Kitabı oku: «Una Vez Tomado», sayfa 4
Capítulo 8
Tan pronto como Riley y Lucy desembarcaron del avión del FBI, un policía uniformado joven vino corriendo hacia ellas por la pista.
“Estoy muy feliz de verlas”, dijo. “El Comisario Alford está que echa chispas. Si alguien no baja el cuerpo de Rosemary, tendrá un derrame cerebral. Los reporteros están encima de lo que pasó. Soy Tim Boyden”.
Riley sintió un vacío cuando ella y Lucy se presentaron. Que los medios de comunicación estén en una escena tan rápidamente era una señal de problemas. El caso había empezado mal.
“¿Puedo ayudarles a cargar su equipaje?”, preguntó el Oficial Boyden.
“Estamos bien”, dijo Riley. Sólo tenían un par de maletas pequeñas.
El Oficial Boyden señaló al otro lado de la pista.
“El carro está por allá”, dijo.
Los tres caminaron rápidamente al carro. Riley se sentó en el lado del copiloto, mientras que Lucy tomó el asiento trasero.
“Estamos a sólo un par de minutos del pueblo”, dijo Boyden cuando empezó a conducir. “No puedo creer lo que está sucediendo. Pobre Rosemary. Todos las querían bastante. Siempre ayudaba a otras personas. Cuando desapareció hace un par de semanas, todos temíamos lo peor. Pero no podíamos habernos imaginado...”.
Su voz se quebró y sacudió la cabeza con incredulidad.
Lucy se inclinó hacia adelante desde el asiento trasero.
“Entiendo que hubo un asesinato como este antes”, dijo.
“Sí, cuando todavía estaba en la escuela secundaria”, dijo Boyden. “Aunque no fue aquí en Reedsport. Fue cerca de Eubanks, más al sur por el río. Un cuerpo en cadenas, igual que Rosemary. Llevaba también una camisa de fuerza. ¿Tiene razón el Comisario? ¿Tenemos un asesino en serie?”.
“No lo sabemos todavía”, dijo Riley.
La verdad es que pensaba que el Comisario tenía razón. Pero el joven oficial parecía estar bastante molesto. No tenía sentido alarmarlo más.
“No puedo creerlo”, dijo Boyden, sacudiendo su cabeza de nuevo. “Un pueblo pequeño y agradable como el nuestro. Una señora agradable como Rosemary. No puedo creerlo”.
Mientras condujeron la ciudad, Riley vio un par de camionetas con equipos de noticias de TV en su calle principal. Un helicóptero con un logotipo de una estación de TV volaba en circuito sobre el pueblo.
Boyden condujo a una barricada donde se habían reunido un pequeño grupo de reporteros. Un oficial dejó pasar el carro. Pocos segundos después, Boyden detuvo el carro junto a un tramo de vías de tren. Allí estaba el cuerpo, colgado de un poste eléctrico. Varios policías uniformados estaban parados a pocos metros del cuerpo.
A lo que Riley se bajó del carro, reconoció al Comisario Raymond Alford que estaba acercándose a ella. No se veía nada alegre.
“Espero que hayas tenido una muy buena razón para dejar el cuerpo colgando así”, dijo. “Esto ha sido una pesadilla. El alcalde está amenazando con quitarme mi placa”.
Riley y Lucy lo siguieron al cuerpo. A la luz vespertina, se veía aún más extraño que en las fotos que Riley había visto en su computadora. Las cadenas de acero inoxidable brillaban en la luz.
“Me imagino que acordonaste la escena”, le dijo Riley a Alford.
“Hemos hecho lo mejor que hemos podido”, dijo Alford. “Bloqueamos el área lo suficiente para que nadie pudiera ver el cuerpo excepto desde el río. Redireccionamos los trenes para que rodeen el pueblo. Eso los está retrasando y está causando estragos en sus horarios. Así debe ser cómo los canales de noticias de Albany descubrieron que algo estaba pasando. Obviamente ninguno de nuestros agentes se los dijo”.
Alfred no se escuchaba mucho por el sonido del helicóptero de TV que volaba directamente sobre ellos. Se dio por vencido en tratar de decir lo quería decir. Riley podría leer las maldiciones en sus labios mientras miraba el helicóptero. Sin elevarse, el helicóptero se movía en círculos. Obviamente, el piloto pretendía regresarse a esta zona.
Alford sacó su teléfono celular. Cuando pudo comunicarse con alguien, gritó, “Te dije que mantuvieras a tu maldito helicóptero lejos de la escena. Ahora dile a tu piloto que mantenga a esa cosa a unos quinientos pies de distancia. Es la ley”.
Por la expresión de Alford, Riley sospechaba que la persona se estaba resistiendo.
Finalmente, Alford dijo, “Si no lo alejas de aquí ahora mismo, les prohibiré a tus reporteros a que estén en la rueda de prensa que daré esta tarde”.
Su rostro se relajó un poco. Levantó la mirada y esperó. Efectivamente, después de unos momentos el helicóptero ascendió a una altura más razonable. El ruido del motor todavía llenaba el aire con un zumbido fuerte y constante.
“Dios, espero que esto no siga por mucho más”, gruñó Alfred. “Tal vez cuando bajemos el cuerpo habrá menos que los atraiga. Aun así, en el corto plazo, supongo que esto tiene su lado positivo. Los hoteles y las posadas están recibiendo más clientes. Los restaurantes también—los periodistas tienen que comer. ¿Pero a la larga? Es malo si esto ahuyenta a los turistas de Reedsport”.
“Has hecho un buen trabajo de mantenerlos alejados de la escena”, dijo Riley.
“Supongo que es algo”, dijo Alford. “Vengan, terminemos con esto de una buena vez”.
Alford acercó a Riley y a Lucy al cuerpo suspendido. El cuerpo estaba dentro de un arnés de cadenas improvisado que lo envolvía completamente. El arnés estaba atado a una cuerda pesada que se enlazaba a través de una polea de acero que estaba atada a un travesaño alto. El resto de la cuerda descendía a la tierra en un ángulo agudo.
Riley podía ver el rostro de la mujer ahora. Una vez más, su parecido a Marie la atravesó como una descarga eléctrica, el mismo dolor silencioso y angustia que el rostro de su amiga había mostrado después de haberse ahorcado. Los ojos saltones y la cadena que la amordazaba hacían que toda la imagen fuera aún más inquietante.
Riley miró a su nueva compañera para ver cómo estaba reaccionando. Para sorpresa suya, vio que Lucy ya estaba tomando notas.
“¿Es esta tu primera escena del crimen?”, le preguntó Riley.
Lucy simplemente asintió con la cabeza mientras escribía y observaba. Riley pensó que estaba tomando esto de ver el cadáver bastante bien. Muchos novatos estarían vomitando en los arbustos ahora mismo.
Por el contrario, Alford se veía bastante mareado. No se había acostumbrado a ello, incluso después de tantos años. Riley esperaba que nunca tuviera que hacerlo, por su bien.
“No hiede mucho todavía”, dijo Alford.
“Todavía no”, dijo Riley. “Todavía está en un estado de autolisis, más que todo una descomposición interna de sus células. No hay una temperatura lo suficientemente caliente como para acelerar el proceso de putrefacción. El cuerpo no ha comenzado a derretirse por dentro. Allí es cuando el olor empeora bastante”.
Alford empalideció más luego de esas palabras.
“¿Y el rigor mortis?”, preguntó Lucy.
“Está en pleno rigor, estoy segura de eso”, dijo Riley. “Probablemente lo estará por otras doce horas”.
Lucy no se veía ni un poco perturbada. Sólo seguía tomando notas.
“¿Descubrieron cómo el asesino logró colgarla allí?”, le preguntó Lucy a Alford.
“Tenemos una idea bastante buena”, dijo Alford. “Se subió y ató la polea en su lugar. Luego subió el cuerpo. Pueden ver cómo está sujetado”.
Alford señaló a un conjunto de pesas de hierro que estaban al lado de las vías. La cuerda pasaba por los orificios en las pesas, anudadas cuidadosamente para que no se soltaran. Las pesas eran del tipo que pueden encontrarse en las máquinas de pesas de un gimnasio.
Lucy se inclinó y miró las pesas más de cerca.
“Hay casi el peso suficiente para contrarrestar totalmente el cuerpo”, dijo Lucy. “Lo extraño es que arrastró todo este material pesado con él. Pensarías que simplemente ataría la cuerda al poste”.
“¿Qué te dice eso?”, preguntó Riley.
Lucy pensó por un momento.
“Es pequeño y no muy fuerte”, dijo Lucy. “La polea no le dio el impulso suficiente. Necesitó a las pesas para que lo ayudaran”.
“Muy bien”, dijo Riley. Luego señaló al otro lado de las vías del tren. Por un breve tramo, unas pistas de neumático parciales se desviaban del pavimento a la tierra. “Y, por lo que se puede ver, detuvo su carro muy cerca de aquí. Tuvo que hacerlo. No podía arrastrar el cuerpo tan lejos por su cuenta”.
Riley examinó la tierra cerca del poste eléctrico y encontró hendiduras.
“Parece que utilizó una escalera”, dijo.
“Sí, y la encontramos”, dijo Alford. “Vengan para mostrársela”.
Alford guio a Riley y a Lucy al otro lado de las pistas, a un almacén deteriorado de acero corrugado. Había una cerradura rota colgando del cerrojo de la puerta.
“Se puede ver cómo entró a la fuerza”, dijo Alford. “Se le hizo bastante fácil, unas corta cadenas probablemente lo hicieron posible. Este almacén no se utiliza mucho, más que todo para almacenamiento a largo plazo, así que no es muy seguro”.
Alford abrió la puerta y encendió las luces fluorescentes. El lugar estaba casi vacío, excepto por unos contenedores llenos de telarañas. Alford señaló a una escalera alta que estaba apoyada contra la pared que estaba al lado de la puerta.
“Allí está la escalera”, dijo. “Encontramos tierra fresca en los peldaños. Probablemente es de aquí y el asesino sabía que estaba adentro. Entró a la fuerza, la sacó y se subió en ella para atar la polea en su lugar. Una vez que colocó el cuerpo donde él lo quiso, arrastró la escalera a su lugar. Y luego se fue”.
“Tal vez encontró la polea dentro el almacén también”, sugirió Lucy.
“El frente de este almacén está alumbrado de noche”, dijo Alford. “Así que es audaz, y apuesto a que es bastante rápido, aunque no es muy fuerte”.
En ese momento escucharon un chasquido agudo afuera.
“¿Qué diablos?”, gritó Alford.
Riley supo inmediatamente que había sido un disparo.
Capítulo 9
Alford sacó su pistola y salió rápidamente del almacén. Riley y Lucy lo siguieron con sus manos en sus propias armas. Algo estaba haciendo círculos sobre el poste en donde colgaba el cuerpo. Hacía un zumbido constante.
El Oficial Boyden tenía su pistola afuera. Acababa de dispararle al pequeño drone que estaba rodeando el cuerpo y se estaba preparando para hacerlo de nuevo.
“Boyden, ¡guarda esa maldita pistola!”, gritó Alford mientras guardaba su propia arma.
Boyden se volvió hacia Alford, sorprendido. Justo cuando estaba guardando su arma, el drone se elevó y se fue volando.
El Comisario estaba enfurecido.
“¿En qué diablos pensabas al disparar tu arma de esa manera?,” le preguntó a Boyden.
“Protegiendo la escena”, dijo Boyden. “Es probablemente algún blogger tomando fotos”.
“Probablemente”, dijo Alford. “A mí tampoco me gusta eso. Pero derribar esas cosas es ilegal. Además, esta es una zona poblada. Deberías ser más inteligente que esto”.
Boyden agachó la cabeza avergonzadamente.
“Lo lamento, señor”, dijo.
Alford se volvió hacia Riley.
“¡Diablos, ahora son drones!”, dijo. “De veras que odio el siglo veintiuno. Agente Paige, por favor dime que podemos bajar el cuerpo ahora”.
“¿Tienes más fotos de las que ya he visto?”, preguntó Riley.
“Muchas de ellas, mostrando cada pequeño detalle”, dijo Alford. “Puedes verlas en mi oficina”.
Riley asintió. “He visto lo que necesitaba ver aquí. Y has hecho un buen trabajo de mantener la escena bajo control. Pueden bajar el cuerpo”.
“Llama al médico forense del condado”, le dijo Alford a Boyden. Dile que ya puede dejar de comerse las uñas de tanto esperar”.
“Listo, Comisario”, dijo Boyden, sacando su teléfono celular.
“Vamos”, le dijo Alford a Riley y a Lucy. Las llevó a su patrulla. Cuando entraron y empezaron su camino, un policía permitió que el carro pasara la barricada para llegar a la calle principal.
Riley trató de tomar una nota mental de la ruta. El asesino tendría que haber usado la misma ruta que usó Boyden y Alford para entrar y salir. No había otra manera de entrar al área entre el almacén y las vías del tren. Parecía probable que alguien hubiera visto el carro del asesino, aunque probablemente no le hubiera parecido inusual.
El Departamento de Policía de Reedsport no era más que una estructura de ladrillos en la calle principal del pueblo. Alford, Riley y Lucy entraron y se sentaron en la oficina del Comisario.
Alford colocó una pila de carpetas en su escritorio.
“Esto es todo lo que tenemos”, dijo. “El expediente completo del caso antiguo de hace cinco años y todo lo que sabemos del asesinato de anoche”.
Cada una tomó una carpeta y comenzó a leer. Las fotos del primer caso llamaron la atención de Riley.
Las dos mujeres tenían casi la misma edad. La primera trabajaba en una prisión, lo que la ponía en cierto grado de riesgo de una victimización posible. Pero la segunda sería considerada una víctima de menor riesgo. Y no había ningún indicio de que ninguna de ellas frecuentara bares u otros lugares que las hicieran más vulnerables. En ambos casos, las personas que conocían a las mujeres las habían descrito como amables, serviciales y convencionales. Ahora bien, tuvo que haber algún factor que atrajo al asesino a estas mujeres particulares.
“¿Avanzaron en el caso del asesinato de Marla Blainey?”, le preguntó Riley a Alford.
“Estaba bajo la jurisdicción de la policía de Eubanks. El Capitán Lawson. Pero trabajé con él en ese caso. No encontramos nada útil. Las cadenas eran perfectamente normales. El asesino pudo haberlas comprado en cualquier ferretería”.
Lucy se inclinó hacia Riley para ver las mismas fotos.
“Aun así, compró muchas de ellas”, dijo Lucy. “Pensarías que algún empleado habría notado a alguien que estuviera comprando tantas cadenas”.
Alford asintió con la cabeza, estando de acuerdo.
“Sí, eso es lo que pensamos en el momento. Pero contactamos las ferreterías de la zona. Ninguno de los empleados se percató de ninguna venta inusual como esa. Quizás compró unas pocas por aquí y por allá, sin atraer mucha atención. Cuando llegó el momento del asesinato, ya tenía unas cuantas a mano. Tal vez todavía las tiene”.
Riley miró la camisa de fuerza que llevaba la mujer de cerca. Parecía idéntica a la que había sido utilizada para atar a la víctima de anoche.
“¿Y qué hay de la camisa de fuerza?”, preguntó Riley.
Alford se encogió de hombros. “Crees que algo así sería fácil de rastrear. Pero no encontramos nada. Es estándar en los hospitales psiquiátricos. Verificamos todos los hospitales del estado, incluyendo el que queda muy cerca de aquí. Nadie notó que faltaban ningunas camisas de fuerzas, ni que habían sido robadas”.
Cayó un silencio mientras Riley y Lucy siguieron viendo los informes y las fotos. Los cuerpos habían sido dejados dentro de diez millas de cada uno. Eso indicaba que el asesino probablemente no vivía muy lejos. Pero el cadáver de la primera mujer había sido vertido bruscamente en la orilla del río. Durante los cinco años entre los asesinatos, la actitud del asesino había cambiado de alguna manera.
“¿Qué piensas de este tipo?”, preguntó Alford. “¿Por qué la camisa de fuerza y todas las cadenas? ¿No parece una exageración?”.
Riley lo pensó por un momento.
“No en su mente”, dijo. “Se trata de poder. Quiere restringir a sus víctimas no sólo físicamente, sino simbólicamente. Va mucho más allá de lo práctico. Se trata de quitarle el poder de la víctima. El asesino quiere decir algo importante con eso”.
“¿Pero por qué mujeres?”, preguntó Lucy. “Si quiere debilitar a sus víctimas, ¿no sería más dramático hacérselo a hombres?”.
“Es una buena pregunta”, respondió Riley. Pensó en la escena del crimen, cómo el cuerpo había sido tan cuidadosamente contrapesado.
“Pero recuerda que no es muy fuerte”, dijo Riley. “En parte podría ser una cuestión de elegir blancos más fáciles. Las mujeres de mediana edad como estas probablemente no pelearían mucho. Pero también pueden representar algo en su mente. No fueron seleccionadas como individuos, sino como mujeres, y lo que sea que las mujeres representan para él”.
Alford dejó escapar un gruñido cínico.
“Así que estás diciendo que no fue personal”, dijo. “No es que estas mujeres hicieron algo para que las atrapara y las asesinara. No es que el asesino pensaba que se lo merecían”.
“A menudo es así”, dijo Riley. “En mi último caso, el asesino persiguió a mujeres que compraron muñecas. No le importaba quienes eran. Todo lo que importaba es que él las vio comprar una muñeca”.
Vino otro silencio. Alford miró su reloj.
“Tengo una conferencia de prensa en una media hora”, dijo. “¿Hay algo más que tengamos que discutir antes de eso?”.
Riley dijo: “Bueno, cuanto antes la Agente Vargas y yo podamos entrevistar a la familia de la víctima, mejor. Esta noche, si es posible”.
Alford se tocó la ceja con preocupación.
“No lo creo”, dijo. “Su marido murió cuando era joven, quizás hace unos quince años. Todo lo que tiene es un par de hijos adultos, un hijo y una hija, ambos con sus propias familias. Viven aquí en el pueblo. Mis agentes han estado entrevistándolos todo el día. Realmente están cansados y consternados. Mejor los volvemos a someter a eso mañana”.
Riley vio que Lucy estaba a punto de oponerse, así que la detuvo con un gesto silencioso. Era inteligente de Lucy querer entrevistar a la familia inmediatamente. Pero Riley también sabía que era mejor no causar problemas con las autoridades locales, especialmente si parecían ser tan competentes como Alford y su equipo.
“Entiendo”, dijo Riley. “Lo intentaremos mañana en la mañana. ¿Y la familia de la primera mujer?”.
“Creo que todavía quedan algunos familiares en Eubanks”, dijo Alford. “Lo investigaré. No nos precipitemos. El asesino no tiene prisa, después de todo. Su último asesinato ocurrió hace cinco años, y no es responsable actuar pronto. Tomémonos el tiempo y hagamos las cosas bien”.
Alford se levantó de su silla.
“Mejor me preparo para la conferencia de prensa”, dijo. “¿Desean ser parte de ella? ¿Tienen que hacer algún tipo de declaración?”.
Riley lo pensó.
“No, no lo creo”, dijo. “Es mejor si el FBI mantiene un perfil bajo por el momento. No queremos que el asesino sienta que está atrayendo mucha publicidad. Estaría más propenso a actuar si piensa que no está recibiendo la atención que merece. Por ahora es mejor que el público vea tu cara”.
“Bueno, entonces tienen tiempo para instalarse”, dijo Alford. “Reservé unas habitaciones en una posada local para ustedes. También hay un carro en el frente que pueden utilizar”.
Deslizó del formulario de reserva de habitación y un juego de llaves de carro por su escritorio a Riley. Ella y Lucy salieron de la estación.
*
Más tarde esa misma noche, Riley se encontraba sentada en un mirador, observando la calle principal de Reedsport. Había caído la noche y las farolas se estaban encendiendo. El aire de la noche era cálido y agradable y todo estaba tranquilo, no había reporteros a la vista.
Alford había reservado dos habitaciones de segundo piso en la posada para Riley y Lucy. La dueña del lugar les había servido una cena deliciosa. Luego Riley y Lucy habían pasado más o menos una hora en la sala principal en la planta baja, haciendo planes para el día siguiente.
Reedsport realmente era un pueblo pintoresco y encantador. Bajo diferentes circunstancias, sería un buen lugar para tomar unas vacaciones. Pero ahora que Riley estaba lejos de todo lo del asesinato del día anterior, su mente volvió a preocupaciones más familiares.
No había pensado en Peterson durante todo el día hasta ahora. Estaba ahí afuera y ella lo sabía, pero nadie más le creía. ¿Había sido prudente dejar las cosas así? ¿Debió haberse esforzado más en convencer a alguien?
Le dio escalofríos el pensar que dos asesinos, Peterson y quien había matado a las dos mujeres aquí, estaban viviendo sus vidas de lo más normal. ¿Cuántos más había por ahí, en algún lugar del estado, en algún lugar del país? ¿Por qué estaba plagada nuestra cultura de estos seres humanos retorcidos?
¿Qué podrían estar haciendo? ¿Estaban conspirando en alguna parte en aislamiento, o estaban pasando tiempo con amigos y familiares, personas inocentes y desprevenidas que no tenían ni idea del mal que estaba en medio de ellos?
Por el momento, Riley no tenía ninguna manera de saberlo. Pero era su trabajo averiguarlo.
También se encontró pensando ansiosamente en April. No le había parecido correcto simplemente dejarla con su padre. Pero, ¿qué más podía hacer? Riley sabía que, aunque no hubiera tomado este caso, otro hubiese venido pronto. Simplemente estaba demasiado involucrada en su trabajo como para ocuparse de una adolescente rebelde. Pero no estaba en casa.
Sacó su celular y envío un mensaje de texto de forma impulsiva.
Hola April. ¿Cómo estás?
Después de unos segundos, llegó la respuesta:
Estoy bien, Mamá. ¿Cómo estás? ¿Ya lo resolviste?
Le tomó a Riley un momento para darse cuenta que April estaba hablando del caso nuevo.
Todavía no, escribió.
April respondió, Lo resolverás pronto.
Riley sonrió por lo que sonaba como un voto de confianza.
¿Quieres hablar?, escribió. Puedo llamarte ahora mismo.
Esperó la respuesta de April por unos momentos.
No en este momento. Estoy bien.
Riley no entendió exactamente lo que quería decir. Su corazón se hundió un poco.
OK, escribió. Buenas noches. Te amo.
Terminó el chat y se quedó sentada allí, mirando la noche profunda. Sonrió con nostalgia al recordar la pregunta de April...
“¿Ya lo resolviste?”.
“Lo” podría significar cualquiera de las miles de cosas en la vida de Riley. Y sentía que todavía faltaba mucho para resolverlas.
Riley se quedó observando la noche de nuevo. Mientras miraba la calle principal, se imaginó al asesino conduciendo por la ciudad en camino a las vías de tren. Había sido un movimiento audaz. Pero no tan audaz como tomarse el tiempo para colgar el cuerpo de un poste de electricidad donde sería visible en la luz del almacén.
Esa parte de su MO había cambiado drásticamente en los últimos cinco años, de tirar descuidadamente un cuerpo por el río a colgar este para que todos lo vieran. Esto no le pareció a Riley como particularmente organizado, pero se estaba volviendo más obsesivo. Algo en su vida debió haber cambiado. ¿Qué era?
Riley sabía que este tipo de audacia a menudo representaba un deseo creciente de publicidad y fama. Eso fue cierto del último asesino que había capturado. Pero en este caso no parecía correcto. Algo le dijo a Riley que este asesino no sólo era pequeño y bastante débil, pero que también era modesto, incluso humilde.
No le gustaba matar; Riley se sentía bastante segura de ello. Y no había sido la fama lo que lo había estimulado a llegar a este nuevo nivel de audacia. Era desesperanza. Tal vez incluso remordimiento, un deseo semiconsciente de ser atrapado.
Riley sabía por experiencia personal que los asesinos nunca eran más peligrosos que cuando comenzaban a ir en contra de ellos mismos.
Riley pensó en algo que el Comisario Alford le había dicho antes.
“El asesino no tiene prisa, después de todo”.
Riley se sentía segura de que el Comisario estaba equivocado.
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