Kitabı oku: «Perspectivas pragmáticas», sayfa 3

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Es como cuando miramos la cabina de una locomotora: hay allí manubrios que parecen todos más o menos iguales. (Esto es comprensible puesto que todos ellos deben ser asidos con la mano10). Pero uno es el manubrio de un cigüeñal que puede graduarse de modo continuo (regula la apertura de una válvula); otro es el manubrio de un conmutador que sólo tiene dos posiciones efectivas: está abierto o cerrado; un tercero es el mango de una palanca de frenado: cuanto más fuerte se tira, más fuerte frena; un cuarto es un manubrio de una bomba: sólo funciona mientras uno lo mueve de acá para allá.

La variedad de empleos que tienen las palabras, se ha dicho, tiene o corresponden a una fuerza ilocucionaria que en últimas tiene por finalidad una reacción, respuesta, alteración, modificación, o como quiera llamársele. En todo caso, consciente o inconscientemente, Wittgenstein está anticipándose a lo acuñado por Austin como perlocucionario. Wittgenstein se anticipa a este acierto del anglosajón a través del desarrollo que continuó abonando a su metáfora de la caja de herramientas; por favor, recuérdese la cita sobre la caja de herramientas (Wittgenstein, 1986: §11) y añádansele los siguientes pasajes, el primero de comienzos de la década del treinta, el segundo corresponde a los cuarentas:

Piensen en las palabras como instrumentos caracterizados por su uso y piensen entonces en el uso de un martillo, el uso de un escoplo, el uso de una escuadra, de un bote de cola y de la cola. (Es más, todo lo que aquí decimos no puede ser comprendido más que si se comprende que con las frases de nuestro lenguaje se juega una gran variedad de juegos: dar y obedecer órdenes; hacer preguntas y contestarlas; describir un acontecimiento; contar una historia imaginaria; contar un chiste; describir una experiencia inmediata; hacer conjeturas científicas; saludar a alguien, etc., etc.). (Wittgenstein, 1984, pp. 101-102).

Imagínate que alguien dijese: “Todas las herramientas sirven para modificar algo. Así, el martillo la posición del clavo, la sierra la forma de la tabla, etc.” –¿Y qué modifican la regla, el tarro de cola, los clavos? –”Nuestro conocimiento de la longitud de una cosa, la temperatura de la cola y la solidez de la caja” (Wittgenstein, 1986: §14).

Por último, en la construcción de esta metáfora, Wittgenstein se cuestiona qué se gana al hacer este tipo de asimilaciones, a saber, (i) palabras análogas a herramientas y (ii) las herramientas producen modificaciones, que, por definición, forzosamente deben también causar las palabras. (ii) Es una obligación que se da a partir de la analogía en (i). Nosotros sostenemos que lo ganado por medio de la asimilación palabra-herramienta es justamente el aspecto ético del lenguaje. Las modificaciones producidas con las palabras-herramientas implican al otro (destinatario) que es afectado con la acción lingüística del sujeto enunciante. Al otro se le puede afectar positivamente con expresiones como “¡Bravo!”, “¡Viva!”, ¡Hurra!”; o negativamente con “¡Buhhh!”. Pero incluso la misma expresión “¡Bravo!”, puede ser perjudicial cuando es proferida para motivar a alguien con el fin de que haga el ridículo. En este instante no se reconoce al otro como un intersujeto ubicado en la misma jerarquía del emisor, sino que se le instrumentaliza. Esto puede percibirse ya en el trabajo de Wittgenstein de 1932, donde se hallan los principios para una interpretación semejante; no obstante, la interpretación aquí presentada se aleja de la dirección psicologizante que le quiere imprimir el filósofo:

Las oraciones que enunciamos tienen un propósito definido, deben producir efectos particulares. Son partes de un mecanismo, tal vez un mecanismo psicológico, y las palabras de las oraciones son también partes de ese mecanismo (palancas, engranajes, etc.). El ejemplo que parece explicar lo que aquí estamos pensando es un aparato automático de música, una pianola. Contiene un cilindro, rodillos, etc., sobre los cuales se encuentra escrita la pieza de música en algún tipo de notación (posición de perforaciones, clavijas, etc.). Es como si estos signos escritos dieran órdenes que luego fueran ejecutadas por las teclas y los martillos (1992: §33).

La idea citada continúa hacia una dirección bastante interesante y es la conocida teoría austiniana de los actos realizativos felices o infortunados; a partir de lo que Wittgenstein va a deducir que el sentido de los enunciados debe hallarse especialmente en el propósito, en la fuerza ilocucionaria. La performativa que trae consigo el hecho de producir enunciados, no se satisface en el hecho simple y llano de articular sonidos. Para considerar que el acto se ha llevado a cabo, exitosamente, es necesario atender a otra serie de circunstancias extralingüísticas, v.gr., que los agentes de los enunciados sean los autorizados (quien bautiza sea un padre), que estén diciendo la verdad (que sinceramente se piense en pagar la apuesta), que el contexto sea el acorde (no responder “sí, juro”, a la entrada del teatro cuando se está solicitando el tiquete de entrada), etc. Ya que además de la emisión, es necesario que ésta se lleve a cabo bajo las circunstancias apropiadas para que logre su realización (performatividad, performance), y así alcance el estatus de enunciación. Austin muestra las condiciones o factores necesarios para que sea de esa forma. Para comenzar afirma que es necesario que el enunciado se haga a través de una emisión que puede ser “afortunada” (happy) o “desafortunada” (unhappy) según se cumplan o no las condiciones necesarias para su realización. Dichas condiciones son:

A.1) Tiene que haber un procedimiento convencional aceptado, que incluya la emisión de ciertas palabras por parte de ciertas personas en ciertas circunstancias. Además,

A.2) en un caso dado, las personas y circunstancias particulares deben ser las apropiadas.

B.1) El procedimiento debe llevarse a cabo por todos los participantes en forma correcta, y

B.2) en todos los pasos.

C.1) Quienes participan deben tener en los hechos los pensamientos o sentimientos que dicen poseer; o deben estar animados por el propósito de conducirse de la manera adecuada, y, además,

C.2) tienen que comportarse efectivamente así en su oportunidad (Austin, 1998, p. 56)

En concordancia con estas condiciones, el acto lingüístico llega a ser afortunado o no. Así, los infortunios (infelicities) se pueden entender como aquellos casos en que una emisión lingüística resulta desafortunada cuando “algo sale mal” en el realizativo, donde uno o más de aquellos factores no se cumplen satisfactoriamente y, por lo tanto, el acto es un fracaso. Los infortunios pueden darse por varios motivos u omisiones en cuanto a las condiciones mencionadas, de modo que sea necesario explicar y nominar estos casos11.

La noción de infortunio no se limita a los realizativos, tiene un alcance mayor, en especial en los actos convencionales (conventional acts), en los actos que poseen el carácter general de ser rituales o ceremoniales. Además de ser aplicado a los actos convencionales y a los realizativos, la noción de infortunio puede ser también utilizada o extendida a los enunciados que manifiestan la existencia de algo que no existe, lo que resultaría nulo o falso. También es necesario tener en cuenta que, como al emitir realizativos que están efectuando acciones, las acciones lingüísticas (speech acts) están expuestas a toda la gama de deficiencias a las que se supeditan las acciones en general. Además de las deficiencias que pueden tener los realizativos como acciones, están las deficiencias que pueden tener como emisiones. Se le suma a esta reflexión sobre el infortunio, el caso en que se produzca una “mala comprensión” (misunderstandings), para lo cual es necesario que exista alguien que escuche el realizativo y que ese alguien entienda, o no, aquello que se le quiere comunicar.

La forma en que Wittgenstein vincula la teoría austiniana de los realizativos felices o infortunados es a través de la insistencia de la metáfora de las herramientas; ahora aplicada a la pianola, por lo que permite sin dificultades dar continuidad a la plasticidad del lenguaje. Por otro lado, se intenta demostrar el horizonte resolutivo de la analogía herramientas-palabras. El autor mismo está afirmando que las palabras, y en rigor las emisiones, al igual que las herramientas comporten el propósito de modificar “algo”; un “algo” que en el plano lingüístico debe entenderse como producción de efectos particulares en el interlocutor. Por ejemplo, Wittgenstein advierte que no es suficiente con comprender el uso de una palabra para considerar que se comprende su propósito, ya que “con “propósito” nos referimos aquí al papel que [la] palabra juega en la vida humana” (1992: §32).

Atendiendo a este aspecto en particular del uso del lenguaje, surgen las conocidas éticas del discurso, las máximas comunicativas, las retóricas clásicas y modernas, los postulados acerca de la otredad y el intersujeto, en fin, toda la gama de teorías de la acción comunicativa. Finalmente, el lenguaje no sólo es una herramienta para modificar al interlocutor (acción perlocucionaria, o en sentido negativo, acción estratégica), sin que a su vez modifique al productor de sentido, es decir, el locutor también es susceptible de afectación a través del discurso. El hombre al ser un homo loquens es un sujeto semiótico inmerso en el signo discursivo, por lo tanto no existe hombre alguno que sea inmune a sus efectos. Además, el que llegara a existir un persona semejante sería la demostración de que el lenguaje es una herramienta exterior, ajena, exógena, al hombre mismo; cuando el lenguaje le es intrínseco. Por estas razones, Rorty realiza una salvedad que resulta absolutamente pertinente en estos momentos:

Debemos cuidarnos de no parafrasear esta analogía de modo que sugiera que se puede separar la herramienta, El Lenguaje, de sus usuarios, e inquirir su “adecuación” para lograr nuestros propósi tos. Al hacer esto último presuponemos que hay algún modo de exi liarse del lenguaje para compararlo con alguna otra cosa. Pero en modo alguno se puede pensar sobre el mundo o sobre nuestros propósitos sin emplear nuestro lenguaje. Uno puede usar el lenguaje para criticar lo o para ampliarlo…, pero no puede ver el lenguajeen-su-conjunto en relación con alguna otra cosa a la que se aplica o para la cual es un medio con vistas a un fin (Rorty, 1996a, pp. 25-26).

El lenguaje no discurre al margen del hombre: justamente el que el hombre sea un sujeto socio-semiótico quiere decir que se constituye plenamente en ser humano, gracias a la incorporación a un lenguaje. El homo loquens es un sujeto que se halla embebido dentro del juego lingüístico, que ha aceptado sus reglas y aprovecha y disfruta de sus usos, esto es, le saca partido a su plasticidad. Todo hablante también es un creador de lengua. Por lo tanto, aceptar que los juegos de lenguaje son palabras entramadas con acciones, es aceptar que Austin comulga con el vienés cuando afirma que hablar es mucho más que proferir cadenas sonoras, es producir actos. La condición performativa, y ya no constatativa del lenguaje humano, posibilita hacer cosas con palabras. Este sentido pragmático en que se están entendiendo el juego de lenguaje y el acto de habla, es el que devela las prácticas y convenciones sociales; puesto que, recordemos, los hombres concuerdan en el lenguaje. Hablar es indisociable de las prácticas, intenciones y reglas sociales, por lo tanto, al hablar se da cuenta de la forma de vida de una comunidad. En este marco e inspirada en el vienés, Victoria Camps (1976, p. 31) afirma que la perspectiva pragmática tiene por objeto los modos de actuar y comportarse, que se realizan por medio del lenguaje y que generan una serie de actos de habla:

El estudio del lenguaje se convierte entonces en estudio de la actuación lingüística del hombre, del manejo de un instrumento por parte de unos individuos cuyas situaciones no son nunca idénticas, cuya historia y carácter ofrecen particularidades que inevitablemente se reflejan en su modo de hablar (Camps, 1976, pp. 29).

En este marco, Dascal (1999, p. 29) propone que “las acciones lingüísti cas tienen por objetivo normal servir de vehículo a las intenciones comunicativas”. Así las cosas, la pragmática llega a ser no sólo lingüística (al estudiar las estrategias lingüísticas comunicativas, a la manera como lo hizo Austin en su clasificación de verbos realizativos), ni filosófica (al describir los campos semánticos y contenidos de pensamientos que se transmiten en los usos del lenguaje, a la manera del artículo Der Gedanke, de Frege), sino también ética (porque, como dice Austin, los actos de habla se producen y entienden cuando hay convenciones, y existen convenciones porque, según Searle, ellas provienen de las normas, y finalmente, porque se puede hacer del lenguaje un instrumento para desconocer al otro o, al contrario, para interactuar con ese otro como con un par, empleando así una razón dialógica y generando una ética comunicativa).

Notas al pie

1 No deja de sorprender que Chomsky haya producido (v) cuando conocía los postulados de Hymes (1972, 1974).

2 Utterance fue traducido por Carrió y Rabossi como “expresión” (la versión castellana de How to do Things with Words, en la editorial Tecnos); no obstante, Alfonso García Suárez prefiere traducir utterance por “emisión”, pues considera que “expresión” es un mejor traducción de phrase, esto es, la diferencia entre phrase y utterance es que la primera no es una oración propiamente dicha, phrase se acerca a la noción de sintagma. Utterance, por su parte, ya es un unidad completa en sí misma, tanto así que Suárez deja el título de “Emisiones realizativas” para su traducción de las primeras conferencias de How to do Things with Words, que aparece en La búsqueda del significado (Valdés –edit.–, 1991).

3 La autora continúa su exposición afirmando que Lakoff tiene por base dos reglas: “1. Sea claro y 2. Sea cortés; la segunda de ellas prevalece sobre la primera y se articula en las reglas 1. No te impongas. 2. Ofrece alternativas. 3. Contribuye al bienestar de tu interlocutor –sé amigable-–” (Bertuccelli, p. 95).

4 Sin embargo, queda claro que dentro de la naturaleza de la lingüística filosófica no se halla la perspectiva psicologizante, que también fue rechazada por Husserl, y que Apel y Habermas critican tanto al segundo Searle, y por supuesto también deja por fuera Wittgenstein (1992: § 64), cuando dice que los pensamientos no son perlas dentro de un cofre (=mente) y que la vela un misterio.

5 “Philosophic problems are intimately connected with language and somehow emanate from it.” “Linguistic Philosophy is conceived not merely as a therapy or euthanasia, but also as prophylaxis, and as a prophylaxis against a necessarily ever-present danger.” (Traducción libre mía).

6 Por ejemplo, el carácter “desentrecomillador” de la convención T de Tarski, según ésta, una teoría de la verdad sobre un lenguaje formal tiene la forma “P” es verdadera en L (el lenguaje formal), si y sólo si, P, y “si y sólo si” quiere decir en últimas que P es una oración cualquiera de L. ello se debe a que la teoría de la verdad se formula tomando como metalenguaje el mismo lenguaje que ella tiene por objetos de estudio. En otras palabras, el esquema de la definición de Tarski para la explicación tiene la estructura “El enunciado ‘p’ es verdadero si y sólo si p”. Tómese el siguiente caso: “El enunciado ‘el gato está sobre el sofá’ es verdadero si y sólo si el gato está sobre el sofá”. No obstante, Apel cuestiona ¿cuál es el caso que afirma que el gato se halla sobre el sofá? Es decir, ¿cuándo se da efectivamente el caso para la proposición “el gato se halla sobre el sofá? Este cuestionamiento, de base, pregunta por “condiciones comprobables” en que se puede afirmar que tal, y no cual, es el caso. A estos cuestionamientos, cree Apel, “Wittgenstein y Tarski deberían responder: precisamente esto no lo podemos describir sin repetir la oración proposicional, en la que se describe el hecho como tal. La representación del mundo por medio del lenguaje –más exactamente en este caso por medio de oraciones proposicionales– es precisamente irrebasable. En ello se muestra el primado metodológico del a priori del lenguaje (Apel, 2002, pp. 101). O sea, el carácter desentrecomillador del lenguaje se produce según el principio a priori del lenguaje.

7 Como puede apreciarse, el concepto de verdad es susceptible de nuevas concepciones. “Para aclarar cómo es semejante concepto de verdad, piénsese en la diferencia entre las maneras en que Sellars y Davidson abordan la conocida idea antipragmatista de que Sellars distingue dos sentidos en que esta idea es válida. Uno es que existe una distinción entre enunciabilidad desde el punto de vista de un usuario individual finito de un sistema conceptual y enunciabilidad desde el punto de vista de un usuario omnisciente. El omnisciente Juan sólo realiza enunciados correctos, porque tiene toda la información adicional que las reglas le exigen antes de abrir la boca. El finito Samuel, en cambio, ve justificados sus enunciados incorrectos por su falta de suficiente mundo y tiem po. Así pues, la verdad ha de definirse como enunciabilidad por S, enunciabilidad por Juan, en vez de por enunciabilidad ordinaria por usted, yo o Samuel. El segundo sentido en el que esta tesis anti pragmatista es sólida es que Juan, a pesar de su omnisciencia, pue de estar utilizando un conjunto de reglas semánticas de segundo or den. Por ejemplo, puede ser un Neanderthal o un aristotélico. Así, sus afirmaciones, aunque correctas según su criterio, siguen siendo —tenderíamos a decir los modernos— falsas. Esto es lo que Sellars desea destacar en la representación imaginal como rasgo diferente de la verdad, para permitir enunciabilidades S cada vez mejores” (Rorty, 1996b, p. 210).

8 “To say that a statement is true is to endorse it. A statement, it would seem, is like a check. It is a claim for money in the bank. In endorsing the check, we assert the claim” (traducción libre mía).

9 La representación imaginal es la dimensión extra que relaciona las prácticas sociales (el nomos) con algo que va más allá de ellas (la Physis). En síntesis, la representación imaginal es la resistencia a los marcos conceptuales basados en la figuratividad retrato-mundo; en una palabra, representacionismo. Se trata de una resistencia al representacionismo residual de la distinción kantiana entre analíticos y sintéticos, resistencia a la obligación de adecuar los juegos de lenguaje (históricamente dados) al mundo, a su referente denotativo.

10 Esta intromisión que hace el propio autor, a través del paréntesis, está en sintonía con parte del parágrafo anterior cuando habla de la aparente uniformidad del lenguaje (uniformidad que podemos interpretar como debida a esa concepción pictórica del Tractatus), pero que en realidad es difícil de retener a la hora de observar sus diversos empleos: “Ciertamente, lo que nos desconcierta es la uniformidad de sus apariencias cuando las palabras nos son dichas o las encontramos escritas o impresas. Pero su empleo [Verwendung] no se nos presenta tan claramente” (1986, §11).

11 Austin diferencia tres casos o momentos en que se pueden dar los infortunios que corresponden a las letras A, B, C. Cuando se transgreden los apartados A y B se denominan desaciertos (misfires) y se da cuando se emite la fórmula de forma incorrecta o cuando sobre quien recae el acto no es el adecuado. De esta forma es un acto intentado pero nulo (void). Por otro lado, están los abusos (abuses) que son la trasgresión de los apartados del tipo C, y es cuando el acto es llevado a cabo, pero las circunstancias en que se llevaron a cabo son insinceras de manera que constituye un abuso del procedimiento. De esta forma es un acto pretendido pero hueco (hollow). Las subdivisiones correspondientes a cada caso se resumen en el esquema de Austin (1998: 59) sobre los infortunios.

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