Kitabı oku: «Dragonomics: integración política y económica entre China y América Latina», sayfa 3

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Tabla I.2

Flujos de salida de la inversión extranjera directa de China hacia América Latina


2000-2005201020142015201620172000-2017
Argentina
Número de transacciones03303319
Monto (millones de US$)05.59752302151.28311.870
Empleo02.60148006703.87411.210
Brasil
Número de transacciones61013191613107
Monto (millones de US$)3.56512.8671.7475.13913.3092.90248.021
Empleo6.30315.2087.12813.95037.16332.955138.613
Chile
Número de transacciones01213422
Monto (millones de US$)018362862152.7646.091
Empleo00431754.2845.69110.721
México
Número de transacciones4410941968
Monto (millones de US$)563841.1401.001812.4986.010
Empleo6.3544782.4704.9151.45517.52440.615
Perú
Número de transacciones04510333
Monto (millones de US$)02965182.50001.63519.347
Empleo03.5525.3813.00008.30034.090

Fuente: Dussel Peters (2018b).

Tabla I.3

Flujos de salida de la inversion extranjera directa de China hacia América Latina por actividad (2000-2017)


2000-2005201020142015201620172000- 2017
Materias primas
Número de transacciones40,0036,6719,0511,4325,7113,3329,88
Monto (millones de US$)85,3561,4754,8968,2928,7223,6157,93
Empleo50,6976,6460,7015,2227,3518,1341,04
Manufactura
Número de transacciones26,6723,3340,4848,5734,2951,1136,28
Monto (millones de US$)2,672,613,6619,761,9035,828,58
Empleo6,865,0014,2974,4413,8026,1625,27
Servicios y mercado doméstico
Número de transacciones33,3340,0040,4831,4340,0033,3332,62
Monto (millones de US$)11,9835,9141,4511,2569,3838,3633,19
Empleo42,4518,3625,017,8058,8553,3932,89
Compra de tecnología
Número de transacciones0,000,000,008,570,002,221,22
Monto (millones de US$)0,000,000,000,700,002,210,29
Empleo0,000,000,002,540,002,320,80

Fuente: Dussel Peters (2018b).

La inversión extranjera directa de salida proveniente de China hacia proyectos enormes relacionados con recursos dentro de otras EE se ha venido dando aproximadamente desde el año 20107. Una vez más, y tal como es el caso en estas otras EE, ALC está empezando a ver un cambio en la composición sectorial de la IEDS, apartándose de la explotación de recursos y vinculándose con la manufactura y los servicios. Tal como se indica en el 13.er Plan Quinquenal de China, el presidente Xi está buscando lanzar una iniciativa de los «Próximos 30 Años» en busca de la modernización del país hacia un Estado desarrollista más maduro. Proyectos adicionales de infraestructura buscarán desarrollar economías regionales de escala y una integración más estrecha mediante redes de transporte. En Asia, ello queda ejemplificado por la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative, BRI) lanzada en 2013 bajo el Gobierno de Xi y que incluye la Franja Económica de la Ruta de la Seda y la Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI. La pieza central financiera es el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (Asian Infrastructure Investment Bank, AIIB), lanzado por China en 2015. Un manifiesto sobre desarrollo emitido por el Comité Central del PCCh, integrado dentro del 13.er Plan Quinquenal, indica que la competencia y la eficiencia sustentarán la consideración de políticas chinas referidas a los campos fiscal, financiero, de comercio exterior e IEDS.

En relación con América Latina, las reformas en China podrían tener significativos efectos multiplicadores y de repercusión. Al parecer, la asignación de la BRI se ha convertido en sinónimo de la anterior política china de «abrirse al mundo». ALC está involucrándose en parte del asunto, aunque pareciera que la BRI ha servido para dar visto bueno a proyectos que marcharían con o sin ella. Tal es el caso de un contrato por valor de US$ 2.100 millones obtenido en 2018 por la Corporación Estatal de Ingeniería de la Construcción en China para hacer carreteras en Argentina (Ge, 2018). Tal como ocurre con muchos proyectos chinos en Argentina, dicho Gobierno ha aceptado un alto porcentaje de insumos procedentes de China con este proyecto, incluyendo los referidos a ingeniería, construcción, actualizaciones y mantenimiento operativo (Stanley, 2018). Otros acuerdos entre China y ALC parecen coincidir con este perfil, como la construcción de un cuarto puente sobre el Canal de Panamá por parte de la compañía China Communications Construction por valor de US$ 1.420 millones. Aunque actualmente son 19 los países de América Latina que han firmado memorandos de entendimiento (MdE) con China referidos a la BRI, la terminología empleada en la mayoría de los acuerdos es imprecisa. Tal es el caso del MdE firmado por China y el Gobierno de Guyana para el otorgamiento de un préstamo relacionado con BRI para construir obras de infraestructura pública (Reuters, 2018; Departamento de Información Pública de Guyana, 2018).

Cabe resaltar que ni Brasil ni México participan por el momento de la BRI, y que en la reunión del Grupo de los 20 celebrada en Buenos Aires en 2019, Argentina declinó el ofrecimiento del presidente Xi para suscribir cualquier proyecto adicional referido a la BRI. Dadas las inquietudes respecto a la sostenibilidad de la deuda para países participantes de la BRI fuera de ALC (por ejemplo, Malasia, Pakistán, Sri Lanka y Montenegro), y las controversias sobre la naturaleza turbia y explotadora de algunos de estos contratos, probablemente sea mejor que la BRI aún no haya echado raíces importantes en la región de ALC. Citando un editorial de Financial Times: «El 89 por ciento de los contratistas de proyectos de transporte financiados por [la BRI de] China provenían de ese país. Los proyectos chinos son conocidos adicionalmente por incumplir con dar a conocer sus estudios de impacto» (Opinion: The FT View, 2018).

Ya la falta de evaluaciones serias de impacto ambiental y los efectos nocivos de algunos proyectos relacionados con la BRI han empañado la imagen de esta iniciativa. Pero aquí hay mucho más de lo que se ve a simple vista. Un estudio realizado por el Grupo Rhodium identificó que, en 38 renegociaciones de deuda entre China y 24 países en desarrollo durante la década pasada, «se encontraron condonaciones de deuda en 14 casos, prórrogas en 11 casos, y refinanciamiento y cambios en los términos de la deuda en la mayoría de los otros casos» (Hancock, 2019). Al no contar con cláusulas de condiciones, China tiene escasas opciones excepto negociar con sus deudores, algunos de los cuales han arrastrado a China hacia una trampa para acreedores. De hecho, la única confiscación de activos llevada a cabo por China durante este tiempo fue la del puerto de Hambantota, en Sri Lanka, realizada en 2017, una decisión de cuyas consecuencias Pekín aún no puede librarse.

Ahora que el proceso de profundización de relaciones entre China y ALC ha ingresado a su tercera década, se han estabilizado los flujos de salida de IED provenientes de China hacia la región. Parte de esta estabilización se debe a la propia desaceleración del crecimiento de China, pero también a su deficiente historial de debida diligencia. Del mismo modo, infracciones ambientales, conflictos con comunidades locales y numerosas acusaciones de corrupción han pasado la factura a los inversionistas chinos (Myers, 2019). Al mismo tiempo, el comercio entre China y ALC alcanzó en 2018 su más alto nivel histórico, US$ 306.000 millones, y el poder de atracción de China viene abonando los vínculos a través del Pacífico, incluyendo unas 41 sedes del Instituto Confucio que ofrecen instrucción en idioma mandarín en la región y programas de intercambio estudiantil entre China y ALC. El primer ministro chino Li Keqiang ha planteado la posibilidad de reubicar la producción industrial china en América Latina, incluyendo propuestas para formar empresas mixtas entre las compañías chinas (estatales y privadas) y firmas latinoamericanas locales en los sectores de alta tecnología y manufactura (por ejemplo, telecomunicaciones, logística, ferrocarriles y construcción naval). Incluso si estos proyectos propuestos, relacionados o no con la BRI, resultan ser nada más que sueños de opio, no hay dudas respecto a que China continúa echando raíces en América Latina, y al parecer este proceso será permanente.

Hegemonía de los EE. UU. sobre ALC – ¿Buscando amenazas en el lugar equivocado?

En especial desde que China accedió en 2001 a la OMC, este país se involucró activamente en cada región de la economía global, y en países desarrollados y en desarrollo por igual. Se ha convertido en el principal destino de mercados emergentes para la IED, y ha ascendido a los primeros lugares del comercio mundial más rápidamente que cualquier otro país en desarrollo durante el período post Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, China ha desplazado a Alemania como el principal exportador de productos al resto del mundo en apenas una década, y en este proceso «ha pasado de ser uno de los exportadores más insignificantes en cuanto a alta tecnología, a ser el fabricante número uno de alta tecnología en el mundo» (Gallagher & Porzecanski, 2010, p. 8). Ello no debe confundirse con independencia tecnológica. Tal como vimos en 2018, cuando ZTE, uno de los mayores fabricantes de equipos de telecomunicaciones de China, estuvo a punto de colapsar debido a las sanciones impuestas por los EE. UU. a China en respuesta a la violación de un acuerdo de detener exportaciones con usos tanto comerciales como militares a Corea del Norte e Irán, China aún depende de proveedores externos (y en particular de compañías estadounidenses) para el 95 por ciento de los circuitos integrados y componentes de manufactura de alta gama (Yang & Hornby, 2018, p. 3). Pese al esperanzado mensaje del exministro de Asuntos Exteriores del Ecuador en el epígrafe de esta introducción, los EE. UU. todavía son la principal economía en el mundo, el principal intermediario político y económico en América Latina, y China sigue dependiendo de compañías estadounidenses para sus insumos tecnológicos.

Los datos que he presentado hasta el momento delinean las maneras en las cuales se ha concretado la llegada global de China a América Latina, todo lo cual corresponde al marco de la diplomacia económica convencional. Como evidencia adicional de su creciente compromiso hacia la región, China obtuvo estatus de observador permanente en la Organización de los Estados Americanos (OEA) en 2004, y en 2008 pagó la cuota de ingreso de US$ 300 millones para convertirse en miembro pleno del BID. En virtud de un acuerdo entre el Chexim y el BID, China también estableció un Fondo para América Latina de US$ 1.800 millones para estimular inversiones de capital en infraestructura, empresas de mediana escala y recursos naturales en la región (Mueller & Li, 2018). Tal como se ha señalado, la cumbre Celac-China celebrada en 2015 en Pekín resultó en compromisos por parte de la República Popular de China (RPCh) sobre niveles cada vez mayores de comercio e inversión en la región. China ya ha establecido tres plataformas financieras regionales independientes que en conjunto totalizan US$ 35.000 millones en créditos para cooperación industrial, infraestructura y otros proyectos productivos (Ray, Gallagher, & Sarmiento, 2016, p. 5).

Desde el punto de vista de los EE. UU., sin embargo, el meteórico auge de China en el hemisferio occidental ha provocado frecuentes llamados de alarma. El ascenso de China y el proyectado relegamiento de los EE. UU. hacia el año 2027 (si no antes) como el país con el mayor PBI en el mundo han generado preocupación sobre el deterioro de la hegemonía estadounidense y, con ello, la mengua del prestigio y liderazgo de dicho país a nivel internacional8. Esta percepción de que los EE. UU. se encuentran bajo un creciente asedio político y económico fue acentuada por la gravedad de la CFG inducida por Wall Street en 2008-2009 y exacerbada por las esforzadas pero caras e interminables guerras libradas por los EE. UU. en Afganistán e Irak desde que ocurrieron los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. El advenimiento de la Administración Trump y de su programa America First (Los Estados Unidos Primero) han magnificado temores sobre el declive de los EE. UU., tanto en lo político como en lo económico. El estilo agresivo y unilateral de Trump refleja una pérdida del poder relativo de los EE. UU. y un ataque contra el orden económico liberal que sus predecesores se esforzaron por construir y cultivar a lo largo de la era post Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, una confrontación entre China y los EE. UU. sobre la hegemonía en el hemisferio occidental es todavía una posibilidad muy remota (Blyth, 2016).

Pero esta improbabilidad no ha logrado que algunos funcionarios nombrados por Trump cejen en sus intentos por precipitar un choque entre Oriente y Occidente sobre el control de la región. Por ejemplo, en la víspera de su primera visita a América Latina a inicios de 2018, Rex Tillerson, quien ocupó brevemente el cargo de secretario de Estado en la Administración Trump, declaró que la Doctrina Monroe era «tan relevante hoy como lo fue el día en que se redactó» (Webber & Rathbone, 2018). Tal declaración era una repercusión de los comentarios formulados en 2005 por el excongresista republicano Dan Burton de Indiana, quien, en una audiencia ante el Subcomité del Hemisferio Occidental en el Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes, declaró: «Hasta que no sepamos definitivamente si China acatará las reglas del comercio justo y participará responsablemente en temas transnacionales, considero que deberíamos […] llegar incluso a considerar las acciones de China en América Latina como el avance de un poder hegemónico en el hemisferio» (Burton, 2005). Durante su recorrido por ALC, Tillerson se mofó de sus anfitriones con comentarios sobre el auge del imperialismo chino en el hemisferio occidental, tal como lo hizo también su sucesor, el secretario de Estado Mike Pompeo.

Algunas autoridades en el Perú y en Chile refutaron públicamente los comentarios maliciosos de Tillerson contra China, señalando que sus respectivos países habían podido establecer una mejor relación de trabajo con Pekín que con Washington. Que quede claro: John Kerry, exsecretario de Estado durante el gobierno de Obama, había puesto fin a la Doctrina Monroe en un discurso que ofreció ante la OEA en 2013: «Acabó la era de la Doctrina Monroe […] La relación que buscamos y que nos hemos esforzado por fomentar no gira en torno a una declaración de los Estados Unidos sobre cómo y cuándo intervendremos en los asuntos de otros Estados americanos. Se trata de que todos nuestros países nos veamos mutuamente como iguales, compartiendo responsabilidades, cooperando en temas de seguridad, y acatando […] las decisiones que tomamos como socios para impulsar los valores e intereses que compartimos» (Keck, 2013). Por el momento, el propio Washington ha abandonado este poder de atracción, esta postura internacionalista liberal, y la ha reemplazado con reafirmaciones del dominio estadounidense en la región. Estas proclamaciones tampoco reflejan las posturas de las Administraciones Clinton y Obama sobre la necesidad de priorizar y revitalizar los vínculos entre los EE. UU. y América Latina. No sorprende a nadie que un sondeo de opinión realizado por el Centro de Investigaciones Pew identificase que «la imagen de los EE. UU. en América Latina […] ha sufrido un tremendo golpe desde que Trump asumió la Presidencia». Impensable hace apenas una década, en toda América Latina, a excepción de Brasil, Colombia y partes de América Central, China está dejando atrás a los EE. UU. como socio preferido en la región de ALC (Oppenheimer, 2019).

Para concluir esta sección, quisiera comparar el papel que han cumplido China y los EE. UU. en el hemisferio occidental, según algunas de las mediciones tradicionales de poderío hegemónico: venta de armas, comercio e IED. Dado que China vende armas únicamente a naciones en desarrollo, compararé los dos países respecto a este parámetro. A escala global, en el año 2015, los EE. UU. representaban el 41 por ciento de los acuerdos para transferencia de armamento a países en desarrollo, mientras que China representaba apenas el 9 por ciento de este rubro9. En el hemisferio occidental, las transferencias de armas por parte de China a América Latina se han incrementado a más del triple de su volumen desde 2008 y, entre 2012 y 2015, promediaron US$ 2.700 millones cada año; el promedio de transferencias de armamentos de los EE. UU. hacia ALC se mantuvo estable en US$ 2.600 millones anuales durante el mismo período. Para poner estas cifras en perspectiva, entre los años 2012 y 2015, la venta de armamento de China a ALC promedió el 16,3 por ciento de sus volúmenes totales, mientras que, durante el mismo período, un 46 por ciento fue a parar a África y un 10 por ciento, a Asia. No obstante, dado que China y los EE. UU. están actualmente empatados en cuanto a la venta de armas a ALC, ¿debería Washington ser más receloso?

Ted Piccone, de la Institución Brookings, cita un informe elaborado por la militarista Comisión sobre Economía y Seguridad China – EE. UU. (USCESC), el cual declara que China no representa actualmente una amenaza evidente a la región en materia de seguridad (Piccone, 2016, p. 24). La USCESC identifica dos fases en la venta de armas chinas hacia ALC: «Primero, un bajo nivel de ventas militares e intercambios de artículos como aviones o helicópteros para transporte de tropas y misiles antitanques (1990-2000); y, segundo, ventas por un valor aproximado de US$ 100 millones al año de equipos más sofisticados como aviones, radares y misiles aire-aire, principalmente para Venezuela, pero también para Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina (2000-2015)» (Piccone, 2016, pp. 8-9). Más recientemente, China ha incursionado en acuerdos de tecnología militar superior con países de ALC, por ejemplo, el acuerdo suscrito por Argentina y China en febrero de 2015 para coproducir vehículos blindados anfibios y la integración de aviones de caza chinos en la flota argentina. La expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, del Partido Justicialista10, negoció una serie de acuerdos clandestinos con China, incluyendo la construcción de un satélite y una estación de control espacial en la Patagonia que plausiblemente podía convertirse en una base militar china. Le tocó al gobierno posterior del centroderechista Mauricio Macri lograr un acuerdo por parte de Pekín, declarando que esta base solo podía ser empleada para «fines pacíficos» (Londoño, 2018).

Otras fuentes son más ambiguas respecto a estas tendencias. Allan Nixon señala los precios más bajos de China y la falta de cláusulas de condiciones para la venta de armamentos a estos países en ALC: «Ello podría allanar el camino para que China coseche los beneficios de mejores relaciones diplomáticas y vínculos económicos, como el apoyo para asegurar los lucrativos contratos sobre energía que persigue tan empecinadamente» (Nixon, 2016). Tal como advierte Nixon: «Los esfuerzos de China por consolidar su influencia a través de estas ventas probablemente tendrían un impacto negativo sobre la influencia estadounidense en el largo plazo del proceso». Esta es una consideración importante, especialmente debido a que en 2017 China construyó su primera base militar en el extranjero en la República de Yibuti, en África, y esta fue ciertamente apenas el inicio de su expansión militar en el exterior. Empero, si tratase de hacer lo mismo en Buenos Aires o Río de Janeiro, sería de hecho una catástrofe geopolítica desde la perspectiva de la alianza occidental en su conjunto. Michael Beckley argumenta por qué este escenario es tan improbable: «Ineficiencias y barreras socavan el poderío militar de China. En promedio, los sistemas chinos de armamento poseen más o menos la mitad de la capacidad de los estadounidenses en términos de rango, potencia de fuego y precisión. Las tropas, pilotos y marineros chinos carecen de experiencia de combate y reciben menos de la mitad del entrenamiento al que se someten sus contrapartes estadounidenses. Más aún: la defensa de las fronteras y la seguridad interna consumen por lo menos el 35 por ciento del presupuesto militar chino y la mitad de sus efectivos están inmersos en esta actividad» (Beckley, 2018).

Respecto al comercio, en 2018, el total de exportaciones e importaciones entre China y América Latina ascendía a casi US$ 306.000 millones, mientras que ese mismo año lo comerciado entre los EE. UU. y ALC totalizaba aproximadamente US$ 896.000 millones. En lo que respecta a inversión extranjera directa, los EE. UU. representaban en 2016 el 35 por ciento de la IED en ALC en nuevas inversiones o «proyectos que empiezan desde cero» (greenfield) (US$ 24.200 millones), en comparación con la cuota del 5 por ciento (US$ 3.700 millones) representada por China. Cierto es que China se ha convertido en el socio comercial más importante en términos globales para Brasil, Chile, el Perú y Uruguay59(Cepal, 2015). Sin embargo, en un plano más general, América Latina todavía representa una pequeña tajada en la estrategia de «salir al mundo» y el modelo internacionalizado de desarrollo de China. Siempre consciente de que esta es la esfera de influencia de los EE. UU., y de su propia dependencia en materia de inversiones y de exportación hacia el mercado estadounidense, China ha ingresado con cautela en el hemisferio occidental (Cheng, 2007).

Sin importar la errática atención que los EE. UU. han prestado a la región durante la primera década de este milenio, la importancia de América Latina para los EE. UU. aún resulta evidente en términos de peso económico, influencia política de larga data y vínculos de seguridad. Al ocupar gran parte del hemisferio occidental, ALC es también un factor crucial en la capacidad de los EE. UU. de proyectar su poder a nivel global. Un análisis adicional referido tanto a los EE. UU. como a China en América Latina sugiere el surgimiento de una especialización de tareas. Sin duda, los EE. UU. continuarán promoviendo en la región la democracia, los derechos de propiedad, el Estado de derecho y las inversiones en servicios y manufactura, mientras que China se encargará del trabajo pesado referido a la expansión comercial, la extracción de recursos, la inversión en infraestructura y una serie de otros proyectos de desarrollo. En esencia, la participación de China en América Latina ha asumido mayoritariamente un carácter de desarrollo, lo cual es un reflejo de su propia condición como EE. Un artículo pionero escrito por Francisco Urdínez y sus colegas, titulado «Gobernanza económica china y hegemonía estadounidense en América Latina», sostiene que, más bien, «Pekín ha llenado un vacío dejado por una disminución de la presencia estadounidense en su propio patio trasero» (Urdínez, Mouron, Schenoni, & De Oliveira, 2016, p. 3). Para los EE. UU., un enfoque más sensato hacia el fenómeno China-ALC sería profundizar los lazos económicos y diplomáticos con ambas partes en asuntos relacionados con el hemisferio occidental.

El quiebre de la democracia en Venezuela que sobrevino en agosto de 2017 –cuando el presidente Nicolás Maduro montó una elección amañada para asegurar un Congreso que le permitiría redactar una nueva constitución y gobernar dictatorialmente por decreto– es el ejemplo más reciente de esta división del trabajo entre China y los EE. UU. en el hemisferio occidental. Los EE. UU., el Reino Unido, la Unión Europea y una serie de naciones de América Latina se rehusaron a reconocer la votación fraudulenta en Venezuela, y los EE. UU., México y Colombia anunciaron sanciones inmediatas contra Maduro y una serie de funcionarios de su gobierno. La crisis venezolana ofreció una oportunidad concreta para que China ingresase a la contienda y, de este modo, interfiriese en la hegemonía estadounidense. De hecho, por lo menos un académico chino ha sostenido que Pekín está esperando su oportunidad «para crear una “esfera de influencia” en el tradicional “patio trasero” de los Estados Unidos [...] en represalia por el confinamiento y el cerco que los EE. UU. ejercen sobre China» en la región asiática (Yu, 2015, p. 1048). En realidad, China evitó dar cualquier apariencia de una confrontación (Wilkinson, 2019).

En la etapa actual, los SE de China en la región se basan en comercio, inversiones y recursos, y es mejor no sacar demasiadas conclusiones al respecto. China ha recubierto estos SE en su propia versión de poder de atracción y los ha adornado con eufemismos sobre confianza mutua, reciprocidad, entendimiento especial y otras expresiones por el estilo. La conclusión aquí es que China ha negociado acuerdos de préstamos a cambio de petróleo con Ecuador y Venezuela, pero no tiene intenciones de utilizar su capital político para apoyar locuras antiestadounidenses en estos países (Dreyer, 2006). Más aún: Brasil puede ser el principal receptor de la región de IEDS proveniente de China, pero estos dos países han mantenido un intenso desacuerdo debido a la negativa de China a respaldar la postulación de Brasil a un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. China también mantiene una disputa continua con sus principales socios comerciales en ALC –Argentina, Brasil y México– en relación con denuncias antidumping presentadas por estos tres países ante la OMC contra la RPCh. Aunque teóricos realistas no han podido asimilar el concepto o las implicancias de la internacionalización de la estrategia de China hacia el hemisferio occidental, existen escasas señales de que las actividades de China en la región supongan una amenaza a la hegemonía estadounidense (Mearsheimer & Walt, 2016).

El reavivamiento de la teoría de la dependencia: descripción densa, explicación rala

Respecto a las dinámicas de economía política que han venido ocurriendo desde el dramático y repentino incremento de los vínculos comerciales y de inversión entre China y ALC en la década de 2000, los dos diagnósticos más comunes que provienen de la teoría de la dependencia han sido el del «intercambio desigual» y «el síndrome holandés»11 o la «maldición de los recursos». El intercambio desigual se refiere a la dependencia por parte de una región en vías de desarrollo como ALC respecto a sus exportaciones de materias primas, las cuales se ven afectadas por bajones cíclicos de precios, y la importación de bienes manufacturados que estos países necesitan y cuyos precios se mantienen en un patrón de perpetuo ascenso. Este concepto se convirtió en un pilar del énfasis de la teoría de la dependencia respecto al sistema internacional, y en particular sobre esta relación entre núcleo y periferia como el factor que perpetúa el subdesarrollo (Sánchez, 2003). Sin embargo, la transformación por la que atravesaron Japón, Taiwán y Corea del Sur desde la década de 1970, en la que pasaron de ser países pobres (10 por ciento o menos del PBI per cápita de los EE. UU.) a ricos (50 por ciento o más del PBI per cápita de los EE. UU.), sugiere que la estructura del capitalismo internacional es menos importante que las instituciones domésticas y políticas concretas en las cuales un Estado determinado se basa para integrarse a los mercados globales (Kroeber, 2016, pp. 9-10).

El auge de China en la economía global brinda evidencia adicional sobre las limitaciones de este paradigma para explicar el desempeño ampliamente disímil de las EE en cuanto a su economía política. Aunque a China aún le queda un trecho por recorrer para alcanzar un estatus de país desarrollado, los gestores de políticas en Pekín tienen sus miras puestas claramente en esa meta. Según estimados del Banco Mundial, al inicio de la era de reforma en China en 1979, el PBI per cápita ascendía a US$ 182; el último estimado, realizado en 2017, ubica ese mismo indicador en US$ 7.329. Al calcular la paridad del poder adquisitivo, el PBI per cápita en China en 2017 ascendía a US$ 15.30812. En 1979, el PBI total de China era de aproximadamente US$ 76.900 millones, y ahora es de cerca de US$ 11,2 billones. La teoría de la dependencia siempre ha sido hábil para describir los fracasos de las políticas y la movilidad descendente en el mundo en desarrollo, pero encuentra problemas para explicar estos casos exitosos en Asia que rompen con el molde.

Sobre esta cuestión del intercambio desigual, a excepción de Costa Rica y México, es cierto que el patrón de comercio entre China y sus SE ha reproducido el convencional modelo de ventajas comparativas que existía en la región a inicios del siglo XX: los países de Sudamérica exportan primordialmente productos no procesados y materias primas hacia China, y, a su vez, importan de esta bienes manufacturados con valor añadido. La naturaleza asimétrica de la relación entre China y ALC en términos de la IED es otra realidad. Se estima que el monto total de IEDS proveniente de ALC hacia China entre 2003 y 2018 es de aproximadamente US$ 5.300 millones (Americas Quarterly, 2019), versus los aproximadamente US$ 109.100 millones en IEDS proveniente de China hacia ALC entre los años 2000 a 2017 (Dussel Peters, 2018b). Pero, aunque la experiencia inicial de este patrón de comercio e IED inspiró políticas de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) y una amplia crítica de los términos desfavorables del comercio para la región, las condiciones estructurales que actualmente prevalecen dentro de la mayoría de estas economías son radicalmente diferentes13.

Tabla I.4

Tasas promedio de manufactura en ALC, 2000-2017


PaísExportaciones de manufactura(% de exportaciones de mercadería)Manufactura, valor añadido(% del PBI)
Argentina30,916,5
Brasil44,412,5
Chile14,913,0
Costa Rica60,6*14,9
México78,616,5
Perú16,4*15,3

Nota. * Datos disponibles solo hasta 2016.

Fuente: Indicadores de Desarrollo Mundial; datos computados como valores promedio de estadísticas correspondientes a 2000-2017, disponibles en: http://databank.worldbank.org/data/home.aspx

A excepción de Chile y el Perú, las EE en ALC han realizado considerables avances hacia la industrialización, y los productos manufacturados representaban por lo menos el 44,4 por ciento de las exportaciones totales en promedio de Brasil, el 60,6 por ciento de Costa Rica y el 78,6 por ciento de México, entre los años 2000 y 2017 (tabla I.4). Más aún: para todos estos países, a excepción de Costa Rica y México, los términos de intercambio durante el auge de China fueron altamente favorables. El aspecto negativo de esta historia es que, aunque los enlaces hacia adelante en términos de exportación de manufacturas claramente han mejorado en ALC, los enlaces hacia atrás todavía son demasiado débiles para el mercado doméstico. Tal es, por ejemplo, el caso de México, donde la producción de manufacturas depende de la IED entrante al grado que los productores locales de bienes intermedios todavía no son competitivos como proveedores en estas zonas de producción14. En un grado menor, Argentina y Brasil enfrentan el mismo dilema: de ahí la facilidad con la cual China ha conquistado los nichos de exportación para insumos intermedios en Argentina, Brasil y México. Dicho en términos más sencillos: esos bienes intermedios que productores de esas tres EE en ALC importan de China tienen un valor añadido y un contenido tecnológico mayores, y precios más competitivos.

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