Kitabı oku: «Una Vez Desaparecido», sayfa 15

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Bill finalizó la llamada. Riley se movió nerviosamente, esperando con impaciencia. Miró hacia atrás a la tienda y notó que Madeline estaba parada cerca de la ventana, mirándola sospechosamente. Riley no podía culpar a Madeline por su desconfianza. Su comportamiento había sido bastante extraño.

El celular de Riley zumbó. Contestó la llamada.

“Zas”, dijo Bill. “El tipo aparece como un delincuente sexual”, añadió. La dirección que me diste no queda lejos. Tal vez estás un poco más cerca de él que yo”.

“Me dirigiré para allá ahora mismo,” dijo Riley, pisando el acelerador.

“¡Por amor a Dios, Riley, no entres allí sola!” le gritó en respuesta. “Espérame afuera. Llegaré tan pronto como pueda. ¿Me escuchas?”

Riley finalizó la llamada y empezó a conducir. No, ella no podía esperar.

*

En menos de quince minutos, Riley llegó a un lote aislado y polvoriento. Una casa móvil desvencijada estaba en el medio. Riley estacionó su carro y se bajó.

Un carro viejo estaba estacionado en la calle frente el lote, pero Riley no vio ninguna señal de la camioneta que el testigo describió después del secuestro de Cindy MacKinnon. Por supuesto, Cosgrove podría tenerla en otro lugar. O tal vez la había desechado por temor a que la pudieran rastrear.

Riley se estremeció cuando vio un par de cobertizos con puertas cerradas con candados en la parte posterior del lote. ¿Allí fue en dónde mantuvo a las mujeres cautivas? ¿Tenía una cautiva ahora mismo, torturándola y preparándose para matarla?

Riley miró a su alrededor, analizando la zona. El lote no estaba completamente aislado. Había unas cuantas casas y tráileres no tan lejos de allí. Aun así, parecía probable que nadie viviera lo suficientemente cerca para escuchar a una mujer gritando en uno de esos cobertizos.

Riley sacó su arma y se acercó al tráiler. Estaba colocado sobre una base permanente y parecía que llevaba allí muchos años. Hace algún tiempo, alguien había plantado un parterre junto al tráiler para que se viera más como una casa regular. Pero ahora el parterre estaba lleno de malezas.

Hasta el momento, el lugar cumplía con sus expectativas. Se sentía segura de que había llegado al lugar correcto.

“Se te acabó el juego, cabrón”, murmuró en voz baja. “Nunca le quitarás la vida a otra persona”.

Cuando llegó al tráiler, golpeó la puerta de metal.

“¡Gerald Cosgrove!” gritó. “Es el FBI. ¿Estás ahí?”

No hubo respuesta. Riley subió los escalones y miró a través de la ventanita de la de la puerta. Lo que vio adentro la hizo estremecerse.

El lugar parecía estar lleno de muñecas. No vio un alma viviente, solo muñecas de todos los tamaños y formas.

Riley movió el picaporte. Estaba cerrado. Golpeó en la puerta otra vez. Esta vez escuchó la voz de un hombre.

“Vete. Sólo déjame en paz. No hice nada”.

Riley pensó que oyó a alguien moverse adentro. La puerta del tráiler estaba diseñada para abrirse hacia fuera, así que no podía patearla. Disparó su pistola en la cerradura. La puerta se abrió.

Riley irrumpió en la pequeña sala principal. Momentáneamente se deslumbró por el gran número y variedad de muñecas. Debía haber habido cientos de ellas. Simplemente estaban por todas partes—en estantes, en mesas e incluso en el piso. Tomó un momento para que viera a un hombre entre ellas, encogido de miedo en el piso contra una pared de separación.

“No dispares”, rogó Cosgrove, sus manos levantadas y temblorosas. “No lo hice. No me dispares”.

Riley saltó hacia él y lo puso a sus pies. Le dio la vuelta y colocó una mano detrás de su espalda. Guardó su pistola y sacó sus esposas.

“Dame tu otra mano”, dijo.

Temblando de pies a cabeza, obedeció sin vacilar. Riley rápidamente lo esposó y lo hizo sentarse en una silla.

Era un hombre débil en sus sesenta con pelo gris fino. Se veía bastante patético, sentado allí con lágrimas corriendo por su rostro. Pero Riley no sentía lástima por él. El espectáculo de estas muñecas era suficiente para decirle que era un hombre enfermo y retorcido.

Antes de que pudiera hacer cualquier pregunta, oyó la voz de Bill.

“Dios, Riley. ¿Derribaste la puerta?”

Riley se volvió y vio a Bill entrando en el tráiler.

“No quería abrirla”, dijo Riley.

Bill gruñó en voz baja. “Pensé que te dije que esperaras afuera”, dijo.

“Y yo pensé que sabías que no lo haría”, dijo Riley. “De todos modos, me alegra que estés aquí”. Este parece ser nuestro tipo”.

El hombre estaba sollozando ahora.

“¡No lo hice! ¡No fui yo! ¡Cumplí mi condena! ¡Todo eso quedó en el pasado!”

Riley le preguntó a Bill, “¿Qué te enteraste de él?”

“Cumplió su condena por intento de abuso infantil. Nada desde allí—hasta ahora”.

Esto le pareció a Riley que tenía bastante sentido. Este monstruoso hombre sin duda se había trasladado a presas más grandes y ahora era más cruel.

“Eso fue hace años”, dijo el hombre. “Me he portado bien desde entonces. Me tomo mis medicamentos. Ya no siento esas necesidades. Todo quedó en el pasado. Cometieron un error”.

Bill le preguntó en un tono cínico, “¿Entonces eres un hombre inocente, eh?”

“Está bien. Lo que pensaron que hice, no fui yo”.

“¿Y todas estas muñecas?” preguntó Riley.

A través de sus lágrimas, Cosgrove sonrió con palabras entrecortadas.

“¿No son bellas?” dijo. “Las coleccioné poco a poco. Tuve suerte un par de semanas atrás y encontré esta gran tienda en Shellysford. Tantas muñecas y tantos vestidos diferentes. Gasté todo mi cheque del Seguro Social allí, compré todas las que pude”.

Bill negó con la cabeza. “De verdad no quiero saber qué hacer con ellas”, dijo.

“No es lo que piensas”, dijo Cosgrove. “Son como mi familia. Mis únicas amigas. Son todo lo que tengo. Sólo me quedo en casa con ellas. No es como si puedo darme el lujo de salir a cualquier lado. Ellas me tratan bien. No me juzgan”.

Eso preocupó a Riley. ¿Cosgrove tenía una víctima en cautiverio ahora?

“Quiero revisar tus cobertizos”, le dijo.

“Adelante”, dijo. “No hay nada allí. No tengo nada que ocultar. Las llaves están allí”.

Asintió con la cabeza hacia un manojo de llaves colgando junto a la puerta herida. Riley caminó y las tomó.

“Voy por ahí a revisar”, dijo.

“No sin mí”, dijo Bill.

Juntos, Bill y Riley utilizaron las esposas de Bill para sujetar a Cosgrove a la puerta de su refrigerador. Luego salieron y caminaron alrededor del tráiler. Abrieron el candado del primer cobertizo y miraron adentro. No había nada allí excepto un rastrillo de jardín.

Bill entró en el cobertizo y miró a su alrededor.

“Nada”, dijo. “Ni siquiera ninguna señal de sangre”.

Caminaron al siguiente cobertizo, lo abrieron y miraron adentro. Aparte de un cortacésped de mano oxidado, el cobertizo estaba completamente vacío.

“Las tenía que haber mantenido en cautiverio en otro lado”, dijo Bill.

Bill y Riley volvieron al tráiler. Cosgrove todavía estaba sentado allí, mirando terriblemente a su familia de muñecas. A Riley le pareció un espectáculo inquietante—un hombre sin una vida real propia, y ciertamente sin ningún futuro.

Aun así, le parecía un enigma. Decidió preguntarle unas cosas.

“Gerald, ¿dónde estuviste el pasado miércoles por la mañana?”

“¿Qué?” Cosgrove respondió. “¿Qué quieres decir?” No lo sé. No recuerdo el miércoles. Aquí, supongo. ¿Dónde más estaría?”

Riley lo miró con creciente curiosidad.

“Gerald”, dijo, “¿qué día es hoy?”

Los ojos de Cosgrove se abrieron en confusión desesperada.

No— no lo sé”, tartamudeó.

Riley se preguntó— ¿cómo posiblemente podría ser verdad? ¿Qué no sabía qué día era? Sonaba perfectamente sincero. Ciertamente no parecía amargado o enojado. No vio ninguna lucha en él. Sólo miedo y desesperación.

Entonces se recordó a sí misma a no dejarse llevar por él. Un verdadero psicópata podría engañar a veces incluso a un veterano experimentado con mentiras.

Bill soltó a Cosgrove de la nevera. Cosgrove todavía estaba esposado detrás de su espalda.

Bill gritó, “Gerald Cosgrove, estás bajo arresto por el asesinato de tres mujeres…”

Bill y Riley lo escoltaron fuera del tráiler mientras Bill continuaba con los nombres de las víctimas y los derechos de Cosgrove. Luego lo metieron al carro que Bill había conducido aquí—un vehículo de la Oficina bien equipado con mallas entre los asientos delanteros y los de atrás. Riley y Bill lo empujaron al asiento trasero. Lo ataron y lo esposaron de forma segura. Luego sólo se quedaron parados por un momento sin decir una palabra.

“Joder, Riley, lo hiciste”, murmuró Bill con admiración. “Encontraste al desgraciado—incluso sin su placa. La Oficina te dará la bienvenida con los brazos abiertos”.

“¿Quieres que te acompañe?” preguntó Riley.

Bill se encogió de hombros. “No, lo tengo bajo control. Lo llevaré para que sea detenido. Llévate tu carro”.

Riley decidió no discutir, preguntándose si Bill todavía albergaba resentimiento hacia ella por la otra noche.

Mientras observaba a Bill irse, Riley quería felicitarse a sí misma por su éxito y su redención. Pero cualquier sensación de satisfacción la eludió. Sentía que algo no estaba bien. Seguía oyendo las palabras de su padre.

Simplemente tienes que seguir tu instinto.

Poco a poco mientras conducía, Riley comenzó a darse cuenta de algo.

Su instinto le estaba diciendo que no tenían al hombre correcto.

Capítulo 33

Riley condujo a April a la escuela la mañana siguiente y, al dejarla a la escuela, todavía sentía esa corazonada. La había molestado toda la noche y no la había dejado dormir.

¿Es el tipo? siguió preguntándose a sí misma.

Antes de que April se bajara del carro, se dirigió a ella con una expresión de genuina preocupación.

“¿Mamá, qué pasa?” preguntó.

La pregunta sorprendió a Riley. Ella y su hija parecían haber entrado en una nueva fase de su relación—una mucho mejor de la que habían estado antes. Aun así, Riley no estaba acostumbrada a que April se preocupara por sus sentimientos. Se sentía bien, pero extraño.

“Se nota, ¿no?” dijo Riley.

“Demasiado”, dijo April. Sostuvo suavemente la mano de su madre. “Vamos. Dímelo”.

Riley pensó por un momento. Esa sensación todavía no era fácil de poner en palabras.

“Yo…” comenzó, luego arrastró sus palabras, no estando segura de qué decir. “No estoy segura de que arresté al hombre correcto”.

Los ojos de April se abrieron.

“No…no estoy segura qué hacer”, añadió Riley.

April respiró profundamente.

“No dudes de ti misma, Mamá”, respondió April. “Lo haces mucho. Y siempre te lamentas de haberlo hecho. ¿No es eso lo que siempre me dices también?”

April sonrió, y Riley sonrió de vuelta.

“Llegaré tarde a clases”, dijo April. “Podemos hablar de esto después”.

April besó a Riley en la mejilla, se bajó del carro, y caminó a la escuela.

Riley se quedó sentada allí, pensando. No empezó a manejar inmediatamente. En su lugar, llamó a Bill.

“¿Tienes algo?” dijo cuándo contestó.

Oyó a Bill suspirar profundamente.

“Cosgrove es bastante extraño”, dijo. “Ahora está hecho un desastre—exhausto y deprimido, llorando bastante. Creo que probablemente empiece a hablar pronto. Pero…”

Bill hizo una pausa. Riley tuvo la sensación de que él también estaba luchando con la duda.

“¿Pero qué?” preguntó Riley.

“No lo sé, Riley. Parece tan desorientado, y no creo que sabe siquiera lo que está sucediendo. Se desliza dentro y fuera de la realidad. A veces no parece entender que ha sido detenido. Tal vez todos esos medicamentos que se está tomando lo están volviendo loco. O quizás es psicosis”.

Las dudas de Riley se activaron otra vez.

“¿Qué te dice?” preguntó.

“Sigue preguntando por sus muñecas”, dijo Bill. “Está preocupado por ellas, como si fueran niños o mascotas que él no debería dejar en casa. Sigue diciendo que no pueden estar sin él. Es completamente dócil, ni un poco agresivo. Pero no nos está dando ninguna información. No dice nada sobre las mujeres, o si tiene una en cautiverio ahora mismo”.

Riley analizó las palabras de Bill en su mente por un momento.

“¿Qué te parece?” preguntó finalmente. “¿Piensas que es él?”

Riley detectó una creciente frustración en la voz de Bill.

“¿Cómo podía no serlo? Es decir, todo apunta a él y a nadie más. Las muñecas, los antecedentes penales, todo. Estuvo en la tienda al mismo tiempo que ella. ¿Qué más podíamos pedir? ¿Cómo podíamos habernos equivocado?”

Riley no dijo nada. No podía discutir. Pero sabía que Bill estaba luchando contra sus propios instintos.

Luego preguntó: “¿Realizaron una búsqueda de los empleados anteriores de Madeline?”

“Sí”, dijo Bill. “Pero eso no nos llevó a ninguna parte. Madeline siempre contrata a chicas de secundaria para trabajar la caja registradora. Lo ha estado haciendo desde que ha estado en el negocio”.

Riley refunfuñó con desaliento. ¿Cuándo obtendrían un descanso en este caso?

“De todos modos”, dijo Bill “un psicólogo de la Oficina entrevistará a Cosgrove hoy. Tal vez puede obtener alguna percepción, decirnos donde estamos parados”.

“Está bien”, dijo Riley. “Mantenme al tanto”.

Finalizó la llamada. Su carro estaba encendido, pero ella aún no se había ido de la escuela. ¿A dónde iba a ir? Si Newbrough realmente estaba tratando de hacer que la reincorporaran, no lo había logrado todavía. Todavía no tenía una placa—ni un trabajo.

Debería irme a casa, pensó.

Pero tan pronto como empezó a conducir, las palabras de su padre pasaron por su mente de nuevo.

Simplemente tienes que seguir tu instinto.

Ahora mismo, su instinto le estaba diciendo alto y claro que necesitaba volver a Shellysford. No sabía exactamente por qué, pero sólo tenía que hacerlo.

*

La campana encima de la puerta de la tienda sonó a lo que Riley entró. No vio clientes. Madeline levantó la mirada de su trabajo en la recepción y frunció el ceño. Riley podría ver que la dueña de la tienda no estaba feliz de volverla a ver.

“Madeline, lo siento mucho por lo de ayer”, dijo Riley, caminando hacia el escritorio. “Fui tan torpe, y lo siento. Espero que realmente no haya roto nada”.

Madeline cruzó sus brazos y miró a Riley.

¿Qué quieres ahora?” preguntó.

“Todavía estoy luchando con este caso”, dijo Riley. “Necesito tu ayuda”.

Madeline no respondió durante unos segundos.

“Todavía no sé quién eres, o incluso si eres del FBI”, dijo.

“Lo sé, y no te culpo por no confiar en mí”, Riley suplicó. “¿Pero tenía el recibo de Reba Frye, recuerdas? Sólo pude haberlo conseguido por su padre. Realmente me envió aquí. Sabes que eso es verdad”.

Madeline negó con la cabeza cautelosamente.

“Bueno, supongo que eso debe significar algo. ¿Qué quieres?”

“Sólo déjame mirar la colección de muñecas otra vez”, dijo Riley. “Prometo no hacer un desastre esta vez”.

“Está bien”, dijo Madeline. “Pero no te dejaré sola”.

“Eso es justo”, dijo Riley.

Madeline caminó hacia la parte trasera de la tienda y abrió las puertas plegables. Mientras Riley se movió entre las muñecas y los accesorios, Madeline se quedó parada en la puerta, mirándola fijamente. Riley entendió las dudas de la mujer, pero este escrutinio no era bueno para su concentración, sobre todo porque realmente no sabía lo que debía estar buscando.

Justo en ese momento, sonó la campana sobre la puerta principal. Tres clientes muy bulliciosos irrumpieron en la tienda.

“Ay, Dios”, dijo Madeline. Volvió a la tienda de ropa para atender a sus clientes. Riley tenía las muñecas para sí sola, al menos por el momento.

Las estudió de cerca. Algunas estaban de pie, pero otras estaban sentadas. Todas las muñecas tenían vestidos y trajes. Pero a pesar de que estaban vestidas, las muñecas sentadas tenían exactamente la misma pose que las víctimas de asesinato desnudas, sus piernas rígidamente separadas. El asesino obviamente había tomado su inspiración de este tipo de muñeca.

Pero eso no era suficiente para Riley. Tenía que haber otro tipo de pista por aquí.

Los ojos de Riley reposaron en una fila de libros de cuentos ilustrados en un estante inferior. Se agachó y comenzó a quitarlos del estante, uno por uno. Los libros eran historias de aventuras bellamente ilustradas sobre niñas pequeñas que parecían muñecas. Las muñecas y las niñas en las portadas tenían los mismos vestidos. Riley se dio cuenta de que los libros y las muñecas originalmente debían ser vendidos como una colección.

Riley se estremeció al ver una de las portadas. La niña tenía el pelo largo y rubio, con ojos azules brillantes. Su vestido rosado y blanco tenía rosas drapeadas en la falda. Tenía una cinta rosada en el pelo. El libro llevaba por nombre Un Gran Baile Para una Belleza Sureña.

Riley sintió un hormigueo en la piel al mirar la cara de la niña más de cerca. Sus ojos eran de color azul brillante y estaban bastante abiertos, y tenía enormes pestañas negras. Sus labios, en forma de una sonrisa exagerada, eran gruesos y de color rosado brillante. No había duda. Riley sabía con certeza que el asesino estaba obsesionado con esta imagen.

En ese momento, la campana sonó otra vez a lo que los tres clientes salieron de la tienda. Madeline regresó a la trastienda, visiblemente aliviada de que Riley no había causado ningún daño. Riley le mostró el libro.

“Madeline, ¿tienes la muñeca que va con este libro?” preguntó.

Madeline miró la portada y luego echó un vistazo en los estantes.

“Bueno, debí haber tenido varias de ellas en un momento u otro”, dijo. “No veo ninguna de ellas ahora mismo”. Pensó por un momento y luego añadió, “Ahora que lo pienso, vendí la última hace mucho tiempo”.

Riley apenas pudo evitar que su voz temblara.

“Madeline, sé que no quieres hacer esto. Pero tienes que ayudarme a buscar los nombres de las personas que podrían haber comprado esta muñeca. No puedo empezar a decirte lo importante que es esto”.

Madeline ahora parecía compadecerse de la agitación de Riley.

“Lo siento, pero no puedo”, dijo. “No es que no quiero, es que no puedo. Ya han pasado diez o quince años. Incluso mi libro de registros no llega hasta allá”.

Los espíritus de Riley se hundieron. Otro callejón sin salida. Lo había llevado tan lejos como pudo. Venir aquí había sido una pérdida de tiempo.

Riley se volteó para irse. Cruzó la tienda y abrió la puerta, y al sentir el aire fresco, algo la golpeó. El olor. El aire fresco del exterior le hizo darse cuenta de lo viciado que era el aire adentro. No rancio, pero…acre. Parecía fuera de lugar en una tienda femenina como esta. ¿Qué era?

Luego Riley entró en cuenta. Amoníaco. ¿Pero qué significaba eso?

Sigue tus instintos, Riley.

A mitad de camino por la puerta, se detuvo y se volvió, mirando hacia atrás a Madeline.

“¿Trapeaste los pisos hoy?” preguntó.

Madeline negó con la cabeza, perpleja.

“Utilizo una agencia de empleos temporarios”, dijo. “Envían un conserje”.

El corazón de Riley latió con fuerza.

“¿Un conserje?” preguntó, su voz apenas un susurro.

Madeline asintió.

“Viene durante nuestro horario de mañana. No todos los días. Se llama Dirk”.

Dirk. El corazón de Riley golpeó con fuerza y se estremeció.

“¿Dirk qué?” le preguntó.

Madame se encogió de hombros.

“No sé su apellido”, respondió. “No escribo sus cheques. La agencia de empleos temporarios quizás lo sepa, pero es un grupo bastante descuidado. Dirk no es muy confiable, si quieres saber la verdad”.

Riley respiró profundamente para calmar sus nervios.

“¿Estuvo aquí esta mañana?” preguntó.

Madeline asintió.

Riley se acercó a ella y convocó toda su intensidad.

“Madeline”, instó, “hagas lo que hagas, no dejes que ese hombre vuelva a tu tienda. Más nunca”.

Madeline se tambaleó hacia atrás por la conmoción.

“¿Quieres decir que es—?”

“Es peligroso. Muy peligroso. Y tengo que encontrarlo de inmediato. ¿Tienes su teléfono?” ¿Tienes alguna idea de su dirección?”

“No, tendrías que preguntarle a la agencia de empleos temporarios”, Madeline dijo en una voz temerosa. “Tendrán toda su información. Ten, voy a darte su tarjeta de presentación”.

Madeline rebuscó alrededor de su escritorio y encontró una tarjeta de la Agencia de Personal Miller. Se la entregó a Riley.

“Gracias”, dijo Riley con un jadeo. “Muchas gracias”.

Sin otra palabra, Riley salió corriendo de la tienda y entró en su carro y trató de llamar a la agencia. El teléfono sonó y sonó. No tenía mensaje de voz.

Hizo una nota mental de la dirección y comenzó a conducir.

*

La Agencia de Personal Miller quedaba a una milla al otro lado de Shellysford. Ubicado en un edificio comercial de ladrillo, parecía que había estado funcionando por muchos años.

A lo que Riley entró, vio que era una operación de baja tecnología que no se había mantenido al día. Había un sólo equipo casi obsoleto a la vista. El lugar estaba bastante lleno, con varios trabajadores aspirantes llenando formularios en una mesa larga.

Otras tres personas—clientes, al parecer—estaban hacinados alrededor de la recepción. Se quejaban en voz alta y todos a la vez acerca de los problemas que estaban teniendo con los empleados de la agencia.

Dos hombres de pelo largo trabajaban en el escritorio, ahuyentando a los quejumbrosos y tratando de seguirle el ritmo a las llamadas telefónicas. Parecían ser flojos de unos veinte y tantos y no parecían estar gestionando las cosas muy bien.

Riley logró hacer su camino hacia el frente, donde cogió a uno de los hombres jóvenes entre llamadas telefónicas. Su etiqueta decía “Melvin”.

“Soy la Agente Riley Paige, FBI”, anunció, con la esperanza de que, en la confusión, Melvin no pediría ver su placa. “Estoy aquí en la investigación de un asesinato. ¿Eres el gerente?”

Melvin se encogió de hombros. “Supongo”.

Por su expresión vacante, Riley supuso que estaba drogado o no era muy inteligente, o posiblemente ambos. Al menos no parecía estar preocupado por ver cualquier identificación.

“Estoy buscando al hombre que tienen trabajando en Madeline's”, dijo. “Un conserje. Su nombre es Dirk. Madeline no parece conocer su apellido”.

Melvin murmuró a sí mismo, “Dirk Dirk, Dirk… Ah, sí. Lo recuerdo. 'Dirk el Imbécil', así lo llamábamos”. Llamando a otro hombre joven, le preguntó: “Oye, Randy, ¿qué le sucedió a Dirk el Imbécil?”

“Lo despedimos”, respondió Randy. “Él seguía llegando tarde a los trabajos, cuando se molestaba en aparecer. Un puto dolor en el culo”.

“Eso no puede ser”, dijo Riley. “Madeline dice que todavía está trabajando para ella. Apenas fue esta mañana”.

Melvin se veía perplejo.

“Estoy seguro de que lo despedimos”, dijo. Se sentó en la computadora vieja y comenzó una especie de búsqueda. “Sí, sí lo despedimos, hace unas tres semanas”.

Melvin entrecerró los ojos en la pantalla, más perplejo que antes.

“Oye, esto es raro”, dijo. “Madeline sigue enviándonos cheques, a pesar de que ya no está trabajando. Alguien debería decirle que deje de hacerlo. Está desperdiciando un montón de dinero”.

La situación se estaba volviendo cada vez más clara para Riley. A pesar de haber sido despedido y no estaba recibiendo pagos, Dirk todavía estaba yendo a trabajar en Madeline's. Tenía sus propios motivos para querer trabajar allí—motivos siniestros.

“¿Cuál es su apellido?” preguntó Riley.

Los ojos de Melvin deambularon sobre la pantalla del ordenador. Al parecer estaba mirando los registros de empleado de Dirk.

“Es Monroe”, dijo Melvin. “¿Qué más quieres saber?”

Riley se sentía aliviada de que Melvin no estaba siendo demasiado escrupuloso acerca de compartir lo que debería ser información confidencial.

“Necesito su dirección y número de teléfono”, dijo Riley.

“No nos dio un número de teléfono”, dijo Melvin, todavía mirando la pantalla. “Tengo una dirección, sin embargo. 1520 Calle Lynn”.

Ahora, Randy había tomado interés en la conversación. Estaba mirando sobre el hombro de Melvin a la pantalla del ordenador.

“Espera”, dijo Randy. “Esa dirección es falsa. Los números de las casas en la Calle Lynn no son tan altos”.

Riley no estaba sorprendida. Dirk Monroe obviamente no quería que nadie supiera donde vivía.

“¿Y un número de Seguro Social?” preguntó.

“Ya lo tengo”, dijo Melvin. Anotó el número en un pedazo de papel y se lo entregó a Riley.

“Gracias”, dijo Riley. Tomó el papel y se alejó. Tan pronto como puso un pie fuera, llamó a Bill.

“Oye, Riley”, Bill dijo cuándo respondió. “Quisiera poder darte buenas noticias, pero nuestro psicólogo entrevistó a Cosgrove y está convencido de que el hombre no es capaz de matar a nadie, mucho menos a cuatro mujeres. Dijo—”

“Bill”, interrumpió. “Tengo un nombre—Dirk Monroe. Es el tipo que estamos buscando, estoy segura de eso. No sé dónde vive. ¿Puedes investigarlo con su Social? ¿Ahora?”

Bill tomó el número y puso a Riley en espera. Riley fue de aquí para allá en la acera ansiosamente mientras esperaba. Finalmente Bill regresó a la línea.

“Tengo la dirección. Es una granja a unas treinta millas al oeste de Shellysford. Una carretera rural”.

Bill le leyó la dirección.

“Iré para allá”, dijo Riley.

Bill balbuceó.

“Riley, ¿de qué estás hablando? Déjame pedir apoyo. Este tipo es peligroso”.

Riley sintió que todo su cuerpo vibraba de adrenalina.

“No discutas conmigo, Bill”, dijo. “Deberías ser más inteligente ahora”.

Riley finalizó la llamada sin decir adiós. Ya estaba conduciendo.

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Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 eylül 2019
Hacim:
260 s. 1 illüstrasyon
ISBN:
9781632916587
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