Kitabı oku: «El quinto sol», sayfa 6
“¡No!”, respondieron todos, y “¡No!”, nuevamente. Ganarían las guerras, no las perderían; no serían esclavizados. Entonces, para demostrar su destreza, Chimalpopoca inició la primera campaña militar requerida de todo nuevo tlatoani. Regresó victorioso, y su pueblo se mostró optimista. Chimalpopoca gobernó durante aproximadamente diez años y puso a muchos pueblos nuevos bajo el dominio de los mexicas.
Entonces, mientras gobernaba Chimalpopoca, una gran crisis sacudió el mundo político de los mexicas. En 1426, Tezozómoc, el huey tlatoani de la poderosa ciudad llamada Azcapotzalco, a la que había gobernado desde 1370, falleció en su cama. El tlatoani tepaneca había personificado el poder en el valle durante tantos años que, cuando murió, sus gobernados se miraban unos a otros con incertidumbre. De golpe, los hijos del viejo tlatoani lanzaron sus ataques, pero no lo hicieron para defender el territorio de su familia, como era de esperarse; por el contrario, se volvieron unos contra otros con resolución asesina.
Eso parece desconcertante al principio, pero resulta menos cuando se piensa en el hecho de que la poliginia había provocado una situación en la que abundaban los potenciales pretendientes a tlatoani de cualquier altépetl. Los nahuas estaban tan acostumbrados al fenómeno que no lo veían como un problema; por el contrario, lo veían como un resultado claramente positivo y, en realidad, no estaban del todo equivocados, dado que, independientemente de lo que nos diga nuestra sensibilidad moderna, la poliginia tiene muchos beneficios: ofrece placeres obvios al hombre mayor con múltiples esposas, e incluso las esposas en tales situaciones aseguran con frecuencia que llevar mujeres más jóvenes al hogar es una ayuda para ellas a medida que envejecen, porque muchas manos hacen que el trabajo sea más ligero. No cabe duda de que las esposas nahuas nunca buscaron o esperaron que su esposo sintiera por ellas un amor romántico; no las sorprendía que los hombres fueran volubles ni nadie en su mundo las culpaba por ello. Además, la poliginia eliminaba por lo general toda posibilidad de que un tlatoani muriera sin herederos y generaba un verdadero clan de hombres jóvenes que se enorgullecían de las relaciones entre ellos y se mantenían unidos en tiempos de crisis.
Tal, al menos, es la teoría. En la realidad, incluso una mujer que nunca ha esperado una relación permanente con un hombre puede resultar lastimada cuando es reemplazada por una rival, y el dolor quizá no sea únicamente de la mujer, sino también de sus hijos: “Ah, madre —decía una canción náhuatl—, estoy muriéndome de tristeza aquí en mi vida con un hombre. No puedo hacer bailar el huso. No puedo arrojar la lanzadera de mi telar.”22 La cantante estaba asumiendo el lugar de una esposa cautiva y quería decir que, en su situación de mujer ajena al hogar del hombre, no esperaba gozar de una vejez digna a medida que sus hijos se hacían cargo gradualmente de la riqueza y de los deberes familiares; después de todo, no obstante, eso sólo hablaba del dolor personal, que quizá careciera de importancia en un sentido político. Lo que es mucho más importante, en un sentido más amplio, es que el sistema únicamente podía funcionar bien cuando la gran mayoría del pueblo estaba del todo de acuerdo respecto de cuál esposa era la principal, es decir, cuando todos pensaban de manera similar en cuanto a cuáles eran los hijos que debían heredar. Si había dudas importantes al respecto, la guerra civil era inminente, puesto que las facciones de medios hermanos que se creían con ese derecho, nacidos de diferentes madres y divididos por un odio visceral originado en la infancia, estaban dispuestas, preparadas y listas a dirigir a la gente en defensa de sus diferentes visiones del futuro de su pueblo.
Los anales nos dicen que la guerra estalló en esos momentos en los altepeme de todo México, una y otra vez.23 Al principio, la generalización de los combates parece confusa, pero, cuando se examina más de cerca, por lo general se ajusta a ciertos patrones. En el mundo nahua, debido a que las diferentes esposas de un tlatoani a menudo provenían de distintos altepeme, los conflictos fratricidas también solían tener una dimensión étnica. Sin duda, cuando Maxtla, hijo de Tezozómoc, de Azcapotzalco, se levantó contra su medio hermano, el presunto heredero, y lo mató,24 estaba dando por hecho que recibiría ayuda del altépetl natal de su madre, y así fue. Al mismo tiempo, se volvió en contra de los antiguos aliados de Azcapotzalco, cuyos linajes de nobles estaban unidos mediante matrimonios con los de la familia materna del medio hermano al que había matado, específicamente, la del linaje de nobles del altépetl de Tlacopan. Eso significa que Maxtla asimismo tenía en la mira a Chimalpopoca, el tlatoani de Tenochtitlan, cuya madre también era originaria de Tlacopan. Los historiadores nahuas ofrecen diferentes versiones de una historia terrible de traición y muerte; según uno de ellos, Maxtla invitó a Chimalpopoca a su casa, fingiendo que era para darle la bienvenida a la ceremonia de celebración de su ascenso como nuevo tlatoani, para luego estrangularlo.25
Como quiera que haya ocurrido, hubo un gran pandemónium en Tenochtitlan: se consideró que las fronteras con Azcapotzalco estaban cerradas (los historiadores usaron el término que significaba “bloqueadas”), una vez que quedó entendido que las personas que cruzaran al territorio del otro podían ser atacadas. Durante muchos años, las decisiones políticas del pueblo tenochca habían dependido de la voluntad del huey altépetl de Azcapotzalco: ¿qué debían hacer ahora? Durante un breve periodo de 60 días, el joven hijo de Chimalpopoca gobernó y, de pronto, cayó. Su nombre era Xíhuitl Témoc, Cometa Caído.26 El apelativo parece demasiado perfecto como para haber sido su verdadero nombre: el niño tenía antepasados con ese nombre, pero uno se pregunta si los bardos se lo aplicaron después de los acontecimientos, como ocurría a menudo. No se sabe exactamente cómo murió, pero quizá fue en algún tipo de batalla o escaramuza. No parece probable que Maxtla también lo haya asesinado, porque seguramente este último sabía lo que le había sucedido a su padre, Chimalpopoca, y habría aprendido a mostrarse precavido respecto de esa clase de desastres.
Es probable que Xíhuitl Témoc haya sido traicionado de alguna manera por Itzcóatl; después de todo, fue este último quien llegó al poder a continuación. Para entonces, Itzcóatl tenía al menos 40 años; nadie menciona cuándo nació, pero había vivido durante los 24 años que su medio hermano Huitzilíhuitl fue tlatoani, más otros diez bajo su sobrino, Chimalpopoca, y debe de haber sido concebido al menos unos años antes de la muerte de su padre. Por consiguiente, pudo haber tenido mucho más de 40 años en 1426, porque moriría 14 años después de lo que entonces se consideraba como la vejez. Como fuera, era sin duda un dirigente guerrero con experiencia, en contraste con los hijos todavía pequeños de Chimalpopoca, lo cual podría explicar que el pueblo lo siguiera en esa situación de urgencia; sin embargo, el hijo de Huitzilíhuitl y la princesa de Cuauhnáhuac también estaba disponible, al igual que otros hijos, entre ellos uno llamado Tlacaélel, que había nacido en la última década del siglo XIV y ya ocupaba un alto cargo,27 por lo que no había una necesidad genuina de que la familia real recurriera a Itzcóatl, el hijo del abuelo Acamapichtli y la muchacha esclava. Itzcóatl, la “serpiente de obsidiana”, debe de haberse distinguido por contar con muchos años más o con unos antecedentes muy respetables, pero otros también poseían esas cualidades. Asimismo, debe de haber tenido carisma, ambición y una mente sutil.
Los planes de Itzcóatl consistían en aprovechar el mismo tipo de fisuras que, de entrada, habían llevado a esa extraordinaria situación: entendía claramente que la poliginia formaba parte del meollo mismo de la política y que era un problema que debía tomarse extremadamente en serio. Planeaba aliarse con la derrocada familia noble de Tlacopan, pero iba a necesitar más que eso para ganar la guerra que tenía en mente. Maxtla no habría matado a su medio hermano de madre tlacopana si no hubiera creído que tenía suficientes aliados que lo respaldarían cuando se hiciera con el poder. En consecuencia, Itzcóatl necesitaría otros aliados: personas que se unieran a él porque tenían mucho más que ganar que perder si ponía en tela de juicio las condiciones del sistema poligínico en el que todos estaban enredados. Por consiguiente, se dirigió a otro altépetl que padecía una guerra civil producto de una poliginia similar y se puso del lado de los que estaban perdiendo en ese momento y que tenían una gran necesidad de aliados, pues estaban enojados hasta la desesperación. Itzcóatl corría un gran riesgo: años más tarde, algunos de los historiadores afirmaron que muchos de sus partidarios le habían rogado que simplemente implorara piedad a Maxtla, que dejara que éste nombrara a un tlatoani que fuera su títere (tal vez eso fue realmente lo que el desafortunado Xíhuitl Témoc, Cometa Caído, había sido) y que se olvidara de todo lo demás. Le insistieron en que pagarían cualquier tributo que Maxtla estableciera, antes que verse obligados a enfrentar una matanza, pero Itzcóatl no escuchó a esos consejeros; antes bien, envió emisarios a un lugar llamado Texcoco.
En el lado oriental del lago, en la orilla opuesta a la de los tepanecas, el grupo étnico dominante había sido durante muchos años el pueblo de habla náhuatl conocido como acolhua. Su huey altépetl era Texcoco, llamado en ocasiones el París del México antiguo: tan hermosos eran sus edificios y tan finas sus obras de arte. Durante años, al igual que Tenochtitlan, Texcoco había dependido de alguna manera de Tezozómoc, el huey tlatoani de Azcapotzalco (parecido a un padrino de la mafia) que había muerto en forma repentina, por lo que, en tales circunstancias, naturalmente, el huey tlatoani de Texcoco había tenido como esposa principal a una de las hijas de Tezozómoc y sus hijos estaban preparados para heredar el poder.28
Ahora bien, entre las mujeres del tlatoani de Texcoco había una que le gustaba mucho más: se trataba de Matlalcíhuatl, Mujer Verdiazul, una mujer noble tenochca, hija probablemente de Huitzilíhuitl y, por lo tanto, hermana del asesinado Chimalpopoca.29 Texcoco, un antiguo altépetl ya bien establecido, estaba más irritado que Tenochtitlan bajo el opresivo dominio de Azcapotzalco (después de todo es más fácil, para un niño nuevo en el barrio, aceptar el mando de un chico carismático que le propone que se hagan amigos que, para un antiguo residente que alguna vez dirigió la pandilla local, ceder su lugar a tal personaje). Quizá para dejar en claro su posición política, el tlatoani de Texcoco favoreció en ocasiones más de lo que era prudente a los hijos de Matlalcíhuatl que a la descendencia de su principal esposa azcapotzalca.
Mientras tanto, como resultado del gran poder de Azcapotzalco, una joven noble texcocana había sido entregada como esposa secundaria al hijo de Tezozómoc, el huey tlatoani,30 por lo que se entendía que sus hijos no debían heredar: en realidad, su condición en su nueva casa reflejaba necesariamente la de su ciudad natal respecto de Azcapotzalco: Texcoco era el altépetl más débil y, por consiguiente, sus hijos eran inferiores respecto de sus medios hermanos de madre tepaneca. Es posible que Tezozómoc incluso haya utilizado a la muchacha para subrayar la dependencia de la ciudad natal de esta última frente a él, al hacer que desempeñara funciones menores en las ceremonias o en los actos públicos. Como fuera, a la joven noble le pareció que su condición era humillante y que su vida en general era miserable; no obstante, no era una prisionera y se decidió a huir de su casa, y se encontró con otro hombre de su ciudad natal, donde, simplemente, actuó como si estuviera en libertad de casarse. A los narradores de historias les encantaba cuando llegaban a ese pasaje en las noches iluminadas por las estrellas, porque les permitía representar parte del diálogo que les encantaba transmitir:
Cuando Tezozómoc supo que su nuera se había casado y que la había tomado Cacancatlyaotl en Tetzcoco, se enojó muchísimo. Luego llamó a su hermano mayor nombrado Tecolotzin, y a él y a otros que le acompañaron les dijo: […] he oído y sabido que Cacancatlyaómitl se echó en Huexotla con la mujer que fue de vuestro hermano menor Chalchiuhtlatónac y durmió con ella. Oíd, hijos míos que estáis aquí, la sola causa por que estoy enojado y tengo pena.31
Más tarde, cuando estalló la guerra y los tepanecas descubrieron que el hijo de la mujer y de su tlatoani también estaba viviendo en las tierras de sus abuelos maternos en Texcoco, y combatía del lado de su madre, no de su lado, se pusieron lívidos. “¿Qué dice el bellaco de Cihuacuecuénotl? ¿acaso quiere hacer la guerra a su padre?”32
En las historias que se contaban, las mujeres eran las causantes de esas guerras: “Se dijo que hubo guerra por culpa de una concubina”, escribió un historiador en otro caso;33 sin embargo, en la década de 1420, la guerra todavía no había llegado realmente a Mesoamérica debido a una esposa que se hubiese fugado —ella era únicamente una metáfora para referirse a los arrogantes texcocanos—, sino debido a una situación política más importante. El tlatoani texcocano había decidido que era lo suficientemente poderoso como para correr el riesgo político de perseguir sus propias metas. Insistió en que los hijos que tenía con su esposa mexica heredarían de verdad, lo que indicaba que ya no aceptaría la condición de Texcoco como altépetl dependiente de Azcapotzalco. El cambio de su relación con sus esposas equivalía a hacer un importante pronunciamiento público. Tezozómoc y los azcapotzalcas no aguardaron más: cientos de ellos cruzaron el lago al amanecer en decenas de canoas bordeadas por sus escudos de brillantes colores. Las canoas se deslizaron silenciosamente por las tranquilas aguas y, de repente, los guerreros se precipitaron a tierra y se pusieron a matar sin piedad.34
Los texcocanos enviaron pronto al joven noble hijo de un azcapotzalca que vivía entre ellos para intentar hacer las paces, pero el esfuerzo fue en vano, porque los hombres de Tezozómoc lo mataron. Finalmente, el viejo tlatoani texcocano también cayó muerto en una escaramuza: había pagado un precio muy alto por intentar deshacerse del yugo de Azcapotzalco. Algunos decían que su hijo con Matlalcíhuatl, su esposa mexica, atestiguó la muerte de su padre desde lo alto de un árbol donde se ocultaba; quizá fue así, pero otros decían que en ese momento se estaba ocultando en lo profundo de una cueva, lo cual puede haber sido más probable, pero igualmente podría haber sido un recurso poético. En la tradición narrativa mesoamericana, los momentos cruciales de transición giraban con frecuencia en torno a las cuevas, de cuya oscuridad surgía una nueva forma o fuerza. El nombre del niño era Nezahualcóyotl, Coyote Hambriento, y ya sea que hubiera sido testigo o no del asesinato de su padre, sin duda su muerte quedó grabada en su conciencia. Nezahualcóyotl huyó y se ocultó en Tlaxcala, un pueblo del oriente que no se encontraba bajo el dominio de Azcapotzalco; parece haber sido allí a donde los emisarios de Itzcóatl fueron a buscarlo años después, durante la gran crisis política. Los dos señores, Nezahualcóyotl e Itzcóatl, estaban emparentados por medio de Matlalcíhuatl, la madre mexica de Nezahualcóyotl: Itzcóatl tenía ahora una oferta que hacer a su joven pariente.35
Itzcóatl le explicó a Nezahualcóyotl que tenía en mente una triple alianza: si las familias texcocanas que eran leales a Nezahualcóyotl peleaban contra Maxtla de Azcapotzalco junto con los mexicas y el pueblo recientemente degradado de Tlacopan, probablemente podrían ganar. La victoria sobre Azcapotzalco, el huey altépetl más poderoso del valle, les produciría recompensas extraordinarias. Los días de Nezahualcóyotl como mendigo habrían terminado: se convertiría en el tlatoani reconocido de Texcoco, en lugar de ser el medio hermano ridiculizado del tlatoani en el poder.
Nezahualcóyotl le respondió a Itzcóatl que no sería una tarea fácil reunir a familias leales que lo siguieran a la batalla, porque, después de que Tezozómoc alcanzara el poder, había convertido a sus propios nietos (los hijos de su hija con el viejo tlatoani texcocano) en los tlatoque de la mayoría de los altepeme de la región. Incluso se decía que Tezozómoc había hecho que su gente les preguntara a los niños de cada altépetl, que no tenían más de nueve años, si su tlatoani en el poder era el legítimo. A esa edad, los niños no tenían la cautela necesaria para sopesar sus respuestas: expresaban la posición política de su familia tal como se había discutido en la intimidad de sus propios hogares, y algunas de las familias de los niños que hablaban de ello habían sido brutalmente castigadas desde la llegada de Tezozómoc al poder;36 sin embargo, el temor que habían ocasionado esos actos también había llevado a la ira. Consecuentemente, Nezahualcóyotl le dijo que estaba dispuesto a unirse a la alianza: él reuniría a todos los seguidores que pudiera.
Las batallas que siguieron a continuación fueron brutales, pero, pueblo por pueblo, los partidarios de Maxtla, el azcapotzalca, fueron derrotados. En aproximadamente un año —las fuentes varían respecto de la fecha—, Itzcóatl pudo proclamarse tlatoani de los mexicas. Así, implícitamente, se convirtió en el huey tlatoani de todo el valle; pronto, hizo que Nezahualcóyotl fuera proclamado ceremonialmente tlatoani de Texcoco y, menos de un año después, habían matado entre ellos a todos los restantes medios hermanos azcapotzalcas de Nezahualcóyotl y a los esposos de sus medias hermanas azcapotzalcas. Sus historiadores lo registraron: “Nezahualcóyotl buscó a los descendientes de Tezozómoc en todos los lugares donde gobernaban, y las conquistas se hicieron en tantos lugares como se encontraron.” El propio Maxtla huyó y desapareció en 1431.37
Los tlatoque de Tenochtitlan (del pueblo mexica), Texcoco (del pueblo acolhua) y Tlacopan (del pueblo tepaneco) gobernaban ya el valle como un triunvirato no oficial, pues no hubo una declaración formal a tal efecto. Las generaciones posteriores dirían que establecieron una Triple Alianza, aunque, en sentido literal, no existiera dicha institución; no obstante, en un sentido de facto, ciertamente existió lo que podríamos llamar una triple alianza, con minúsculas. Nadie se movía en el valle central sin que al menos uno de los tres tlatoque lo supiera y, allende las montañas que los rodeaban, en las tierras que poco a poco conquistaron, tenían muchos espías. Trabajaron unidos para derrotar a sus enemigos y entre los tres dividieron juiciosamente los pagos de tributos resultantes: los mexicas, que tenían la población más numerosa y habían desempeñado la parte más importante en la guerra, obtuvieron la mayor proporción, pero tuvieron cuidado de no exigir algo que resultara excesivo y pudiera causar resentimientos entre sus aliados más cercanos.38
Los tres tlatoque tejieron una red muy compleja entre todos. En cierto sentido, la disposición política de los territorios se mantuvo casi sin cambios y, en general, cada altépetl continuó gobernándose a sí mismo, eligiendo a su tlatoani como mejor convenía al pueblo y rotando tareas y responsabilidades entre los diversos segmentos que lo componían, de la misma manera imparcial de siempre. Si varios altepeme tenían una tradición de gobernarse a sí mismos como una unidad, como un huey altépetl, al menos en sus asuntos externos, entonces esa tradición también se conservó en general.39 En el plano local, se mantuvo una especie de democracia, en el sentido de que los pueblos continuaban discutiendo en su seno los asuntos locales y llegaban a soluciones que complacían a la mayoría de sus habitantes, arreglo que se permitió incluso a los que no eran nahuas y habían sido conquistados. El triunvirato del valle central estaba convencido de que así debía ser, siempre y cuando esas otras comunidades lucharan junto a ellos cuando se les solicitara hacerlo, participaran en las obras públicas —como la construcción de caminos o grandes templos— y pagaran a tiempo el tributo asignado. “Eso no era Roma”, comentó sucintamente una historiadora, lo que significa que los mexicas no tenían interés en aculturar a los que conquistaban ni deseaban enseñarles su idioma, o atraerlos a su capital, o incluirlos en su jerarquía militar.40
Ahora bien, a pesar del mantenimiento de la tradición local, la región cambió profundamente en un sentido económico: cada uno de los altepeme que cayeron bajo el dominio del triunvirato debía pagar el tributo que le fuera asignado. A menudo, las exigencias económicas eran muy complejas: a una parte de un altépetl más importante podía asignársele pagar tributo, por ejemplo, a la cercana ciudad de Texcoco, su huey altépetl regional; sin embargo, de conformidad con los términos del acuerdo de paz, el siguiente altépetl del mismo huey altépetl tendría que pagar sus tributos a Tenochtitlan. Esos altepeme podían pagar una parte del tributo (como cierta cantidad de fardos de algodón) una vez al año y otra parte (como algunos costales de maíz o frijol) tres veces al año. Por necesidad, el calendario se aplicó cada vez con más congruencia en cada vez más territorios, porque los recaudadores de tributos que Itzcóatl enviaba eran puntuales y la gente tenía que estar preparada para recibirlos. Los diferentes pueblos habían adoptado el calendario en diferentes momentos, por lo que un año 1 Ácatl [caña] de un altépetl podía ser un año 2 Tochtli [conejo] de otro y, por consiguiente, se vieron obligados a tratar de sincronizar sus cuentas del tiempo; no obstante, aunque comenzaron a estar alineados, los calendarios nunca estuvieron completamente sincronizados.41
En cierto grado, Itzcóatl estableció el mismo tipo de sistema de recaudación de tributos que había estado en funcionamiento bajo Tezozómoc en los viejos tiempos, y probablemente bajo otros antes que él en el pasado más remoto, pero ahora la red de poder del valle central se extendió mucho más: con tres altepeme trabajando juntos, los ejércitos que podían enviar eran más numerosos y las calzadas que podían construir eran más extensas. Los altepeme que antes se encontraban lejos del antiguo poder de Tezozómoc estaban ahora al alcance del valle central; muchos se resistieron, pero la tendencia fue que los que luchaban contra las nuevas disposiciones terminaran perdiendo, y entonces se enfrentaban al pago de tributos a perpetuidad que hacía estremecer la columna vertebral de todo tlatoani prudente: tenían el deber no únicamente de enviar maíz, frijol, cacao y algodón, sino también de suministrar personas para ser sacrificadas en las ceremonias religiosas del valle central. Un tlatoani sabía que ese tributo significaba que se vería obligado a hacer constantemente la guerra contra sus vecinos si quería evitar que los hijos de su propio pueblo fueran a la piedra del sacrificio, lo cual era suficiente para hacer que lo pensaran dos veces antes de resistirse; a los tlahtohqueh se les había inculcado desde una temprana edad que un buen tlatoani era responsable, uno que evitaba las batallas que quizá perdiera y que preservaba la vida de su pueblo para proteger el futuro de su altépetl. Un tlatoani impetuoso podría ser calificado peyorativamente como “niño”.42
Si un pueblo había luchado enérgicamente contra los mexicas con algún grado de éxito significativo y, no obstante, había terminado perdiendo, entonces su destino era incluso peor; por ejemplo, los huaxtecos, establecidos al nororiente, lucharon como animales salvajes y su reputación se fijó en la tradición local junto con su triste destino:
lo mesmo hicieron los soldados y valerosos hombres de todas las provincias, de suerte que ninguno vino sin presa de hombres o mujeres, porque entrando por la ciudad quemaron el templo y la robaron y saquearon, matando viejos y viejas, mozos y mozas, tomando a merced a todos los que la pedían, y esto con tanta crueldad y con determinación de destruir aquella nación y no dejar memoria della.43
Su historia sería una lección para otros altepeme potencialmente recalcitrantes, y así fue. Después de esa batalla, los cautivos fueron atados en largas filas y llevados a Tenochtitlan (o tal vez a territorio acolhua o tepaneca). Los aterrorizados prisioneros pasaron por otros pueblos como los suyos, con sus casas de adobe de techo plano agrupadas en plazas a las que daban sus patios, donde las mujeres charlaban mientras trabajaban, moliendo maíz y haciendo tortillas, y mientras sus hombres laboraban en las milpas cercanas.44 A medida que se acercaban a la capital, los pueblos que estaban más estrechamente entrelazados con el centro de poder eran visiblemente más ricos y sus edificios y pirámides religiosas, algunas construidas incluso de piedra o madera, eran más grandes.45
Los derrotados habitantes de Xochimilco estaban construyendo una gran calzada que iba desde la isla hasta la orilla meridional del lago, y a lo largo de esa calzada caminaron los prisioneros. La mayoría de ellos eran distribuidos entre los diferentes linajes después de una batalla, pero los que habían sido tomados por un guerrero en particular eran enviados al templo del barrio de su captor para ser sacrificados en las festividades religiosas locales o, si eran mujeres jóvenes que él quería para sí, eran llevadas a su casa. Algunos eran enviados a los dos templos principales de la ciudad, uno dedicado a Huitzilopochtli (el dios protector de los mexicas) y el otro a Tláloc (el dios de la lluvia). Los que no eran necesarios para ninguno de los dos templos eran vendidos en un mercado de esclavos (había uno enorme en Azcapotzalco) y podían ser comprados por los barrios que necesitaran víctimas para los sacrificios ceremoniales o, en algunas ocasiones, por los hombres que buscaban concubinas. Ocasionalmente, las esclavas compradas para el sacrificio podían convencer a sus nuevos amos de que las mantuvieran vivas para trabajar en su casa.46
En torno a la práctica azteca del sacrificio humano han surgido algunas ideas horrendas y erróneas. Según algunas novelas, películas e incluso algunos de los libros de historia más antiguos, cientos de personas a la vez eran obligadas a subir por los estrechos escalones de las pirámides hasta la cima, donde se les extraía el corazón y después sus cuerpos eran arrojados escaleras abajo, mientras la multitud gritaba, casi en éxtasis. En realidad, no obstante, parece haber sido una experiencia sumamente silenciosa y fascinante para los espectadores, muy parecida a como sospechamos que fue en otros mundos antiguos, como el de los celtas;47 las personas que la observaban habían ayunado y se mantenían de pie sosteniendo flores sagradas. Según parece, en las primeras décadas de la vida de Tenochtitlan, cuando el altépetl aún estaba cobrando fuerza, sólo unas cuantas personas pudieron haber sido sacrificadas en los días mensuales de la festividad religiosa y, antes de morir, siempre fueron tratadas como si estuvieran en un sanctasanctórum. Después de un sacrificio, el guerrero que había capturado y presentado a la víctima conservaba sus restos (el cabello y las vestiduras ceremoniales) en un arcón especial hecho de cañas, en un lugar de honor en su casa, durante todo el tiempo que viviera.
La mayoría de las víctimas eran hombres, prisioneros de guerra clásicos, aunque no todos lo fueron. En una festividad anual, por ejemplo, una muchacha capturada en la guerra era llevada del templo local a la casa de su captor; en el dintel de la puerta ella dejaba la huella de su mano —que había empapado en pintura azul—, una marca sagrada que duraría años y le recordaría a la gente el obsequio que había hecho de su vida; después, la llevaban de vuelta al templo para enfrentar el cuchillo de pedernal. Entre los pueblos indígenas existía la antigua tradición de no ceder ante los enemigos, un estoicismo que significaba un gran honor. En ocasiones, los que iban a morir podían entregar su vida sin dejar que sus enemigos los vieran siquiera sollozar, aunque en ocasiones no podían; un hombre recordó tiempo más tarde: “Algunos realmente lloraron.”48
Como todos sus vecinos nahuas, los mexicas creían que le debían todo a sus dioses; sus sacerdotes les explicaron luego a los españoles: “Ellos nos enseñaron, / todas sus formas de culto, / sus modos de reverenciar [a los dioses]. / Así, ante ellos acercamos tierra a la boca, / así nos sangramos, / pagamos nuestras deudas, / quemamos copal, / ofrecemos sacrificios. […] los dioses, son por quien se vive.”49 Cada grupo de nahuas había llevado consigo los fardos sagrados dedicados a su propia deidad en las largas marchas desde Aztlán y, en el caso de los mexicas, las reliquias que habían protegido año tras año fueron las de Huitzilopochtli, hasta que lograron enterrarlas bajo un templo permanente. Otros altepeme habían llevado las reliquias de Tláloc, el dios de la lluvia, o las de Chalchiuhtlicue, Mujer de Falda de Jade, su consorte en el mundo del agua; otros honraban a Quetzalcóatl, Serpiente Emplumada, el dios del viento, que estaba en su casa tanto en la tierra como en el cielo, el que cruzaba las fronteras, protector especial de los sacerdotes, y algunos más estaban dedicados a Tezcatlipoca, Espejo Humeante, un dios travieso que conducía a la humanidad en una danza para ayudar a los tlatoque y los guerreros a lograr el cambio por medio del conflicto. Cihuacóatl, Mujer Serpiente, también era conocida con muchos otros nombres, pero siempre fue sagrada para las parteras; a menudo llevaba un escudo y una lanza, porque ayudaba a las madres que parían a capturar un nuevo espíritu del cosmos. Había muchos dioses y diosas, cada uno de los cuales aparecía con una gama de rasgos posibles; hoy no siempre entendemos sus características tan bien como nos gustaría, porque los nahuas no escribieron libremente sobre ellos en la época colonial: podían escribir abiertamente sobre la historia, pero era peligroso escribir sobre los dioses; sin embargo, sabemos que, al igual que en la antigua Grecia, todos los altepeme honraban y creían en una gama panteísta de dioses, no sólo en la deidad en particular que los había protegido.50