Kitabı oku: «El quinto sol», sayfa 8
3. La ciudad en el lago
1470 a 1518
Afuera, el brillante sol abrasaba las losas del patio; dentro de los gruesos muros de adobe, todo era frescura y sombra. Una tarde de 1479, Quecholcóhuatl, un joven noble de Chalco, hizo una pausa en el umbral del tecpan del huey tlatoani mexica y dejó que sus ojos se acostumbraran a las sombras. “Estaba considerando qué juicio emitiría el tlatoani”, explicó un hombre de su altépetl muchos años después.1 Quecholcóhuatl nunca había sentido tanto temor en sus entrañas, porque, por las miradas que intercambiaban sus compatriotas, podía afirmar que creían que había sido convocado al tecpan para enfrentar un castigo brutal. Pensaban que sería escoltado a una de las temidas jaulas de madera por las que era famosa la ciudad capital; desde allí, lo llevarían a morir en la hoguera. “¿Moriremos todos en la hoguera?”, se preguntaban sus amigos. A Quecholcóhuatl le fue casi imposible avanzar, siguiendo las señas de los sirvientes, pero lo hizo. Su nombre significa “flamenco serpiente”; ¿era un nombre elegido, en consonancia con la ropa hermosamente coloreada y finamente bordada que usaba cuando hacía una interpretación musical ante el huey tlatoani, como apenas acababa de atreverse a hacer.2 Las borlas oscilaban mientras él caminaba. Aquí, en Tenochtitlan, él representaba al huey altépetl de Chalco y no quería que esos mexicas vieran su temor, sino sólo su orgullo. Se armó de valor y dio un paso tras otro.
A más de 500 años, es imposible saber con exactitud lo que sucedió ese día en el tecpan (palacio) de Axayácatl, Escarabajo de Agua. El relato con el que contamos fue escrito al menos 100 años después de lo sucedido por alguien que obviamente no podía haber estado presente; sin embargo, es mucho lo que se puede extraer de él. El autor fue Chimalpahin, el historiador nahua que vivió en la ciudad de México a principios del siglo XVII. Chimalpahin también era originario de Chalco, donde su amada abuela había conocido en su infancia a Quecholcóhuatl, aunque, para entonces, éste ya era un anciano y había adoptado el nombre cristiano de don Jerónimo.3 Por consiguiente, el historiador chalca obtuvo su información de parientes ya ancianos que habían conocido a personas del antiguo régimen; la historia que registró encaja perfectamente con numerosas otras fuentes que arrojan luz sobre una variedad de temas, incluidas las relaciones políticas entre Tenochtitlan y Chalco, los patrones arquitectónicos de Tenochtitlan e incluso las costumbres culturales de la ciudad; por ejemplo, casi al mismo tiempo que Chimalpahin analizaba ese acontecimiento con su abuela, algunos mexicas le comentaban al fraile español Bernardino de Sahagún lo aterrador que era presentar piezas musicales ante el huey tlatoani, porque éste podía castigar a un artista inepto.4 En consecuencia, no hay razón para dudar de la esencia del relato de Chimalpahin; en realidad, se puede aprender de él si se analiza en el contexto de otras fuentes, porque el autor describe vívidamente la vida en la corte imperial de Tenochtitlan.
Hacia 1479 habían pasado casi 15 años desde que Chalco había sido destruida por los mexicas y sus linajes nobles habían sido disueltos. Ya había pasado suficiente tiempo como para que hubiera una nueva generación de jóvenes adultos que no recordaban claramente los horrores de la guerra; no obstante, no había pasado el tiempo suficiente para que el pueblo chalca olvidara sus antiguos linajes nobles ni el autogobierno del que había disfrutado durante siglos. Por ello, la generación de Quecholcóhuatl se había vuelto impaciente: habían comenzado a hablar entre sí y a insistir en que Tenochtitlan les diera un lugar en la mesa del consejo y los tratara como parientes iguales, como lo hacían con las otras potencias principales del valle central.5
Quecholcóhuatl y sus compañeros cantores y tamborileros se presentaron ante el huey tlatoani Axayácatl en su tecpan. Estaban allí únicamente para entretenerlo, o eso habían dicho, porque en realidad habían elegido con cuidado su canción con una intención política en mente: la pieza se llamaba “La canción de la mujer chalca” y, cuando entonaron la letra, presentaron una protesta de ese tipo.6 El cantor adoptó el personaje de una mujer prisionera de guerra, una concubina. Todos en su mundo entendían el paralelismo entre una mujer cautiva y un altépetl conquistado. En tiempos ordinarios, en los matrimonios ordinarios, se entendía que las mujeres eran complementarias de los hombres y de ninguna manera inferiores a ellos, pero, en tiempos de guerra, el sexo femenino en verdad sufría. Una mujer cautiva lamentaba su destino, no necesariamente porque estuviera sometida a una violencia cotidiana, sino porque había perdido el sentido de sí misma como un ser humano merecedor de honores; ya no podía enorgullecerse de la idea de que sus hijos heredarían su lugar y llevarían adelante su linaje familiar. Se había convertido en alguien nulo en términos sociales, un objeto sexual sin poder duradero, una portadora de niños relativamente carentes de importancia; en resumen, había perdido su futuro. El cantor variaba las reacciones de la mujer de una estrofa a otra: en ocasiones, coqueteaba, como lo habría hecho cualquier muchacha en una situación así, tratando desesperadamente de recuperar cierto sentido de control sobre su propia vida. “Y, ¿si tuviera que complacerlo?”, se preguntaba, y gritó: “¡Ve a poner carbón a la olla y enciende un gran fuego!”; finalmente, en caso de que la cuestión todavía no estuviera clara, comenzó a hacer alusiones directas al sexo e incluso al pene del tlatoani:
Tal vez arruinarás la pintura de mi cuerpo.
Mirarás acostado lo que llega a ser una flor de xiuhquecholli [flamenco]
Te pondré dentro de mí…
Es una flor preciosa de maíz tostado, una flor del flamenco, del cuervo.
Estás echado en tu estera de manta florida.
Él descansa adentro.
Estás echado en tu estera dorada.
Él descansa en la casa, cueva de plumas.
Entonces, repentinamente, en los siguientes versículos de la canción, la joven descubre que su corazón se rompe; recuerda cómo solía ser su vida y que su familia había pensado que sus hijos serían el futuro de su pueblo: “Cuando yo era niña noble, de mí se habló, del matrimonio al que podría entrar.” Todas sus esperanzas se habían perdido y no creía poder soportarlo: “Es para enfurecerse. Es para romper el corazón, aquí en la tierra. A veces me preocupo y me angustio. Me consumo de rabia. En mi desesperación de golpe digo, ay!, niño, que yo muera.” Manoce nimiqui, “que yo muera”, es una declaración muy fuerte.7
En la presentación de esa tarde, otro noble de Chalco había sido originalmente el músico principal, pero el calor o su temor a lo que podría ser el castigo del grupo, o ambas cosas, habían hecho que se desvaneciera. Quecholcóhuatl sabía que su propio destino y el de su altépetl estaban en la balanza: si querían convencer a Axayácatl de que tomara en consideración los sentimientos de Chalco sobre la situación del momento, el entretenimiento tendría que ser magnífico. Dio unos pasos en torno a su compatriota inconsciente; él mismo tomó la iniciativa y, en la interpretación, dio lo mejor de sí: hizo que el tambor de dorados bordes vibrara con fuerza y hablara en voz alta;8 él cantó con sentimiento. La canción terminó con el ofrecimiento de la concubina de vivir con el tlatoani, su nuevo señor, sin rencor, si tan sólo fuera tratada con respeto: “Que no decaiga tu corazón […] he aquí tu mano, que junto a mi mano esté, ve tomándome. Alegraos. En tu estera de flores, donde tú estás, muchachito, dulcemente entrégate al sueño, queda en calma, niño mío, tú, señor, tú, Axayácatl.”
De pronto, en medio de la interpretación, el gobernante comenzó a prestar atención: “Salió del interior, donde estaba con sus mujeres y se dispuso a bailar. Cuando llegó a la pista de baile, Axayácatl alzó un pie, completamente feliz de escuchar la música, y comenzó a bailar y moverse en círculos.” Llevaba un tocado de oro adornado con ramilletes simbólicos de plumas: cada elemento representaba no sólo su propia condición, sino también la relación de su ciudad con las demás; la diadema cuidadosamente trabajada era en sí misma un objeto asombroso. Cuando los tlatoque se unían al baile, se consideraba un gran honor, una ocasión trascendental: las señales eran buenas; los chalcas se sintieron esperanzados; no obstante, cuando la canción terminó, el tlatoani volvió a sus habitaciones y envió un mensajero para que hiciera venir al artista principal. Los chalcas no sabían qué pensar, pero temían lo peor.9
Cuando Quecholcóhuatl llegó ante Axayácatl, lo encontró rodeado de sus mujeres —todas vestidas con hermosas faldas y blusas bordadas, ribeteadas con piel de conejo teñida o plumas de loro amarillas u otros coloridos aditamentos—10 e hizo las tradicionales muestras nahuas de reverencia, arrodillándose y haciendo el gesto de recoger tierra y llevársela a los labios.11 Dijo algo como: “Oh, huey tlatoani, envíame a la hoguera, a mí, que soy tu vasallo, porque hemos hecho mal en tu presencia.” La denigración de sí mismo era un estilo cortés de saludo y, evidentemente, Quecholcóhuatl pensó que podría serle útil para la ocasión;12 no obstante, resultó ser demasiado cauteloso: “Axayácatl no quería escuchar esas palabras”; al tlatoani le había gustado la canción y le había gustado la cantante. Llevó a Quecholcóhuatl a la cama inmediatamente y le pidió que le prometiera cantar sólo para él; Chimalpahin afirma que incluso les dijo con alegría a sus esposas: “Mujeres, levantaos, y acudid a su encuentro, sentadlo entre vosotras, que llega vuestro rival.”13
Comprender la naturaleza de la relación homosexual entre los mexicas ha sido durante mucho tiempo un tema difícil, porque los académicos han dependido en gran medida de fuentes producidas bajo los auspicios de los frailes, en respuesta a preguntas directas y marcadamente críticas sobre el tema.14 Las personas que respondían esas preguntas eran muy conscientes de que no debían aprobar la práctica y hacían algunos comentarios negativos, pero es difícil saber qué pensaban realmente. En años posteriores, los escritores indígenas del siglo XVII describieron los brutales castigos impuestos por la iglesia a los hombres homosexuales, pero aparentemente no les hacían mucha gracia tales escenas; en todo caso, parecían apenas desaprobarlas. “Uno [de los hombres] se llamaba Diego Enamorado […]. [Las autoridades] no especificaron las razones por las que los ahorcaron.”15 A partir de las pocas fuentes disponibles, es evidente que, antes de la conquista, no había una categoría de personas que vivieran todo el tiempo como homosexuales en el sentido actual del término; no obstante, las fuentes en lengua náhuatl producidas fuera del ámbito de los españoles sugieren que muchos varones optaban en ocasiones por tener relaciones sexuales con otros hombres. Había una gama de posibilidades sexuales durante el tiempo de uno en la tierra, entendidas como parte de la alegría de vivir y, sin duda, no era inaudito que los varones tuvieran relaciones sexuales entre sí durante las celebraciones relacionadas con las ceremonias religiosas y, presumiblemente, también en otras ocasiones.16 Sea lo que fuera, el huey tlatoani Axayácatl era un guerrero famoso, un hombre que engendró muchos hijos y podía sentirse atraído tanto por un hombre como por una mujer. Chimalpahin, el historiador de los chalcas, comentó más tarde: “El huey tlatoani realmente amaba a Quecholcóhuatl porque lo hizo bailar”, y no emitió ningún juicio en absoluto, a menos que quizás haya mostrado un poco de orgullo, porque la canción de Quecholcóhuatl se convirtió en un éxito entre muchas generaciones, con repetidas interpretaciones a lo largo de las décadas, y dio fama a su ciudad natal, según dijo: “Debido a eso, Amaquemecan fue [alguna vez] un altépetl famoso que ahora parece pequeño y carente de importancia.”
En esa época, la relación del cantante con el huey tlatoani fue en definitiva una fuente de gran orgullo. Para tranquilizar a los chalcas que, muy tensos, esperaban en el patio, Axayácatl envió a Quecholcóhuatl afuera, llevando en alto unos regalos simbólicos: un atuendo completo —capa, taparrabos y sandalias— bordado con jade, todo lo cual había sido propiedad del huey tlatoani. Los compañeros de Quecholcóhuatl sabían lo que significaban tales obsequios, porque el obsequio público era un lenguaje político, un código que todos conocían. En Anales de Cuauhtitlan, por ejemplo, todo lo que el narrador tuvo que hacer para establecer que Maxtla, el huey tlatoani azcapotzalca, era abusivo y planeaba deshacerse de Nezahualcóyotl fue declarar lacónicamente: “Sólo le dio una tilma.”17 Cuando los chalcas vieron la riqueza de los bienes ofrecidos por Axayácatl, dejaron escapar un fuerte grito de alegría y aquellos que habían tenido más confianza se volvieron para burlarse de los que habían predicho sólo muerte y oscuridad: su risa resonó con fuerza.18
Esa noche, los músicos visitantes celebraron en la ciudad más grande del mundo conocido. Fueron alojados en el centro de la isla, en una casa reservada a los artistas.19 Tenochtitlan estaba dividida en cuatro barrios: Moyotlan, Atzacualco, Cuepopan y Zoquiapan, cada uno de los cuales ocupaba aproximadamente una cuarta parte de la ciudad. Al igual que en el caso de la mayoría de los altepeme del conglomerado, los habitantes de cada barrio construyeron sus mejores edificios en el área de las “cuatro esquinas” donde se unían los cuadrantes, creando así un área verdaderamente urbana en el centro de un mundo fundamentalmente agrícola: en torno a los bordes de la pantanosa isla tenían sus chinampas (los jardines flotantes en el agua fangosa) y reservaban ciertas áreas para la pesca y la búsqueda en el agua de los huevos de aves y otros manjares. En el centro de la isla, donde estaban alojados los visitantes, se alzaba el recinto del templo, que incluía la enorme y brillante pirámide dedicada a su dios Huitzilopochtli y, al lado, el edificio dedicado a Tláloc, el dios de la lluvia; directamente detrás de ellos estaba el tecpan de Axayácatl, el cual recibía agua corriente fresca, cuyo suministro era provisto por un acueducto de arcilla que tenía su origen en un cerro en la costa occidental del lago y cruzaba sobre una calzada que llegaba a la isla, parte de un extraordinario sistema de abastecimiento de agua que incluía diques y esclusas, así como calzadas y otros acueductos.20
El tecpan del antiguo huey tlatoani, en el extremo más alejado del recinto del templo, estaba dedicado a otros fines, distintos de los de vivienda de la realeza ahora que Moctezuma Ilhuicamina había muerto. Los tlatoque más poderosos dejaban unos restos arquitectónicos impresionantes de su tiempo en el poder, visibles para todo el mundo de todos los tiempos (o eso esperaban), y el Estado encontró muchos usos prácticos para ellos: en esa área central, por ejemplo, los cautivos de guerra que iban a enfrentar el sacrificio en un futuro cercano estaban muy vigilados, algunos de ellos alojados suntuosamente y otros, mucho menos, dependiendo de la función ceremonial que debían desempeñar.21 No muchos años antes, los chalcas habían estado entre los prisioneros, pero ya no era así. Cerca de allí, el huey tlatoani de los mexicas mantenía una especie de zoológico lleno de animales obtenidos como tributo de altepeme distantes y dispersos que habían sido sometidos; algunos de éstos también enfrentarían el cuchillo de pedernal en los días sagrados, pero muchos serían exhibidos permanentemente como testimonio del poder mexica: los visitantes pudieron haber visto animales fascinantes, como reptiles, jaguares, lobos y leones de montaña, entre decenas de diferentes criaturas.22 A diferencia de lo que ocurre en la naturaleza, los visitantes no necesitaban temer el aullido de un animal, mientras que, en las tierras boscosas, si repentinamente se escuchaba el aullido o el grito de un animal carnívoro, algunas personas temían que eso significara que pronto serían tomadas prisioneras y esclavizadas o asesinadas, o que sus hijos se convertirían en prisioneros.23 Ahora bien, durante la noche que Quecholcóhuatl pasó en la ciudad no tenía nada que temer, sino mucho que esperar: él y sus compañeros se concentraron en la posibilidad de que su amada Chalco recuperara cierto grado de independencia.
Sus anfitriones les ofrecieron comida y ellos tuvieron un festín: los tamales estaban adornados con diseños decorativos en la parte superior, como una concha marina rodeada de frijoles rojos. Los huéspedes pudieron elegir entre guajolote, venado, conejo, langosta o rana, todos guisados con chiles de diversos tipos. Como guarnición había hormigas aladas mezcladas con sabrosas hierbas, picantes salsas de jitomate, cebolla y calabaza fritos, hueva de pescado y maíz tostado; además, había toda clase de frutas, tortillas con miel y dulces hechos con semillas de amaranto. A decir verdad, un antiguo sirviente contó una vez 2 mil platillos diferentes hechos para el huey tlatoani de los mexicas, que después fueron distribuidos para que los probaran sus consejeros, sirvientes y artistas. Al final de la comida, siempre llegaba el chocolate: granos de cacao machacados, preparados con agua caliente y aromatizados con miel y varios tipos de flores secas, como vainas de vainilla o rosas; para hacerla aún más especial, la bebida se servía en jícaras talladas o pintadas, a menudo provenientes de tierras muy lejanas.24
Ahora bien, quizá no era el zoológico ni la comida lo que los visitantes recordaban especialmente en años posteriores: lo primero que siempre recordaban las personas que veían la ciudad era su belleza, lo cual se debía a los jardines —que se desbordan de los tejados planos de las casas de la gente común, además de los jardines del huey tlatoani—, en los que las flores más hermosas de México —muchas con nombres que nunca han sido traducidos con exactitud a las lenguas europeas— florecían entre unos árboles cuyas fascinantes formas podían hacer que parecieran encantados; en grandes jaulas de madera, finamente labrada, revoloteaban y cantaban las aves más brillantes de las selvas orientales y meridionales: quetzales y loros, flamencos y patos de mechón, periquitos y faisanes —innumerables clases que no podían contarse—. Cuando los pájaros se metían entre el follaje y luego reaparecían rápidamente, los colores de sus alas brillaban a la luz del atardecer, como destellos de magia, resultado de algún hechizo, igual que en las historias que la gente contaba en Chalco. A medida que la oscuridad avanzaba, aparecían las estrellas y los sacerdotes las observaban y cartografiaban, pero la gente común tan sólo las admiraba: en ocasiones, los mexicas bromeaban diciendo que las estrellas parecían palomitas de maíz esparcidas en el cielo nocturno.25
¿De dónde había salido esa ciudad? Entre 1470 y 1490, Tenochtitlan estaba muy lejos de ser la ciudad un tanto desaliñada y pantanosa habitada por Itzcóatl cuando éste hizo su primer intento por hacerse con el poder; sin embargo, bajo él y luego bajo Moctezuma Ilhuicamina, las victorias se habían multiplicado hasta que la riqueza y el poder relativo de los mexicas llegaron a ser realmente significativos. El valle central de México contenía ya alrededor de 1.5 millones de personas, agricultores en su mayoría. En el centro mismo de la fértil cuenca, en esa pequeña isla de poco más de 14 kilómetros cuadrados, vivían hasta 50 mil personas.26 Contando a los habitantes de otros altepeme que se agrupaban en la orilla más alejada del lago, frente a la isla, había probablemente un total de 100 mil habitantes en toda la extensión del área urbana: el ritmo del aumento de la población de Tenochtitlan había superado al de otras regiones. Ello se debió, en parte, a que la riqueza y el dominio político de la ciudad alentaron la inmigración, pero las victorias en las guerras también llevaron más mujeres cautivas a la ciudad y, como cualquier demógrafo podría predecir, más úteros dieron a luz más bebés, por lo que era evidente que las relativamente pocas chinampas de las afueras de la ciudad no podían alimentar una población tan numerosa y sus habitantes tenían que obtener gran parte de sus alimentos de las regiones rurales de la cuenca. El éxito de los mexicas en las guerras hizo posible exigir mayores cantidades de alimentos como tributo y, además, su población en aumento hizo que fuera económicamente atractivo para los pobladores de la cuenca llevar alimentos de forma voluntaria para venderlos a cambio de las artesanías, cuya producción se había vuelto muy importante para los habitantes de la urbe. En ese contexto, la ubicación de la ciudad en una isla en el centro de un gran lago hizo muy fácil que su mercado se convirtiera en un gran centro de distribución comercial, que unía a todos los pueblos que vivían cerca de las orillas del lago circundante.
Debido a que la ciudad había crecido tan rápido desde cero, en lugar de evolucionar gradualmente, como el antiguo París o la vieja Londres, su construcción fue planeada y organizada. Los edificios se extendían a lo largo de unas calles ordenadas y rectas; las casas comunes consistían en construcciones de adobe en tres o cuatro lados de un patio central; en los techos planos había jardines y, en ocasiones, unas pequeñas habitaciones adicionales, utilizadas con frecuencia para almacenamiento. En general, cada mujer tenía su propio hogar —ya sea que las mujeres de la casa fueran las esposas o las suegras y nueras— y cada cual tenía su propio suministro de cihuatlatqui, el ajuar de mujer dispuesto en cestas y cajas ordenadas: husillos y telares, metates y ollas, escobas y cestos de basura, así como ropa y joyas para las adultas y los niños. En un lugar destacado de la casa, los hombres guardaban sus propios enseres colgados de la pared: las armas hechas a mano, los tocados de batalla y los recuerdos de guerra, todo cuidadosamente acomodado. No había muebles: la gente se sentaba y dormía sobre petates, cómodos y gruesos, y almohadas.27
Sobre esas simples estructuras se alzaban los grandes templos de los barrios en forma de pirámides y, cerca de cada uno de ellos, los complejos habitacionales de la nobleza, muy decorados. Por sobre todo ello se alzaban los grandes templos gemelos de la plaza central, bordeados por el tecpan del tlatoani, donde los visitantes chalcas hacían sus representaciones. Itzcóatl había comenzado hacía mucho tiempo el proceso de convertir el sencillo santuario que una vez estuvo en el centro de la isla en una estructura adornada sobre una amplia plataforma de piedra. Desde entonces, había habido varias etapas más de construcción y cada una había realzado el esplendor de los dos templos, porque los arquitectos y los constructores de la ciudad —a sueldo del huey tlatoani del momento—nunca descansaban. Un primer acueducto, construido para llevar agua dulce a la isla, se había derrumbado en una inundación en 1449, justo antes de que comenzara la gran hambruna, y, recientemente, bajo Axayácatl, se había construido uno nuevo mucho más alto y con dos canales de agua, para que, aun cuando uno necesitara ser limpiado o reparado, no hubiera interrupción en el flujo de agua.28
Los mexicas pudieron lograr todo eso con tanto éxito debido en buena medida a que la transición a la próxima generación de gobernantes se había desarrollado dos veces relativamente sin complicaciones: Tezozómoc, el hijo de Itzcóatl, había mantenido su palabra y renunciado voluntariamente a la posibilidad de gobernar, como se había acordado mucho tiempo antes (aceptando a cambio tierras y tributarios en Ecatepec, cerca de Azcapotzalco), y Moctezuma Ilhuicamina, del linaje de Huitzilíhuitl, Plumas de Colibrí, había sucedido a Itzcóatl; después de la muerte de Moctezuma, la selección de un gobernante se hizo entre los hijos de Tezozómoc, también según lo acordado. Los hijos mayores de éste habían nacido de esposas cuyos matrimonios precedieron el ascenso de Itzcóatl y su familia, pero el más joven, Axayácatl, era hijo de Atotoztli, una de las hijas de Moctezuma. Es probable que la joven haya sido en realidad nieta de Moctezuma (hija de una hija de éste que se había casado con Tlacaélel), aunque los bardos no estaban de acuerdo sobre esa filiación. Como fuera, Atotoztli tenía una estrecha relación con Moctezuma: era alguien con cuyos hijos él estaba directamente relacionado y de quienes quería imaginar que algún día ocuparían el petate del huey tlatoani. Axayácatl, pues, era el hijo de Tezozómoc a quien Moctezuma deseaba como sucesor.
Antes de morir, Moctezuma hizo todo lo posible para asegurarse de que el consejo de nobles eligiera apoyar al muchacho cuando él mismo hubiera fallecido; sobornaba y amenazaba, y, siempre que le era posible, mostraba al joven Axayácatl en una posición ventajosa. Su estrategia dio resultado: después de su muerte, en el acostumbrado consejo de miembros de la familia gobernante, dos de los medios hermanos mayores de Axayácatl, Tízoc y Ahuízotl, alzaron la voz para oponerse e insultaron al joven príncipe en términos burdos: “¿Es realmente un guerrero varonil? ¿Realmente toma cautivos? ¿No son realmente […] esclavos que compra y trae aquí para que parezca que es un guerrero varonil?”;29 sin embargo, aunque los dos hermanos mayores insistían en que se les considerara a ellos mismos si hubiera otra transición en vida de ellos, abandonaron sus quejas cuando les fueron otorgados altos cargos militares y lucrativas fuentes de ingresos. Axayácatl se convirtió en huey tlatoani en 1469, inmediatamente después de la muerte de Moctezuma, lo cual parecía ser un buen augurio para la consolidación del poderío mexica.30
Desgraciadamente para el joven y atlético Axayácatl —quien de verdad se deslizaba como un escarabajo de agua sobre la superficie del lago en una canoa de guerra—, un problema específico relacionado con la sucesión nunca se resolvió y luego estalló en una crisis. Muchos años antes, poco después de que los mexicas poblaran su isla y comenzaran a hacer de ella su hogar, surgió una especie de desacuerdo interno y un grupo disidente estableció una aldea separada en la costa norte, donde se hicieron conocidos porque albergaba el mercado más grande de la isla, que comerciaba con las aldeas del perímetro del lago. Su altépetl independiente se llamaba Tlatelolco y tenía su propio tlatoani, porque el grupo separatista, más pequeño, no deseaba vivir y trabajar bajo el poder del tlatoani del grupo más numeroso;31 sin embargo, a pesar de la división, los tlatelolcas también eran mexicas, con una historia y un orgullo compartidos, y continuaron enfrentando al mundo exterior junto con la gente de Tenochtitlan. Cuando Maxtla de Azcapotzalco asesinó a Chimalpopoca en 1426, envió a algunos de sus familiares a matar también al tlatoani de Tlatelolco, por lo que, sin dudarlo, los tlatelolcas se unieron a Itzcóatl cuando éste arengó a los mexicas de Tenochtitlan para que lo siguieran y derribaran a Azcapotzalco. Durante el siguiente medio siglo, Tlatelolco se desempeñó como el socio menor de Tenochtitlan, ayudando a la ciudad más grande a conseguir sus victorias y recogiendo una parte de las ganancias: la gente de Cuauhtinchan (en el oriente) y la de Toluca (en el occidente), por ejemplo, recordaban más tarde la prepotencia de los tlatelolcas que recaudaban los tributos en nombre de Tenochtitlan.32
Ahora bien, para 1470, los habitantes de Tlatelolco ya estaban muy resentidos; creían que el ascenso meteórico de Tenochtitlan se debía al apoyo militar que los tenochca siempre habían recibido de ellos —sus parientes de la costa septentrional de la isla— y, por lo tanto, sentían que tenían derecho a una mayor parte de la riqueza y el poder disponibles; además, ellos eran los que operaban el gran mercado patrocinado por todos los pueblos del valle; sin duda, estaban irritados porque Axayácatl se había convertido en huey tlatoani, en lugar de uno de sus medios hermanos mayores, algunos de los cuales tenían una madre tlatelolca; si uno de estos medio tlatelolcas se hubiera convertido en huey tlatoani, Tlatelolco podría haber esperado mayores ganancias en el futuro, por lo que ahora querían dejar en claro que ya no apoyarían incondicionalmente a Tenochtitlan, a menos que hiciera algunos cambios. Moquihuixtli, el tlatoani tlatelolca, comenzó a hacer lo que los tlatoque nahuas solían hacer en tales situaciones: reorganizó sus relaciones matrimoniales para hacer una declaración sobre la sucesión. Moquihuixtli expresó que su esposa tenochca ya no sería su consorte principal y que sus hijos no heredarían el poder; en realidad, afirmó que ella no tendría hijos porque, sin duda, él no tendría relaciones sexuales con ella, y agregó con sarcasmo que una mujercita tan delgada y de aspecto tan frágil no podía atraer a ningún hombre, y que él prefería a sus otras mujeres. No queda claro si Moquihuixtli realmente creía que obtendría mejores condiciones de Tenochtitlan o si quería provocar una guerra e intentar derrocar a Axayácatl. Esto último parece factible, porque Moquihuixtli era conocido por sus declaraciones belicosas que rayaban en lo irracional o que incluso se pasaban de la raya.33
Como haya sido, la joven esposa tenochca contra la que Moquihuixtli se volvió se llamaba Chalchiuhnenetzin, Muñeca de Jade, hermana de padre y madre de Axayácatl. Cuando el joven huey tlatoani escuchó lo que Moquihuixtli estaba diciendo, envió públicamente a su hermana ricos obsequios como gesto de apoyo político, pero Moquihuixtli se los quitó y también la fina ropa que ella había llevado al matrimonio, con lo que la obligó a pedir prestadas las burdas faldas y blusas de las mujeres que trabajaban en el tecpan; finalmente, según el chismorreo y los narradores, incluso la golpeó y la hizo mantenerse desnuda junto con las otras mujeres mientras él las miraba de arriba a abajo. Chalchiuhnenetzin tuvo que dormir entre los metates en que se molía el maíz para hacer la harina, pero tal vez la ropa prestada y la adopción del papel de sirvienta la ayudaron: un día pudo escapar, presumiblemente recorriendo de incógnito las calles, y se dirigió al tecpan de su hermano, donde le contó todo a Axayácatl: “Les dio [a sus aliados] escudos y macanas de guerra con cuchillas de obsidiana. He escuchado lo que dice; hay consultas por la noche […]. Dice que nos destruirá a los mexicas-tenochcas, que el único huey altépetl será el de Tlatelolco.”34
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