Kitabı oku: «Ciudad ocupada»
CIUDAD OCUPADA
SENSIBLES A LAS LETRAS, 79
Título original: Occupied City
Primera edición en Hoja de Lata: febrero del 2022
© David Peace, 2009
Published by arrangement with Casanovas & Lynch Literary Agency S. L.
© de la traducción: Javier Calvo Perales, cedida por Penguin Random House Grupo Editorial
S. A. U.
© de la presente edición: Hoja de Lata Editorial S. L., 2021
Hoja de Lata Editorial S. L.
Avda. Galicia, 21, 4.º E, 33212 Xixón, Asturies [España]
info@hojadelata.net / www.hojadelata.net
Edición: Hoja de Lata Editorial S. L.
Corrección: Hoja de Lata Editorial S. L.
Diseño de la colección: Trabayadores culturales Glayíu
ISBN: 978-84-18918-25-4
Producción del ePub: booqlab
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A mi madre
ÍNDICE
Ciudad Ocupada
La primera vela.
El testimonio de las víctimas del llanto
La segunda vela.
Testimonio Cuaderno de un detective, H.
La tercera vela.
El testimonio de una superviviente
La cuarta vela.
Las cartas (sin reclamar) de un americano
La quinta vela.
Las maldiciones y los conjuros del Hombre del Templo
La sexta vela.
Los relatos de un periodista
La séptima vela.
Exhortaciones de un soldado, gángster, hombre de negocios y político
La octava vela.
El diario-mártir de un Homo Sovieticus
La novena vela.
Las treinta y seis heridas de un segundo detective, N.
La décima vela.
Las protestas, denegaciones y confesiones del acusado, convicto y condenado en su celda, ¿como realmente sucedió?
La undécima vela.
Las últimas palabras del Asesino de Teikoku, o una historia personal de la iniquidad japonesa, el sufrimiento local y la indiferencia universal (1948)
La duodécima y última vela.
Las lamentaciones
NOTA DEL AUTOR
FUENTES
AGRADECIMIENTOS
Tokio
CIUDAD OCUPADA
Y lo que el escritor encontró en ella…
El hijo obediente y virtuoso mata a su padre.
El hombre casto sodomiza a sus vecinos.
El libidinoso se vuelve puro.
El avaro arroja su oro a puñados por la ventana.
El héroe de guerra incendia la misma ciudad que
[arriesgó su vida por salvar.
«El teatro y la peste»,
ANTONIN ARTAUD, 1933
En la Ciudad Ocupada, eres escritor y estás corriendo.
En pleno invierno, cargado de papeles, en esta noche de enero, por estas calles de Tokio, estás huyendo de la escena del crimen; de la nieve y del barro, del banco y de los cadáveres; huyendo de la escena del crimen y de las palabras del libro; unas palabras que al principio te atrajeron y te hipnotizaron, luego te engañaron y te derrotaron, y por fin te han dejado atrapado y encarcelado.
Bajo un cielo que amenaza con más que la noche, con más que la nieve, ahora jadeas y resuellas, rejadeas y recontrarresuellas, jadeas y resoplas.
Porque los oyes, los oyes acercarse, paso a paso, susurrando y murmurando. Los oyes, los oyes acortar distancias, paso a paso, babeando y gruñendo, paso a paso, paso a paso.
El Desfile Nocturno de un Centenar de Demonios…
En pleno tambaleo nocturno, se te caen las gafas de la nariz. Mientras das tumbos por la nieve, se te caen los papeles de la mano. En la noche y en la nieve, buscas a tientas tus gafas y tus papeles, buscas tu visión y buscas tu trabajo. Pero el viento cargado de fantasmas ya está aquí, el aire con gafas te ha vuelto a alcanzar. Te roba los papeles y te hace trizas las gafas, convierte las hojas-sueltas en fajos-ventiscas, arma una galerna-de-trizas con las lentes-esquirlas, mientras tú te abres paso a manotazos por el viento cargado, mientras te revuelves en medio del aire lleno de fantasmas.
Pero el viento ha muerto y ya no hay aire, los fajos se desploman y las trizas caen. Agarras tus gafas, agarras tus papeles, tu manuscrito; tu manuscrito de
el libro por venir
ese libro que
no vendrá
nunca.
Este libro inacabado de un crimen no resuelto. Este libro del Invierno, este libro del Asesinato, este libro de la Plaga.
Con las hojas en blanco en las manos, con la montura vacía sobre la nariz, ahora ves delante de ti la Puerta Negra, de manera que echas a correr otra vez, por la noche de enero, soplando y jadeando, por las calles de Tokio, resoplando y resollando.
Por fin dejas de correr.
Bajo la Puerta Negra, buscas cobijo. Te pones en cuclillas en sus sombras húmedas. No hay nadie más bajo los tejados de la puerta, solo las yemas-de-la-noche, los pasos-de-la-nieve. Esta puerta que antaño era un tesoro y hoy es casi una ruina; y sin embargo, sigue aquí, tal vez ahora sea un santuario. Esta noche no hay cuervos ni zorros ni maleantes ni prostitutas. Solo la noche y la nieve, sus yemas-heladas y sus sucios-pasos. Tú jadeas, con el abrigo empapado, escupes sangre, con los papeles manchados de rojo. Respiras con dificultad y tienes el vientre hinchado, los ojos inyectados de sangre y la cara inflada.
Pero aquí, bajo esta Puerta Negra, en estas sombras húmedas, te esconderás. Aquí dentro, dentro de aquí.
Aquí te esconderás.
¡Escóndete! ¡Escóndete!
De esta ciudad, sin aliento, de esta ciudad, fuera del tiempo. Esta ciudad maldita, ciudad de disturbios y de terremotos, ciudad de asesinatos políticos y de golpes de Estado, ciudad de bombas y de fuego, ciudad de enfermedad y de hambre, ciudad de derrota y de rendición.
Esta ciudad maldita, ciudad de robos y
ciudad de violaciones y asesinatos,
de asesinatos y de plagas.
Son cosas que tú has presenciado, son cosas que tú has documentado, con esa tinta que has derramado, en esos papeles que has echado a perder. Aquí dentro, aquí
dentro.
«… un juego de cuentos de fantasmas, popularizado durante el periodo Edo. A mediados del siglo XVII cobró forma entre los samuráis como forma lúdica de probar la valentía, pero a principios del siglo XIX ya se había vuelto un entretenimiento común entre la plebe. El juego empieza cuando un grupo de gente se reúne al anochecer a la pálida y azulada luz de un centenar de velas encendidas. A continuación todos se turnan para contar historias de terror sobrenatural, y al final de cada historia se apaga una vela. A medida que la velada avanza y se suceden las historias, la sala va quedando más y más a oscuras, y al apagarse la última vela se hace la oscuridad total. En ese momento se cree que en las tinieblas aparecen espectros o monstruos de verdad, conjurados por las aterradoras narraciones…»
Los manchones-de-sangre, los rastros-de-lágrimas, las cartas sin reclamar y las sentencias de muerte. Levantas la vista de tus papeles, aciertas a ver una escalera, una escalera amplia que sube a un piso superior, un piso superior alejado de la ciudad. Te apresuras a recoger tus papeles, subes corriendo los escalones, seguido escaleras arriba por yemas-de-luz, entre ecos de pasos-leves.
Un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro pasos.
En pleno ascenso te detienes, paralizado
en la escalera, escoliado, acuclillado,
sin respirar.
En la cámara del altillo, justo debajo de la techumbre, brilla una luz sobre tu cabeza, aquí dentro de la Puerta Negra,
aquí no estás solo, aquí en-presencia-do…
Subes un poco más, vuelves a pararte, y ahora ves.
En la cámara superior, dentro de un círculo mágico.
Doce velas y doce sombras.
En la Ciudad Ocupada, bajo la Puerta Negra, en su cámara superior, dentro de ese círculo mágico de doce velas,
ahora estás de rodillas.
De pronto, el destello de un relámpago ilumina el techo de la cámara. Miras, escuchas. Oyes el retumbar de un trueno, la lluvia que cae con fuerza sobre el tejado de la puerta. Escuchas, miras.
A la luz de las velas, ves y ahora oyes una campanilla, sacudida en medio de la habitación; oyes y ves una campanilla y una mano.
La campanilla roja y la mano blanca, el brazo blanco y la manga roja, la túnica roja y la cara blanca de una mujer.
La mujer, la médium, delante de ti.
En el centro del círculo de las velas,
plantada en su desagüe circular.
Ahora una repentina tormenta le agita el pelo y la túnica, porque te acaba de encontrar de nuevo el viento cargado, el viento lleno de fantasmas,
y la médium vuelve a sacudir la campanilla, una y otra vez.
Y a la campanilla se le suma un tambor que retumba despacio,
mientras la médium se pone a danzar, a girar sobre sí misma.
Frenética, la campanilla tintinea y el viento aúlla,
el tambor retumba una y otra vez, sin parar.
Los pies se mueven por la madera astillada,
danza y gira, gira sobre sí misma.
Y de pronto se detiene, como una
estatua, y se le cae la campanilla…
Te mira de golpe y te dice:
«Que empiece el juego de contar historias…».
Y se abalanza hacia ti,
en esta Ciudad Poseída.
La médium cae al suelo delante de ti, a continuación se incorpora hasta sentarse, quieta y tensa, y abre la boca para hablar. Con voz monótona y etérea, la médium habla. Y pronuncia las palabras de los muertos.
—Es por ti que estamos aquí —susurran—. Es por ti, querido nuestro, querido escritor, es por ti…
LA PRIMERA VELA
EL TESTIMONIO DE LAS VÍCTIMAS DEL LLANTO
Es por ti. La ciudad es un ataúd. Bajo la nevada. En la parte de atrás de un camión. Aparcado delante del banco. Bajo el aguanieve. Bajo la lona húmeda y pesada. Conducido por las calles. Bajo la lluvia. Al hospital. Al depósito de cadáveres. Bajo el aguanieve. A la morgue. Al templo. Bajo la nevada. Al crematorio. A la tierra y al cielo.
En nuestros doce ataúdes baratos de madera.
En estos doce ataúdes baratos de madera estamos. Pero no estamos quietos. En estos doce ataúdes baratos de madera nos agitamos. Ni a oscuras ni a la luz; nos agitamos en el color gris; porque aquí solo hay gris, aquí solo nos agitamos.
En este sitio gris,
que no es un sitio,
nos agitamos, todo el tiempo, a cada minuto.
En este sitio, que no es un sitio, que está entre dos sitios. Los sitios donde estábamos antes y los sitios donde estaremos.
Los muertos que viven,
la muerte en vida.
Entre estos dos sitios, entre estas dos ciudades:
Entre la Ciudad Ocupada y la Ciudad Muerta, aquí habitamos, entre la Ciudad Perpleja y la Ciudad Póstuma.
Aquí habitamos, en la tierra, con los gusanos,
en el cielo, con las moscas, ya no estamos en las casas del ser. Más allá de la pérdida, bandadas enteras de pájaros caen del cielo y nos rocían de plumas ensangrentadas y alas cortadas. Pero aun así te oímos. Los que ahora estamos en las casas del no-ser. Más allá de la pérdida, bancos enteros de peces saltan desde el mar y nos rocían de tripas ensangrentadas y de cabezas cortadas. Aun así te vemos. Queremos volver a respirar, pero nunca volveremos a respirar. Más allá de la pérdida, rebaños enteros de ganado se escapan corriendo de los campos y nos pisotean con sus cadáveres ensangrentados y sus brazos y piernas cortados. Te escuchamos. Queremos regresar una vez más, pero nunca lo conseguiremos. Más allá de la pérdida. Te seguimos mirando. A través de nuestros velos.
Esos velos que ya no nos cuelgan ante los ojos, esos velos que ahora nos cuelgan detrás de los ojos, de hilos tejidos con nuestras lágrimas, de tramas tejidas con nuestras muertes, esos velos que han reemplazado a nuestros nombres, que han reemplazado a nuestras vidas.
A través de estos velos,
seguimos viendo.
Te seguimos mirando, te miramos…
Con las bocas siempre abiertas, con las bocas ya abiertas. Pero ya no hablamos, ya no podemos hablar, solo podemos articular, en silencio:
¿Te importamos? ¿Alguna vez te importamos?
Nuestras bocas siempre gritan,
ya gritan, ya grita
esa boca:
Tu apatía es nuestra enfermedad; tu apatía, una plaga…
Habitamos más allá de la pena. Tienes la boca cerrada. Habitamos más allá del dolor. Tienes los ojos cerrados. Más allá de la aflicción y de la desesperación. Tienes los oídos cerrados, porque no nos oyes, porque no nos escuchas…
Y estamos cansados, muy cansados, increíblemente cansados.
Pero seguimos habitando, entre estos dos lugares.
Seguimos más allá del abandono y la ruina. Cuando te emborrachas, nos sueltas una arenga. Esperamos más allá de la extinción. Sobrio, no nos haces caso. Olvidados y sin que nadie nos atienda, enterrados o quemados, atormentados y agitados, bajo tierra y por encima del cielo, sin sueños y sin descanso. Estamos cansados, muy cansados. Eres ciego a nuestro sufrimiento. Estamos muy cansados, muy y muy cansados. Eres sordo a nuestras súplicas. Lloramos sin lágrimas, gritamos sin hacer ruido,
pero seguimos esperando, y seguimos
mirando.
Entre la Ciudad Ocupada y la Ciudad Muerta, entre la Ciudad Perpleja y la Ciudad Póstuma, esperamos y nos agitamos. En este sitio gris, en el que seguimos esperando,
mirando y agitándonos:
¡Maldito seas por habernos arrojado a este lugar! ¡Maldito seas por retenernos aquí! Veleidoso, eso es lo que eres.
Veleidosos es lo que sois, los vivos sois veleidosos…
Mientras nosotros seguimos olvidados, olvidados y denegados.
Vidas olvidadas y muertes denegadas.
Porque nos negáis la muerte…
Nos denegáis y nos atrapáis…
En la Ciudad Perpleja, la Ciudad Póstuma, más allá de la Ciudad Ocupada, antes de la Ciudad Muerta, seguimos atrapados, atrapados en el color gris, atrapados en la ciudad. En esta ciudad que no es una ciudad,
este lugar que no es ningún lugar.
Aquí nos removemos, no paramos de movernos, de ir en círculos, con nuestras cajas. ¿Has oído nuestros pasos en tu corazón? Nuestras cenizas, colgando del cuello, nuestros huesos, en estas cajas. ¿Has sentido nuestras yemas en tu carne? Levantamos los hombros, levantamos la cara, levantamos la vista. ¿Has venido a llevarnos de vuelta, de vuelta a la luz? De vuelta a la luz, empezamos a arrastrar los pies. ¿De vuelta a la Ciudad Ocupada? En la Ciudad Ocupada, vamos en círculos, alrededor de estas doce velas, nos congregamos, damos vueltas y vueltas.
De vuelta en la Ciudad Ocupada, volvemos a ser las víctimas.
Aquí nunca somos los testigos. A cada minuto somos las víctimas.
Y por eso lloramos. A cada minuto estamos llorando.
Aquí, los que una vez estuvimos vivos.
Ahora lloramos todo el tiempo, aquí.
Aquí y esta noche, llorando.
En la Ciudad Ocupada, donde los que lloran buscan a los vivos. Pero los vivos no están aquí, no están aquí esta noche, ante estas velas.
Aquí, esta noche, están solo los que lloran.
Aquí, esta noche, estamos solo nosotros:
Esta noche volvemos a estar aquí Sutejiro Takeuchi, Yoshiyasu Watanabe, Hidehiko Nishimura, Shoichi Shirai, Miyako Akiyama, Hideko Uchida, Yoshio Sawada, Teruko Kato, Tatsuo Takizawa, Ryu Takizawa, Takako Takizawa y Yoshihiro Takizawa.
Pero seguimos llorando. A cada
minuto lloramos,
a cada minuto rompemos a llorar otra vez en la Ciudad Ocupada:
En la Ciudad Ocupada vuelve a ser 26 de enero de 1948.
Aquí es 26 de enero de 1948 a cada minuto.
Esa fecha es nuestra herida a cada minuto.
Nuestra herida que no se curará nunca.
Aquí, aquí, donde a cada minuto vuelve a ser esa fecha y esa hora, a cada minuto vuelve a ser la última vez:
Por última vez. Por la mañana nos despertamos en nuestras camas. En nuestras camas que ya no son nuestras camas. Por última vez. Nos vestimos en nuestras casas. En nuestras casas que ya no son nuestras casas, con nuestra ropa que ya no es nuestra ropa. Por última vez. Comemos arroz blanco. Ahora solo comemos arroz negro, el arroz negro que nos vacía el estómago. Por última vez. Bebemos agua limpia. Aquí solo bebemos el agua oscura, el agua oscura que nos vacía la boca. Por última vez. En nuestros genkan les decimos adiós a nuestros padres y madres, a nuestros hermanos y hermanas, a nuestras mujeres e hijos, a nuestros maridos e hijas. A esos padres y madres, a esos hermanos y hermanas, a esas mujeres e hijos, a esos maridos e hijas que ya no son nuestros padres y madres, ya no son nuestros hermanos y hermanas, ya no son nuestras mujeres e hijos y ya no son nuestros maridos e hijas. Por última vez. Bajo la nevada, nos vamos a trabajar. A nuestro trabajo que ya no es nuestro trabajo. Por última vez. Entre las multitudes, cogemos nuestros trenes y nuestros autobuses. Esos trenes y autobuses que ya no son nuestros trenes y autobuses…
Por última vez. A través de la Ciudad Ocupada, vamos arrastrando los pies.
Salimos arrastrando los pies de la estación de Shiinamachi. Bajo el aguanieve. Por última vez. Nos alejamos por la calle, arrastrando los pies. Por el barro. Por última vez. Hasta el Banco Teikoku. El Banco Teikoku que ya no es un banco…
Por última vez. Abrimos la puerta corredera. Esa puerta que ya no es una puerta. Por última vez. Nos sacamos los zapatos. ¿Dónde están ahora nuestros zapatos? Por última vez. Nos ponemos las pantuflas. ¿Dónde están nuestras pantuflas? Por última vez. Nos sentamos a nuestras mesas. Esas mesas que ya no son nuestras, que ya no son nuestras mesas…
Por última vez.
Entre los papeles y entre los libros de contabilidad, esperamos a que abra el banco. Por última vez, en este último día, el 26 de enero de 1948.
Vemos que las manecillas del reloj marcan las nueve y media. Por última vez. El banco abre y empieza la jornada. Por última vez. Atendemos a los clientes. Por última vez. Escribimos en los libros de contabilidad.
Bajo el resplandor de las luces, al calor de las estufas, oímos cómo la nieve se convierte en aguanieve y el aguanieve en lluvia, y cómo cae sobre el tejado del banco. Y nos preguntamos si hoy el banco cerrará temprano. Nos preguntamos si podremos salir temprano, volver a nuestras casas, volver con nuestras familias. Por culpa del tiempo,
por culpa de la nieve.
Pero la nieve se ha convertido en aguanieve, y el aguanieve en lluvia, de manera que hoy el banco no cerrará temprano y nosotros no podremos irnos temprano, no nos podremos volver temprano a nuestras casas,
con nuestras familias.
De manera que nos sentamos a nuestras mesas del banco, bajo el resplandor de las luces, al calor de las estufas, y miramos las manecillas del reloj y echamos vistazos a la cara de nuestro director, de nuestro director que está sentado a su mesa del fondo; sabemos que el señor Ushiyama, nuestro director, no está muy bien de salud. Se lo vemos en la cara. Se lo oímos en la voz. Sabemos que tiene dolores fuertes de vientre. Sabemos que hace casi una semana que los tiene. Todos sabemos lo que puede querer decir; sabemos que puede ser disentería y que puede ser fiebre tifoidea. En la Ciudad Ocupada,
todos sabemos lo que puede querer decir.
En la Ciudad Ocupada, sabemos
que puede querer decir muerte, muerte.
Pero él sobrevivirá a esto,
sobrevivirá a
esto…
Por última vez. Vemos que las manecillas del reloj marcan las dos y vemos que el señor Ushiyama se levanta de su mesa del fondo, con la cara blanca y cogiéndose el vientre con las manos. Por última vez. Vemos que el señor Ushiyama hace una reverencia y escuchamos cómo se disculpa ante todos nosotros. Por última vez. Vemos cómo el señor Ushiyama se marcha temprano.
Y todos sabemos lo que esto puede querer decir.
Sabemos que puede querer decir muerte.
Pero él sobrevivirá, él seguirá con vida. En su casa, que sigue siendo su casa, con su familia, que sigue siendo su familia…
Pero hoy no nos marchamos temprano. No nos volvemos a nuestras casas y no nos volvemos con nuestras familias. Nos quedamos sentados a nuestras mesas, bajo el resplandor de las luces, al calor de las estufas, y seguimos atendiendo a nuestros clientes y escribiendo en nuestros libros de contabilidad. Y escuchamos el ruido de la lluvia.
Y miramos las manecillas del reloj.
Vemos que las manecillas del reloj llegan a las tres y el banco cierra sus puertas hasta el día siguiente. Rodeados de montones de recibos, ponemos en orden las transacciones de la jornada. Por última vez. Rodeados de montones de billetes, cuadramos el dinero de la jornada. Por última vez. Y luego oímos los golpecitos en la puerta lateral. Por última vez.
Levantamos la vista para mirar las manecillas del reloj.
Por última vez:
Son las tres y veinte del lunes 26 de enero de 1948.
Las tres y veinte en la Ciudad Ocupada.
Y ahora llaman a la puerta lateral.
Las tres y veinte y él ha llegado.
Nuestro asesino ha llegado.
Miramos cómo la señorita Akuzawa se levanta para abrirle la puerta lateral a nuestro asesino. Dice usted que tiene cuarenta y dos años. Nuestro asesino presenta su tarjeta de visita: Dr. Jiro Yamaguchi, Oficial Técnico del Ministerio de Salud y Bienestar. Dice usted que tiene cincuenta y cuatro años. Nuestro asesino pregunta por el director. Dice usted que tiene cuarenta y seis años. La señorita Akuzawa le pide a nuestro asesino que entre por la puerta principal. Dice usted que tiene cincuenta y ocho años. Nuestro asesino vuelve a salir. Dice usted que mide metro sesenta y dos. Nuestro asesino abre la puerta principal. Dice usted que mide metro sesenta. La señorita Akuzawa tiene un par de pantuflas listas para él. Dice usted que mide metro sesenta y cinco. Nuestro asesino se quita las botas en el genkan. Dice usted que mide metro cincuenta y siete. Escuchamos cómo la señorita Akuzawa le dice a nuestro asesino que el director ya se ha marchado, pero que lo puede recibir el subdirector. Dice usted que es más bien flaco. Vemos que nuestro asesino asiente con la cabeza y le da las gracias a la señorita Akuzawa mientras ella lo acompaña por el banco. Dice usted que tiene una complexión normal. Vemos pasar a nuestro asesino por entre las hileras de mesas donde estamos trabajando. Dice usted que tiene una complexión media. Escuchamos cómo la señorita Akuzawa le presenta a nuestro asesino al subdirector, el señor Yoshida. Está usted de acuerdo en que es bastante flaco. Nuestro asesino hace una reverencia. Dice usted que tiene la cara ovalada. Nuestro subdirector le ofrece un asiento al asesino. Dice usted que tiene la cara alargada. Nuestro asesino se sienta, mirando hacia la derecha. Dice usted que tiene la nariz respingona. Nuestro subdirector examina su tarjeta de visita: Dr. Jiro Yamaguchi, Oficial Técnico del Ministerio de Salud y Bienestar. Dice usted que tiene una cara bien parecida. Nuestro asesino le cuenta a nuestro subdirector que en el vecindario ha habido un brote de disentería. Dice usted que tiene la tez pálida. Ahora es nuestro subdirector quien enseña su tarjeta de visita: Takejiro Yoshida, Subdirector de la Sucursal de Shiinamachi del Banco Teikoku, Nagasaki-cho, Distrito de Toshima, Tokio. Dice usted que tiene la tez amarillenta. Nuestro asesino le cuenta al señor Yoshida que el origen del brote es el pozo público que hay delante de la residencia de los Aida en la Nagasaki chome-2. Dice usted que tiene dos manchas marrones en la mejilla izquierda. El señor Yoshida asiente con la cabeza y menciona que el director del banco, el señor Ushiyama, se ha marchado temprano porque le dolía mucho el vientre. En la mejilla derecha. Nuestro asesino le cuenta al señor Yoshida que a uno de los inquilinos del señor Aida le han diagnosticado disentería, y que justamente hoy ese hombre ha hecho un depósito en nuestra sucursal. Dice usted que tiene un moretón en la mejilla izquierda. Al señor Yoshida le asombra que el Ministerio de Salud y Bienestar se haya enterado tan deprisa del caso. Una cicatriz en la derecha. Nuestro asesino le cuenta al señor Yoshida que el médico que ha atendido al señor Aida ha informado enseguida del caso a las autoridades. Dice usted que tiene el pelo al rape. El señor Yoshida asiente con la cabeza. Dice usted que tiene el pelo canoso. Nuestro asesino dice que lo envía el teniente Parker, que es quien está a cargo del equipo de desinfección de esta zona. Dice usted que tiene el pelo más bien largo y entrecano. El señor Yoshida vuelve a asentir con la cabeza. Dice usted que tiene el pelo oscuro. A nuestro asesino le han encargado que vacune a todo el mundo contra la disentería y que desinfecte todos los objetos que hayan resultado contaminados. Dice usted que llevaba un traje de calle gris. El señor Yoshida asiente con la cabeza por tercera vez. Dice usted que llevaba un traje de invierno viejo. Todos los empleados, todas las habitaciones, todo el dinero que haya en la sucursal, dice nuestro asesino. Dice usted que llevaba uniforme. El señor Yoshida vuelve a examinar la tarjeta de visita: Dr. Jiro Yamaguchi, Oficial Técnico del Ministerio de Salud y Bienestar. Está usted seguro de que era un uniforme, ¿no? Nuestro asesino dice que nadie tiene permiso para marcharse hasta que él haya terminado su trabajo. Dice usted que llevaba abrigo marrón. El señor Yoshida se mira el reloj de pulsera. Dice usted que llevaba un abrigo en la mano. El teniente Parker y su equipo llegarán pronto para asegurarse de que el trabajo se ha hecho como es debido, dice nuestro asesino. Dice usted que llevaba un abrigo puesto pero otro en la mano. El señor Yoshida asiente con la cabeza. Dice usted que llevaba un abrigo de entretiempo. Nuestro asesino coloca ahora su pequeña bolsa de color oliva sobre la mesa del señor Yoshida. Dice usted que llevaba zapatos de goma marrones. El señor Yoshida mira cómo nuestro asesino abre la bolsa. Dice usted que llevaba botas de goma de color naranja tostado. Nuestro asesino saca un botiquín metálico y dos frascos de distintos tamaños con las etiquetas en inglés. Dice usted que tenía barro en los zapatos. El señor Yoshida lee las palabras inglesas FIRST DRUG en el frasco más pequeño, de 200 cc, y SECOND DRUG en el de 500 cc. Dice usted que tenía las botas limpias. Nuestro asesino le dice al señor Yoshida que se trata de un antídoto oral extremadamente potente que los americanos han desarrollado hace poco, a partir de una serie de experimentos con aceite de palma. Dice usted que llevaba un brazalete de tela blanca en el brazo izquierdo. El señor Yoshida asiente con la cabeza. Dice usted que ponía en letras rojas: «Líder de equipo de desinfección». Es tan potente que quedarán ustedes completamente inmunizados de la disentería, dice nuestro asesino. Dice usted que llevaba un brazalete de la Oficina Metropolitana de Tokio. El señor Yoshida vuelve a asentir con la cabeza. Dice usted que ponía en letras negras: «Doctor en Medicina Preventiva». Nuestro asesino avisa al señor Yoshida de que el procedimiento de administración del fármaco es complicado y poco habitual. Dice usted que llevaba un brazalete del Distrito de Toshima. El señor Yoshida vuelve a mirar la tarjeta de visita que tiene sobre el escritorio: Dr. Jiro Yamaguchi, Oficial Técnico del Ministerio de Salud y Bienestar. Dice usted que ponía: «Equipo de prevención de epidemias». Nuestro asesino le pide al señor Yoshida que reúna a sus empleados. Dice usted que llevaba una cartera pequeña de color verde oliva colgada del hombro derecho. ¿También el conserje, su mujer y sus dos hijos?, pregunta el señor Yoshida. ¿O era en el izquierdo? Nuestro asesino asiente con la cabeza. Dice usted que llevaba una bolsa de médico. El señor Yoshida se levanta de su mesa. Una bolsa negra de médico. El señor Yoshida nos llama. Soy Sutejiro Takeuchi y tengo cuarenta y nueve años, pero aquí ya no soy Sutejiro Takeuchi y ahora ya no tengo cuarenta y nueve años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nos levantamos de nuestras mesas de trabajo. Soy Yoshiyasu Watanabe y tengo cuarenta y tres años, pero aquí ya no soy Yoshiyasu Watanabe y ahora ya no tengo cuarenta y tres años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Cruzamos el banco arrastrando los pies. Soy Hidehiko Nishimura y tengo treinta y ocho años, pero aquí ya no soy Hidehiko Nishimura y ahora ya no tengo treinta y ocho años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nos congregamos alrededor de la mesa del señor Yoshida. Soy Shoichi Shirai y tengo veintinueve años, pero aquí ya no soy Shoichi Shirai y ahora ya no tengo veintinueve años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Todos vemos cómo nuestro asesino se dirige a la señorita Akuzawa y le pide que traiga suficientes tazas de té para todos los empleados de la sucursal. Soy Miyako Akiyama y tengo veintitrés años, pero aquí ya no soy Miyako Akiyama y ahora ya no tengo veintitrés años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. La señorita Akuzawa trae dieciséis tazas en una bandeja. Soy Hideko Uchida y tengo veintitrés años, pero aquí ya no soy Hideko Uchida y ahora ya no tengo veintitrés años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nuestro asesino abre el frasco más pequeño, el que lleva la etiqueta FIRST DRUG. Soy Yoshio Sawada y tengo veintidós años, pero aquí ya no soy Yoshio Sawada y ahora ya no tengo veintidós años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nuestro asesino nos pregunta si ya estamos todos. Soy Teruko Kato y tengo dieciséis años, pero aquí ya no soy Teruko Kato y ahora ya no tengo dieciséis años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nuestro subdirector nos cuenta las cabezas, asiente con la cabeza y dice: Ya estamos todos. Soy Tatsuo Takizawa y tengo cuarenta y seis años, pero aquí ya no soy Tatsuo Takizawa y ahora ya no tengo cuarenta y seis años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Nuestro asesino sostiene una pipeta en la mano como si fuera un puñal. Soy Ryu Takizawa y tengo cuarenta y nueve años, pero aquí ya no soy Ryu Takizawa y ahora ya no tengo cuarenta y nueve años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Todos miramos cómo nuestro asesino echa unas gotas de líquido transparente en cada una de las tazas. Soy Takako Takizawa y tengo diecinueve años, pero aquí ya no soy Takako Takizawa y ahora ya no tengo diecinueve años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Todos escuchamos cómo nuestro asesino nos dice que cojamos cada uno nuestra taza. Soy Yoshihiro Takizawa y tengo ocho años, pero aquí ya no soy Yoshihiro Takizawa y ahora ya no tengo ocho años; ahora siempre me agito, aquí solamente lloro. Todos estiramos el brazo para coger nuestras tazas. Los que estamos aquí en medio del color gris. Ahora nuestro asesino alza una mano en señal de advertencia. Los que estamos agitándonos a cada minuto. Todos escuchamos cómo nuestro asesino nos avisa de que el suero es muy fuerte y de que nos puede hacer daño en las encías y en el esmalte dental si no miramos con atención la demostración que nos va a hacer él y si no seguimos sus instrucciones con exactitud. Los que estamos llorando a cada minuto. Ahora todos miramos cómo nuestro asesino saca una jeringa. Tú nos defines como las víctimas. Todos miramos cómo nuestro asesino hunde la jeringa en el líquido. Tú nos maldices como las víctimas. Todos miramos cómo nuestro asesino extrae una medida del líquido con la jeringa. Te contentas con recordarnos en el blanco y negro de nuestras muertes. Todos miramos cómo nuestro asesino abre la boca. No sabes nada de cómo éramos en vida y en colores. Todos miramos cómo nuestro asesino apoya la lengua sobre los incisivos de abajo y luego la recoge bajo el labio inferior. Somos simples evidencias de la escena de un crimen. Todos miramos cómo nuestro asesino se pone el líquido sobre la lengua. Somos simples cadáveres en un libro criminal; cadáveres, nunca personajes. Todos miramos cómo nuestro asesino echa la cabeza hacia atrás. En vida no nos conociste. Todos miramos cómo nuestro asesino se mira el reloj de pulsera, con la mano derecha en alto. Solamente nos descubriste por nuestras muertes. Todos miramos cómo nuestro asesino baja la mano. En la escena de un crimen. Todos escuchamos cómo nuestro asesino nos dice que la medicina nos puede dañar las encías y los dientes, o sea que tenemos que tragarla rápido. En un libro criminal. Todos asentimos con la cabeza. Nuestros nombres, nuestras caras. Todos escuchamos cómo nuestro asesino nos dice que exactamente un minuto después de que hayamos tomado la primera medicina, nos administrará la segunda. En texto y en fotografías. Todos miramos el segundo frasco, el de 500 cc, el que dice SECOND DRUG. Reducidos a un simple número. Todos escuchamos cómo nuestro asesino nos dice que después de tomar la segunda medicina podremos beber agua o enjuagarnos la boca. Doce, siempre escribirás 12. Ahora nuestro asesino nos dice a todos que levantemos las tazas. En este número, este número 12. Todos nos llevamos las tazas a los labios. En este número, volvemos a morir. Y ahora todos bebemos. Una y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez. Nuestro asesino nos dice que nos dejemos caer las gotitas de líquido sobre la lengua. Porque no somos doce. Y ahora todos notamos el sabor amargo del líquido. Somos Sutejiro Takeuchi, Yoshiyasu Watanabe, Hidehiko Nishimura, Shoichi Shirai, Miyako Akiyama, Hideko Uchida, Yoshio Sawada, Teruko Kato, Tatsuo Takizawa, Ryu Takizawa, Takako Takizawa y Yoshihiro Takizawa. Todos nos lo tragamos. Los que ahora estamos en el color gris. Y todos oímos a nuestro asesino decirnos que nos administrará el segundo fármaco dentro de exactamente sesenta segundos. Nosotros, los que a cada minuto nos agitamos. Vemos a nuestro asesino mirarse el reloj de pulsera. Los que a cada minuto lloramos. Lo vemos mirarse fijamente el reloj de pulsera. Llorar y esperar. Todos esperamos el segundo fármaco. Esperar y mirar. Todos miramos cómo nuestro asesino nos va poniendo el segundo fármaco en las tazas. Esperar y coger las tazas. Todos volvemos a coger las tazas. Cogerlas y volver a esperar. Volvemos a esperar mientras nuestro asesino se mira el reloj de pulsera y volvemos a esperar la señal. La sonrisa. Ahora vemos que nuestro asesino nos hace la señal a todos para que volvamos a beber. Con una sonrisa. Y todos bebemos. Y tú sonríes mientras bebemos. Y todos vemos a nuestro asesino esperar. Sin dejar de sonreír. Y todos vemos que nuestro asesino nos sigue mirando. Con esa sonrisa en tu cara. Y ahora todos sentimos el segundo líquido en la boca, lo sentimos en la garganta y lo sentimos en el estómago. Pero tú estás sonriendo. Y ahora todos oímos a nuestro asesino decirnos que nos enjuaguemos la boca. Sin dejar de sonreír, sin dejar de sonreír, sin dejar…