Kitabı oku: «El Escritor», sayfa 2
Tell-elMukayyar â Contacto con Nibiru
«SÃ, coronel» dijo, en un tono muy claro, una voz al otro lado de la lÃnea. «Nos han informado desde distintos puntos de observación de la tierra de un resplandor inusual emitido probablemente desde la luna.»
«Pero la luna no emite "resplandores"» replicó Jack contrariado.
«Con respecto a esto, tiene razón, señor. Puedo decirle que nuestros cientÃficos están todavÃa analizando los datos recibidos con el fin de identificar quién o qué cosa lo ha provocado.»
«En definitiva, no habéis entendido nada.»
«Bueno, yo no lo habrÃa dicho justo de esta manera pero creo que la suya puede ser considerada una dedución muy justa.»
«Pero cómo habla este» dijo Jack volviéndose a Elisa que, mientras tanto, habÃa llegado hasta él, al tiempo que con la mano cubrÃa el micrófono de su teléfono móvil. «Muy bien. Gracias por la información» prosiguió. «Le ruego que, en el momento en que tenga más noticias, contacte conmigo inmediatamente.»
«Será mi prioridad, señor. Hasta luego, que tenga un buen dÃa» y cortó la conversación.
«¿Qué te han dicho?» preguntó la doctora.
«Beh, parece que, efectivamente, ha ocurrido algo extraño allà arriba pero nadie ha encontrado todavÃa una explicación coherente.»
«Cada vez estoy más convencida de que les ha ocurrido algo a nuestros amigos.»
«Venga, no pienses eso. Con su fantástica astronave quién sabe dónde estarán ahora.»
«Espero, de corazón, que estés en lo cierto pero continuo teniendo un extraño presentimiento.»
«Escucha, para salir de dudas, ¿por qué no usamos el artilugio que nos han dejado e intentamos contactar con ellos?»
«Bueno, no sé... DecÃan que sólo podrÃamos utilizarlo cuando estuvieran en su planeta... No creo que...»
«Vete a cogerlo y basta» la interrumpió el coronel. A continuacióhn, percatándose de que habÃa sido muy brusco, añadió un «Por favor» seguido de una deslumbrante sonrisa.
«Vale. En el peor de los casos, no funcionará» dijo Elisa mientras iba a recuperar el H^COM portátil. Regresó casi enseguida y, después de arreglar un poco sus largos cabellos, se puso aquella especie de extraño y engorroso casco.
«HabÃan dicho que presionásemos ese interruptor» dijo Jack indicando el botón. «A continuación el sistema funcionarÃa solo.»
«¿Qué hago, lo pulso?» preguntó Elisa dubitativa.
«Venga, ¿qué puede suceder?»
La arqueóloga pulsó el botón y, articulando quizás demasiado las palabras, dijo «¿Hola? ¿Me escucha alguien?»
Permaneció a la espera pero no recibió ninguna respuesta. Esperó todavÃa algunos minutos y a continuación insistió «Hola... Hola... ¿Petri estás ahÃ? No escucho nada.»
Elisa esperó un poco más, después abrió los brazos y se encogió de hombros.
«Pulsa de nuevo el botón» sugirió el coronel.
Intentaron repetir el procedimiento varias veces pero desde el sistema de comunicación no llegó a ellos ni siquiera un mÃsero crujido.
«No hay nada que hacer. Quizás les ha sucedido realmente algo» susurró Elisa mientras se sacaba el H^COM de la cabeza.
«O quizás no han llegado todavÃa al rango de acción de este artilugio.»
El coronel no habÃa terminado de decir la última frase cuando un extraño ruido proveniente del exterior llamó la atención de los dos.
«Jack, mira» exclamó Elisa asombrada mientras se asomaba desde la tienda. «Las esferas... Se están reactivando.»
Con el corazón en un puño corrieron los dos afuera y, realmente perplejos, observaron la pirámide virtual de aterrizaje que estaba de nuevo tomando forma. Sus amigos estaban volviendo.
«Ves como no han explotado» dijo Jack tranquilo.
«Quizás han olvidado algo.»
«Lo importante es que están bien. Ahora intentemos mantener la calma. Dentro de nada descubriremos qué ha sucedido en realidad.»
El procedimiento de aterrizaje se desenvolvió con normalidad y, en poco tiempo, las enormes figuras de los dos alienÃgenas aparecieron sobre la plataforma de descenso.
«Hola chicos» gritó Petri agitando su manaza sobre la cabeza.
«¿Qué diablos hacéis todavÃa aquÃ?» preguntó Jack mientras los dos llegaban hasta el suelo gracias a la estructura móvil.
«Os echábamos de menos» replicó Petri mientras saltaba desde aquella especie de ascensor antes incluso de que tocase tierra, seguido inmediatamente después por su compañero de aventuras.
«Nos estábamos preocupando» dijo Elisa finalmente aliviada. «Hemos asistido a un extraño acontecimiento que ha ocurrido en la luna hace poco y temÃamos que os hubiese ocurrido algo malo.»
«Por desgracia, querida, algo malo ha sucedido realmente» dijo Azakis con aire desconsolado.
«¿Ves? ¡Lo sabÃa!» exclamó Elisa. «Una vocecita dentro de mà me lo decÃa. ¿Pero qué ha sucedido?»
«Ha ocurrido todo de repente.»
«¡Por el amor de Dios! ¿Quieres hablar? Venga, no nos tengas sobre ascuas. Cuéntalo todo, ahora.»
«Nuestra nave ha dejado de existir» anunció Azakis de un tirón.
Los dos terrestres se miraron asombrados. A continuación fue Jack el que tomó la palabra diciendo «¿Estáis bromeando? ¿Qué queréis decir con que ya no existe?»
«Quiere decir que, en este momento, el pedazo más grande de la Theos podrÃa estar tranquilamente sobre la yema de tu dedo Ãndice.»
«¿Cómo ha podido suceder? ¿Y el resto de la tripulación, dónde se encuentra? ¿Están todos bien?»
«SÃ, están bien, gracias. Ahora se encuentran sobre otras tres naves espaciales y dentro de un rato estarán aquà con nosotros. Si no os molesta, prepararemos aquà una estructura de emergencia e intentaremos arreglarnos de alguna manera.»
«Pues claro, ¿qué problema hay?» dijo Jack. «Os ayudaremos en lo posible. No hay ni que preguntar.»
«En definitiva» explotó Elisa que no conseguÃa frenar su curiosidad. «¿Nos podéis decir de una vez qué ha sucedido alli arriba?»
«Es una historia un poco larga» dijo Azakis sentándose sobre un cubo de lata tirado por el suelo. «Ponéos cómodos.»
Después de unos diez minutos, el alienÃgena les habÃa contado prácticamente toda la historia. Desde la pérdida del sistema de contol remoto a la tentativa de desactivación del mismo. Desde la imprudencia de haber renunciado a su recuperación hasta la repentina reactivación del instrumento que habÃa provocado después el comienzo del procedimiento de autodestrucción.
«Pero ¡es alucinante!» exclamó Elisa asombrada. «¿Quién ha podido provocar un desastre as�»
«Probablemente» dijo Azakis «alguien habrá encontrado aquel extraño objeto y se habrá puesto a estudiar sus caracterÃsticas. A continuación, habrá encontrado alguna información entre los millones de datos que hemos descargado sobre vuestros servidores y, de alguna manera, ha conseguido encenderlo, provocando de esta manera lo que sabemos.»
«¡Por todos los santos!» susurró el coronel desconcertado. «Parece una historia tan absurda... Y vosotros, sabiendo lo peligroso que era un artilugio de ese tipo, ¿no habéis hecho nada para recuperarlo?»
«La culpa fue mÃa» dijo Petri, metiéndose en la discusión. «CreÃa que lo habÃa desactivado completamente y pensaba que ningún terrestre, aunque lo hubiese encontrado, serÃa capaz de reactivarlo.»
«Y en cambio, ha sucedido» añadió Jack. «¿Tenéis una idea de dónde se extravió?»
«Sinceramente, pensábamos que lo habÃamos perdido durante la recuperación del cristal de Zenio pero, lo más probable, es que haya acabado en cualquier otra parte del mundo mucho más poblada. Allà abajo no habÃa nadie.»
«Zak, se me ha ocurrido una idea» exclamó Petri poniéndose en pié. «Creo que, si trabajamos un poco, quizás podrÃa determinar el momento en que el control remoto se ha desenganchado de tu cinturón.»
«No es que tenga ahora mucha importancia pero debo decir que tengo un poco de curiosidad.»
«Bien. Entonces, empecemos por informar a los Ancianos de nuestra situación y apenas nos hayamos acomodado intentaré recuperar esta información.»
«Elisa» dijo entonces Azakis. «Por desgracia el único H^COM que tenÃamos se destruyó al mismo tiempo que la Theos. ¿PodrÃas, por favor, prestarnos el que te habÃamos dejado antes de irnos?»
«¿Te refieres al casco? Pues claro. Lo cojo enseguida.»
«Por desgracia la situación es grave» susurró Azakis volviéndose hacia el coronel, en el momento en que Elisa estuvo bastante lejos para no poder oirles. «Aunque consiguiésemos contactar con los Ancianos, las posibilidades que tenemos de volver a nuestro planeta son ahora ya prácticamente nulas.»
«¿Pero no pueden mandar a alguien a recogeros? Zaneki tiene una nave como la vuestra, ¿o me equivoco?»
«Lamentablemente los motores instalados sobre su nave son mucho menos potentes de los que tenÃamos en la nuestra. Es esa la razón por la que tuvo que irse inmediatamente después de la transición de Kodon. Si no lo hubiese hecho no habrÃa conseguido alcanzar Nibiru, que se estaba alejando rápidamente. Nosotros hemos podido permanecer aquà mucho más debido a nuestros motores experimentales. Por desgracia, la Theos era la única de nuestra flota que los tenÃa. La producción e instalación de otros dos nuevos podrÃa llevarnos un montón de tiempo. Un montón de "nuestro" tiempo.»
«¿Queréis decir que deberÃas quedar aquà hasta la próxima transición de Nibiru?»
«Aquà está» exclamó Elisa mientra volvÃa rápidamente hacia ellos.
«Me temo que sÃ, Jack» dijo Azakis en voz baja, mientras se levantaba para coger el casco H^COM que la arqueóloga le estaba entregando. «Gracias Elisa» dijo el alienÃgena mientras se lo ponÃa. «Veamos si funciona.»
«A decir verdad, hemos probado también nosotros pero no hemos conseguido hablar con nadie.»
«Asà trabaja mi amigo» comentó Azakis mirando hacia Petri. «Jamás funciona nada de lo que hace.»
«Muy simpático, como siempre» replicó con aire muy serio Petri. «Lo recordaré cuando me pidas que ponga a punto tu baño.»
«El baño» exclamó Elisa sonriendo. «Me acuerdo perfectamente cómo funcionan vuestros baños. Una experiencia realmente inolvidable.»
Los cuatro soltaron una sonora risotada al término de la cual Petri sacó de las manos de Azakis el casco y dijo «Espera, viejo gruñón. Primero debo cambiar una configuración. El sistema está programado para que llamemos sobre la pobre Theos y no creo que allà te pueda responder nadie.»
El alienÃgena trasteó durante un momento con los mandos del H^COM portátil, a continuación, cuando quedó satisfecho con lo que habÃa hecho, se lo pasó de nuevo a su compañero, diciendo «Prueba ahora. Esperemos que mi memoria no me haya traicionado y que haya conseguido configurarlo para conectarte con la persona adecuada.»
Azakis no dudó ni siquiera un segundo de la memoria de su amigo y endosó el casco. Pulsó el botón de inicio y quedó pacientemente a la espera. Pasó casi un minuto antes de que la imagen tridimensional de la huesuda cara de su Anciano responsable fuese proyectada directamente sobre la retina de sus ojos un poco cansados.
«Azakis, ¡que placer verte!» dijo su canoso interlocutor alzando el delgado brazo derecho en señal de saludo. «¿Pero desde dónde estás llamando? Tu imagen aparece muy extraña y distorsionada.»
«Es una larga historia» replicó el alienÃgena. «Lo que estoy utilizando es un aparato improvisado para comunicaciones de larga distancia.»
«¿No estás en tu nave? No me dirás que todavÃa no habéis salido. Sabes que el lÃmite temporal para alcanzarnos está a punto de acabarse ¿verdad?»
«Justo es de esto que querÃa hablarte.» Hizo una breve pausa para buscar las palabras adecuadas y a continuación prosiguió diciendo «Ha ocurrido un imprevisto... Nuestra nave ya no existe.»
«¿Cómo que no existe? ¿Qué quieres decir?»
«Ha explotado. Fué activado el sistema de autodestrucción y sólo tuvimos tiempo para ponernos a salvo antes de que todo saltase en mil pedazos.»
«Pero ese procedimiento sólo lo podÃas activar tú con tu sistema de control remoto personal. ¿Cómo pudo suceder algo asÃ?» preguntó el Anciano asombrado.
«Digamos que han tenido lugar una serie de acontecimientos especiales, en uno de los cuales se me debió caer.»
«¿Y alguien lo ha encontrado y lo ha activado en vez de ti?»
«TodavÃa no hemos conseguido determinar qué es lo que realmente sucedió, pero es una posibilidad.»
«¿Y ahora? ¿Cómo pensáis hacer para volver?»
«Es justo por esto que os estamos hablando. NecesitarÃamos una solución buena y rápida para este pequeño problema.»
«¿Pequeño?» replicó el Anciano levántandose con una agilidad sorprendente. «¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? La ventana temporal está ya en el lÃmite máximo. TendrÃas que haber partido ya y tú me dices que la Theos no existe y que estáis bloqueados en la tierra. ¿Qué deberemos hacer nosotros ahora?»
«Bueno, no sabrÃa decirte. Vosotros sois los Ancianos. Confiamos que, con vuestra experiencia y vuestra infinita sabidurÃa, nos podáis echar una mano para salir de esta desagradable situación.»
Su interlocutor volvió a sentarse dejándose caer pesadamente sobre la suave butaca gris, apoyó los codos sobre la repisa que habÃa enfrente de él y puso las manos entre los blancos y largos cabellos mientras quedaba en silencio. Permaneció inmóvil algunos segundos, a continuación levantó la vista y dijo «Intentaré reunir rápidamente al Consejo y pondré a trabajar a todos nuestros mejores Expertos. Espero poder darte pronto buenas noticias» y cortó la conversación.
Pasadena, California â El friqui
«¿Nada más?» exclamó el tipo grueso, decididamente con sobre peso, mientras observaba el extraño artilugio que tenÃa en la mano el joven friqui. «No me dirás que nos has hecho esperar más de un mes para hacernos ver esta cosa que parpadea.»
«Os puedo asegurar que está funcionando» replicó el chaval aterrorizado. «Aún dirÃa más, creo que ha hecho ya aquello para lo que ha sido proyectado.»
«Muy bien, ¿pero nos quieres decir el qué?» chilló el tipo alto y delgado mientras se ponÃa de repente en pié. «Estoy empezando a perder la paciencia.»
En el sótano repleto de aparatos, monitores y ordenadores de todo tipo, iluminado por una débil luz led que se difundÃa reflejada desde las desgastadas paredes, la cara demacrada del chaval parecÃa todavÃa más pálida de lo que era en realidad.
«Si no nos dices para qué sirve realmente esta cosa, juro que te la hago tragar entera» exclamó el gordito cogiendo al friqui por el pescuezo.
«Pero si os lo he dicho» rebatió el chaval cada vez más atemorizado. «Es un sistema para activar en modo remoto un procedimiento.»
«¿Pero qué procedimiento? ¿De qué se trata?» continuó el tipo gordo mientras sacudÃa al chaval como si estuviese agitando un Margarita.
«No estoy seguro» intentó responder el joven. «Pero creo que hemos activado una cosa muy especial y peligrosa visto los sistremas de protección que he debido eludir.»
«ExplÃcate mejor» dijo el gordito sin dejar de moverlo.
«Si me dejas te lo enseño.»
«Vale. Pero intenta ser convincente porque sino el trozo más grande que encontrarán de ti sólo será visible con el microscopio.»
El chaval se puso bien la camiseta, se arregló los largos cabellos que no veÃan el champú desde hacÃa mucho tiempo y se dirigió hacia un puesto con dos teclados y una serie de ordenadores medio desmontados. Tecleó rápidamente unos cuantos comandos3 incomprensibles y después de unos segundos, sobre una pantalla gigante que colgaba del techo, apareció una imagen tridimensional del extraño objeto que giraba lentamente sobre él mismo.
«Este es nuestro misterioso telecomando.»
«¿Ah, asà que ahora se ha convertido en un telecomando?»
«Bueno, dada su función creo que podemos llamarlo asÃ.»
«Continúa» dijo el tipo flaco mientras se acomodaba sobre una silla destartalada para, de esta manera, poder observar mejor el enorme monitor.
«Por lo tanto, el problema principal fue el reactivarlo. He debido trabajar muchÃsimo porque, probablemente, no sólo habÃa sido apagado sino que el propietario deseaba que nadie pudiese volver a encenderlo.»
«¿Ves cómo no se le habÃan descargado las baterÃas? Que no eres otra cosa que un imbécil» exclamó el tipo corpulento volviéndose a su compinche.
«No, no hay ninguna baterÃa en su interior» continuó el friqui. «Creo que funciona gracias a una fuente de energÃa externa, una especie de flujo electromagnético que consigue captar y transformar en pura potencia.»
«Interesante» comentó el tipo delgado. «¿Pero cuál es su alcance?»
«En teorÃa, incluso centenares de miles de kilómetros.»
«¡Caray!» exclamó el gordito mientras cogÃa el extraño objeto. «¿Quieres decir que esta pequeña cosa serÃa capaz de transmitir una señal desde aquà a la luna?»
«Creo que sà y probablemente ya lo hayamos hecho.»
«¿Y qué habrÃa transmitido?»
«Aquà viene lo interesante» continuó el chaval mientras mostraba una nueva imagen en la gran pantalla. «Estos son los sÃmbolos que, después de haberlo reactivado, han aparecido en la parte frontal.»
«Parece una especie de lenguaje antiguo» comentó el tipo delgado. «Creo haberlo ya visto en algún sitio.»
«De hecho, es cuneiforme. Lo usaban los sumerios miles de años antes de Cristo.»
«¿Y qué hacen en un instrumento tecnologicamente tan avanzado?»
«Esta es la lengua de nuestros visitantes alienÃgenas.»
«¿Quieres decir que aquellos energúmenos que nos capturaron hablan el cuneiforme?» preguntó el tipo corpulento bastante sorprendido.
«Bueno» intentó explicar el chaval «en realidad el cuneiforme no se habla. Es una forma de escritura. De todos modos creo que su lengua es esta.»
«¿Has conseguido traducirla?»
«En realidad, para garantizar que la orden fuese enviada, he tenido que meter una especie de contraseña. Se puede decir que, pulsando los sÃmbolos en la secuencia justa, he conseguido entrar en modo operativo.»
«En fin, ¿como el sistema que se usa para desbloquar los teléfonos móviles?»
«Más o menos, sû dijo el friqui sonriendo, feliz de que los dos hubiesen entendido finalmente de lo que estaba hablando.
«Bien, pero aún no hemos entendido su verdadera función» rebatió el tipo flaco bastante contrariado.
«Me arriesgaré con una hipótesis que creo puede ser bastante aproximada a la realidad» dijo entonces, con un hilo de voz, el chaval.
«Bueno, ¿a qué esperas? Habla» replicó el gordito acercándose a pocos centÃmetros de su nariz.
«Creo que es el sistema para activar el procedimiento de autodestrucción de una astronave además de tener no sé cuántas funciones más.»
Los dos compinches se miraron por un instante asombrados, a continuación, el más gordo, como si alguien le hubiese hecho el regalo más hermoso del mundo, exclamó «Por favor, dÃme que los hemos hecho saltar por los aires.»
«Probablemente los alienÃgenas hayan tenido tiempo de ponerse a salvo pero su medio de transporte podrÃa haber tenido, seguramente, un fatÃdico final.»
«Chaval, eres un genio» exclamó el tipo corpulento. Después, sacó una memoria USB del bolsillo y añadió «Pon aquà dentro todos los datos que hay en esa cosa y después borra todo. Si descubrimos que has conservado para tà aunque sólo sea un byte...»
«Lo sé, lo sé. Me haréis pedazos.»
«Bravo. Estaba seguro de que eras un tipo listo.»
El procedimiento de copia duró sólo unos segundos. El friqui, después de haber sacado la memoria USB del ordenador, se la ofreció al tipo corpulento que se la cogió rápidamente de las manos. A continuación, después de haber cogido también el extraño objeto y haber metido ambos en el bolsillo derecho de los pantalones, dijo a su compañero «Vamos, quizás nuestros sueños están a punto de cumplirse.»
HabÃan llegado casi al umbral de la puerta cuando el joven exclamó «¿No os estáis olvidando de algo?»
«¿De qué hablas?» preguntó el tipo alto y delgado.
«El resto de mi dinero.»
«¿Dinero?» replicó el gordito. «Da gracias al cielo que no te hayamos retorcido el cuello» y dió un portazo al salir.