Kitabı oku: «Thespis (novelas cortas y cuentos)», sayfa 11
III
Mientras don Mariano se desvelaba recordando las gracias y donaires de Coca, Coca conversaba largamente con Laura sobre don Mariano. Las dos hermanas dormían en la misma habitación desde que muriera su madre. Y, una vez apagadas las luces, antes de dormirse, aprovechaban ese momento de silencio e intimidad para hacerse sus inocentes confidencias y comunicarse sus temores y esperanzas.
– Tú no has cumplido bien con nuestro pacto – decía Coca a Laura. – En vez de tomar la «pose» de niña buena y hacer gala de tus caseros talentos, te achicas y enmudeces cuando viene Vázquez… Te limitas a sonreírte de mis manejos, y en el fondo los execras, hallándome indigna de ti…
– ¡Indigna de mí!..
– No me vas a decir que apruebas mi proceder, porque yo sé que por dentro me lo desapruebas… ¡Pero no podrás ya pensar que no sea excelente mi sistema de hacer la niña mal criada!.. A don Mariano se le cae la baba cuando me mira…
Después de un momento, con voz ligeramente sorda, Laura repuso:
– Si resultas vencedora no es por tu «sistema», como dices, sino porque eres más joven y más bonita que yo…
– ¡Más joven y más bonita que tú! – interrumpió fogosamente Coca. – ¡Si tú eres la más buena, la más inteligente y la más linda de todas las mujeres del mundo! Ese tontuelo de don Mariano no ha de tener ojos ni seso cuando no te elige a ti, que pareces mandada hacer para él!.. ¡Los dos sois generosos y tranquilos, los dos aficionados a la lectura y a la música, los dos de una edad correspondiente!..
Dejando pasar otra pausa, y con voz todavía más apagada, dijo Laura:
– Pues ya lo ves, él te ha elegido… y me ha desairado.
– Ni te ha desairado, ni me ha elegido… Soy yo quien no le ha dado tregua un momento… Y si alcanzara el triunfo, tú tendrías un poco la culpa de mi triunfo… ¿Por qué no has aplicado tú también tu sistema de conquistarlo, como convinimos?.. Es necesario no dejarse andar. Ayúdate y Dios te ayudará… ¡Pues yo quiero que te ayudes, hermanita! Y para empezar, mañana harás algún postre exquisito, que mandaremos a Vázquez…
Con más energía de la que al caso correspondiera, protestó Laura:
– ¡No faltaba más!.. ¡Puedes estar segura de que no haré semejante cosa!
– Entonces, yo lo haré por ti. Fabricaré algo bueno y se lo enviaré en tu nombre… El inconveniente es que no sé si contaré mañana con los elementos indispensables. En todo caso, se me ocurre prepararle unas empanadas de vigilia, de esas «especiales» que yo sé amasar…
– ¡Por Dios, Coca! – exclamó alarmada Laura. – ¡No vayas a mandar empanadas de vigilia! ¡Mira que hemos pasado la Cuaresma!
– ¡Empanadas de vigilia o cualquier otra cosa! ¡Mañana mismo las tendrá Vázquez en tu nombre!.. – afirmó Coca con decisión.
Deseó luego las buenas noches a su hermana para cortar toda réplica, diose vuelta hacia el lado de la pared, y quedó pronto dormida como un pajarito. Entretanto, escuchando su fácil y rítmica respiración, Laura se revolvía insomne entre las sábanas. Agitábanla pensamientos tan vagos y tristes, que no acertaba ni hubiera querido confesárselos a sí misma…
A la mañana siguiente Coca se puso muy temprano a la obra. Sin atender a las protestas de su hermana, que amanecía con dolor de cabeza, amasó y coció unos delicados pastelitos criollos. Y, escondiéndose de Laura, mandóselos en su nombre a don Mariano, «para que los probase, ya que había sido tan amable de elogiar en dos o tres ocasiones sus habilidades de repostera.»
En la misma tarde pasó don Mariano por la casa de sus amigos a agradecer la atención.
– Eran deliciosos sus pastelitos. Se notaban en ellos las manos de una hada benéfica – dijo a Laura.
Sin atreverse a aceptar un agradecimiento que no mereciera, Laura parecía turbada… Adolfo, que estaba presente, contestó entonces por ella:
– No son obra de Laura, Vázquez, sino de Coca…
– Laura fue quien los hizo y los mandó – afirmó ésta osadamente.
– ¡No me explico entonces cómo es a ti, Coca, a quien se los he visto amasar esta mañana, cuando pasaba por el jardín! – exclamó Adolfo sin la menor malicia.
Hízose un silencio embarazoso… Observando que también se sonrojaba Coca, don Mariano pensó: «Parece que la chica es la de los pasteles… Es muy extraño que me los mandara con el nombre de su hermana…» Y, aunque quisiera desecharla, desarrollábase en su espíritu una idea bien halagadora para su vanidad de cuarentón. Coca debería sentir hacia él viva y juvenil simpatía… ¿Por qué, sino por eso, le enviara su pequeño obsequio? ¿Por qué, sino por eso, ocultaba su nombre bajo el de su hermana, ruborizándose luego de su ingenuo subterfugio?..
Y en la memoria de Vázquez fueron precisándose una serie de pequeños detalles, que bien pudieran considerarse síntomas de la simpatía de Coca… El agrado con que siempre le recibiera, el rubor que solía enrojecerle las mejillas cuando le hablaba, las cariñosas miradas que más de una vez sorprendió en sus ojos claros y límpidos… ¡El obstáculo era ese maldito capitán Pérez! Evidentemente, algo había pasado entre ella y él… De otro modo no se explicaban las frecuentes alusiones y chanzas que acerca del oficial provocaba la misma Coca, ¡sin duda por tenerlo siempre presente!..
Preocupado con estos pensamientos salió Vázquez de la casa de Itualde, y tan preocupado, que tropezó en la calle con un transeúnte…
– ¡Vamos, don Mariano – lo interpeló éste – que me atropella usted!.. Anda usted distraído… Las malas lenguas dicen que está usted enamorado, y casi me siento en disposición de creerlo…
Levantó Vázquez la cabeza. Viendo que era el juez de paz quien le hablaba, se apresuró a disculparse y a preguntarle, con voz cortante, casi con fastidio:
– No veo cómo pueden las malas lenguas decir que yo esté enamorado, señor juez… ¿De quién?..
– No podría ser sino de alguna de las señoritas de Itualde, puesto que ellas son las únicas personas que le interesan a usted en Tandil…
– Visito a Adolfo; siempre fui su amigo… No veo nada de particular en ello… Y, por otra parte, las señoritas de Itualde son dos: ¡Con las dos no he de casarme!..
– Al principio – explicó el juez de paz – se creyó que usted pretendía a la mayor, a Laura. Después hemos sabido que es a la Coca…
– ¿Cómo han podido saber tal cosa?
– Muy fácilmente… Observándolo a usted las pocas veces que se ha encontrado con ellas en público, al salir de la iglesia o en la plaza… Entonces se ha visto que usted hablaba más con la menorcita que con la mayor, y la gente ha notado lo que pasaba…
– ¿Qué importa a la gente lo que pasaba… si es que algo pasaba?
– Es que en estos pueblos de campo no hay más distracción que ocuparse de lo que hacen los demás…
Vázquez rectificó:
– Y de lo que no hacen… ¡Bonita ocupación! – Y añadió, cambiando de tono: – Pues sépase usted que Coca tiene un novio, o festejante…
– ¡Cómo! – replicó incrédulo el juez de paz. – ¡Si no se ve con nadie en Tandil!
– Podría tener el novio ausente… Y le diré a usted que presumo lo tenga… Para más datos, puedo asegurarle que él le ha regalado una preciosa bombonera de Saxe… ¿Aun duda usted?.. Para que no dude más le agregaré que, según creo, es militar…
Viendo que todavía vacilaba el juez de paz, Vázquez no pudo contenerse, y dijo:
– Se llama el capitán Pérez.
Apenas enunciado este nombre, arrepintiose de enunciarlo don Mariano… Pero se arrepintió tarde… Se desmintió, y no le creyeron… No le quedaba más recurso que pedir encarecidamente silencio y reserva al juez de paz… Hacíalo así cuando el juez le interrumpió despidiéndose:
– Vaya tranquilo, don Mariano, que no lo diré a nadie… ¿Por quién me toma usted?.. ¡Detesto los cuentos e intrigas como al propio demonio!
No habría andado veinte pasos el juez de paz después de despedirse de don Mariano, cuando tropezó con el médico. Y no habría hablado veinte palabras, cuando ya le dio la noticia, muy confidencial y secretamente, de que la menor de las de Itualde, la beauty del Tandil, tenía un novio en Buenos-Aires, el capitán Pérez… No se sabía eso con certeza; pero había muchos datos para presumirlo. ¿Cómo explicar de otro modo su desvío para con la juventud dorada del pueblo?..
El médico contó la noticia esa misma tarde, pidiendo reserva, en la tertulia del boticario… De la tertulia del boticario pasó ella al Club Social, donde fue la novedad del día…
Esa noche era jueves, y había concierto popular y paseo en la plaza principal del pueblo. Todo Tandil estaba allí. La novedad del día, saliendo del Club Social, cayó como una bomba entre la «selecta y numerosa concurrencia». Los admiradores y cortejantes de Coca recibieron general rechifla…
Entre ellos sobresalían dos periodistas: Publio Esperoni, secretario de redacción de La Mañana, y Jacinto Luque, cronista de El Correo de las Niñas.
Publio Esperoni recibió la noticia sin pestañear, con ostensible incredulidad, tirándose los negros mostachos…
Jacinto Luque, poeta barbilampiño y melenudo, tal vez por contradecir a su execrado rival, dijo que la noticia era cierta… Él la sabía desde algún tiempo atrás… No había querido publicarla para que «otros» persistieran en el desairado papel de pretendientes…
– ¡Qué maldad! – exclamó Lolita Sartori.
Y Filomena Lorenzana preguntó:
– ¿Qué tal persona es ese capitán Pérez?
Dándose aires de hombre de mundo, Jacinto repuso:
– ¡Excelente sujeto!.. No lo he tratado mucho; pero lo encontré a menudo durante mis permanencias en la capital federal. ¡Frecuenta la mejor sociedad bonaerense!
– ¡Claro! – interrumpió sarcásticamente Publio. – ¡Si frecuenta la mejor sociedad bonaerense, tiene que haberse encontrado a menudo con Luque en los salones elegantes!
Riose Lolita Sartori de la impertinencia de Publio, y Jacinto comprendió que se burlaban de él… Dudaban de que hubiera conocido al capitán Pérez… Para vencer esa incredulidad, hombre de rápida y fogosa imaginación, ipso facto inventó él y contó cómo le conociera, ¡oh, de un modo bastante chusco!.. Estaba él en un baile, conversando con la joven y distinguida dueña de casa, sentados ambos en el comedor… Como hablaba al oído de su compañera, tenía agachada la cabeza…
– ¡Las cosas que le estaría diciendo el muy pícaro! – interrumpió Lolita.
Jacinto prosiguió impávido su historieta. Tenía agachada la cabeza, de modo que el cuello de la camisa se le separaba un poco del pescuezo, en la parte de atrás, dejando algo como una rendija… ¡Pues por esa rendija sintió de pronto que se le colaba un líquido helado y le corría a lo largo de la espina dorsal!.. Dio vuelta la cabeza dispuesto a castigar severamente al bromista, encontrándose con un apuesto capitán que tenía en la mano una botella de champaña «frappé»… ¡Era el capitán Pérez!.. El lo increpó duramente pidiéndole su tarjeta para mandarle al siguiente día sus padrinos…
Otra vez Lolita, esa pizpireta incorregible, tan movediza como la «Piedra movediza» de su pueblo, dijo burlonamente:
– ¡Así me gustan los hombres, altivos y valientes!
– Verá usted – terminó Jacinto. – No hubo tal duelo… El capitán Pérez, que es un cumplido caballero a quien conoce toda la sociedad bonaerense, me dio sus explicaciones. Estaba sirviéndose champaña y le empujaron el codo… ¡Debía, pues, disculparlo!.. Y como lo cortés no quita a lo valiente, ¡lo disculpé!.. ¿Tenía él acaso la culpa de que le empujaran el codo?
IV
Habiendo afirmado Jacinto Luque la suma distinción del capitán Pérez, todos los «dandies» del Tandil, declararon conocerlo, siquiera de vista. El presunto novio de la beldad local llegó así a tener cierto renombre en el pueblo. Los innumerables pretendientes de Coca excusaban su derrota adornando al vencedor de excepcionales cualidades. Por lo menos, era buen mozo y rico…
La prueba de su riqueza era el espléndido regalo que enviara últimamente a su novia… La bombonera que mencionó don Mariano Vázquez se había convertido, para aquellas imaginaciones meridionales, en un cofre artístico lleno de piedras preciosas; perlas, diamantes, rubíes, zafiros… ¿Quién podía hacer semejantes obsequios en el Tandil?.. ¡Esas mujeres! ¡Bien las conocería Mefistófeles cuando aconsejó a Fausto que regalara aquellas magníficas joyas a la pequeña y modesta Margarita!
No pudiendo guardar secreto por más tiempo, Jacinto Luque publicó en El Correo de las Niñas, la siguiente noticia:
«Aunque temamos pecar de indiscretos, nuestros buenos deseos de informar al amable público tandilense que nos favorece, impídenos guardar silencio más tiempo sobre una novedad sensacional. Se trata de un noviazgo últimamente concertado entre una de las más distinguidas señoritas de esta localidad y un conocido caballero bonaerense. He ahí sus respectivas siluetas:
Ella.– Tiene la belleza de una hurí del séptimo cielo de Mahoma y la gracia de una andaluza. Es joven como una mañana y fresca como la flor cuyo nombre lleva y que suele reputarse «la reina de las flores». Más que por este nombre, conócesela por un gracioso diminutivo, que consta de cuatro letras, principia por la tercera del alfabeto y rima con «boca» y con «tapioca».
Él.– Es oficial del ejército argentino. Aunque joven, ostenta ya los galones de capitán, y pronto será sargento mayor, y luego teniente coronel. Tiene aire marcial, no es alto ni bajo, usa bigote. Goza de verdadero prestigio entre los compañeros y superiores que han sabido avalorar sus excelentes prendas. Su apellido, de cinco letras, es uno de los más comunes y generalizados en gente de origen español. Termina con la última letra del alfabeto y principia con la misma que «prócer» y «pueblo». ¡Feliz coincidencia, que bien podemos reputar como augurio de que alguna vez será un Prócer del Pueblo!»
Tan precisos eran los datos y tan claras las señas, que ningún lector ni lectora de El Correo de las Niñas dudó un instante de quiénes fueran los «silueteados». Hasta las modistas y los almaceneros del Tandil sabían perfectamente que el suelto se refería a Coca Itualde y el capitán Pérez.
Por si alguno dudaba todavía, La Mañana, el diario de Publio Esperoni, confirmó la noticia, esta vez con nombres y apellidos. El suelto, breve y displicente, limitábase a decir que «el capitán Pérez había pedido la mano de la señorita Rosa Itualde». El casamiento iba a verificarse a fin de año y el matrimonio fijaría su residencia en la capital federal… ¡Nada más decía La Mañana!
¡Cuál no sería el asombro de Laura y Coca cuando, sin preparación previa a causa de su vida retirada, leyeron las noticias de El Correo de las Niñas y La Mañana!
– ¿Será éste el Pérez que yo he inventado? – preguntaba Coca, entre divertida y fastidiada.
– ¡Vaya una gracia con el Pérez que inventaste! – respondió Laura.
– Sí, pero lo inventé en familia, – agregaba Coca, – para nosotras y no para que estos indiscretos de los periódicos la creyeran y repitieran… ¡Sólo Vázquez puede haberla contado!.. ¡Francamente, yo lo creía más discreto!.. ¡Ya me las pagará!
– Deja tranquilo a Vázquez, que él no tiene la culpa. La culpa es tuya y nada más que tuya, que estabas continuamente insistiendo con la bromita de tu Pérez… ¡Alguna vez iba a divulgarse la noticia, si tú, la interesada, parecías hacer para ello lo posible!.. ¿Querías que Vázquez te guardara eternamente el secreto?.. Además, todavía no sabemos si ha sido él… ¡Y debemos presumir que en ningún caso él ha dado la noticia a esos papeluchos, y menos en esa forma asertiva y categórica!
– ¡Es para morirse de risa… esto de que me casen con un personaje de mi propia invención!
– No es sólo para reírse, Coca. También hay que desmentir la noticia, pues que te perjudica…
– Pero si el novio es un fantasma imaginario…
– No importa. La gente te creerá comprometida… ¡Hay que desmentir hoy mismo!..
– ¿Descubriendo que no existe semejante capitán Pérez?.. ¡Por favor, Laura!..
– No hay necesidad de decir eso. Daremos por cierta la existencia de tu capitán, y sólo negaremos tu compromiso. Deja que yo hable con Adolfo, para que él pida una rectificación en La Mañana. Y pierde cuidado… ¡No descubriré tu mentirilla, para no avergonzarte, como lo merecías, por faltar a la verdad!
Coca dio un beso a Laura para desenojarla y agradecerle su intervención. Laura habló con Adolfo. Y Adolfo «se apersonó» a Publio Esperoni, pidiendo «rectificara» la noticia.
Recibiole Publio cortésmente y se lo prometió. Mas su rectificación no fue un verdadero desmentido. Como La Mañana se pretendía infalible, limitose a decir que «la noticia anunciada del próximo enlace de la señorita Rosa Itualde y el capitán Pérez era todavía prematura. Hacíase esta rectificación a pedido de su hermano, el distinguido caballero don Adolfo Itualde, gerente de la sucursal del Banco de la Nación.»
Nadie creyó el desmentido. El capitán Pérez siguió siendo, para todo el Tandil, el pretendiente predilecto de Coca, su novio o su futuro novio…
El mismo don Mariano, presumiendo toda la culpa de su indiscreción, dejó de ir unos días a la casa de Itualde… Cuando fue, después de enviar cómo heraldo un gran canasto de la más hermosa fruta de su estancia, encontró a sus amigos como de costumbre… Sólo Coca le hizo sus recriminaciones. ¿De quién sino de él podía haber partido la mentirosa noticia?
Vázquez estaba tan cortado y confundido ante la niña, como un reo homicida ante su juez. Se disculpó en cuanto pudo. Habían exagerado y tergiversado sus palabras, dichas al descuido… Él había creído simplemente, por las continuas bromas, que el capitán fuera uno de tantos festejantes…
Coca lo negó:
– ¡Nada de festejante!.. Un amigo, nada más que un amigo cualquiera… Ni siquiera un amigo íntimo y preferido como usted, al que antes considerábamos poco menos que de la familia…
El dardo dio justo en el blanco. «¡Conque el capitán Pérez no era más que un amigo – pensaba Vázquez, – y yo soy un amigo mucho más querido que él!..» La antigua idea del especial afecto que había despertado en Coca, retornaba pues a su espíritu… ¿Y por qué no podría ser cierta?.. ¡Pasiones más extraordinarias se veían a cada momento!
Sin apurarse, poco a poco, se insinuaría él en el ánimo de la agraciada niña. Para escapar a las indiscretas miradas de los tandilenses, el mismo capitán Pérez le serviría de pantalla…
V
Porque, mientras don Mariano continuaba callado y pacientemente su obra de ganarse la voluntad de Coca, corrían en el pueblo innumerables anécdotas e historietas acerca del oficial. Los amigos de las de Itualde lo defendían y ensalzaban, le atacaban los enemigos…
Entre esos enemigos, sintiéndose desairado por la esquiva beldad, el más temible era Publio Esperoni. Publio Esperoni podía bien considerarse un mal sujeto. Hacía gala de serlo, hacía profesión de serlo… Sin Dios y sin patria, atacaba con implacable ironía de anarquista lo que desdeñosamente llamaba los «prejuicios sociales», es decir, ¡Dios y la patria! Su acerada pluma, guiada por su espíritu venenoso, abría heridas y levantaba ampollas en la epidermis de los pacíficos e inofensivos burgueses del Tandil.
Odiando sinceramente a su afortunado rival el capitán Pérez, esperaba ansioso la oportunidad del desquite. Pronto se le presentó esta oportunidad. Los grandes diarios populares de Buenos-Aires dieron cuenta al público, en sus últimos números, de un presunto escándalo en el ejército nacional. Habíase levantado un sumario contra varios oficiales, a quienes se acusaba nada menos que de traición a la República… Sus nombres permanecían aún reservados…
Pues La Mañana del Tandil insinuó vagamente alguno de esos nombres. Publicó un extenso artículo titulado «Los traidores a la patria», comentando y abultando la noticia de los periódicos bonaerenses… Y al final agregaba que, según datos enviados por sus bien informados corresponsales de la capital federal, ellos conocían los nombres de los oficiales indignos, tan severa y justamente acusados… Aunque no se pudiera todavía afirmar con seguridad, parece que entre ellos figuraba el capitán P. Era sin embargo de desearse que sólo por un error judicial y militar se incluyese en la ignominiosa lista el nombre de este oficial, amigo de una de las más respetables familias de la localidad.
El «capitán P.» no podía ser sino el capitán Pérez… Y todo el Tandil se conmovió con la noticia. ¿Sería verdad?.. ¿Qué harían ahora los Itualde?.. Pero nadie se conmovió más que Jacinto Luque, el joven poeta barbilampiño y melenudo, redactor de El Correo de las Niñas. Con su viva inteligencia y su conocimiento del periodismo local pronto sospechó que se trataba de una insidia de Esperoni. Confirmole esta idea el hecho de no hallar, en los periódicos de Buenos-Aires, ni la más remota referencia a ningún capitán Pérez…
Profundamente indignado contra el redactor de La Mañana, que tantas veces le ridiculizara y burlase, publicó en su periódico un suelto terrible destinado a desmentir la atroz imputación. Se titulaba «El honor y la calumnia» y se subtitulaba «Un Dreyfus argentino».
«Es realmente lamentable – decía – que un diario que se precia de serio, La Mañana, publique tan pérfidas y calumniosas insinuaciones como la que aparece en el número de hoy… No tenemos por qué ocultarlo: la insidiosa inicial del «capitán P.», se refiere al capitán Pérez… ¡Más valiese haberlo nombrado!.. Nosotros conocemos a este distinguido militar, con cuya amistad altamente nos honramos… Le sabemos pundonoroso y honesto… La noticia de que esté mezclado en la traición últimamente descubierta es falsa, absolutamente falsa. Lo garantizamos bajo nuestra fe de periodistas y de ciudadanos…»
La Mañana contestó este suelto. Decía que en su poder obraban documentos sensacionales que publicaría más adelante… Por entonces se limitaba a asegurar que el capitán Pérez (ya que el colega lo nombraba) estaba acusado… La Mañana deseaba de todo corazón que fuese inocente y se le absolviese… Hasta lo esperaba… Pero había sus comprometedoras presunciones y sus sólidos comprobandos, que ya conocerían a su tiempo los lectores…
Al leer estas pérfidas líneas, se extremeció Jacinto con justa cólera. Vibrante como una arpa agitada por los esqueléticos dedos del huracán, su alma estalló en protestas e imprecaciones. Publicó así El Correo de las Niñas un nuevo suelto «poniendo en su lugar a la pluma viperina que arrojaba diariamente su ponzoña, desde las columnas de La Mañana, sobre todo lo más santo y respetable: el honor, la libertad, la religión, la familia, la patria…»
El «asunto Pérez» degeneraba en una cuestión personal entre los dos periodistas. Pues Publio contestó la última tirada de Jacinto llamándolo «afeminado esteta»… El «afeminado esteta» le mandó sus padrinos, y el de la «pluma viperina» nombró los suyos…
Cuatro largos días pasábanse ya los padrinos discutiendo sin descanso en el Club Social las condiciones del duelo… Los representantes de Jacinto pretendían que Jacinto era el ofendido, los de Publio que lo era Publio. Ambos se arrogaban pues el derecho de la elección de armas… Para Luque, el arma debía ser el nobilísimo acero de la espada; para Esperoni, buen tirador de pistola, la pistola… Aun aceptando la pistola los de Jacinto, los de Publio exigían condiciones imposibles: a diez pasos de distancia y tirar indefinidamente hasta que uno de los adversarios quedase tendido en el campo del honor…
El Tandil presentaba entretanto el animado aspecto de una ciudad griega durante las guerras del Peloponeso. La población entera se agitaba y hablaba en todos los sitios, públicos y privados…
Un grupo de señoras de la sociedad de beneficencia llamada de las «Damas del Divino Rostro», compuesto de la presidenta primera, la vice-presidenta tercera y la secretaria segunda, fue a ver al comisario. Se solicitaba la intervención de la policía para impedir un encuentro sangriento entre los dos distinguidos caballeros… Y el comisario prometió hacer cuanto pudiera para evitarlo.
No tuvo necesidad de hacer mucho, porque los mismos padrinos lo evitaron. Llegaron por fin a ponerse de acuerdo haciéndose recíprocas concesiones. Publio no había afirmado nada deshonroso respecto del capitán Pérez; se limitaba a dar una noticia, tal cual le fuera comunicada de la capital federal, y hasta poniéndola en duda… Por consiguiente, Jacinto retiraba sus calificaciones de «pluma viperina» y de «pérfida calumnia»… No dejando ya en pie lo de la «pluma viperina» y la «pérfida calumnia», quedaba en nada lo de «afeminado esteta»… Y así de seguido, hasta resultar, naturalmente, que nadie tuvo jamás la intención de ofender a nadie y que los dos duelistas eran unos perfectos caballeros. En constancia de ello firmaban las actas los cuatro padrinos de un tenor.
Publicadas las actas al siguiente día en La Mañana y en El Correo de las Niñas, ocupaban tres largas columnas, las tres primeras y de preferencia… Con ello, aumentó, si cabe, la popularidad del capitán Pérez en el pueblo del Tandil…
La pacífica solución del «lance personal» dejaba sin embargo en blanco el problema de la culpabilidad del capitán Pérez. ¿Era traidor? ¿No era traidor?.. Tal era el dilema que corría en todas las bocas.
Unos se declaraban por la culpabilidad del capitán Pérez, otros por su inocencia. Y las discusiones violentas y sutiles arreciaban como en las grandes crisis políticas. Es que en el fondo del asunto había una verdadera cuestión política. Los conservadores y moderados se declaraban perecistas, antiperecistas los radicales y liberales. Del temperamento y de las ideas dependía pues el estar o en contra o en favor del acusado, por su condena o por su absolución.
Cuando dos tandilenses se encontraban en la calle, en el club, en los negocios, en cualquier parte, la pregunta de rigor era ésta:
– ¿Y qué piensa usted de la Cuestión?
El interrogado contestaba, si era perecista, que se trataba de una perversa intriga; si antiperecista, que el ejército nacional debía depurarse de sus malos elementos…
Naturalmente, no siempre coincidían las ideas de los interlocutores. Y al chocarse las opiniones contrarias, se iniciaban interminables contiendas. Los contendientes barajaban en sus largas peroratas y mariscalendas las fundamentales ideas de honor, patria, verdad, progreso, etc., etc. Estas ideas eran en gran parte tomadas de la prensa local. Porque aun después del «lance de honor», El Correo de las Niñas y La Mañana siguieron tratando el asunto Pérez, si bien evitaban incurrir de nuevo en ingratas cuestiones personales y de campanario.
Más de una vez se temió que las discusiones degenerasen en disputas, las disputas en peleas, las peleas en batallas… Algunos bofetones y botellazos volaron en la estación ferroviaria y en el Club Social… También hubo sus trifulcas en la escuela. Marciano Esperoni, un sobrino de Publio, se permitía vociferar contra el capitán Pérez, al cual prodigaba los epítetos más injuriosos y hasta obcenos… Al oírle, Atanasio Luque, el hermano menor de Jacinto, replicole como se merecía… Y sin respeto al maestro, que estaba presente, los dos alumnos, después de insultarse a gusto, se vinieron a las manos… Los antiperecistas (futuros radicales) tomaron inmediatamente la parte del pequeño Esperoni, los perecistas (futuros conservadores) la de Luque… ¡Y tal fue la batahola, que tuvo que venir la policía a aplacarla! Los pisos, los bancos, los mapas, los pizarrones, todo quedó para siempre salpicado de sangre arrancada de las narices a feroces soplamocos.
Alarmado por la exaltación general de los ánimos, el comisario pidió a la provincia se reforzara la policía con nuevo personal…
El cura, desde el púlpito, fulminó a los antiperecistas, declamando contra la calumnia y la difamación. ¡Menester era cortar, una por todas, las siete cabezas de esa hidra feroz, para salvar el honor de la patria y la santidad de la iglesia!
También las bellas artes contribuyeron a la terrible lucha de ideas que tenía por teatro el pueblo del Tandil. En un semanario cómico popular, el Pica-pica, de furiosas ideas radicales y por ende netamente antiperecista, aparecieron una serie de caricaturas del «Gran Capitán» (ya se podía llamar a Pérez como a Gonzalo de Córdova). Representábasele en ellas de puerco, de serpiente, de «clown», y hasta de «mascarita», es decir, ¡poniéndose por careta la noble imagen de Dreyfus!..
El «maestro» Thigi, director de la única banda de música que había en el pueblo, era compositor y perecista. Por eso compuso una marcha militar titulada «La marcha del capitán Pérez», que, en los conciertos populares de los jueves, arrancaba los aplausos de una mitad del público y la rechifla de la otra… Dos o tres anarquistas llegaron a interrumpir la preciosa música, que tenía sus pujos de wagneriana, con retumbantes rebuznos, para los cuales poseían particular habilidad. El «maestro Thigi» mandó entonces al del bombo que cubriera los rebuznos, en cualquier momento que se oyeran, con estruendosos golpes. Pero los rebuznos eran más fuertes que el bombo, y echaban a perder los mejores efectos de la pieza… Para acallarlos tuvo que intervenir el comisario, con amenazas y juramentos…
El comisario deseaba permanecer neutral. Se decía sólo partidario del orden y del derecho. Mas nadie ignoraba que, en el fondo de su sensible corazón de patriota (un comisario tiene corazón como los demás hombres), inclinábase hacia la causa del capitán Pérez; conceptuábala como la Causa de la Justicia y de la Patria. Esta tendencia oficial contenía un tanto los avances y rabiosos desmanes de antimilitaristas y anarquistas. «La paz reinaba en Varsovia»… ¡Felizmente para el Tandil!