Kitabı oku: «Una Vez Tomado», sayfa 3

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Capítulo 5

La expresión sombría y tensa de Brent Meredith le decía a Riley que no le había gustado su petición en lo absoluto.

“Es un caso obvio que debería tomar”, dijo. “Tengo más experiencia con este tipo de asesinos en serie pervertidos que los demás”.

Acababa de describirle la llamada proveniente de Reedsport y su mandíbula estuvo tensa todo ese tiempo.

Después de un largo silencio, Meredith finalmente suspiró.

“Lo permitiré”, dijo a regañadientes.

Riley dio un suspiro de alivio.

“Gracias, señor”, dijo.

“No me des las gracias”, gruñó. “Estoy haciendo esto en contra de mi buen juicio. Sólo lo aceptaré porque tienes las habilidades especiales para hacer frente a este caso. Tu experiencia con este tipo de asesinos es única. Te asignaré un compañero”.

Riley sintió una sacudida de desaliento. Sabía que trabajar con Bill no era una opción en este momento, pero se preguntó si Meredith sabía la razón por la cual había tensión entre los compañeros. Le pareció más probable que Bill simplemente le había dicho a Meredith que quería quedarse cerca de casa por ahora.

“Pero, señor—”, comenzó.

“Nada de peros”, dijo Meredith. “Y no más de tus travesuras de lobo solitario. No es inteligente y va en contra de la política. Has logrado que casi te maten más de una vez. Las reglas son las reglas. Y estoy rompiendo bastante de ellas ahora mismo por no haberte puesto en licencia después de tus incidentes recientes”.

“Sí, señor”, dijo Riley tranquilamente.

Meredith frotó su barbilla, obviamente considerando todas las opciones. “La Agente Vargas irá contigo”, dijo.

“¿Lucy Vargas?”, preguntó Riley.

Meredith sólo asintió con la cabeza. A Riley no le gustó mucho la idea.

“Ella estuvo en el equipo que se presentó en mi casa anoche”, dijo Riley. “Me impresionó y me cayó bien, pero es una novata. Estoy acostumbrada a trabajar con agentes más experimentados”.

Meredith sonrió. “Sus notas en la Academia fueron ejemplares. Sí es joven. Es rara la vez que aceptan estudiantes recién graduados de la academia en la UAC. Pero ella es así de buena. Está lista para adquirir experiencia en el campo”.

Riley sabía que no tenía otra opción.

Meredith continuó, “¿Qué tan pronto puedes estar lista para arrancar?”.

Riley pensó en todas las preparaciones necesarias. Hablar con su hija ocupaba el primer puesto en la lista. ¿Y qué más? Su kit de viajes no estaba aquí en su oficina. Tendría que conducir a Fredericksburg, ir a su casa, luego asegurarse de que April se quedaría en casa de su padre y conducir de regreso a Quántico.

“Dame tres horas”, dijo.

“Programaré un avión”, dijo Meredith. “Le haré saber al Comisario de Reedsport que un equipo va en camino. Asegúrate de estar en la pista de aterrizaje en exactamente tres horas. Si llegas tarde, las vas a pagar”.

Riley se levantó nerviosamente de su silla.

“Lo entiendo, señor”, dijo. Casi le dio las gracias de nuevo, pero recordó su orden de no hacerlo. Salió de su oficina sin decir otra palabra.

*

Riley llegó a casa en media hora, se estacionó afuera y corrió a la puerta. Tenía que coger su kit de viajes, una pequeña maleta que siempre mantenía llena de artículos de tocador, una túnica y un cambio de ropa. Tenía que conseguirla súper rápido y luego ir a la ciudad, donde le explicaría las cosas a April y a Ryan. No anhelaba esa parte en lo absoluto, pero necesitaba asegurarse de que April estaría a salvo.

Cuando introdujo la llave en la puerta, descubrió que ya estaba abierta. Sabía que la había cerrado con llave esta mañana. Siempre lo hacía. Todos los sentidos de Riley se pusieron en estado de alerta. Sacó su arma y caminó adentro.

Mientras se movía sigilosamente por la casa, mirando en cada rincón y esquina, notó un sonido largo y continuo. Parecía venir de las afueras de la casa, del patio trasero. Era música, música muy alta.

¿Qué demonios?

Todavía atenta a cualquier intruso, pasó por la cocina. La puerta trasera estaba entreabierta y una canción pop estaba sonando a todo volumen. Olió un aroma familiar.

“Ay, Dios, otra vez no”, se murmuró a sí misma.

Colocó su pistola en su funda y caminó al patio. Efectivamente, allí estaba April, sentada en la mesa para picnic con un chico delgado de su edad. La música venía de unos altavoces colocados sobre la mesa para picnic.

Al ver a su madre, los ojos de April se llenaron de pánico. Colocó su mano debajo de la mesa para picnic para apagar el porro, obviamente tratando de hacerlo desaparecer.

“No te molestes en ocultarlo”, dijo Riley, caminando hacia la mesa. “Sé lo que estás haciendo”.

Apenas podía hacerse escuchar sobre la música. Se acercó al reproductor y lo apagó.

“Esto no es lo que parece, Mamá”, dijo April.

“Esto es exactamente lo que parece”, dijo Riley. “Dame el resto”.

Poniendo sus ojos en blanco, April le entregó una bolsa de plástico con una pequeña cantidad de marihuana.

“Pensé que estabas trabajando”, dijo April, como si eso explicaba todo.

Riley no sabía si sentirse más furiosa o decepcionada. Había cogido a April fumando marihuana sólo una vez. Pero las cosas habían mejorado entre ellas, y pensó que esos días habían quedado en el pasado.

Riley miró al chico fijamente.

“Mamá, este es Brian”, dijo April. “Es un amigo de la escuela”.

El muchacho trató de estrechar la mano de Riley con una sonrisa vacante y ojos vidriosos.

“Mucho gusto, Srta. Paige”, dijo.

Riley mantuvo sus manos en sus lados.

“¿Qué estás haciendo aquí?”, le preguntó Riley a April.

“Aquí vivo”, dijo April, encogiéndose de hombros.

“Sabes a lo que me refiero. Se supone que debes estar en casa de tu padre”.

April no respondió. Riley miró su reloj. El tiempo se agotaba. Tenía que resolver esta situación rápidamente.

“Cuéntame lo que sucedió”, dijo Riley.

April estaba empezando a verse avergonzada. Realmente no estaba preparada para esta situación.

“Caminé a la escuela de la casa de Papá esta mañana”, dijo. “Me encontré con Brian enfrente de la escuela. Decidimos faltar a clase hoy. No pasa nada si falto de vez en cuando. Tengo buenas notas. El examen final es el viernes”.

Brian dejó escapar una risa nerviosa y tonta.

“Sí, a April le está yendo muy bien en esa clase, Srta. Paige”, dijo. “Ella es impresionante”.

“¿Cómo llegaron aquí?”, preguntó Riley.

April alejó la mirada. Riley adivinó fácilmente por qué estaba renuente a decirle la verdad.

“Ay, Dios mío, hicieron autoestop hasta aquí, ¿verdad?”, dijo Riley.

“El conductor fue muy agradable, muy tranquilo”, dijo April. “Brian estuvo conmigo todo ese tiempo. Estábamos seguros”.

Riley luchó para mantener sus nervios y su voz firme.

“¿Cómo sabes que estuvieron seguros? April, nunca debes aceptar aventones de extraños. Y, ¿por qué vendrías aquí después del susto de anoche? Eso fue sumamente imprudente. ¿Y si Peterson todavía anda por ahí?”.

April sonrió como si lo supiera todo.

“Vamos, Mamá. Te preocupas demasiado. Los otros agentes lo dicen. Oí a dos de ellos hablando sobre eso—los que me llevaron a casa de Papá anoche. Dijeron que Peterson definitivamente estaba muerto, y que simplemente no puedes aceptarlo. Dijo que la persona que dejó las piedras probablemente lo hizo como una broma”.

Riley estaba furiosa. Deseaba poder ponerles las manos encima a esos agentes. Tuvieron la desfachatez de contradecir a Riley al alcance del oído de su hija. Pensó en preguntar sus nombres, pero le pareció mejor dejarlo ir.

“Escúchame, April”, dijo Riley. “Tengo que salir de la ciudad por mi trabajo por unos días. Tengo que irme ahora mismo. Te llevaré a la casa de tu padre. Necesito que te quedes allí”.

“¿Por qué no puedo ir contigo?”, preguntó April.

Riley se preguntó cómo los adolescentes podrían ser tan estúpidos sobre algunas cosas.

“Porque tienes que terminar esta clase”, dijo. “Tienes que pasar esta clase o te atrasarás en la escuela. El inglés es un requisito y lo echaste a perder sin razón. Y además, estoy trabajando. Estar cerca mientras estoy trabajando no es siempre seguro. Deberías saber eso a estas alturas”.

April no respondió.

“Entren a la casa”, dijo Riley. “Sólo tenemos unos pocos minutos. Necesito arreglar unas cosas, y tú también. Luego te llevaré a la casa de tu padre”.

Volviéndose a Brian, Riley añadió, “Y te llevaré a tu casa”.

“Puedo hacer autoestop”, dijo Brian.

Riley lo miró con furia.

“Está bien”, dijo Brian, viéndose algo intimidado. April y él se pusieron de pie y siguieron a Riley a la casa.

“Móntense en el carro”, dijo ella. Los chicos obedientemente salieron de la casa.

Cerró el cerrojo deslizante que le había agregado a la puerta de atrás y fue de una habitación a otra, asegurándose de que todas las ventanas estuvieran cerradas.

En su propio dormitorio, tomó su maleta de viajes y se aseguró que todo lo que necesitaba todavía estaba adentro. Al salir, miró nerviosamente a su cama como si las piedritas pudiesen haber vuelto. Por un momento, se preguntó por qué se estaba dirigiendo a otro estado en lugar de quedarse aquí y tratar de rastrear al asesino que las había puesto allí para provocarla.

Además, esta artimaña de April la había asustado. ¿Podría confiar que su hija se mantendría a salvo en Fredericksburg? Había pensado que sí antes, pero ahora tenía sus dudas.

Aun así, no podía hacer nada para cambiar las cosas. Se había comprometido al nuevo caso y tenía que irse. Mientras caminaba hacia el carro, miró el bosque espeso y oscuro, escaneándolo para detectar cualquier señal de Peterson.

Pero no había ninguna.

Capítulo 6

Riley miró el reloj de su carro mientras llevaba a los chicos a una parte exclusiva de Fredericksburg y se estremeció al ver el poco tiempo que le quedaba. Las palabras de Meredith se le vinieron a la mente.

Si llegas tarde, las vas a pagar.

Tal vez, sólo tal vez, llegaría a la pista de aterrizaje a tiempo. Había planeado sólo llegar a casa para agarrar su maleta, y ahora las cosas se estaban complicando. Se preguntaba si debería llamar a Meredith y advertirle que quizás llegaría tarde debido a problemas familiares. No, mejor no, su jefe ya había estado bastante reacio. No podía esperar que fuera tolerante con ella.

Por suerte, la casa de Brian quedaba en el camino a la casa de Ryan. Cuando Riley detuvo su carro frente a un gran patio delantero, dijo, “Debería entrar y decirle a tus padres lo que sucedió”.

“No están en casa”, dijo Brian, encogiéndose de hombros. “Papá se fue de la casa, y Mamá casi nunca está”.

Se bajó del carro y luego se volvió y dijo, “Gracias por el aventón”. Mientras caminaba hacia su casa, Riley se preguntaba qué tipo de padres dejarían a un chico como él a solas. ¿No saben el tipo de problemas en los que pueden meterse los adolescentes?

Pero tal vez su mamá no tiene otra opción, Riley pensó miserablemente. ¿Quién soy yo para juzgar?

Tan pronto como Brian entró a su casa, Riley empezó a conducir. April no había dicho nada en todo el viaje, y no parecía estar de humor para hablar ahora. Riley no pudo descifrar si ese silencio era debido al malhumor o a la vergüenza. Entró en cuenta que parecía haber mucho que no sabía acerca de su propia hija.

Riley se sentía molesta con April y también consigo misma. Justo ayer parecían estar llevándose bien. Había pensado que April estaba empezando a entender las presiones que sentía un agente del FBI. Pero Riley había insistido que April se fuera a casa de su padre anoche, y hoy April se estaba revelando por el hecho de haber sido obligada a hacerlo.

Riley se recordó a sí misma que debía ser mucho más compasiva. Ella siempre había sido una rebelde, también. Y Riley sabía lo que era perder a una madre y tener a un padre distante. Probablemente April temía que lo mismo le sucediera a ella.

Teme por mi seguridad, Riley descubrió. Durante los últimos meses, April había visto a su madre sufrir lesiones físicas y emocionales. Después del susto del intruso de la noche anterior, seguramente April estaba muy preocupada. Riley se recordó a sí misma que tenía que prestar mayor atención a cómo pudiera estarse sintiendo su hija. A cualquier persona de cualquier edad le pudiera costar lidiar con las complicaciones de la vida de Riley.

Riley se detuvo delante de la casa que una vez había compartido con Ryan. Era una casa grande y hermosa con un pórtico en la puerta lateral, o porte-cochère, como le decía Ryan. Estos días, Riley decidía estacionarse en la calle en vez de la entrada.

Nunca se había sentido en casa aquí. De alguna manera, vivir en un vecindario suburbano respetable nunca había sido lo adecuado para ella. Su matrimonio, la casa, el vecindario, todos habían representado muchas expectativas que nunca se había sentido capaz de satisfacer.

A lo largo de los años, Riley había entendido que era mejor en su trabajo que en vivir una vida normal. Finalmente había dejado el matrimonio, la casa y el vecindario, y eso la hacía estar aún más decidida de estar a la altura de las expectativas de ser una madre para su hija adolescente.

Cuando April comenzó a abrir la puerta del carro, Riley dijo, “Espera”.

April se volvió y la miró con expectación.

Sin siquiera detenerse a pensar, Riley dijo, “Lo entiendo. Lo entiendo”.

April la miró fijamente, pasmada. Por un momento, parecía estar a punto de llorar. Riley se sentía casi tan sorprendida como su hija. No sabía lo que le había pasado. Sólo sabía que ahora no era el momento para un sermón parental, incluso si tuviera tiempo para uno. Su instinto le decía que había dicho lo correcto.

Se bajaron del carro y caminaron juntas a la casa. No sabía si tener la esperanza de que Ryan estuviera en casa o no. No quería discutir con él, y ya había decidido no contarle sobre el incidente de la marihuana. Sabía que debía hacerlo, pero simplemente no había tiempo para lidiar con sus reacciones. Aun así, realmente tenía que explicarle que iba a estar ausente unos días.

Gabriela, la mujer guatemalteca de mediana edad que había trabajado durante años como la criada de la familia, recibió a Riley y a April en la puerta. Los ojos de Gabriela estaban llenos de preocupación.

“Hija, ¿dónde has estado?”, preguntó con un acento pronunciado.

“Lo siento, Gabriela”, dijo April dócilmente.

Gabriela la miró el rostro de April de cerca. Riley vio por su expresión que detectó que April había estado fumando marihuana.

“¡Tonta!”, dijo Gabriela bruscamente.

“Lo siento mucho”, dijo April, sonando realmente arrepentida.

“Vente conmigo”, dijo Gabriela. Al llevarse a April, se volvió y le dio a Riley una mirada de desaprobación.

Riley se debilitó bajo esa mirada. Gabriela era una de las pocas personas en el mundo que verdaderamente la intimidaban. La mujer también trataba a April maravillosamente y en estos momentos parecía estar haciendo un mejor trabajo de crianza que Riley.

“¿Está Ryan?”, le preguntó a Gabriela.

Mientras se alejaba, Gabriela respondió, “Sí”. Luego dijo, “Señor Paige, su hija volvió”.

Ryan apareció en el pasillo, vestido y peinado para salir. Estaba sorprendido de ver a Riley.

“¿Qué estás haciendo aquí?”, preguntó. “¿Dónde estaba April?”.

“Ella estaba en mi casa”.

“¿Qué? ¿La llevaste a tu casa después de todo lo que pasó anoche?”.

Riley apretó su mandíbula con exasperación.

“No lo hice”, dijo. “Pregúntaselo a ella, si quieres saber cómo llegó allí. No puedo evitar el hecho de que no quiera vivir contigo. Eres el único que puede arreglar eso”.

“Todo esto es tu culpa, Riley. La has dejado salirse de control”.

Por una fracción de segundo, Riley se enfureció. Pero su furia dio paso a una sensación de que quizás tenía razón. No era justo, pero él realmente sabía cómo provocarla.

Riley respiró profundamente y dijo, “Mira, estaré fuera de la ciudad por unos días. Tengo un caso en el norte de Nueva York. April tiene que quedarse aquí y tiene que quedarse quieta. Por favor explícale la situación a Gabriela”.

“Tú explícale la situación a Gabriela”, espetó Ryan. “Tengo que verme con un cliente. Ahora mismo”.

“Y yo tengo que tomar un avión. Ahora mismo”.

Se quedaron mirándose el uno al otro por un momento. Su pelea había llegado a un punto muerto. Mirándolo a los ojos, Riley recordó que una vez lo amó. Y parecía que él también la había amado de la misma manera. Eso había sido cuando ambos eran jóvenes y pobres, antes de que él se convirtiera en un abogado exitoso y ella se convirtiera en una agente del FBI.

No pudo evitar observar que todavía era un hombre muy apuesto. Hacía mucho para verse así y pasaba bastantes horas en el gimnasio. Riley también sabía que él tenía muchas mujeres en su vida. Ese era parte del problema—estaba disfrutando de su libertad como soltero demasiado como para preocuparse por la crianza de April.

Tampoco es que yo estoy haciendo un mejor trabajo, pensó.

Luego Ryan dijo, “Siempre es tu trabajo”.

Riley se tragó su ira. Habían discutido este tema demasiado. Su trabajo era demasiado peligroso y demasiado trivial. Su trabajo era todo lo que importaba, porque él ganaba mucho más dinero, y porque él decía que estaba haciendo una diferencia en el mundo. Como si manejar las demandas de sus clientes adinerados era más importante que la guerra interminable de Riley contra el mal.

Pero no se dejaría arrastrar por este viejo argumento cansado en este momento. Ninguno de ellos ganaba de todos modos.

“Hablaremos cuando vuelva”, dijo.

Se volteó y salió de la casa. Escuchó a Ryan cerrar la puerta detrás de ella.

Riley entró en su carro y comenzó a conducir. Tenía menos de una hora para volver a Quántico. Su cabeza daba vueltas. Estaban sucediendo muchas cosas en poco tiempo. Justo hace un rato había decidido tomar un nuevo caso. Ahora se estaba preguntando si había sido lo correcto. No sólo le estaba costando a su hija afrontar toda esta situación, también estaba segura que Peterson estaba de vuelta en su vida.

Pero de una manera tenía sentido. Si April se quedaba con su padre, estaría segura de las garras de Peterson. Y Peterson no tomaría otras víctimas durante la ausencia de Riley. Aunque le parecía enigmático, Riley estaba segura de una cosa. Ella era su objetivo de venganza. Ella era su próxima víctima prevista y nadie más. Y se sentiría bien estar lejos de él por un tiempo.

También se recordó a sí misma una dura lección que había aprendido durante su último caso—no enfrentarse a todo el mal en el mundo al mismo tiempo. Todo se resumía a un lema simple: Un monstruo a la vez.

Y ahora iba a perseguir a uno particularmente despiadado, a un hombre que sabía que pronto cobraría su próxima víctima.

Capítulo 7

El hombre comenzó a extender longitudes de cadenas en la mesa de trabajo larga en su sótano. Estaba oscuro afuera, pero todos esos enlaces de acero inoxidable brillaban bajo la luz de una bombilla.

Jaló completamente una de las cadenas. Los sonidos estrepitosos le traían recuerdos de estar encadenado, enjaulado y siendo atormentado con cadenas como estas. Pero se seguía diciendo a sí mismo: Tengo que enfrentar mis miedos.

Y para hacerlo tenía que demostrar su maestría sobre las cadenas. En el pasado, las cadenas lo habían dominado.

Es una lástima que alguien tuviera que sufrir a causa de esto. Durante cinco años, pensó que dejaría todo esto en el pasado. Había ayudado mucho el hecho de que la iglesia lo contratara como vigilante nocturno. Le había gustado ese trabajo, se sentía orgulloso de la autoridad que lo acompañaba. Le gustaba sentirse fuerte y útil.

Pero le quitaron ese trabajo el mes pasado. Le habían dicho que necesitaban a alguien con conocimientos de seguridad y mejores credenciales—alguien más grande y más fuerte. Prometieron mantenerlo trabajando en el jardín. Todavía se estaría ganando el dinero suficiente para pagar el alquiler de esta casita pequeña.

Aun así, perder ese trabajo y esa autoridad que le daba lo había alterado y lo había hecho sentirse indefenso. Esas ansias se desataron de nuevo—esa desesperación de no estar indefenso, esa necesidad frenética de afirmar su dominio sobre las cadenas para que no pudieran dominarlo de nuevo. Había intentado dejar esas ansias atrás, como si pudiera dejar su oscuridad interior aquí en su sótano. Esta última vez, había conducido hasta Reedsport, tratando de escapar de ellas. Pero no pudo hacerlo.

No sabía por qué no podía hacerlo. Era un buen hombre con un buen corazón, y le gustaba hacer favores. Pero tarde o temprano, su bondad siempre terminaba perjudicándolo. Cuando ayudó a esa mujer, a esa enfermera, a llevar sus productos a su carro en Reedsport, ella le sonrió y dijo: “¡Qué buen muchacho!”.

Hizo un gesto de dolor al recordar esa sonrisa y esas palabras.

“¡Qué buen muchacho!”.

Su madre sonreía y le decía cosas así, aun cuando le dejaba una cadena demasiado corta en su pierna que no lo dejaba alcanzar comida, ni mirar hacia afuera. Y las monjas también le habían sonreído y le habían dicho cosas así cuando lo miraban por el pequeño hueco de la puerta de su pequeña cárcel.

“¡Qué buen muchacho!”.

Él sabía que no todas las personas eran crueles. La mayoría de las personas no querían hacerle daño, especialmente en este pequeño pueblo donde se había instalado hace años. Incluso les caía bien. Pero, ¿por qué todos lo veían como un niño, como un niño discapacitado? Tenía veintisiete años y sabía que era excepcionalmente brillante. Su mente estaba llena de pensamientos brillantes y casi nunca se encontraba con un problema que no podía resolver.

Pero sabía por qué la gente lo veía de esa manera. Era porque apenas podía hablar. Había tartamudeado irremediablemente toda su vida, y casi nunca trataba de hablar, aunque entendía todo lo que los demás decían.

Y era pequeño y débil, y sus rasgos eran cortos e infantiles, como los de personas que habían nacido con algún defecto congénito. Había una mente extraordinaria enjaulada en ese cráneo ligeramente deformado, frustrada por su deseo de hacer cosas brillantes en el mundo. Pero nadie lo sabía. Ni una sola persona. Ni los médicos en el hospital psiquiátrico lo habían sabido.

Era irónico.

Las personas pensaban que ni siquiera se sabía palabras como irónico. Pero sí se las sabía.

Ahora se encontró tocando un botón en su mano nerviosamente. Lo había arrancado de la blusa de la enfermera cuando la había colgado. Recordándola, miró al catre donde la había dejado encadenada por más de una semana. Deseaba poder hablarle, explicarle que él no quería ser cruel, sólo que se parecía mucho a su madre y a las monjas, especialmente con su uniforme de enfermera.

Verla en ese uniforme lo había confundido. Era lo mismo con la mujer de hace cinco años, la guardia de prisión. De alguna manera ambas mujeres se habían fusionado en su mente con su madre y las monjas y los trabajadores del hospital. Luchaba una batalla perdida cuando trataba de diferenciarlas.

Era un alivio haber terminado con ella. Mantenerla atada así, darle agua y escuchar sus gemidos a través de la cadena que había utilizado para amordazarla era una terrible responsabilidad. Sólo le quitaba la mordaza de vez en cuando para colocar una pajita en su boca para poder darle agua. Pero luego intentaba gritar.

Si sólo hubiese podido explicarle que no debía gritar, que había vecinos en la calle que no debían escuchar. Si sólo pudiera habérselo dicho, tal vez habría entendido. Pero no se lo pudo explicar, no con su tartamudeo. En su lugar, la amenazó con una navaja recta mudamente. A la larga, ni la amenaza funcionó. En ese momento tuvo que degollarla.

Luego la llevó de nuevo a Reedsport y la colgó para que todos la vieran. No estaba seguro de la razón. Quizás era una advertencia. Si sólo las personas pudieran entender. Si pudieran hacerlo, él no tendría que ser tan cruel.

Tal vez también era su forma de decirle al mundo lo mucho que lo lamentaba.

Porque sí lo lamentaba. Iría a la floristería mañana y le compraría a su familia un ramo pequeño y barato. No podía hablar con el florista, pero podía escribir instrucciones sencillas. El regalo sería anónimo. Y si encontraba un buen sitio para esconderse, se pararía cerca de su tumba cuando la enterraran, inclinando su cabeza como cualquier otro doliente.

Tensó otra cadena sobre su mesa de trabajo, apretando sus extremos tan fuertemente como pudo, aplicando todas sus fuerzas, silenciando su traqueteo. Pero en lo profundo de su ser sabía que eso no sería suficiente para hacerlo el maestro de las cadenas. Para eso, tendría que usar las cadenas de nuevo. Y usaría una de las camisas de fuerza que le quedaban. Tenía que atar a alguien como él había sido atado.

Alguien más tendría que sufrir y morir.

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Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
241 s. 2 illüstrasyon
ISBN:
9781632917522
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