Kitabı oku: «El principio de la presión», sayfa 2
Sentir la ansiedad
Ya sea esa familiar pesadez de domingo a la noche antes de una semana de trabajo que asoma complicada o el nudo en el estómago antes de un examen, todos tenemos sensaciones de ansiedad. Aunque a menudo tenemos una buena razón para sentirnos ansiosos, como cuando, digamos, estamos a la espera de los resultados de un examen médico o afuera de un quirófano con un ser querido adentro, la mayoría de las veces la ansiedad cotidiana comprende más la percepción de una amenaza que una amenaza física real.
En su libro Sport and Exercise Psychology: The Key Concepts [Psicología del deporte y el ejercicio: Conceptos clave], Ellis Cashmore detalla varias formas de ansiedad, todas relacionadas con
una reacción emocional y cognitiva general a un estímulo o entorno particular donde están presentes la aprehensión y el temor.
Es esta reacción, basada en nuestras propias percepciones individuales, la que explica por qué una persona puede ver una situación particular como la esperada prueba de su temple –un desafío para estar a la altura– mientras que otra la vive como una amenaza y en consecuencia no puede rendir de acuerdo con su potencial cuando la enfrenta. Lo que percibimos como amenazante difiere de una persona a otra y son nuestras percepciones las que generan ansiedad antes que la situación en sí misma.
Las dos formas principales de la ansiedad son la ansiedad rasgo y la ansiedad estado. La ansiedad rasgo, como su nombre lo sugiere, describe un nivel generalizado de ansiedad, a diferencia de una respuesta a una situación temporaria. Alguien que experimenta niveles altos de ansiedad rasgo en compañía de otras personas vivirá como estresantes un conjunto de circunstancias que objetivamente no contienen amenaza, como ir al trabajo todos los días o asistir a una fiesta de cumpleaños.
La ansiedad estado, en cambio, es un trastorno temporario que involucra las tensiones producidas cuando alguien percibe una situación particular como amenazante. Esta ansiedad suele desaparecer luego de que se ha enfrentado el desafío, pero puede provocar un montón de problemas antes y durante el evento y comprometer seriamente el desempeño. Tal vez disfrutas de tu trabajo, pero el hecho de que hoy tengas una presentación importante frente al directorio puede ponerte extremadamente ansioso de verdad.
La ansiedad estado, o el estado de ansiedad, es la que abordo en mi trabajo, ya que por lo general se produce en torno a eventos y situaciones específicas que necesitamos afrontar. (En el mundo de los deportes muchos prefieren la expresión “miedo escénico”.) Una persona normalmente segura puede colapsar en la cancha de golf cuando la ataca la ansiedad estado. O puede ser un buen golfista hasta que la pelota termina en un bunker –una circunstancia específica del juego. El estado de ansiedad sobreviene cuando intentamos un desafío que está fuera de nuestra zona de comodidad, como jugar la final de una copa o hacer nuestra primera presentación ante nuestros nuevos compañeros de clase en la universidad.
Miedo escénico
Se acepta por lo general que la ansiedad –la percepción de una amenaza– produce tensión en el cuerpo y puede crear toda clase de distracciones emocionales que nos sacan de la tarea que tenemos delante. Estos pensamientos irrelevantes para la tarea interfieren con la concentración y nos impiden ejecutar eficientemente un proceso que, en otras circunstancias, podríamos hacer con facilidad. Para un deportista de élite, esto podría significar la incapacidad de ejecutar una habilidad motora básica bien practicada y tomar buenas decisiones.
Si volvemos a nuestro ejemplo de arrojar una bola de papel a un cesto, ¿hasta dónde el público creciente y la presión financiera producirían en ti un estado emocional de poca ayuda? ¿Te habría ido bien o el brazo se te habría vuelto pesado y la mente llena de pensamientos inútiles? ¿Habrías entrado en un estado de ansiedad?
Esta clase de ansiedad puede manifestarse de muchas maneras, incluso podrías sentirte extremadamente cohibido y pensar una y otra vez cómo harías para arrojar la bola, además de los síntomas físicos habituales: taquicardia, boca seca y transpiración. Pero en su esencia, la causa es bastante simple: miedo al fracaso.
La palabra “fracaso” se ha convertido en un componente poderoso de nuestro lenguaje. Nos permite pintar las cosas en blanco y negro y, más allá de nuestros esfuerzos, nos resulta sencillo ver como un “fracaso” cualquier cosa en la que no tenemos un 100% de éxito. Visto de esta manera, el fracaso puede desencadenar toda clase de problemas: en el caso de la bola de papel, fallar el tiro podría tener repercusiones financieras reales, mientras que en un examen o una prueba, fallar o fracasar tienen una definición más clara. Pero “fracaso” puede significar diferentes cosas en otras situaciones e incluir muchos tonos de grises. Podría significar conocer por primera vez el grupo social de una pareja, estar nervioso y sentir después que no has hecho una buena presentación de quién eres. Podría significar presentarse a dar una charla en la escuela del vecindario y terminar con una clase llena de niños aburridos que juegan con sus teléfonos en lugar de escucharte.
No todos estos “fracasos” tienen consecuencias grandes o negativas. Algunos son experiencias de aprendizaje y la mayoría de las veces suele ocurrir que el “fracaso” en nuestra mente ni siquiera es detectado por los demás, que piensan que todo estuvo bien. Podrían decirte: “Estuviste muy bien. ¿Quién no estaría un poco nervioso e incómodo en un lugar lleno de gente extraña que básicamente te interroga?”. Esto causaría una sonrisa en un maestro experimentado y diría. “¡Bienvenidos a mi mundo!”.
Una vez más, todo esto apunta a nuestra percepción de una situación. Reforzamos negativamente nuestras opiniones subjetivas antes que una verdad objetiva. Y, lamentablemente, una vez que hemos percibido algo como fracaso, lo más probable es que estemos ansiosos por temor a que se repita. Muchas personas, entonces, buscan evitar la situación –evitar la posibilidad de fracaso.
En el terreno deportivo, nos referimos a jugadores y equipos que buscan evitar la derrota en vez de salir a buscar la victoria. Y cuando esta clase de pensamientos entran en juego, ejercen una clase de presión diferente, más difícil de manejar.
¡No yerres!
Trabajo regularmente con Kevin Shine, el entrenador de lanzadores de cricket más importante de Inglaterra y Gales. En cierta ocasión les propusimos una prueba a los lanzadores de la selección de Inglaterra. En ella debían acertarle a un blanco que les marcamos mediante un pequeño rectángulo en el suelo a seis yardas de los postes. El recuadro tenía dos yardas de largo y doce pulgadas de ancho. Con cada acierto el lanzador obtenía un punto. Ya sobre el final de la sesión, cada uno de los ocho lanzadores lograba acertar sus tiros en el blanco y había entre ellos un buen clima de camaradería y sana competencia.
Cambiamos entonces las reglas del ejercicio, de manera que en vez de recompensar al lanzador por sus aciertos, lo penalizábamos por no aterrizar la bola en la zona de blanco, ese recuadro de dos yardas por doce pulgadas. Y resultó ser una prueba mucho más difícil, en la que los lanzadores debieron adaptarse y pasar de una tarea proactiva, a realizar un acto consciente para evitar un resultado. Para el lanzador la clave era reemplazar las condiciones que le habíamos creado y convertir en su mente la tarea en acertar el blanco, en lugar de no errarle.
El nuevo desafío era simple: si yerras al rectángulo, quedas fuera. Hicimos dos rondas de eliminación directa. En cada una hubo un solo lanzador victorioso. El clima también cambió: se acallaron la charla y la chacota y el buen espíritu de camaradería y competencia dio paso a un silencio ominoso. Más tarde los jugadores comentaron que sintieron mucha más presión. De los catorce tiros que fallaron al blanco, trece fueron lanzamientos que se quedaron cortos. La presión hizo que el lanzador se pusiera más tenso y esto les produjo un swing más pequeño y comprimido.
La diferencia entre ir hacia algo –querer lograrlo– y alejarse de algo –no querer fallar– puede tener un impacto significativo en la forma en que pensamos. Cuando la aplicamos a un evento e incluso a una simple acción, como un lanzamiento, tratar de no errar contamina el cerebro con la idea de una bola que falla el blanco. Esforzarte por no arruinar un examen, una presentación, la entrevista que estás por tener –significa, en todos los casos, plantar en la mente la idea de fracaso. Es mucho más efectivo visualizarte completando con éxito tu examen, presentación o entrevista.
Tiene éxito quien en medio del calor de la competencia es capaz de visualizar lo que quiere, confiar en su técnica y concentrarse en qué debe hacer para lograrlo –en lugar de permitir que lo distraigan pensamientos acerca de qué debe evitar.
Todo camino te llevará allí
Un equipo que languidece cerca del fondo de la tabla de la Premier League –por ejemplo Leicester City o Sunderland en la temporada 2014-15– y que se ha pasado casi todo el campeonato allí abajo, de repente produce una notable seguidilla de victorias y hasta vence a equipos que están en los puestos más altos del torneo, todo en una rápida sucesión para evitar el descenso. ¿Qué pasa luego cuando ya están a salvo? El rendimiento decae y los resultados también –y resulta difícil escapar a la sensación de que esos equipos estarán otra vez en la picota en la temporada siguiente.
En la Navidad de 2015, Leicester City –que tuvo una campaña de siete victorias y una derrota en los últimos partidos de 2014-15, un rendimiento de campeón si se pudiera mantener a lo largo de toda una temporada– desafiaba las críticas y estaba primero en las posiciones; Sunderland, en cambio, que de sus últimos partidos de la temporada 2014-15 había ganado seis consecutivos y perdido solo uno, una vez asegurada la permanencia se encontraba nuevamente cerca del fondo de la tabla.
¿Cómo hacen esos equipos para mostrar, aunque sea por un lapso breve, la clase de rendimiento que los colocaría en los primeros puestos si pudieran mantenerlo durante toda la temporada?
Aquellos cuya motivación es evitar –que desean alejarse de los problemas, estrés, incomodidad o sufrimiento– tienden a rendir con éxito cuando estas amenazas están cerca. Cuanto más se alejan de la fuente de malestar –en este caso el descenso– menor es el impacto de esa fuente sobre ellos. Jugaron regularmente toda la temporada y luego, cuando la amenaza se hizo acuciante, su motivación creció en forma drástica y se jugaron el pellejo para salvarse de la ignominia y la condición de (relativa) pobreza en el campeonato. Una vez desaparecida la amenaza, su motivación volvió a los niveles anteriores.
Esto no significa, por supuesto, que esta clase de rendimiento carezca de méritos. Los equipos que evitan con éxito el descenso desde esas posiciones en la tabla logran desempeñarse mejor que aquellos que, ante la misma presión, finalmente descienden. No es coincidencia que Sunderland haya logrado un escape aún más espectacular en la temporada anterior, donde ocupaba el último lugar de la tabla de posiciones cuando faltaban solo seis partidos por jugarse, de los que ganó cuatro y empató uno, venciendo en el camino a Chelsea y Manchester United en condición de visitante. Pero no son solo los equipos que están en el fondo de las posiciones: si observamos la capacidad de Arsenal para mejorar su rendimiento cuando siente amenazada su clasificación a la Champions League, veremos una similar motivación de evitar (es decir, la motivación de no terminar por debajo de los primeros cuatro puestos), la cual se nota a través de la mejora del rendimiento cuando la presión les cae encima y por el hecho de que no se han quedado fuera de las posiciones de Champions League desde la temporada 1996-97, en la que quedaron terceros cuando solo los primeros dos clasificaban. Están acostumbrados a terminar en esas posiciones y la experiencia los ayuda.
Quienes tienen como motivación primaria evitar la angustia y los resultados desfavorables invariablemente sufren de mayores niveles de ansiedad y estrés, ya sea como individuos o como equipo. No se vuelven proactivos hasta que la presión haya llegado a un punto muy alto. ¿Suena conocido? Muchos de nosotros actuamos de la misma manera en la vida cotidiana: ¿siempre postergas el trabajo escrito hasta la noche anterior? ¿Acabas preparándote para una entrevista cuando ya estás camino a ella? ¿Te quedas despierto hasta altas horas de la madrugada completando tus declaraciones de impuestos cuando ya te quedan pocas horas para el último plazo?
Sería mucho mejor, tanto para la salud como para el desempeño, reaccionar antes frente a estas situaciones, cuando todavía tenemos más opciones prácticas disponibles. Pero algunas personas parecen genuinamente incapaces de hacerlo –necesitan que la presión las obligue, a pesar de que de esta manera limitan sus opciones.
Este método para lidiar con la presión tiene sus limitaciones. Aquellas personas cuya motivación principal consiste en evitar suelen gastar tanto tiempo y energía en alejarse de la situación que no les quedan recursos para planear y trabajar métodos para mejorarse a sí mismas en el largo plazo. He conocido a futbolistas de la Premier League que en momentos de mucha presión manipulaban las situaciones para no quedar expuestos –elegían el pase fácil en vez de exponerse a un pase fallido y el consiguiente escarnio en momentos cruciales del partido.
En el trabajo, digamos que tienes problemas con hablar en público. Si te motiva evitarlo, puede que te encuentres haciendo todo lo posible para alejarte de situaciones en las que tendrías que hablar, incluso evitando ofrecerte voluntariamente para proyectos que podrían hacer avanzar tu carrera o trabajos que en realidad deseas, o tal vez delegues el hablar en público en un empleado subordinado, lo cual puede salvarte de la amenaza que percibes en el corto plazo pero ayuda muy poco a reforzar tu posición delante de tus colegas. La energía, el esfuerzo, la ansiedad y el estrés concomitantes pueden ayudarte a cumplir tus metas de corto plazo (evitar hablar en público), ¿pero te ayudan a resolver el problema? Sería mucho mejor utilizar todo ese esfuerzo para mejorar tu capacidad de hablar en público, enfrentar tus problemas y asumir aunque sea un poco de la responsabilidad que durante tanto tiempo has evitado.
Las personas cuya motivación es evitar dedican tanto tiempo a concentrarse en lo que no quieren en vez de lo que efectivamente quieren, que no tienen nada que proponerse excepto mantenerse fuera del camino de aquellas cosas que siempre evitaron. Volveremos a esto más adelante en otro capítulo, mientras tanto podemos afirmar que como Sunderland, esas personas transcurrirán la temporada con una sola motivación: no descender. Si esa es tu inclinación, no tengo duda alguna de que el año que viene, cuando llegue el período de liquidación de impuestos, te quedarás de nuevo hasta altas horas de la madrugada para que no se te venza el plazo.
Combustible de alto octanaje para el cuerpo
Era junio de 1997 en Sudáfrica, los British Lions estaban a punto de jugar su segundo y crucial Test match contra los anfitriones. El vestuario bullía con el repiqueteo de los tapones de metal contra el piso, el lenguaje colorido y los gritos de “¡Vamos, vamos!” de jugadores henchidos preparándose para la batalla… y el inconfundible ruido de arcadas proveniente del retrete.
El full–back galés Neil Jenkins solía vomitar antes de los partidos. Su estado de ansiedad era tal que se descomponía antes de salir a la cancha; sin embargo, una vez en el campo de juego, era un operador frío que no mostraba signo alguno de lo que le había ocurrido unos minutos antes. Este Test no era diferente.
Durante la semana previa al partido trabajamos mucho sobre la patada de Neil, ya que esperábamos muchos penales a favor. Su tiro a los palos era perfecto y en el partido su juego con el pie nos podía dar la ventaja territorial necesaria que nos permitiera buscar los palos de ellos más veces que Sudáfrica los nuestros. Aunque los sudafricanos apoyaron tres tries, Neil convirtió seis penales para que los Lions alcanzaran una victoria por 18-15 y se quedaran con la serie.
Los efectos de la presión a menudo no son placenteros. Como dijera Luke Donald al comienzo de este capítulo, a veces pueden ser tan severos que se llevan consigo incluso el disfrute de un éxito. Sin embargo, de acuerdo con mi experiencia, la mayoría de los deportistas no cambiarían estas reacciones emocionales previas –la sangre que corre en las venas, el vértigo, ni siquiera los vómitos– por nada.
Hay cierta negatividad asociada con la ansiedad y el nerviosismo y por lo general prevalece la idea de que esos sentimientos evocan vergüenza y deberían evitarse. No querrías que tus colegas en el trabajo o tus adversarios en el terreno deportivo se enteraran de tus nervios y conozcan tu “debilidad”. Yo creo que este es un abordaje erróneo. Hay otra manera, tal vez sorprendente, de abordar los estados de ansiedad que consiste en asumir esos sentimientos.
La adrenalina puede ser tu mejor amiga si entiendes cómo aprovecharla y aprendes a aceptar que es parte de un gran desempeño por venir. He trabajado con innumerables deportistas que sostienen que sin la ansiedad no rendirían de acuerdo con su potencial. Así que, a pesar de que no sea placentero, el impacto de estos sentimientos antes de un evento importante –podría ser una final olímpica, un torneo de fútbol en la empresa o tu primer día de trabajo luego de terminar la facultad– puede, con un manejo apropiado, no solo ser de ayuda sino también vital para que tengas el mejor rendimiento del que eres capaz.
¿Cómo puedes ser valiente si primero no estás asustado? Sentir miedo es natural; todos lo hemos sentido en algún momento de nuestra vida y los deportistas profesionales no son diferentes, más allá de lo que digan. Lo que no es natural es dejar que el miedo nos domine. Lo que muchas veces distingue a los mejores del resto es el coraje. No los actos audaces de valor y heroísmo más apropiados para la pantalla de cine, sino las acciones más pequeñas y cotidianas: la capacidad de controlar el temor. Y no me refiero solo a deportistas. A ningún artista, de ningún nivel, le iría bien si no pudiese controlar su miedo escénico. Ninguna enfermera o médico duraría mucho en su profesión si no pudiese manejar su ansiedad en torno a tomar rápidas decisiones de vida o muerte. Nadie que trabaje en un bar o restaurante podría sobrevivir a un ajetreado viernes a la noche si no pudiese domar su ansiedad ante grupos de personas impredecibles.
No es importante la cantidad de miedo, sino la cantidad de coraje de que disponemos para asumir este miedo y utilizarlo. Entonces es importante considerar la ansiedad como un aspecto positivo del desempeño. Jack Donohue, entrenador olímpico de básquetbol, lo expresó de manera muy ilustrativa: “No se trata de liberarse de las mariposas, sino de hacerlas volar en formación”.
Cuando era entrenador de la selección de rugby de Inglaterra, los pateadores practicaban todos los días de la semana previa a un partido. La práctica de tiros a los postes al principio se concentraba enteramente en la precisión, la calidad de la pegada y la técnica, antes que en la distancia, principalmente debido al impacto que la adrenalina tendría en el desempeño. Hacia el final de la semana, cuando los niveles de ansiedad subían ante la inminencia del partido, los pateadores naturalmente comenzaban a buscar distancias mayores. A esta ansiedad los jugadores la llamaban el “jugo”. La usaban como combustible. No nos concentrábamos antes en la distancia porque podía desembocar en que los jugadores se esforzaran demasiado por patear fuerte y eso interferiría con su técnica, por lo que tendríamos disparos largos pero “sin jugo”. Estos jugadores –los mejores del país– comprendían implícitamente la necesidad de la ansiedad como combustible de su desempeño.
El hecho de que se pueda aprovechar la ansiedad estado para mejorar el rendimiento en el fragor de la batalla no significa que los efectos previos al evento dejen de ser displacenteros. Neil Jenkins podía descomponerse antes de entrar al campo de juego, pero una vez dentro era un fantástico jugador, que usaba su ansiedad para mejorar su desempeño en los partidos más importantes. Otra persona que sabe alguna que otra cosa sobre rendimiento bajo presión, Jack Nicklaus, ganador de dieciocho majors, dijo:
No sé cómo puedes jugar bien si no estás nervioso. Hoy en día no me pongo nervioso salvo cuando estoy en un major y en condiciones de ganarlo. Si solo pudiera aprender a concentrarme cuando no estoy nervioso, y así colocarme en posición de ganar, estaría muy bien.
Para un deportista habilidoso, la ansiedad puede resultar esencial. Los síntomas físicos, como el aumento de los latidos del corazón, la transpiración y la tensión muscular como resultado de la adrenalina son el “jugo” para producir ese pequeño extra de distancia, velocidad, alcance, dureza en el golpe –la capacidad de una persona de sacar de dentro de sí un poco más. Sin esto se entregaría a la complacencia. Recuerdo una ocasión con la selección de rugby de Inglaterra, luego de subir al bus que nos llevaría al campo de juego, comenzamos a discutir con los otros entrenadores si los jugadores estarían a la altura del desafío. ¿Sentían la ansiedad suficiente como para alimentar un gran desempeño?
La liberación de adrenalina prepara el cuerpo para luchar o huir y los actores más capacitados, en cualquier escenario, poseen la habilidad de canalizar este estado a través de la ejecución de un conjunto preciso y bien ensayado de destrezas, mientras que quienes hayan practicado menos no podrán concentrarse con tanta precisión para aprovechar el chorro de adrenalina. Como dijo Donohue: “Si tu concentración está en el lugar correcto –por ejemplo, recordarte cómo focalizarte mejor en tu tarea y luego entregarte a ella–, las mariposas volarán en formación”.
¿Pero exactamente cómo logramos que lo hagan?