Kitabı oku: «El amor y los tres registros en la enseñanza de Jacques Lacan», sayfa 2
EL ESTADIO DEL ESPEJO
Lacan elabora su teoría del “estadio del espejo” a partir de una relectura del concepto freudiano de “narcisismo”, cuya elaboración comienza en el texto “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de Demencia paranoides escrito autobiográficamente” y culmina en “Introducción del narcisismo”, cuando el narcisismo queda incluido en la teoría libidinal. Freud pudo demostrar que el ser hablante no nace con un yo. El mismo se constituye, al igual que el cuerpo y la realidad. Retomando estos planteos, Lacan expone “Una unidad comparable al yo no existe en el origen, nicht von Anfang, no está presente desde el comienzo en el individuo, y el Ich debe desarrollarse, entwickeln werden. En cambio, las pulsiones autoeróticas están allí desde el comienzo”. (14) Se trata de tiempos lógicos. Durante el autoerotismo las pulsiones parciales se satisfacen de forma autárquica en las zonas erógenas del cuerpo. En una etapa posterior, y antes de pasar a la elección de objeto en una persona ajena, el sujeto se toma a sí mismo como objeto de amor. El yo es el primer objeto. Se constituye en la fase del narcisismo, momento en el cual las pulsiones se unifican como anhelo de unidad. El narcisismo comprende “una nueva acción psíquica” (15) que Lacan sitúa en términos de identificación imaginaria.
Con el objetivo de ubicar los efectos formativos de la Gestalt Lacan toma como base experimentaciones biológicas. Precisa el papel fundamental que la imagen cumple en el desencadenamiento de los ciclos de alimentación y apareamiento en animales. En el caso de la paloma, por ejemplo, Lacan explica que la ovulación está determinada por la visión de la forma del congénere, excluida toda otra forma sensorial de la percepción, y no es necesario que se trate de la visión del macho. Ubicadas en el mismo espacio con individuos de ambos sexos, pero en jaulas en las que no se pueden ver, aun pudiendo percibir sus gritos y su olor, las hembras no ovulan. Sin embargo, es suficiente que dos sujetos puedan verse, aunque más no sea a través de una placa de vidrio, para que el fenómeno de la ovulación se desencadene. Lacan sitúa un punto aún más notable. La sola visión de su propia imagen en el espejo basta para desencadenar la ovulación. El segundo ejemplo es sobre los saltamontes peregrinos, llamados vulgarmente langostas. Hay dos variedades, el tipo solitario y el tipo gregario. El paso de la primera variedad a la segunda variedad depende de la visión, durante los primeros periodos larvarios, de otros individuos de la especie.
Ahora bien, ¿cuál es la particularidad de la función especular en el hombre? Lacan compara el comportamiento de un infante ante la imagen en el espejo con el de un chimpancé. A partir de los seis meses de edad, momento en que el animal aún supera en inteligencia instrumental al ser humano, a diferencia del primero el niño al mirarse en el espejo rebota “en una serie de gestos en los que experimenta lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado, y de ese complejo virtual con la realidad que reproduce, o sea con su propio cuerpo y con las personas, incluso con los objetos, que se encuentran junto a él”. (16) El júbilo que acarrea dicho reconocimiento da cuenta de la ilusión de unidad que conlleva la constitución del yo. El fenómeno se explica a partir de la prematuración del nacimiento en el hombre. Durante los primeros meses de vida el neuroeje se encuentra incompleto y atrasado en el desarrollo. Esto da lugar a la incoordinación motriz y del equilibrio. Sin embargo, y aquí va el punto esencial, a partir de dicho retraso la maduración precoz de la percepción visual adquiere en el ser humano un valor de anticipación funcional. El niño es capaz de reconocer, precozmente, la forma humana y la identificación con esa forma constituye en el hombre el “nudo imaginario, absolutamente esencial”. (17)
Las identificaciones realizadas revelan para Lacan la función de la imago, “esa forma definible en el complejo espacio-temporal imaginario que tiene por función realizar la identificación resolutiva de una fase psíquica, dicho de otro modo, una metamorfosis de las relaciones del individuo a su semejante”. (18) Por su modo de estructuración el yo no puede concebirse como sintético o exento de contradicción –como algunas concepciones lo entienden– y tiende a manifestar un transitivismo normal que se emparenta con el conocimiento paranoico. El transitivismo es un fenómeno que se produce a partir de la captación por la imagen. Se trata de una ambivalencia primordial que se presenta en espejo, “el sujeto se identifica en su sentimiento de Sí con la imagen del otro, y la imagen del otro viene a cautivar en él este sentimiento”. (19) El transitivismo es la matriz de la Urbild del Yo y domina de manera significativa la fase primordial en la que el niño toma conocimiento de su individuo, al que su lenguaje traduce en tercera persona antes de hacerlo en primera. Esto lleva al niño, por ejemplo, a atribuirle a su compañero recibir de él el golpe que él le dirige. Para que se produzca, es condición que la diferencia de edad entre los compañeros no supere cierto límite. Un parecido genérico es requerido para el reconocimiento. Lacan concluye que el primer efecto de la imago es, entonces, “un efecto de alienación del sujeto”. (20)
En el Seminario I Lacan revisa la función del registro imaginario en el hombre. Establece que el proceso de maduración fisiológica permite, en un momento, integrar las funciones motoras y acceder a un dominio real del cuerpo. No obstante, antes de que se alcance, el sujeto toma conciencia de su cuerpo como totalidad debido a que “la sola visión de la forma total del cuerpo humano brinda al sujeto un dominio imaginario de su cuerpo, prematuro respecto al dominio real. Esta formación se desvincula así del proceso mismo de la maduración, y no se confunde con él”. (21) Y agrega “El sujeto anticipa la culminación del dominio psicológico, y esta anticipación dará su estilo al ejercicio ulterior del dominio motor efectivo”. (22) El hecho de que, por primera vez, el hombre se experimente, se vea y se conciba como otro de lo que él es va a estructurar el conjunto de su vida fantasmática. En el Seminario 3 Lacan destaca que toda cautivación erótica del otro como tensión agresiva se establece por medio de la imagen. Precisa “Esta imagen es funcionalmente esencial en el hombre, en tanto le brinda el complemento ortopédico de la insuficiencia nativa, del desconcierto, del desacuerdo constitutivo, vinculados a la prematuración del nacimiento”. (23) Y continúa “Su unificación nunca será completa porque se hace por una vía alienante, bajo la forma de una imagen ajena, que constituye una función psíquica original”. (24)
LA IDENTIFICACIÓN IMAGINARIA COMO CAUSA PSÍQUICA
En el texto “Acerca de la causalidad psíquica” Lacan propone una concepción del aparato psíquico donde la locura es consecuencia del modo de las identificaciones que ha realizado el sujeto. El mismo comienza con una dura crítica a la teoría organicista de la locura que plantea Henry Ey, su órgano-dinamismo. Por muy dinámica que sea su doctrina de la perturbación mental es para Lacan incompleta y falsa, ya que se reduce al juego de los aparatos constituidos en el cuerpo. Ese juego “descansa siempre, en último análisis, en una interacción molecular dentro del modo de la extensión partes extra partes en que se constituye la física clásica… es lo que constituye su determinismo”. (25) Lacan considera que la cuestión de la verdad condiciona al fenómeno de la locura y eludirlo es no tomar en cuenta la significación que refiere, específicamente, al ser mismo del hombre. Por su parte, el órgano-dinamismo de Henry Ey “no tiene los caracteres de la verdadera idea”. (26) La misma debe estar de acuerdo con lo que es ideado por ella. Dicha doctrina presenta una creciente contradicción. Mientras rechaza toda idea de psicogénesis, va recargando sus desarrollos con una descripción estructural referida a la actividad psíquica y pretende explicar los fenómenos del orden del sentido en función de hechos orgánicos.
La concepción de la locura que tiene Henry Ey lo lleva a exponer que las enfermedades mentales “son insultos y trabas a la libertad, no son causadas por la actividad libre, es decir, puramente psicogenética”. (27) Para Ey la locura testimonia de la desaparición de la libertad de la razón. Sin embargo, no puede ubicar un orden de causalidad que no sea el propio del organismo. En cambio, Lacan sitúa un nivel de causalidad en el campo de la subjetividad, el campo de la libertad. El mismo corresponde a la atribución del sentido, que escapa al determinismo y concierne a una decisión del sujeto. Lacan concluye que “el fenómeno de la locura no es separable del problema de la significación para el ser, en general, es decir, del lenguaje para el hombre”. (28) Retoma el “caso Aimée” y recuerda que al golpear con asesina intención a la última de las personas en las que ella había identificado a sus perseguidoras cae su creencia delirante. Tomando a Hegel, Lacan expone que el loco desconoce en el desorden del mundo la manifestación de su ser, él quiere imponer allí la ley de su corazón. El rival se le aparece como su propia imagen en el espejo y “al asestar su golpe contra lo que se le presenta como el desorden, se golpea a sí mismo por vía de rebote social”. (29) En la furia contra el otro el sujeto intenta alcanzar el kakón de su propio ser.
El riesgo de la locura se mide, en esta perspectiva, por el modo de las identificaciones que se han realizado. Lacan explica que “las primeras elecciones identificatorias del niño, elecciones “inocentes”, no determinan otra cosa, en efecto –dejando aparte las patéticas “fijaciones” de la “neurosis”–, que esta locura, gracias a la cual el hombre se cree un hombre”. (30) En este contexto se entiende que “el momento de virar lo da aquí la mediación o la inmediatez de la identificación, y para decirlo de una vez, la infatuación del sujeto”. (31) La locura testimonia el ser del sujeto coagulado en una identificación ideal. Lejos de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades del organismo, “es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia”. (32) La hiancia propia de la estructura del yo es en el loco recubierta por la coincidencia ilusoria del yo con la imagen. De esta forma, el loco realiza una identificación inmediata, es decir, sin mediación simbólica. Esa grieta, esa falla, que Lacan señala en el ser del hombre, en vez de determinarlo, lo coloca ante la posibilidad de la elección. Por eso, la identificación sin mediación o infatuada demuestra la relación del ser con su libertad. No se vuelve loco quien quiere. Lacan desplaza la causalidad de la locura hacia esa “insondable decisión del ser”. (33)
La otra cara del amor
De la teoría del estadio del espejo formulada por Lacan se desprende que la tensión entre el yo y el otro, la agresividad y los celos forman parte de todo vínculo de carácter narcisista. Pues los mismos resultan de la identificación al semejante a partir de la cual el hombre se concibe por primera vez como unidad. Durante este apartado examinaremos dichos fenómenos.
En la primera parte, nos serviremos de los escritos “El estadio del espejo…” y “La agresividad en psicoanálisis” y de algunos párrafos del Seminario 1, del Seminario 2 y del Seminario 3 para analizar: el valor fundamental que la imagen visual adquiere en el hombre permitiendo la constitución del yo, el cuerpo y la realidad; las consecuencias de conformar una unidad afuera; la estructura general del conocimiento humano; y la tensión “yo o el otro”.
En la segunda parte, tomaremos el artículo “La agresividad en psicoanálisis” y algunos párrafos del escrito “De nuestros antecedentes” y del Seminario 1 para indagar: la agresividad puesta en juego en el dispositivo analítico, la agresividad que se observa en el comportamiento del niño, la agresividad propia de todo lazo imaginario y la regulación que provee el orden simbólico.
En la tercera parte, nos interesaremos por la temática de los celos. En el escrito “Los complejos familiares en la formación del individuo” estudiaremos: los celos en el complejo de la intrusión, la identificación mental en la base de los celos, los celos y la fusión entre amor e identificación, y la pasión de los celos amorosos.
“YO O EL OTRO”
A partir de su teoría del estadio del espejo Lacan ubica el valor fundamental que la imagen visual adquiere en el hombre, teniendo en cuenta el retraso en el desarrollo del organismo al momento del nacimiento y durante los primeros meses de vida. Lacan pone énfasis en el espectáculo que constituye el encuentro del lactante con su imagen. Explica “no tiene todavía dominio de la marcha, ni siquiera de la postura de pie, pero […] supera en un jubiloso ajetreo las trabas de ese apoyo para suspender su actitud en una postura más o menos inclinada, y conseguir, para fijarlo, un aspecto instantáneo de la imagen”. (34) La identificación imaginaria que el niño establece le permite el paso desde la insuficiencia de la constitución real de su organismo a la anticipación de una totalidad. No obstante, “El ser humano solo ve su forma realizada, total, el espejismo de sí mismo, fuera de sí mismo”. (35) Y esto no es sin consecuencias.
Al mismo tiempo que el sujeto conforma su yo constituye también su cuerpo. En el Seminario 1 Lacan hace referencia al imaginario corporal e indica “El hombre se aprende como cuerpo, como forma vacía del cuerpo, en un movimiento de báscula, de intercambio con el otro”. (36) Recuerda que cuando Freud habla del ego, no se refiere, en absoluto, a algo incisivo, determinante. Freud señala que el ego tiene una relación muy estrecha con la superficie del cuerpo. Lacan explica “No se trata de la superficie sensible, sensorial, impresionada, sino de esa superficie en tanto está reflejada en una forma”. (37) Dicha forma “no le es dada sino como una Gestalt, es decir, en una exterioridad donde sin duda esa forma es más constituyente que constituida”. (38) Si bien esa Gestalt simboliza la permanencia mental, al mismo tiempo prefigura la alienación.
Ahora bien, de la conformación del yo y del cuerpo depende la creación de la realidad, pues “el objeto siempre está más o menos estructurado como la imagen del cuerpo del sujeto”. (39) Si el principio de toda unidad percibida por el sujeto es la imagen de su cuerpo, la conformación y la consistencia del mismo va a incidir en el establecimiento de una realidad singular, que del mismo modo que se construye puede desarmarse. Al respecto Lacan refiere en el Seminario 2 “A causa de esta relación doble que tiene consigo mismo, será siempre en torno a la sombra errante de su propio yo como se estructurarán los objetos de su mundo. Todos ellos poseerán un carácter fundamentalmente antropomórfico, digamos incluso egomórfico”. (40) Y continúa, “El hombre evoca una y otra vez en esta percepción su unidad ideal, jamás alcanzada y que se le escapa sin cesar”. (41)
Por lo anterior, la estructura general del conocimiento humano es fundamentalmente paranoica. Esto conduce a una tendencia agresiva, que se revela esencial en las psicosis paranoicas y paranoides, pero también en todo tipo de vínculo narcisista más allá de las estructuras clínicas. (42) Lacan compara su teoría de estadio del espejo tanto con concepciones filosóficas como con las nociones propuestas por Freud y concluye “A estos enunciados se opone toda nuestra experiencia en la medida en que nos aparta de concebir el yo como centrado sobre el sistema percepción-conciencia, como organizado por el “principio de realidad” en que se formula el prejuicio cientificista más opuesto a la dialéctica del conocimiento”. (43) En lugar de comenzar desde el conocimiento, se trata para Lacan de partir de la función de desconocimiento.
En el escrito “El estadio del espejo…” Lacan analiza la tensión constante del yo con el otro, que es él mismo, propia de todo vínculo especular y dice “El sujeto, presa de la ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se suceden desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad –y hasta la armadura por fin asumida de una identidad alienante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental”. (44) Por establecerse por una vía alienada, la instancia del yo queda situada en una línea de ficción. Lo anterior constituye una discordancia primordial, una hiancia en el ser que no se podrá colmar. Su consistencia no será nunca completa y la imagen del otro tendrá para él siempre un valor cautivador.
En el Seminario 2, Lacan señala que toda la relación imaginaria se produce en una especie de tú o yo entre el sujeto y el objeto. En la medida en que el hombre reconoce su unidad en un objeto se siente en relación a él en malestar. (45) “Si el objeto percibido afuera posee su propia unidad, ésta coloca al hombre que la ve en estado de tensión, porque se percibe a sí mismo como deseo, y como deseo insatisfecho. Inversamente, cuando aprende su unidad, es por el contrario el mundo el que para él se descompone”. (46) Debido a las características de los lazos narcisistas, se requiere de una ley que regule las relaciones y otorgue a los objetos estabilidad, de la que carecen en el instante fugaz de la captación especular. Ahora bien, el sujeto está en el mundo del símbolo, él puede nombrar a los objetos, logrando que los mismos subsistan en una cierta consistencia. (47) El orden de la palabra posibilita una mediación en relación al callejón sin salida al que conduce la relación imaginaria. En el Seminario 3 Lacan señala “El complejo de Edipo significa que la relación imaginaria, conflictual, incestuosa en sí misma, está prometida al conflicto y a la ruina… hace falta una ley, una cadena, un orden simbólico, la intervención del orden de la palabra, es decir, del padre. No del padre natural, sino de lo que se llama el padre. El orden que impide la colisión y el estallido de la situación…”. (48)
LA AGRESIVIDAD
Lacan comienza el escrito “La agresividad en psicoanálisis” precisando el modo en el que la agresividad se manifiesta en el contexto de la experiencia psicoanalítica. Para analizar dicho fenómeno, propone pasar de la subjetividad de la intención –que nos deja en el plano de la fenomenología de la experiencia– y centrarnos en la noción de una tendencia a la agresión. La agresividad del sujeto hacia la persona del analista constituye la transferencia negativa. Lo que se transfiere sobre el otro es una de las imágenes más o menos arcaicas que se formaron a partir de una identificación. Así, “el más azaroso pretexto basta para provocar la intención agresiva, que reactualiza la imago en el plano de sobredeterminación simbólica”. (49) El título del último punto del escrito expresa “La agresividad es la tendencia correlativa de un modo de identificación que llamamos narcisista y que determina la estructura formal del yo del hombre y del registro de identidades característico de su mundo”. (50)
El desarrollo precoz de la función visual le permita al hombre, a partir de una identificación especular, constituirse como unidad de forma anticipada a sus posibilidades reales. Eso conlleva una cierta indiferenciación entre él mismo y el semejante. Por eso, el comportamiento del niño durante aproximadamente los primeros dos años de vida da lugar a manifestaciones emocionales que testimonian de un transitivismo normal. Al confrontar dos niños de edades similares los gestos de uno siguen y se confunden con los del otro, “es en una identificación con el otro como vive toda la gama de reacciones de prestancia y de ostentación, de las que sus conductas revelan con evidencia la ambivalencia estructural, esclavo identificado con el déspota, actor con el espectador, seducido con el seductor”. (51) Allí se juega cierta agresividad, pues “las retaliaciones de palmadas y de golpes no puede considerarse únicamente como una manifestación lúdica de ejercicio de las fuerzas y de su puesta en juego para detectar su cuerpo”. (52)
En el Seminario 1 Lacan señala “existe una dimensión imaginaria del odio pues la destrucción del otro es un polo de la estructura misma de la relación intrasubjetiva. Se trata de lo que Hegel reconoce como el callejón sin salida de la coexistencia de dos conciencias”. (53) Hegel deduce de la misma su mito de la lucha por puro prestigio y deriva del conflicto del amo y del esclavo todo el progreso de nuestra historia al hacer surgir de esas crisis las síntesis que dan cuenta de las formas más elevadas de la persona. Lacan indica “Si el amor aspira al desarrollo del ser del otro, el odio aspira a lo contrario: a su envilecimiento, su pérdida, su desviación, su delirio, su negación total, su subversión. En este sentido el odio, como el amor, es una carrera sin fin”. (54) Ahora bien, el sujeto aprende a reconocer invertido en el otro también su deseo. Al principio el deseo se juega únicamente en el plano de la relación imaginaria del estadio especular. Reconocemos la relatividad del deseo humano respecto del deseo del otro en toda relación donde hay rivalidad. (55)
En el escrito “De nuestros antecedentes” Lacan refiere “sea lo que sea lo que la imagen cubre, esta no centra sino un poder engañoso de derivar la alienación que ya sitúa el deseo en el campo del Otro, hacia la rivalidad que prevalece, totalitaria, por el hecho de que el semejante se le impone con una fascinación dual”. (56) En la relación narcisista, el deseo del sujeto solo puede confirmarse en una competencia absoluta con el otro por el objeto hacia el cual el deseo tiende. Solo el orden simbólico permite hacer pasar el deseo por la mediación del reconocimiento, establece la regulación de las relaciones e imposibilita tanto la completa captación por la imagen como la tentativa feroz de destrucción del semejante, en el que se agotarían los lazos humanos. Por eso, cada vez que nos aproximamos en un sujeto a esa alienación primordial, y falla la regulación que provee el registro de la palabra, se genera la agresividad más radical: el deseo de la desaparición del otro, en tanto el otro soporta el deseo del sujeto.