Kitabı oku: «El Escritor», sayfa 4

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Planeta Kerion – El trágico descubrimiento

«El contenedor (|) acaba de salir del tunel de intercomunicación» anunció el diminuto keriano responsable de la coordinación de las maniobras. «Dentro de 0,1 cens llegará al punto de atraque.»

«Quiero que lo traigan aquí de inmediato para verificar el contenido y para el análisis de los datos memorizados» ordenó el Supervisor RTY a su subordinado.

El extraño objeto ovoide, proveniente de casi sesenta y cinco años luz de distancia, fue interceptado por una especie de campo de contención que lo desenganchó de la órbita del planeta y lo transportó rápidamente en dirección a una abertura de la gigantesca estructura, completamente metálica, que se extendía por casi doscientos kilómetros cuadrados a lo largo del ecuador de Kerion.

«Contenedor (|) casi en posición» dijo el coordinador.

«Dáte prisa para traerlo aquí» exclamó RTY. «Debemos descubrir, como sea, qué ha sucedido en Λ»

En cuanto el recipiente alcanzó el punto de atraque fue enseguida custodiado por dos keriani con una figura realmente insólita. Uno era muy parecido a una especie de remolque sin ruedas, mientras que el otro se parecía más a un enorme cangrejo con seis pinzas. El cangrejo aferró con delicadeza el contenedor y lo depositó en el interior del keriano/remolque que, después de recibir el mensaje de que había tenido lugar el enganche, sin emitir ni un sonido, partió a una velocidad increíble en dirección a los laboratorios.

«El contenedor (|) ha llegado» exclamó el coordinador. «Equipo de verificación, efectuad un análisis competo del contenido.»

Cuatro keriani, incluso éstos con unas formas muy extrambóticas, se precipìtaron sobre el objeto y, después de haberlo sumergido en un pequeño embalse que contenía una solución a base de amoníaco, comenzaron con el escaneo de su interior. Habían pasado pocos minutos cuando el keriano más pequeño de los cuatro comunicó. «Novecientos noventa almas presentes, todas en perfectas condiciones. Estoy enviando al sistema central la grabación de los acontecimientos memorizados desde la cápsula.»

«La quiero en la pantalla» ordenó perentoriamente RTY.

Las imágenes mostraron la superficie de la luna alejándose rápidamente mientras un objeto enorme perfectamente esférico se acercaba a la zona del laboratorio subterráneo Λ. Pasados unos segundos, un resplandor cegador saturó con su luz la grabación e, inmediatamente después, ya no había nada. Toda el área parecía haber sido golpeada por un gigantesco martillo. Las imágenes mostraban sólo una zona enorme y plana del suelo lunar, increiblemente lisa y pulida. La grabación continuó todavía por unos momentos mostrando el satélite cada vez más lejos; luego, se interrumpió.

«El laboratorio» exclamó RTY horrorizado. «Ha sido destruido por completo.»

«No hay nada más» comentó con amargura el coordinador. «La grabación ha terminado.»

«Es un ataque descarado y deliberado a nuestro puesto de avanzadilla. Sabía que no debíamos fiarnos de aquella especie de alienígenas.»

«¿Piensas que el arma esférica ha sido construida por ellos?»

«Hay sólo dos planetas habitados en aquel sistema solar y en ellos hay seres de la misma especie. No tendríamos que haber establecido allí nuestra base.»

«Es una tragedia inmensa» dijo con tristeza el keriano coordinador. «En el laboratorio había casi diez millones de almas preparadas para ser transferidas. Se salvaron sólo las novecientas noventa que han conseguido huir a la catástrofe por medio de la cápsula (|).»

«Todavía no me lo puedo creer» exclamó RTY consternado. «Debemos de advertir de inmediato al Supremo TYK.»

Tell-el-Mukayyar – Las grabaciones

Petri y sus tres amigos, de momento, se habían trasladado al interior de la tienda laboratorio de la doctora Hunter.

«Realmente me come la curiosidad» dijo Azakis ansiosamente. «Me gustaría ver qué es lo que no ha funcionado de tu sistema de enganche.»

«No, querido. Ya verás como las cosas sucedieron de manera distinta» replicó Petri mientras hacía aparecer, aproximadamente a medio metro del suelo, un holograma tridimensional.

«Esto que haces, siempre me deja atónito» exclamó Jack mientras observaba las imágenes que se formaban justo en medio de la tienda.

«Ahora voy un poco hacia atrás» dijo Petri mientras trasteaba con un extraño instrumento y las escenas se iban reproduciendo al revés. «Este es el momento en que hemos llevado al Área 51 al general Campbell, el senador Preston y los dos graciosos personajes que nos han asaltado cuando estábamos intentando recuperar la carga.»

«Sí, sí. Me acuerdo perfectamente.»

«Ahora os enseño una cosa» y el holograma mostró al tipo corpulento que se acercaba amenazante a Azakis al tiempo que le daba una palmada en la espalda.

«Creía que me estaba atemorizando» dijo el comandante alienígena. «No me ha movido ni un milímetro. ¿Qué tiene que ver esto con el extravío del control remoto?»

«Espera. Deja que agrande este detalle... Lo que estáis viendo es la mano del gordito mientras, con una habilidad finísima, te quita del cinturón el aparato.»

«¡Increíble!» exclamó el coronel. «Una maniobra digna de los mejores carteristas que dan vueltas por el metro.»

«Con la excusa del golpe en el hombro ha aprovechado para robarte el control remoto» añadió Elisa. «Es una vieja técnica que los ladrones de tiendas se transmiten de generación en generación.»

«¿Me lo ha robado él?» preguntó Azakis consternado.

«Justo, amigo mío» confirmó Petri.

«¿Y cómo diablos ha conseguido reactivarlo y completar la orden de autodestrucción? Tú lo habías deshabilitado completamente ¿o me equivoco?»

«Sí, Zak. El aparato había sido desactivado. Probablemente, él y su compinche, después de haber sido liberados, se habrán puesto a buscar entre las numerosas informaciones que hemos dejado a los terrestres y habrán encontrado el sistema para burlar el sistema de bloqueo.»

«Esos dos han destruido nuestra astronave y nos han impedido regresar a casa» explotó Azakis preso de una furia impensable en él. «Cuando los tenga otra vez a mano haré que se arrepientan de haber nacido, te doy mi palabra.»

«Cálmate amigo mío. Ahora, lo que está hecho, hecho está. No podemos hacer nada. Lo que deberíamos hacer es localizar a esos dos desgraciados y recuperar lo que nos han robado antes de que descubran las otras funciones que posee.»

«¿Por qué? ¿Qué otras cosas hace?» preguntó Elisa con curiosidad.

«Olvídalo, por el momento. Es mejor que no lo sepas.»

«¡Porras! ¡Cuántos misterios!» replicó la doctora un poco molesta.

«Tienes razón, si han conseguido descubrir cómo activar la autodestrucción, podrían haber descubierto también el resto» dijo Azakis preocupado.

«¿No deberíais pensar antes de nada en un sistema para volver a casa?» preguntó el coronel. «No me parece que esto sea tan urgente.»

«Tienes razón Jack, pero ese artefacto, en las manos equivocadas, podría resultar realmente muy peligroso.»

«Y aquellas son, decididamente, manos equivocadas» añadió Elisa.

«Podría haber un sistema» dijo Petri casi en voz baja.

«¿El qué? Di algo. ¿Tengo que pedírtelo de rodillas?» exclamó Azakis molesto.

«Aquel aparato está dotado de un sistema de alimentación particular. Si estuviésemos todavía en la Theos podría fabricar un dispositivo que fuese capaz de localizar el rastro de las emisiones que se dejan atrás.»

«¿Y te acuerdas ahora?» Azakis estaba realmente muy alterado. «¿No podrías haberlo hecho en el momento en que te has dado cuenta de su desaparición?»

«Lo siento, pero este sistema de búsqueda funciona solo si el objeto está en movimiento y nosotros habíamos dado por descontado que te había caído por ahí.»

«Calmáos, muchachos» dijo el coronel, reforzando sus palabras con un amplio gesto de sus manos. «De todas formas, por lo que he entendido, sin la Theos no se puede hacer nada, ¿verdad?»

«Bueno, quizás se podría hacer alguna chapucilla» dijo Petri rascándose la cabeza.

«Perdona el arrebato, amigo mío» dijo el comandante arrepentido. «Sé que no es culpa tuya. Es un mal momento para los dos.» A continuación, mientras le apoyaba una mano sobre el hombro, añadió «Haz lo que puedas. Creo que es muy importante que recuperemos ese objeto lo antes posible.»

«No te preocupes Zak. Ningún problema. Intentaré inventar algo, arreglándomelas con los pocos medios que nos quedan.»

«Sólo tú puedes hacerlo. Estamos en tus manos.»

«Voy» y, sin añadir nada más, el Experto salió de la tienda laboratorio dejando detrás de sí algunas nubes de polvo.

«¿Lo conseguirá?» preguntó Jack dubitativo.

«Seguro. No tengo ninguna duda. Petri posee unas capacidades increíbles. Más de una vez le he visto realizar cosas que ni siquiera un equipo compuesto por los mejores Artesanos habría sido capaz de hacer. Es una persona excepcional. Lamento haber sido tan rudo. Lo quiero muchísimo y estaría dispuesto a dar la vida por él en cualquier momento.»

«No te preocupes Zak» dijo entonces Elisa con una voz muy dulce. «Él lo sabe perfectamente. Es un mal momento pero lo superaremos sin problemas. No tengo ni la más mínima duda.»

«Gracias Elisa. Lo espero de corazón.»

Pasadena, California – La guarida

Apenas la puerta se abrió, el hombre con sobrepeso fue golpeado por una placentera ráfaga de aire fresco. El aire acondicionado de la habitación, que había dejado encendido desde la noche anterior, había hecho magníficamente su trabajo.

«¡Qué maravilla!» exclamó. «No podía soportar por más tiempo aquel calor asfixiante.»

«Quizás si te decidieses a hacer una dieta seria y te librases de toda esa grasa que tienes encima, el calor no te daría tantos problemas.»

«¿Por qué te metes siempre con mi excedente?»

«Llámalo provisiones. Podrías estar tranquilamente un mes sin comer» exclamó el tipo flaco explotando después de una sonora risotada.

«Hago como que no te he oído.»

El pequeño piso que los dos estaban utilizando como base de operaciones estaba amueblado de manera muy espartana. En el salón principal había sólo una sencilla mesa de madera clara con cuatro sillas del mismo color y un pesado sofá de color gris oscuro con los cojines y los apoyabrazos desgastados. En el rincón de al lado de la ventana francesa que daba sobre un triste patio interior, una maceta de plástico marrón contenía el resto de una pequeña Washingtonia Filifera que, a pesar de su gran resistencia a los climas secos, había muerto la semana anterior por falta de agua. El baño diminuto mostraba también signos evidentes de abandono. Unas cuantas baldosas habían saltado de las paredes y gruesas manchas oscuras sobre el suelo descolorido daban testimonio de las filtraciones de agua que no se habían reparado jamás. Dos pequeños y lamentables dormitorios, cada uno de ellos con una cama de una plaza y una mesita de noche barata, junto con una cocina americana con muebles viejos de hace, por lo menos, veinte años, completaban el equipamiento de aquel apartamento, al que se podía llamar de todo menos agradable.

«A decir verdad, en cuanto a gusto en la elección de nuestros escondites, eres lo máximo, ¿eh?» comentó el tipo alto y delgado.

«¿Por qué lo dices? ¿Qué es lo que no te gusta de este sitio?»

«Es una pocilga. Eso es lo que no me gusta. Siempre estamos hablando de hacer una montaña de dinero pero, al final, acabamos siempre en uno de estos agujeros asquerosos.»

«Siempre te estás lamentando» replicó el tipo gordo. «Intentemos vender este aparato y verás como podremos dejar esta vida de una vez por todas.»

«Si tú lo dices... yo no estaría tan convencido.»

«Venga, pásame el ordenador portátil que te enseño una cosa.»

El tipo delgado sacó desde detrás del sofá una bolsa negra de bandolera y extrajo de ella un ordenador portátil gris oscuro. Lo observó durante un momento, a continuación lo pasó a su compinche que lo apoyó sobre la mesa y lo encendió. Quedaron los dos durante un rato observando la pantalla mientras el sistema operativo completaba el procedimiento de arranque hasta que, llegado a un cierto punto, el tipo flaco explotó «No agunto estos chismes. Paso las horas mirando barras de deslizamiento, relojes que giran, actualizaciones diversas... ¿Será posible que no se consiga fabricar un ordenador que funcione como un televisor? Le das al botón y se enciende.»

«Sí claro, estaría genial. Yo, en cambio, lo que más odio es que, cuando has acabado de usarlo y quieres apagarlo para irte a casa, te escribe un mensaje que dice "No apagar el ordenador. Instalando actualización 1 de 325 en curso..." y tienes que esperar media hora mientras hace lo que le da la gana. ¿Justo tiene que esperar a que me vaya?»

«Ay, la informática. Probablemente los programadores que han proyectado estos sistemas operativos gozan viéndonos a nosotros, pobres mortales, perder los nervios delante de sus "creaciones"»

«¿Dices que lo hacen a propósito?»

«Si piensas que hoy en día sólo para escribir una carta, te hace falta un ordenador con una potencia de trabajo un millón de veces más grande que aquel que han usado en las misiones Apollo para mandar al hombre a la luna, supongo que algo ha tenido que torcerse en la revolución tecnológica.»

«Bueno, el experto eres tú» comentó el tipo flaco. «Estoy convencido que nos hacen perder un montón de tiempo pero sin estos aparatos ahora ya no podríamos ni siquiera il al baño.»

«Olvidémoslo, será mejor. Mira, en cambio, lo que he descubierto en mis noches de insomnio.»

El hombre corpulento mostró sobre la pantalla una serie de imágenes que debía haber cogido de algún archivo que se veía que no era público. Hizo pasar de largo algunos y a continuación dijo «Aquí está. Esto que estás viendo creo que son una especie de combinaciones de caracteres cuneiformes capaces de activar funciones complementarias de este aparato.»

«¿Dónde las has conseguido?» preguntó el tipo flaco asombrado.

«Si te lo dijese después tendría que matarte» respondió con un aire muy serio el gordito.

El tipo alto y flaco quedó por un momento como paralizado, después se dió cuenta que su compinche hablaba de broma, y después de darle un buen coscorrón, exclamó «Tú eres imbécil. Venga, déjame ver ese increíble descubrimiento.»

«Espera, déjame examinar antes qué nos ha dado el friqui» y metió en el ordenador la memoria USB obtenida del chaval. Se deslizó rápidamente por una serie de archivos, abriendo al azar alguno de vez en cuando, hasta que su atención fue atraida por una imagen que ya había visto. «Mira esto» exclamó.

«¿Qué es?»

«Es una secuencia de caracteres que ya conozco.»

«No entiendo.»

«Tú estás tonto. Esta combinación es la que ha activado la orden de autodestrucción de la astronave y estoy seguro de haberla visto ya durante mis búsquedas.»

El tipo delgado, para evitar más reproches, se limitó emitir un gruñido.

«Aquí está» dijo de nuevo el tipo gordo mostrando la misma serie de imágenes que estaban mirando con anterioridad pero resaltándolas con el ratón. «Es esta.»

«Sí, ¿y...?»

«Entonces, si esta secuencia ya ha funcionado, probablemente estas otras que se ven aquí podrían estar activadas.»

«Tiene sentido.»

«¿Qué te parece si probamos una de ellas?»

«¿No será peligroso? Creo que ya hemos hecho bastante daño.»

«Eres un miedica» dijo el tipo gordo. «En el peor de los casos haremos saltar por los aires otra de esas malditas astronaves.»

«¿Y si fuésemos nosotros los que saltásemos por los aires? No sabemos nada de esa cosa.»

«Venga, probemos» exclamó el gordo con la expresión de un chaval que está a punto de hacer explotar un petardo bajo la manta del abuelo mientras duerme plácidamente.

«Házlo tú. Yo me voy a proteger detrás de allí.»

«Siempre tan valiente, ¿eh? No te preocupes, lo hago yo, no eres más que una nenaza.»

El tipo corpulento, entonces, después de esperar a que su compinche se fuese a encerrrar en el dormitorio adyacente, tomó aire y, usando su grueso dedo índice, trazó sobre la superficie del objeto la primera secuencia indicada en la pantalla. Justo después lanzó el aparato sobre el sofá y se echó a tierra con las manos sobre la cabeza. Esperó inmóvil algunos segundos pero no sucedió nada. Permaneció todavía un rato, tendido sobre el suelo, y sólo después de haber constatado que no parecía que hubiese ningún peligro, alzó ligeramente la cabeza. El control remoto estaba tranquilamente apoyado sobre el asiento del sofá y no parecía que funcionase.

«¿Y bien? ¿Qué ha sucedido?» preguntó su compinche asomando la cabeza desde la puerta semi cerrada.

«Nada, absolutamente nada.»

«¿No te habrás equivocado al escribir la secuencia?»

«No lo creo. Parece que hice todo correctamente» dijo el gordito mientras, con mucha cautela, se volvía a levantar y se acercaba de nuevo al objeto alienígena.

«Venga, prueba otra vez. Yo me quedo aquí.»

«Gracias por la ayuda. ¿Qué haría sin ti?»

Esta vez el tipo corpulento decidió que no se tiraría de nuevo al suelo y compuso la sequencia permaneciendo sentado en la butaca. Repitió más veces la operación pero el objeto no parecía que reaccionase.

«Nada de nada» añadió el tipo gordo.

«Puede que estemos destruyendo todas sus astronaves» comentó el tipo alto mientras se asomaba otra vez desde la puerta.

«No digas sandeces. El friqui ha dicho que este chisme tiene un alcance de solo algunos cientos miles de kilómetros. Nibiru vete a saber dónde está. Yo, en cambio, creo que, es algo mucho más sencillo, esta secuencia no está operativa.»

«Entonces probamos otra, ¿no?»

«¿Probamos? A mí me parece que soy el único en "probar"»

«Eh, no seas tan intransigente. Por otra parte, ¿quién es el más entendido en tecnología de los dos?»

«Vale, vale. Ahora pruebo con la segunda.»

El tipo gordo pasó los diez minutos siguientes componiendo, una después de otra, casi todas las combinaciones que había visto sobre la pantalla del ordenador pero no ocurrió nada de extraño.

Mientras tanto, visto que las situación era de todo menos peligrosa su compinche se había acercado hasta él y juntos estaban haciendo conjeturas y suposiciones de todo tipo.

«Quizás las imágenes van al revés» dijo, llegado a un punto, el tipo delgado.

«Que va. Los caracteres cuneiformes del control remoto están en el mismo orden que los del vídeo.»

«Entonces, tus fantásticas "fuentes" se deben de haber secado.»

«No es posible. Debe funcionar. Estoy convencido.»

«Me quedan sólo dos por probar. Si ni siquiera estas funcionan, tiramos esta cosa al cubo de la basura y nos vamos a beber algo fresquito.»

El tipo corpulento bufó y, sin añadir nada más, compuso, sin mucha convicción, la penúltima secuencia. Tecleado el último símbolo percibió un ligerísimo temblor y un instante después, desde la parte delantera del aparato, apareció una especie de resplandor nada natural. Hubo un ligero chasquido y, en la parte vacía delante de ellos, se abrió una nueva ventana, perfectamente circular de casi medi metro de diámetro.

«Pero qué demonios...» exclamó el tipo flaco con los ojos abiertos como platos.

«Por todos los cielos...» añadió su amigo también horrorizado.

Con las piernas todavía temblequeantes por el miedo, se levantaron y se acercaron con cautela al agujero de la pared. Fue el más alto el que, metiendo la cabeza en la abertura, exclamó «Es increíble. La pared se ha desmaterializado y hemos agujereado también el cartel publicitario del coche allí abajo. ¡Está por lo menos a cien metros de aquí!»

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Litres'teki yayın tarihi:
16 mayıs 2019
Hacim:
260 s.
ISBN:
9788873049029
Tercüman:
Telif hakkı:
Tektime S.r.l.s.
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