, dijo Walder.

Riley se sentó en la silla al lado de Bill, quién la miró con creciente preocupación.

Walder dijo: “Supe lo que pasó con tu amiga hoy, Riley”.

Riley se impactó un poco. No estaba sorprendida que Walder sabía sobre la muerte de Marie. Después de todo, la noticia de que había sido la primera en la escena seguro que llegaría a la Oficina.   Pero, ¿por qué lo estaba sacando a relucir ahora? ¿Detectaba un poco de simpatía en su voz?

“¿Qué pasó?” preguntó Walder. “¿Por qué lo hizo?”

“Ya no podía lidiar con eso”, Riley dijo en un susurro.

“¿No podía lidiar con qué?” preguntó Walder.

Cayó un silencio. No podía darle una respuesta completa a esa pregunta.

“He escuchado que no crees que Peterson está muerto”, dijo Walder. “Creo que puedo entender por qué no puedes sacudir esa idea. Pero tienes que saber que no tiene sentido”.

Hubo otra pausa.

“¿Le dijiste eso a tu amiga?” preguntó Walder. “¿Le dijiste sobre esta idea obsesiva tuya?”

Riley se sonrojó. Sabía lo que venía ahora.

“Era demasiado frágil para eso, Agente Paige”, dijo Walder. “Deberías haber sabido que eso la haría perder la cordura. Deberías haber utilizado mejor juicio. Pero, francamente, Agente Paige, tu juicio está jodido. Odio decirlo, pero es cierto”.

Me está culpando por la muerte de Marie, Riley pensó.

Riley estaba luchando para contener las lágrimas ahora. Si eran lágrimas de dolor o indignación, no lo sabía. No tenía idea qué decir. ¿Dónde podría empezar? No plantó esa idea en la cabeza de Marie y ella lo sabía. Pero, ¿cómo podría hacer que Walder lo entendiera? ¿Cómo podría explicar que Marie tenía sus propios motivos para dudar de que Peterson estaba muerto?

Bill habló otra vez. “Señor, sea paciente con ella”.

“Creo que he sido demasiado paciente con ella, Agente Jeffreys”, dijo Walder, su voz volviéndose rígida. “Creo que he sido muy paciente”.

Walder sostuvo su mirada por un largo momento.

“Dame tu pistola y tu placa, Agente Paige”, dijo finalmente.

Riley escuchó a Bill dejar escapar un jadeo de incredulidad.

“Señor, esto es una locura”, dijo Bill. “La necesitamos”.

Pero a Riley no tenían que decírselo dos veces. Se levantó de su silla y sacó su pistola y su placa. Las colocó sobre el escritorio de Walder.

“Puedes limpiar tu oficina en tu propio tiempo”, dijo Walder, su voz firme y sin emociones. “Mientras tanto, debes irte a casa y descansar un poco. Y regresar a terapia. La necesitas”.

A lo que Riley se dio la vuelta para salir de la casa, Bill se puso de pie como si se fuera a ir con ella.

“Tú te quedas, Agente Jeffreys”, Walder exigió.

Los ojos de Riley se encontraron con los de Bill. Con una mirada, le dijo que no desobedeciera. No esta vez. Asintió hacia ella con una expresión afectada. Luego Riley salió de la oficina. Mientras caminaba por el pasillo, se sentía fría y entumecida, preguntándose qué hacer ahora.

Cuando salió al aire fresco de la noche, sus lágrimas finalmente comenzaron a fluir. Pero se sorprendió al darse cuenta de que eran lágrimas de alivio, no de desesperanza. Por primera vez en días, se sintió liberada, libre de limitaciones frustrantes.

Si nadie más iba a hacer lo que se tenía que hacer, todo quedaba en sus manos. Pero, al fin, nadie iba a decirle cómo hacer su trabajo. Encontraría al asesino, y salvaría a Cindy MacKinnon—sin importar lo que fuera necesario.

*

Después de que Riley, tarde otra vez, recogió a April y condujo a casa, notó al llegar a casa que no se sentía capaz de cocinar la cena esta noche. La cara de Marie todavía la atormentaba y se sentía más agotada que nunca.

“Ha sido un mal día”, le dijo a April. “Un día terrible. ¿Te conformarías con sándwiches de queso a la parrilla?”

“No tengo mucha hambre”, dijo April. “Gabriela me mantiene llena todo el tiempo”.

Riley sintió una punzada profunda de desesperanza. Otro fracaso, pensó.

Pero luego April le echó otro vistazo a su madre, esta vez con una pizca de compasión.

“Sándwiches de queso a la plancha sería perfecto”, dijo. “Los prepararé”.

“Gracias”, dijo Riley. “Eres un encanto”.

Sintió sus espíritus levantarse un poco. Por lo menos no habría ningún conflicto aquí en casa esta noche. Realmente necesitaba ese pequeño descanso.

Tuvieron una cena rápida y tranquila, luego April se fue a su cuarto para terminar tareas e ir a la cama.

Tan agotada como estaba, Riley sintió que no tenía mucho tiempo que perder. Se puso a trabajar. Abrió su laptop, buscó el mapa de la ubicación de las víctimas e imprimió la sección que quería estudiar.

Riley lentamente dibujó un triángulo en el mapa. Sus líneas unían los tres lugares donde las víctimas habían sido encontradas. El punto más al norte marcaba donde el cuerpo de Margaret Geraty había sido tirado en las tierras de labranza hace dos años. Un punto al oeste marcaba donde Eileen Rogers había sido más cuidadosamente colocada cerca de Daggett seis meses atrás. Por último, el punto al sur marcaba donde el asesino había logrado pleno dominio, posando a Reba Frye junto a un arroyo en el Parque Mosby.

Riley estudió la zona una y otra vez, pensando. Otra mujer quizás sea encontrada muerta en algún lugar en esta zona—si ya no estaba muerta. No había tiempo que perder.

Riley colgó su cabeza. Estaba tan cansada. Pero la vida de una mujer estaba en juego. Y ahora parecía que dependía de Riley salvarla, sin ayuda, ni sanción oficial. Incluso no contaba con Bill para que la ayudara. ¿Pero podría resolver este caso totalmente por su cuenta?

Tenía que intentarlo. Tenía que hacerlo por Marie. Tenía que demostrarle al espíritu de Marie—y quizás incluso a sí misma—que el suicidio no era la única opción.

Riley frunció el ceño mientras miraba el triángulo. Es una buena suposición que la víctima ahora estaba recluida en algún lugar de esa área de mil millas cuadradas.

Sólo tengo que mirar en el lugar correcto, pensó. ¿Pero en dónde?

Sabía que tendría que condensar su área de búsqueda, y no iba a ser fácil. Al menos estaba familiarizada con algunas de las zonas.

La parte superior del triángulo, el punto más cercano a Washington, sobre todo era exclusivo, rico y privilegiado. Riley estaba casi segura que el asesino no provenía de ese tipo de origen. Además, tenía que tener cautiva a la víctima en un lugar donde nadie pudiera oírla gritar. Los forenses no habían encontrado ninguna señal de que las bocas de las otras mujeres hayan sido amordazadas o tapadas con cinta plástica. Riley dibujó una X a través de esa zona privilegiada.

Los dos puntos al sur eran zonas de parques. ¿Podría el asesino tener cautiva a la mujer en una cabaña de caza alquilada o en un campamento?

Riley lo pensó.

No, decidió. Eso sería demasiado temporal.

Todos sus instintos le dijeron que este hombre operaba en su propia casa—tal vez una casa donde había vivido toda su vida, donde había pasado una niñez miserable. Disfrutaría llevar a sus víctimas allí. Llevarlas a casa con él.

Así que tachó las áreas de parques. Lo que quedaba era sobre todo tierras agrícolas y pueblos pequeños. Riley sospechaba fuertemente que estaba buscando una casa de campo en algún lugar de esa zona.

Miró otra vez el mapa en su computadora, luego hizo zoom en el área bajo consideración. Su corazón se hundió al ver un montón de carreteras secundarias. Si tenía razón, el asesino vivía en alguna finca sucia en ese laberinto. Pero había demasiadas carreteras para que ella pudiera buscar en carro y, además, la granja quizás no sería visible desde la carretera.

Se quejó en voz alta con desesperación. Todo parecía volverse más imposible por minuto. El terrible dolor de la pérdida y el fracaso amenazaba con azotarla de nuevo.

Pero entonces dijo en voz alta, “¡Muñecas!”

Recordó la conclusión a la que había llegado ayer, que el asesino probablemente había visto a todas sus víctimas en una sola tienda que vendía muñecas. ¿Dónde podría quedar esa tienda?

Dibujó otra forma más pequeña en el mapa de papel. Estaba justo al este del triángulo grande, y sus esquinas marcaban los lugares donde habían vivido las cuatro mujeres. Se sentía bastante segura de que, en algún logar en esa zona, quedaba una tienda donde todas las mujeres habían comprado muñecas, y donde el asesino las había visto. Tendría que encontrar esa tienda primero, antes de que pudiera rastrear el lugar donde se llevó a las mujeres.

De nuevo, puso el mapa en su computadora e hizo zoom. El punto más oriental de la zona más pequeña no quedaba muy lejos de donde vivía Riley. Vio que una carretera estatal formaba un arco que llegaba al oeste a través de varias pequeñas ciudades, ninguna de ellas ricas o históricas. Eran exactamente el tipo de ciudades que estaba buscando. Y cada una de ellas, sin duda, tenía algún tipo de tienda de juguetes o muñecas.

Imprimió el mapa más pequeño, luego realizó otra búsqueda, localizando las tiendas en cada ciudad. Finalmente, Riley apagó su portátil. Tenía que dormir.

Mañana iría a buscar a Cindy MacKinnon.

Capítulo 24

Ya estaba anocheciendo cuando Riley se detuvo en Glendive. Había sido un día largo, y se estaba sintiendo desesperada. El tiempo estaba pasando demasiado rápido, y también cualquier posibilidad de encontrar cualquier pista crucial.

Glendive fue la octava ciudad en su ruta. En cada ciudad hasta el momento, Riley había entrado en tiendas que vendían juguetes y muñecas, haciéndole preguntas a quién sea que le hablara. Se sentía segura de que no había encontrado la tienda que estaba buscando.

Nadie en ninguna de las tiendas recordaba haber visto a las mujeres en las fotografías que les había mostrado. Por supuesto, las mujeres en cuestión eran similares en edad y apariencia a una docena de otras que un comerciante podía conocer en cualquier semana del año. Para empeorar las cosas, ninguna de las muñecas que Riley había visto exhibidas parecía ser la inspiración probable para las posiciones de las víctimas.

Cuando condujo hasta Glendive, Riley sintió una extraña sensación de déjà vu. La calle principal parecía misteriosamente como la de la mayoría de los otros pueblos, con una iglesia del ladrillo flanqueada en un lado por una sala de cine y en el otro lado por una farmacia. Todas estas ciudades estaban empezando a unirse en su mente exhausta.

¿En qué estaba pensando? se preguntó a sí misma.

La noche anterior había estado desesperada por dormir, y se había tomado sus tranquilizantes recetados. No había sido una mala idea. Pero acompañarlos con un par de tragos de whisky había sido imprudente. Ahora tenía un dolor de cabeza severo, pero tenía que seguir adelante.

Al estacionar su auto cerca de la tienda que planeaba visitar, vio que la luz del día estaba disminuyendo. Suspiró con desaliento. Tenía una ciudad y una tienda más que revisar esa noche. Faltaban por lo menos tres horas antes de que pudiera volver a Fredericksburg para buscar a April en la casa de Ryan. ¿Cuántas noches tenía llegando tarde?

Sacó su celular y marcó el número de su casa. Esperaba contra toda esperanza que respondiera Gabriela. En cambio, oyó la voz de Ryan.

“¿Qué pasa, Riley?” preguntó.

“Ryan”, dijo Riley “lo siento mucho, pero—”

“Vas a llegar tarde otra vez”, dijo Ryan, terminando su oración.

“Sí”, dijo Riley. “Lo siento”.

Cayó un silencio.

“Mira, es realmente importante”, dijo Riley finalmente. “La vida de una mujer está en peligro. Tengo que hacer lo que estoy haciendo”.

“Lo he escuchado antes”, dijo Ryan en un tono de desaprobación. “Siempre es una cuestión de vida o muerte. Bueno, adelante. Ocúpate de eso. Es que estoy empezando a preguntarme por qué si quiera te molestas en recoger a April. Debería quedarse aquí y punto”.

Riley sintió su garganta apretarse. Tal como se había temido, Ryan sonaba como si se estuviera preparando para una pelea de custodia. Y no porque genuinamente deseaba criar a April. Estaba demasiado ocupado viviendo la vida para preocuparse por su hija. Lo único que querían era causarle dolor a Riley.

“Iré a buscarla”, dijo Riley, intentando mantener su voz firme. “Podemos hablar de esto más tarde”.

Finalizó la llamada.

Luego se bajó del carro y caminó la corta distancia a la tienda—se llamaba la Boutique de las Muñecas de Debbie. Entró y vio que el nombre era un poco presuntuoso para una tienda que vendía mercancía bastante estándar y de marcas.

Nada pintoresco ni sofisticado aquí, notó.

Parecía poco probable que este era el lugar que estaba buscando. La tienda que tenía en mente tenía que ser por lo menos un poco especial, un lugar que inspiraba una reputación de boca en boca que atraía a los clientes de pueblos circundantes. Aun así, Riley tenía echarle un vistazo para estar absolutamente segura.

Riley se acercó al mostrador, donde una mujer alta y de edad avanzada con lentes estaba en la caja registradora.

“Soy Agente Especial Riley Paige, FBI”, dijo, sintiéndose desnuda una vez más por no tener su placa. Hasta ahora, los otros empleados habían estado dispuestos a hablar con ella sin ella. Confiaba en que esta mujer también lo estaría.

Riley sacó cuatro fotografías y las colocó en el mostrador.

“Me pregunto si has visto a alguna de estas mujeres”, dijo, señalando a las fotos una por una. “Probablemente no recuerdes a Margaret Geraty, ella habría estado aquí hace dos años. Pero Eileen Rogers habría venido aquí hace unos seis meses, y Reba Frye habría comprado una muñeca hace seis semanas. Esta última mujer, Cindy MacKinnon, habría estado aquí a finales de la semana pasada”.

La mujer contempló las fotos de cerca.

“Ay, Dios”, dijo. “Mi vista no es lo que solía ser. Déjame mirarlas más de cerca”.

Tomó una lupa y examinó las fotos. Mientras tanto, Riley se dio cuenta de que había alguien más en la tienda. Era un hombre bastante acogedor de altura y contextura promedio. Llevaba una camiseta y jeans bien gastados. Riley podría haberlo pasado por alto si no fuera por un detalle importante.

Llevaba un ramo de rosas.

Estas rosas eran reales, pero la combinación de rosas y muñecas podría señalar la obsesión de un asesino.

El hombre no estaba mirándola. Seguramente la había oído anunciarse como el FBI. ¿Estaba evitando el contacto visual?

Luego la mujer habló.

“No creo que he visto a ninguna de ellas”, dijo. “Pero como te dije, no veo nada bien. Y nunca he sido buena con las caras. Lamento no poder ser de más ayuda”.

“No se preocupe”, dijo Riley, poniendo las fotos en su cartera. “Gracias por tu tiempo”.

Volvió a mirar otra vez al hombre, que ahora estaba rebuscando por un estante cercano. Su pulso se aceleró.

Definitivamente podría ser él, pensó. Si compra una muñeca, sabré que es él.

Pero no funcionaría si se quedaba allí parada mirándolo. Si era culpable, probablemente no se delataría. Podría escabullirse.

Le sonrió a la mujer y salió de la tienda.

Afuera, Riley caminó una distancia corta por la calle y se quedó parada allí, esperando. Pocos minutos pasaron antes de que se abriera la puerta de la tienda y el hombre saliera. Todavía tenía las rosas en una mano. En la otra tenía una bolsa de mercadería recién comprada. Se volvió y comenzó a caminar a lo largo de la acera, alejándose de Riley.

Tomando largos pasos, Riley caminó tras él. Evaluó su tamaño y contextura. Ella era un poco más alta que él, y posiblemente un poco más fuerte. Ella probablemente estaba mejor entrenada. No iba a dejar que se escabullera.

Cuando pasaba por un callejón estrecho, el hombre debe haber escuchado pasos detrás de él. Se volvió de repente y la miró. Se puso a un lado, como si para salir de su camino.

Riley lo empujó de lado dentro del callejón—lo empujó fuertemente. El espacio era estrecho, sucio y mal iluminado.

Asustado, el hombre hizo caer el paquete y las rosas. Las flores se esparcieron por el pavimento. Levantó un brazo como si para protegerse.

Tomó su brazo y lo torció detrás de su espalda, empujándolo de cara contra una pared de ladrillos.

“Soy Agente Especial Riley Paige, FBI”, dijo. “¿A dónde tienes a Cindy MacKinnon? ¿Todavía está viva?”

El hombre estaba temblando de pies a cabeza.

“¿Quién?” preguntó, su voz temblorosa. “No sé lo que quieres decir”.

“No juegues conmigo”, dijo Riley, sintiéndose más desnuda que nunca sin su placa— y sobre todo sin su arma. ¿Cómo podría arrestarlo sin su arma? Estaba bastante lejos de Quántico, y ni siquiera tenía un compañero que la ayudara.

“Señora, no sé de qué habla”, dijo el hombre, estallando en lágrimas.

“¿Para qué son esas rosas?” Riley exigió. “¿Para quién son?”

“¡Mi hija!” gritó el hombre. “Su primer recital de piano es mañana”.

Riley todavía lo estaba sosteniendo por el brazo derecho. La mano izquierda del hombre estaba contra la pared. Riley de repente notó algo que no había llamado su atención hasta ahora.

El hombre llevaba un anillo de bodas. Había estado muy segura de que el asesino no era casado.

“¿Recital de piano?”, dijo.

“Los estudiantes de la Sra. Tully”, gritó. “Puede preguntárselo a cualquier persona en la ciudad”.

Riley aflojó su agarre un poco.

El hombre continuó, “Le compré rosas para celebrar. Para cuando haga su reverencia. También le compré una muñeca”.

Riley soltó el brazo del hombre y caminó a donde había dejado caer el paquete. Lo recogió y sacó sus contenidos.

Era una muñeca, una de esas muñecas de niñas adolescentes que siempre la habían ofendido y molestado, las de los labios carnosos y pechos grandes. Pero tan espeluznante como era, no se parecía nada al tipo de muñeca que había visto cerca de Daggett. Esa muñeca era de una niña pequeña. También la muñeca que había visto en la foto de Cindy MacKinnon y su sobrina—con pelo rubio y vestida de rosado.

Tenía al hombre equivocado. Abrió la boca para respirar.

“Lo siento”, le dijo al hombre. “Estaba equivocada. Lo siento mucho”.

Todavía temblando con shock y confusión, el hombre estaba recogiendo las rosas. Riley se dobló para ayudarle.

“¡No! ¡No!” exclamó el hombre. “¡No ayudes! ¡Aléjate! Sólo— ¡aléjate de mí!”

Riley se dio la vuelta y salió del callejón, dejando que el hombre recogiera las rosas y la muñeca de su hija. ¿Cómo podría haber dejado que esto sucediera? ¿Por qué fue tan lejos con esto? ¿Por qué no había notado el anillo de bodas del hombre en el momento en que lo vio?

La respuesta era simple. Estaba agotada, y su cabeza le dolía terriblemente. No estaba pensando claramente.

Mientras caminaba confundida por la acerca, un escaparate de neón para un bar llamó su atención. Quería un trago. Sentía como si necesitaba un trago.

Entró en el lugar tenuemente iluminado y se sentó en el bar. El camarero estaba ocupado atendiendo a otro cliente. Riley se preguntaba qué hacía el hombre que acababa de acosar. ¿Estaba llamando a la policía? ¿Estaba a punto de ser aprehendida? Sin duda sería una amarga ironía.

Pero supuso que el hombre probablemente no llamaría a la policía. Después de todo, le costaría explicar lo que había sucedido. Incluso podía sentir vergüenza al haber sido atacado por una mujer.

De todos modos, si había llamado a la policía, y estaban en camino para buscarla, tratar de escapar no funcionaría. Si tuviera que hacerlo, enfrentaría las consecuencias de sus acciones. Y quizás merecía ser arrestada. Recordó su conversación con Mike Nevins, cómo había señalado a su atención sus propios sentimientos de inutilidad.

Tal vez tengo razón al sentirme inútil, pensó. Tal vez hubiera sido mejor si Peterson me hubiera matado.

El camarero caminó hacia ella.

“¿Qué desea, señora?” preguntó.

“Un whisky con hielo”, dijo Riley. “Que sea un doble”.

“Sale enseguida”, dijo el camarero.

Se recordó a sí misma que ella no solía beber mientras trabajaba. Su recuperación agonizante de TEPT se había caracterizado por episodios ocasionales de consumo intenso, pero había creído que eso había quedado en el pasado.

Tomó un sorbo. La bebida áspera se sintió reconfortante al bajar.

Todavía tenía otra ciudad más para visitar, y por lo menos una persona más para entrevistar. Pero ella necesitaba algo para calmar sus nervios.

Bueno, pensó con una sonrisa amarga, por lo menos no estoy oficialmente en servicio.

Se terminó la bebida rápidamente, luego se convenció a sí misma de no ordenar otra. La tienda de juguetes en la ciudad próxima iba a cerrar pronto, y tenía que llegar de inmediato. El tiempo se agotaba para Cindy MacKinnon—si ya no se había agotado.

Al irse del bar, Riley sintió que caminaba al borde de un abismo familiar. Pensaba que había dejado atrás todo ese horror, dolor y auto-aversión en el pasado. ¿Empezaría a sentirlo de nuevo?

¿Cuánto tiempo más podría evadir sus jalones mortales?

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Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 eylül 2019
Hacim:
260 s. 1 illüstrasyon
ISBN:
9781632916587
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