Kitabı oku: «Cría cuervos», sayfa 2
DESCÓSEME
Descose mis cicatrices y llénalas de besos,
cúralas, aunque ardan con tu saliva y escuezan,
porque no dolerá.
Dilata mis pupilas con el roce de tu cuerpo
y luego cúbreme con tu piel;
disloca mis huesos y recomponme;
destrózame;
déjame sentir todo esto y llévalo al límite.
Te juro que estaré bien.
Arrebátame todos mis pensamientos,
haz que sólo piense en ti; reina en mi cerebro;
hazme sentir que estoy completamente viva;
róbame hasta los versos,
aunque a ti te los escriba.
Descóseme pieza por pieza;
haz de mi alma tu templo y lléname de tus pecados;
dime a qué tienes miedo y déjame luchar por ti;
hazme sentir única, eufórica en exceso;
llévame de tu mano hasta morir.
CANON
Sabía que vendrías a acorralarme
y que cambiarías todas mis expectativas
de una realidad que yo misma había derribado
al verme.
Sabía que estarías escondido en mis arrugas,
esperando a verme desprotegida,
a pesar de mi sonrisa gélida tras el pintalabios
de marca blanca.
Sabía que habitarías en todos mis espejos
tan pronto te dejase pasar,
pero no entendía lo fuerte que eras,
querido canon de belleza artificial.
Sabía que vendrías a atarme a una persona
que ya no era yo, mientras fingía
que mis huesos no se notaban y que mis ojeras
jamás habían estado ahí.
Me vi vulnerable a todo a medida que cambiaba,
hasta mis huellas dactilares se fugaron
a cada paso que daba el verano
y llegaban las estrías a mi piel.
Así fue
y llegaron las miradas, el ver mi cuerpo
destiñéndose ante mis propios ojos.
Sin ir más lejos, me perdí en un universo
tan distorsionado como el agua.
Ahora te temo.
Me has hecho de complejos;
me pregunto cuándo te irás,
porque si es lejano, al menos,
déjame respirar,
querido canon de belleza artificial.
ACUARELAS
Todo lo que hay aquí son ganas de seguir sintiendo,
ganas de terminar nuestra canción
mientras nuestra piel cede.
Intento no enamorarme de ti,
pero en lo que llevamos de estribillo
lo he hecho un par de veces.
Era tan fácil…
pero lo complicaste todo
y entonces me di de bruces contra tu nombre.
Rodeaste tu cintura
con un camino bifurcado de acuarelas
y resultó ser tan fluido que vi cómo hasta ti
podía llegar cualquiera y quedarse,
sin canciones a cambio.
No pude soportarlo.
El disolvente consiguió que no pudieses tocarme
y me mirabas como si no me entendieras,
con los ojos azules tintados de otro color
más frío —si cabe—,
pero si podía ser cualquiera,
¿por qué me culpas por irme?
Yo sólo tenía ganas de sentirte
y tú de pintar el mundo.
Supongo que yo no estaba preparada.
pero tú ya habías dejado huella.
No sé qué estación eres.
Creo que quiere llegar el invierno
para poner las más bellas flores
en escaparates
y marchitarlas una a una,
como si nada,
haciendo gala del dolor que provoca,
sin ni siquiera entristecerse.
Creo que quiere llegar el invierno,
lo siento en mi piel blanquecina
y en las promesas vacías del verano;
se acerca para decirme que nada era tan frío
que nada era tan malo
como él.
Pero debo decirle
que sí, que él arrebata lo bello del mundo,
pero que nada es peor,
—ni siquiera mil inviernos más—
que sentir cómo se quiebran tus labios,
mientras anuncias que te irás con las flores
allá donde nunca deja de nevar.
Creo que quiere llegar el invierno,
y tú te alejas.
Entonces ¿cuál es el precio?
¿Cómo retenerte un par de estaciones más?
Parece que quiere llegar el invierno.
En mi pecho es primavera todavía,
todavía estoy naciendo.
No dejes que me arranque los pétalos,
no los necesita para saber que te quiero.
Sabes que siempre diré que sí
con todo mi cuerpo.
Dime,
¿dejarás que me convierta en rosa
o prefieres enterrarme en nieve?
Parece que quiere llegar el invierno.
Será que estás a punto de irte.
NADÉ TANTO QUE ME AHOGUÉ
Nadé tanto aquella noche en tus ojos azules
que desperté náufraga en tus manos
e intenté guiarme por tu cuerpo hasta tu mente
y conseguir que me desvelases tus secretos.
Hallé tantas cosas en mi camino,
cuando nos cruzamos,
que los versos eran escasos para describir
todo lo que tus manos me iban dando
y quitando.
Corrí tanto hacia ti
que mis pies quisieron rendirse
y se desplomaron en el suelo
metros antes de la meta de tu cuerpo,
mientras mis manos suplicaban más.
Viví tanto dentro de tu pecho
que cuando no latiste por mí me sentí extranjera
de tu piel y, aunque quise volver a pertenecerte,
tus costillas ya se habían hecho de cieno.
Nadé tanto que me ahogué
entre besos e incertezas.
¡Cómo olvidar la vez que te vi desnuda
justo antes de salir por la puerta
con mi corazón a medias,
con mi pecho en ayunas
y sin ganas de volver a respirar
si no era por ti!
Nadé tanto que me ahogué
pensando que, quizás,
tú me salvarías.
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