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Kitabı oku: «Thespis (novelas cortas y cuentos)», sayfa 12

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VI

Intimidados por la tormenta de las «pasiones populares» y deseosos de evitarla, Adolfo Itualde y sus hermanas refugiáronse en su casa-quinta. Hasta allí llegaban, sin embargo, los ecos de la lucha, ¡y de modo harto expresivo!..

Los partidarios de Pérez enviaban su adhesión a la familia que suponían lo representara en el pueblo, en forma de felicitaciones para Coca, por su compromiso. El compromiso era el pretexto de hacer presente su simpatía. Nadie se daba, pues, por enterado de la rectificación de La Mañana… ¡Y había que aguantar aquel chubasco de inoportunísimas enhorabuenas!

Los contrarios, gente enemiga de la burguesía, gente grosera y sin delicadeza, mandaban, en cambio, a los tres miembros de la familia, terribles anónimos difamatorios contra el supuesto novio… Y los anónimos eran más copiosos y categóricos que las felicitaciones…

El cartero dejaba en la casa de Itualde, por término medio, desde hacía dos semanas, una felicitación diaria y tres anónimos. Laura era ya tan ducha en conocerlos, que por el sobre distinguía la una de los otros. Los sobres limpios y firmemente escritos eran de felicitaciones; los sobres sucios, ordinarios y con letra desfigurada o de imprenta, de anónimos difamatorios… Para mayor brevedad, todo se rompía o iba al canasto.

Adolfo tomaba las cosas con visible y creciente mal humor. Y Coca no podía salir de su sorpresa. ¡Ella era la que inventara aquella piedra de toque de los sentimientos locales, aquel capitán fantástico, aquel pleito interminable!.. Llegaba hasta dudar de sí misma. Suponía que no había inventado más que… ¡la verdad!

– La verdad en este caso – le decía su hermana – es que la gentuza de este pueblo es ingenua y envidiosa… Se ha agarrado de este pretexto como pudiera hacerlo de cualquier otro, para desbordar su maldad y su tontería. ¡Nada más odioso que los pueblos chicos!..

Y la hermana mayor tenía que hacer grandes esfuerzos para tranquilizar a la pequeña. Porque Coca, llena de temor y de amargura, tomaba ahora su asunto por el lado trágico. Antojábansele burlas las felicitaciones y personales insultos los anónimos. Lloraba en secreto y se quejaba sin cesar. Temía ser una gran culpable. La mentirilla de inventarse para su particular uso un capitán Pérez se le presentaba ahora como un verdadero crimen. Y así como una ave se resguarda en el caliente nido cuando estalla la tormenta, ella no tenía otro refugio que la inagotable ternura de su hermana.

Adolfo y Laura propusieron a Coca un viaje a Buenos-Aires, para escapar del infierno de las habladurías tandilenses, de los artículos y de los duelos, de las felicitaciones y los anónimos. Con gran sorpresa de Adolfo, Coca se negó enérgicamente a este viaje, ella siempre la más deseosa de distraerse y divertirse en casa de sus tíos… Dijo que ello significaría una huida cobarde, que era mejor afrontar la situación, que no valía la pena…

Adolfo insistió, rebatiendo tan débiles argumentos… Y se hubiera llevado a la niña a Buenos-Aires, malgrado, buen grado, a no apoyarla Laura en su negativa…

Es que los ojos maternales de Laura habían comprendido esa negativa. Coca quería quedarse en el Tandil porque le interesaba Vázquez. ¡Eso era todo!

Allá en su fuero interno, durante largas noches de insomnio y hasta de vergonzantes lágrimas, ¡cuánto había meditado Laura sobre Coca… y don Mariano! El hecho era que don Mariano no se había fijado en ella, sino en su hermanita, y que ésta creía ahora corresponderle…

Al principio, pareciole absurdo a Laura el casamiento de Coca y el estanciero. Ella debía intervenir y oponerse, teniendo en cuenta las distintas edades y contrarios caracteres… Pero esta oposición, ¿no obedecería al inconfesable sentimiento de un interés personal? ¿No era que a ella misma le gustaba para sí ese don Mariano, tan caballero y bondadoso?.. Y en el alma de la joven librose silenciosamente una verdadera batalla de afectos y razones. De esta batalla resultó que, poniéndose en guardia contra su propia persona, Laura tomó la decisión de no oponerse al casamiento de Coca… El candidato era bueno; nada tenía que objetarle.

Fue así que una noche, en la intimidad de la alcoba, cuando estaban ya acostadas, hizo Coca a su hermana la esperada confidencia. Vázquez la pretendía, ella lo aceptaba…

Después de oírla en un largo silencio, Laura, disimulando lo trémulo de su voz, respondió pausadamente:

– Sólo buenas condiciones le conozco a Vázquez… Pienso que serás feliz con él, si le quieres… Lo que me temo, y estoy en el deber de no ocultártelo, es que no le quieras suficientemente… No debes casarte sino enamorada, ¡completamente enamorada!.. Todavía eres demasiado niña e impresionable. Medita bien antes de dar un paso definitivo. No te dejes llevar de un rápido impulso, que después ya no habrá remedio… Hago, pues, mis objeciones contra ti y no contra él…

Al escuchar esta respuesta, tuvo Coca por primera vez en su vida la impresión de que Laura, esa buena y cariñosa Laura, pudiera ser algo como una persona distinta e independiente de ella; un ser con ideas y sentimientos personales diferentes de las ideas y sentimientos de la hermana a la cual parecía siempre identificarse… Pero, con el egoísmo de la inocencia, pronto desechó esta vaga y obscura intuición, sin buscarle causa, para festejar alegremente el consentimiento de Laura, a quien no dejó dormir en toda la noche con la cháchara de sus proyectos…

Como dieran las tres de la mañana, Laura indicó a su hermana que durmiese, con esta última advertencia:

– Vázquez te hará su declaración uno de estos días… Lo único que te pido es que no lo aceptes inmediatamente. De todos modos no se descorazonará, porque está bien decidido… Dale una contestación ambigua y espera por lo menos un mes para consentir en el sí, que es para toda la vida… Dile, por ejemplo, que tomarás un tiempo antes de contestar, porque no estás todavía bien segura de quererlo…

Aunque las últimas palabras se ahogaron en la garganta de Laura, Coca las atrapó al vuelo, respondiendo prontamente:

– ¿Estás loca?.. ¡Eso sería echar agua al fuego!.. Aplazaré la contestación un mes como me pides; pero con otro pretexto… Le diré que todavía no estoy segura de que me quiera.

Con esto terminó la conversación, tomando cada una postura para dormirse…

Después de un larga pausa, todavía dijo Coca:

– Un mes es demasiado, Laura… Esperaré sólo quince días, que ya es bastante.

Laura no contestó. Hizo como si estuviera absorta en sus oraciones, o acaso durmiendo ya.

No se dejó esperar la declaración de don Mariano. Con la gravedad del caso, dijo a Coca su amor y su deseo de hacerla su esposa… Como lo conviniera con su hermana, Coca le contestó, muy conmovida, que aun no se conocían bien, ni estaba segura de su cariño. Aplazaba, pues, su contestación para cuando ambos adquiriesen mejor ese conocimiento y ella tuviera esa seguridad… Pero con su mirada húmeda, agregaba bien claro: «Esto es pour la galerie… Ten un poco de paciencia, Vázquez, que no te haré esperar mucho. ¡De mi afecto, bien segura estoy!»

Al poco tiempo, don Mariano apremió a su pretendida:

– Debe contestarme usted pronto, Coca… ¡Esto se va haciendo inaguantable!.. Hace ya dos semanas que usted me tiene en la duda y la incertidumbre…

Muy formal, respondió Coca:

– ¿Dos semanas?.. Espere siquiera a que se cumplan… Apenas han pasado doce días desde que usted me habló. He contado muy bien, ¡doce días!

Vázquez no pudo menos de reírse…

– Entonces me quedan aún tres días de espera para cumplir las dos semanas… ¡Cuánta cosa puede suceder en tres largos días!

Y así fue. En el breve plazo de los tres días, mejor dicho, esa misma tarde, sucedió una cosa extraordinaria…

Como era de rigor, había resuelto Coca consultar su probable compromiso con Adolfo, el jefe natural de la familia…

Aunque en el primer momento Adolfo no recibiese bien la noticia, pensándolo mejor, aprobó el proyectado enlace. No tenía ningún tilde serio que oponer a don Mariano. Lo encontraba excelente, aunque tal vez demasiado maduro para la novia… Y, coincidiendo con lo que antes observara Laura a Coca, observole él también:

– Mi único temor es que tú te engañes a ti misma y que no estés del todo enamorada… El más grave de los errores que puede cometer en la vida una persona honesta, es casarse sin amor. ¡Y a tu edad y con tus encantos, Coca, ese error sería imperdonable!

Por toda respuesta, Coca abrazó y besó a su hermano, con sus naturales mimos y zalamerías…

De pronto cruzó una idea por la cabeza de Adolfo…

– ¿Y tu capitán Pérez? – dijo. – ¿Estás segura de no haberle tenido nunca una simpatía más viva que a Vázquez?

Ante tal pregunta soltó Coca la más sonora y franca de sus carcajadas…

– ¡El capitán Pérez!.. ¿Conque tú también te lo tragaste?.. – Y refirió en seguida la historia de esa invención, explicando que no se había atrevido a contar la verdad a su hermano, por temor de que reprobara su mentira…

Adolfo reveló la sorpresa más profunda… Meditó, se rió, estornudó, rascose la frente y, como había ojeado a Renan y leído a France, dijo al cabo:

– ¡En mi vida vi nada más curioso!.. ¡Si lo que no inventan estas mujeres nadie podría inventarlo!.. ¿Con que lo del capitancito era un «truc» para que Vázquez se decidiese?..

– Pero no se lo vayas a contar – imploró Coca. – Me moriría de vergüenza si me creyese una embustera…

– Pierde cuidado… Vázquez es ahora lo de menos… ¡Lo asombroso es que hayas agitado de ese modo con tu fantástico personaje a todo el público!.. El caso es interesantísimo ejemplo de cómo nacen los mitos; de cómo la inofensiva creación de una chica retirada y tranquila puede dar origen a sólidas creencias y hasta a pasiones políticas… ¡Si no salgo de mi asombro!

– Hubo un momento – dijo Coca en tono confidencial y aun supersticioso, – en que yo, ¡yo misma! llegué a creer en el capitán Pérez… Si no es por Laura, me convenzo de que hay espectros, transmigración de almas, espiritismo, telepatía, magia, ¡todo lo que se quiera!

– El hecho es que si un historiador concienzudo revisara más adelante los documentos y archivos del Tandil, encontraríase con una misteriosa personalidad en el tal Pérez… ¡Y no le faltarían datos para investigar su vida y carácter! Los diarios locales le darían entonces pormenores… Encontraría que lo ha mencionado el comisario, al pedir refuerzo de la policía local… En los archivos escolares habrá posiblemente algún parte del maestro explicando la batahola aquella que armaron sus discípulos con motivo del famoso capitán… Hasta se podía reconstruir su retrato físico con las caricaturas del semanario cómico…

– Y con la fotografía que yo os mostré, a ti y a Vázquez – terminó triunfalmente Coca.

– ¡Cuántas convicciones, cuántas historias, reposarán sobre bases no menos falaces!.. Porque para los futuros historiadores hará plena fe la documentación del periodismo y de los archivos tandilenses. ¿Quién dudaría de la tan probada existencia y hechos no menos comprobados del capitán Pérez?..

Hubiera seguido Adolfo disertando sobre el tema, a no interrumpirlo el sirviente, con una carta que acababa de traer el correo…

Fastidiado por la interrupción y por el temor de recibir una nueva impertinencia o tontería de la gente del pueblo, preguntó a Laura, que entraba detrás de la carta:

– Adivina qué será… ¿Una felicitación o un anónimo?

– Esta mañana ya recibió Coca una felicitación – repuso imperturbablemente Laura. – Ahora debe ser un anónimo.

Tomó Adolfo la carta, alegrose al reconocer la letra del sobre, y, rasgándolo con rápida mano, exclamó:

– ¡Es una carta de Ignacio!

– Tiempo era de que escribiese – dijo Laura. – Veinte o más días hace que no nos daba noticias suyas.

– Cuando ha pasado tanto tiempo sin escribir – observó Adolfo, – ha de ser porque está para tomarse unas vacaciones y venirnos a ver… ¡Será una felicidad que podamos festejar con él el compromiso de Coca! Y veremos lo que diga – añadió chanceando, – porque yo no me atrevo a aprobarlo sin consultar…

Estaba escrito que Adolfo Itualde iría aquella mañana de sorpresa en sorpresa… Leyó las primeras líneas de la carta, las volvió a leer, las releyó de nuevo, restregándose los ojos con la mano como si no viera bien, frunció el ceño y prorrumpió en un:

– ¡No puede ser!.. ¡No puedo ser!..

Como electrizadas de curiosidad y de alarma, Laura y Coca preguntaron a un tiempo:

– ¿Qué?..

En la fisonomía de Adolfo se pintaban el pasmo, la duda, el susto, la risa… mientras decía incoherentemente:

– O es una broma de Ignacio… O Coca me ha engañado… O es una superlativa coincidencia…

Laura y Coca preguntaban de nuevo:

–¿Qué?.. ¿Cuál?..

– Que se nos viene Ignacio con un amigo y compañero… Pide que le preparen el cuarto de huéspedes, porque el amigo parará tres o cuatro días con nosotros, aprovechando la temporada de caza… ¡Pero esto no puede creerse!..

Con franca impaciencia interrogó Laura:

– ¿Y con quién se nos viene Ignacio al fin?

Adolfo miró a Coca… miró a Laura… miró la carta… miró al jardín… y repuso, cómicamente trágico:

– ¡Con el capitán Pérez!

VII

No quedaba la menor duda. En la carta leída varias veces sucesivamente y en voz alta por los tres hermanos hasta aprenderse el párrafo de memoria, Ignacio decía bien claro: «Se nos conceden unas cortas vacaciones que aprovecharé yendo a visitarlos al Tandil. Llevaré conmigo a un camarada, el capitán Pérez, con quien me liga estrecha amistad. Pérez se muere por la caza y sabemos que por allá hay perdices. Prepárenle una habitación. Es un buen muchacho, de constante buen humor. Contamos con que el amigo estanciero de quien ustedes tanto me hablan en sus cartas, el señor Vázquez, nos permita cazar en su campo… Pasado mañana a la noche tomamos el tren. No nos detendremos en Buenos-Aires; al día siguiente de que ustedes reciban esta carta, nos recibirán a nosotros en cuerpo y alma.»

Anonadada, repetía Coca:

– ¡En cuerpo y alma!.. ¿Quién lo creyera?.. ¡En cuerpo y alma!..

Laura explicó el caso como una mera casualidad. ¡Habría tantos Pérez en el ejército!..

Coca pidió, ahora con más razón, que no se le dijera una palabra a Vázquez. Ella se arreglaría con él, sin descubrir aún su broma…

Y Adolfo, encarando la cuestión por el lado práctico, opinó que convenía evitar el encuentro de Coca y el capitán. Pero, ¿cómo?.. Coca no podía huir a Buenos-Aires el día que llegaba al Tandil su hermano, después de año y medio de ausencia… A Ignacio no podía enviársele telegrama alguno, para que aplazase la invitación a Pérez, pues que ya venían los dos en viaje… Alojar a Pérez en la casa era impropio, después de lo sucedido… Mandarle al pésimo hotel del pueblo era cruel… ¡Qué problema de más difícil solución!.. Observó Coca que recordaba el de aquel pobre hombre que tenía que transportar al otro lado del río una cabra, una col y un lobo, sin que la cabra se comiera la col, ni el lobo la cabra. Contaba para ello con un pequeño bote dentro del cual sólo cabía cada vez una de las tres cosas. Y no podía dejar, en ninguna de las dos orillas, ni al lobo con la cabra, ni a la cabra con la col…

Después de mucho discutir, los tres hermanos convinieron en arreglarle a la visita una pieza en el hotel, e invitarlo diariamente a almorzar y a comer. Coca lo evitaría, explicándose con don Mariano…

Don Mariano supo en el día la terrible noticia. ¡El capitán Pérez estaba ad portas!.. Sin perder un momento, requirió una contestación categórica de Coca… Y Coca, que no quería otra cosa, le juró que jamás había amado al capitán Pérez…

Vázquez le preguntó aún:

– ¿Está usted segura, Coca, de no haberlo querido… y de que nunca hubiese llegado a quererlo?..

¡Si estaría segura!.. Por eso repuso, mirando hondamente al estanciero:

– ¿Llegar a quererlo?.. Creo que antes me hubiera enamorado de un títere o de un árbol… ¡Puede usted creerme!

Había que creerla… ¡Feliz don Mariano!.. ¿Conque el capitán Pérez era como un títere o un árbol?.. ¡Oh don Mariano, mil veces feliz!

Habiendo tomado tan favorable giro la plática, el pretendiente instó y apremió a su pretendida para que de una vez lo aceptase como novio… Coca se hizo de rogar bastante… Discutió todavía… ¿Podía estar segura del amor de Vázquez?.. ¡Eran tan inconstantes los hombres!.. Y razonando así, entretuvo un buen rato al estanciero, como una gatita blanca que juega con un ovillo de seda roja…

Agotada la paciencia de Vázquez, él la amenazó con irse y no volver más si no lo aceptaba o rechazaba definitivamente esa tarde… ¡No era él un adolescente para prolongar mucho tiempo esa femenina política del «tira y afloja»!

Como Coca lo sabía firme y decidido, temió que ejecutase demasiado pronto su amenaza, y le dio el «sí», ¡el ansiado «sí»!.. ¡Ya eran novios!

Después de proclamar oficialmente en la casa el noviazgo y recibir los parabienes de estilo, Vázquez tomó una discreta y delicada resolución… Resolvió irse esa noche a Buenos-Aires, por una semana, para evitar su encuentro con el capitán Pérez. A su vuelta, despachado el capitán, arreglaríase el casamiento para fin de año.

VIII

Todo el Tandil se conmovió con el memorabilísimo acontecimiento de la llegada del capitán Pérez. No se le hizo una gran recepción pública, porque, no habiéndose previamente anunciado, su arribo fue imprevisto… ¡Ya les quedaba tiempo a los tandilenses para las manifestaciones!

Ignacio, en cuanto llegó con su amigo, tuvo una larga y reservada conferencia con su familia. Salió de ella un tanto amostazado y vacilante… Sin embargo, quiso desde el primer momento hablar claro con el capitán Pérez, a quien llevó a la fonda…

– Mira, hermanito – le dijo, – me disculparás que te instale en el hotel; pero hay sus razones, aunque no sé cómo decirlas…

– ¿Incomodo en tu casa?

– ¡Nada de eso!.. ¡Al contrario!.. Pero es el caso de que eres muy conocido y se ha hablado mucho de ti en el Tandil…

Estupefacto, Pérez exclamó:

– ¡En el Tandil se ha hablado de mí!..

– ¡Pero si yo jamás he estado en el Tandil, ni conozco aquí a nadie, ni nadie me conoce!.. ¿Y qué ha podido decirse contra mi modesta persona?.. ¿Qué dicen en tu casa?..

– ¿Qué dicen en mi casa?.. ¡Yo mismo no lo sé!.. No he podido entender claramente lo que pensaban mis hermanos, hablando todos al mismo tiempo… Parece que creen que tú eres un mito…

– Terriblemente indignado, exclamó Pérez, después de un breve juramento de cuartel:

– ¡Yo un mito!.. ¡Un mito yo!.. ¿Y quién se atreve a decirlo, quién?..

Procurando explicarse y calmar a su amigo, intervino Ignacio:

– ¡Vamos!.. Quiero decir que en casa creían que tú eras un personaje imaginario, una pura invención, una mentira, un fantasma…

– ¡Yo un personaje imaginario… una pura invención… una mentira… un fantasma!.. ¿Están locos en tu casa?.. ¿Y por quién me tomaban?..

Después de un silencio, Ignacio replicó:

– Yo no los he entendido bien, te repito… No te enojes, que no vale la pena… Mejor es que por ahora no me hables más del asunto, que ya lo comprenderás… Mi hermano Adolfo ha hecho lo posible para servirte, y me pide que le disculpes la mediana instalación del hotel… Te invita para esta tarde… Siempre comerás en casa… Y aprovecharemos hoy bien el tiempo, porque en los alrededores abundan perdices y palomas del monte… Vuelvo a casa y dentro de media hora vengo a buscarte. ¡Hasta luego!

Fastidiado por el extraño recibimiento en el hotel y las misteriosas palabras de Ignacio, el capitán Pérez sintió deseos de plantar a su invitante y volverse a Buenos-Aires; pero se contuvo, resolviéndose a aceptar la invitación a comer… Y no se contuvo por consideraciones a su camarada, ni por el atractivo de la caza, y ni siquiera para descubrir el misterio de la extraña historia de su personalidad en el Tandil… En el Tandil se quedó porque le atraía la casa de Itualde… Porque allí había entrevisto a una criatura encantadora, probablemente la hermana menor de Ignacio, y rabiaba por conocerla…

Conocerla luego y sentirse impresionado fue todo uno, por más que ella se mostrase silenciosa, esquiva y casi descortés… ¡Hacía dos años que el pobre capitán, solo y sin familia, no veía más que las indias y las gauchas del campamento!

Por su parte, Coca hizo, al tratarlo, el más amargo de los descubrimientos… Descubrió que su sincero cariño a Vázquez no era verdaderamente amor… ¿Cómo pudo descubrir tal cosa? ¡He ahí un punto negro que ella no pudo resolver por más que, nerviosa y desvelada, pensara en él la noche entera! Y esta vez no se atrevió a consultar con Laura, que dormía el sueño de los justos…

A la mañana del siguiente día, dedicado a descansar del viaje, recibió Pérez la tarjeta de un tal «Jacinto Luque, redactor de El Correo de las Niñas». E hizo entrar al visitante…

En un lenguaje elevado y poético, Jacinto desbordó sus protestas de amistad y simpatía… El distinguido capitán había sido calumniado en el Tandil… Como amigo, Jacinto había tomado su defensa… Hasta hubo de batirse con un colega de La Mañana… Felizmente ya todo estaba aclarado… Y le daba su enhorabuena por su casamiento con Coca… Absorto mientras el poeta periodista hablaba, decíase para sí Pérez: «O este majadero está loco, o yo estoy loco»… Lo de su casamiento con Coca fue lo que de pronto le sacó de su mutismo…

– ¿Con quién dice usted que me caso? – preguntó prontamente.

– ¿Cómo? – dijo sonriendo Jacinto. – ¿Querría usted negarlo?.. Si aquí los diarios ya dieron la noticia, y se le esperaba a usted…

Rabiando de impaciencia:

– ¿Me dirá usted quién es esa Coca? – vociferó el capitán.

Jacinto repuso mansamente:

– Coca Itualde, la hermana menor de la familia, la más deliciosa criatura del Tandil… ¡Es inútil que usted lo niegue!.. ¡Si todo el Tandil lo sabe!

Extrañas y confusas ideas vibraban en el alma de Pérez. «¿De dónde habrán sacado los tandilenses todo este intríngulis? – preguntábase. – ¿Me amará la niña sin que yo lo sepa ni la conozca?.. Aunque yo no la conozca, bien pudiera ella haberme conocido de vista y de nombre, cuando estuve en Buenos Aires!.. ¡No sería la única!.. ¡Y qué felicidad poseer esa belleza, para mí, para mí solo!»

Atusándose gallardamente los mostachos, hizo hablar a Jacinto como adivinando sus deseos… Y poco a poco fue sabiendo todo lo que podía saber, aunque se lo explicaba a su modo…

Por curiosidad revisó algunos números atrasados de El Correo de las Niñas y La Mañana, que traía su visitante en el bolsillo. Advirtió que sus señas particulares eran perfectamente conocidas en el pueblo; sólo se equivocaban en creerlo rico, no siendo él, ¡ay! más que una rata de cuartel… Pero, ¿qué le importaba ser pobre si era querido y tenía un glorioso porvenir?.. Y, ¿quién podía haber revelado sus señas sino la fiel memoria, el expansivo amor de una mujer que lo quería, y tal vez sin esperanza?.. ¡Todos conocían ese amor en el Tandil! Podía, pues, parafrasear y aplicarse el antiguo adagio madrileño:

Todo el Tandil lo sabía,

¡Todo el Tandil, menos él!

Ahora se comprendía la singular reserva de Coca en la primera visita que él hiciera en casa de Itualde; comprendía por qué no le hablara, por qué parecía huirle… ¡Pobrecita!.. Iba a ser ella la mejor pieza de su cacería en el Tandil, ¡ella, la blanca palomita del monte!

Y si el primer día de conocer a Pérez, Coca, «la blanca palomita del monte», hizo a su vez un primero y amargo descubrimiento, el segundo día hizo un segundo y no menos amargo… Habiendo descubierto ya que no amaba a Vázquez como novio, descubrió que podía muy bien amar así a Pérez… ¡Y al tercer día descubrió que ya lo amaba!

Aquello fue un recíproco coup de foudre… Pérez le declaró su pasión… Coca no pudo aceptarlo; le dijo que esperase y se echó a llorar… Y lloró sin cansarse en brazos de Laura, que muy solícita la consolaba… No hubiera acaso hallado fin aquel llanto, si no se presentara pronto don Mariano…

Venía remozado, por lo menos diez años, con un elegante trajecito a cuadros y los bigotes retorcidos… Recibiole solemnemente Laura, encerrose con él, y le habló, muy nerviosa, incoherente casi, presa de la más honda simpatía, como contrita y avergonzada…

Coca era una chicuela… ¡Había que perdonarle!.. ¡Ella creyó estar enamorada de Vázquez, y ahora resulta que no lo estaba!.. Tenía que confesárselo, aunque siempre dispuesta a cumplir su compromiso, si él lo exigía… Don Mariano no debía por eso juzgar mal a las mujeres… ¡Era ello una desgracia, una desgracia irreparable, ocurrida a él, tan luego a él, el más digno y generoso de los hombres!.. Pero podía distraerse, olvidar, paseando y viajando… ¡Ya se casaría más tarde, puesto que su temperamento era el de un hombre de hogar, y como lo merecía por sus méritos y condiciones!..

Pálido, inmóvil, escuchaba don Mariano aquel desborde de palabras, hasta que Laura, no pudiendo contener más la emoción, calló y dejó correr silenciosamente sus lágrimas… Era evidente que sufría, que sufría una verdadera tortura de femenina compasión, y hasta de arrepentimiento, pues que se acusara de tener ella un poco la culpa de lo que pasaba, por no haber intervenido a tiempo como debiera, siendo hermana mayor y mejor conocedora de la vida… Y en su actitud dramática, la ternura y la bondad nimbaban la figura de la joven con una resplandeciente aureola de belleza.

En su fuero interno, don Mariano recordó, por lógica asociación de ideas, cómo fuera despachado por aquella primera novia que tuvo allá en sus mocedades. Ella lo llamó por teléfono para decirle que no volviese más a su casa, sin una palabra, ¡sin una mirada que atenuase tan brutal resolución!.. ¡Cuánta mayor nobleza y sentimiento había en la pena de esta pobre muchacha soltera, casi solterona ya, que ahora le hablaba en nombre de su hermana menor!

Sin asomo de ironía, con voz viril aunque trémula, don Mariano trató de consolar a la que hubo de ser su cuñada… ¡Los papeles se invertían!..

– No llore Laura… – le rogó. – Yo le agradezco su amistad y su benevolencia… No me olvidaré en la vida de lo que acaba de decirme… ¡Es usted muy buena!.. – Y para demostrar mejor su agradecimiento, tomole la mano y se la besó respetuosamente.

Al ver la digna y caballerosa reserva de don Mariano, Laura, sobreponiéndose a su exaltación y sonriendo a través de su llanto:

– Sólo me queda rogarle que nos considere siempre sus amigos… – dijo. – Comprendo que usted dejará de visitarnos por un tiempo; pero, si no se va a Buenos-Aires, tendrá usted que aguantar nuestra presencia… Pues con Adolfo iremos a verlo frecuentemente a la estancia, para que no esté allí solo como un monje, con sus pensamientos… siempre que usted no nos cierre la puerta…

Vázquez repuso, con enternecida gratitud:

– Es esto muy amable de su parte, Laura… Espero que cumpla su promesa… ¡Y crea que será para mí un gran placer recibir en mi casa a mis queridos amigos Adolfo y Laura Itualde!

Y con un movimiento impremeditado, en cierto modo inconsciente, Vázquez sacó del bolsillo el pequeño estuche del primer regalo que traía a Coca… Se encontró un tanto perplejo y embarazado con la cajita en la mano… Y de pronto, dijo, pronunciando en tono suplicante una rápida ocurrencia del momento:

– Tengo que pedirle un servicio, un gran servicio, Laura…

Laura hizo un expresivo ademán, como contestando que su mayor felicidad sería poder cumplir el servicio a pedirse…

– He traído un obsequio para su señorita hermana… Le ruego que me lo acepte usted como recuerdo…

Temiendo que el obsequio fuese una joya de alto precio, Laura balbució:

– Pero yo no puedo recibir de usted ese obsequio… Sería incorrecto…

– Recíbalo usted, como me lo ha prometido, y guárdelo como un recuerdo, aunque no quiera usarlo…

Y, diciendo esto, don Mariano se despidió.

Cuando, después de contar a Coca su conversación con Vázquez, salvo lo del obsequio, estuvo Laura sola en su aposento, abrió el estuche… Adentro había una valiosa sortija de dos magníficas piedras, un brillante y un rubí.

«¡Vamos! – se dijo Laura. – La guardaré como en depósito, para devolverla más adelante…» Y ocultó la alhaja en el fondo de un cajón, junto a algunas otras joyas que recibiera de su madre.

A los pocos días, el capitán Pérez pidió a Coca en matrimonio… Y Laura, yendo con su hermano a visitar a Vázquez, le contó toda la historia, rogándole no fuera a suponer un manejo torpe y desleal de parte de Coca…

Al despedirse, don Mariano pidió a Laura un nuevo servicio… Que le aceptara también las obras de Lamartine; habíalas encargado cuando estuvo en Buenos-Aires, y le llegaban ahora, muy bien encuadernadas… ¿Qué iba a hacer él con esos libros de jeunes filles en la estancia?.. Y Laura tuvo que aceptar este otro obsequio, antes destinado a Coca, y que don Mariano le enviaría ahora a su casa… Casualmente se encontraba ella en esos momentos sin lectura.

Al recibir Laura los libros, de la estancia, en una artística caja de caoba, Coca no pudo menos de curiosearlos… Y descubrió en la portada del primer tomo, leyéndola en voz alta, la siguiente dedicatoria del obsequiante: «Para mi mejor sino mi único amigo, la señorita Laura Itualde».

Ruborizose Laura hasta la raíz de los cabellos al oír semejante frase… Y Coca, siempre espontánea y sincera, le dijo en voz baja:

– Creo que tú vas a ganar la apuesta… Te casarás con Vázquez… Me alegro y te felicito… Si la coquetería y la mentira triunfan a veces, también triunfan otras veces la buena fe y la bondad… Lo reconozco.

Quiso hacerle callar Laura… Pero ella prosiguió, después de una pausa:

– Pues si ganas la apuesta, cumplirás lo prometido… ¡Acuérdate!.. La que casara con Vázquez debía dotar a su hermana… Pérez no tiene con qué casarse… Tú y Vázquez, ya casados, para que también me case yo, me regalarán una casita en Buenos-Aires… Adolfo me la amueblará… ¡Y todos seremos muy felices!.. ¡Acuérdate!..

…En efecto, en la próxima visita de Adolfo y Laura a la estancia de Vázquez, dijo Vázquez a Laura:

– Tengo todavía un servicio que pedirle…

Laura guardó silencio…

– Tengo que pedirle me acepte un nuevo regalo que he recibido de Buenos-Aires…

Laura hizo un ademán significando que, si era un objeto de valor, estaba ya decidida a no aceptarlo…

Comprendiéndola, el estanciero manifestó, con un rápido ademán, que no se trataba ya de nada valioso… Y dijo, simplemente:

– Es un anillo de compromiso.