Kitabı oku: «La zanahoria es lo de menos», sayfa 6

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Cuarto hábito: el drama

Cuenta la tradición sufi que iba la peste camino a Bagdad cuando se encontró con un pastor. Él le preguntó a dónde iba. La peste le contestó: «A Bagdad, a matar a diez mil personas». Después de un tiempo, la peste volvió a encontrarse con el pastor, quien muy enojado le dijo: «Me mentiste. Dijiste que matarías a diez mil personas y mataste a cien mil». Y la peste respondió: «Yo no mentí, maté diez mil, el resto… se murió de miedo».

Eso es el drama: la distorsión de la realidad, una visión borrosa de las cosas en donde los sucesos se magnifican y se manipulan, creando fantasías basadas en el miedo y la tragedia. «Los hechos nos afectan no por lo que son en sí mismos, sino por lo que pensamos acerca de ellos», dijo Gurdjieff, el escritor armenio.

Como lo menciono en mi libro Los elefantes no vuelan, algunos que se topan con un pequeño e inocente elefante llegan a creer que están observando a un gigantesco mamut dispuesto a aplastarlos en cualquier momento.

La mente puede ser la mayor guionista de telenovelas de la historia, comenta T. Harv Eker, autor de Los secretos de la mente millonaria. Somos capaces de crear situaciones que nunca han pasado y que tal vez ni siquiera sucedan.

Nos las creemos, inventamos personajes, les ponemos adjetivos, imaginamos finales fantasiosos y hasta los aderezamos con detalles traumáticos. De verdad que a veces esos relatos sobrepasan lo que vemos en la televisión o en el cine.

Cuando uno vive en el drama solo le da más poder a sus pensamientos para seguir navegando en la tristeza. Pareciera que si nacieron pobres tienen que seguir siendo pobres; si algunos parientes han tenido problemas de alcoholismo, depresión o suicidio, ellos terminarán igual. Si siempre han tenido problemas, deben seguir teniéndolos. Como si fuera una maldición de la cual es imposible escapar.

Muchas personas que tienen este hábito piensan que si cortan la parte que no les ha gustado de su vida dejarán de ser ellos mismos y ya nada sería igual. Y por tal razón no desean cambiar. Prefieren quedarse en el papel dramático.

El drama no es un invento reciente. Lo empezamos a escuchar desde que éramos niños. Esa mezcla de tragedia y comedia ha existido desde siempre, y miles de seguidores, patrocinadores y propagadores se han dedicado a difundirla.

Mi madre me contaba que en sus épocas de juventud, cuando alguien reía mucho era común espetarle el refrán: «Si ríes mucho hoy, mañana llorarás». O bien, al sentirse felices, muchos pensaban que «La caída será muy fuerte» y «La vida nos la cobrará.»

Ni siquiera se daban oportunidad de vivir un momento agradable porque ya estaba puesta la carta sobre la mesa que pronosticaba más y más drama al día siguiente, por lo que no era muy difícil familiarizarse con esa actitud. Lo peor es que muchos aún siguen viviendo con esa programación.

Nos enseñaron que si las cosas estaban bien, tarde o temprano tendrían que estar mal. No todo podía ser perfecto. Y si estaban mal, nos recordaban con profunda tristeza cómo en algún momento estuvieron bien. Recuerdo la frase: «Todo tiempo pasado fue mejor». Nunca se vivía aquí y ahora. El punto era no sentirse plenamente satisfecho.

Algunos observaron al papá llegar cansado, ajetreado y fastidiado del trabajo, y asociaron la labor con una pesada carga. Otros se daban cuenta de las cuentas por pagar, de cómo papá le gritaba a mamá o de lo difícil que era vivir en pareja. El pan de cada día, para muchos, eran la queja y la angustia.

Que si no hay trabajo, que si la crisis, que si todos son corruptos, que si el jefe no da el aumento, que si todos los ricos son malos, que tienes que sufrirle para lograr algo, entre otros, eran los reclamos que se hacían, por desgracia, demasiado normales en sus conversaciones.

El hábito del drama es la venda en los ojos y las cadenas en las manos que nos impiden sentir u observar lo bueno de la vida; solo nos deja libre la boca para poder criticar y quejarnos, sin ni un ápice de sentimiento positivo o placentero. Los colores se vuelven grises y la alegría se torna desasosiego.

Y cuando el drama deja de ser una actitud pasajera y se convierte en un hábito recurrente y acidificante, se vuelve un constante autocastigo donde siempre hay finales tristes y para muchos agonía, desaliento e intranquilidad a cada minuto.

Llegamos a convertirnos en todo aquello que no queremos. Nos volvemos víctimas de eventos pasados y futuros, de miradas y conversaciones de otros, de diálogos internos que solo lastiman.

El problema, es que este hábito se alimenta constantemente. No vayamos muy lejos: si María, por ejemplo, tiene una discusión con su marido, y en lugar de solucionarlo con él sale en búsqueda de consuelo a un café o a un bar con sus amigas, seguramente el drama aumentará cuando cada una se desahogue con su trágica historia, y desde su perspectiva le darán un sinfín de recomendaciones: «Déjalo, es un desgraciado, no te merece, todos son iguales».

Claro, no todos los casos son parecidos, habrá algunas que lo tomen solo como un rato de distracción y relajación, pero es un hecho que muchísimas personas se enganchan con lo que otros les dicen o les recomiendan, haciéndose más nudos mentales.

El drama surge normalmente de la escasez de emociones, pensamientos y sentimientos positivos. Se convierte en un juego psicológico de consecuencias perniciosas, porque no solo el protagonista es quien lo vive, sino que crea tensión en el ambiente y por lo tanto sus relaciones personales, familiares y laborales terminan seriamente dañadas, y la mayoría de las veces, como en el hábito de la victimización, culmina en absoluta soledad.

En pocas palabras, el drama genera desgaste de cualquier incomodidad, enfermedad de cualquier malestar, tragedia de cualquier experiencia y caos de cualquier dificultad.

Quien vive en el drama suele exagerar y magnificar la menor falta de atención de parte de otro. Tenía un conocido, que gracias a Dios alejé muy a tiempo de mi vida, con el que si por alguna razón había acordado reunirme para salir y le hablaba, con suficiente tiempo, para pedirle que nos encontráramos diez minutos después de la hora original, era tal su drama que me decía: «Sabes qué, no creo que tengas interés en verme, mejor aquí la dejamos, y nos vemos otro día».

El drama es un hábito que se programa desde que uno abre los ojos pensando: «Hoy será una mañana realmente pesada»; «es un mal día para vender, está lloviendo mucho»; «amanecí con el pie izquierdo, seguramente así me irá el resto del día»; «todos mis cumpleaños suelen ser aburridos»; «siempre que llego tarde al trabajo, me va mal». Es raro el día en el que no se quejan.

Cuando alguien vive en el drama, crea conflictos donde no existen, discusiones sin sentido y se ahoga en un vaso de agua. Culpan a la crisis, al gobierno, al divorcio, a la pérdida de empleo, al término de la relación y hasta a las peticiones supuestamente no escuchadas por Dios del control de su bienestar.

Cuando menos lo piensan, la queja se convierte en el principal deporte de su vida. Voltean a ver el jardín del vecino porque se ve más verde que el suyo; generan todo un drama y, de pronto, se dan cuenta de que el suyo es artificial. Pero aun así su pensamiento sigue en el jardín del otro.

El hábito del drama es la venda en los ojos y las cadenas en las manos que nos impiden sentir u observar lo bueno de la vida.


Este teatro mental nos coloca lentes totalmente subjetivos, y como dice el viejo proverbio: «El bosque nos tapa el árbol». El que vive así no disfruta, no goza. Siempre hay algo que está mal o debería de haber de más o de menos. El blanco es negro y el negro es blanco.

El drama no permite al hombre sentir o creer que puede irle bien en su vida. Lo envuelve en un mundo irreal y esclavizante lleno de odio, rencor y pesimismo. Vive con angustia por estar todo el tiempo pensando en lo malo que pueda pasar.

Su paz y tranquilidad se convierten en marionetas del «me vio, no me vio»; «me habló, no me habló»; «me dijo, no me dijo».

En el drama no hay buenas experiencias. Es, sin lugar a dudas, un hábito que hay que dejar de practicar en nuestra vida cuanto antes.

Quinto hábito: procrastinar

Hay una gran diferencia entre darle tiempo a las cosas para que sucedan y en nunca darse el tiempo para que pasen. Lo primero es paciencia, lo segundo es postergar.

El hábito de procrastinar parece ser es el más inofensivo de todos, porque a simple vista no hace daño. ¿Qué importa si atraso un poco mis metas y mis proyectos? ¿Qué tiene de malo?, te podrías preguntar. Algunos hasta dicen de broma: «No dejes para hoy lo que puedes hacer mañana».

El problema comienza cuando pasan los días, los meses y los años y no hay ningún avance en nuestro trabajo, en nuestros emprendimientos, en nuestra salud, en la relación con nuestra pareja, en nuestras finanzas.

Seguimos igual que siempre, parados en el mismo sitio, con las mismas quejas y con resultados similares a los ya obtenidos.

Procrastinar es la acción de posponer actividades o situaciones importantes, que sabemos que necesitamos realizar, y elegir otras más irrelevantes o que nos pueden llegar a agradar más, como estar en Facebook para no trabajar en los pendientes de la oficina; encender la televisión para evitar esa plática tan necesaria con tu esposa; decir que el lunes empiezas la dieta, aunque eso se repita cada semana; pasar el rato viendo videos irrelevantes en Internet con tal de no cumplir con tus obligaciones.

Todo sea por estirar más el tiempo para que eso no llegue o no se realice, ya sea por miedo, ansiedad, saturación aparente, desánimo o apatía.

Postergamos cosas tan cotidianas como arreglar nuestro cuarto, limpiar nuestra bandeja de correos, pagar una multa, sacar la basura, lavar la ropa, pasear al perro, hasta algunas más trascendentes como nuestros tiempos de descanso, algunos encuentros y aun nuestras tristezas.

Afortunada o desafortunadamente para muchos, hay cosas que son inevitables y que aunque queramos postergarlas, tarde o temprano llegarán, y nunca salen bien cuando no se les da la importancia requerida en tiempo y forma.

Aunque en el hábito de la prisa una de las principales excusas es no tener tiempo, paradójicamente, procrastinar es un problema de administración y organización del mismo.

Existen dos causas por las que considero que adoptamos tan fácilmente este mal hábito: por evasión y por autosabotaje. Lo primero porque, como lo decía anteriormente, lo más fácil siempre será quedarse paralizado y no hacer lo que nos corresponde. A veces nos da miedo realizar algunas actividades porque sabemos que al hacerlas, ello nos traerá nuevas responsabilidades y exigencias, por eso mejor nos inventamos mil excusas.

También para muchos la procrastinación es su mejor salida, porque esa situación que tienen enfrente la conceptúan como algo difícil, desafiante o algunas veces hasta tedioso, y el solo hecho de pensar en encararla les genera ansiedad, inquietud, preocupación o incertidumbre, y mejor deciden evitar experimentar estos sentimientos. Como evitar pedir un aumento por el miedo a que me encomienden más tareas de las que ahora tengo.


El problema inicia cuando pasan los días, los meses y los años sin avance en nuestro trabajo, en nuestros emprendimientos, en nuestra salud, en la relación con nuestra pareja, en nuestras finanzas.

Pero existen situaciones que definitivamente no podemos postergar a la ligera. Una vez conocí el caso de dos hermanos distanciados por problemas con una herencia. Tal era su orgullo de no sentarse a platicar, porque realmente la situación se podía resolver hablando y sincerarse frente a frente, que cada vez que alguien intentaba reunirlos, cada uno por su lado se inventaba una excusa para cambiar la fecha del encuentro. Así estuvieron por años.

Lo triste es que esa reunión nunca se dio. Uno de ellos falleció en un accidente automovilístico y solo se pudieron reencontrar en el funeral, ya no de la forma que hubieran querido, puesto que se la pasaron evadiendo lo que ambos sentían y posponiendo su reconciliación.

Y la segunda causa, el autosabotaje, es porque inconscientemente existe un patrón mental de miedo al fracaso, y sabemos que mientras más nos tardemos en emprender una acción más prolongaremos ese desafío, y por eso preferimos la comodidad. Aunque sea algo que nosotros siempre hayamos deseado. Nosotros mismos somos nuestro principal obstáculo.

El caso de una persona que no tiene empleo y justo cuando le hablan para una importante entrevista, llega tarde. O cuando a alguien le ofrecen un proyecto pero tarda demasiado tiempo en decir que sí, no porque no lo quiera, sino porque no sabe cómo lidiar con la oportunidad.

La verdadera crisis es la crisis de la incompetencia, dijo Albert Einstein. Tu vida se mueve según tú te muevas. Entre más dejes que el tiempo avance, más complicado será retomar y darle prioridad a lo que es importante para ti.

Hay que hacer un análisis profundo de este hábito y recordar que, como dijo Robert Frost, el célebre poeta estadounidense: «Para salir de un camino, hay que atravesarlo».

CAPíTULO 4
El síndrome MEP

¿Por qué se han de temer los cambios? Toda la vida es un cambio.

H.G. Wells, escritor y filósofo británico

Desde hace algunos años, México y Estados Unidos presentan un serio problema con el tema de la obesidad. Aunque se le ha puesto algo de atención desde los años cincuenta, hoy las cifras son ya alarmantes. No hay forma de no darse cuenta de lo que sucede.

Ambos países ocupan los primeros puestos en la clasificación mundial y, por si fuera poco, no dan muestras de detener su avance. Más del 70% de sus habitantes sufre de sobrepeso u obesidad. En Latinoamérica, el 56% de los adultos lo padece, comparado con un promedio global del 34%, según un reporte del Overseas Development Institute.

Es una pandemia que no solo atenta contra la esperanza de vida de muchos, sino que además representa facturas millonarias para el sector salud. Tan solo en Estados Unidos se estima que el problema llegará a generar alrededor de 47 trillones de dólares las próximas dos décadas. Para los mexicanos, dentro de dos años el gasto será de 202 mil millones de pesos.

El tema ha sido centro de debates, encuentros y múltiples discusiones, pero entre más se dialoga, más se elevan los números y no hay un cambio positivo palpable.

La industria fitness cada vez crea más alternativas y la gente las busca, las adopta y hasta las promueve; no por nada es una de las más redituables hoy en día. Sin embargo, no pasa nada, solo dan un poco de ilusión estimulante que luego se convierte en frustración.

Se intenta salir del problema con ideas fantasiosas o soluciones mágicas, luego se aterriza en la realidad y el golpe suele ser duro. Muchos especialistas han llegado a considerar que estamos en una lucha que parece perdida y que tristemente seguirá golpeando a la mayoría de la población conforme pase el tiempo.

La fuerte influencia y el poder de las firmas multinacionales de bebidas y alimentos, en particular las estadounidenses, han puesto más trabas que puentes.

Estados Unidos, por medio de instituciones de salud pública, grupos médicos y apoyándose en la Organización Mundial de la Salud (OMS), se está enfrentando sin éxito a los grandes gigantes de esa industria, quienes llevan a cabo todo tipo de estrategias maquiavélicas para seguir comercializando sus productos, a pesar de que conocen el alto precio que pagan los ciudadanos.

¿Cuál es el problema entonces? ¿Dónde está el origen de un asunto que a finales del siglo XX se percibía como una pequeña fuga en la tubería, pero que ahora se ha convertido en una explosión y nadie sabe cómo detenerla?

Mucho se deriva, según el documental Fed Up de la presentadora de televisión Katie Couric, de las industrias alimenticias que se protegen diciendo que la situación que están viviendo los millones de personas con obesidad, diabetes y otros padecimientos, se debe en particular a tres cosas: decisiones personales, falta de voluntad y sedentarismo. Es decir, no asumen la menor responsabilidad del problema.

En esta reveladora producción —a la cual, por cierto, te invito a darle un vistazo, ya que de manera clara, con datos duros y testimonios, presenta esta situación tan alarmante en Norteamérica— se habla de cómo la mayoría de las empresas venden esta idea.

¿Por qué somos y estamos en una sociedad gorda y enferma? Porque las personas no están activas, porque no se ejercitan o porque sencillamente no se pueden controlar al comer.

¿Cuál es la solución que dichas corporaciones proponen? ¡Activarse! ¡Salir a correr! ¡Hacer deporte! ¡Comer menos! ¡Distraerse en otras cosas! Y listo, así el asunto se arregla.

Tú y yo sabemos que no es así de sencillo. Desde luego que no quiero descartar las bondades y múltiples beneficios de hacer deporte, pero es curioso que esos emporios solo hablan del ejercicio como solución y nunca dicen que uno de los factores principales de esta crisis de salud pública se debe a los alimentos procesados que comercializan a diestra y siniestra.

Hoy, por mencionar algunos ejemplos, se sabe del daño y la adicción que provocan el azúcar, los edulcorantes o el jarabe de maíz. Nos bombardean con espacios comerciales perfectamente producidos que anuncian alimentos que tienen estos ingredientes y, a la par, con infomerciales de productos mágicos para adelgazar o para tener una musculatura envidiable. ¿No suena esto perverso?

Si acaso, en letras pequeñas, casi imperceptibles, pudiera aparecer la leyenda «Come frutas y verduras» o «Aliméntate sanamente», pero será casi imposible toparte con una campaña en la televisión en donde aparezcan avisos precautorios como «El azúcar mata»; «No consumas productos endulzados artificialmente»; «¿Quieres vivir más años? No compres productos de McDonald´s, come manzanas»; «No tomes refrescos de cola, solo agua». Desde luego que las respectivas marcas y fabricantes nunca lo permitirían.

¿Qué tiene que pasar para que, como sucede en las cajetillas de cigarros, aparezcan en determinados productos su potencial nocivo para la salud? Transcurrieron muchos años y se ejerció mucha presión, pero al fin el consumidor de tabaco tiene a la vista, en imágenes conmovedoras que no admiten réplica, el peligro mortal que conlleva fumar.

¿Será necesario llegar a este extremo en la industria alimenticia y señalar la adicción y daño que causa mucho de lo que consumimos a diario?

«Un estudio poderoso publicado recientemente en el American Journal of Clinical Nutrition demuestra que los alimentos más altos en azúcar y con un mayor índice glicémico son adictivos de la misma manera que la cocaína y la heroína», afirmó el doctor Mark Hyman, investigador y director médico de The UltraWellness Center en Massachusetts.

Por lo tanto, el punto no está solo en lo que comemos o en el daño que puede hacer a nuestro organismo, sino que además ciertos productos a los que estamos expuestos todo el tiempo a través de los medios resultan ser tan atractivos y llamativos que, después de consumirlos, como cualquier adicción hacen que nuestro cuerpo nos pida más de lo mismo y, por ende, nos cuesta más trabajo dejarlos.

Mientras sigamos alimentándonos de la forma desordenada como lo hacemos hasta ahora y consumiendo lo que las grandes industrias nos pongan enfrente, será imposible erradicar el problema.

La solución no está en adquirir los tenis más ligeros del mercado y salir a correr al parque recreativo más cercano, sino en primero darle una revisada a lo que ponemos en nuestro plato. Y vaya, sé que es una tarea titánica, te lo digo desde el estrado de la experiencia personal; pero, al final, hacernos más conscientes es un gran regalo para nuestro futuro.

¿Por qué razón te hablo de esto? Porque desde hace muchos años he notado que existe una similitud tremenda entre la crisis de la obesidad y la crisis de salud emocional que vivimos a nivel mundial.

De entrada, una de las primeras semejanzas que observo es la forma en la que el mundo percibe mentalmente ambas situaciones.

Por ejemplo, así como las industrias alimenticias se excusan y se dedican a dar soluciones superficiales o pequeñas a un problema tan profundo y grande, muchos hacen lo mismo con alguien que vive en depresión, desánimo o tristeza, argumentando que eso se debe fundamentalmente a su poca fuerza de voluntad, su debilidad mental o su falta de agallas. Razones que distan mucho de la realidad; no obstante, la mayoría está convencida de que se trata de las verdaderas razones de la problemática.

Como en el caso de la obesidad, el grueso de la población quiere atacar las consecuencias, pero no revisar las causas. Quiere cambiar la fachada de la casa, dejando el desorden en el interior.

Si yo tuviera la mala voluntad de decirle a las personas que están en esas situaciones emocionales complicadas, cosas como las que sugiere la industria de los alimentos a la gente obesa, «no sales del problema porque no quieres», «te falta voluntad», «necesitas echarle ganas», «eres muy débil de mente», aumentaría su frustración y además no me prestarían nada de atención.

Contrario a lo que muchos piensan, no todo lo que nos sucede se arregla con dosis de buena actitud. No podemos vivir tan por encima, sin fijarnos en el fondo.

Estoy convencido de que existe algo mucho más fuerte y que está dentro de nosotros que nos paraliza como un grillete invisible en el tobillo, impidiéndonos caminar.

Justo me pasó, al escribir este libro, cuando le propuse a algunos amigos, asesores, participantes de mis conferencias y clientes de coaching la idea de realizar un detox emocional. La mayoría quería empezar cuanto antes, pero al mismo tiempo, les daba miedo dar el primer paso.

No era falta de actitud o de echarle ganas. Decían sentirse tan bloqueados y varados en sus vidas, con mucha neblina en el camino, con una agenda llena de pendientes y una fuerte carga de estrés, que no les daba la mente para pensar en una desintoxicación. Sinceramente, su respuesta me parecía de lo más normal. No los justificaba, pero sí los comprendía. Por la dinámica de mi trabajo estoy consciente de que uno de los grandes problemas que tiene la gente para lograr lo que desea es no poder empezar. Algunos dicen que es por falta de impulso, otros se refieren a no tener tiempo, y otros sencillamente no tienen idea de cuál es el ABC para lograrlo.

Como adelantaba, en el desarrollo personal y profesional, en desórdenes alimenticios y en crisis emocionales, todavía existen muchos que creen que las razones por las que no tenemos resultados son únicamente la falta de motivación, poca determinación o mala planeación.

Incluso muchas empresas invierten millones de dólares para que su fuerza laboral refuerce al menos dos de estas habilidades, sin dedicar un tiempo considerable a las raíces, los motivos, los significados y la esencia de la persona.

Por eso reitero:

El ser humano tiene esa manía de querer dar soluciones rápidas sin analizar concienzudamente cuáles son los diques que él se ha construido. No puedes ver lo que hay frente a ti, si tú mismo te has puesto una pared.

Así como en el tema de la productividad o de la obesidad, el equilibrio interior no sucede por azar o por magia. No es solo tener el impulso o saber cómo empezar. Por supuesto, la motivación, la determinación o la estrategia son puntos muy explícitos, importan, pero son solo la punta del iceberg.

Existen otras cuestiones más veladas en la profundidad del océano emocional y que es importante sacarlas a la luz si queremos avanzar.

«La humanidad se ve abocada a una situación crítica que requiere planteamientos urgentes, creativos, comprometidos y radicales. Si no evolucionamos, pereceremos. Es momento de tomar conciencia de que el camino seguido hasta ahora requiere corrección de dirección y sentido. Es preciso firmar la paz con la Tierra y con la humanidad, y solo podremos hacerlo si antes firmamos la paz con nosotros mismos», escribieron mis amigos y mentores españoles Mercè Conangla y Jaume Soler, creadores del modelo de Ecología Emocional.

La vida rápida, rápido pierde sentido. La vida light, tarde o temprano pierde el sabor.

Un cuerpo delgado no se forma con una pastilla, una hora de ejercicio extremo y a veces ni siquiera con una operación bariátrica; la paz interna y el bienestar tampoco se crean solo con muchas ganas, lindos pensamientos, un rato de meditación, nobles deseos o buenas intenciones. Es un camino largo, pero emocionante a la vez.

Conozco personas que no solo quieren hacer un detox emocional, sino que están conscientes de que lo necesitan, algunos hasta con cierta urgencia, pero debajo de esa necesidad también se esconde un miedo lo suficientemente fuerte que les impide aceptar el compromiso para que la limpieza suceda.

Por esa razón, muchos prefieren quedarse en el mismo estado de siempre, algunos otros deciden elegir las recetas más fáciles, aunque en el fondo sepan que no les funcionarán o no les llevará a ningún lado. Ambos obtienen el mismo resultado: nada cambia en sus vidas.

El ser humano tiene esa manía de querer dar soluciones rápidas sin analizar concienzudamente cuáles son los diques que nos hemos construido. No puedes ver lo que hay frente a ti, si tú mismo te has puesto una pared.


¿Cuál es ese miedo escondido? A entrar en acción. Y esto va en relación con sus experiencias del pasado, ya que no creen alcanzar los cambios esperados por los fracasos anteriores que han tenido; como quien hace la dieta de moda por algunos días, y al no adelgazar lo que le prometieron en la publicidad, termina por creer que ninguna dieta funciona, y piensa que su caso está perdido.

Al estar escribiendo este libro consideré prudente que la primera parte, antes de entrar de lleno a la fase de DESINTOXICAR, fuera la de PREPARAR, en el contexto del análisis personal, precisamente para ahorrarnos tiempo, gasto de energía y drama, como una manera de ir soltando de la mente cualquier mito, paradigma, miedo u objeción que pudiera existir.

Necesitamos estar en constante revisión y calibración para colocar los cimientos correctos de lo que queremos construir. No podemos empezar algo si no estamos listos. Estas páginas que hemos recorrido hasta ahora significan arar la tierra, limpiar el terreno, preparar nuestro sendero.

Es importante confrontarnos y descubrir todo aquello que tenemos pendiente para que, de esta forma, podamos comenzar a desintoxicarnos un poco más limpios y sin tantas telarañas mentales.

También en este momento del trayecto, los obstáculos de la soberbia y la negación pueden hacerse presentes, con esa vocecita que te dice: «No necesitas remover ni ajustar nada de tu vida, tú estás muy bien así». No te preocupes, es parte de la resistencia de entrar en ti y descubrir muchas cosas que tal vez no te gusten. Pero créeme, enfrentando el proceso esa sensación irá pasando poco a poco.

De cualquier manera, si al final de esta parte consideras que todavía es conveniente volver a leer alguno de los capítulos para tener mayor claridad en lo que requieres dejar ir, puedes detenerte, regresar a alguna página y releer todo aquello que consideres valioso y que, tal vez, pasaste por alto.

Ve a la siguiente parte en cuanto te sientas preparado. Solo sé muy honesto, y que el miedo no sea el que te frene o el que tome la decisión por ti.

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