Kitabı oku: «Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson», sayfa 7

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Un antiguo socio de Leno, también de origen italiano, que sabía que apostaba, dijo a la policía que creía que la mafia podría haber cometido los asesinatos. Admitió que no tenía pruebas para sostener tal cosa; no obstante, los inspectores se enteraron de que durante un periodo breve Leno formó parte de la junta directiva de un banco de Hollywood que las unidades de inteligencia del LAPD y de la Oficina del Sheriff de Los Ángeles creían que estaba financiado con «dinero gangster». No pudieron demostrarlo, aunque varios miembros de la junta fueron acusados y condenados por pertenecer a una trama que obtenía dinero mediante cheques sin fondo. La posibilidad del vínculo con la mafia se convirtió en una de las diversas pistas que habría que verificar.

Leno no tenía antecedentes penales; Rosemary tenía una multa de tráfico que se remontaba a 1957.

Leno tenía un seguro de cien mil dólares. Había que repartirlos a partes iguales entre Susan, Frank y los tres hijos que había tenido Leno en un matrimonio anterior, cosa que parecía descartar que aquel fuera el móvil.

Leno LaBianca murió en la casa donde había nacido. Rosemary y él se habían mudado a la casa familiar, que Leno había comprado a su madre en noviembre de 1969.

Causa de la muerte: múltiples heridas de arma blanca. La víctima tenía doce heridas de arma blanca, además de catorce perforaciones realizadas con un tenedor de dos dientes, que sumaban un total de veintiséis heridas distintas. Seis de ellas pudieron ser mortales de necesidad.

Rosemary LaBianca, 3301 de Waverly Drive, mujer blanca, treinta y ocho años, un metro y sesenta y cinco centímetros, cincuenta y seis kilos, pelo castaño, ojos marrones (…)

Probablemente ni siquiera Rosemary sabía mucho de sus primeros años de vida. Se creía que nació en Méjico de padres norteamericanos, y que luego quedó huérfana o fue abandonada en Arizona. Permaneció allí en un orfanato hasta los doce años, cuando fue adoptada por la familia Harmon, que la llevó a California. Conoció a su primer marido trabajando de camarera en un restaurante drive in, el Brown Derby, de Los Feliz, a finales de los años cuarenta, cuando todavía no había cumplido los veinte. Se separaron en 1958, y fue poco después, trabajando de camarera en Los Feliz Inn, cuando conoció a Leno LaBianca y se casó con él.

Su antiguo marido hizo la prueba del polígrafo y lo exoneraron de cualquier participación en los crímenes. Hablaron con antiguos empleadores y novios, y con socios actuales. Ninguno de ellos pudo recordar a nadie que le tuviera aversión.

Según Ruth Sivick, socia de Rosemary en la Boutique Carriage, Rosemary tenía ojo para los negocios. No solo triunfaba la tienda: Rosemary invertía en acciones y materias primas, y le iba bien. Hasta qué punto, solo se supo al validar el testamento, cuando se descubrió que había dejado dos millones seiscientos mil dólares. Abigail Folger, la heredera de los asesinatos de Cielo, había dejado menos de una quinta parte de esa cantidad.

La Sra. Sivick vio por última vez a Rosemary el viernes, cuando fueron a comprar para la tienda. Rosemary telefoneó el sábado por la mañana para decirle que tenía planeado ir en coche hasta el lago Isabella, y le pidió que se pasara por casa aquella tarde para dar de comer a los perros. Los LaBianca tenían tres perros. Los tres ladraron con fuerza cuando se acercó a la casa en torno a las seis de la tarde. Después de darles de comer —sacó la comida para perros de la nevera—, la Sra. Sivick revisó las puertas —estaban todas cerradas con llave— y se fue.

El testimonio de la Sra. Sivick estableció que quienquiera que limpiara de huellas el tirador de la nevera con un trapo lo hizo algún momento después de que fuera ella allí.

Rosemary LaBianca: de camarera de restaurante drive in a millonaria a víctima de asesinato.

Causa de la muerte: múltiples heridas de arma blanca. La víctima tenía un total de cuarenta y una. Seis de ellas pudieron ser mortales de necesidad.

Leno LaBianca recibió todas las heridas menos una en la parte anterior del cuerpo; treinta y seis de las cuarenta y una ocasionadas a Rosemary LaBianca se encontraban en la espalda y las nalgas. Leno no tenía heridas defensivas, cosa que indicaba que probablemente le ataron las manos antes de apuñalarlo. Rosemary presentaba una herida defensiva de arma blanca en la mandíbula izquierda. Esta herida, y el cuchillo en la garganta de Leno, indicaban que la colocación de las fundas de almohada encima de las cabezas de las víctimas fue tardía, posiblemente incluso posterior a las muertes.

Identificaron las fundas de almohada, que eran de los LaBianca. Las habían quitado de las dos almohadas de su cama.

El cuchillo hallado en la garganta de Leno también era de la familia; aunque de un juego diferente al del tenedor, iba con otros cuchillos que encontraron en un cajón de la cocina. La dimensiones de la hoja eran: longitud, 12,1 centímetros; grosor, milímetro y medio; anchura, en el punto más ancho, dos centímetros; en el más estrecho, 0,7 centímetros.

Los inspectores del caso LaBianca apuntaron después en el informe: «El cuchillo recuperado de la garganta parecía ser el arma utilizada en los dos homicidios».

Lo cual no pasaba de ser una suposición, porque por algún motivo, el Dr. Katsuyama, a diferencia de su superior, el Dr. Noguchi, que llevó las autopsias del caso Tate, no tomó las medidas de las heridas. Y los inspectores asignados al caso LaBianca tampoco pidieron esos datos.

Las repercusiones de esa única suposición fueron inmensas. Una sola arma indicaba que probablemente solo hubo un asesino. Que el arma utilizada fuera de la vivienda significaba que el asesino llegó probablemente desarmado, y que decidió matar a la pareja en algún momento después de entrar en el edificio. Lo cual a su vez daba a entender: uno, que el asesino llegó con el propósito de cometer un robo o algún otro delito, y luego le sorprendió la vuelta a casa de los LaBianca, o dos, que las víctimas conocían al asesino, y que confiaban en él lo suficiente para dejarle entrar en casa a las dos de la mañana o más tarde.

Una suposición de nada, pero después traería muchos, pero muchos problemas.

Igual que la hora estimada de la muerte.

Cuando los inspectores pidieron a Katsuyama que determinara la hora, este propuso las tres de la tarde del domingo. Cuando otras pruebas parecieron contradecir esa hora, los inspectores volvieron a Katsuyama a pedirle que la calculara de nuevo. Entonces decidió que Leno LaBianca falleció en algún momento entre las doce y media de la noche y las ocho y media de la tarde del domingo, y que Rosemary murió una hora antes. Sin embargo, advirtió Katsuyama, la temperatura de la habitación y otras variables podían afectar al cálculo de la hora.

Todo ello era tan poco concluyente que los inspectores lo dejaron de lado sin más. Sabían, gracias a Frank Struthers, que Leno era un animal de costumbres. Todas las noches compraba el periódico, luego lo leía antes de acostarse, empezando siempre por la sección de deportes. Esa sección estaba abierta sobre la mesa de centro, al lado de las gafas de leer de Leno. A partir de eso y de otras pruebas (Leno llevaba pijama, no se habían acostado en la cama a dormir y demás) concluyeron que los asesinatos se produjeron probablemente alrededor de una hora después de que los LaBianca abandonaran el puesto de periódicos de Fokiano, o en algún momento entre las dos y las tres de la mañana del domingo.

Tan pronto como el lunes, la policía minimizaba las semejanzas entre los dos crímenes. El inspector K.J. McCauley dijo a los periodistas: «No veo ninguna relación entre estos asesinatos y los otros. Hay demasiadas diferencias. No veo ninguna relación, sin más». El sargento Bryce Houchin observó: «Hay cierta semejanza, pero no sabemos si es el mismo sospechoso o un imitador».

Había varios motivos para descartar las semejanzas. Uno era la falta de relación aparente entre las víctimas; otro, la distancia entre los crímenes. Otro más, y de mayor importancia a la hora de concebir un móvil, que se hallaron drogas en el 10050 de Cielo Drive, pero no en el 3301 de Waverly Drive.

Y quedaba otro motivo, quizás el de más peso. Incluso antes de que pusieran en libertad a Garretson, los inspectores del caso Tate ya tenían no uno, sino varios sospechosos más, muy prometedores.

DEL 12 AL 15 DE AGOSTO DE 1969

Gracias a William Tennant, el mánager de Roman Polanski, el LAPD supo que a mediados de marzo los Polanski dieron una fiesta con catering en Cielo con más de cien invitados. Como en cualquier reunión grande en Hollywood, se coló gente, entre ellos +Herb Wilson, +Larry Madigan y +Jeffrey Pickett, apodado Pic33. Se decía que los tres, de poco menos de treinta años, traficaban con droga. Al parecer durante la fiesta Wilson pisó a Tennant. Sobrevino una discusión, en la que Madigan y Pickett se pusieron del lado de Wilson. Irritado, Polanski los echó a los tres.

Era un incidente menor, que por sí mismo difícilmente constituía un motivo para cometer cinco salvajes asesinatos, pero Tennant oyó algo más: en cierta ocasión Pic amenazó con matar a Frykowski. La información le llegó a través de un amigo de Voytek, Witold Kaczanowski, un artista conocido a nivel profesional por el nombre de Witold K.

Teniendo presente la semejanza entre «Pic» y PIG, la palabra escrita con sangre en la puerta principal del domicilio de Tate, los inspectores hablaron con Witold K. Gracias a él se enteraron de que tras la partida de los Polanski a Europa, Wilson, Pickett, Madigan y un cuarto hombre, +Gerold Jones, fueron con frecuencia de visita al domicilio de Cielo. Según Witold, Wilson y Madigan proporcionaron a Voytek y Gibby la mayor parte de las drogas que consumieron, incluido el MDA que tomaron antes de morir. En cuanto a Jeffrey Pickett, cuando Gibby y Voytek ocuparon Cielo, él se trasladó a la casa de Woodstock donde vivían ellos antes. También Witold se alojaba allí. Una vez, en una discusión, Pickett intentó estrangular al artista. Cuando se enteró Voytek, le dijo a Pickett que se fuera. Enfurecido, Pic juró: «Los mataré a todos y Voytek será el primero».

Muchos pensaban que uno o más de uno de ellos podía estar involucrado, y transmitieron sus sospechas a la policía. John y Michelle Phillips, antiguos miembros del grupo The Mamas and Papas y amigos de cuatro de las cinco víctimas del caso Tate, dijeron que en cierta ocasión Wilson le sacó una pistola a Voytek. Varios asiduos de Sunset Strip aseguraron que Wilson se jactaba a menudo de ser asesino a sueldo; que Jones era experto en cuchillos y siempre llevaba uno para lanzar, y que Madigan era «el camello» que suministraba cocaína a Sebring.

Convencido más que nunca de que los homicidios del caso Tate eran consecuencia de un timo relacionado con drogas o de un mal viaje, el LAPD empezó a buscar a Wilson, Madigan, Pickett y Jones.

Sharon Tate llevaba diez años buscando el estrellato. Lo alcanzó entonces en solo tres días. El 12 de agosto, martes, su nombre pasó de los titulares a las marquesinas de los cines. El valle de las muñecas se reestrenó en todo el país, en más de una docena de salas solo en la zona de Los Ángeles. La siguieron rápido El baile de los vampiros y otras películas en las que había aparecido la actriz, con la única diferencia de que ahora encabezaba el reparto.

Ese mismo día la policía dijo a los periodistas que se descartaba de manera oficial cualquier relación entre los homicidios del caso Tate y los del caso LaBianca. Según Los Angeles Times, «varios agentes indicaron que se inclinaban a creer que los segundos asesinatos eran obra de un imitador».

Desde el principio, las dos investigaciones avanzaron por separado, con inspectores distintos asignados a cada caso. Continuarían de ese modo, y cada equipo seguiría sus pistas.

Tenían una cosa en común, aunque tal coincidencia ensanchó la distancia entre ellos. Los dos equipos operaban siguiendo una suposición básica: en casi el noventa por ciento de los homicidios la víctima conoce al asesino. En sendas investigaciones el foco principal estaba puesto ya en los conocidos de las víctimas.

Al verificar el rumor de la mafia, los inspectores del caso LaBianca hablaron con cada uno de los socios conocidos de Leno. Todos ellos dudaron que los asesinatos pudieran atribuirse a la mafia. Un hombre dijo a los inspectores que si la mafia hubiera sido la responsable «probablemente me habría enterado». Fue una investigación minuciosa, y los inspectores comprobaron incluso si la empresa de San Diego donde Leno compró la lancha durante las vacaciones de 1968 estaba financiada por la mafia. No era el caso, aunque, según se decía, muchos otros negocios de la zona de la bahía de Mission sí que estaban financiados por «el dinero de la mafia judía».

Hicieron preguntas incluso a la madre de Leno, que les dijo: «Era un buen chico. Jamás formó parte de la organización».

No obstante, el descarte del posible vínculo con la mafia no dejó a los inspectores del caso LaBianca sin sospechoso. Al preguntar a los vecinos de la pareja, se enteraron de que la casa situada al este, el 3267 de Waverly Drive, estaba desocupada y llevaba así varios meses. Antes la habían frecuentado hippies. Los hippies no les interesaron, pero sí un inquilino anterior, +Fred Gardner, y mucho.

Gracias a sus antecedentes y a conversaciones que mantuvieron, supieron que Gardner, un joven abogado, «ha tenido problemas mentales y afirma que pierde la conciencia durante periodos de tiempo y no es responsable de sus actos (…)». Durante una discusión con su padre, «cogió un cuchillo de mesa de la cocina y persiguió a su padre, diciendo que iba a matarlo (…)». En septiembre de 1968, solo dos semanas después de casarse, «sin razón aparente propinó una paliza brutal a su esposa, luego cogió un cuchillo de la cocina e intentó matarla. Ella desvió los golpes y logró escapar y llamar a la policía». Acusado de tentativa de asesinato, fue examinado por un psiquiatra nombrado por el tribunal, que declaró que «tenía ataques de agresividad descontrolados de dimensiones maniacas». A pesar de ello, el cargo se redujo a una simple agresión. Lo pusieron en libertad a prueba, y volvió a ejercer de abogado.

Desde entonces habían detenido a Gardner varias veces, acusado de estar bebido o drogado. Después de la última detención, por falsificar una receta, lo pusieron en libertad bajo fianza de novecientos dólares, y se largó inmediatamente. Se dictó una orden de detención el 1 de agosto, nueve días antes de los asesinatos del caso LaBianca. Creían que estaba en Nueva York.

Cuando los agentes hicieron preguntas a la antigua esposa de Gardner, ella les dijo que recordaba siete ocasiones distintas en las que Gardner fue a visitar a los LaBianca, y todas ellas volvió con dinero o whisky. Cuando ella le preguntó por aquello, supuestamente él le contestó: «No te preocupes. Los conozco y más les vale que me lo den».

¿Acaso Gardner, con su inclinación por los cuchillos de cocina, había intentado chantajear a los LaBianca, y en aquella ocasión la pareja se había negado? Los policías se pusieron en contacto con un agente del FBI de Nueva York para ver si podía determinar el paradero actual de Gardner.

QUERIDA ESPOSA DE ROMAN

SHARON TATE POLANSKI

1943 1969

PAUL RICHARD POLANSKI

SU BEBÉ

El miércoles fue un día de funerales. Más de ciento cincuenta personas asistieron al de Sharon Tate en el cementerio de Holy Cross. Entre los presentes se encontraban Kirk Douglas, Warren Beatty, Steve McQueen, James Coburn, Lee Marvin, Yul Brynner, Peter Sellers, John y Michelle Phillips. Roman Polanski, con gafas negras y acompañado de su médico, se vino abajo varias veces durante la ceremonia, igual que los padres de Sharon y sus dos hermanas pequeñas, Patricia y Deborah.

Muchas de esas personas, entre ellas Polanski, asistieron después al funeral de Jay Sebring en la capilla de Wee Kirk o’ the Heather, en Forest Lawn. Entre otros famosos más estaban Paul Newman, Henry y Peter Fonda, Alex Cord y George Hamilton, todos ellos antiguos clientes de Sebring.

Hubo menos gente, y menos flashes, cuando, al otro lado de la ciudad, seis compañeros de instituto cargaron con el féretro de Steven Parent desde la pequeña iglesia de El Monte donde se celebró el funeral.

Abigail Folger fue enterrada cerca de donde creció, en el norte de California, en la península de San Francisco después de una misa de réquiem en la iglesia de Nuestra Señora de Wayside, que levantaron sus abuelos.

El cuerpo de Voytek Frykowski permaneció en Los Ángeles hasta que unos familiares de Polonia pudieron tramitar su repatriación para enterrarlo.

Mientras sepultaban a las víctimas del caso Tate, la policía intentaba reconstruir sus vidas, sobre todo el último día.

Viernes, 8 de agosto.

En torno a las ocho de la mañana, la Sra. Chapman llegó a Cielo. Lavó los platos que había y luego empezó las tareas habituales de la casa.

Hacia las ocho y media de la mañana llegó Frank Guerrero, para pintar el extremo norte del domicilio. Iba a ser la habitación del niño. Antes de empezar, quitó las telas mosquiteras de las ventanas.

A las once de la mañana telefoneó Roman Polanski de Londres. La Sra. Chapman oyó por casualidad la intervención de Sharon en la conversación. Sharon estaba preocupada por que Roman no volviera a casa a tiempo para su cumpleaños, el 18 de agosto. Al parecer le aseguró que volvería el 12 de agosto, como estaba planeado, porque Sharon se lo dijo después a Chapman. Sharon comunicó a Roman que lo había apuntado a un curso de futuros padres.

Sharon recibió varias llamadas más, una de ellas relacionada con el gatito de un vecino que se había perdido y había entrado en la propiedad; Sharon lo había estado alimentando con un cuentagotas. Cuando Terry Melcher se mudó, dejó varios gatos, porque Sharon prometió que los cuidaría. Desde entonces se multiplicaron, y Sharon cuidaba a los veintiséis, además de a dos perros, el suyo y el de Abigail.

La mayor parte del día Sharon llevaba solo bragas y sujetador. Según la Sra. Chapman, cuando hacía calor era su atuendo habitual en casa.

Poco antes del mediodía la Sra. Chapman, al observar que había huellas de patas y salpicaduras de perro en la puerta principal, lavó toda la parte exterior con agua y vinagre. Un pequeño detalle, que luego se volvería importantísimo.

Steven Parent comió en casa, en El Monte. Antes de volver al trabajo del negocio de fontanería, le preguntó a su madre si podía prepararle ropa limpia para cambiarse rápido antes de ir al segundo trabajo después, en una tienda de equipos de música, aquella misma tarde.

Hacia las doce y media, las dos amigas de Sharon, Joanna Pettet34 (esposa de Alex Cord) y Barbara Lewis, llegaron a Cielo para comer. Les sirvió la Sra. Chapman. Solo hablaron de temas triviales, tal y como recordarían después las mujeres, sobre todo del niño que esperaba Sharon.

Hacia la una de la tarde Sandy Tennant telefoneó a Sharon. Como se ha apuntado más arriba, Sharon le dijo que no tenía planeada ninguna fiesta aquella noche, pero la invitó a que se pasara, una invitación que Sandy declinó.

(De creer todo lo que se dijo después, medio Hollywood estaba invitado a una fiesta aquella noche en el 10050 de Cielo Drive, y, en el último momento, cambió de opinión. Según Winifred Chapman, Sandy Tennant, Debbie Tate y otras personas próximas a Sharon, aquella noche no hubo ninguna fiesta ni se planeó en ningún momento. Pero el LAPD empleó probablemente cien horas de trabajo de agentes intentando localizar a personas que supuestamente asistieron al fiasco.)

Tras finalizar la primera capa de pintura, Guerrero se fue hacia la una y media. No volvió a colocar las telas mosquiteras, dado que tenía la intención de regresar el lunes para dar una última capa a la habitación. La policía concluyó después que la o las personas que cometieron los asesinatos o bien no se fijaron en que estaban quitadas o bien evitaron entrar en una habitación recién pintada.

Sobre las dos de la tarde Abigail compró una bicicleta en una tienda de Santa Mónica Boulevard y arregló que se la enviaran aquella tarde. Alrededor de la misma hora David Martínez, uno de los dos jardineros de Altobelli, llegó al 10050 de Cielo Drive y se puso a trabajar. Voytek y Abigail se presentaron no mucho después y se apuntaron a comer tarde con Sharon y sus invitadas. En torno a la misma hora se presentó el segundo jardinero, Tom Vargas. Cuando cruzó la verja, Abigail estaba saliendo en su Camaro. Cinco minutos después también se marchó Voytek conduciendo el Firebird.

Joanna Pettet y Barbara Lewis se fueron hacia las tres y media.

Hacia la misma hora Amos Russell, el mayordomo de Sebring, sirvió a Jay y a la mujer con la que estaba en aquel momento un café en la cama35. Sobre las tres y cuarenta y cinco Jay telefoneó a Sharon y al parecer le dijo que se acercaría antes de lo previsto. Luego telefoneó a su secretaria para saber los mensajes que tenía y a John Madden para hablar de la visita a la peluquería de San Francisco al día siguiente. No comentó a ninguno de los dos los planes que tenía para aquella noche, pero sí que dijo a Madden que había pasado el día trabajando mucho en un logotipo para las nuevas franquicias.

Justo después de que Sebring llamara a Sharon, la Sra. Chapman le dijo que había terminado el trabajo y que se iba. Como hacía tanto calor en la ciudad, Sharon le preguntó si quería quedarse a dormir. La Sra. Chapman rehusó la invitación. Sin duda alguna, era la decisión más importante que había tomado en su vida.

David Martínez estaba a punto de marcharse y llevó en coche a la Sra. Chapman hasta la parada de autobús. Vargas se quedó a terminar el trabajo. Mientras estaba en el jardín, cerca de la casa, observó que Sharon se había quedado dormida en la cama de su habitación. Cuando llegó un repartidor de Air Dispatch con los dos baúles de camarote, Vargas, no queriendo despertar a la Sra. Polanski, firmó la entrega. La hora, las cuatro y media de la tarde, se anotó en el recibo. Los baúles contenían la ropa de Sharon, que había enviado Roman por barco desde Londres.

Abigail acudió a su cita de las cuatro y media con el Dr. Flicker.

Antes de partir, hacia las cuatro y cuarenta y cinco, Vargas volvió a la casa de los invitados y pidió a Garretson que regara por favor un poco el fin de semana, porque el tiempo era muy caluroso y seco.

Al otro lado de la ciudad, en El Monte, Steven Parent fue corriendo a casa, se cambió de ropa, le dijo adiós a su madre y se marchó al segundo trabajo.

Entre las cinco y media y las seis de la tarde, Kay, la esposa de Terry, salía marcha atrás por la entrada de su casa, en el 9845 de Easton Drive, cuando vio a Jay Sebring en el Porsche por la calle, le pareció que con prisa. A lo mejor porque el coche de ella le bloqueaba el paso, él no saludó con la mano amablemente, como acostumbraba.

En algún momento entre las seis y las seis y media de la tarde Debbie, la hermana de trece años de Sharon, la telefoneó y le preguntó si podía acercarse aquella noche con algunas amigas. Sharon, que se cansaba con facilidad debido a lo avanzado del embarazo, propuso que vinieran otro día.

Entre las siete y media y las ocho de la tarde llegó Dennis Hurst a la dirección de Cielo para entregar la bicicleta que había comprado Abigail en la tienda de su padre aquel mismo día. Sebring (a quien Hurst identificó después gracias a unas fotografías) abrió la puerta. Hurst no vio a nadie más ni observó nada sospechoso.

Entre las nueve y cuarenta y cinco y las diez de la noche John Del Gaudio, encargado del restaurante El Coyote de Beverly Boulevard, anotó el nombre de Jay Sebring en la lista de espera para cenar: cuatro personas. En realidad Del Gaudio no vio a Sebring ni a los demás, y probablemente se equivocó de hora, porque Kathy Palmer, camarera, que sirvió a los cuatro, recordó que esperaron en la barra entre quince y veinte minutos una mesa libre, y que luego, después de cenar, se fueron hacia las nueve y cuarenta y cinco o diez. Cuando le mostraron fotografías, fue incapaz de identificar con seguridad a Sebring, Tate, Frykowski o Folger.

Si Abigail estaba con ellos, debieron de abandonar el restaurante antes de las diez, porque fue en torno a esa hora cuando la Sra. Folger marcó el número de Cielo y habló con ella para confirmarle que tenía planeado coger el vuelo de las diez de la mañana de United a San Francisco, el día siguiente. La Sra. Folger dijo a la policía que «Abigail no expresó ningún tipo de preocupación o inquietud relacionada con su seguridad personal o la situación en casa de Polanski».

Varias personas afirmaron haber visto a Sharon y/o Jay en Candy Store, The Factory, The Daisy u otros clubs aquella noche. Ninguna de estas informaciones encajaba. Una serie de personas aseguró haber hablado por teléfono con una u otra de las víctimas entre las diez de la noche y la medianoche. Cuando se les preguntó, cambiaron de repente las versiones o las relataron de tal forma que la policía concluyó que o bien se confundían o bien mentían.

Sobre las once de la noche Steve Parent se detuvo en Dales Market, en El Monte, y le preguntó a su amigo John LeFebure si quería dar una vuelta. Parent había salido con Jean, la hermana pequeña de John. John propuso dejarlo para otro día.

Unos cuarenta y cinco minutos después, Steve Parent llegó a la dirección de Cielo, con la esperanza de vender a William Garretson un radiodespertador. Parent abandonó la casa de los invitados alrededor de las doce y cuarto de la noche. Se quedó en el Rambler.

La policía también habló con varias chicas más de las que se rumoreaba que estuvieron con Sebring la noche del 8 de agosto.

«Antigua novia de Sebring, iba a estar con él el 8-8-69 —no estuvo—, se acostó con él la última vez el 5-7-69. Dispuesta a cooperar, sabía que él tomaba C, ella no (…)»

«(…) Salió con él de forma continuada durante tres meses (…) No sabía nada de sus extrañas aficiones en la cama (…)»

«(…) Iba a ir a una fiesta en Cielo aquella noche, pero al final fue a ver una película (…)»

No era una tarea menor, teniendo en cuenta la cantidad de chicas con las que había salido el estilista, pero no hubo constancia de ninguna queja por parte de los inspectores. No todos los días tenían la oportunidad de hablar con jóvenes actrices aspirantes a estrellas, modelos y una chica que había salido en el póster central de Playboy… Incluso con una bailarina del espectáculo del Lido de París que se alojaba en el Hotel Stardust de Las Vegas.

Había otro barómetro del miedo: la dificultad de la policía para localizar a la gente. Haberse mudado unos días después de un crimen, en circunstancias normales, podría considerarse sospechoso. Pero en este caso no. De un informe que no era poco representativo: «Preguntada por el motivo del traslado justo después de los asesinatos, contestó que no sabía bien, que como todo el mundo en Hollywood tenía miedo, sin más (…)».