Kitabı oku: «De viento y huesos», sayfa 3
PRESENTE
Había un reloj enorme colgado en una de las paredes de la cafetería de la clínica de Palma. Álex y Carmen llevaban un par de minutos observándolo en silencio. Ese reloj marcaba las 23:38 horas y tan solo se oía un leve tintineo cuando el segundero repasaba las demás agujas. Había cuatro o cinco personas que intentaban llenar sus estómagos con algo que no fuera angustias. Algunos se llevaban el tenedor o cuchara a la boca, intentando abrir el apetito, otros simplemente fingían que comían y tragaban mientras el alimento se les hacía un nudo en la garganta. Los restaurantes de hospital nunca habían sido el sitio más animado de la ciudad, pero reconfortaba tener un sitio donde charlar que no estuviera rodeado de enfermos. Carmen ya tenía otro vaso de café entre las manos. Álex le acompañó con una tila, nunca había sido muy dado al café. Se pasó una mano por la perilla que se había arreglado dos días antes para, acto seguido, reposarla sobre la mano de Carmen.
—Lo siento tanto… —dijo apenado—. Si hubiera estado a su lado…
—Álex, no es culpa tuya —animó Carmen acariciándole los dedos—. Mario tenía problemas incluso antes de que tú y él discutierais.
—Lo sé, pero lo abandoné cuando más me necesitaba. —La tristeza asomaba en cada parpadeo—. Nunca me lo perdonaré.
—No te martirices así, por favor —suplicó su amiga—. No es culpa tuya. No es culpa de nadie. Mario estaba pasando por una crisis severa de la que nadie era consciente. La única que lo ha vivido de cerca es Blanca, y así y todo nunca se imaginó que Mario fuera capaz de hacer algo así.
—Tengo que hablar con Blanca…
—Lo harás, pero no hoy. Déjala que descanse. Está siendo muy duro también para ella.
—¿Crees que querrá hablar conmigo? —preguntó Álex. Blanca y él, apenas habían mantenido el contacto. Intercambiaron unas cuantas llamadas y se habían visto un par de veces por Palma desde que ella y Mario se mudaran desde Barcelona a la capital de Mallorca.
—Fue ella la que me propuso avisarte —confirmó Carmen.
—No sé qué decir, creo que a mí no me lo hubiera dicho directamente —contestó algo disgustado.
—Oye, no lo pagues con ella, ¿vale? Aquí todos estamos por una razón, y la razón es que mi hermano se ha intentado suicidar y está postrado en una cama de la que ni siquiera saben si va a salir. Así que vamos a dejar todas nuestras diferencias para otra ocasión y recemos para que Mario despierte.
—Tienes razón —sosegó él—. Lo siento.
Carmen se puso tensa durante un segundo, pero fue mirar los ojos del que fuera el mejor amigo de su hermano y se relajó. No podía enfadarse con él. Recordaba perfectamente esa mirada tan apacible. Álex y ella habían compartido un pasado, pero jamás llegó a materializarse. Ella todavía recordaba con gran fervor el disgusto que se llevó Mario cuando se enteró de que estaba colada por Álex. Eran otros tiempos, más jóvenes, pero esa mirada no desaparecía nunca… Álex era tan entrañable… Imposible enfadarse con él. ¿Cómo le iba a reprochar nada? Luego cayó en la cuenta de que Carlota, su actual pareja, no había venido con él.
—¿Cómo está tu novia? —le preguntó.
—Bien, supongo que estará en casa, esperándome —contestó Álex preocupado—. Todavía no le he dicho nada.
Mario no era el único que había abandonado la isla. Se mudó a Barcelona con el propósito de mejorar su vida, pero no había contado con la posibilidad de compartir piso con Álex. Sin duda, se trataba de una experiencia única, la mejor forma de cambiar de aires, pero la convivencia en Barcelona pasó por muchos estados. E incluso, los distanció como amigos. Finalmente, Álex acabó volviendo a la isla, pero se trajo a Carlota consigo. Una chica que conoció una alocada noche de verano y con la que había congeniado. Carlota tenía familiares en Mallorca, así que no le supuso ningún problema buscar piso y compartirlo con él. Álex ya tenía la mejor excusa para volver; Kovak, que trabajaba en una empresa de electrodomésticos, le consiguió una entrevista y comenzó a trabajar con él. Y allí intentó rehacer su vida. Nadie se explicaba los motivos reales por los que Mario y Álex se habían distanciado. Lo único que se sabía con certeza, es que llevaban casi tres años sin hablarse.
—¿No la has llamado? —insistió Carmen.
—No. Las cosas no nos van muy bien últimamente. Estamos discutiendo más de lo habitual. Hemos pensado en darnos un tiempo, pero no sabemos qué hacer.
—Siento oír eso —reconoció Carmen.
—No te preocupes —asintió.
Apuraron el café y la tila que tenían entre las manos y decidieron subir a la habitación de Mario.
Kovak se percató de la presencia de sus amigos y dejó de susurrar a Mario. Tras un largo rato y una gran charla después, decidió irse para casa a descansar, pero no sin convencer a Carmen de hacer lo mismo. Conocía perfectamente a la hermana de Mario, y su rostro ya mostraba ojeras, síntoma de que estaba agotada. En conclusión, aceptó la recomendación de Kovak y se marchó con él, cediendo el turno de noche al joven que llevaba unos años sin verle.
Álex meditó profundamente mientras observaba el cuerpo desalentado de Mario. Tantas cosas juntos, tantos momentos a su lado… Aventuras que no olvidaría jamás en su vida. ¿Las repetirían? Compartir experiencias junto a su mejor amigo era una de las cosas que más le habían llenado a lo largo de su existencia. ¿Y ahora? ¿Qué se suponía que iba a hacer? Recordó y se arrepintió de nuevo. No era la única vez. Durante esos últimos tres años, no había querido retomar el contacto. En la última charla que mantuvieron los dos, se les fue de las manos. Ninguno de los dos tenía previsto que acabara de forma tan abrupta, pero así fue. Mario seguiría luchando por hacerse escuchar, y Álex, sin embargo, continuaría huyendo de su lado. Pero ahora estaba recordando los motivos por lo que lo hizo, aunque jamás los olvidó. De nuevo hizo memoria. Él había tomado aquella decisión. No lo consultó, tan solo lo abandonó a su suerte, esperando que la distancia pusiera solución a la amistad tan compleja que compartían. «He sido un cobarde», se dijo. Tenía razones para culparse… ¿Cómo había podido dejar que pasaran tres años sin dirigirle la palabra? ¿Qué osadía permitía aquellos actos? Las sensaciones que habían compartido juntos eran motivo más que suficiente para retomar la amistad desde hacía tiempo… Sin embargo, Álex nunca movió un dedo por recuperarlo. ¿Por qué no admitía de una vez que solía dejarlo todo a medias?
Temblaba de terror. No quería perderlo. Desde ese momento supo que tenía que hacer todo lo posible para que Mario volviera… y recuperarlo. Las cosas con su novia Carlota no estaban muy bien, pero desgraciadamente tendrían que esperar. Mario era su total prioridad.
Le cogió la mano y la apretó con fuerza. Sintió su tenue calor, algo que, reconocía, echaba de menos. Por desgracia, Mario no la apretaba. Estaba sumido en un sueño permanente, y nadie podía tantear con las consecuencias de sus sueños. Quiso transmitirle toda su energía. Observó su rostro, y vio que ya no era el mismo. Pero en el fondo, seguía palpitando un corazón. Aquellos latidos le reconfortaban como nunca. Los había escuchado tiempo atrás, cuando todo era más complicado, si cabe. Tenían un sonido particular, como mecido por el viento. No lograba descubrir el porqué de aquel sentimiento. Solo lo sentía cuando estaba cerca de él. Es como si siempre lo oyera, a través del tiempo y la distancia. Mario había sido la razón por la que seguía vivo. ¿De verdad se había pasado tres años sin dirigirle la palabra? ¿Cómo había podido? Claro… Hacer memoria trae consecuencias. Pensamos que las personas estarán siempre a nuestro lado, pero cuando menos te lo esperas, la realidad te abofetea la cara. Quizá fuera el momento de dejar las diferencias de lado. Sin ir más lejos, nadie puede presumir de ser perfecto.
—Hola, Mario —dijo con voz quebrada, mientras se le humedecían los ojos—. Volvemos a vernos, ¿eh? Aunque no de la manera que esperaba. He tardado en volver, pero esta vez, no pienso apartarme de tu lado. Hemos vivido muchas cosas juntos como para olvidarlas a la fuerza.
Tragó saliva, emocionado, mientras se le escapaba alguna que otra lágrima. Quiso contenerlas, pero no pudo, era superior a él. El hecho de haber compartido tantas emociones a su lado bombeaba con fuerza en su interior.
—¿Qué se supone que va a pasar ahora? —le preguntó sin obtener respuesta—. ¿Cómo debo encajar este golpe? Otro palo más que me llevo. Debí haberte escuchado cuando todavía no era demasiado tarde. No podré perdonarme el hecho de haberte ignorado. Mario… no te mueras, por favor te lo pido. Siempre has sido único para mí. Me has apoyado y has creído en mí desde el primer día que nos conocimos. Si no hubiera sido por ti… yo… vaya. La cantidad de veces que he pensado en que acabaría muerto y mira ahora. Parece que se han girado las tornas. Debes pensar que estoy loco por hablarle a una persona que no me puede contestar. Pero ya sabes, quizás yo tampoco sea de las personas que siguen las reglas. Siempre me has dicho eso. —Rio, natural—. De hecho, recuerdo perfectamente el momento en el que me lo dijiste. Fue el mismo día que nos conocimos. ¿Te acuerdas?
PASADO
Estaban un poco cansados de acudir todos los fines de semana a locales donde predominaba el heavy metal. Especialmente Mario, que detestaba esa música —aunque luego se sorprendía escuchando a Metalica y AC/DC—, no obstante, Kovak disfrutaba de esos grupos. Aquella vez, Mario accedió por un motivo: esa noche tocaba un gran amigo de Kovak. Iba con él a clases de interpretación y desde el primer momento hicieron buenas migas. Le había hablado tanto de él que tenía ganas de que ambos se conocieran. Kovak siempre hacía hincapié en que los dos tenían ciertas similitudes. Ambos solían ser risueños, aunque Mario lo exteriorizaba y Álex lo interiorizaba. Quizá por eso Kovak le insistía en que se tenían que conocer. Cuando Mario finalmente accedió, su amigo empezó a dar saltos de alegría. Nunca había visto a Kovak así. Ahora estaban ahí, frente a la entrada del garito.
Era una noche despejada de otoño, cuando ya empezaban a soplar vientos fríos. Lo justo para llevar manga larga. Dentro estaba Álex a las cuerdas de la guitarra de su grupo «Black Petals», y esa noche tocaban en directo.
El barullo de la gente les llegó bajando las escaleras que les conducía al interior. Kovak comenzó a quejarse del pestazo proveniente de los baños y Mario no tardó en recriminarle que dejara de quejarse, ya que estaba cansado de escuchar siempre la misma retahíla. Es como si fuera tradición hablar sobre el tema cada vez que pasaban por delante, destinado a repetirse una y otra vez como en la película Atrapado en el tiempo con el Día de la Marmota. Fueron sorteando algunos metaleros hasta llegar a la barra donde les esperaba Icíar, la primera novia formal de Álex. Black Petals ya había comenzado su repertorio. La chica alzó la mano para que a los dos amigos les fuera más fácil localizar su posición. Icíar, una chica de mente abierta, ágil, de espíritu hippie y ataviada con pulseras, collares y piercings en ombligo, labio y orejas. Poseía un carácter maduro, como si llevara años recorriéndose el mundo, pero se presentía algo alocada o extravagante. Portaba algunas rastas en su larga cabellera castaña y eso le confería cierta personalidad pizpireta. Sobre todo, destacaba como pieza original en una noche donde predominaba el gris y el negro.
—¡Llegáis tarde! —gritó Icíar dibujando una sonrisa.
—Lo sentimos, no encontrábamos aparcamiento —se disculpó Kovak.
—Esta zona es un desastre para aparcar, por eso hay que salir antes, Kovak. —Icíar agitó un dedo.
—En eso no te quito razón. Y mira que Mario ha pasado a recogerme puntual, pero bueno, ya me conoces, soy un desastre con la puntualidad.
—¿Él es Mario? —preguntó observando a su acompañante.
Kovak los presentó sin muchas formalidades. En definidas cuentas, era una noche de concierto, y allí todo el mundo se saludaba. Muchos otros se tomaban ciertas confianzas.
—Encantado —dijo Mario.
—Lo mismo digo. Vaya, eres más guapo de lo que imaginaba —se sinceró Icíar. No era coqueteo. Era su opinión—. ¿Sabes que Kovak no para de hablar de ti?
—Gracias por el cumplido —no era habitual en él, pero Mario se puso algo rojo. Por suerte, la luz del garito lo disimuló bastante bien—, y sí, Kovak puede llegar a ser tremendamente pesado. Es lo que tiene haber crecido con una persona, que lo llegas a conocer tan bien que ya no te sorprende.
Estuvieron hablando brevemente sobre los talentos ocultos de Kovak para luego acercarse al escenario. Mario y Kovak se pidieron un Pitufo, una bebida azulada a base de licor de manzana y vodka. Tuvieron que abrirse camino entre saltos, empujones y derrames de cerveza para colarse en primera fila, pero al final mereció la pena. Kovak gesticuló con la cabeza, indicándole a su amigo quién era Álex. Lo primero que le llamó la atención a Mario fue su particular vestimenta. Como no podía ser de otra manera, llevaba un atuendo negro como el resto de los componentes del grupo. Una gorra gris hacia atrás y una cadena que le colgaba desde la parte delantera del bolsillo hasta la trasera. Mario observó detenidamente su rostro y detectó cierta familiaridad en él. Pómulos firmes, facciones marcadas, pelo largo oscuro, ojos claros y una perfilada perilla que le hizo recordar a uno de los grandes novelistas y poetas de la geografía hispana: Miguel de Cervantes.
Kovak intentaba bailar al son de la música, pero no era muy ducho en ese arte. Una de las razones por las que prefería estar detrás de las cámaras. Las clases de interpretación eran provisionales, pero nadie nace director si no conoce el talento de un actor. Además, intentar bailar heavy metal es como intentar pintar con el codo, se puede intentar, pero el resultado sería espantoso. No obstante, Icíar lo estaba dando todo. Tenía un salto tan ligero como su peso, y por lo visto, no padecía problemas de garganta, ya que gritaba a su novio a pleno pulmón. Álex desde el escenario se dio por aludido y le guiñó un ojo, después secundó un saludo a Kovak y le dedicó una mirada singular a su acompañante. Mario no tuvo más que reconocer lo obvio: era encantador. ¿Se trataría de una seria competencia a la hora de ligar? Mario no solía tener problemas, pero el nuevo candidato había entrado en filas y su atractivo se lo pondría difícil.
Segunda copa en mano, y ya finalizado el concierto, Kovak y Mario se retiraron a comentar el concierto. Mario le dio una palmada en el hombro y se pidieron otra copa para compartir. Al rato aparecieron Icíar y Álex, pero esta vez sin gorra y sin guitarra. Álex observó a Mario antes de saludar a Kovak.
—Tú debes de ser el famoso Mario —comentó Álex. Kovak le había estado hablando continuamente de él.
—¿Famoso? —Rio—. Pero ¿qué te ha estado contando Kovak? —Todos rieron—. Por cierto, muy buen concierto.
—No te creas —contestó Álex—. El grupo ha perdido mucho desde que hemos cambiado al batería.
—Esto… —dijo Kovak para llamar la atención—. Álex, yo también me alegro de verte, majo.
—Perdona, Kovak —se disculpó, luego le dio un abrazo—. Uno no se topa todos los días con una leyenda.
—Tampoco nos pasemos —se quejó Kovak con cierta desazón.
Los cuatro empezaron a beber y conocerse. Justo en ese orden. Todos rondaban los veintitrés años. Kovak aprovechaba cualquier excusa para contarle a sus amigos las experiencias que habían vivido Mario y él cuando eran pequeños. A medida que entraba el alcohol salían las historias. Icíar participaba en todas las conversaciones con efusión. Álex se mostraba distraído, pero pendiente de su novia. Mario detectó que era un tipo celoso, pero no había nada que reprocharle, ya que él también lo era, o por lo menos, eso creía él. Mientras discutían acaloradamente sobre si un tipo con greñas se le había acercado a Icíar para coquetear con ella o no, sonó una de las canciones más sonadas en cualquier garito heavy. Se trataba de Wellcome to the Jungle de «Guns N´ Roses». En ese instante todo el mundo se puso como loco y empezaron a ovacionar al DJ. Olvidaron por un momento sus asuntos y se unieron a la moción. Compartieron saltos, pisotones, empujones y vodka. Esa canción sirvió para unir al grupo mientras el alcohol fluía por sus venas y comenzaba a producir su efecto.
Al cabo de un buen rato, y tras escuchar canción tras canción, Icíar y Álex comenzaron a discutir por una estupidez. Estaba claro que parte de la culpa la tenía el alcohol que ambos habían ingerido, pero el detonante final fue el abordaje de un chico con melena y vestimenta gótica hacia Icíar —el mismo que momentos antes le había estado rondando—. Esta, al principio pareció darle coba, cosa que a Álex no le hizo ninguna gracia. Tardó una fracción de segundo en acercarse al metalero y pegarle un empujón. La cosa no se complicó demasiado, pero Icíar se sometió a un profundo ofuscamiento del que no quería salir. Álex no lo llegaba a entender, ¿por qué se molestaba con él y no con el baboso que le había estado acosando? ¿Qué pretendía Icíar? La cogió del brazo y se la llevó fuera del local para hablar de ello. Mario y Kovak contemplaron atónitos la escena.
—¿Esto es normal? —preguntó Mario un tanto preocupado.
—Demasiado —contestó Kovak quitándole importancia al asunto—. Están todo el día igual.
—Y si están siempre igual, ¿por qué no le ponen remedio?
—Porque Álex está completamente enamorado de Icíar.
—¿Y ella de él? —le preguntó Mario directamente, sin titubeos.
—Sabes que nunca se me han dado muy bien este tipo de respuestas, así que me abstengo de contestar.
Kovak prefirió no mojarse. Si algo había aprendido Mario con el tiempo, es que su amigo era parco al hablar de sentimientos.
Mario se pidió la última copa y salió a tomar el aire. Fuera vio a Álex, sentado en un banco de piedra fumándose un cigarro. Se preguntó si sería un buen momento para hablar con él. No veía a Icíar por ningún lado. Tenía que averiguarlo, solía preocuparse por cosas que escapaban a su comprensión, así que decidió arriesgarse.
—No sabía que fumabas —dijo Mario abordando a su reciente nuevo amigo.
—¿Quieres? —le ofreció Álex.
—No, gracias, no fumo.
—Haces bien. El tabaco es una mierda —Álex hablaba con cierto agotamiento.
—¿Y por qué no lo dejas?
—Bueno, de algo hay que morir, ¿no?
—Esa era precisamente la respuesta que esperaba. —Mario le sonrió y consiguió que Álex también lo hiciera —. ¿Qué ha sido de Icíar?
—Se ha largado. Mucho mejor, no estoy para aguantar tonterías esta noche.
Mario le ofreció un trago de Pitufo. Tras una pequeña pausa, continuó:
—¿Una gran bronca? —le preguntó.
—Algo así, como casi todos los días. —Álex le pegó otro trago al cubata y luego se lo devolvió a Mario—. Te juro que no la entiendo. Icíar es una chica genial, pero su forma de ser a veces le delata. Me jode que se vaya pavoneando delante del primer tío que se le cruza por delante. Estoy cansado de que no quiera ver que eso no me gusta.
—Lo entiendo. A mí tampoco me parecería correcto.
—¿Verdad? —preguntó Álex acogiendo su aprobación—. No sé qué hacer, porque siempre estamos discutiendo por tonterías. Ya no sé qué pensar.
—Aun así, ella tiene todo el derecho del mundo a hacer lo que le plazca. No por el hecho de que sea mujer se debe privar de ser quien es.
Álex le observó con el ceño fruncido. No estaba muy seguro de haberle entendido. ¿Lo estaba apoyando o se estaba contradiciendo?
—¿La quieres? —preguntó Mario de súbito. Ni él mismo se lo esperaba.
—¿Cómo dices?
—Que si la quieres.
—¡Sí! —contestó inmediatamente, algo desubicado.
—Vaya, has contestado rápido —asintió Mario—. Eso es porque es verdad. Lo normal es que hubieras tardado en responder. En ese caso significaría que tendrías dudas de lo que sientes por ella. Pero tu respuesta ha sido sincera y directa.
—¿Esto qué es? ¿Una escena de Titanic? —preguntó Álex algo disgustado.
—No, porque tú no eres Rose —contestó Mario intentado suavizar el ambiente.
—Ni tú Jack —contraatacó Álex algo brusco.
Cuando una persona muestra genio ante otra persona que intenta animarle es por pura necesidad. Mario no fue muy oportuno con sus comentarios, pero rompió una barrera que muy pronto le traería consecuencias. Preocuparse por un extraño no estaba en sus planes, pero Álex no era cualquier extraño. Esa persona estaba ahí sufriendo en silencio, y Mario había conseguido sonsacarle más información en cinco minutos que Kovak en todos esos meses en clases de interpretación. Álex estaba perdido, y pedía ayuda a gritos, solo que nadie más lo veía. Mario se podría haber marchado en cualquier momento, después de todo se le daba bien analizar las razones por las que una persona actuaba con prepotencia. Su nueva amistad no denotaba esos mismos aires, así que decidió darle la vuelta a la situación y otorgarle el beneficio a la duda.
—Perdona —se disculpó Mario—, no es que ponga en duda tus sentimientos, nos acabamos de conocer y no quiero que te lleves una mala impresión de mí, es solo que no creo en el amor verdadero. Por eso me ha impactado tu respuesta.
—¡Claro que la quiero! —explayó—. Es el amor de mi vida.
—¿Te ves con ella formando una familia a largo plazo? —Mario continuó con su interrogatorio intimidatorio.
—Sí —afirmó sonriendo—. Es decir, no es que me vea casado con ella y con hijos. No me gustan los niños, pero sí me veo viviendo con ella, levantándome todos los días a su lado… Ver su rostro todas las mañanas…
—Te creo —mintió Mario.
—¿Qué podría hacer para…?
—Hazle saber que siempre estarás para ella —le cortó su amigo—. Compréndela, entiéndela. Ella es así, y las personas no cambian. Lo que cambia es el camino. No siempre es igual y puede que de vez en cuando te topes con alguna intersección, pero al final vuelves a elegir otro camino. Cuanto antes entiendas estas palabras, antes dejarás de sufrir. Si de verdad estáis enamorados, ella empezará a hacer lo mismo y llegaréis a respetaros. Podréis empezar a pensar como si fuerais uno solo. El amor es cosa de dos. Dos personas no se entienden si una de ellas no quiere. Icíar es una chica de mente abierta, es la impresión que me ha dado. Creo que es normal que atraiga a los hombres, no puede evitarlo, es una chica atractiva, preciosa, y con una personalidad marcada. Eso no desaparecerá del día a la noche. Tendrás que aprender a convivir con ello. Si se le acerca algún chico para ligársela, deberás confiar en ella. ¿El amor no se basa en la confianza?
Mario había ensayado el soliloquio por si alguna vez se topaba con este caso.
—Ese es el problema —contestó Álex—, que no sé si confío en ella.
—¿Te ha dado algún motivo para no hacerlo?
—¿Te parece poco lo de esta noche?
—Álex, vas a odiarme por esto, pero ella no te ha faltado el respeto en ningún momento. Ha estado escuchando tus canciones en primera fila, te ha estado animando y lo ha disfrutado. Sobre todo, sonreía cada vez que le guiñabas un ojo y te dedicaba alguna canción. El hecho de que esté hablando con un tipo que se le ha acercado, no la convierte en una mala persona. No lo ha besado, ni se han estado magreando. Ella está contigo, y lo sabe. Creo que lo que más le apetecía esta noche era disfrutar con nosotros. Reconócelo: eres celoso.
—La Virgen, Mario —se quejó Álex—. Se supone que deberías animarme, no deprimirme.
—Lo siento —volvió a disculparse Mario—. No suelo seguir las reglas. Tiendo a decir lo que pienso, y pienso pocas veces en saber cómo se lo puede tomar la gente. Y aunque suena contradictorio, no suelo hablar abiertamente de todo lo que pienso. Solo cuando veo la necesidad.
—Pues, tío, no sé si darte un puñetazo o un abrazo.
—Me conformaría con un abrazo. —Rio—. Pero veo que tú tampoco eres de seguir las reglas, aunque prefiero a las personas pacíficas.
Los dos firmaron un contrato en el frío de la noche. Un contrato que estipulaba la confianza por ambas partes y por el que primaba la lealtad del uno con el otro. Las firmas bailaron al unísono de las palabras y fueron formándose poco a poco con la languidez de aquella charla hasta fundirse en un abrazo. Los contratos de amistad no se ven, pero se sienten. Y cuando alguien descubre a un amigo verdadero, lo tiene para toda la vida.
—Volvamos adentro —dijo Mario—, tenemos a Kovak abandonado.