Kitabı oku: «Análisis del discurso político», sayfa 2
El último capítulo compara dos discursos claves en la trayectoria política de Petro: ambos, discursos de aceptación de la victoria electoral del candidato opositor, una vez que se conocieron los resultados en las elecciones de 2010 y 2018. El análisis de estos discursos poselectorales nos ayuda a comprender las funciones erísticas de este tipo de discursos; en síntesis, cómo ayudan a gestionar la derrota de facto, presentándola como victorias que le permiten a Petro la continuidad de su proyecto político.
Para finalizar, evitamos conscientemente asentar una conclusión general del estudio, a través de la inclusión de un epílogo que pretende dejar abiertas las reflexiones y las rutas analíticas desarrolladas en cada capítulo. Consideramos que el énfasis en las disputas políticas es una de las vías más claras por las cuales el análisis del discurso y, en general, las ciencias sociales, profundizan su relevancia para la vida cotidiana en nuestras democracias.
4 Aunque esta perspectiva sobre el corpus en análisis del discurso rechaza explícitamente la idea de interpretación y la opone a la de «trabajo sistemático de indagación en el archivo» (Aguilar et al., 2014, p. 52), consideramos que se trata de reflexiones metodológicas que no contradicen, sino que complementan la práctica interpretativa del analista de discursos.
5 Por lo tanto, no se inscribe en alguna teoría de la argumentación ni conforma otra, sino que recupera una discusión filosófica clásica dentro de la dimensión dialéctica del logos, que opone la tradición platónico-aristotélica a la tradición sofística y erística. La primera de ellas se actualiza en la pragmadialéctica (van Eemeren, 2010) y la lógica informal (Walton, 1999, 2003); la segunda, en la dialéctica de Schopenhauer (2011[1864]).
Sobre convicción y mesura en Gustavo Petro, el político
Introducción
En 2019 se cumplieron cien años de la conferencia de Max Weber pronunciada para la Asociación Libre de Estudiantes de Múnich, posteriormente conocida como “La política como vocación”6. Esta intervención de Weber, muchas veces reproducida junto a “La ciencia como vocación” en una sola obra intitulada El político y el científico (2009), ha sido comentada durante un siglo sin perder su vigencia para pensar problemas concretos de la práctica política contemporánea. Ciertamente, “La política como vocación” es un llamado sin tapujos a reflexionar sobre el rol del líder político profesional, de las cualidades de aquel que decide vivir de y para la política. Podría decirse que allí Weber esboza, con una erudición inigualable, una serie de reflexiones acerca del papel que cumplen los actores políticos frente a la comunidad en la que se desenvuelven.
Basta recordar, de hecho, uno de los pasajes cruciales de esta obra para destacar su actual pertinencia. En la conferencia de 1919, Weber les pregunta a los estudiantes muniqueses sobre lo que lleva a una persona a dedicarse a la profesión política. Frente a esto, inmediatamente, responde el sociólogo alemán: lo que motiva al líder político es un sentimiento de poder, «[l]a conciencia de tener una influencia sobre los hombres, de participar en el poder sobre ellos y, sobre todo, el sentimiento de manejar los hilos de acontecimientos históricos importantes» (p. 82). Lo anterior, entonces, eleva «al político profesional, incluso al que ocupa posiciones formalmente modestas, por encima de lo cotidiano» (p. 82). Sin embargo, esta influencia no puede ser ejercida a cualquier precio o de cualquier manera. Para Weber —no sin una imbricación fuerte de normativismo con realismo—, al político se le plantea una cuestión crucial, a saber, «cuáles son las cualidades que le permitirán estar a la altura de ese poder […] y de la responsabilidad que sobre él arroja. Con esto entramos ya en el terreno de la ética» (Weber, 1979, pp. 152-153).
Como lo explicita el mismo pensador alemán, sus reflexiones en “La política como vocación” remiten a uno de los tres tipos ideales de legitimidad; en contraste a la tradicional y la legal-racional, Weber se aboca a reflexionar sobre la “legitimidad carismática” como cualidad indeleble de todo “caudillaje político”. Ahora bien, es importante aclarar que estas referencias tanto al caudillo (Führer) como al lugar de la legitimidad carismática no son empleadas por Weber en un sentido peyorativo. Es más, para este autor, la imbricación de carisma y vocación es tal que la primera está presente en todo liderazgo propio de un sistema de competencia partidista por el poder del Estado; es, por ende, una cualidad ineludible de cualquier «jefe de partido» (Weber 1979, p. 87; Casullo, 2014, p. 296).
Así pues, para Weber son tres las cualidades más importantes y decisivas que debe tener un líder político: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura. Si la primera es la entrega entusiasta a una “causa” (ética de la convicción) y la segunda es el norte moral de toda acción política (ética de la responsabilidad), la tercera remite necesariamente a la capacidad «para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad» (p. 153); es decir, la mesura le sirve al político para tomar prudente distancia frente a «los hombres y las cosas». No saber «guardar distancias», agrega Weber, es uno de los «pecados mortales» de todo político; es solo la capacidad de la augenmass7 la que le permite «la doma del alma que caracteriza al político apasionado» y lo distingue del simple «diletante político “estérilmente agitado”» (Weber, 1979, p. 153). En definitiva, para Weber, en la conjunción de estas tres cualidades reside la “fuerza” del político; y, en la imposibilidad de sostener en equilibrio estos tres rasgos fundamentales, los políticos profesionales tienden a caer en una trampa sumamente humana: «la muy común vanidad», que según el sociólogo alemán es la «enemiga mortal de toda entrega a una causa y de toda mesura, en este caso de la mesura frente a sí mismo» (Weber, 1979, p. 154).
Al tomar como excusa los planteamientos de Weber y relacionarlos con el actual contexto de pugna política, puntualmente en la Colombia contemporánea, un “político profesional” con claros rasgos carismáticos y de una convicción incontestable, abocado hoy por hoy a disputar el control del Estado, es Gustavo Petro. Como ya lo mencionábamos en la presentación de este libro, Petro no es una figura reciente ni tampoco un outsider de la política colombiana: además de su legado como miembro de una guerrilla urbana en la década de 1980 y su paso a la legalidad en distintas instancias legislativas, su gran entrada a la competencia electoral a nivel nacional se dio con su candidatura presidencial en 2010; posteriormente, la ruptura con su partido de procedencia —el Polo Democrático Alternativo (PDA)— y la creación de su propia fuerza partidista le permitieron llegar a la primera magistratura de la capital del país (la alcaldía de Bogotá), lo que finalmente lo catapultó de nuevo a las presidenciales de mayo y junio de 2018.
Por supuesto, estos hitos en la carrera política de Petro han estado acompañados de opiniones de todo tipo: muchas veces sus contrincantes le han indilgado tener rasgos personalistas, y han aseverado que es un líder poco dado a recibir consejos y que adolece de una autorreferencialidad insoportable. Petro, en efecto, ha sido —y es todavía— retratado como un político profesional vanidoso que carece de todo sentido de la proporción. Lo anterior, de hecho, se ha venido reafirmando en este largo periodo poselectoral de junio de 2018 en adelante, muchas veces respaldado por las intervenciones públicas de Petro —a través de redes sociales, puntualmente desde Twitter—, cuestión que nos lleva a formular la siguiente pregunta: ¿es realmente Petro, en términos weberianos, un político “estérilmente agitado”?
Las herramientas analíticas brindadas por Weber que se esbozan aquí para pensar el petrismo no pretenden repetir los epítetos que se le endosan al candidato de la Colombia Humana. Apelando a una supuesta vanidad, tanto sus enemigos como críticos más cercanos consideran a Petro como un dirigente político impredecible y egocéntrico, que no ha logrado construir una fuerza electoral con cuadros políticos profesionales, donde él es justamente el centro de todas las miradas afines (Tufano, 26 de octubre de 2020). Muchas veces, estos rasgos hacen que se le compare con líderes cuestionablemente democráticos en la región —con Nicolás Maduro, por lo general—, dándole cierre a una argumentación que hace equivalente al autoritarismo con el polo izquierdo del espectro político.
Nuestra perspectiva, por consiguiente, no pretende replicar desconfianza, aunque tampoco desea reproducir la apología hacia este dirigente colombiano: no se busca aquí reivindicar el rol de Petro como aquel que asume estoicamente la pura ética de la convicción, en tanto sinónimo de una actitud “parresiasta” (Foucault, 2017[1982-1983]), que arriesga su propia vida y triunfo político en nombre de “la verdad” de la comunidad; pese a que así se defina a sí mismo: «He practicado la parresía lo que me pone en riesgo de ostracismo o de gobernar. Más que el sofista que al final no deja nada, prefiero el coraje de la verdad» (Petro, 19 de mayo de 2018).
El curioso tuit podría hacernos preguntar por la conexión entre aquella ética de la convicción y este coraje requerido para decir verdades que incomodan, y, sobre todo, si es posible que el político por vocación pueda ser identificado como la deriva moderna del sujeto de la parresia en el mundo clásico de donde lo rescata Foucault. Además, ¿puede ser parresiasta quien dice serlo? ¿No estaría más cerca de la retórica autoelogiosa esa actitud de adulación (propia) del político en campaña, es decir, no sería justo lo contrario de la parresia?8 Sin embargo, no discutiremos ese problema, a medio camino entre la política y la retórica. Antes bien, este texto quiere retomar la perspectiva weberiana para reflexionar sobre el dificultoso equilibrio que existe entre la convicción y la mesura para la acción política, tomando como caso a Gustavo Petro, quien seguramente será el candidato presidencial de la izquierda colombiana en las elecciones de mayo del 2022.
En este sentido, contrastaremos dos coyunturas específicas, dos momentos de este líder político. Por una parte, analizaremos la lectura del propio Petro sobre su salida del PDA a fines de 2010 por establecer un diálogo con el presidente Juan Manuel Santos en el segundo semestre de aquel año; por otra parte, el momento de nuestro interés se enmarca en la segunda vuelta presidencial en junio de 2018, donde el candidato Gustavo Petro realizaría un particular diálogo electoral con adversarios de distinto signo político para interpelar al votante en blanco.
Consideraremos aquí que estos intermezzos de negociación y diálogo en la vida política de Petro, que llamaremos “avances aliancistas”, no siempre implicaron mesura o el cercenamiento de su convicción. Creemos que ambas ocasiones dieron muestra de que la ética de convicción en este líder de izquierda puede morigerarse sin dejar de tensionar el campo político en disputa; a su vez, ponen en evidencia que Petro puede generar un diálogo con sectores que a primera vista son antagónicos, generando coaliciones o respaldos electorales concretos.
Con todo lo anterior, queremos concluir algo simple: en el contexto actual de sectarización política en Colombia, Petro precisa promover la construcción de más momentos aliancistas, conjugando el sentido de la proporción, la ética de la convicción y la de la responsabilidad; esto si su pretensión es, desde una mira descarnada y realista de la política, no solo poner en cuestión los calificativos de sus adversarios, sino —y más importante aún— construir una fuerza plural de actores que logre ponerle un límite al dominio político del uribismo y de la centro-derecha tradicional colombiana.
Arena: ruptura y recomposición partidista
Después de vencer en una poco apretada segunda vuelta, Juan Manuel Santos asumió la presidencia de Colombia en agosto de 2010. El gobierno de Santos, en efecto, ganó el beneplácito del electorado en junio de aquel año al erigirse como la continuidad de los gobiernos de Álvaro Uribe (2002-2010), caracterizados principalmente por el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas y la lucha contrainsurgente total, además de haber transformado radicalmente el balance institucional del país (Gutiérrez Sanín, 2006). Dicho triunfo se dio frente a Antanas Mockus, candidato del Partido Verde.
Petro, por su parte, quedó a mitad de camino en su carrera presidencial, en una cuarta posición en la primera vuelta, con un poco más del millón trecientos mil votos. Esto lo llevó a tomar dos decisiones diferentes pero concatenadas entre sí. En primer lugar, dada la alta votación que había obtenido en mayo de 2010, Petro decidió reclamar como suya la jefatura del Polo Democrático Alternativo, cuestión que le fue denegada por las autoridades mismas del partido —el excandidato del Polo buscaría dicha jefatura en detrimento del liderazgo de Clara López, su anterior fórmula vicepresidencial—. En segundo lugar, y a los pocos meses de esta pugna interna del PDA, Petro decidió establecer diálogos con el presidente Santos, lo que generó el rechazo de su partido de origen y desembocó finalmente en su salida del Polo a fines de 2010.
Al respecto, finalizando aquel año (1 de diciembre de 2010), Petro habló públicamente sobre sus motivos para romper filas con el PDA. Por una parte, el excandidato del Polo explicó que antes de «dar un paso al costado» lo que había dado era un «paso hacia el frente» en la construcción de un espacio democrático y amplio, que a diferencia del PDA no excluyera la democracia; esto lo decía no solo por el “no” a su jefatura, sino por el respaldo del Polo a Iván Moreno, hermano del exalcalde Samuel Moreno, acusado por el mismo Petro de corrupción desde 2009. Asimismo, el excandidato presidencial aseguraba en una entrevista que, lejos de construir una disidencia del Polo, lo que pretendía formar era un «bloque democrático»; concluye que dentro del Polo se había sentido maltratado y que haber estado en dicho partido fue como «arar en el mar».
Frente a lo anterior, se resalta que, justamente desde una posición enarbolada como dialoguista, el excandidato presidencial del PDA estableció comunicación con el presidente Santos, en ese momento abiertamente uribista. De esta manera, Petro tensionaba el espacio interno del Polo, cuyas directivas se negaban a avalar sus consideraciones plebiscitarias acerca del liderazgo y la democracia dentro del partido —según él, la jefatura era suya gracias a casi un millón y medio de votos—. Incluso, desde agosto de 2010, distintos dirigentes del PDA habían desestimado la actitud “dialogante” de Petro con el gobierno recientemente electo de Juan Manuel Santos.
Desde una misiva enviada al presidente en dicho mes, Petro le habría planteado establecer conversaciones en torno a tres temas indiscutiblemente propios del progresismo colombiano: recuperación de las tierras en poder de las mafias, derecho al acceso al agua y la reparación integral de las víctimas. Al respecto, sin embargo, el senador del PDA, Jorge Enrique Robledo, aseveraría que la propuesta de diálogo era contraria a la posición del Polo y que Petro se había comunicado con Santos como forma de reproche a su partido, es decir, porque no pudo obtener la jefatura; según Robledo, «se hizo una votación y él [Petro] perdió», por lo cual concluye que el excandidato presidencial buscaba simplemente poner al PDA «a la cola de Juan Manuel Santos» (Robledo dice que Petro…, 4 de agosto de 2010; Carta de Petro a Santos…, 24 de junio de 2010).
Como se sabe, meses después de su ruptura con el Polo Democrático, Petro conformaría en 2011 su propia organización política, Movimiento Progresistas, plataforma que le serviría para alcanzar la alcaldía de Bogotá durante el periodo 2012-2015. Sin embargo, en la perspectiva de Petro acerca de su legitimidad política dentro del PDA, lo que lo llevaría a transformar el escenario político colombiano entre 2010 y 2011 sería justamente su voluntad de diálogo ‒con el presidente Santos‒, es decir, una propuesta claramente interesada en construir consensos sobre temas básicos. Es, pues, desde un lugar a todas luces de mesura, en detrimento de la convicción opositora del Polo, que Petro pudo distanciarse de este último y formar una agrupación política propia (Progresistas). Este sería el preludio de Bogotá Humana y de lo que se conocería, casi una década después, como la Colombia Humana.
Segunda vuelta electoral de 2018. Diálogo desesperado o ética de la responsabilidad
A mediados de junio de 2018 fue electo Iván Duque como nuevo presidente de Colombia; candidato del uribismo ya nucleado en el partido Centro Democrático. Como dijimos antes, con más de diez millones de votos, Duque venció en segunda vuelta al candidato de la Colombia Humana, Gustavo Petro, quien obtuvo una votación histórica para un candidato de izquierda en el país: ocho millones de votos. Teniendo como precedente los argumentos esgrimidos en su salida del PDA en 2010, resultaba coherente que Petro volviera a argumentar que los millones de votos que obtuvo eran propios, lo que lo convertiría en el líder por antonomasia de la izquierda colombiana9.
Ahora bien, asumir esta idea, dicho sea de paso, muy propia del petrismo actual, como una verdad incontestable, termina por ocluir no solo el carácter plural y contingente del voto colombiano —dados los polos dominantes de uribismo versus antiuribismo, que desdibujan los límites y las identidades partidarias—, sino que además pierde de vista las reiteradas intervenciones de dicho líder para mostrarse como un candidato razonable y mesurado —tomando, como se verá en otros capítulos de este libro, las banderas de la implementación de los acuerdos de paz de la Habana y la defensa del medio ambiente—. Considerar que los votos por la Colombia Humana son solo de Petro, en efecto, soslayaría uno de los actos simbólicos más importantes de su campaña para el ballotage presidencial de 2018. Hablamos, por supuesto, de la firma de los “doce mandamientos” de Petro con Antanas Mockus.
En primer lugar, el episodio, a pocos días de realizarse la segunda vuelta presidencial (8 de junio de 2018), estaba cargado de referencias religiosas que exceden la idea misma de «las piedras de Moisés». Ciertamente, en una mesa con mantel blanco y girasoles, y frente a una multiplicidad de medios de comunicación, se reunieron Antanas Mockus y Claudia López, del Partido Verde —esta última, excandidata a la vicepresidencia en la fórmula de Sergio Fajardo—, junto con Gustavo Petro10. La futura alcaldesa de Bogotá explicaría allí que el lugar donde estaban —la plaza que colinda la iglesia del “Voto Nacional”— era un lugar construido más de cien años atrás, con la idea de reconciliar a liberales y conservadores luego de la Guerra de los Mil Días. De esta manera, la “reconciliación” no remitía simplemente a una alianza política —López aclara que no hay una coalición electoral con Petro, sino una preocupación compartida frente al triunfo del uribismo—, sino un rito de connotación cristiana, de paz entre hermanos, que se reviste de las prácticas eclesiásticas. López (8 de junio de 2018) va a ser reiterativa en la naturaleza del acto:
Aquí venimos a encontrarnos como dos proyectos distintos. No venimos aquí (…) a unir ni a fusionar la Coalición Colombia con la Colombia Humana; ambos son dos proyectos distintos que seguirán siendo distintos y compitiendo fraternalmente en las reglas de la democracia (López, 8 de junio de 2018, 8’07”-8’35”)
En segundo lugar, y rompiendo con el formalismo de los anuncios políticos de cualquier alianza política, el centro del acto de reconciliación fue la jura de “doce mandamientos” por parte de Petro, que se comprometía a cumplir en caso de llegar al poder ejecutivo. Los mandamientos quedarían grabados en dos piedras que remiten figuradamente a las cargadas por Moisés al descender del Sinaí; Petro prometió finalmente ubicar las placas en su despacho si ganaba la presidencia. En las palabras grabadas en dos tablas de mármol se puede leer:
I) No expropiaré.
II) No convocaré a una Asamblea Constituyente.
III) Manejaré los recursos públicos como recursos sagrados.
IV) Impulsaré la iniciativa privada, el emprendimiento y la formalización.
V) Garantizaré la democracia pluralista y el respeto a la diversidad.
VI) Respetaré el Estado social de derecho.
VII) Respetaré el acuerdo de paz.
VIII) Nombraré a los más capaces.
IX) Garantizaré la igualdad de género.
X) Impulsaré el tránsito a las energías limpias.
XI) Impulsaré la educación pública gratuita y de calidad para todos los colombianos.
XII) Garantizaré el cumplimiento de los resultados de la consulta contra la corrupción.
Candidato Presidencial 2018 – Gustavo Petro (firma)
El contenido de los compromisos se deja leer en dos conjuntos de mandamientos que responden al uribismo, en clave adversarial, y al Partido Verde, en clave cooperativa.
Especialmente los mandamientos I, IV, V y VI parecen dirigirse a la campaña rival, en la cual se había instalado la asociación de Petro con el régimen venezolano de Nicolás Maduro y, por ende, su candidatura se concebía como una amenaza para la democracia colombiana. El persuasivo “castrochavismo”, fantasma de la conversión del país en un Estado socialista, impulsado por el expresidente Uribe Vélez, formaba parte integral de la estrategia de campaña del uribismo y empezaba a consolidar sus propios sintagmas, como el de “Petrochavismo” (por ejemplo: Martínez Lloreda, marzo 1 de 2018).
Al respecto, son muy dicientes las promesas de no expropiar, no atentar contra el capital privado y negar cualquier convocatoria a una Asamblea Constituyente; estas prerrogativas, a todas luces, se le han indilgado al proceso chavista en Venezuela. A su vez, el uso “sagrado” de los recursos públicos y el pluralismo político buscaban desmarcar a Petro del mote de “caudillo populista”, terco y personalista. Y, finalmente, los “mandamientos” de igualdad de género, nombramiento de los más capaces y el respeto a la “consulta anticorrupción” —esta última a realizarse el 26 de agosto de 2018— apelaban claramente a construir un proyecto político que le diera primacía a la meritocracia y que combatiese las lógicas venales dentro de la política colombiana.
Los demás mandamientos retoman las banderas programáticas o los principios declarados por el Partido Verde, y sus eslóganes mejor instalados, para incorporarlos en la contienda de la segunda vuelta. Evidentemente, el texto guionado está escrito a varias manos y el hecho de que desborde en número la analogía del decálogo cristiano puede estar mostrando la huella del disenso entre voces (de Petro, López y Mockus) que terminan enunciando colectivamente a través de un listado de puntos en común que no suscitan controversia entre las partes.
La metáfora religiosa en esta escena de campaña apela a los símbolos que activan fácilmente el reconocimiento de valores cristianos ampliamente compartidos. Los recursos utilizados remiten explícitamente a esos lugares comunes tanto en el montaje del acto (las tablas de mármol, la estola blanca con la cruz bordada en hilo dorado, el juramento verbal y los amplios testigos “congregados”) como en el contenido de las “tablas de la ley” (la enumeración romana, la reiteración del futuro simple de indicativo, el rostro siluetado de Petro en una de las placas y, claro, la definitiva firma sobre piedra).
Desde el punto de vista de la enunciación y de su puesta en escena (Maingueneau, 2014, pp. 123-133), el acto público apela a componentes de la escenografía11 litúrgica para desplazar la campaña política hacia ámbitos sacramentales. Como veremos, la solemnidad dialogal del compromiso adquirido por el candidato Petro puede dispersar los miedos al castrochavismo y sumar los votos afines al Partido Verde, legitimando al candidato a través de la promesa ceremoniosa. Mockus inquiere de forma sacerdotal —la mencionada estola, de hecho, rezaba la bendición “podemos ir en paz”— y repetía en cada compromiso el apelativo “Petro”, igual que en los géneros sacros del juramento. El jefe de la Colombia Humana contestaba, con base en un guion escrito:
- Mockus: Petro: ¿Se compromete usted a no expropiar?
- Petro: Me comprometo a no expropiar, nunca lo he hecho.
- Mockus: Petro: ¿Se compromete usted a no convocar una Asamblea Constituyente?
- Petro: Me comprometo a no convocar una Asamblea Constituyente y a defender a fondo la Constitución de 1991.
- Mockus: Petro: ¿Se compromete a manejar los recursos públicos como recursos sagrados?
- Petro: Me comprometo a manejar los recursos públicos como recursos sagrados y a mantener la disciplina fiscal. No solo me comprometo, sino que lo he hecho: jamás me he robado un solo peso de los colombianos o las colombianas.
- Mockus: Petro: ¿Se compromete a impulsar la iniciativa privada, el emprendimiento y la formalización?
- Petro: Sí. Ratifico mi compromiso de impulsar la iniciativa privada en millones de colombianas y colombianos, el emprendimiento y la formalización de la economía, con un trabajo decente y con colombianas y colombianos con todos los instrumentos para poder trabajar.
- Mockus: Petro: ¿Se compromete a garantizar la democracia pluralista y el respeto a la diversidad?
- Petro: Sí, me comprometo. La democracia es el objetivo de mis 40 años de lucha.
- Mockus: Petro: ¿Se compromete a respetar el Estado social de derecho?
- Petro: Sí, me comprometo a defender la independencia entre las ramas del poder público, la participación real y efectiva de la ciudadanía, la justicia social, que son el fundamento del Estado social de derecho (López, 8 de junio de 2018, 4’27”- 6’55”).
El acto finaliza dándole protagonismo a la bendición de la estola, para cerrar la analogía con la liturgia cristiana en un ir y venir entre esta última y la contienda política:
Podemos ir en paz… ¡a ganar! ¡Podemos ir en paz a ganar! (López, 8 de junio de 2018, 31’:34”-31’:37”)
La reformulación del cierre litúrgico transforma el conocido «Podéis ir en paz. Demos gracias al Señor» en la forma inclusiva del “nosotros” y añade el remate más próximo a la arenga proselitista. Sobre la base de ese grito de esperanza atravesado por la fe (cristiana), la inclusividad aquí se juega de manera específica, no solo en general para captar adeptos e indecisos, sino especialmente para convencer a los verdes, hasta ese momento rivales de Petro en la primera vuelta, de que él podría también representarlos en la jornada final de elecciones. En la escenografía litúrgica, así, se depositaba la estrategia de promover la confianza en Gustavo Petro a través de un “voto de fe”.
Más allá del lugar sacerdotal de Mockus —otro personaje por analizar dentro de la larga trayectoria de este líder del Partido Verde, dada su tendencia a representar figuras externas a la política (superhéroes, por caso)—, el contenido programático de esta supuesta liturgia resulta ser interesante en tanto que se pone en escena un compromiso por parte de Petro que, a nuestro parecer, remite justamente a la mesura política. Si bien varios de los “mandamientos” están en sintonía con las propuestas de campaña de Petro —energías limpias, implementación de los acuerdos de paz entre el gobierno de Santos y las FARC-EP, la educación pública y gratuita, etc.—, como vimos, hay otros que buscan prácticamente cuestionar, o al menos conjurar, los miedos de un Gobierno nacional en manos del conductor de la Colombia Humana. Dicho en otros términos, el compromiso con actores ajenos, o contrarios, a su propia fuerza electoral solo podía darse en tópicos que evocaban la construcción de un proyecto político personalista, autoritario y transformador de las reglas de juego institucionales. Nuevamente, y para retomar a la figura usada por Petro una década antes, para dar «un paso hacia el frente» en su proyecto electoral, tenía que dar, al mismo tiempo, «un paso a un costado».
Al respecto, para nosotros lo más interesante de este acto es la forma de “lucha” política asumida aquí por el dirigente de la Colombia Humana. La “eucaristía política” brindada por Mockus no dio ciertamente espacio para una arenga o discurso propio de Petro, al menos frente a los medios (“un paso al costado”). De hecho, los que hablaron públicamente fueron sus antiguos contrincantes, quienes brindaban su apoyo en la coyuntura del ballotage, buscando así correr el posicionamiento general del Partido Verde de votar en blanco. Sin embargo, lejos de asumir un compromiso pasivo, no son menores las respuestas del candidato presidencial del antiuribismo. Como se vio en el citado juramento, la respuesta «me comprometo» de Petro venía acompañada de una salvedad, es decir, de un ataque o, si se quiere, de una aclaración que de alguna manera reconfiguraba el compromiso llevándolo a su propia retórica política («un paso hacia el frente»). Por ejemplo, la iniciativa privada sería respetada en tanto brinde trabajo decente. Dicho en otras palabras, frente a la pasividad que suponía el acto, Petro redundaba en su posición de líder que no pierde sus convicciones y ni su coherencia («de mis 40 años de lucha»). Es un “avance aliancista” donde, en definitiva, el frágil equilibrio entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad queda en evidencia.
Conclusiones
El triunfo de Duque en las elecciones presidenciales de 2018 —si dejamos fuera de la discusión las recientes acusaciones de fraude para el candidato del uribismo— parece sugerir que el “avance aliancista” de Petro fue insuficiente para persuadir el voto en blanco en el ballotage. No obstante, el acto de los “doce mandamientos” muestra, a pocos días de los comicios, la forma como la conciliación y la mesura no van en detrimento del proyecto político de la Colombia Humana; incluso, como vimos anteriormente, el mismo acto de compromiso supuso también una reformulación, una conjunción interesante y simultánea de repliegue y lucha discursiva.
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