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III

Categoría-cuadrado semiótico

PREÁMBULO

Resulta enojoso considerar estas dos nociones, dada la centralidad que se les ha atribuido en la teoría hjelmsleviana y en la teoría greimasiana: para Hjelmslev, la culminación de la teoría del lenguaje —aunque no de los “prolegómenos” de esa misma teoría— equivale a una “ciencia de las categorías”, recusando la distinción tradicional entre sintaxis y morfología:

Podemos ver también que semejante descripción sistemática de la lengua, efectuada a base del principio de empirismo, no permite ninguna sintaxis y ninguna ciencia de las partes del discurso1.

Por lo que se refiere al cuadrado semiótico, Greimas y Courtés proponen:

… entendemos por cuadrado semiótico la representación virtual de la articulación lógica de una categoría semántica cualquiera2.

Sin embargo, la centralidad del cuadrado semiótico no tiene mucho que ver con la de la categoría en la perspectiva hjelmsleviana: para Greimas y Courtés, la centralidad del cuadrado semiótico procede de la posición que se le ha asignado en el recorrido generativo, es decir, en última instancia, en el universo de discurso particular del que el recorrido generativo se esfuerza por establecer el simulacro. Para Hjelmslev, la centralidad de la categoría proviene del contenido exclusivamente funcional que comprende. Forzando sin duda el rasgo, el cuadrado semiótico se encuentra en el centro del discurso, la categoría se halla en el centro del “discurso sobre el discurso”.

Hemos de destacar aún otras dos diferencias: (i) las dos nociones difieren en extensión: según la definición propuesta en El lenguaje:

… categoría, paradigma cuyos elementos no pueden ser introducidos más que en ciertos lugares de la cadena y no en otros3.

La categoría es, pues, una singularidad situada en la cadena, mientras que para Greimas y Courtés, el cuadrado semiótico, después de ser orientado, debe resultar coextensivo a la cadena al término de la descripción; (ii) para Greimas y Courtés, la articulación está dada como “lógica”, pero parece más juicioso considerarla como “lógicodiscursiva”; si no, la teoría semiótica sería “apriorística” y “trascendente”. Es decir, estaría en contradicción con las premisas epistemológicas a las que ella adhiere. Para Hjelmslev, las cosas son de otra manera si se admite que la enseñanza de La categoría de los casos es más clara que la de los Prolegómenos, puesto que la oposición participativa es juzgada como más pertinente para dar cuenta de las realidades semióticas que la oposición distintiva:

El principio estructural que dirige el sistema lingüístico de los casos es por definición prelógico. La relación entre dos objetos, en lo que consiste la significación de los casos, puede ser concebida por medio de un sistema de oposiciones lógico-matemáticas o por medio de un sistema de oposiciones participativas. Pues bien, sólo un sistema del segundo tipo cubre los hechos del lenguaje y permite describirlos por la vía inmediata. Pero sería posible conducir el sistema de la lógica formal y el sistema de la lengua a un principio común, al que podríamos denominar sistema sublógico. El sistema sublógico se encuentra en la base del sistema lógico y del sistema prelógico, a la vez4.

Cada una de esas aproximaciones, en suma, proporciona lo que le falta a la otra: de un lado, la aproximación de Hjelmslev presenta el “sistema lógico” preconizado por Greimas/Courtés como una de las soluciones posibles. De otro lado, la praxis descriptiva propuesta por Semántica estructural y Semiótica 1 permite aplicar el aparato teórico de los Prolegómenos al análisis de los textos, que Hjelmslev recomendaba, aunque sin mostrar cómo ajustarlo. Las consecuencias para el tratamiento de esas nociones son de dos tipos: en primer lugar, el tratamiento del cuadrado semiótico está subordinado al tratamiento de la categoría, como el de la especie al del género. En segundo lugar, el cuadrado semiótico está especificado por su orientación y por el reducido número de los términos que conserva. Tal relativización descarta tanto la tentación del dogmatismo ortodoxo: el cuadrado es una adquisición definitiva de la semiótica, como el heterodoxo: el cuadrado tuvo su tiempo; ha llegado el momento de licenciarlo.

1. RECENSIÓN

Las recensiones respectivas de las categorías y del cuadrado semiótico son, evidentemente, muy diferentes unas de otras. El pensamiento europeo debe las primeras a Aristóteles; según D. de Tracy:

Las diez categorías son la sustancia, la cantidad, la cualidad, la relación, el lugar, el tiempo, la situación, tener, obrar y padecer, es decir, que, como lo subrayan los autores de Port-Royal, Aristóteles ha querido reducir a diez clases todos los objetos de nuestro pensamiento, incluyendo todas las sustancias en la primera y todos los accidentes en las nueve restantes5.

Kant transformará ese inventario en un sistema de cuatro “dimensiones”: la cantidad, la cualidad, la relación y la modalidad; cada “dimensión” admite tres casos. Contando con esa herencia, los lingüistas han adoptado tres actitudes diferentes: aquellos a los que no les interesa el problema; aquellos que, como Benveniste, han creído que las categorías eran tributarias de la gramática de la lengua en la que fueron enunciadas; y en fin, aquellos otros que, como V. Brøndal, han aceptado trabajar con ellas6.

Desde otro punto de vista, a partir de las investigaciones antropológicas sobre la percepción, conducidas en los años setenta por Berlin y Kay, la psicología americana, en la persona de E. Rosch, ha mostrado cómo los sujetos empíricos (los informadores sometidos a los dispositivos experimentales) construyen las categorías necesarias para la aprehensión de su entorno. Toda una parte de la semántica contemporánea7, representada en Francia por G. Kleiber8, ha explotado los resultados de esas investigaciones con el nombre de “semántica del prototipo”.

De hecho, se trata más bien de la categorización que hacen los sujetos psicológicos y culturales (en la versión más reciente de esa teoría), categorización que opera por tipificación, y la cuestión que se plantea es la de saber si es legítimo incorporar ese procedimiento, sumamente pertinente desde un punto de vista psicológico y antropológico, a la descripción semiolingüística de la categoría. Sea lo que fuere, una vez admitida la variedad de los modos de construcción psicoantropológica de las categorías, el cuadrado semiótico, reconocido como algo específico del funcionamiento discursivo, no puede ser considerado sino como el producto de uno de esos modos de construcción, como una captación entre otras, aquella justamente que se basa en las “estructuras elementales” de la significación.

Tratándose del cuadrado semiótico, si se acepta que se trata de un caso particular de lo que A. de Libéra llama un “dispositivo cuadrangular”9, entonces no resulta imposible vincular el cuadrado semiótico con el cuadrado de Apuleyo según unos, de Aristóteles según otros, el cual permite articular “cuatro proposiciones que se distinguen por la cantidad y por el carácter positivo (afirmativo) o negativo del juicio que encierran”10. Sin embargo, esa filiación no ha sido reivindicada por Greimas, y si a toda costa tuviéramos que señalar los “padres espirituales” del cuadrado, serían más bien los nombres de Hegel y de Lévi-Strauss los que vendrían a la mente. El cuadrado semiótico11 aparece en filigrana en el último capítulo de Semántica estructural, consagrado a la obra de Bernanos, capítulo en el que la referencia a Hegel es explícita12. Pero es sobre todo del modelo propuesto por Lévi-Strauss en el estudio titulado La estructura de los mitos13 de donde arranca el cuadrado semiótico:

… la nueva formulación presenta la ventaja de ser idéntica, en cuanto a la forma de su articulación, a la de la estructura acrónica, inmanente, del cuento popular, así como al modelo del mito, propuesto por Lévi-Strauss14.

2. DEFINICIONES
2.1 Definiciones paradigmáticas

La empresa greimasiana no ha podido eludir el hecho de que la lingüística europea, en los años sesenta, estaba marcada por la diversidad de sus postulaciones. En una perspectiva fundadora, cuya necesidad nadie discute, cuatro direcciones epistemológicas hacían valer sus derechos: una semiótica de la diferencia y del valor, que se apoyaba en el Curso de lingüística general de Saussure; una semiótica de la dependencia, preconizada por Hjelmslev; una semiótica de la oposición binaria distintiva, formulada por Jakobson e ilustrada por Lévi-Strauss; finalmente, una semiótica de la complejidad, adelantada, en términos más o menos nítidos, por Brøndal. Es probable que su coexistencia en el tiempo haya acusado las diferencias, así como su alejamiento en el tiempo las usará insensiblemente; nosotros queremos situarnos precisamente en ese interregno en el que desacuerdos y convergencias se equilibran más o menos.

Ante tal diversidad, la empresa greimasiana trató de ser doblemente “ecuménica”: (i) logró establecer que el aparato conceptual, esencialmente praguense, previsto para controlar las distinciones fonológicas, era transportable y aplicable al tratamiento de la narratividad; (ii) la tarea greimasiana, ante dos versiones del estructuralismo, la “praguense” y la “danesa”, se esforzó por conjugar la “letra” de la versión praguense —tenemos en mente la tipología de las oposiciones elementales, tomada de Jakobson— y el “espíritu” de la versión danesa15, a saber, de una parte, la “teoría del lenguaje” propuesta por Hjelmslev, no por ser la mejor, sino porque es, en cierto modo, la única que asegura de manera coherente la continuación de la revolución saussuriana, a pesar de la notable ampliación del campo de mira; de otra parte, la importancia de la complejidad, tomada de Brøndal:

… mi deuda principal es con Viggo Brøndal quien ha propuesto una combinatoria sistemática de las oposiciones morfológicas16.

Pero esa síntesis pone entre paréntesis la tensión entre esas dos corrientes teóricas, tensión que no deja de reaparecer en el análisis de los discursos.

La divergencia entre las dos corrientes mayores del estructuralismo europeo se debe a que la escuela praguense admite la existencia de términos simples, conciliables dado el caso, mientras que para la escuela danesa, la complejidad es primero, y todos los términos son compuestos, puesto que, según Hjelmslev, “… toda magnitud es una suma”17. Dicha posición enlaza en línea directa con la Mémoire sur le système primitif des voyolles dan s les langues indo-européennes de Saussure, obra en la que se establece que las vocales largas son complejas, dado que asocian una vocal breve y un “coeficiente sonántico”. El progreso, si es que hay progreso, va de la ilusión de la simplicidad al reconocimiento de la complejidad.

Preocupado por precisar lo que lo separa de los praguenses, Hjelmslev afirma que se pueden considerar dos modos de organización de las entidades: la red y la jerarquía. Define la primera como “análisis por dimensiones” y la segunda, como “análisis por subdivisión”. El análisis por dimensiones, que produce las “redes”,

… consiste en reconocer, al interior de una categoría, dos o más subcategorías que se entrecruzan y se compenetran (…)18.

En consecuencia, cada miembro de la categoría puede ser considerado como la intersección de dos dimensiones al menos, y compuesto de dos magnitudes, como mínimo.

Tal es, entre otros, el principio del análisis sémico corriente. El análisis por subdivisión, que produce jerarquías,

… consiste en repartir los miembros de la categoría superior en dos o más clases, una de las cuales, al menos, comportaría dos miembros, como mínimo.

de suerte que cada miembro de la categoría puede ser definido por la manera (parcial o total) como ocupa las casillas obtenidas por subdivisión.

La diferencia entre las dos aproximaciones no es nada despreciable:

La diferencia operativa entre los dos procedimientos consiste en que, en el análisis por dimensiones, se establecen simultáneamente dos (o más) subcategorías, que están absolutamente coordinadas, mientras que en el análisis por subdivisión, se establecen sucesivamente dos (o más) subcategorías, la segunda subordinada a la primera (la tercera a la segunda, y así sucesivamente, si hubiere lugar)19.

Añadiremos que la intervención de las valencias, que hemos preconizado en el ensayo correspondiente, reclama el análisis por dimensiones.

Es posible remitir la tipología de los términos primeros a esa problemática. Un “análisis por dimensiones” solo conoce términos complejos, obtenidos a partir de dos dimensiones cuando menos, mientras que un “análisis por subdivisión” encuentra, a la vez, términos complejos y términos simples. Los textos fundadores del estructuralismo pueden ser aproximados entre sí, si los consideramos como tomas de posición en esa materia. Para el fundador de la glosemática, todos los términos son complejos, aunque parezcan simples. Brøndal y Greimas toman nota de la existencia de unos y otros, pero, luego, se separan: las dominantes brøndalianas son las que median entre los términos positivo y negativo, o incluso —aunque el asunto no es muy claro— entre términos plenos y término neutro; Greimas acude a operadores lógicos, como la contradicción y la implicación, para pasar de un contrario al otro. Finalmente, las oposiciones jakobsonianas afectan a los términos simples en cuanto tales. Resumiendo: entre Hjelmslev y Jakobson, que optan exclusivamente por la complejidad el primero, por la simplicidad el segundo, Brøndal y Greimas conjugan las dos soluciones.

A partir de ahí, definir una relación paradigmática únicamente por la alternancia es reducir manifiestamente el alcance de la relación a la mitad por lo menos. Accedemos a la racionalidad de una relación paradigmática cuando son satisfechas las tres condiciones siguientes: (i) la relación paradigmática tiene como marco lo que Hjelmslev llama una red, en la que la alternancia paradigmática no representa más que una parte “ciega”, por decirlo de algún modo, ya que falta la otra mitad; (ii) una red comprende por definición dos dimensiones distintas; en ese sentido, muchas de las propuestas que aquí hacemos muestran que las dimensiones prevalecientes son la intensidad y la extensidad; (iii) en cada dimensión operan correlaciones de valencias, unas veces conversas, otras inversas, si bien las incidencias de las correlaciones inversas son más significativas y más apremiantes para los sujetos que las correlaciones conversas.

Creemos que tales exigencias se pueden leer en las dificultades, digamos en las objeciones que no han dejado de embestir al cuadrado semiótico: (i) el material operativo no es homogéneo, puesto que el cuadrado semiótico hace intervenir, por un lado la contrariedad y la contradicción, y por otro, la implicación; pero subsiste una solución de continuidad, revelada, por ejemplo, por B. Pottier, que ha insistido una y otra vez en el hecho de que no-rico no implica necesariamente pobre. (ii) El carácter bidimensional del cuadrado semiótico es evidente en el caso de los cuadrados modales que comprenden al menos dos predicados, y la solución propuesta, a saber, el recurso al “grupo de Klein”20 lo único que hace es dar una nueva forma al problema sin resolverlo; (iii) la diferencia entre el modelo constitucional y el modelo transformacional se mantiene, a pesar de los ingeniosos esfuerzos de Greimas por compatibilizarlos, y uno tiene la impresión de que se trata de un simple cambio de punto de vista:

Una nueva interpretación de la estructura elemental de la significación (…) parece entonces posible: si la primera trataba de dar cuenta de la manera en que el sentido se articula para ser captado como significación, la segunda permite a su vez representar cómo se produce la significación por medio de una serie de operaciones, creadoras de posiciones diferenciadas21.

Pero, como por otro lado la significación solo puede ser captada en su transformación, la distinción introducida resulta muy frágil.

La reformulación de la semántica fundamental a partir de premisas tensivas —proyecto declarado desde las primeras páginas de Semiótica de las pasiones— debe, si quiere lograr el fin que se propone, articular los datos siguientes: (i) adoptar la forma de una red que asocie dos dimensiones por lo menos, ligadas por una función, de conformidad con la definición propuesta en los Prolegómenos: “una dependencia que cumple las condiciones de un análisis se llamará función”22; (ii) toda magnitud, cuya pertenencia a la red haya sido establecida, debe ser considerada, por ese mismo hecho, como compleja: si la red comporta dos dimensiones, A y B, la definición de una magnitud es del tipo siguiente: [(valencia de A) + (valencia de B)]. Recordemos, sin más, que Greimas, en las primeras páginas de Semántica estructural, planteaba la complejidad del lexema “cabeza”, pero sin resaltar la tensión entre las dimensiones de /extremidad/ —¿intensiva?— y /esfericidad/—¿extensiva?—. Sin embargo, existe un isomorfismo innegable entre los términos, concebidos como “puntos de intersección de [esos] haces de relaciones”, y la red establecida por la compenetración de las dimensiones.

2.2 Definiciones sintagmáticas

La cuestión que se nos plantea ahora es la siguiente: si la red vale como sistema, ¿qué proceso le corresponde? Dicho de otro modo, ¿cuál es el tenor de la sintaxis adecuada a la red?

Sería por lo menos extraño que la sintaxis fundamental prevista por Greimas, sintaxis que opera por contradicción [s1 → no s1] y por implicación [no s1 → s2], le conviniera a la red. Pero no menos extraño sería que las operaciones propias de la red no tuvieran nada que ver con la sintaxis fundamental. El mayor reproche hecho a la sintaxis fundamental se ha dirigido siempre a la implicación: se consideraba capaz de procurar ese “suplemento” que la contradicción era incapaz de proporcionar, a menos de exceder su propia definición.

Si la implicación crea problemas es porque trata de suponer una homogeneidad de la categoría que, por lo demás, la contradicción pone en cuestión al negar el eje semántico y al abrir una infinidad de posibles susceptibles de desestabilizar la categoría23.

Para que “no-pobre” pueda implicar “rico”, parece necesario, siguiendo esa objeción, postular desde un comienzo una reducción de todos los gradientes subyacentes a fin de obtener el menor número posible de posiciones. La objeción de B. Pottier se dirige justamente, entre otras cosas, contra la legitimidad de esa reducción, en la medida en que existe una infinidad de maneras de no ser “pobre”, y la mayor parte de ellas no consisten en ser “rico”.

La versión sintáctica del mismo problema es aún más clara, puesto que si la contradicción hace salir del dominio de A por negación, la aserción correspondiente a la implicación permite reintegrar el dominio de B en la categoría: es decir, que la negación y la aserción solo pueden operar entre los dominios A y B y no al interior de cada dominio, y que, por consiguiente, cada subdominio constitutivo de la categoría es considerado como simple y no gradual.

La posibilidad de una solución, sobre la cual volveremos más adelante, se deja entrever, sin embargo, por el hecho de que, como lo hemos señalado, la negación pluraliza, mientras que la aserción reduce y concentra: los operadores del cuadrado semiótico, y sobre todo la secuencia [contradicción → implicación] parece que manejan por lo bajo un componente cuantitativo, es decir, extensivo. En consecuencia, de conformidad con las hipótesis formuladas a propósito de las valencias y de los valores, como la extensidad no puede actualizarse sin afectar la intensidad (y recíprocamente), esa dependencia nos autoriza a suponer la existencia de correlaciones entre la intensidad y la extensidad, subyacentes a las operaciones canónicas del cuadrado semiótico.

Por lo demás, se ha olvidado con demasiada frecuencia que el principio de la conmutación, en la medida en que asegura el valor de una oposición, implica que toda alternancia paradigmática tiene que estar ligada, en discurso, a otra alternancia cuando menos. Lo cual se traduce por el hecho de que —trivial evidencia, pero que no deja de ser pertinente recordarla aquí— la “pobreza” puede formar parte de isotopías diferentes según que aparezca, por ejemplo, en un cuento folclórico o en los evangelios. En el primer caso, la “pobreza” es tratada, en la isotopía social, como una figura de la modalidad [no poder-hacer] individual, y en la segunda, en la isotopía de la sensibilidad a la palabra divina, como un [poder-saber] o un [poder-sentir].

Lo cual quiere decir que las relaciones lógico-discursivas propias de la categoría la constituyen en razón únicamente de la correlación que asocia la dimensión “pobreza/riqueza” a otras dimensiones, tales como [poder-hacer/no poder-hacer], en un caso, o “humildad/orgullo”, “sensibilidad/insensibilidad” a la palabra divina, en otro. De suerte que, más concretamente, el “pobre” del Evangelio no se contenta con desprenderse de sus bienes (negación) a causa de la insensibilidad que oponen a la palabra de Dios, sino que debe asertar la “pobreza” —en la relación de implicación— por la nueva capacidad que de ella se deriva y que le permite acoger plenamente dicha palabra. En cierto modo, la contradicción apuntaba a disociar dos dimensiones, actuando solamente sobre una de ellas, mientras que la implicación—aserción escinde definitivamente su solidaridad.

La “conducción teleológica”, que según P. Ricoeur, llevaría de la mano las operaciones sintácticas profundas24, puede ser descrita en términos de correlación entre isotopías del discurso. Especialmente, los misterios de la implicación-aserción, que “enganchan” el recorrido con el cuadrado, pueden ser resueltos si se admite que no existe categoría simple o aislada, sobre todo en discurso, y que la reducción final impuesta por la implicación está guiada por una “mira” que pertenece a otra dimensión, correlacionada con la primera.

Ese razonamiento, desarrollado a propósito de una correlación externa, podría ser reorientado últimamente hacia la complejidad interna del cuadrado semiótico. Si se parte no del término simple “rico”, que, de hecho no tiene ningún derecho a la existencia antes del desarrollo de todas las relaciones que lo constituyen, sino del término complejo aún indiferenciado “pobreza/riqueza”, que la “sumación”* ha identificado como la zona de una categoría, en ese caso, la contradicción trata de disociar las dimensiones que le están correlacionadas; luego, la implicación viene a restablecer su solidaridad indisoluble. Desde ese punto de vista, la implicación/aserción no presupone una dudosa homogeneidad de la categoría, sino, al contrario, la construye contra todas las tendencias dispersivas que se manifiestan. En otros términos, todo el mundo es libre de imaginar un dominio semántico abierto y heterogéneo donde ciertas formas de la “no-riqueza” o de la “no-pobreza” nos obligarían a salir simplemente de la categoría: el “no-rico” y el “no-pobre” no serían en tal caso afectados por la alternancia “riqueza/pobreza”, y ninguna implicación los podría convencer de terminar el recorrido por el cuadrado, es decir, a declararse “pobre”, el primero, y “rico” el segundo. Pero ese dominio abierto y heterogéneo no está organizado por la presuposición recíproca “riqueza/pobreza”, puesto que “riqueza” y “pobreza” no se presuponen mutuamente hasta el punto de que “no-pobre” implique “rico” y “no-rico” implique “pobre”.

Atendiendo a la complejidad interna de la categoría, la sintaxis fundamental pretende disociar las dimensiones, tratar por separado la mitad de la red, y luego reunirlas. El proceso para ensamblar las dos partes de la red tiene que recurrir a una suerte de atropello —la implicación—, que, como hemos intentado mostrar, no es más que la reafirmación final de la unidad de la categoría.

Es esta tal vez la ocasión —aunque volveremos sobre ello— de distinguir una categoría semántica que requiere la interdependencia estricta de la presuposición recíproca y de las implicaciones, de un simple dominio semántico, o “campo” según algunos autores, que es mucho más tolerante desde ese punto de vista. Si la semántica lingüística, y especialmente la lexical, en la medida en que manipula conjuntos ya seleccionados, limitados y depurados, puede contentarse con dominios, la semiótica discursiva debe, en cambio, culminar en la construcción de categorías, las cuales proporcionan a los conjuntos vastos, variados y heterogéneos que manipula, el mínimo de coherencia necesario para la inteligibilidad del discurso.

El balance es muy fácil de hacer: si la contradicción caracteriza la disociación de la red y si la implicación garantiza la existencia y la coherencia de la red, es decir, la presuposición recíproca de las dos “semi-redes”, entonces la implicación debe tener prioridad sobre la contradicción. Nos damos cuenta de inmediato que adoptando esta definición de la estructura, nos colocamos deliberadamente en la perspectiva de una semiótica de la dependencia y de la complejidad. Una semiótica de la dependencia es una semiótica fuertemente implicativa, la cual atribuye al [sientonces] (y a su reinversión concesiva) una “fuerza ilocutoria” superior. Pero esa presentación es incompleta. El operador adecuado a la red es, de hecho, como ya lo hemos sugerido, la conmutación, en la que Hjelmslev vería el pivote del método lingüístico, y que incluyó en la “estructura fundamental de toda lengua en el sentido convencional”. Si nos colocamos resueltamente en la perspectiva de la red de dependencias, limitándonos al caso en que la red se base en la intersección de dos dimensiones, obtenemos, seleccionando los valores a y b en una dimensión, y c y d en la otra dimensión, las posiciones siguientes:


La conmutación supone que los valores a y b de una dimensión “llamen”, impliquen, es decir, seleccionen respectivamente los valores c y d de la otra dimensión, adjunta siempre a la primera, de suerte que al término de esa selección, solo conservamos una semired:

La dependencia y la diferencia responden así de la estructura: la dependencia adopta la forma de las dos implicaciones, [si a, entonces c] y [si b, entonces d], en tanto que la diferencia produce la distinción presupuesta: [ab] y su réplica presuponiente: [cd]. Dicho de otro modo, la disjunción entre los dos primeros complejos se produce a causa de la correlación entre las dos dimensiones: porque [a] y [b] seleccionan respectivamente [c] y [d] (relaciones de dependencia “electivas”), [a] y [b] por un lado, [c] y [d], por otro, se encuentran disjuntos (relaciones de diferencia).

La dependencia “crea” la diferencia, aunque no por sí sola. Una simbiosis reclama determinadas posibilidades del “sistema sublógico”, pero no todas, o no en la misma perspectiva: aquí toma en cuenta [a-c] y [b-d], pero “ignora” o coloca en segundo plano los otros dos complejos posibles: [a-d] y [b-c]. Y ese procedimiento, o esa orientación, es inherente a la significación misma, ya que si todos los posibles estuvieran manifestados, en el plano de la expresión y en el plano del contenido, el sujeto se vería obligado a manejar únicamente universales y se encontraría en la imposibilidad de articular el sentido. En otros términos, la dependencia solo puede producir la diferencia si es “electiva”; y esa sería, sin duda, una de las operaciones constitutivas de la “sumación”: en el seno de una dimensión cualquiera, una magnitud, por ejemplo la “pobreza”, elige otra magnitud que pertenece a otra dimensión, la “humildad” por ejemplo, y con ello crea la posibilidad de una diferencia con las otras magnitudes de su propia dimensión. En efecto, la oposición entre “pobreza” y “riqueza” es únicamente de escala, hasta que la correlación con la dimensión “humildad/orgullo” no le haya otorgado su valor y su orientación (en este caso, “pobre” → positivo y “rico” → negativo).

En cierto modo, la conmutación significa que “se” cambia de valor sin salir no obstante del sistema: confirma, en cierto modo, la elección operada inicialmente: [si a, entonces c], pero [si b, entonces d]. Salir del sistema equivaldría a cambiar la relación electiva entre magnitudes. Si se quiere admitir que, en relación con el complejo tensivo en el que esas dependencias se establecen, cada dimensión [a-b] y [c-d] es un gradiente y que cada magnitud solicitada [a, b, c, d] es una posición en un gradiente, entonces el procedimiento de “elección” que venimos proponiendo puede ser interpretado como una “puesta en correlación” entre dos gradientes. De acuerdo con el principio establecido en el capítulo dedicado a la valencia disponemos en ese caso de dos posibilidades: la correlación conversa, que permite una elección “directa” entre magnitudes del mismo rango, y la correlación inversa entre magnitudes de rango simétrico. Además, desde un punto de vista sintáctico, la concesión —la relación inversa— presupone la implicación, es decir, la relación conversa, en la medida en que la contradice.

Si podemos aceptar que las cuatro entidades complejas [a-c] y [b-d] por un lado, y [a-d] y [b-c] por otro, constituyen los términos de la estructura, cuya diferencia es el producto de dependencias “electivas”, el juego estructural puede adoptar, en el caso en que dos dimensiones solamente están correlacionadas, las dos formas siguientes:

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