Kitabı oku: «Antonio Gramsci y el Trabajo Social», sayfa 3

Yazı tipi:

El principal aporte de la reconceptualización fue su debate con la perspectiva conservadora de la profesión. «A partir de la década de 1960, las bases conservadoras y antimodernas que sustentaban teórica y metodológicamente a la profesión en América Latina entran en crisis» (Parra, 2007, p. 3), y, por tanto, son cuestionadas las bases europeas y norteamericanas que habían sido el referente para la creación de las primeras escuelas. Ahora se buscaba diseñar una intervención profesional que respondiera a las particularidades de la realidad de América Latina.

La reconceptualización, lejos de ser un proceso exclusivo y homogéneo de la profesión, debe ser considerado en el marco de una transformación en el contexto latinoamericano, que es aceptado y rechazado al mismo tiempo por diferentes sectores. Hoy se mantiene un rechazo a este movimiento, expresado en el intento de volver a ciertos autores clásicos que explican la profesión desde el endogenismo, positivismo y funcionalismo, que teórica y políticamente identificaban el inicio de la profesión. La reconceptualización se ha llegado a considerar como un retroceso en el desarrollo profesional (Montaño, 2006).

Gustavo Parra (2007) identifica el movimiento de reconceptualización en el periodo 1965-1975, subdividido en tres importantes etapas: fundación, auge y crisis. Se detecta un periodo corto de este proceso de reconceptualización; sin embargo, con significativas conexiones en el trabajo social latinoamericano y desarrollos académicos importantes que cobraron vigencia en los planes de estudio y reflexiones profesionales vigentes. De las principales características presentadas por Parra (2007) para estas etapas, se destacan los siguientes aspectos:

Fundación (1965-1968)

En esta etapa, iniciada en Argentina, Brasil y Uruguay, se presentan tres acontecimientos que inician el movimiento latinoamericano de la reconceptualización: el primero, el I seminario Regional Latinoamericano de Servicio Social; el segundo, la modificación del plan de estudios de la Universidad de la República en Montevideo, Uruguay, y, el tercero, la creación de la revista Hoy en el servicio social en Buenos Aires, Argentina (p. 4). Estos escenarios permiten propagar las ideas sobre un trabajo social crítico, que, lentamente, como señala Parra (2007), introducen las ideas de la modernización profesional. Se destacan las publicaciones propias con artículos sobre trabajo social, escritos por trabajadores sociales que tienen como foco principal el papel de la profesión en el desarrollo y que amplían su producción académica al «debate sobre el papel ideológico y político del profesional, la formación profesional, los métodos de intervención, los fundamentos teóricos de la profesión, buscando dar respuesta a la realidad latinoamericana» (p. 6). En esta misma etapa, en 1967, se realiza también el I Seminario de Teorización del Servicio Social organizado por el Centro Brasileño de Cooperación e Intercambio de servicios sociales (CBCISS), donde se produce lo que posteriormente se conocerá como Documento de Araxá. Esta etapa también se identifica con la creación de grupos como la Generación del 65, la cual buscaba aplicar el desarrollo comunitario en sintonía con las ideas desarrollistas que llevaran a superar el subdesarrollo y la dependencia de grandes potencias, como Estados Unidos.

Auge (1969-1972)

Los espacios ganados en la primera etapa entran en una expansión en todo el continente. Se amplían las publicaciones sobre el trabajo social que contienen el debate sobre sus funciones y su papel respecto al desarrollo comunitario. Según Parra (2007), «aparece de manera contundente la influencia del marxismo en el trabajo social» (p. 7); esto se evidencia en particular en el IV Seminario Regional Latinoamericano de Servicio Social, desarrollado en Chile, donde «aparece la preocupación sobre la ideología, la alienación, la praxis, la investigación, la marginalidad, la concientización, la revolución y las políticas sociales» (p. 7). Hay que destacar que en este periodo el trabajador social se empieza a entender desde un papel concientizador y revolucionario.

En 1970, en el V Seminario Regional Latinoamericano de Servicio Social, en Bolivia, se habla del «imperialismo» como causa del subdesarrollo, y se señala el compromiso del trabajo social con el diagnóstico de las realidades del continente, «rechazando los modelos estructural y funcionalista de la profesión, provenientes del extranjero, para que el ejercicio profesional se encuentre dirigido al cambio de estructuras al mismo tiempo que integrado a otras fuerzas que buscan también este objetivo» (p. 7). Otro momento importante en este periodo de auge fue en 1970 la realización del Seminario sobre Metodología del Servicio Social, organizado también por el CBCISS en la ciudad de Teresópolis, Brasil. El resultado de las reflexiones de este seminario constituye un refuerzo del Documento de Araxá, que permite consolidar la propuesta desarrollista en el interior de la profesión.

Crisis (1974-1975)

Se considera que esta etapa señala la crisis de la reconceptualización, aunque, bien apunta Parra (2007), se debe considerar una crisis y no el final de este proceso. Las dictaduras militares se entienden como parte de la causa del retraso; por ejemplo, países como Argentina, Chile y Brasil, bajo gobiernos dictatoriales, ven restringidos sus derechos y libertades. La crisis afectó todo un proyecto revolucionario. En este momento (1974) fue creado el Centro Latinoamericano de Trabajo Social (CELATS), como resultado de este proceso de reconceptualización:

[…] orientado a promover el conocimiento de las causas de la «marginación» de los grupos mayoritarios de América Latina para apoyar cambios estructurales necesarios para modificar dicha situación y ubicando al trabajo social como contribución para crear una sociedad más justa. (Parra, 2007, p. 10)

La reconceptualización está paralelamente acompañada por algunos desarrollos conceptuales que influencian las ideas de cambio, renovación y ajuste del trabajo social latinoamericano. Se destaca en este documento la influencia de las ideas desarrollistas que circulaban en el continente, y, como se observa al presentar las etapas anteriores de fundación y auge, ponen al trabajo social en el escenario del desarrollo comunitario como «agente de cambio». Se destaca también la apropiación de teorías marxistas que colocan al trabajador social en el escenario del cambio estructural, revindicando las clases subalternas y explotadas. Los dos procesos se fusionan y las concepciones asidas de estas dos corrientes por parte de la profesión influyen sobre lo que hoy se reconoce como el trabajo social crítico. En este texto se consideran principalmente el desarrollismo y el marxismo, pese a que se identifican otras influencias en la teoría de la dependencia, las propuestas concientizadoras de Paulo Freire y la teología de la liberación (Alayón, 2004, p. 32).

Precisamente sobre las ideas desarrollistas, Manrique Castro (1982) destaca el protagonismo que viene a ocupar el trabajo social como profesión que, interactuando con los equipos multidisciplinarios, aporta en el desarrollo comunitario como campo de intervención profesional. La creación de la Organización de Estados Americanos (OEA) y del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales, que incluye la Sección de Servicio Social como órgano anexo, lleva a una directa influencia de la OEA en la formación y práctica de trabajadores sociales latinoamericanos y a una preocupación por la formación profesional en el campo del desarrollo comunitario. De este modo, la comunidad como método de intervención y los métodos previos como caso y grupo quedaron en segundo plano ante la potencialidad que suponía el ejercicio del desarrollo comunitario, en donde, además de atender problemas individuales o de grupo, se vinculaban proyectos generales de desarrollo. De esta manera, el trabajo social pasó por una etapa de revalorización que lo impulsó hacia nuevas responsabilidades y a una situación más expectante dentro de las administraciones públicas que pasaban también por un proceso de modernización en aquel momento (Manrique Castro, 1982, pp. 137-138).

Adicional a lo anterior, Manrique Castro (1982) señala que este impacto sobre la profesión fue mayor cuando el desarrollo pasó de ser una propuesta para resolver los problemas de atraso a convertirse en práctica y directiva de acción política de diversos regímenes latinoamericanos, lo que impulsó una «humanización» del capitalismo en sus diferentes facetas. Debido a esto, los trabajadores sociales del continente procedieron a suscribir con su práctica el programa de desarrollismo, y crearon identidad, compromiso y reconocimiento social de la profesión. Ante estas condiciones, las universidades debieron responder a las exigencias de desarrollo, adecuando los planes de estudio, sus métodos de enseñanza y sus sistemas de prácticas a la reorientación que estaba tomando la profesión. Manrique Castro (1984), en su detallado recuento, refiere que se crea un consenso sobre el papel de los trabajadores sociales como agentes de cambio, lo que implica no solamente una transformación del individuo, sino también un cambio en las estructuras e instituciones sociales, las cuales se convirtieron en vocero de las necesidades de los individuos y de su derecho para promover un cambio.

En cuanto al marxismo, su apropiación en el trabajo social, como afirma Iamamoto (2018), pasa de la militancia a la profesión, en una relación que se deduce no era delimitada ni clara y que colocaba al profesional en un papel «revolucionario» que no le correspondía ejercer. Refiere la misma autora que lo anterior explica las primeras aproximaciones teóricas al marxismo por medio de «manuales de divulgación del “marxismo oficial”, autores descubiertos en la militancia política (Lenin, Trotsky, Mao, Guevara) cuyas producciones eran selectivamente apropiadas en una óptica utilitaria en función de exigencias practicas inmediatas» (p. 214).

La principal crítica al movimiento de reconceptualización fue su carácter partidario. Para Montaño (2006), una de las críticas a la reconceptualización radica en confundir la tarea profesional con la tarea político-partidaria. Hubo un acelerado proceso de politización que llevó a una desvalorización de la profesión, enfatiza Alayón (2004), «empujando a algunos sectores de colegas al rechazo y hasta abandono del trabajo social, optando por diversas formas de acción política directa» (p. 35). Como menciona este autor, el deseo del cambio estructural, al ser legítimo, transciende las funciones profesionales, y si bien desde la profesión podrían realizarse aportes que favorezcan la organización y movilización social de los sectores populares, no se puede optar por el trabajo social si se busca eliminar la explotación, transformar la sociedad capitalista dependiente o buscar la revolución.

Según Iamamoto (2018), las primeras aproximaciones a la teoría marxista en la profesión no apropian las categorías trabajo, teoría del valor, autovaloración por la explotación del trabajo, fruto del lucro; es decir, la crítica a la economía política. Este alejamiento conceptual y el extremo practicismo en el que se interpreta el marxismo podrían entenderse como el motivo por el cual algunos autores refieren el famoso «marxismo sin Marx».

Sin embargo, esta postura no es unánime. Otras referencias presentan un acercamiento significativo entre Marx y el trabajo social y los importantes aportes para el desarrollo teórico y práctico de la profesión. Incluso podría pensarse que la limitación teórica inicial fue superada y los avances profesionales están marcados por la apropiación de estas teorías:

En todo el proceso que se siguió a la creación del Centro Latinoamericano de Trabajo social (CELATS), la contribución del marxismo fue fundamental para los avances del trabajo social como profesión y área del conocimiento en el continente, aunque en una apropiación lenta. Comienza a ser profundizado más sistemáticamente, a partir de las publicaciones del CELATS, en particular la revista Acción Crítica, con larga distribución entre los profesionales de trabajo social en el continente; mas también a partir de la academia, las universidades, y en Brasil, en particular, con los cursos de posgrado. Su herencia es profunda en la transformación de la conciencia crítica y de una nueva cultura de los trabajadores sociales en América Latina. (Batista, 2016, p. 7)

Según Batista (2016), la teoría crítica marxista avanzó desde Althusser, Gramsci, Lukács, Lefebvre y el propio Marx. Por el interés de este documento, se destacan los aportes de Gramsci al trabajo social en relación con la concepción de hegemonía, intelectual, partido político, Estado ampliado, ideología y filosofía de la praxis. Simionatto (2011) señala que no se encuentra en Gramsci una discusión sobre las determinaciones económicas, punto central de la teoría marxista, sino que Gramsci aporta a la reflexión en el plano de lo estructural y superestructural:

Se puede afirmar que, en el ámbito del marxismo, Gramsci se presenta en ese periodo como uno de los referentes que le permite al trabajo social preguntarse sobre cuestiones relativas a las instancias estructurales y superestructurales, con reflexiones no solamente en la esfera económica, sino también política, ideológica y cultural. Entrarán en escena consideraciones relativas a las clases sociales, el Estado, la sociedad civil, el papel de las ideologías y de los intelectuales en el análisis y comprensión de la realidad social, posibilitando el desarrollo de una actitud más crítica e investigativa. (p. 25)

Definitivamente, en el marco del movimiento de reconceptualización, Gramsci se introduce como autor de referencia en la interpretación de la realidad latinoamericana y del papel del servicio social dentro de este contexto. Simionatto señala que «el proceso de reorganización del Estado, la necesidad de fortalecimiento de la sociedad civil y la dinámica misma de la realidad brasilera incentivaron a los profesionales a buscar nuevos referentes que posibilitaran recuperar la práctica y la formación profesional» (p. 170). Estas reflexiones se encuentran limitadas al escenario académico; sin embargo, desde allí se dan las propuestas investigativas que buscan superar los límites de la profesión. En el escenario del marxismo, las ideas gramscianas vienen a auspiciar esos nuevos análisis e interpretaciones de la realidad (2011).

Según Simionatto (2011), en Brasil se reconoce la obra de Marilda Iamamoto Legitimidad y crisis del servicio social como uno de los principales análisis basados en fuentes originales de Marx con algunas referencias a Gramsci, especialmente el tema de los intelectuales. En los años setenta, Gramsci era la base teórica de muchos trabajos académicos del servicio social. De este último aspecto se destaca el importante aporte en la comprensión del trabajador social como intelectual orgánico y su responsabilidad frente a las clases subalternas. Para Simionatto, no siempre estas interpretaciones teóricas sobre el intelectual orgánico fueron correctas, y se creó una visión mesiánica errónea de la profesión. En resumen, para el autor, lo que sí puede afirmarse es que desde la academia se expandieron las reflexiones que usaban como marco teórico las ideas gramscianas y, desde estas reflexiones, surgen los planteamientos del papel político en la práctica profesional.

Se destaca también la obra del profesor Vicente de Paula Faleiros, en su libro Trabajo social: ideología y método, publicado en 1972, en Buenos Aires, y reeditado en 1981, en Brasil, bajo el título de Metodología e ideología del trabajo social (Simionatto, 2011). El texto, según Simionatto (2011), tiene ya sus fuentes en categorías gramscianas, y entrecruza el concepto de hegemonía e intelectual orgánico con el concepto de poder en Foucault. El texto presenta una «denuncia del trabajo social tradicional, resaltando la dimensión política de la práctica profesional y su vinculación histórica con el capitalismo y los intereses de la clase dominante» (p. 175). Para el autor, Faleiros supera el discurso académico analizando la práctica real de la profesión en el marco de la sociedad capitalista.

Ciertamente, la reconceptualización cambia la historia de la profesión y logra que se cuestionen tres aspectos: la tradición evolucionista explicativa del origen de la profesión, el soporte empirista que naturaliza los problemas sociales y la intervención atomizada o pulverizada desde la acción estatal (Alayón, 2004). En conclusión:

Todo esto es posible que se desarrolle a partir de la semilla de la autocrítica, nacida allí, en este movimiento. Como vimos, este movimiento tuvo un desarrollo diverso en su primera década y nos llevó a planteamientos simplistas y negadores de la historia misma, los cuales se resumen en el «mesianismo» —ilustrado con el «rol de agente de cambio»— y el «fatalismo», inmovilizador y negador de la capacidad creativa derivado de la comprensión instrumentalista, mecánica del papel del Estado y de la inserción que en él hace el trabajo profesional. Sin embargo, lo cierto es que es la cuna del pensamiento crítico del trabajo social. (p. 37)

En la reconceptualización se logra el reconocimiento y la indagación de la dimensión política de la profesión, y el afianzamiento de la necesidad de intervenciones desarrolladas con la mediación de la teoría. Surge el impulso al desarrollo de la producción teórica y la necesidad de profundizar el estudio de los vínculos entre la profesión y la sociedad; el develamiento de la naturalización de las necesidades y problemas sociales; la creación de la posibilidad de pensar las imposibilidades hasta entonces no pensadas y aceptadas, y de situar tales imposibilidades ya no de manera esencialista, sino situadas histórica y socialmente. Por último, cabe resaltar el replanteo de la siempre conflictiva relación entre teoría, método y empirismo (Alayón, 2005).

A partir de los aportes teóricos y las tendencias en la interpretación respecto de la formación y acción profesional, Iamamoto (2018) resume el proceso de reconceptualización en cuatro puntos, que constituyen la preocupación central que este movimiento aporta a la profesión: 1) la comprensión de las relaciones de dependencia de Latinoamérica respecto de países centrales; 2) la vinculación del proyecto profesional con las luchas de los movimientos sociales; 3) la introducción en la reflexión epistemológica, metodológica e ideológica propia de la profesión, y 4) la politización de la acción profesional comprometida con la transformación de desigualdades. Este debate lleva a considerar propuestas como el trabajo social alternativo, que incorpora, entre otros, los elementos señalados anteriormente por Imamoto, y que abre las posibilidades de intervención del trabajo social en temas comunitarios, de desarrollo y de transformación social.

En este mismo sentido, Netto (2006) subraya cómo el trabajo social en esta etapa de la reconceptualización configura su proyecto ético-político y adopta, o pretende asumir, un proyecto societario que, en su momento, recogiera los intereses de la clase en disputa; en este caso, la clase trabajadora y las clases subalternas. Lo anterior, bajo la lógica, señala el mismo autor, de que estas clases disponen de menos condiciones al momento de enfrentar un proyecto societario, que ha sido históricamente construido por intereses de clase y que ha inclinado la balanza al proyecto burgués.

En su momento, las bases de este proyecto estuvieron enfocadas en los siguientes aspectos: construcción de un nuevo orden social, sin exploración y sin dominación de clase, etnia o género; defensa intransigente de los derechos humanos, equidad y justicia social en la perspectiva de la universalización al acceso de bienes y servicios relativos a las políticas y programas sociales; ampliación y consolidación de la ciudadanía puesta como garantía de los derechos civiles, políticos y sociales de las clases trabajadoras; énfasis en una formación académica cualificada, fundada en concepciones teórico-metodológicas, críticas y sólidas, capaces de viabilizar un análisis concreto de la realidad social, con formación que debe abrir vía a la preocupación con la (auto)formación permanente, y estimular una constante preocupación investigativa; compromiso con la calidad de los servicios prestados a las poblaciones, incluida la publicidad de los recursos institucionales, instrumento indispensable para su democratización y universalización, y, sobre todo, para abrir decisiones institucionales a la participación de los usuarios; por último, la articulación con los segmentos de otras categorías profesionales que comparten propuestas similares y, en particular, con los movimientos que se solidarizan con la lucha general de los trabajadores (2006).

Si bien el proyecto ético-político del trabajo social no debe ser mesiánico, sí debe considerarse como un punto de referencia para el actuar profesional. Esta construcción es un proceso permanente, que nutre el ejercicio profesional y da bases importantes del actuar en los contextos de intervención. Los orígenes y el papel del trabajo social han sido un tema de álgido debate, lo cual, lejos de empobrecer la historia de esta profesión-disciplina, la ha enriquecido construyendo análisis éticos, políticos y metodológicos que han contribuido a profundizar en los objetos de conocimiento y en los objetos de intervención. Lo anterior es parte del tributo del proceso de reconceptualización, que, si bien luego de su crisis se podría declarar un proceso extinto, nunca fue perdido. La reconceptualización aportó esa visión emancipatoria que refiere Malagón (2012), posibilitó pensar una nueva sociedad y abrigar la confianza en construir nuevas realidades. Específicamente, permitió

[…] la interpretación crítica y holística de las formas de alienación que produce la sociedad capitalista; la recuperación de la inteligencia sobre la capacidad que tiene la especie humana para autoconstruirse e idear utopías que posibiliten el perfeccionamiento ilimitado de lo humano y del planeta como el laboratorio originario de existencia de la especie, y, en esta medida, la ideación de los lenguajes, formas de concienciación, organizaciones y prácticas que permitirían la superación de la lógica del lucro. (p. 259)

La reconceptualización se reconoce como una etapa hasta los años noventa, cuando se considera que se inicia la posreconceptualización. Según Malagón (2012), en la posreconceptualización se entendió la poca viabilidad del trabajo revolucionario de la profesión, y se identificaron tres tendencias: la vuelta al funcionalismo de la profesión, la diferenciación entre la dimensión disciplinar y profesional del trabajo social, y la aceptación de la «supervivencia en el capitalismo».

En la posreconceptualización, la profesión sigue enfrentando debates respecto a su papel en la sociedad capitalista y las formas de afrontar desafíos del neoliberalismo. Estos desafíos pasan por examinar resultados de los procesos neoliberales, tales como la privatización del Estado, la globalización de la economía, el desempleo, la desprotección social y la concentración de la riqueza, entre otros (Netto, 2006). Propuestas como la expuesta en capítulos siguientes de un TSCE apropia estos aportes históricos y algunos aportes teóricos como el caso de Gramsci, para replantear la profesión y responder a estos cambios que nos comprometen también con la renovación de la acción profesional.

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

Türler ve etiketler
Yaş sınırı:
0+
Hacim:
244 s. 8 illüstrasyon
ISBN:
9789585188099
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip