Kitabı oku: «Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen II», sayfa 3

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CAPACIDAD DE EVALUACIÓN

La capacidad de evaluación elemental, o básica, se encuentra en el nivel más alto de procesamiento sensorial-perceptivo. En este nivel superior, la capacidad de evaluación puede ejercer una influencia descendente (de arriba abajo), tanto en la imaginación como en la capacidad de síntesis. En los seres humanos, esta capacidad interactúa con su capacidad intelectual, que es aún más elevada, pero también distinta a ella (la capacidad de evaluación se denomina a veces capacidad «cognitiva»: véase Klubertanz, 1952). Las investigaciones sobre la naturaleza y funcionamiento de esta capacidad es un área actual de investigación, que se beneficiará enormemente del esfuerzo de integración de la filosofía con las ciencias psicológicas (especialmente en relación con la teoría y la terapia cognitivas) (Ashley, 2013c, pp. 290-291).

En la mayoría de los animales superiores podemos encontrar una capacidad de evaluación similar, obtenida mediante una estimación instintiva. Considérese, por ejemplo, la atracción de un pájaro por la comida o la inclinación natural de una oveja por evitar los lobos (Aquino, 1273/1981, I, 78.4; Ashley, 2013b, pp. 171 a 173; Ashley, 2013c, p. 291). Esta capacidad, en los animales es activada a través de impresiones sensoriales individuales, que producen evaluaciones automáticas e instintivas. Estas evaluaciones surgen sin deliberación por parte del animal (Aquino, 1259/1954, 24.2; Cates, 2009, p. 114). Por ejemplo, un animal puede, por instinto, evitar un depredador dañino. A este respecto, ciertos animales también manifiestan una especie de inteligencia animal cuando llegan a juicios evaluativos correctos (Aquino, 1268/1994a, §629; Aquino, 1272/1993, §1215; Aquino, 1269/2005a, Capítulo 1, p. 184; Aquino, 1259/1954, 24.2, 25.2; para el ejemplo de la inteligencia de los delfines, véase Bearzi y Stanford, 2010; MacIntyre, 1999, pp. 21 a 28; Pryor y Norris, 1991). Esos juicios pueden, en animales superiores, implicar la evaluación de los medios más adecuados para obtener los fines deseados (por ejemplo, los delfines, cuando cazan peces para alimentarse pueden cambiar su curso de acción cuando un intento inicial resulta infructuoso) (MacIntyre, 1999, pp. 25 y 26).

La capacidad de evaluación en los humanos es mucho más compleja. Esta capacidad es «evaluativa» en el sentido de que permite a las personas discernir y evaluar los objetos de su consciencia, por ejemplo, «este animal debe ser evitado» (hostil) o «este animal se aproxima» (amable) (Aquino, 1259/1954, 25.2; Cates, 2009, p. 120). Esta evaluación puede entrañar ciertas reacciones que se producen sobre la base de las inclinaciones naturales (por ejemplo, la inclinación natural a la autopreservación se manifiesta a través del deseo de amamantar que se encuentra en los mamíferos). Pero la capacidad de evaluación en los humanos se desarrolla a medida que transcurre el tiempo. Los niños, por ejemplo, suelen ser incapaces de evaluar de manera adecuada el beneficio o daño posible de la mayoría de los objetos que les rodean. Esto se debe a que las inclinaciones naturales de las personas son, en gran medida, indeterminadas con respecto a su realización en actividades prácticas (por ejemplo, se puede experimentar una inclinación natural a satisfacer el hambre, pero no saber con certeza si una determinada sustancia puede consumirse como alimento o no); las aplicaciones específicas de inclinaciones naturales generales son siempre posteriores a la educación (cultura) y a la adquisición de experiencias de vida; este conocimiento se aplica en la actividad práctica a medida que se va desarrollando la capacidad de evaluación (Ashley, 2006, pp. 433 y 434; Ashley, 2013c, p. 291). La neurociencia contemporánea observa que esta capacidad de evaluación perceptiva, en particular, involucra la región prefrontal del lóbulo frontal del cerebro (Kolb y Whishaw, 2009, p. 430). De acuerdo con la constitución neurológica de esta capacidad, su uso y realización varía de una persona a otra, al igual que las diferencias fisiológicas (Aquino, 1265/2001, 75.16).

Las funciones de la capacidad de evaluación humana pueden clasificarse en tres categorías principales: reconocimiento, valoración y recuerdo. Con respecto al reconocimiento, la capacidad de evaluación trabaja «comparando y contrastando» formas particulares. Por ejemplo, para identificar a un individuo cuando la persona reconoce a un amigo entre una multitud de personas (Aquino, 1266/2005c, q. 13). El proceso de reconocimiento de la capacidad de evaluación también puede funcionar de manera discursiva, incluyendo una serie de operaciones mentales como el interrogatorio, la comparación y la memoria de referencia (Aquino, 1964, §1255; Aquino, 1272/1993, §1255; Peghaire, 1943, pp. 137-138). Estas operaciones permiten una especie de análisis de un objeto sensible presente y de sus propiedades. Este análisis recurre a las memorias almacenadas con el propósito de juzgar su correspondencia, igualdad, diferencia y similitud. Este proceso se produce, por ejemplo, cuando la persona compara un objeto presente, captado a través de capacidad de síntesis (consciencia), con un recuerdo. Mediante la aplicación y comparación de recuerdos con tales objetos, la persona es capaz de juzgar si el individuo actual es igual, diferente o similar al del recuerdo. Cuando se juzga que la realidad presente es la misma que la que se conserva en la memoria almacenada, se produce un acto de reconocimiento: «esta cosa o persona en particular me es conocida». La capacidad de evaluación puede entenderse, por lo tanto, como la que permite captar el carácter único de un objeto individual, como esta persona, o este juguete (Aquino, 1268/1994a, §396, §398). Existe una importante diferencia entre la capacidad de evaluación y la capacidad sintética (consciencia): la capacidad sintética integra sensaciones discretas en la experiencia unificada de la consciencia, mientras que la capacidad de evaluación recuerda el afecto (las emociones) y la cognición relacionada con los objetos presentes mediante la referencia a la memoria.

Ciertos animales superiores también son capaces de reconocer e identificar objetos y personas individuales (MacIntyre, 1999, pp. 27, 41). Pero la capacidad de evaluación es una capacidad más desarrollada en los humanos, permitiéndoles reconocer las características distintivas de otras personas. Mediante esta capacidad, la persona es capaz de comprender quién es la otra persona —que podría ser, por ejemplo, un hermano o primo— basándose en propiedades de nivel superior. Podría ser como referirse a la «socrateidad» de Sócrates (Aquino, 1266/1932, q.8 a.3). Otra utilización distintiva de la capacidad de evaluación por parte de los humanos es el reconocimiento de lo que constituye un objeto o cosa individual (por ejemplo, reconocer a Sócrates como un hombre, es decir, como humano) (Aquino, 1268/1994a, §398; Black, 2000, pp. 67-68).

Asimismo, la capacidad de evaluación de una persona no solo separa las percepciones individuales entre sí mediante un proceso de comparación (por ejemplo, percibiendo a una persona como perjudicial y a otra como útil), sino que también puede sintetizar conjuntamente las percepciones individuales (Aquino, 1259/1954, 10.5; Aquino, 1265/2001, 73.14; Peghaire, 1943, p. 137) (por ejemplo, cuando se percibe que una persona es peligrosa pero a la vez se percibe que está contenida). Se trata de una síntesis de percepciones, no de una síntesis de sensaciones (esta última se produce por medio de la consciencia, o de la capacidad de síntesis, tal y como se ha señalado anteriormente). En esta actividad sintética, la capacidad de evaluación es similar a la de la imaginación.

Con respecto a la valoración, la capacidad evaluativa, mediante una síntesis de percepciones se es capaz de formar un juicio de valor (por ejemplo, «esta herramienta será útil para mi proyecto») (Aquino, 1266/2005c, q. 13; Ashley, 2006, p. 205; Ashley, 2013b, p. 171). No obstante, mientras que las síntesis perceptivas de nivel inferior (consciencia) no están sujetas a falibilidad, el proceso evacuativo es falible, como se evidencia cuando alguien identifica erróneamente una realidad presente, o cuando una persona toma decisiones basándose en juicios falsos en relación con asuntos individuales (por ejemplo, «debo huir ya que este hombre me persigue», cuando en realidad no existe ninguna persecución). Se puede juzgar erróneamente la realidad con respecto a cualquier función de evaluación (por ejemplo, en el caso de una identidad equivocada o de personas que sufren delirios). Aunque siempre es necesario juzgar con precaución debido a que el juicio puede ser erróneo, esta observación no justifica necesariamente la adopción de una epistemología de la duda universal (Maritain, 1932/1995, p. 82).

La capacidad de evaluación dispone de su propia estructura única, en la que se basa el proceso de evaluar objetos (por ejemplo, «esta sustancia es perjudicial» o «esa herramienta me es útil»). No se deriva de los sentidos primarios ni de la capacidad de síntesis (consciencia básica) (Aquino, 1273/1981, I, 78.4, 81.2 ad 2; Allers, 1941b, pp. 212-213; Peghaire, 1943, p. 133; Gasson, 1963, p. 9). Asimismo, aunque la capacidad sintética permite diferenciar lo dulce de lo caliente, no permite valorar en qué medida un objeto percibido es útil. Tal y como podemos observar en los animales, la percepción evaluativa de la utilidad puede provenir de una reacción instintiva a un objeto de la consciencia (como cuando un pájaro reacciona a la paja y la utiliza para construir un nido). No obstante, en los seres humanos, la percepción del valor de la capacidad de evaluación puede ser el resultado de un proceso de investigación y deliberación de mayor nivel (Aquino, 1266/2005c, q. 13; Aquino, 1266/1953, a.13, p. 330).

Mediante las actividades de reconocimiento de individuos y la evaluación de estos, la capacidad de evaluación puede desencadenar una reacción afectiva posterior, como respuesta a la identificación de un individuo que se ha reconocido (Aquino, 1273/1981, I, 81.3). Por ejemplo, el reconocimiento de un cuidador puede desencadenar una simple reacción afectiva positiva (Siegel, 2012, pp. 88 a 90). En los animales se producen respuestas similares al reconocer a sus cuidadores. De una manera más compleja, una persona puede quedar agradecida por un trabajo determinado, que realiza en busca de unos ingresos previstos que le debería aportar (Ashley, 2013b, p. 178). No obstante, tal y como se ha señalado previamente, las evaluaciones de los objetos detectados también pueden surgir de la imaginación (Aquino, 1273/1981, I, 81.3 ad 2). La imaginación, por lo tanto, también puede provocar una reacción afectiva como respuesta a un objeto (ya sea una realidad presente o una fantasía).

Otra función de la capacidad de evaluación es facilitar el recuerdo de una percepción almacenada en la memoria. Este procedimiento de evaluación se suele denominar «recuerdo» o «reminiscencia» (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000a, 451a18; también Aquino, 1269/2005a, p. 184; Aquino, 1273/1981, I, 78.4; Aquino, 1266/2005c, q. 13). El recuerdo difiere de la recuperación de un recuerdo (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000a, 451a20-21, 451b8). El recuerdo consiste en un proceso discursivo mediante el cual recuperamos las cogniciones previas para conseguir un propósito (tales cogniciones pueden ser una sensación de un sentido primario o una percepción de orden superior), como cuando, ante varias opciones, recordamos el camino más seguro para volver a casa (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000a, 451b2-5; también Aquino, 1269/2005a, pp. 208 y 209).

Bajo la tradición aristotélica, la capacidad de evaluación se denomina «intelecto pasivo» (Aquino, 1265/2001, 60.1), término que no emplearemos aquí. En cambio, nos referiremos a ella como una cognición de orden superior, que tiene alguna similitud y alguna interacción con la capacidad intelectual. Ambas capacidades aprehenden objetos que solo están relacionados incidentalmente con los objetos de sensación primaria (Aquino, 1268/1994a, §396; Lisska, 2007, pp. 6-7). No obstante, la capacidad de evaluación se puede diferenciar de la capacidad intelectual, de varias maneras. En primer lugar, la capacidad de evaluación es una capacidad orgánica y neurológica, mientras que la capacidad intelectual es inmaterial (Tellkamp, 2012, p. 627; Vitz, 2017). Esta diferencia lleva a observar una diferencia en el funcionamiento: la capacidad de evaluación conoce la realidad mediante la comparación de percepciones particulares de realidades concretas, mientras que la capacidad intelectual conoce la realidad mediante la comparación de patrones universales, inteligibles, que están separados de la materia (Aquino, 1273/1981, I, 78.4; Aquino, 1265/2001, 60.1).

Una segunda diferencia entre la capacidad de evaluación y la capacidad intelectual es que la capacidad de evaluación cumple una función preparatoria para el intelecto, al proporcionar imágenes mentales de la imaginación y la memoria (Aquino, 1265/2001, 60.1, 73.16, 73.28, 81.12; Lonergan, 1997, p. 184). Esas imágenes mentales se almacenan en la imaginación y la memoria, pero no se almacenan en el intelecto (Aquino, 1265/2001, 73.14; Barker, 2012a, p. 218). En otras palabras, las imágenes mentales se originan en fuentes fisiológicas y neurológicas y se conservan en estructuras neurológicas (a saber, en la memoria y la imaginación) (Aquino, 1273/1981, I, 89.1; Aquino, 1265/2001, 81.12; Cohen, 1982, p. 201; Egnor, 2017).

Una característica común a la capacidad de evaluación y la capacidad intelectual es que, así como la capacidad de evaluación actúa e influye en nuestras emociones (en la medida en que las funciones corticales superiores pueden superponerse al sistema límbico), nuestra capacidad intelectual actúa e influye sobre nuestra capacidad de evaluación (Aquino, 1273/1981, I, 81.3 y 78.4 ad 5; Cates, 2009, p. 116). Debido a que la capacidad evaluativa (que es una inclinación ascendente, de abajo hacia arriba) se ve afectada por la capacidad intelectual (influencia descendente, de arriba hacia abajo), la capacidad de evaluación puede entenderse como «participante» en la dimensión no material de la persona y la razón (Aquino, 1273/1981, I, 78.4; Aquino, 1268/1994a, §397; Pasnau, 2002, p. 254). Con respecto a este punto, la capacidad de evaluación reconoce lo que es un individuo, es decir, la naturaleza común de una cosa. La capacidad de evaluación, sustentada así por el intelecto, puede influir en la interpretación que se da a los sentidos primarios (por ejemplo, cuando se particulariza la comprensión universal que se tiene de la «humanidad» y se combina con la percepción individual de «Sócrates», como ejemplo de humanidad). La capacidad de evaluación sirve así para instanciar el conocimiento universal almacenado en nuestra memoria intelectual. De esta manera, una persona puede reconocer a Sócrates, tanto como «Sócrates», como «humano», tal y como hemos señalado anteriormente (Aristóteles, ca. 350 a. C./1997, 100b2; también Aquino, 1272/1970, II.20, p. 239; Lonergan, 1997, p. 43; véase también Aristóteles, ca. 350 a. C./2005, 184a25; Aquino, 1269/1999, I.1, §§9-11).

No obstante, el reconocimiento por parte de la capacidad de evaluación de lo universal (humanidad) en lo particular (Sócrates) no implica que la capacidad de evaluación conozca la naturaleza universal como tal, separada e independiente de los objetos particulares (Peghaire, 1943, p. 140). Más bien, la capacidad de evaluación media entre patrones universales que son inteligibles a la capacidad sintética (consciencia básica) de una forma que siempre particulariza e individualiza (Aquino, 1259/1954, 10.5 ad 4; Aquino, 1273/1981, I, 20.1 ad 1 y 81.3; Ashley, 2013c, p. 291). Por ejemplo, cuando una persona sabe, mediante su intelecto y de forma «universal», que el curry es siempre sabroso (dado que todas las cosas son iguales), cuando su capacidad sintética reconoce que esa cosa individual presente es curry, su capacidad de evaluación evalúa una realidad presente a la luz de su conocimiento previo «universal». De este modo, se reconoce una propiedad común, «salado», como presente en este objeto individual. La capacidad de evaluación media entre el nivel más alto de reconocimiento sensorial-perceptivo y la actividad intelectual no material.

La capacidad de evaluación desempeña un papel similar cuando se trata de mediar juicios éticos universales en situaciones concretas (por ejemplo, no se debe robar este artículo actual a su propietario, ya que en general es inmoral robar) (Allers, 1941a, p. 106; Aquino, 1273/1981, I, 86.1 ad 2; Pasnau, 2002, pp. 254 y 255). Por esta razón, se entiende también por capacidad de evaluación la capacidad humana que sirve para la deliberación necesaria cuando se toma una decisión ética sobre una acción determinada (en esto podemos ver la interacción entre la deliberación, el recuerdo y la comparación de las cosas individuales) (Aristóteles, ca. 350 a. C./2000a, 453a13-14; también Aquino, 1269/2005a, p. 230). A este respecto, la capacidad de evaluación puede desarrollarse a través de la virtud de la sabiduría práctica (Aquino, 1273/1981, IIII, 49.2). Al igual que en el caso de la aplicación de juicios éticos universales, la capacidad de evaluación también se aplica sobre las expectativas generales de la previsión humana en circunstancias particulares («está nublado fuera y oigo truenos; por lo tanto, esto significa normalmente que lloverá, así que debo evitar un camino sujeto a inundaciones») (Aquino, 1259/1954, 10.2 ad sc 4).

Las diferentes funciones de la capacidad de evaluación y de la capacidad intelectual producen una distinción notable en la epistemología, que tiene una importancia metodológica, a saber, producen una distinción entre el conocimiento experiencial y la intelección (Aquino, 1271/1926, §18; Aquino, 1272/1995, §18; Barker, 2012b, p. 61). El conocimiento experiencial implica un compromiso atento con las realidades sensoriales-perceptivas-cognitivas individuales y la observación de estas (Aquino, 1273/1981, I, 114.2; Barker, 2012b, p. 46). Por el contrario, la intelección se produce cuando la persona capta y comprende una naturaleza universal (como la humanidad). La actividad de cualquier capacidad humana se produce de acuerdo con una estructura derivada de la realidad. Dicha estructuración se produce a cada nivel jerárquico de actividad (sensación, percepción y comprensión). De esta manera, así como la sensación de una capacidad sensorial se produce de acuerdo con una impresión sensorial, de la misma forma la percepción de una capacidad perceptiva de orden superior implica una estructura holística propia, que puede almacenarse en la memoria y, de la misma forma, la comprensión de la capacidad intelectual se produce de acuerdo con su propia estructura distintiva (Aquino, 1273/1981, I, 84.4 y 85.1).

En contraste con el intelecto, que conoce a través de patrones universales inteligibles, separados de los objetos materiales, una menor capacidad de evaluación permite a un conocedor tener solamente un conocimiento experimental de una comunalidad concreta, que se discierne como presente en numerosas percepciones de la misma cosa, evento o persona (Aquino, 1272/1970, II.20, p. 237; Aquino, 1272/1995, §17; Barker, 2012b, pp. 57 a 63). Esta comunalidad concreta, conocida por su menor capacidad evaluativa, es inseparable de las percepciones sensoriales particulares en las que se encuentra.

Se dice de forma adecuada que una persona «comprende» solo en virtud de su intelecto, que considera la realidad mediante patrones inteligibles universales (Aquino, 1265/2001, 73.15). Aunque las comparaciones realizadas durante el proceso de evaluación pueden permitir actos posteriores de comprensión o percepción que son estrictamente no materiales, la capacidad de evaluación siempre permanece centrada en distintos objetos concretos (Lonergan, 1997, p. 56); siempre está orientada y fundamentada en cosas individuales particulares (p. 53). En los siguientes escenarios puede encontrarse un ejemplo que contrasta el conocimiento experiencial e intelectual: utilizando su capacidad de evaluación propiamente humana, un médico observa que una cierta medicina es un factor común que curó a un grupo particular de pacientes de una dolencia. Mediante su intelecto, ese mismo médico juzga que esta medicina curará —universalmente hablando— a los pacientes y a cualquier persona que sufra de esa dolencia, en igualdad de circunstancias (Aquino, 1272/1970, II.20, p. 237). Estos dos tipos de procesamiento cognitivo son distintos y operan a diferentes niveles de conocimiento. No obstante, también están relacionados, en el sentido de que el nivel inferior contribuye a la actividad del nivel superior: así como el conocimiento experimental de la capacidad de evaluación de una comunalidad concreta depende de la integración de muchas percepciones (recuerdos e imágenes mentales), el conocimiento universal del intelecto mediante un patrón inteligible separado depende de la integración de muchos casos de conocimiento experimental (Aquino, 1273/1981, I, 58.3 ob 3.; Aquino, 1272/1995, §18; Aristóteles, ca. 350 a. C./1997, 100a4; Aristóteles, ca. 350 a. C./2003, 980b28).

Solo cuando el intelecto comprende un universal completo, los principios de las artes y las ciencias pueden establecerse plenamente en la mente humana (Aquino, 1272/1970, II.20, p. 237; Aristóteles, ca. 350 a. C./1997, 100a4-100b4; véase también Aquino, 1265/2001, 60.12-14). La percepción evaluativa de una comunalidad es «casi lo mismo» que la intelección a través de un universal; las percepciones evaluativas, de hecho, pueden permitir a la persona conseguir un éxito general en las actividades prácticas (Aquino, 1272/1995, §17). Esto es evidente en el caso de personas que disponen de un conocimiento experiencial de primera mano (sin haber estudiado la ciencia relacionada) y tienen éxito en sus actividades prácticas, mientras que otras personas que no disponen de un conocimiento experiencial de primera mano pueden fracasar, aunque hayan estudiado esa ciencia extensamente. (Aquino, 1272/1995, §20, §22). No sería erróneo comparar la capacidad intelectual y la capacidad de evaluación de uno de la misma manera que se podría comparar la teoría y la praxis, la ciencia y la aplicación, la contemplación filosófica y la vida moral activa.

En este punto, se es más capaz de entender cómo el intelecto depende de la capacidad de evaluación y también cómo la capacidad de evaluación prepara las imágenes mentales para la consideración por el intelecto: la capacidad de evaluación prepara imágenes mentales cuando gracias a su función de reconocimiento discierne características particulares comunes a múltiples percepciones y experiencias. Una vez que una persona, gracias a su capacidad de evaluación, reconoce que existe un rasgo común, presente en múltiples percepciones de la misma realidad, puede utilizar su intelecto para aislar esa característica común y considerar la estructura o patrón inteligible en sí, de forma independiente a la percepción y sensación. Es así como se llega al punto clave del conocimiento humano natural. No obstante, el intelecto de la persona, en el caso de esta función, sigue dependiendo de la actividad preparatoria inicial de su capacidad de evaluación (del mismo modo que la capacidad de evaluación depende de la memoria y la imaginación de la persona, y estas capacidades de percepción dependen a su vez de los sentidos corporales). Es importante observar que las diferentes preparaciones de imágenes mentales (reconocimiento de los diferentes comunalidades) conducen necesariamente a diferentes actos de comprensión (Aquino, 1273/1981, II-II, 173.2; Lonergan, 1997, p. 184). Por lo tanto, las variaciones en la percepción evaluativa conducen a diversas perspectivas, diferencian las ciencias y dan base a diversas visiones del mundo.

En resumen, mediante la interacción de la capacidad de evaluación y el intelecto, se puede considerar la aplicación de principios universales a casos particulares, al igual que cuando se utiliza la imaginación para pensar en un triángulo singular, que se ajuste a principios geométricos universales, o cuando imaginamos un objeto en movimiento que se comporta de acuerdo con los principios universales de la física, o cuando imaginamos, en el ámbito interpersonal, un acto de abnegación conforme a la vocación universal de los cónyuges en el matrimonio (Aquino, 1272/1993, §1214; Ashley, 2006, p. 205).

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