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2.2 Definiciones sintagmáticas

Las definiciones sintagmáticas asumen la complejidad específica de los términos extremos de la profundidad; en un caso, una intensidad sin extensidad, en la que se puede reconocer una definición válida de lo uno o de lo único. En el otro caso, una extensidad sin intensidad, en la que se puede reconocer una definición de lo universal. Basta identificar ahora los operadores que suscitan una distensión en cada complejo: en el caso de los valores de absoluto, parece que son la selección y el cierre los operadores principales, que obtienen como beneficio la concentración, mientras que los valores de universo demandan el consenso de la mezcla y de la abertura, logrando como beneficio la expansión. La sintaxis canónica adquiere entonces la forma de un ciclo:

[selección → cierre → abertura → mezcla → selección]

No obstante, si dicha distensión es necesaria, no es suficiente. La elucidación de la dinámica sintáctica, en el espíritu de los fundadores de la semiótica europea, incluye también la dirección, para Hjelmslev, y el límite, para Saussure.

En cuanto a la dirección, creemos que la perspectiva escogida, a partir de la alternativa entre valores de absoluto y valores de universo, afectará a todo el discurso y funcionará como una instancia de selección, dejando pasar las configuraciones discursivas compatibles con el punto de vista adoptado, y deteniendo aquellas otras que tienen que ver con el otro régimen de valores. Es así como Tocqueville deja entender, en el texto citado, que el crimen sería al régimen aristocrático lo que el vicio al régimen democrático, de suerte que esa operación de selección, que puede ser explícita, incluso axiomatizada, da cuenta de la homogeneidad del discurso, que se desprende ciertamente de la isotopía de este, pero que no la explicita. Las magnitudes enuncivas, en un caso el crimen, en el otro el vicio, están regidas por el régimen axiológico asumido por el sujeto, individual o colectivo, de la enunciación.

Para el régimen que apunta a los valores de absoluto, el máximo de intensidad está vinculado a la unicidad, es decir, a una magnitud definida por su tonicidad y por su exclusividad; en el plano discursivo, esa magnitud será calificada como algo “sin par”, “incomparable”, “único”: él solo o ella sola serán los únicos predicados dignos de dicha concentración de valor, como se puede observar en el segundo cuarteto del célebre soneto de Verlaine:

Car elle me comprend, et mon coeur transparent

Pour elle seule, hélas! cesse d’ être un problême

Pour elle seule, et les moiteurs de mon front blême

Elle seule les sait rafraîchir, en pleurant

[Porque ella me comprende, y mi corazón transparente

para ella sola, ¡ay!, deja de ser un problema

para ella sola, y los sudores de mi pálida frente

ella sola, llorando, los sabe refrescar]*

El régimen de valores de absoluto tiene por fundamento la intersección de un eje de la intensidad y de un eje de la cuantificación, y como términos extremos, la singularidad, por un lado, valorada como unicidad, y la universalidad, por el otro, cuya orientación resulta negativa para ese régimen. Los intervalos correspondientes a la cuantificación son aquellos que se realizan en las lenguas, pero, evidentemente, queda por establecer de qué manera, en el universo de discurso en el que interviene ese régimen, un determinado valor de un eje está ligado por conmutación a un valor determinado del otro eje. Es decir, que cada fase de concentración implica un desplazamiento en la escala de la cantidad, o sea, el traspaso de un umbral; y así mismo, cómo es que cada “abertura” es soldada por un descenso de intensidad. La evaluación propia de ese régimen es positiva cuando la intensidad aumenta y la extensidad disminuye, y negativa cuando la intensidad se debilita y la extensidad aumenta.

En el otro régimen, la “importancia” de los valores está en función de su extensión. El límite correspondería, entre otras cosas al imperativo categórico de Kant, según el cual todo valor ha de poder someterse a la universalización. Por tanto, como las dos dimensiones evolucionan de manera conversa, la evaluación es positiva cuando la intensidad y la extensidad se hallan en el nivel más alto de cada dimensión, y negativa cuando ambas se encuentran en el nivel más bajo.

Estas propuestas proporcionan un contenido formal y operativo a una intuición que aparece en Semiótica de las pasiones, a saber, que los universos de valores son regulados, en el espacio tensivo, por dos grandes tipos de valencias: las valencias de intensidad, que modulan las energías en conflicto y las valencias cuantitativas, que modulan especialmente las propiedades mereológicas de la percepción. Los dos grandes regímenes axiológicos reposan en la correlación inversa o conversa de esas dos gradientes. Por nuestra parte, identificamos la exclusiónconcentración, regida por la selección (tri), y la participación-expansión, regida por la mezcla (mélange), como las dos direcciones mayores susceptibles de ordenar los sistemas de valores.

Veamos ahora el tratamiento del límite. En la medida en que sabemos que la participación gobierna el régimen de los valores de universo, y que la exclusión regula el régimen de los valores de absoluto, conviene considerar, para cada uno de esos regímenes, la manera como son aspectualizados, a partir de la pregunta siguiente: ¿la puesta en marcha de cada uno de esos principios es total o parcial?

La segunda posibilidad presenta una configuración interesante: en el caso de la exclusión, si no es total, hay que preguntarse cuál es el lugar que la exclusión deja a la participación; en el caso de la participación, si asimismo no es total, está dispuesta igualmente a dejar un sitio para la exclusión. Desde el punto de vista de la praxis enunciativa, el asunto, para el sujeto, individual o colectivo, se reduce a resolver, en función del régimen prevaleciente, una de las dos cuestiones siguientes: ¿cómo, en el régimen de la participación, “excluir a los participantes”?; ¿cómo, en el régimen de la exclusión, “hacer participar a los excluidos”?

Así, literalmente, cada una de las dos funciones, reconocidas por la antropología clásica, se convierten en objeto la una para la otra, a partir de su aspectualización parcial. Para el sujeto colectivo, señalaremos simplemente las observaciones que hace Lévi-Strauss sobre las maneras de castigar, en Tristes trópicos:

Pienso en nuestras costumbres judiciales y penitenciarias. Estudiándolas desde fuera, estaríamos tentados de oponer dos tipos de sociedades: las que practican la antropofagia, es decir, aquellas que ven en la absorción de ciertos individuos que detentan fuerzas temerosas, el único medio de neutralizarlas e incluso de aprovecharlas; y las que, como la nuestra, adoptan una actitud que podríamos llamar antropoemia (del griego emein, vomitar). Colocadas ante el mismo problema, eligen la solución inversa, que consiste en expulsar a esos seres temibles fuera del cuerpo social, manteniéndolos temporal o definitivamente aislados, sin contacto con la humanidad, en establecimientos destinados a ese uso13.

En cuanto al sujeto individual, nos gustaría avanzar la hipótesis de que el “modus vivendi”, el compromiso entre exclusión y participación se centra en el contraste entre la peyoración y el mejoramiento. La identificación de los “buenos” o de los “malos” permite, en el caso de la participación, restringir la extensión misma de lo universal, evitando al mismo tiempo que la exclusión domine todo el campo. En el caso de la exclusión, la misma distinción, aunque en sentido inverso, permite extender el dominio de los “buenos”, evitando que la universalidad y la indiferenciación, si no la entropía que ella implica, dominen todo el campo.

En la medida en que las definiciones sintagmáticas se esfuerzan por aprehender el alcance de las transformaciones sintácticas, nos llevan a caracterizar esas transformaciones en razón de su extensión, como sucede con el tratamiento de la valencia. Aceptaremos que tales transformaciones son restringidas o extendidas.

Las llamaremos restringidas cuando sobrevienen dentro de un solo régimen, es decir, cuando la participación y la exclusión, sin dejar de ser funciones, asumen además valores de términos. Los recorridos consistirían, en ese caso, en variaciones de equilibrio entre la participación y la exclusión. Por ejemplo, si existe un devenir de la participación, afectará a la “dosis” de exclusión que está dispuesto a admitir. Eso sucede con la aparición del ahorro, e incluso de la avaricia, en una sociedad en la que prevalece el intercambio y la circulación de los bienes. Y recíprocamente, si existe un devenir de la exclusión, será a costa del área de participación que tolera. Las investigaciones de E. Landowski sobre la marginalidad y el estatuto del otro en nuestras sociedades se refieren a esa figura semiótica14.

Las transformaciones restringidas tratan de determinar y de ajustar los valores intermedios de lo “más” y de lo “menos”. El mejoramiento suspende la exclusión propia de los valores de absoluto, admitiendo en el espacio de esos valores una zona participativa. Del mismo modo, la peyoración suspende la participación, limitando una zona exclusiva. En relación con la intensidad, el mejoramiento puede pasar por una negación; en relación con la extensidad, la peyoración juega el mismo rol.

Las transformaciones se denominarán extendidas si la participación y la exclusión se rechazan mutuamente: participación sin residuo, que culminará en los valores de universo, o exclusión sin contemplaciones, que conducirá a los valores de absoluto. En ese caso, los valores postulados son los valores extremos, es decir, sometidos a la alternativa de “todo o nada”.

El conjunto de posibilidades sintácticas ofrecidas en el espacio de los valores reposa, de hecho, en la categorización del complejo tensivo “intensidad/extensidad”:


3. CONFRONTACIONES

En cada rubro nos corresponde precisar el lazo que existe entre va-lor y valencia: la valencia se presenta como la analítica del valor y más comúnmente como el “valor del valor”. Cada uno de los tipos de valores indicados, los valores de absoluto y los valores de universo, compromete las dos profundidades establecidas, la intensiva y la extensiva. En cada una de las profundidades, intervienen dos operadores de manera concurrente: en lo referente a la profundidad intensiva, son la apertura y el cierre; por lo que toca a la profundidad extensiva, son la selección y la mezcla. En un caso como en otro, el imaginario semiótico puede ser concebido “en su origen” como una exclusa —un container según P .A. Brandt— que simultáneamente deja escapar y retiene, de suerte que la suma de las dos operaciones permanece constante. Por consiguiente, las valencias propias de esas operaciones permiten precisar la tipología asumida por cada clase de valores:

• Los valores de universo suponen el predominio de la valencia de la apertura sobre la del cierre, y el predominio de la valencia de la mezcla sobre la de la selección. En nombre del primero, lo abierto vale como libre, y lo cerrado, como restringido, y hasta reducido; en nombre del segundo, lo mezclado es apreciado como completo y armonioso, y lo puro es depreciado como incompleto, y hasta como imperfecto o revuelto;

• los valores de absoluto suponen el predominio de la valencia del cierre sobre la de la apertura y el predominio de la valencia de la selección sobre la de la mezcla. En nombre del primero, lo cerrado vale como distinguido y lo abierto, como común, y hasta como ordinario. En nombre del segundo, lo mezclado es depreciado como incoherente (cf. en la isotopía religiosa, lo profano y hasta lo sacrílego), y lo puro, apreciado justamente como absoluto, sin concesión (cf. lo sagrado).

La red de las interacciones posibles se presenta del siguiente modo:


Este esbozo de interacciones confirma la relatividad actual del esquema narrativo: el “sentido de la vida”, obtenido a partir de la descripción propuesta por V. Propp, es una forma de vida posible entre otras, preocupada por su coherencia propia y por su “originalidad”, es decir, por su distintividad. A modo de ilustración, evidentemente sumaria, resulta fácil resaltar, en el caso en que lo cerrado domine sobre lo abierto, que la apreciación de lo cerrado ha encontrado en el esnobismo una manifestación casi institucional, mientras que la depreciación de lo abierto se puede leer en la peyoración que golpea sin tregua a la llamada sociedad de consumo, a tal punto que los que se atreven a hacer su elogio, caen bajo la sospecha de “provocadores” conducidos a una situación de paradoja.

La manifestación de una clase de valores establece, para cada valor considerado aisladamente, su contexto, aunque este último es tratado ya como un remedio, ya como un complemento. El contexto nunca es segundo, sino primero y tensivo. Cada magnitud espera que el contexto fije la orientación general del universo de discurso, dando a conocer la clave axiológica que le es propia: ¿ valores de absoluto o valores de universo?

La reflexión de Max Weber sobre las conductas éticas nos interesa de modo particular, puesto que el sociólogo llega a un resultado formalmente comparable al que nosotros proponemos: No hay un sistema de valores, sino dos, que están, según Weber, en una relación de oposición abismal:

Toda actividad orientada por la ética puede estar subordinada a dos máximas totalmente diferentes e irreductiblemente opuestas15.

Se trata de la ética de responsabilidad y de la ética de convicción. Sus respectivos programas narrativos se distinguen, primero, desde el punto de vista aspectual:

… el partidario de la ética de responsabilidad tomará en cuenta, justamente, las debilidades comunes del hombre (…) y considerará que no puede descargar en los demás las consecuencias de su propia acción porque pudo preverlas. (…) El partidario de la ética de convicción sólo se sentirá responsable de la necesidad de vigilar para que la llama de la doctrina pura nunca se extinga (…).

Pero la diferencia entre las dos orientaciones éticas nace desde el momento en que se las confronta con los modos de existencia: (i) de acuerdo con la ética de convicción, la potencialización de los valores es erigida en absoluto, puesto que las consecuencias de la acción son en cierta manera virtualizadas, al ser evaluadas como “nulas y no acontecidas”; (ii) según la ética de responsabilidad, la realización de la acción es solidaria de la actualización de los valores. En términos de la red presentada anteriormente, la ética de convicción redime su incompletud, exaltando su pureza, mientras que la ética de responsabilidad debe su completud a su carácter mezclado, es decir, al hecho de asumir también lo que Weber llama las enojosas consecuencias. Agrandando el trazo, podríamos admitir que la ética de convicción procede a efectuar una selección, aislando la intención, mientras que la ética de responsabilidad prefiere la mezcla por cuanto rechaza separar la intención de las consecuencias que se desprenden de su efectuación.

Esa convergencia permite precisar el lugar de la semiótica en el seno de las ciencias humanas. La semiótica, en relación con las ciencias humanas, debería ocupar el sitio que, según Hjelmslev, ocupa la lengua frente a los demás sistemas semióticos, y que se basa en su capacidad para asegurar la traductibilidad entre los demás sistemas. Esa misma era la concepción de Greimas, el cual asignaba a la semiótica la tarea de proponer a las ciencias humanas un metalenguaje coherente, ya que la semiótica se proclama como una teoría de la significación, y las ciencias humanas, de una manera u otra, exploran tal o cual orden de significaciones. En ese caso, la función de la semiótica no consiste en dictar a las ciencias humanas las hipótesis que deban formular; la semiótica se preocupa únicamente de establecer las condiciones de una “buena” comunicación entre semiótica general y semióticas singulares.

El último punto se refiere a la relación entre la moralización y la tipología de los valores. De hecho, el asunto se reduce a preguntarse cómo los discursos “se las arreglan” para hacer circular los valores. Frente al desafío planteado por la tipología de los valores, el discurso interviene recurriendo al mejoramiento y a la peyoración. En efecto, entre los dos grandes tipos de valores, los valores singulares, exclusivos, que apuntan a lo absoluto, y los valores universales, participativos, que asumen la relatividad, se interponen los valores de mejoramiento y los valores peyorativos, los cuales se esfuerzan de alguna manera por saturar el hiato existente entre los dos grandes tipos de valores: pero incluso esa compensación está a su vez sometida a una gradación. En efecto, el lugar atribuido dentro de un régimen axiológico dominante al régimen concurrente, puede ser más o menos importante: el régimen tolerado y dominado se presentará en aumento o en disminución. Recordemos, no obstante, que: (i) en un microuniverso dirigido por los valores de absoluto, la participación se obtiene por mejoramiento: algunos elementos que se juzgan “buenos” son añadidos; (ii) en un microuniverso dirigido por los valores de universo, la exclusión se obtiene por peyoración: algunos elementos que se consideran “malos” son retirados. La variación en la dosificación de cada una de esas dos operaciones conduce a las evaluaciones siguientes:

• En régimen de valores de absoluto: el aumento del mejoramiento produce la banalización; la disminución del mejoramiento produce la rarificación.

• En régimen de valores de universo: el aumento de la peyoración produce la marginalización; la disminución de la peyoración produce la generalización.

Se perfila así una sintaxis de los tipos de valores, la cual permite describir la “vida” y la “muerte” de las axiologías, así como también el interés y el desinterés de los sujetos que las usan: la banalización, por ejemplo, en un régimen de valores de absoluto, conduce progresivamente no a la victoria de los valores de universo, sino a un derrumbe axiológico, así como en un régimen de valores de universo (una democracia, por ejemplo), sucede lo mismo con la marginalización. Imaginemos un amor de tipo platónico: cada uno con cada una, o el alma-corazón por fin encontrados. Mientras que el sujeto no busque otras razones para ese amor, se encuentra al abrigo de toda inquietud, ya que él es el único que puede reunirse con el otro (a). La casilla que él ocupa en la red que hemos propuesto más arriba, es la de la rarificación. Pero tan pronto como otras razones atraviesen su espíritu, razones que otros podrían compartir, se abre el camino a la banalización. Finalmente, si nuestro sujeto llega a considerar el objeto de su amor como universalmente “amable”, el objeto amado se convierte en un objeto difuso, al que pueden tener acceso sujetos distintos de él. El círculo trágico en el que se mueve el celoso surge de la tensión que se produce entre una exclusividad de hecho, que el celoso se atribuye a sí mismo, y una participación de derecho, que el celoso no puede dejar de reconocer a los otros. La morfología de los valores de absoluto, a los que se aferra el celoso queda carcomida por la de los valores de universo, que no deja, sin embargo, de convocar. A la inversa, la “prostitución”, de la que trata Baudelaire en las primeras páginas de Fusées, parece corresponder más bien a un funcionamiento hiperbólico de los valores de universo16.

La peyoración y el mejoramiento se presentan como puntos de vista indispensables, ya que permiten diferenciar operaciones y magnitudes que de otro modo terminarían por confundirse. Como ya lo hemos señalado, lo concentrado y lo difuso no tienen sentido por sí mismos: es el devenir, la “ley de bronce” de la correlación tensiva, la que hace sentido, puesto que impone inexorablemente el debilitamiento del término correlacionado cuando, por ejemplo, la exclusión llega a la negación de toda extensión, o bien cuando la difusión extenúa toda concentración.

Estamos ya en condiciones de atribuir a los diferentes tipos de valores un modo de existencia propio. Pero, ante todo, planteamos modificar la correspondencia propuesta en Semiótica 1, retomada en Semiótica de las pasiones17 (cf. el ensayo “Presencia”) de la manera siguiente:


Esta modificación resulta necesaria en la medida en que: (i) la acepción lingüística más corriente de la actualización es la de una “ascensión” desde las estructuras virtuales hacia la manifestación, y por consiguiente, hacia la realización; y (ii) la potencialización, por efecto especialmente de la praxis enunciativa, conduce a un retorno de las formas de uso hacia el sistema, o al menos, a una memoria esquemática que opera en su lugar.

A partir de aquí, podemos considerar que: (i) los valores de absoluto son virtualizantes por ser disjuntivos; (ii) los valores de universo son realizantes por ser conjuntivos; (iii) los valores de mejoramiento son actualizantes por ser no disjuntivos: tales valores admiten algún suplemento en el seno de los valores de absoluto; y en fin, (iv) los valores peyorativos son potencializantes por ser no conjuntivos: tales valores suspenden la pertenencia de tal o cual elemento a los valores de universo.

Nos encontramos ahora en condiciones de afirmar que los grandes tipos de valores pueden ser considerados como modos de existencia del valor en el seno de las culturas individuales y colectivas, y que dichos modos son al mismo tiempo capaces de articular las modulaciones de la presencia y de la ausencia de los valores (cf. el ensayo “Presencia”). Los regímenes de valores serán, por tanto, reformulables en términos de densidad de presencia para un sujeto sensible, y susceptibles de fundar su “forma de vida”.

Por lo demás, la omnipresencia de los juicios de mejoramiento y de los juicios peyorativos en el discurso se hace comprensible en la medida en que presuponen la elección de un punto de vista, es decir, la preferencia de una valencia y el abandono de la otra. La peyoración, por ejemplo, supone que el acrecentamiento de intensidad tiene como correlato un empobrecimiento de la extensidad. En estilo figurado, se puede admitir que la peyoración es la antesala de la exclusión, así como la denegación de la peyoración, si es que tiene lugar, permite esperar la reintegración inmediata del que estaba amenazado de exclusión.

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