Kitabı oku: «Una Vez Desaparecido», sayfa 12
Capítulo 25
El celular de Riley zumbó la mañana siguiente. Estaba sentada en su mesa, mirando el mapa que había seguido ayer, planificando una nueva ruta para hoy. Cuando vio que la llamada era de Bill, sus nervios se aceleraron. ¿Esto serían buenas o malas noticias?
“¿Bill, qué está pasando?”
Oyó a su ex compañero suspirando miserablemente.
“Riley, ¿estás sentada?”
El corazón de Riley se hundió. Estaba alegre que de verdad estaba sentada. Sabía ahora que el tono de voz de Bill sólo podía significar una cosa terrible, y sintió que sus músculos se debilitaron de temor.
“Han encontrado a Cindy MacKinnon”, dijo Bill.
“Y está muerta, ¿cierto?” dijo Riley.
Bill no dijo nada por un momento, pero su silencio respondió la pregunta. Riley sentía lágrimas en sus ojos—lágrimas de impotencia y conmoción. Luchó contra ellas, decidida a no llorar.
“¿En dónde la encontraron?” preguntó Riley.
“Bastante lejos al oeste de las otras víctimas, en el bosque nacional, casi en el borde de Virginia Occidental”.
Miró su mapa. “¿Cuál es la ciudad más cercana?” Le dijo y ella encontró la ubicación aproximada. No estaba dentro del triángulo hecho por los otros tres sitios donde los cuerpos habían sido encontrados. Pero, aun así, debía haber algún tipo de relación con los otros sitios. No podía descifrar que era.
Bill continuó describiendo el descubrimiento.
“La puso al lado de un acantilado en una zona abierta, no habían árboles alrededor de la zona. Estoy en la escena ahora. Es horrible. Se está volviendo cada vez más audaz, Riley”.
Y actuando más rápido, Riley pensó con desesperación. Sólo había mantenido a esta víctima viva por unos días.
“Entonces Darrell Gumm realmente es el hombre equivocado”, dijo Riley.
“Eres la única que lo dijo”, respondió Bill. “Tenías razón”.
A Riley le costó comprender la situación.
“¿Así que Gumm ha sido liberado?” preguntó.
Bill refunfuñó de molestia.
“Para nada”, dijo. “Va a ser acusado de obstrucción de la justicia. Tiene mucho que responder. Pero ni parece importarle. Pero trataremos de mantener su nombre fuera de las noticias tanto como podamos. Ese malparido amoral no merece la publicidad”.
Un silencio cayó entre ellos.
“Joder, Riley”, dijo Bill, “si sólo Walder te hubiera escuchado Walder, tal vez la pudiéramos haber salvado”.
Riley dudaba de eso. No era como si ella hubiera tenido pistas sólidas; pero tal vez con esa mano de obra redirigida, algo podría haber salido a relucir en esas horas preciosas.
“¿Tienes fotos?” preguntó. Su corazón latía.
“Sí, Riley, pero—”
“Sé que no deberías mostrármelas. Pero tengo que verlas. ¿Puedes enviármelas?”
Después de una pausa, dijo Bill, “Hecho”.
Unos instantes más tarde, Riley estaba mirando una serie de imágenes espantosas en su teléfono celular. La primera fue una foto de cerca de ese rostro que había visto en una foto tan sólo unos días atrás. En ese entonces la mujer había estado radiante de amor por una niña feliz y su muñeca nueva. Pero ahora ese rostro estaba pálido, sus ojos cosidos para mantenerlos abiertos, una horrible sonrisa pintada en sus labios.
Mientras miraba las otras fotos, vio que la exhibición era igual a cómo había sido posado el cuerpo de Reba Frye. Todos los detalles estaban allí. La pose era muy precisa. El cuerpo estaba desnudo y explayado, sentado en posición vertical como una muñeca. Una rosa artificial estaba en el suelo entre sus piernas.
Esta era la firma verdadera del asesino, su mensaje. Este fue el efecto que quería lograr todo el tiempo. Había logrado maestría con sus víctimas tres y cuatro. Riley sabía perfectamente que estaba listo para hacerlo otra vez.
Después de mirar las fotos, Riley regresó al teléfono con Bill.
“Lo siento”, dijo, su voz conmocionada con horror y tristeza.
“Sí, yo también”, dijo. “Pero, ¿tienes alguna idea en absoluto?”
Riley pasó las imágenes que había visto por su mente.
“Asumo que la peluca y la rosa son iguales que en las otras víctimas”, dijo. “La cinta, también”.
“Sí. Se ven iguales”.
Pausó de nuevo. ¿Qué pistas podría esperar encontrar el equipo de Bill?
“¿Llegaste lo suficientemente temprano para buscar pistas, huellas?” preguntó.
“La escena fue asegurada temprano esta vez. Un guardabosque la encontró y llamó a la Oficina directamente. Nada de policías locales. Pero no encontramos nada útil. Este tipo es cuidadoso”.
Riley pensó por unos momentos. Las fotos habían mostrado el cuerpo de una mujer sentada en el césped, apoyada contra una formación rocosa. Preguntas estaban zumbando en su mente.
“¿El cuerpo estaba frío?” preguntó.
“Sí lo estaba para cuando llegamos”.
“¿Cuánto tiempo crees que había estado allí?”
Podía escuchar a Bill hojeando a través de su cuaderno.
“No estoy seguro, pero fue puesta en esa pose pronto después de su muerte. De acuerdo a la coloración, dentro de unas horas. Sabremos más después de que el forense se ponga a trabajar”.
Riley sentía su impaciencia habitual. Quería tener una idea más clara de la cronología del asesino.
Preguntó, “¿Podría haberla posado dónde la mató y luego haber traído al sitio después de que el cuerpo entrara en rigor mortis?”
“Probablemente no”, dijo Bill. “No veo nada extraño sobre la posición. No creo que ya estuviera tiesa antes de que la trajera aquí”.
“¿Por qué? ¿Crees que la trajo aquí y luego la mató?”
Riley cerró los ojos y se puso a pensar.
Finalmente dijo, “No”.
“¿Estás segura?”
“La mató dondequiera que la tenía cautiva y luego la llevó al sitio. No la habría llevado allí viva. No quisiera luchar con un ser humano en su camioneta o en el sitio”.
Sus ojos todavía cerrados firmemente, Riley buscó en su mente para poder obtener un sentido de la mente del asesino.
“Sólo quisiera traer los materiales para el mensaje que quisiera trasmitir”, dijo. “Una vez que estaba muerta, eso es lo que era para él. Una obra de arte, no una mujer. Así que la mató, la lavó, la secó, preparó el cuerpo tal y como lo quiso, todo cubierto con vaselina”.
La escena estaba empezando a reproducirse en su imaginación en detalles vívidos.
“La trajo al lugar cuando estaba entrando el rigor mortis”, dijo. “Lo cronometró perfectamente. Después de matar a tres otras mujeres, entendió exactamente cómo funcionaría. Usó la aparición del rigor como parte de su proceso creativo. La posó mientras se endurecía, poco a poco. La moldeó como la arcilla”.
A Riley le resultó difícil decir lo que vio sucediendo luego en su mente, o en la mente del asesino. Finalmente salieron las palabras.
“Cuando terminó de esculpir el resto de su cuerpo, su barbilla todavía estaba reclinada sobre su pecho. Sentía los músculos de sus hombros y cuello, sintiendo el estado exacto de la flexibilidad restante, e inclinó su cabeza hacia arriba. La mantuvo allí hasta que se endureció. Pudo haber tomado dos o tres minutos. Fue paciente. Luego dio un paso atrás y disfrutó de su obra”.
“Dios”, Bill murmuró en una voz conmocionada. “Eres buena”.
Riley suspiró amargamente y no respondió. No pensaba que era buena, ya no. Sólo era buena para entrar en mentes enfermas. ¿Qué decía eso sobre ella? ¿Cómo le hacía eso bien a nadie? Ciertamente no había ayudado a Cindy MacKinnon.
Bill preguntó, “¿Qué tan lejos crees que mantiene cautivas a las víctimas mientras están todavía vivas?”
Riley hizo algunos cálculos mentales rápidos, visualizando un mapa de la zona en su cabeza.
“No muy lejos de donde la posó”, dijo. “Probablemente ni a dos horas de allí”.
“Eso todavía cubre mucho territorio”.
Los espíritus de Riley disminuían por minuto. Bill tenía razón. No estaba diciendo una sola cosa que podría ser de ayuda.
“Riley, te necesitamos de vuelta en este caso”, dijo Bill.
Riley refunfuñó.
“Estoy segura de que Walder no lo cree”, dijo.
Tampoco lo creo yo, pensó.
“Bueno, Walder está equivocado”, dijo Bill. “Y voy a decirle que está equivocado. Haré que vuelvas al trabajo”.
Riley absorbió las palabras de Bill por un momento.
“Es un riesgo muy grande para ti”, dijo por fin. “Walder puede despedirte también si causas problemas”.
Bill tartamudeó, “Pero—pero Riley—”
“Nada de ‘peros,’ Bill. Si te despiden, nunca se resolverá este caso”.
Bill suspiró. Su voz estaba cansada y resignada.
“Está bien”, dijo. “Pero, ¿tienes alguna idea en absoluto?”
Riley pensó por un momento. El abismo en el que había estado mirando el último par de días se volvía más amplio y profunda. Sintió que lo poco que quedaba de su determinación se estaba escapando entre sus dedos. Había fallado, y una mujer estaba muerta.
Aun así, quizás había otra cosa más que podía hacer.
“Tengo algunas ideas por ahí”, dijo. “Te lo haré saber”.
Mientras finalizaban la llamada, el olor a tocino frito y café llegó a Riley desde la cocina. April estaba allí. Había estado haciendo desayuno desde que Riley se había levantado de la cama.
¡Sin pedírselo! pensó Riley.
Tal vez pasar tiempo con su padre la estaba haciendo apreciar a Riley, por lo menos un poco. A April nunca le gustaba estar cerca de Ryan. Sea cual sea la razón, Riley estaba agradecida incluso por la comodidad más pequeña en una mañana como esta.
Se sentó allí pensando qué hacer después. Había planeado conducir al oeste hoy, siguiendo la nueva ruta que había trazado. Pero se sentía derrotada, completamente abatida por este terrible giro de los acontecimientos. Ayer no había estado en el punto máximo de sus capacidades e incluso había sucumbido a ese trago en Glendive. No podía hacer lo mismo hoy, no en su presente estado mental. Seguramente cometería errores. Y ya se habían cometido demasiados errores.
Pero la ubicación de la tienda todavía era importante, quizás más importante que nunca. El asesino estaría buscando a su próxima víctima, si ya no lo había hecho. Riley abrió su portátil y compuso un correo electrónico para Bill, con una copia de su mapa adjuntado.
Le explicó a Bill qué ciudades y cuáles tiendas deberían ser revisadas. Bill probablemente debería centrarse en encontrar la casa del asesino, escribió. Pero tal vez podría persuadir a Walder a que enviara a alguien para que hiciera la ruta de Riley—mientras que Walder no se enterara de que era su idea.
Se sentó allí, mirando el mapa una y otra vez, y lentamente comenzó a detectar un patrón que no había visto antes. No era que los sitios estaban relacionados entre sí, sino que se extendían en una forma desequilibrada de otro punto en su mapa, la zona delimitada por las direcciones de las cuatro mujeres. Mientras lo estudiaba, se convenció más de que la selección de las víctimas estaba centrada alrededor de algún lugar en particular que todos visitaron, una tienda de muñecas. Y a donde fuera que el asesino se llevaba a sus víctimas, probablemente no quedaba lejos de donde las veía por primera vez.
Pero, ¿por qué no había sido capaz de encontrar la tienda? ¿Estaba abordando esto de la forma incorrecta? ¿Estaba tan pegada a una sola idea que no podía ver otras pistas? ¿Estaba sólo imaginando un patrón que le conducía por el camino completamente equivocado?
Riley exploró su mapa y se lo envió a Bill con sus notas.
“El desayuno está listo, mamá”.
Al sentarse con su hija, Riley se encontró luchando contra las lágrimas otra vez.
“Gracias”, dijo. Comenzó a comer en silencio.
“¿Mamá, qué pasa?” preguntó April.
A Riley le sorprendió la pregunta. ¿Notó un poco de preocupación en la voz de su hija? La chica seguía siendo bastante taciturna con Riley la mayoría de las veces, pero al menos no había sido abiertamente grosera durante unos días.
“No pasa nada”, dijo Riley.
“Eso no es cierto”, dijo April.
Riley no dijo nada en respuesta. No quería arrastrar a April en la horrible realidad del caso. Su hija ya estaba lo suficientemente angustiada.
“¿Ese era Bill en el teléfono?” preguntó April.
Riley asintió en silencio.
“¿Para qué llamó?” preguntó April.
“No puedo hablar de eso”.
Un largo silencio cayó entre ellas. Ambas siguieron comiendo.
Finalmente, April dijo: “Sigues tratando de hacer que hable contigo. Eso va en ambos sentidos, sabes. Nunca me hablas, no realmente. De verdad que ya no hablas con nadie”.
Riley dejó de comer y reprimió un sollozo. Era un buen comentario. Y era cierto. Ella ya no hablaba con nadie. Pero no podía decirlo.
Se recordó a sí misma que era sábado, y que no llevaría a April a la escuela. Y no había hecho ningún plan para que April se quedara con su padre. Y a pesar de que Riley no iba a dirigirse al oeste en busca de pistas, todavía había algo que tenía que hacer.
“April, tengo que irme”, dijo. “¿Estarás bien aquí sola?”
“Claro”, dijo April. Luego, en una voz verdaderamente triste, preguntó, “Mamá, ¿podrías por lo menos decirme a dónde vas?”
“Voy a un funeral”.
Capítulo 26
Riley llegó a la sala en Georgetown poco antes de que el servicio de Marie estaba programado para comenzar. Odiaba los funerales. Para ella, eran peores que llegar a una escena del crimen con un cuerpo recién asesinado. Siempre la hacían sentirse horrible. Sin embargo, Riley sentía que aún debía algo, y no estaba seguro de lo que era, a Marie.
La funeraria tenía una fachada de paneles prefabricados de ladrillo y columnas blancas en el pórtico delantero. Entró en un vestíbulo alfombrado y con aire acondicionado que llevaba a un pasillo empapelado en suaves colores pastel calibrados para no ser ni deprimentes, ni alegres. El efecto fue contraproducente en Riley, añadiendo a su sensación de desesperación. Se preguntaba por qué las funerarias no podían ser sólo los lugares sombríos y poco atractivos que realmente deberían ser, como los mausoleos o morgues, con ninguna de estas falsas decoraciones.
Pasó varias salas, algunas con ataúdes y visitantes, otras vacías, hasta que llegó a dónde debía celebrarse el servicio de Marie. En el otro extremo de la habitación vio el ataúd abierto, hecho de madera bruñida con una manija larga de cobre a lo largo de los lados. Tal vez una docena de personas habían llegado, muchas de ellas sentadas, algunas de ellas socializando y susurrando. Se oía música suave de órgano en la sala. Una fila de visualización pequeña pasaba por el ataúd.
Se colocó en la fila y pronto se encontró parada junto al ataúd, mirando hacia abajo a Marie. A pesar de toda la preparación mental de Riley, todavía le dio una sacudida. El rostro de Marie estaba demasiado pasivo y sereno, no torcido y agonizando, como lo había estado cuando estaba colgando de esa lámpara. Este rostro no estaba lleno de estrés y miedo, como lo había estado cuando habían hablado en persona. Se veía mal. En realidad, parecía peor que mal.
Se movió rápidamente del ataúd, notando una pareja de ancianos sentados en primera fila. Supuso que eran los padres de Marie. Estaban flanqueados por un hombre y una mujer más cercanos a la edad de Riley. Debían ser el hermano y la hermana de Marie. Riley pensó en sus conversaciones con Marie y recordó que sus nombres eran Trevor y Shannon. No tenía idea de cómo se llamaban los padres de Marie.
Riley pensó en ir hacia allá y ofrecerle sus condolencias a la familia. Pero, ¿cómo se introduciría a sí misma? ¿La mujer que rescató a Marie de su cautiverio, sólo para encontrar su cadáver más tarde? No, seguramente ella era la última persona que querían ver ahora mismo. Era mejor dejarlos llorar su muerte en paz.
Mientras caminó a la parte posterior de la sala, Riley se dio cuenta de que ella no reconocía ni a una sola persona. Eso parecía extraño y terriblemente triste. Después de sus incontables horas de chats por video y su único encuentro cara a cara, no tenían ni un amigo en común.
Pero sí tenían un terrible enemigo en común—el psicópata que las había mantenido en cautiverio. ¿Estaba aquí hoy? Riley sabía que los asesinos comúnmente visitaban los funerales y las tumbas de sus víctimas. Tanto como se lo debía a Marie, también tenía que admitir que esa fue la razón real por la cual había venido aquí hoy. Para encontrar a Peterson. También es por eso que llevaba un arma oculta, su Glock personal que normalmente mantenía en una caja en el maletero de su carro.
Mientras caminaba hacia la parte posterior de la sala, analizó los rostros de los que ya estaban sentados. Había visto la cara de Peterson en el resplandor de su antorcha, y había visto fotos de él. Pero nunca lo había visto cara a cara. ¿Lo reconocería?
Su corazón latía con fuerza mientras miraba todas las caras sospechosamente, buscando un asesino en cada una. Pronto se volvieron en un sólo rostro de agonía, mirándola fijamente con confusión.
Riley se sentó en un asiento de pasillo en la última fila, separada de todos, donde podía ver a cualquier persona que entraba o salía al no ver ningún sospechoso obvio.
Un pastor joven se acercó a un podio. Riley sabía que Marie no había sido religiosa, así que lo del pastor debió haber sido idea de su familia. Los rezagados se sentaron, y todo el mundo se calló.
En una voz baja y profesional, el pastor comenzó con palabras familiares.
“‘Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento.'“
El pastor hizo una pausa por un momento. En el breve silencio, una sola frase hizo eco en la mente de Riley…
“No temeré mal alguno”.
De alguna manera, le pareció a Riley algo grotescamente inadecuado de decir. ¿Qué significada “no temer mal alguno”? ¿Cómo posiblemente podría ser una buena idea? Si Marie hubiese tenido más miedo unos meses antes, hubiese sido más cautelosa, tal vez no hubiera caído en las garras de Peterson.
Este definitivamente era un momento para tenerle miedo a la maldad. Había mucha maldad en el mundo.
El pastor comenzó a hablar otra vez.
“Mis amigos, nos hemos reunido aquí para lamentar la pérdida y celebrar la vida de Marie Sayles—hija, hermana, amiga y colega…”
El pastor empezó un sermón repetitivo sobre la pérdida, la amistad y la familia. Aunque calificó la “muerte” de Marie como “prematura”, no hizo ninguna mención de la violencia y el terror que había atormentado las últimas semanas de su vida.
Riley no le prestó atención a su sermón. Tal como lo hizo, recordó las palabras de la nota de suicidio de Marie.
“Esta es la única manera”.
Riley sintió un nudo de culpa dentro de ella, volviéndose tan grande que casi no podía respirar. Quería correr hasta el frente de la sala, empujar a un lado al pastor, y confesarle a la congregación que todo era su culpa. Le había fallado a Marie. Le había fallado a todos los que amaban a Marie. Se había fallado a sí misma.
Riley reprimió la necesidad de confesar, pero su intranquilidad comenzó a tornarse en una claridad brutal. Primero había sido los ladrillos prefabricados, las columnas blancas tontas y los papeles tapices de colores pastel de la funeraria. Luego el rostro de Marie, tan antinatural y ceroso en el ataúd. Y ahora aquí estaba el predicador, gesticulando y hablando como una especie de juguete, un autómata en miniatura, y la congregación de pequeñas cabezas subiendo y bajando mientras les hablaba.
Es como una casa de muñecas, Riley notó.
Y Marie estaba posada en el ataúd—no un cadáver real, sino uno de mentira, en un funeral de mentira.
Riley se sintió horrorizada. Los dos asesinos—Peterson y quién sea que había matado a Cindy MacKinnon y a las otras—se fusionaron en su mente. No importaba que el emparejamiento era totalmente irracional y sin fundamento. No podía distinguirlos. Se volvieron uno para ella.
Parecía que este funeral bien elaborado fue el toque final del monstruo. Anunciaba que habría muchas más víctimas y muchos funerales más.
Mientras estaba sentada allí, Riley notó por el rabillo de sus ojos a alguien llegar en silencio al servicio y sentarse al otro extremo de la fila de atrás. Volvió la cabeza un poco para ver quién había llegado en medio del servicio y vio un hombre vestido casualmente, con una gorra de béisbol que tapaba sus ojos. Su corazón latió más rápido. Parecía grande y lo suficientemente fuerte para ser quien la había subyugado cuando la capturó. Su rostro era duro, apretaba la mandíbula, y pensó que se veía culpable. ¿Podría ser el asesino que estaba buscando?
Riley se dio cuenta que casi estaba hiperventilando. Calmó su respiración hasta que pudo pensar con claridad. Tenía que abstenerse de saltar y detener al recién llegado. El servicio evidentemente estaba llegando a su fin, y no podía interrumpirlo e irrespetar la memoria de Marie. Tenía que esperar. ¿Y si no era él?
Pero, para su sorpresa, se puso repentinamente de pie y salió silenciosamente de la sala. ¿La había visto?
Riley se levantó de un salto y lo siguió. Sintió cabezas girar ante su repentina conmoción, pero eso no importaba ahora.
Paseó por el pasillo de salón fúnebre hacia la entrada principal y, al abrir la puerta, vio que el hombre caminaba rápidamente a lo largo de la acera. Sacó su pistola y salió corriendo tras él.
“¡FBI!”, gritó. “¡Detente!”
El hombre se volteó para mirarla.
“¡FBI!” repitió, una vez más sintiéndose desnuda sin su placa. “Mantenga sus manos donde pueda verlas”.
El hombre que la miraba se veía absolutamente desconcertado.
“¡Identificación!”, le exigió.
Sus manos temblaban, si era de temor o indignación, Riley no lo sabía. Sacó una cartera con una licencia de conducir y mientras lo analizaba, vio que lo identificaba como un residente de Washington.
“Aquí está mi identificación”, dijo. “¿Dónde está la tuya?”
La resolución de Riley comenzó a desaparecer. ¿Había visto la cara de este hombre antes? No estaba segura.
“Soy abogado”, dijo el hombre, aún muy agitado. “Y conozco mis derechos. Más te vale que tengas una buena razón para sacarme un arma sin razón. Aquí mismo en una calle de la ciudad”.
“Soy la Agente Riley Paige”, dijo. “Necesito saber por qué asistías a ese funeral”.
El hombre la miró de cerca.
“¿Riley Paige?” preguntó. “¿La agente que la rescató?”
Riley asintió. El rostro del hombre se llenó de desesperación.
“Marie era una amiga”, dijo. “Hace meses, éramos cercanos. Y luego esta cosa terrible le sucedió a ella y…”
El hombre ahogó un sollozo.
“Había perdido contacto con ella. Fue mi culpa. Era una buena amiga, y yo no me mantuve en contacto. Y ahora nunca tendré una oportunidad de…”
El hombre negó con la cabeza.
“Ojalá pudiera regresar y hacer las cosas de forma distinta. Me siento tan mal por eso. Ni siquiera pude aguantar quedarme durante todo el funeral. Tuve que irme”.
Este hombre se sentía culpable y muy mal. Por razones muy parecidas a las suyas.
“Lo siento”, dijo Riley suavemente, bajando su arma. “Lo siento mucho. Encontraré al hijo de puta que le hizo esto”.
Al darse la vuelta para irse, lo escuchó gritar en tono perplejo.
“¿Pensé que ya estaba muerto?”
Riley no respondió. Dejó al hombre desconsolado allí en la acera.
Y al alejarse, sabía exactamente a dónde tenía que ir. Un lugar que nadie entendería, quizás excepto Marie.
*
Riley condujo por las calles que pasaban desde las elegantes casas de Georgetown a un vecindario en ruinas en una zona industrial una vez próspera. Muchos edificios y tiendas estaban abandonados, y los habitantes eran pobres. Entre más condujo, peor se hacía.
Finalmente se estacionó a lo largo de un bloque que consistía enteramente de casas condenadas. Se bajó del carro y rápidamente encontró lo que estaba buscando.
Dos hogares vacantes flanqueaban un área amplia e infértil. No hace mucho, había tres casas desiertas allí. Peterson había vivido como un ocupante ilegal en la casa del medio, utilizándola como su guarida secreta. Había sido el lugar perfecto para él, demasiado separado de habitantes vivos para que cualquier persona pudiera oír los gritos que venían de debajo de la casa.
Ahora el espacio había sido nivelado, las casas derrumbadas, la hierba comenzando a crecer allí. Riley trató de visualizar cómo se veía cuando las casas todavía estaban allí. No era fácil. Sólo había estado aquí una vez cuando las casas estaban de pie. Y había sido de noche.
Mientras caminaba al claro, comenzó a recordar…
Riley había estado persiguiéndolo todo el día, hasta la noche. Bill no estaba con ella debido a una emergencia, y Riley imprudentemente había decidido seguir al hombre aquí sola.
Lo vio entrar en la miserable casita con ventanas tapadas con madera. Luego se fue de nuevo unos pocos momentos después. Estaba a pie, y no sabía a dónde iba.
Brevemente consideró pedir apoyo. Decidió no hacerlo. El hombre se había ido, y si la víctima realmente estaba dentro de esa casa, no podía dejarla sola y en tormento por un minuto más. Caminó hasta en el porche y se empujó entre las tablas que sólo parcialmente bloqueaban la puerta.
Encendió su linterna. El rayo de luz se reflejaba contra al menos una docena de tanques de gas propano. No era una sorpresa. Ella y Bill sabían que el sospechoso estaba obsesionado con el fuego.
Entonces oyó un rasguño debajo de los tablones, luego un llanto débil…
Riley pausó el flujo de los recuerdos. Miró a su alrededor. Se sentía muy segura que ahora estaba parada en el mismo lugar que temía y había buscado. Fue aquí donde ella y Marie habían sido enjauladas en ese sótano de poca altura oscuro y sucio.
El resto de la historia todavía estaba cruda en su mente. Riley había sido capturada por Peterson cuando liberó a Marie. Marie había tambaleado por un par de millas en un estado de completo shock. Cuando la encontraron, no tenía idea en dónde había estado cautiva. Riley se quedó sola en la oscuridad, buscando como salir.
Después de una pesadilla interminable, atormentada repetidamente por la antorcha de Peterson, Riley se había soltado. Cuando lo hizo, golpeó a Peterson hasta casi dejarlo inconsciente. Cada golpe le dio una gran sensación de vindicación. Tal vez los golpes, esa pequeña vindicación, habían permitido que sanara mejor que Marie, reflexionó.
Luego, enloquecida de temor y agotamiento, Riley había abierto todos los tanques de propano. Al huir de la casa, lanzó un fósforo encendido al interior. La explosión la lanzó a la calle. Todo el mundo estaba asombrado de que había sobrevivido.
Ahora, dos meses después de la explosión, Riley estaba parada mirando su obra nefasta, un espacio vacío donde nadie vivía y era probable que nadie viviría en mucho tiempo. Parecía una imagen perfecta de lo que se había convertido su vida. En cierto modo, parecía el final del camino—al menos para ella.
Una espantosa sensación de vértigo se apoderó de ella. Todavía parada en ese sitio, se sintió como si estuviera cayendo, cayendo, cayendo. Cayó en ese abismo que había estado abriéndose. Incluso en plena luz del día, el mundo parecía terriblemente oscuro, aún más oscuro de lo que había sido en esa jaula en el sótano de poca altura. El abismo no parecía tener fondo, su caída no parecía tener fin.
Riley recordó una vez más la evaluación de Betty Richter de las probabilidades de que Peterson había muerto.
Diría un 99 por ciento.
Pero ese fastidioso uno por ciento de alguna manera hacía que el otro noventa y nueve por ciento fuera absurdo y no tuviera sentido. Y además, incluso si Peterson hubiera muerto realmente, ¿qué diferencia hacía? Riley recordó las palabras terribles de Marie en el teléfono el día de su suicidio.
Tal vez es como un fantasma, Riley. Quizás eso fue lo que pasó durante la explosión. Mataste su cuerpo pero no mataste su maldad.
Sí, eso era. Había estado luchando una batalla perdida toda su vida. Después de todo, el mal poseía el mundo, tan ciertamente como atormentaba este lugar donde ella y Marie habían sufrido tan terriblemente. Era una lección que debió haber aprendido de niña, cuando no pudo evitar que su madre fuera asesinada. Entendió aún más la lección por el suicidio de Marie. Rescatarla había sido inútil. No tenía sentido rescatar a nadie, ni a sí misma. El mal prevalecería al final. Era tal como Marie le había dicho por teléfono.
No puedes combatir a un fantasma. Ríndete, Riley.
Y Marie, mucho más valiente de lo que Riley había sabido, finalmente tomó el asunto en sus propias manos. Había explicado su decisión en cinco palabras simples.
Esta es la única manera.
Pero quitarte tu propia vida no era valentía. Era cobardía.
Una voz rompió a través de la oscuridad de Riley.
“¿Está bien, señora?”
Riley levantó la mirada.
“¿Qué?”
Luego, lentamente, se dio cuenta de que estaba de rodillas en un terreno vacío. Lágrimas corrían por su rostro.
“¿Debo llamarle a alguien?” preguntó la voz. Riley vio que una mujer se había detenido en la acera cercana, una mujer mayor en ropa desgastada pero con una mirada preocupada en el rostro.
Riley controló su llanto y se puso de pie, y la mujer se alejó.
Riley se quedó parada allí, adormecida. Si no podía ponerle fin a su propio horror, sabía cómo poder adormecerse contra él. No era valiente, y no era honorable, pero a Riley ya no le importaba. No iba a resistirlo más. Se metió en su carro y manejó a casa.