Kitabı oku: «De viento y huesos», sayfa 5

Yazı tipi:

Matías pegó otro trago al vermut para hacer una pausa.

—La primera conclusión es la siguiente: mis padres y yo reunimos todos nuestros ahorros y montamos una nueva cafetería. El apellido Amengual se había extendido como la pólvora por toda la ciudad. Así es como bautizamos nuestro nuevo hogar: Cafetería Amengual. Nuestra historia cautivó y colmó de esperanza los corazones de los palmesanos, así que, muy rápidamente, la cafetería creció y creció y mis padres pudieron cumplir, una vez más, el sueño de servir el mejor café de Palma. Aunque como siempre sabes, después de la calma llega la tempestad y tuvimos que vender la cafetería porque mi padre estuvo a punto de entrar en quiebra tras las deudas que nos generó el estreno del nuevo bar. Fue pues, cuando la cafetería Amengual, cambió de seudónimo y de postor, y nosotros invertimos en otra cosa. Mis padres ya se habían hecho lo suficientemente conocidos en la ciudad como para hacerse notar. Pero sus ambiciones llegaban más lejos. Querían defender al pueblo que los había acogido, así que idearon un plan. Un buen día mi padre se levantó más animado que de costumbre y nos preguntó «¿y si creamos un bufete de abogados?». Tu bisabuela sabía el trato tan injusto que habíamos recibido tras el traspaso de la cafetería. En cierto modo, nos vimos obligados a aceptar aquellas ridículas cláusulas dado que la guerra había hecho estragos por toda la ciudad y no estaba el horno para bollos, pero ¿y si hubiera alguien que luchara por los derechos y sueños de todos los palmesanos? A mi madre no le pareció una idea descabellada. Fuimos pioneros. Creamos un imperio para defender los sueños, y para ayudar a los que podían hacerlos posibles. Y ahora te pregunto yo, Mario, ¿qué es lo que deseas hacer tú?

Después de haber vivido la historia de su abuelo como si fuera la suya propia, tragó saliva y se aclaró la voz. Necesitaba salir de su ensimismamiento, así que, sin previo aviso le cogió el vaso de vermut a su abuelo y le dio un buen trago.

—Creo que he tomado la decisión correcta —dijo Mario sin parar de parpadear—. Es lo más justo.

—¿Lo más justo para ti? ¿O para todos? —preguntó su abuelo.

—Para mí —aunque Mario contestó escuetamente, fue sincero.

—Entonces, ¿ya lo tienes decidido?

—Sí, ¿pero no crees que es un acto egoísta por mi parte?

—¿Qué sentirías si no lo hicieras?

—Que me estoy fallando, y de cierta forma, también estaría fallando a las personas que creen en mí.

—Eso es lo que pensó mi padre cuando subió por aquel montón de escombros y vio su cafetería derruida. Si no hubiera tomado la decisión de continuar hacia delante, habría fallado a toda esa gente que necesitaba esperanza. Mi padre ofrecía café, pero era una metáfora de insuflar esperanza en los corazones rotos. De algún modo u otro, alguien tenía que volver a levantar el bar, ¿no crees?

—¿Qué fue lo que le impulsó a continuar? —preguntó Mario con media sonrisa.

—Supongo que vernos con vida después de la explosión de aquella bomba. —Ahora Matías miraba a su nieto a los ojos —. No voy a juzgar a tu padre por no aprobar que quieras ser camarero cuando podrías ser el mejor abogado de toda Mallorca, él cree que es lo correcto para ti, pero tampoco voy a juzgarte a ti por querer seguir tu propio camino.

—Gracias, abuelo —dijo Mario emocionado—. Muchas gracias.

Mario hinchó de aire sus pulmones. Meditó y barajó sus opciones. Su abuelo le había hecho replantear la forma en la que tomaba sus decisiones. Quizá por ello lo respetaba tanto. Cuando lo sopesó a conciencia, se levantó decidido a irse. Ya era hora de prepararse para aquella tarde. Él tenía el control de su vida.

A medida que se acercaba a la puerta hizo balance de todo cuanto le había explicado su abuelo. Entonces, cuando ya llegaba a la puerta, retrocedió sobre sus pasos.

—Abuelo —incidió Mario—, antes me has dicho que la historia tenía dos finales. ¿Cuál es el otro final? Es solo por curiosidad.

—La segunda conclusión es que mis padres y yo montamos el bufete de abogados justo después de terminar la guerra.

—¿Te refieres a que no vendisteis la segunda cafetería?

—No —sonrió su abuelo—, me refiero a que nunca hubo segunda cafetería.

—En cualquier caso —meditó el nieto—, la historia termina igual.

—Así es, pero su recorrido es diferente. A veces queremos recorrer un camino directo al triunfo, pero no tenemos en cuenta todas las variantes con las que nos podemos encontrar. En la primera conclusión tuvimos que trabajar duro para que el apellido Amengual fuera uno de los más reconocidos de la ciudad; en la segunda, el apellido Amengual se hizo famoso gracias al bufete. Tanto el principio como el final es el mismo, pero no su contenido.

—Eres un genio —pronunció Mario con orgullo.

—Mario, tú decides con qué versión te quedas.

—Ya veo. Solo necesito un motivo para continuar.

—Cualquier motivo —aclaró el anciano—. Al humano, con poco le basta. Pero a ti no. Como he dicho, estás hecho de otra pasta.

PRESENTE

Las personas tienden a temer todo aquello que no comprenden. Está en nuestra naturaleza. Es instintivo, primitivo, no lo podemos evitar. Álex tampoco era una excepción. Su jefe le había dado unos días libres para que pudiera estar con su mejor amigo, pero en ese momento no se encontraba en la clínica. Estaba en casa, esperando a Carlota, su pareja, que llegaba de trabajar.

Durante un instante, Álex debió pensar que todo había sido producto de su imaginación, que el intento de suicidio de Mario se lo había inventado, o que era un castigo por haber estado tanto tiempo sin verle, sin oírle. Pero no, al ojear la página de Facebook de su amigo, y ver la muestra de apoyo de sus seres queridos lo devolvió a la pura realidad. Mario se había intentado suicidar. No era un acto regresivo. A partir de aquí, todo era decisivo. «¿Y si Mario muere…? No me podré perdonar el no haber escuchado su voz una vez más…», pensó.

Álex estaba hecho un manojo de nervios. Tres días para meditar quizá no eran suficientes. Se acarició la perilla mientras indagaba en sus recuerdos. Desde que comenzó a salir con Carlota, no había tenido ocasión de pensar demasiado en Mario. Hubo un tiempo en que, entre ellos dos, existió la paz, pero la última vez que vio a Mario las cosas eran muy distintas. Mario hizo algo que nunca pensó que llegaría a hacer. «Sé que no estabas loco, Mario», se decía Álex, pero lo de la última discusión era algo difícil de perdonar. «¿Y ahora? Me obligas a verte por las malas, aunque para ello hayas tenido que tirarte desde la azotea de un edificio. Así no. No era como me imaginaba nuestra próxima visita», se dijo. Una cosa era cierta: Álex sabía que, tarde o temprano, volvería a retomar el contacto con el mallorquín. Era imposible olvidar todos aquellos ratos que vivieron juntos. La vida tiene esa extraña forma de no recordarte el valor, pero te recuerda el trayecto, el camino que te ha hecho recorrer hasta alcanzar el final. Y el final no es un final si no se tiene en cuenta el presente. El de Álex era un tanto peculiar, dado que su naturaleza le impedía sentir amor verdadero por las personas. Solía aferrarse a aquellas cosas que le reportaban algo de felicidad, en las que se refugiaba en un acto egoísta por sentirse mejor, por evadirse los problemas a su alrededor. Hacía ver a sus seres queridos que sí le importaban sus problemas y quehaceres, sin embargo, la realidad era muy distinta. Él no sentía fascinación por ayudar al prójimo como sí hacía Mario. Él solo entendía el efecto de la causa. Nada reprochable si tenemos en cuenta que se había criado sin madre y en un ambiente poco amigable. Su madre murió cuando Álex tenía cuatro años. Para entonces, Elías contrató a un músico para que diera clases personalizadas de guitarra. Pensó, quizá, que la música le ayudaría a olvidar por el infierno que estaba pasando aquella ya de por sí, familia destrozada. Sin embargo, el músico bohemio resultó ser un fraude para él. Álex no se llegaba a concentrar, y para cuando lo hacía, se refugiaba en los brazos de su padre sin muy bien saber por qué. Años después descubrirían la verdad. Ese hombre, un músico hippie con gafas redondas a lo John Lennon, había traicionado su confianza… y anulado su inocente juventud. Dejó de aparecer por casa el día que Álex le contó la verdad a su padre. Y es que el músico se había tomado ciertas licencias con ese joven que empezaba a despegar. Su padre le falló hasta en eso. Álex nunca lo superó, pero con el tiempo, supo ver la ceguera del padre y terminó perdonándolo, hasta tal punto de hacerse inseparables. Así pues, todas esas emociones que le martilleaban por dentro, debía gestionarlas él mismo. Necesitaba armarse de valor, aunque fuera por esta vez, y empezar a decidir no por su propio bien, sino por el de todos.

Álex parpadeó varias veces seguidas. Agitó las llaves en el rellano y estas tintinearon brevemente. Después seleccionó la llave correcta y abrió la puerta de su caja.

Sin gran animosidad, recibió a Carlota.

—Siéntate, tengo que hablar contigo —le dijo Álex sin apartar la mirada del suelo.

—Ya ni me dedicas un simple «hola» —le reprochó su novia.

Carlota y él habían discutido hacía un par de días. Esta vez, la excusa perfecta fue que Álex había hecho la cena, pero Carlota no puse el lavaplatos. Una ambigüedad sin sentido, pero se sumaba a muchos otros malentendidos diarios. Se habían conocido en una fiesta en Barcelona. La historia de Carlota era algo curiosa. Cuando apareció en la vida de Álex, este sintió una tremenda atracción hacia ella la cual era recíproca, sin embargo, decidió ser fiel a sí mismo. Su relación pasó de ser esporádica a continua. Mario no fue consciente de este hecho hasta más tarde. Descubrió que su amigo Álex se había mudado con Carlota a Mallorca y ni siquiera se despidió de él. Algo había cambiado. Álex solía dejar todo a medias, pero le sorprendió la decisión tan radical en aquel momento. Sin embargo, la relación entre Carlota y Álex tenía los días contados. Cuando se mudaron a Palma, ya traían consigo algunas faltas de entendimiento. Pasar tanto tiempo juntos les insuflaba negatividad.

—¿Vas a quedarte ahí de pie, o vas a sentarte conmigo? —le preguntó Carlota un tanto irónica. Por el contrario, Álex cogió una silla y se sentó frente ella.

—Quiero que escuches atentamente. Tengo mucho que decirte, y no quiero que me juzgues precipitadamente. —Álex observó cómo Carlota ladeaba la cabeza con cierto aire de disconformidad, pero al final aceptó sus condiciones—. Habrás notado que últimamente estoy más raro de lo normal, y no tiene nada que ver con la discusión del otro día. Pero es obvio que no estoy pasando por mi mejor momento.

—Quién lo diría… —Su novia apartó la mirada con prepotencia.

—Vengo de la clínica —contraatacó Álex haciendo caso omiso al desprecio de su pareja—. Mario se ha tirado desde un quinto piso. Ha sobrevivido, pero está en coma.

Carlota no conocía personalmente a Mario, pero su novio le había hablado de él hasta la saciedad. Ahora observaba a Álex con los ojos en órbita.

—Álex, no bromees con esas cosas… —contestó.

—No es ninguna broma. Está vivo de milagro. No saben si despertará, pero si lo hace, se quedará parapléjico. Tiene la columna destrozada.

La joven estaba absorta.

—¿Me estás diciendo que se ha intentado suicidar?

—Sí.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Hace dos días que ocurrió…

—Tenemos que ir a verle. Es tu amigo.

Carlota cambió de tercio cuando empezó a crear conciencia. Se dirigió hacia él y se sujetó de los hombros afectuosamente. Álex, por el contrario, no mostró ningún cambio en su rostro. Frío por fuera, caliente por dentro.

—Acabo de venir de allí. Es mejor que no vayas, tú no lo conoces. De todas formas, ese no es el motivo principal por el cual quería hablar contigo. —Sus palabras era tan duras como un martillo, pero no era la única noticia que le reservaba—. Quiero que tú y yo lo dejemos. No quiero verte más. Podría extenderme y darte explicaciones, pero la verdad es que no me apetece y estoy cansado de hacerlo. He dejado pagado dos meses del alquiler del piso. Posiblemente yo me vaya al piso de mi padre, todavía no lo sé, ya lo veré, pero no quiero estar contigo en estos momentos. No es bueno ni para ti ni para mí. Así no podemos continuar.

Carlota se apartó de Álex y dejó una buena distancia entre ellos. Se apartó un mechón rubio de la cara y se lo recogió detrás de la oreja. Intentó sopesar la información que acababa de recibir, pero en ese instante se sentía cual péndulo de un reloj de madera vieja, levitando de un lado para otro como si la cosa no fuera con ella.

—Primero me dices que tu mejor amigo se ha intentado suicidar y luego me apuñalas en el pecho dejándome tirada. —Si por sus ojos se asomaba el brillo de unas lágrimas, lo disimulaba muy bien—. Estupendo. El mejor día de mi vida.

Como alma que lleva el diablo, se levantó del sofá y le propinó una buena bofetada. Álex no se resistió. Sabía de sobra que se la merecía, así que se dejó maltratar. ¿Qué es una bofetada comparada con vivir una mentira?

—Dime al menos una cosa —dijo Carlota con los ojos inyectados en sangre—, ¿alguna vez, por pequeña que fuera esa posibilidad, me quisiste?

Álex podría decirle que sí, que hubo un tiempo —relativamente al principio— en que sí, o que la quiso con gran devoción. Que hubiera dado cualquier cosa por estar con ella, a su lado, o que si alguna vez sintió el amor, fue muy parecido a lo que sentía por ella. Pero esta vez no dijo nada. Se quedó callado, su silencio fue tan frío y frágil como el témpano que se forma en las aguas cristalinas de una montaña. Lo que sí sabía con certeza eran sus sentimientos hacia ella. La adoraba, sí, pero siempre desde el cariño que ejercía sobre él. Algo muy parecido a lo que Mario sentía por Blanca. Por eso dejó que Carlota sacara sus propias conclusiones y abrazara la soledad que sentía en ese momento, pero a sorbitos.

—Ah, claro. No me vas a responder —dijo afligida—. Pues muy bien, si es lo que quieres que así sea.

Ahora Carlota ya no contenía la rabia, pero sí lo hicieron sus lágrimas. Pocos segundos después, recogía su bolso dispuesta a largarse y le dedicó a Álex unas últimas palabras.

—Eres un cerdo. Un egoísta asqueroso. No puedo creer que me estés haciendo esto. Te quedas ahí callado, como si no hubieras roto un plato en tu vida, pero yo te conozco Álex, sabes muy bien que eres un cobarde y un manipulador. Mírame a la cara y dime la verdad —incitó furiosa—, todo esto es por Mario, ¿verdad?

Álex no se hizo esperar.

—Enteramente —contestó.

Y el portazo de Carlota acompañó a la soledad de una persona que sujetaba los cuatro muros de aquella casa con los brazos.

Horas después hizo las maletas, dejó las llaves encima de la mesa y arrancó el coche en dirección ningún lugar. Mario le necesitaba, se lo debía.

PASADO

Uno de los primeros días húmedos de invierno, Mario decidió invitar a sus amigos a pasar el fin de semana en casa. La suave llovizna había cubierto las calles de una fina oscuridad perpetua. Como si las nubes hubieran conferido un manto oscuro de perplejidad. Sus padres, Juan Antonio y María del Mar no estarían ese fin de semana, habían decidido visitar a los padres de María del Mar, ya que vivían en Málaga, así que tendrían dos días para hacer lo que quisieran en casa y que nadie quebrantara sus planes.

Mario había visitado varias veces a sus abuelos andaluces, pero casi siempre por obligación. Era algo que intentaba evitar a toda costa, ya que sus parientes le evocaban al lado más amargo del ser humano. Ya lo dijo el escritor británico Israel Zangwill: «El egoísmo es el único ateísmo verdadero; el anhelo y el desinterés, la única religión verdadera».

Por supuesto, Carmen no estuvo de acuerdo al principio. Su hermana era dura de mollera, pero Mario sabía cómo encandilarla. Kovak había presentado a Álex en sociedad hacía seis meses. De vez en cuando, Mario, Álex y Kovak, hacían planes juntos y a ella no le quedaba otro remedio que escuchar su nombre a todas horas. Debido a ello, el interés por conocerlo había crecido exponencialmente. Cuando supo que su hermano lo había invitado a la fiesta, no puso objeciones. Ese día, por fin, le pondría rostro a su presencia.

El plan era el siguiente: Mario prepararía una cena sabrosa a base de pasta con salsa de nata, tomate cherry y un toque de albahaca y pimienta. Después verían una película de terror, y beberían cerveza hasta agotar la noche. Los invitados se podían quedar a dormir, ya que había habitaciones de sobra. Además, el día acompañaba perfectamente a su plan, ya que no había parado de llover desde que amaneció. Era perfecto para tenerlos a todos juntos. Mario estaba impaciente, se duchó y le pidió a su hermana que le ayudara a colar la pasta, ya que los invitados estaban a punto de llegar.

Pasados unos minutos, Kovak tocó el timbre. Iba acompañado de Álex y su novia hippie, Icíar.

—¡Buenas noches y a la paz de Dios! —saludó Kovak jocoso.

—Hola, chicos —saludó Mario. Luego los abrazó uno a uno. Algo que había cogido por costumbre en cuanto los veía—. Pasad, poneos cómodos.

—Icíar ha comprado esta botella de vino —dijo Álex ofreciéndosela a Mario—. No entiendo mucho de vinos, pero ella dice que, de los más baratos, es el mejor.

—No te tendrías que haber molestado, Icíar —le contestó Mario muy respetuoso—, pero gracias de todas formas. Creo que va a durar muy poco en la cena…

Los chicos se dirigieron al salón y se distribuyeron cerca de la chimenea que Mario había encendido previamente para que entraran en calor.

El salón sabía acoger a sus visitantes. El fuego abrazaba las paredes y las pintaba de un ocaso particular. Todo estaba decorado con gusto. El mobiliario consistía en estantes y mesas de madera de abedul, así como figuras de animales salvajes en plata, cobre y oro, relojes de pared con sus correspondientes sonidos característicos. Había diferentes cuadros de temática realista del autor mallorquín Joan Aguiló.

A los pocos minutos apareció Carmen con unas copas para despachar el vino. Saludó a todos por igual, pero al ver que su hermano no la presentaba en sociedad como debía, le pegó un tierno codazo.

—Ah, sí. Perdonad que no os haya presentado. Álex e Icíar, esta es Carmen, mi hermana.

—Masturbado de conocerte, Carmen —interrumpió Kovak con una sonrisa de oreja a oreja. Carmen vestía con un vestido azul ceñido que realzaba su figura y con su oscuro cabello.

—Puaj, ¡Kovak, qué asco! —contestó Carmen. Los chicos rieron al unísono—. A ti ya te conozco, merluzo.

—No tiene remedio —cortó Álex. Icíar le secundó estrechándole la mano—. Es un placer. Mario nos ha hablado mucho de ti.

—Ah, ¿sí? —Miró hacia su hermano con curiosidad, luego frunció el ceño.

Carmen intentó abrir la botella de vino, pero de los nervios no atinaba o no encontraba fuerzas suficientes para hacerlo. Álex se ofreció y la abrió en un instante con el sacacorchos. Carmen quería deslumbrar esa noche con un propósito. Si su hermano tenía razón y Álex era tan atractivo como lo había descrito, debía aprovechar la oportunidad y llamar su atención. Aunque pasó por delante un pequeño detalle: no contaba con que tuviera novia. Su hermano le había omitido ese detalle, pero no fue motivo suficiente para mostrar sus encantos. Esa noche podría ser una gran noche. Y no era habitual que Carmen compartiera diversión con los amigos de su hermano. Quizá era un buen momento para experimentar qué se sentía estar en su círculo de amistades.

Mario se dirigió a la cocina para terminar la cena. Mientras tanto, Carmen se esforzaba por prestar atención a la conversación que mantenía con Kovak, que no paraba de echarle piropo tras piropo. En esencia, solía mantener las distancias con él, ya que su humor no iba del todo con ella. Era como si tratara de crear algún tipo de barrera, como antiguamente hacía la alta Edad Media para no mezclarse con la plebe. Como combinar dinero y educación en una coctelera y no servir la copa.

Los chicos se sentaron a la mesa en cuanto Mario comenzó a servir los platos. Comieron con gran devoción, cosa que el anfitrión agradeció. La albahaca confería a la pasta un sabor inusual, y la salsa de nata le daba ese toque suave que embelesaba la lengua. Los chicos agradecieron la cena. Poco después, tras acabarse la botella de vino y la cena, Mario presentó la segunda parte del plan. Trajo de la cocina unas botellas de cerveza. Hizo palomitas para todos y puso Scream en DVD, un clásico de terror adolescente de los 90. Curiosamente, ninguno de sus amigos la había visto, salvo Kovak, que era un devorador de filmes como Sé lo que hicisteis el último verano, La casa de cera, Viernes 13, Pesadilla en Elm Street, Leyenda Urbana, Destino Final, Jeepers Creepers, The Faculty y un largo etcétera de los que se sabía prácticamente todos los diálogos.

La película fue del agrado del grupo, salvo Carmen que escondía el rostro con la manta cada vez que aparecía el asesino en pantalla. Kovak aprovechaba los momentos de tensión para asustarla aún más, y como esos momentos no eran de su agrado, Carmen le atizaba una colleja cada vez que tenía oportunidad.

Tras unos buenos sustos y unas largas risas, los chicos decidieron tomarse un rato para entablar conversación. Mario aconsejó retomar algún documental sobre los mayas, civilización perdida que le apasionaba, pero la idea no fue bien recibida por la mayoría, ya que se trataba de un día de desenredos y diversión. Una diversión que estaba a punto de bifurcarse. Icíar propuso un plan alternativo.

—Chicos, ¿fumáis? —preguntó Icíar levantando una ceja mientras rebuscaba en su bolso.

—Mario no fuma, es antitabaco —explicó Álex, que ya iba calando a su amigo.

—No creo que le diga que no a esto…

Icíar extrajo un cogollo de marihuana del bolso. Los chicos se sorprendieron, aunque Kovak era el único que no paraba de sonreír. Carmen, por el contrario, levantó una ceja.

—Un momento, no iréis a fumar aquí, ¿verdad? —preguntó ella con disconformidad.

—Vamos, Carmen —animó Kovak—. No me digas que nunca te has fumado un porro.

—Pues claro que me he fumado un porro —contestó. Mario se le quedó mirando, sorprendido—. Pero no en mi casa. ¿Estáis locos? Como vengan mis padres nos va a caer una buena.

—Carmen tiene razón —secundó su hermano—, no es buena idea fumar aquí.

—Pues fumemos fuera —propuso Icíar.

—Cariño, está cayendo un chaparrón, ¿o es que no lo oyes? —contradijo Álex—. Nos empaparíamos. Eso sin contar con el frío que hace.

—Vamos, Mario —insistió Kovak—, fumemos aquí dentro. Tus padres no se van a enterar.

—No sé, no creo que sea lo correcto.

—¿Correcto? Joder, Mario, déjate de correcciones y fuma. Las reglas están para incumplirlas —animó Kovak.

—Kovak tiene razón, ¿acaso no eras tú el que no seguía las reglas? —Álex le guiñó un ojo. Recordaba aquellas palabras fuera del garito de heavy metal la primera vez que se vieron. Mario sonrió.

—No sé, no sé…

—Mario, ni se te ocurra —amenazó su hermana—. Sabes que si se enteran papá y mamá nos va a caer una buena.

—¿Qué más da, Carmen? —cedió Mario—. Total, a ti no te dirán nada, eres el ojito derecho de los dos. Si se enteran me echas la culpa a mí y listo. Una bronca más tampoco me hundirá.

—Así se habla —dijo Álex orgulloso.

Carmen observaba la escena con indignación. Kovak tuvo que pegarle un codazo para que reaccionara. Fue cuestión de tiempo que aceptara, ya que era la primera que quería pasar más tiempo para conocer a Álex, aunque eso supusiera rivalizar contra la belleza de su novia Icíar, quién llevaba una falda corta para mostrar pierna y que, aun tratándose de ser invierno, no tenía reparos en mostrar. Un reto que estaba dispuesta a superar.

—Está bien… —cedió al final—, pero que conste que va contra mi voluntad, y que si se enteran te comerás tú el marrón.

—Hecho —contestó Mario.

Kovak celebró la decisión. Poco después, Icíar empezó a liar el cigarro mientras Álex no paraba de acariciarle la espalda. Ese día había complicidad entre ellos. Carmen lo notó. Mario lo notó. Kovak, ansioso por probar la primera calada, empezó a pegar sorbos de cerveza de botellas ajenas. Al final tuvo que acercarse a la cocina para traer una remesa nueva.

El improvisado plan de la noche trastocó las intenciones de Mario. Hubiera sido una noche perfecta para hablar con sus amigos de los acontecimientos recientes. Les contaría su experiencia como camarero en el restaurante vegetariano, en el que ya llevaba cerca de cinco meses y en los que, posiblemente pronto le promocionarían a maître. Podría haberles contado con mucha ilusión, que se sentía orgulloso que, en tan poco tiempo, fueran a ascenderlo. Mario sabía perfectamente que su buena atención, su porte y su presencia habían contribuido enormemente a que contaran con él para el puesto. Pero todo eso había quedado a un segundo plano. Quizá era momento de reprimir sus emociones y dejarlas para otro día. Se convenció rápido gracias a las tres cervezas que llevaba encima.

Icíar terminó de liar el porro y le pegó la primera calada. Acto seguido se lo entregó a Kovak, que iba con ansia, suspiró y se entregó al respaldo del sofá. Después le llegó el turno a Álex, le pegó una calada y se lo ofreció a Carmen que lo recibió con una sonrisa. Carmen se lo entregó a Mario, pero antes, Álex le advirtió:

—Espera, Mario, ¿has fumado marihuana alguna vez?

—No… —respondió.

Ok. Dale una primera calada suave. No te excedas.

Mario cogió el cigarro con dos dedos como novato que era. Se lo acercó a los labios. Todos estaban expectantes, en especial Álex, que no le apartaba la mirada. Mario absorbió. El humo recorrió un camino equivocado o bien Mario no supo conducir el humo, ya que con la primera calada comenzó a toser. Era de esperar que todos se rieran, pero Álex simplemente le sonreía, ya que, como fumador habitual de tabaco, estaba experimentado en el tema.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí… —respondió Mario entre tos y tos.

—Te has pasado con la primera calada. Tienes que darle más suave. Mira. —Álex le quitó el porro de las manos y le pegó una calada a modo de demostración—. ¿Ves el humo? Si sale espeso, es que lo estás haciendo bien.

—A ver…

Volvió a pegarle otra calada, pero esta vez, el humo aterrizó en sus pulmones.

—Muy bien, ahora retén el humo todo lo que puedas —aconsejó Álex—. Bien, expúlsalo.

Mario reaccionó. A medida que expulsaba el aire y se condensaba el humo en el exterior, comenzó a invadirle una extraña armonía. Como si toda la tensión que había acumulado durante el día se hubiera esfumado en ese preciso momento. Decidió pegarle otra calada, estaba claro que esa sensación le hacía sentir bien.

—Con calma, Mario —sugirió Álex de nuevo—. Las caladas tan seguidas no son buenas.

Por supuesto, hizo caso omiso a su amigo. Ansiaba volver a experimentar ese sosiego inconsciente. Después vino otra calada, y otra… Hasta que Kovak le quitó el cigarrillo de las manos y fue compartiendo con el resto de los participantes. Icíar observaba a Mario mientras cuchicheaba algo al oído de Álex. Su novio amplió la sonrisa. Carmen analizó la situación y decidió sentarse en el sofá junto a Kovak.

La visión de Mario hizo un zoom que amplió la escena de sus amigos. Entrecerró los ojos para observar cómo Kovak no dejaba de examinar a su hermana. La cabeza le tambaleaba, pero apenas le importaba, ya que por primera vez en mucho tiempo se sentía feliz, y tenía todo cuanto deseaba cerca de él. Incluso su hermana, que era la víbora personificada, ahora se mostraba plácida y amable. Contemplaba cómo, una y otra vez, Icíar se acercaba al oído de su novio, para después besarle el cuello, sonreírle y besarle otra vez, pero en los labios. A Mario aquella parafernalia empezaba a resultarle monótona, así que se le ocurrió levantarse de la butaca para hacer el payaso.

Los efectos de la marihuana gratificaban los primeros estragos. Mario creyó ser una mosca. Sí, una mosca danzante que iba de lado a lado del salón con su continuo siseo. Revoloteaba apoyando las manos por doquier mientras los brazos actuaban de alas. Al imitable siseo le acompañaron las carcajadas de sus amigos. A medida que Mario exageraba más los gestos y los sonidos, las risas se agravaban más y más.

Después de pasar un buen rato, Mario retomó su trono personal y aprovechando que había captado toda la atención de sus amigos, expuso un buen tema de conversación, en la que cada uno podría divagar a su gusto.

—¿Creéis que estamos solos en el Universo? —expuso.

—¿Quieres decir que si hay más moscas revoloteadoras en otros planetas como tú? —contestó Kovak. Carmen comenzó a reírse con ganas. Mofarse de su hermano era uno de sus mayores placeres que le había otorgado la noche.

—Mirándolo así, sí —contestó Mario con cierta aspereza hacia su hermana—. ¿Lo creéis?

—Yo creo que no —continuó Icíar—. El Universo es infinito, o al menos eso creo.

—¿Y tú, Álex? —le preguntó Mario con verdadero huroneo.

—Es imposible —contestó—. Es imposible que estemos solos en el Universo. Tiene que haber alguien más por ahí. Creo sinceramente que hay especies que ya nos han visitado y que nos superan en inteligencia y tecnología…

—Carmen, estás muy buena —interrumpió Kovak, divagando gracias a los efectos de la marihuana.

Carmen intentó contener las carcajadas, pero le fue imposible. Todos se unieron al jolgorio y perdieron el hilo de la conversación.

—¿De qué estábamos hablando? —se preguntó Álex dubitativo. Tras un buen rato en el que todos quedaron en silencio, retomó el tema—. Ah, sí. Ya me acuerdo. Por cierto, ¿no hay más birra? Bueno, es igual. Hablábamos del Universo, ¿no?

Mario, que estaba empotrado en la butaca sin conseguir mover un músculo, alcanzó el porro que le ofrecía su hermana y le pegó varias caladas más. Lo peor de todo es que, en ese instante, pensaba que podría acostumbrarse a eso. Mientras Álex continuó dando su explicación de la visita de seres extraterrestres a nuestro planeta, Mario comenzó a preguntarse hasta qué punto era necesario haber sacado ese tema. Esa pregunta le llevó a otra, más contundente, más directa. Se cuestionó si era necesario haber reunido a todos sus amigos para sentirse mejor. Y si realmente lo necesitaba, ¿por qué había caído tan bajo? Nunca había necesitado de nadie para labrarse un buen camino. De pronto se percató que ya no era el centro de atención y eso le enfureció por dentro. La marihuana volvía a hacer estragos entre ellos haciéndoles perder el hilo con bastante facilidad.

₺129,47

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
571 s. 2 illüstrasyon
ISBN:
9788417474904
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre