Kitabı oku: «Turbulencias y otras complejidades, tomo I», sayfa 5

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Un mundo de información creciente

Vivimos un mundo crecientemente informado, un mundo en el que la información crece a ritmos descomunales. Sin embargo, contra todas las apariencias, la razones no son culturales, científicas o tecnológicas, por ejemplo. Las razones hay que buscarlas en la física.

En efecto, la base para comprender el tema se encuentra en dos planos distintos, pero paralelos. De un lado, en la termodinámica, y de otra parte en la teoría de la información de C. Shannon.

El contenido de información de un evento depende de cuán sorprendidos estamos por la probabilidad del evento que ocurre. Más exactamente, cuanto más sorprendidos nos encontramos, mayor información contiene el evento. Así, por ejemplo, los eventos predecibles, normales, anticipables; digamos incluso, los eventos aburridos –todos ellos– contienen poca información. Por el contrario, cuanto más sorpresivo es un acontecimiento, mayor información contiene. La cantidad de la información del mundo es directamente proporcional a la sorpresa, la aleatoriedad, en fin, la baja probabilidad del evento.

Pues bien, en un mundo crecientemente interrelacionado, un mundo que, literalmente, se ha vuelto pequeño en virtud de la información cruzada e interdependiente; en otro plano, en un mundo en el que los saberes se implican recíprocamente unos a otros y en el que los planos y los contextos son cada vez menos disyuntos, en un mundo semejante, eventos cada vez más improbables emergen. Y con ello, ganamos en información.

En verdad, cuando el mundo era de suma cero, una cantidad de información no tenía alcances globales y de largo alcance. Por el contrario, una vez que vivimos un mundo diferente de suma cero –ahora que nos encontramos en la cuarta revolución industrial–, eventos cada vez menos probables emergen y contienen información creciente, previamente inesperada e inaudita.

Los sistemas vivos procesan información análogamente a como el universo mismo es un sistema de permanente procesamiento de información. Pues bien, la segunda ley de la termodinámica –el principio de entropía de Boltzmann– sostiene que un sistema evoluciona al estado de máxima información en el que ya no es posible ganar más información, ni más información puede ser ya contenida (almacenada).

Pues bien, la entropía es la medida de aleatoriedad de un sistema. En otras palabras, cuando mayor es la entropía de un sistema, mayor información tiene o lleva el sistema en consideración.

De manera puntual, la segunda ley de la termodinámica afirma que un sistema físico alcanza la muerte cuando alcanza el máximo desorden. Esto es, cuando alcanza tal grado de saturación de información que ya no puede con ella; ya no puede procesarla. Dicho franca y literalmente: el sistema ya es incapaz de aprender más. Entonces llega la muerte.

Un investigador importante sostiene que la vida no termina cuando existe poca o baja energía libre disponible. Por el contrario, más exactamente, la vida termina cuando existe una sobredosis de información que ya no se puede procesar. La información creciente es una sola y misma cosa con la generación de entropía, que implica pérdida, agotamiento, incapacidad de procesamiento de información.

Pues bien, el procesamiento de información es computar. Solo que en medicina, en biología y en ciencias de la vida, la forma como se entiende la computación es como metabolización. Hay organismos que metabolizan muy lentamente y otros que metabolizan más rápidamente. Hay organismos que necesitan ayudas para metabolizar y hay otros que metabolizan sin dificultades, aprenden, se adaptan, son triunfantes en el entorno.

El universo se encuentra constantemente sometido a cambios bruscos, imprevistos, irreversibles. Y cuanto más improbable es un acontecimiento, mayor información hay. Inversamente, cuando menos improbable es un suceso, menor información existe. Pues bien, las dinámicas del universo, la naturaleza y la realidad se ven muchas veces sometidas a cambios bruscos, que es cuando aparece información creciente. Entonces la naturaleza debe tener la capacidad de procesar dicha información inesperada. En esto consiste la aleatoriedad, la contingencia, el azar.

El motor de la historia como el motor del universo no es la existencia de fenómenos de alta probabilidad. Por el contrario, el motor de la vida y la realidad es la aleatoriedad, no el determinismo, que es cuando existen fenómenos, sistemas y comportamientos de muy baja probabilidad, pero que tiene o llegan a tener lugar.

La ciencia en general se alimenta de sorpresas, y el asombro fue ya reconocido por los griegos antiguos como la madre del conocimiento. Cuando somos capaces de asombrarnos, cuando emerge la exigencia de procesamiento de información nueva. Y en consecuencia, la exigencia de un mejor procesamiento de la información.

Un científico importante sugirió la siguiente fórmula: “It comes from bit comes from qubit”, que significa que las cosas son, en realidad, unidades de información (no entes físicos por sí mismos), y que, a su vez, las unidades de información se fundan en información cuántica (qubit).

La información cuántica no es información de “o una cosa o la otra”, sino “las dos cosas a la vez, así sean diferentes”. Pues bien, a la fecha, el mejor modo de explicar el procesamiento de información es mediante la computación cuántica. Que es, según todo parece indicarlo, la forma como el universo y los sistemas vivos procesan información: desde las células hasta los órganos, desde las interacciones de unos organismos con otros hasta las dinámicas de biomas, nichos ecológicos y ecosistemas. Que son los lugares y formas como la información aumenta, crece, evoluciona.

Y entonces nos enfrentamos al más fabuloso de todos los dilemas: cómo procesar información creciente. En esto consiste exactamente la complejidad del mundo, la naturaleza, la sociedad y la realidad.

La lucha por la medalla de oro en ciencia, y en filosofía

Los griegos antiguos crearon la comedia y la tragedia. El drama fue un invento posterior. Pues bien, la tragedia en ciencia –como en filosofía– es que solo existe medalla de oro. En ciencia no existe medalla de plata, medalla de bronce, diploma de participación o premio de consolación.

La medalla de oro consiste en que solo se puede pensar aquello que no ha sido pensado, no se puede descubrir aquello que ya ha sido descubierto y no se puede inventar lo que ya está inventado. Esto significa, literalmente, que en la carrera de la ciencia, solo gana quien llegue primero. Y como en todas las carreras de largo aliento, ello implica mucha preparación propia, pero también mucha estrategia y conocimiento de los contendores, tanto como considerar imponderables de última hora (el azar).

La historia de la ciencia, de una ciencia y disciplina a otra, está plagada de ejemplos de atletas (del pensamiento y la investigación) que llegaron segundos o terceros y nunca lograron ganar una medalla de oro, que bien hubieran podido merecer. El factor tiempo juega un papel crucial en la investigación y en la publicación de los resultados.

En ciencia, el proceso investigativo permite y exige al mismo tiempo adelantar avances de investigación. Pero dichos avances deben ser de tal índole que la “gran sorpresa” (si existe; cuando existe) no deba ser anticipada con obviedad antes justamente del anuncio de la misma. Esta es una situación difícil, que en la práctica se dice fácil, pero resulta más complicada de llevarla a cabo.

El gran producto de la investigación –latu sensu– debe poder ser adecuadamente ponderado, de suerte que la publicación del mismo, en forma de artículo o de libro, por ejemplo, tenga lugar en el mejor de los momentos y de los canales posibles. Muchas veces es posible anticipar, si no esta línea de acción, sí, por lo menos, el umbral mínimo posible para que ello tenga lugar.

Es aquí exactamente cuando tiene lugar la especificidad de la ciencia, a saber: tiene canales específicos, propios, y hay que saber elegirlos. Es lo que los estadounidenses llaman, apropiadamente, “The right man in the right place”, una expresión que simple y llanamente denota la buena combinación de fortuna y oportunidad con estrategia y disciplina de trabajo.

Existen muchas forma en que se expresa la medalla de oro en ciencia –o en filosofía–, pero la más determinante es la adscripción de un idea original, un descubrimiento anodino o una invención inaudita a alguien. Los premios, si los hay o si los llega a haber, son simplemente el producto derivado del reconocimiento de que “X descubrió que Y”, por así decirlo. O que “la idea A fue originalmente formulada por B”.

Si el gran premio para un artista es un aplauso cerrado y acaso sostenido en el tiempo –y si se puede con ovación y todo–, para los pensadores y científicos el equivalente es el reconocimiento explícito de haber formulado con originalidad una idea, un invento o un descubrimiento.

Desde luego que siempre habrá antecedentes, una historia o prehistoria del logro alcanzado. Ese no es el punto. Cuando alguien es grande, existe explícitamente el reconocimiento de deuda a otros. Como Newton: sobre hombros de gigantes. Aunque claro, siempre puede haber excepciones a esta regla de nobleza e integridad intelectual (como es el caso propio de Heidegger, o de Habermas, entre otros).

Es suficientemente sabido que el mundo de la ciencia en general es un mundo de grandes egos. Pero una explicación parcial es justamente la medalla de oro que está en disputa. La verdad es que son siempre, por definición, para cada quien, muchos los competidores. Y cada uno mejor que el otro. Con todo y que siempre puede existir o aparecer un “novato” que salga con una idea, invención o descubrimiento que pueda ser sorprendente. Y que es generalmente lo que sucede.

La ciencia no avanza tanto por quienes ya son insiders, sino, muchas veces, por outliers y newcomers, que llegan con bríos, enfoques, aproximaciones y logros que pueden, al traste, lo que otros más avanzados en edad y en trabajo ya habían logrado. También la historia de la ciencia es abundante en ejemplos y casos al respecto.

La peor de las tragedias para un científico o filósofo consiste en el hecho de que un logro propio no se le reconozca como tal. No es ni siquiera que alguien le robe una idea, pues esta clase de fechorías siempre terminan por ser descubiertas. Robos existen todos los días, y malas apropiaciones de ideas. Esto es, casi, pan de cada día. Pero un gran logro es la gran apuesta, por así decirlo, de quien ha dedicado muy largas noches y días a elaborarla y, al cabo, escribirla y publicarla.

Porque, desde luego, la ciencia –como la filosofía– solo se hace, desde hace mucho tiempo, escribiendo y publicando. Solo que hay que saber hacerlo, y este es un arte que se aprende con el tiempo; o con un muy buen golpe de suerte. Que también existe. (En la época laica, la diosa Fortuna ha terminado siendo subvalorada. Casi todas las culturas y civilizaciones clásicas cuentan entre sus dioses al equivalente de la diosa Fortuna. “Suerte”, dirían las gentes hoy en día)

La ciencia –al igual que la filosofía– es un asunto de mucha disciplina y pathos personal. No una cosa más que la otra. Se trata de ese pathos y disciplina que se convierten en un estilo de vida, no simplemente en un trabajo o una labor.

Hacer ciencia –o filosofía– es una cosa sumamente difícil, porque solo existe medalla de oro. En todas las otras prácticas, oficios, actividades no necesariamente se tiene que ser el mejor. Existen legiones de profesores, y los hay muy buenos, excelentes incluso. Y hay también legiones de científicos, inventores, descubridores, pensadores. Aquellos llevan a cabo una labor fundamental, a saber: contribuir a la apropiación social, a la divulgación del conocimiento. Jamás podremos pagar suficientemente la deuda con ellos. Pero es que hay, además, la legión de quienes se dan a la tarea de crear –ideas, conceptos, modelos, teorías, ciencias–. Para estos solo hay medalla de oro. Aunque no todos puedan ganársela, e incluso no en franca lid, como juego limpio (fair play).

Una breve nota de antropología de la ciencia

Es un hecho establecido que en la ciencia y en la metodología normal, se habla: a) de El método científico (como si no fueran posibles otros, varios, múltiples), y b) de El método científico como consistente en observación, descripción, formulación de hipótesis, verificación o contrastación o falsación de la hipótesis con la experiencia, y entonces formulación de un modelo o de una teoría acerca de los fenómenos. Hasta aquí nada nuevo.

La pregunta que surge es: ¿qué explica, por qué razón se asumió desde la modernidad que el método científico consistía o consiste en estos pasos? La antropología aporta luces que permiten entender el mito fundacional de la ciencia clásica y normal imperante.

Cada época desarrolla la ciencia que puede y, al mismo tiempo, cada época desarrolla la ciencia que necesita. Pues bien, sin ambages, toda la ciencia moderna, desde Bacon hasta Pasteur, desde Vesalius hasta Galileo, desde Leeuwenhoek hasta Newton, por ejemplo, o también, desde Descartes hasta Adam Smith, es la ciencia de la burguesía como clase social en ascenso. Esta burguesía triunfará políticamente en 1789 y económicamente con la Revolución Industrial.

Si hemos de creer a dos fuentes distintas, pero cercanas, de acuerdo con Hegel en su libro Fenomenología del espíritu (1807) y a Marx en Contribución a la crítica de la economía política (1959), la burguesía no hace nada: simplemente paga para que los campesinos o los obreros hagan el trabajo. De forma habitual, un burgués no sabe coser un botón, no sabe cultivar la tierra o preparar un plato en la cocina, no sabe reparar una máquina, bañar un perro o cuidar de una vaca. Y es que no necesita saberlo porque tiene el capital que le permite pagar por el trabajo. Trabajo físico o intelectual que otros hacen.

El burgués de la modernidad temprana, mediana y tardía sencillamente observa pasar el mundo; observa los acontecimientos, incluso, si se quiere a distancia, y los describe. Desde la comodidad de su estudio, de su casa o de su hacienda, formula hipótesis y demás, pero jamás se ensucia las manos. La ciencia moderna genera una conciencia epifenoménica; es justamente la conciencia de la burguesía, en el sentido cultural, social e histórico de la palabra.

Precisamente por esta razón, el método científico nació y se estableció de la forma como se ha transmitido hasta la fecha.

El método científico nace como resultado de la mentalidad fisicalista producto del triunfo de la mecánica clásica y se corresponde perfectamente con la mentalidad deductiva o hipotético-deductiva que caracteriza a la civilización occidental: “si los hechos no se ajustan a mi modelo o a mi teoría, tanto peor para el mundo”. Los modelos jamás fallan; es, en el peor de los casos, la comprensión y la aplicación de los modelos –por parte de otros– lo que falla. La economía y las finanzas son un ejemplo conspicuo al respecto.

El mundo se observa a la distancia, y la distancia y el distanciamiento son justamente lo que da origen a la actitud, al método y a la aproximación del mundo propio de la ciencia moderna. Al fin y al cabo, la perspectiva, descubierta originariamente por Brunelleschi, implica el hecho cultural, científico y social de que cada quien tiene su (propia) perspectiva. Esto es, su punto de vista.

Así, la burguesía, contra el peso de la Iglesia en el medioevo, descubre que una perspectiva sobre el mundo y la realidad es posible, y ello va intrínsecamente ligado al descubrimiento del individualismo. Cada quien tiene su punto de vista. Y eso es respetable, se dice.

De consuno, el método científico permite y garantiza la objetividad y la universalidad de la ciencia, de los experimentos, de los argumentos. Que es justamente el fundamento de todo el mundo moderno. Y del mundo normal vigente a la fecha.

De esta suerte, el método científico se erige en canónica frente a los razonamientos tanto como frente a los fenómenos y los hechos. De partida, la primera afirmación fuerte de la conciencia moderna es el reconocimiento de los hechos, de los fenómenos: facts-data. Sin datos es imposible hacer ciencia, y los datos son susceptibles de observación y descripción, y demás.

De esta suerte, la forma normal de hacer ciencia es tomando distancia de los fenómenos, y sí, justamente, observándolos, describiéndolos y los demás pasos. Dicha ciencia y método garantiza varias cosas, así: en primer lugar que la prerrogativa de la buena conciencia consiste en observar y explicar el mundo y que, por tanto, es la prerrogativa de la buena ciencia formular modelos acerca de la realidad y la naturaleza. La capacidad comprensiva y explicativa del modelo define exactamente la realidad misma de los fenómenos.

Pues bien, la conciencia epifenoménica, fundante de El método científico es, al mismo tiempo, una conciencia distante e indolente del mundo. Como lo pusieron de manifiesto gente como I. Prigogine y S. Kauffman, desencantó el mundo. El mundo se volvió, simple y llanamente, un amasijo de hechos, datos, observaciones y modelos; y en el mejor de los casos, de teorías subsecuentes.

Una conciencia semejante no se compromete con el mundo ni con nada, porque ya tiene sus intereses creados, sus zonas de confort y sus ganancias aseguradas de antemano. La indolencia, el desapego y el desafecto son las consecuencias necesarias del método científico. “Que al mundo le duela lo que le haya doler, porque la ciencia es objetiva y universal”. Lo cual, en realidad, no es sino la traducción epistemológica de la más cara de las consignas de los poderes e imperios: “dura es la ley, pero es la ley”, desde los romanos.

Por lo demás, el desencantamiento del mundo vuelve psicótico al universo del conocimiento: es exactamente la idea de las dos culturas; las ciencias de un lado y las humanidades de otro.

Como se aprecia, la antropología de la ciencia permite comprender el más apasionante de los fenómenos científicos, metodológicos y semánticos actuales, en curso: nos encontramos en medio de una auténtica revolución científica, en donde emergen muy buenas razones y dudas frente a la idea de un método científico único, y del estatuto de dicho método.

La historia en el futuro inmediato pondrá de manifiesto lo que pueda suceder de la revolución científica en curso en la que nos hallamos todos, inmersos. Entonces, la propia antropología de la ciencia habrá cambiado, junto al cambio mismo de la ciencia y del mundo.

Las nefastas consecuencias de la metafísica

La metafísica es un asunto que aparentemente interesa solo a los filósofos, pero cuyas consecuencias se sienten en toda la sociedad y por toda la cultura.

La metafísica instaura, ya en los comienzos de esta civilización occidental, la división entre teoría y práctica. Y de consuno, enseña a pensar en términos analíticos –esto es, mediante división, segmentación, fragmentación–, así como a clasificar y jerarquizar el conocimiento y a la naturaleza entera. Entonces la sociedad aprendió a clasificar y a categorizar todas las cosas. Como si fuera algo natural.

Más allá de las particularizaciones técnicas de la metafísica – por ejemplo la preocupación por el to on he ion, o acaso también por el to ti en einai–; más allá de los accidentes que afirman que la metafísica se debe a un capricho de un tal Andrónico de Rodas; más allá de que los filósofos hayan afirmado durante milenios que la metafísica es el tronco del árbol del conocimiento, lo cierto es que todas las áreas que alguna vez formaron parte de la misma se han independizado con el curso de los tiempos.

Así, por ejemplo, nació la lógica sin metafísica (una expresión precisa de E. Nagel, un lógico conspicuo); nacieron todas las ciencias sociales y humanas, y la propia física y las ciencias naturales, la última vez que usaron el mote fue justamente con Newton cuando habló de una “filosofía de la naturaleza”. Nació la estética y también la historia al margen de la metafísica y la ontología, y adquirieron, todas, un estatuto social y un estatuto epistemológico propio. En fin, todos los campos que alguna vez formaron parte de la filosofía, sin más, se independizaron de la misma. (Todos menos uno: la ética; pero esto es tema de otro texto aparte). Sin embargo, el estilo de pensamiento (mindset) de la metafísica permaneció.

Todo comenzó antes de Aristóteles, con Platón. En su lucha, siempre bien justificada, contra los sofistas, la palabra más repetida en toda la obra de Platón es horismós; esto es, distinción, distingamos. Y se establecieron distinciones de conceptos, de planos, de contextos.

Al fin y al cabo los sofistas –cuya expresión contemporánea son los populistas, los de izquierda o los de derecha– siempre han mezclado todo, hacen un batiburrillo mental, tienen una inmensa capacidad retórica y van confundiendo a las gentes con cosas que nada tienen que ver unas con otras, mezclando lo que se puede mezclar, uniendo lo que no tiene el caso unificar.

Y entonces Sócrates-Platón insiste: separemos, distingamos, no confundamos, vayamos por partes. Las tiranías y dictaduras de toda clase siempre han encontrado en las funciones del lenguaje armas más idóneas y han armado guerras y conflictos, y alcanzado o conservado el poder a fuerza de palabras que-no-dicen-cosas, alterando los hechos, torciendo los fenómenos y la realidad. Al fin y al cabo, las gentes incautas, siempre han confundido retórica y verbalidad con inteligencia; pues así fueron acostumbrados desde hace mucho tiempo.

La metafísica murió como ciencia, pero permanece aún como estilo de vida y de pensamiento. Y se cuela por las rendijas de la cultura y las disciplinas, haciéndole, finalmente, todos los favores que los violentos, los superficiales (mafiosos de todo tipo, por ejemplo) y los detentadores del poder desean.

En el mundo de la ciencia, permea la metafísica al distinguir entre investigación básica e investigación experimental o aplicada; o al creer que el análisis es la forma natural del pensamiento humano, olvidando las síntesis, y los juegos libres; o al insistir, de tantas maneras y con tantos mecanismos, que el mundo, la realidad, la naturaleza y la sociedad deben jerarquizarse y clasificarse en compartimentos, con cualesquiera denominaciones y justificaciones. Como si la vida misma fuera un aparataje de vitrales y mosaicos, y la luz de la naturaleza fueran esos artificios de vitrales.

Y entonces se establecieron, de manera consolidada, las divisiones de géneros literarios, y se afirmó que había formas de conocimiento, de expresión y de pensamiento más dignos que otros. Cuando, en realidad, las divisiones y clasificaciones del conocimiento se traducían en verdad en clasificaciones y divisiones entre los seres humanos. Como si, ulteriormente, hubiera unos seres humanos más dignos que otros; a saber: justamente aquellos que disponían de los conocimientos mejores y más elevados.

En consecuencia, se le enseñó a toda la tradición a pensar en términos de fundamentos. Y es que en eso exactamente consiste la metafísica. Como dicen los filósofos técnicos: meditationes de prima philosophia. Y todos los saberes y conocimientos buscaron y demandaron de fundamentos. Por definición, fundamentos absolutos, de los cuales no cupiera dudar. La metafísica hizo fundamentalistas a los seres humanos. Y la historia subsiguiente ya es conocida, hasta la fecha.

Y toda la historia desde entonces se asumió en los términos mencionados; justamente, como algo normal, algo que va de suyo: categorizar, fundamentar, clasificar, separar, dividir, jerarquizar. Y, sobre todo, identificar la esencia de la apariencia. Lo demás fue compartimentar todos los conocimientos, saberes, prácticas y, por tanto, formas de vida.

No obstante, lo apasionante de la ciencia y el conocimiento de punta en el mundo es que estamos aprendiendo a reconocer la insubsistencia de esa tradición y aseveraciones. En suma, estamos aprendiendo a pensar y a vivir sin metafísica, ni siquiera como estilo de pensamiento. En esto consiste, exactamente, la revolución científica y cultural en curso, incipiente, pero segura; joven, pero aventada. Vivimos los albores de nuevos estilos, formas, modos y contenidos de pensamiento. Y, por tanto, de vida y de relaciones con el mundo y la naturaleza. Los indicios son claros, los signos son contundentes, los trazos están definidos, aunque inacabados.

Pensar y vivir sin metafísica, en toda la línea de la palabra, significa vivir y pensar sin deudas con el pasado. Sin deudas que no son, por lo demás, nuestras, sino heredadas de tradiciones cada vez más distantes. Los mayores han pagado las deudas que, por lo demás, no les correspondían; los jóvenes pueden lanzarse a soñar, imaginar y crear mundos nuevos y mejores. ¿Y la metafísica? Quedará como una palabra, un referente que ya no es, en modo alguno, necesario hacia futuro.

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