Kitabı oku: «Drácula», sayfa 7
11 am. —Mi asistente acaba de venir a decirme que Renfield está muy enfermo y que ha vomitado muchas plumas.
—Creo, doctor, —me dijo—, que se ha comido todas sus aves y completamente crudas.
11 pm. —Esta noche le di a Renfield un fuerte sedante. Suficientemente fuerte como para ponerlo a dormir incluso a él, y tomé su libreta para revisarla. La idea que ha estado rondando mi mente ya está completa y la teoría ha sido probada.
Mi maniático homicida es de una clase muy peculiar. Tendré que inventar una nueva clasificación para él. Lo llamaré un maniático zoófago (que come cosas vivas). Lo que desea es absorber tantas vidas como le sea posible, y se ha propuesto llevarlo a cabo en un modo acumulativo. Alimentó a las arañas con un gran número de moscas, y a las aves con muchas arañas, y luego quería que el gato se comiera tantas aves como fuera posible. ¿Cuál hubiera sido su siguiente paso?
Casi hubiera valido la pena esperar para que completara el experimento. Podría llevarse a cabo si hubiera una causa suficiente. Los hombres se burlaban de la vivisección y sin embargo, ¡hay que ver sus resultados actuales! ¿Por qué no he de ayudar al progreso de la ciencia en su aspecto más difícil y vital, es decir, el conocimiento del cerebro?
Si descifrara el secreto de una mente de este tipo. Si tuviera la llave de las imaginaciones de al menos uno de estos lunáticos, podría hacer avanzar mi propio ramo de la ciencia a tal grado que la fisiología de Burdon Sanderson o el conocimiento del cerebro humano de Ferrier no serían nada en comparación. ¡Si tan sólo hubiera causa suficiente! No debo pensar mucho en esto, o podría sentirme tentado a hacerlo. Una buena causa podría inclinar el platillo de la balanza para mí, pues ¿acaso no es cierto que yo también poseo un cerebro excepcional, congénitamente hablando?
Qué bien razonó este hombre. Los lunáticos siempre lo hacen dentro de su propio espectro. Me pregunto en cuántas vidas valorará a un hombre, o si sólo se trata de una sola. Cerró la cuenta con toda exactitud, y hoy comenzó un nuevo registro. ¿Cuántos de nosotros empezamos un nuevo registro con cada día de nuestras vidas?
A mí me parece que fue ayer cuando sentí que toda mi vida terminaba con mi nueva esperanza, y que verdaderamente empezaba un nuevo registro. Así será hasta que el Gran Juez cierre mi cuenta con un balance de ganancias o pérdidas.
¡Ay, Lucy, Lucy!, no puedo sentirme enojado contigo, ni tampoco con mi amigo cuya felicidad es la tuya. Lo único que me resta por hacer es avanzar en la desesperanza y trabajar. ¡Trabajar! ¡Trabajar!
Si tan solo tuviera una causa tan fuerte como la de mi pobre amigo loco, una causa buena y desinteresada que me hiciera trabajar. Sin duda eso me proporcionaría felicidad.
Diario de Mina Murray
26 de julio.
Estoy angustiada y me tranquiliza poder expresarme aquí. Es como susurrarme a mí misma y escuchara al mismo tiempo. Los símbolos de taquigrafía tienen un cierto encanto que los diferencia de la escritura normal. Estoy triste por Lucy y por Jonathan. No había tenido noticias de Jonathan durante varios días y me sentía muy preocupada. Pero ayer, el querido Señor Hawkins, que siempre es tan amable, me envió una carta de su parte. Yo le había escrito preguntándole si había recibido noticias de Jonathan y me respondió diciéndome que acababa de recibir la carta que me envió. Sólo son unas breves líneas escritas durante su estancia en el castillo de Drácula, donde dice que está iniciando el viaje de regreso a casa. Eso no es propio de Jonathan. No lo comprendo y me llena de angustia.
Y luego, Lucy, aunque está muy bien, ha vuelto a recaer en su viejo hábito de caminar dormida. Su madre ya me había dicho algo sobre eso y decidimos que voy a cerrar la puerta de nuestro cuarto con llave todas las noches.
La Sra. Westenra cree que los sonámbulos siempre se suben a los techos de las casas y caminan por los bordes de los despeñaderos, despertándose repentinamente, cayendo al vacío lanzando un grito desesperado que hace eco por todo el lugar.
Pobrecilla, naturalmente está preocupada por Lucy, me ha contado que su esposo, el padre de Lucy, tenía la misma costumbre de despertarse en medio de la noche, vestirse y salir de casa, a menos que alguien lo detuviera.
Lucy se casará en otoño y ya está planeando su vestido y los arreglos de su casa. La entiendo perfectamente, porque yo haré lo mismo, sólo que Jonathan y yo empezaremos nuestra vida de una manera mucho más sencilla, esforzándonos por cubrir nuestros gastos.
El Sr. Holmwood, es decir, el Honorable Arthur Holmwood, hijo único de Lord Godalming, vendrá dentro de pocos días, en cuanto pueda dejar la ciudad, pues su padre no se encuentra bien de salud. Y creo que mi querida Lucy está contando ansiosamente los días hasta su llegada.
Quiere llevarlo a nuestra banca en el cementerio de la iglesia sobre el acantilado y mostrarle la belleza de Whitby. Me atrevo a decir que lo que la tiene angustiada es esta espera. Estoy segura que se sentirá mejor cuando él esté aquí.
27 de julio.
No he tenido noticias de Jonathan. Estoy empezando a sentirme sumamente preocupada por él, aunque no sé exactamente por qué. Pero me gustaría tanto que me escribiera, aunque fuera sólo una línea.
El problema de sonambulismo de Lucy empeora día con día, y todas las noches me despierto al sentir que camina por el cuarto. Afortunadamente, el clima está tan cálido que no podría resfriarse. Pero aun así, la preocupación y el estar despierta toda la noche está comenzando a causar estragos en mí, y yo misma me estoy empezando a sentir nerviosa y no puedo dormir. Gracias a Dios, la salud de Lucy se mantiene estable. El Sr. Holmwood ha sido llamado repentinamente a Ring para ver a su padre, que se encuentra gravemente enfermo. Lucy está destrozada por la posibilidad de tener que posponer la visita de su prometido, pero esto no ha afectado su aspecto. Está ligeramente más robusta y sus mejillas tienen un encantador tono rosado. Ya no tiene esa apariencia anímica que solía tener. Rezo para que esto continúe igual.
3 de agosto.
Ha pasado otra semana y sigo sin recibir noticias de Jonathan. Ni siquiera a través del Sr. Hawkins, con quien sí he podido comunicarme. Ay, espero que no esté enfermo, porque, de ser así, sin duda alguna me habría escrito. He leído mil veces su última carta, pero hay algo en ella que no me satisface. No suena a él, y sin embargo es su escritura. De esto no cabe la menor duda.
La semana pasada Lucy casi no caminó mientras dormía, pero hay una extraña concentración en ella que no comprendo; parece como si me observara, aun estando dormida. Intenta abrir la puerta, pero al encontrarla cerrada, recorre todo el cuarto en busca de la llave.
6 de agosto.
Han pasado otros tres días, y sigo sin recibir noticias. El suspenso se está volviendo espantoso. Si tan sólo supiera a dónde escribirle, o a dónde ir, me sentiría más tranquila. Pero nadie ha escuchado una sola palabra de Jonathan desde su última carta. Sólo debo rogar a Dios que me conceda paciencia.
Lucy está más nerviosa que nunca, pero por lo demás está bien. Anoche el tiempo estuvo terrible y los pescadores dicen que se espera una gran tormenta. Debo observarla para aprender sobre las señales del tiempo.
Hoy el día está nublado, mientras escribo esto el sol está escondido detrás de las espesas nubes en lo alto del Kettleness. Todo se ve gris, con excepción del pasto verde, que parece una esmeralda en medio de este paisaje tan gris. Las rocas son grises y terrosas; grises son las nubes, teñidas por la luz del sol en su orilla más lejana, que se ciernen sobre el mar gris, en el que se introducen los bancos de arena similares a figuras grises. El mar rompe sobre las playas, ahogando su furor en la neblina marina que llega desde la tierra empujada por el viento. El horizonte se pierde en una neblina grisácea. Hay una inmensa vastedad. Las nubes están apiladas como rocas gigantes y hay ráfagas de viento sobre el mar que parecen anunciar algo funesto. Por toda la playa pueden verse diseminadas oscuras figuras, algunas envueltas a medias por la niebla, que tienen la apariencia de “árboles con formas humanas caminando”. Los botes pesqueros se apresuran para llegar a casa, se elevan y hunden en las grandes olas mientras navegan hacia el puerto, curvándose frente a los imbornales. Aquí viene el Sr. Swales, caminando directamente hacia mí. Puedo ver, por la forma en que ha levantado su sombrero, que quiere hablar conmigo.
Me conmovió bastante el cambio operado en el pobre anciano. Cuando se sentó junto a mí, me dijo en tono muy amable:
—Quiero decirle algo, señorita.
Pude notar que estaba intranquilo, así que tomé su pobre y arrugada mano en la mía y le pedí que me hablara con toda confianza. Entonces me dijo, sin mover su mano:
—Me temo, querida mía, que la he asustado con todas esas cosas malévolas que le he estado diciendo acerca de los muertos y demás durante las últimas semanas. Pero no he hablado en serio y quiero que recuerde eso cuando yo ya me haya ido. A nosotros los viejos un poco chiflados y con un pie sobre la tumba maldita, no nos gusta mucho pensar en la muerte. Queremos aparentar que eso no nos asusta. Es por eso que me burlo de ella, para alegrar un poco mi propio corazón. Pero, con Dios como mi testigo, le digo que no tengo miedo de morir, señorita. Ni un poco. Solo que me gustaría no hacerlo, si eso fuera posible. Mi hora debe estar muy cerca ahora, pues ya soy viejo y cien años es mucha espera para cualquier hombre. Y estoy tan cerca de ella que la Vieja ya debe estar preparando su guadaña. ¿Ha visto? No puedo dejar de reírme de todo esto, las burlas siempre serán parte de mí. Un día cercano, el Ángel de la Muerte sonará su trompeta para mí. ¡Pero no se aflija ni llore, querida mía! —me dijo, al darse cuenta de que yo estaba llorando—, si viniera esta misma noche, no me negaría a responder a su llamado. Después de todo, la vida sólo es una espera para una cosa distinta a la que estamos haciendo. Y la muerte es la única cosa de la que podemos tener certeza. Pero estoy contento, pues sé que ya viene por mí, querida, y sé que lo hace rápidamente. Podría incluso llegar mientras estamos observando el paisaje, preguntándonos cosas. Tal vez venga en ese viento sobre el mar que trae consigo pérdidas y destrucción, dolor angustioso y corazones tristes. ¡Mire! ¡Mire! —gritó repentinamente—. Hay algo en ese viento, y en su eco más lejano que suena. Sabe y huele como la muerte. Está en el aire. Lo siento venir. ¡Señor, haz que mi respuesta sea alegre cuando llegue mi hora! —dijo, levantando los brazos devotamente y quitándose el sombrero.
Su boca se movía como si estuviera rezando. Luego de algunos minutos en silencio, se levantó, me estrechó la mano y me dio la bendición. Se despidió de mí y se alejó cojeando. Todo esto me conmovió y me perturbó en gran medida.
Me alegré cuando el guardacostas se acercó a mí, con su catalejo bajo el brazo. Se detuvo a hablar conmigo, como siempre lo hace. Pero sin quitar la vista ni un segundo de un extraño barco.
—No sé qué es —dijo—. Por su aspecto debe ser ruso. Pero se está balanceando de manera muy extraña. No sabe qué hacer. Parece haberse dado cuenta que se avecina una tormenta, pero no puede decidir si dirigirse hacia el norte al mar abierto, o quedarse aquí. ¡Mire! Están conduciéndolo de una manera sumamente extraña. Pareciera que no hay ninguna mano sobre el timón, y cambia de rumbo con cualquier ráfaga de viento. Seguramente mañana a esta hora sabremos más al respecto.
Capítulo 7
Recorte del "Dailygraph", 8 de agosto
(Pegado en el diario de Mina Murray)
Corresponsal en Whitby.
Acaba de tener lugar una de las tormentas más fuertes y repentinas de la historia, dejando una serie de resultados tanto extraños como únicos. El clima había estado un tanto bochornoso, pero nada fuera de lo normal para el mes de agosto. El sábado por la tarde hizo un tiempo maravilloso, como hace mucho no se veía y la gran mayoría de veraneantes visitaron ayer los Bosques de Mulgrave, la Bahía de Robin Hood, el Molino de Rig, Runswick, Staithes y demás sitios turísticos ubicados en los alrededores de Whitby. Los barcos de vapor Emma y Scarborough realizaron numerosos recorridos a lo largo de la costa, y hubo una cantidad inusual de “viajes” de ida y regreso de Whitby. El clima estuvo excepcionalmente hermoso hasta que llegó la tarde, cuando algunos de los chismosos que suelen frecuentar el cementerio de East Cliff, para observar desde aquella imponente eminencia el gran movimiento del mar hacia el norte y el este, notaron la súbita aparición de “colas de caballo” en lo alto del cielo hacia el noroeste. El viento soplaba desde el suroeste con una intensidad muy leve, que en lenguaje barométrico se califica como “No.2, brisa ligera”.
El guardacostas de turno informó inmediatamente sobre esto y un anciano pescador, que por más de medio siglo ha vigilado desde East Cliff las señales de cualquier cambio en el tiempo, predijo en un tono enfático la llegada de una tormenta repentina. Sin embargo, el atardecer fue tan hermoso, tan espléndido con sus masas de nubes maravillosamente coloreadas, que un enorme grupo de personas se reunió en el camino a lo largo del despeñadero en el viejo cementerio para disfrutar el paisaje. Antes de que el sol se ocultara detrás de la negra masa de Kettleness, que sobresale audazmente contra el cielo del oeste, su descenso fue marcado por una miríada de nubes de todos los tonos del atardecer: rojo encendido, morado, rosa, verde, violeta, y todos los matices dorados, con algunas masas no muy grandes de una negrura absoluta, esparcidas por aquí y por allá, con formas de todo tipos. Tan bien delineadas como siluetas colosales. Este singular paisaje no fue desaprovechado por los pintores, y sin duda alguna algunos bocetos del “Preludio de la Gran Tormenta” adornarán las paredes de la R.A y la R.I el próximo mes de mayo.
Más de un capitán decidió en ese mismo momento y lugar que su “guijarro” o su “mula”, como suelen llamar a las diferentes clases de botes, no se moverían del muelle hasta que la tormenta hubiera pasado. Por la tarde, el viento se tranquilizó por completo y a la medianoche todo estaba en una calma absoluta. Pero se sentía ese calor bochornoso y esa intensidad reinante que, al acercarse una tormenta, afecta a las personas de naturaleza sensible.
Sólo había unas cuantas luces en el mar, pues hasta los barcos de vapor costeros, que normalmente navegan muy cerca de la orilla, se mantuvieron mar adentro y sólo podían verse algunos barcos pesqueros. La única vela visible era una goleta extranjera que tenía todas las velas desplegadas, y que parecía avanzar en dirección hacia el oeste. La temeridad o ignorancia de sus oficiales fue un gran tema de conversación durante el tiempo que el barco permaneció a la vista. Se realizaron toda clase de esfuerzos por enviarle señales desde el puerto para que plegara las velas debido al peligro inminente. Antes de que el sol se pusiera, se le podía ver todavía con las velas ondeando ociosamente mientras navegaba tranquilamente sobre el ondulante oleaje del mar.
“Tan ociosamente como un barco pintado sobre un océano pintado.”
Poco antes de las diez la quietud en el aire se volvió muy opresiva. El silencio era tal que se podía escuchar claramente el balido de una oveja tierra adentro, o los ladridos de los perros en el pueblo, la banda en el muelle, que con su alegre música francesa, era como un acorde disonante en la gran armonía del silencio de la naturaleza. Un poco después de la medianoche se escuchó un extraño ruido proveniente del mar y muy en lo alto en el aire retumbaron unos truenos débiles y huecos.
Entonces, sin ninguna advertencia, estalló la tempestad. Con una rapidez que, en ese momento, pareció increíble, y que aun después es difícil de comprender. Todo el aspecto de la naturaleza se convulsionó de repente. Las olas se elevaban con una furia creciente, cada una sobrepasando a la anterior, hasta que al cabo de algunos minutos el mar, tan cristalino y tranquilo hacía unos instantes, parecía un monstruo rugiente y furioso. Las olas de crestas blancas golpeaban violentamente la arena de las playas y se estrellaban contra los enormes despeñaderos. Otras olas rompían sobre los muelles, y su espuma se llevaba consigo las linternas de los faros que se erigían en cada uno de los extremos de los muelles del Puerto de Whitby.
El viento rugía como un trueno, y soplaba con tanta fuerza que incluso los hombres más corpulentos tenían dificultad para mantenerse en pie, o sujetarse con firmeza a los candeleros de hierro. Fue necesario despejar el muelle de todos los curiosos, de lo contrario las desgracias de la noche habrían aumentado considerablemente. Para empeorar las dificultades y los peligros de la tormenta, grandes masas de niebla marina empezaron a desplazarse tierra adentro. Había nubes blancas y húmedas, que avanzaban rápidamente en una forma fantasmal, tan húmedas y frías que no se necesitaba tener mucha imaginación para pensar que se trataba de los espíritus de aquellos perdidos en el mar y que tocaban a sus hermanos vivos con las viscosas manos de la muerte, más de uno se estremeció al pasar y sentirse envuelto en los espirales de aquella niebla marina.
La niebla parecía despejarse por algunos instantes, y podía verse el mar hasta cierta distancia bajo el resplandor de los truenos, que caían fuerte y rápidamente, seguidos de tales estrépitos que el cielo entero parecía temblar bajo el golpe de la tormenta.
Algunas de las escenas iluminadas por los relámpagos fueron de una grandeza inconmensurable y de un interés subyugador. El mar, que se levantaba tan alto como las montañas, lanzaba hacia el cielo con cada ola enormes masas de espuma blanca, que la tempestad parecía arrebatar y soltar con toda su fuerza por todo el espacio. Podían verse desperdigados algunos botes pesqueros, con las velas rasgadas, navegando desesperadamente en busca de refugio. De vez en cuando se divisaban las blancas alas de alguna ave marina golpeada por la tormenta. En la cima de East Cliff, el nuevo faro estaba listo para empezar a trabajar, pero aún no había sido probado. Los empleados a cargo del faro lo pusieron en funcionamiento, y durante las pausas de la creciente masa de niebla, barrían con él la superficie del mar. Su servicio fue de lo más eficiente en una o dos ocasiones, por ejemplo, cuando un barco pesquero, con la borda bajo el agua, navegó a toda prisa hasta el puerto, logrando, gracias a la guía de la luz protectora, evitar el peligro de estrellarse contra los muelles. Cada vez que un bote llegaba sano y salvo hasta el puerto, se escuchaba un grito de alegría proveniente de las personas que se encontraban en la orillas. Que por momentos parecían unirse al vendaval para luego ser barridos por su fuerza.
Al poco tiempo, el faro descubrió a lo lejos una goleta con todas las velas desplegadas, que aparentemente era la misma que había sido vista esa misma tarde. Para ese entonces, el viento ya había retrocedido hacia el este, y un escalofrío recorrió a todos los espectadores sobre el despeñadero al percatarse del terrible peligro en que se encontraba ahora el navío.
Entre la goleta y el puerto estaba el gigantesco arrecife contra el cual ya habían chocado tantos otros buenos barcos anteriormente, y con el viento soplando hacia esa dirección, era prácticamente imposible que lograra llegar hasta la entrada del puerto.
Era ya casi la hora de la marea alta, pero las olas eran tan grandes que en sus depresiones casi podía verse la arena de la playa. Mientras tanto la goleta, con todas sus velas desplegadas, avanzaba con tanta prisa que, en palabras de un viejo marinero, “tendría llegar a alguna parte, aunque fuera al infierno.” Entonces, llegó otra ráfaga de niebla marina, más grande que todas las anteriores, una masa de niebla húmeda, que pareció cernirse sobre todas las cosas como un paño mortuorio grisáceo, dejándonos disponible únicamente el sentido del oído, pues el rugido de la tempestad, los golpes de los truenos y el estrépito de las poderosas olas atravesaban al aire con más estruendo que antes. Los rayos del faro se mantuvieron fijos en la boca del puerto a través del Muelle Este, donde se esperaba el choque, y los presentes miraban sin poder respirar.
Entonces el viento cambió súbitamente de dirección hacia el noreste, y los remanentes de la niebla marina se desvanecieron en la ráfaga de aire. Y entonces, mirabile dictu, entre los dos muelles, saltando de ola en ola mientras avanzaba a gran velocidad, apareció la extraña goleta, con todas sus velas desplegadas, y logró llegar a la seguridad del puerto. El faro la siguió, y un escalofrío recorrió a todos los que presenciaron el suceso, pues atado al timón había un cadáver, con la cabeza colgando, que se balanceaba horriblemente hacia un lado y hacia el otro siguiendo el movimiento del barco. Sobre la cubierta del barco no se distinguía ninguna otra forma de vida.
Un gran temor sobrecogió a todos los presentes cuando se dieron cuenta de que el barco, como por un milagro, había encontrado el puerto, dirigido únicamente ¡por la mano de un hombre muerto! Sin embargo, todo sucedió mucho más rápidamente del tiempo que toma escribir estas palabras. La goleta no se detuvo, sino que navegando a toda velocidad a través del muelle, se clavó en una montaña de arena y grava, acumuladas por muchas mareas y tormentas en la esquina sureste del muelle que sobresale bajo East Cliff, conocido localmente como el Muelle Tate Hill.
Desde luego, hubo una gran conmoción cuando la nave llegó hasta el montón de arena. Cada mástil, cuerda y montante se tensaron, y una parte del “mástil principal” colapsó estrepitosamente. Pero lo más extraño de todo fue que, en el instante en que la goleta tocó la costa, un enorme perro saltó a la cubierta desde abajo, como si hubiera lanzado por el golpe, y corriendo a toda velocidad, saltó desde la proa a la arena.
Se echó a correr directamente hacia el empinado despeñadero, donde el cementerio cuelga tan inclinadamente sobre las callejuelas que conducen hasta el Muelle Este, que algunas de las lápidas “planas” o “piedras atravesadas”, como les llaman coloquialmente aquí en Whitby, proyectan su sombra en los lugares donde el despeñadero que las sostenía se ha derrumbado. El perro desapareció en la oscuridad, que parecía intensificarse justo detrás de la luz del faro.
Dio la casualidad de que en ese momento no había nadie en el Muelle Tate Hill, pues todos aquellos cuyas casas estaban en las cercanías ya se habían ido a la cama o habían ido a suelo más elevado para ver mejor. Por ello, el primero en subir a la goleta fue el guardacostas de turno en el lado este del puerto, que había corrido inmediatamente hacia el pequeño muelle. Los hombres que manejaban el faro, después de escudriñar la entrada del puerto sin encontrar nada extraño, encendieron la luz sobre la nave en ruinas y la dejaron ahí. El guardacostas corrió a popa, y cuando llegó hasta el timón, se inclinó para examinarla, retrocedió súbitamente como empujado por una fuerte emoción. Esto pareció despertar la curiosidad general, y un gran número de personas empezaron a correr hacia la nave.
Hay una distancia bastante considerable desde West Cliff pasando por Drawbridge hasta el Muelle Tate Hill. Pero su corresponsal es un buen corredor, y llegó mucho antes que el resto de la multitud. Sin embargo, cuando llegué, encontré ya reunida en el muelle a una multitud, a quienes tanto el guardacostas como la policía les negaban el permiso para subir al barco. Gracias a la amabilidad del jefe de marineros, se le permitió a este su corresponsal, subir a cubierta, y fui una de las pocas personas que vio al marinero muerto mientras seguía todavía atado al timón.
No fue nada raro que el guardacostas se hubiera sorprendido, e incluso aterrado, pues no es nada común presenciar un espectáculo como este. El hombre muerto estaba atado a uno de los radios del timón con las manos una sobre la otra. Entre la mano interior y la madera había un crucifijo y el resto del rosario al que estaba fijo se encontraba alrededor de ambas muñecas y del timón, todo fuertemente atado por las cuerdas. Es probable que el pobre hombre estuviera sentado en algún momento, pero el batir y el golpeteo de las velas habían llegado hasta la madera del timón, empujándolo de un lado a otro, hasta que las cuerdas con que estaba atado habían cortado la carne llegando al hueso.
Se llevó a cabo un registro detallado de todas las cosas, y un doctor, que llegó inmediatamente después de mí, el cirujano J.M. Caffyn, que radica en el No. 33 de East Elliot Place, declaró, luego de realizar una inspección minuciosa del cadáver, que el hombre había muerto desde hacía dos días por lo menos.
En uno de sus bolsillos había una botella, cuidadosamente tapada con un corcho y vacía, excepto por un pequeño rollo de papel, que resultó ser un anexo de la bitácora.
El guardacostas dijo que el hombre debió haber atado sus propias manos, apretando los nudos con sus dientes. El hecho de que un guardacostas hubiera sido el primero a bordo puede evitar ciertas complicaciones en el futuro a la Corte del Almirantazgo, pues los guardacostas no pueden reclamar el salvamento que por derecho le corresponde al primer civil que ingresa a un barco en ruinas. Sin embargo, las autoridades legales ya se están moviendo, y un joven estudiante de leyes está asegurando a voz en cuello que los derechos del propietario han sido completamente atropellados, ya que su propiedad ha sido confiscada en contravención a los estatutos de manos muertas, pues el timón, como símbolo, si no es que como prueba, de posesión delegada, estaba sostenido por la mano de un muerto.
Sobra decir que el cuerpo del piloto muerto ha sido removido reverentemente del lugar donde llevó a cabo su honorable guardia y custodia hasta su muerte. Tan tenaz y noblemente como el joven Casabianca, y ha sido colocado en la morgue en espera de las investigaciones.
La repentina tormenta ya está pasando, su furor ya ha menguado. La multitud ha empezado a retirarse a sus casas y el cielo está empezando a enrojecer sobre la campiña de Yorkshire.
En mi próxima entrada, proporcionaré más detalles sobre el barco abandonado que logró llegar milagrosamente hasta el puerto en medio de la tormenta.
9 de agosto.
Las consecuencias de la extraña llegada del barco abandonado en la tormenta, es casi tan sorprendente como el suceso en sí mismo. Resulta que la goleta es rusa, de Varna, y se llama Demeter. El lastre estaba conformado casi en su totalidad por sacos de arena fina, con solo un pequeño cargamento, unas cuantas enormes cajas de madera llenas de tierra.
El cargamento fue consignado a un abogado de Whitby, el Sr. S.F. Billington, que radica en el No. 7 de The Crescent, y que esta mañana subió a bordo del banco para tomar posesión formal de los bienes que le habían sido consignados.
El cónsul ruso, en su calidad de representante del transportista, también tomó posesión formal del barco, y se hizo cargo de todos los derechos portuarios, etc.
No se habla de otra cosa hoy más que de la extraña coincidencia. Los funcionarios del Ministerio de Comercio se han esforzado al máximo para asegurarse de que todos los trámites legales se lleven a cabo según las regulaciones en vigor. Como el asunto parece no ser más que una “maravilla de nueve días”, están tomando todas las medidas necesarias para que no haya ningún otro motivo de queja.
El asunto del perro que saltó a la tierra cuando el barco atracó ha generado gran interés, y más de un miembro de la S.P.C.A. (Sociedad para la Prevención de la Crueldad a los Animales) , asociación muy importante en Whitby, se ha ofrecido a ayudar al animal. Sin embargo, para la decepción de la mayoría, no han visto al perro por ningún lado. Parece haber desaparecido completamente de la ciudad. Tal vez estaba tan asustado que corrió hasta los pantanos, donde probablemente siga escondido aterrorizado.
Hay quienes creen que esta posibilidad es terrible, pues podría suceder que el animal se convirtiera en un peligro, ya que a todas luces se trata de una bestia feroz. Esta mañana temprano fue encontrado muerto, en el camino frente al patio de su dueño, un perro de gran tamaño, cruza de mastín que pertenecía a un mercader de carbón que radica cerca al Muelle Tate Hill. Había estado peleando y era evidente que se había enfrentado a un oponente salvaje, pues su pescuezo estaba desgarrado y su vientre abierto como por una garra salvaje.
Más tarde. —Gracias a la amabilidad del inspector del Ministerio de Comercio, se me ha permitido echar un vistazo a la bitácora del barco Demeter, que se actualizó hasta hace tres días. Pero no contiene nada importante, con excepción de lo relacionado a los hombres desaparecidos. Sin embargo, lo más interesante hasta el momento es el papel que había dentro de la botella, presentado hoy durante las investigaciones. Es la primera vez que me enfrento a un suceso tan extraño como el que parece desprenderse de esos textos.
Como no hay ningún motivo para guardar el secreto, se me ha permitido usarlos y enviarle una transcripción, omitiendo simplemente los detalles técnicos de marinería y sobrecargo. Pareciera como si el capitán hubiera sido atacado por una especie de manía antes de adentrarse en altamar, y que esta situación aumentó persistentemente a lo largo del viaje. Desde luego, mi observación no debe tomarse al pie de la letra, porque estoy escribiendo basándome en el dictado de un empleado del cónsul romano, que tuvo la amabilidad de traducirlo para mí, debido a que no dispongo de mucho tiempo.