Kitabı oku: «Enciclopedia de Elena G. de White», sayfa 34
757 Bahme, pp. 22, 23.
758 Varias obras populares cristianas hacen eco del consejo general de Elena de White contra la masturbación. Ver, por ej., D. R. Heimbach, True Sexual Morality (Wheaton, Ill.: Crossway, 2004), pp. 222, 223; Stephen Arterburn y Fred Stoeker, Every Man’s Battle: Winning the War on Sexual Temptation One Victory at a Time (Colorado Springs, Colo.: Waterbrook Press, 2000), pp. 112-114; y Shannon Ethridge, Every Woman’s Battle: Discovering God’s Plan for Sexual and Emotional Fulfillment (Colorado Springs, Colo.: Waterbrook Press, 2003), pp. 39-43.
759 G. E. Fraser, Diet, Life Expectancy, and Chronic Disease: Studies of Seventh-day Adventists and Other Vegetarians (Oxford: Oxford University Press, 2003), pp. viii, 47, 58.
La teología de Elena G. de White
Denis Fortin
AL RESUMIR LAS CONTRIBUCIONES REALIZADAS POR ELENA DE WHITE DURANTE TODA SU VIDA en su funeral en 1915, A. G. Daniells, el entonces presidente de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, dijo: “Ningún maestro cristiano en esta generación, ningún reformador religioso de cualquier época anterior, ha asignado un valor más alto a la Biblia. En todos sus escritos, esta se presenta como el libro de todos los libros, la guía suprema y suficiente para toda la familia humana. [...] Los que todavía creen que la Biblia es la inspirada e infalible Palabra del Dios vivo valorarán más altamente este punto de vista positivo, y este sostén incondicional que se da en los escritos de la Sra. de White” (NB 453).
Daniells pasó a enumerar una serie de aspectos destacados de los escritos de Elena de White: “Cristo es reconocido y exaltado como el único salvador de los pecadores”; el evangelio es el único medio de salvación; se exalta al Espíritu Santo como el maestro y el guía celestial, enviado por Cristo a este mundo para “para hacer real en los corazones y en las vidas de los hombres todo lo que él había hecho posible por su muerte en la cruz”; la iglesia instituida por Cristo en el primer siglo es el modelo divino de orden eclesiástico; por medio de sus escritos, los adventistas recibieron luz y consejo “con respecto a las cuestiones vitales que afectan el mejoramiento y la elevación de la familia humana”; y “sus escritos presentan la posición más abarcadora con respecto a la reforma pro temperancia, las leyes de la vida y la salud” (ibíd. 453, 454).
Como conclusión, Daniells declaró: “Tal vez no somos lo suficientemente sabios como para poder decir, en forma definida, qué parte de la obra de la vida de la Sra. White ha sido de mayor valor para el mundo, pero parece que el gran volumen de literatura bíblica que ella dejó resultará ser el mayor servicio para el género humano. [...] Los muchos libros que ella ha dejado –relacionados con todas las etapas de la vida humana– [...] continuarán modelando el sentimiento público y el carácter individual. Sus mensajes se apreciarán más de lo que lo han sido en el pasado” (ibíd. 456, 457). La perspectiva de Daniells de la contribución de toda la vida de Elena de White y de sus escritos refleja lo que muchos de sus contemporáneos expresaban.
Elena de White no recibió ninguna instrucción formal en estudios teológicos y es cierto que sus numerosos libros no constituyeron una teología sistemática completa en la cual ella explicara el significado de distintas doctrinas dentro de un sistema particular de pensamiento, ni era su intención que lo fueran. Más bien, sus escritos tomaron básicamente dos formas: una exposición de relatos bíblicos con comentarios, como se encuentra, por ejemplo, en su serie del Gran Conflicto;760 y cartas de consejo a miembros o a instituciones de la iglesia, como las publicadas en Testimonios para la iglesia y otros libros de consejos.
Muchas figuras importantes de la historia de la iglesia cristiana tuvieron un ministerio similar al de Elena de White. Aunque John Wesley nunca escribió una teología sistemática, hay en su teología un núcleo ininterrumpido alrededor del cual gira una serie de temas clave que él elaboró en sermones, comentarios de la Escritura, periódicos publicados, folletos ocasionales y cartas. Se puede decir lo mismo de Martín Lutero quien, como escritor prolífico, nunca escribió una teología sistemática, pero, no obstante, expresó sus creencias dentro de un sistema de pensamiento.
Sin embargo, admitir la falta de instrucción teológica de Elena de White no presupone la ausencia de pensamiento teológico de su parte porque ella no tuvo reparos en expresar su pensamiento dentro de categorías teológicas definitivas. Ella empleó temas teológicos para expresar sus ideas y argumentaba, a veces enérgicamente, a favor o en contra de distintos conceptos doctrinales o teológicos. En primer lugar, ella entendía la importancia de tener un enfoque teológico. Por ejemplo, dirigiéndose a pastores en 1901, ella escribió: “El sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran verdad alrededor de la cual todas las demás verdades se aglutinan. Para que se la pueda entender y apreciar correctamente, a cada verdad de la palabra de Dios, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, se la debe estudiar a la luz que sale de la cruz del Calvario. Les presento ante ustedes al grande, al gran monumento de misericordia y regeneración, de salvación y redención: al Hijo de Dios levantado en la cruz. Este debe ser el fundamento de todo discurso que den nuestros ministros” (Ms 70, 1901, en MR 20:336; cf. OE 326; Ed 125). Más allá de la aplicación homilética de esta referencia a la importancia del sacrificio de Cristo en el Calvario, es obvio que Elena de White entendía que las doctrinas bíblicas son parte de un sistema amplio de creencias interrelacionadas, que cada doctrina tiene impacto en otras doctrinas. Su corpus de escritos lleva la marca de un sistema de creencias bien coordinadas, con apoyo bíblico.
Durante los setenta años de ministerio en el movimiento adventista del séptimo día, Elena de White participó repetidas veces en discusiones y en polémicas doctrinales y teológicas, y tomó posturas definitivas contra algunas herejías o doctrinas aberrantes defendidas por pastores o por líderes de iglesia. Ella entendía bien las implicancias teológicas de las opiniones panteístas de J. H. Kellogg a principios del siglo XX, cuando afirmó que Dios es una persona y que, aunque “las cosas de la naturaleza son una expresión del carácter de Dios [...] no hemos de considerar a la naturaleza como Dios” (TI 8:275). Ella además explicó: “Estas teorías [panteístas], seguidas de sus conclusiones lógicas, suprimen completamente el cristianismo. Eximen de la necesidad de la redención, y hacen del hombre su propio salvador. Esas teorías referentes a Dios quitan toda eficacia a su Palabra, y los que las aceptan están expuestos al peligro de considerar finalmente toda la Biblia como una fábula” (ibíd. 306).
Con el desarrollo de las doctrinas adventistas del séptimo día durante el siglo XIX, la gente comenzó a usar las expresiones “hitos” o “pilares” para referirse al núcleo de creencias adventistas distintivas. Durante los debates acalorados del Congreso de la Asociación General de 1888, los delegados discutieron la identificación correcta de uno de los diez cuernos de Daniel 7:7 y la identidad de la ley “ayo” de Gálatas 3:24. Elena de White, mientras instaba fuertemente a un estudio más amplio de la Biblia, deploró profundamente la falta de cortesía cristiana ejemplificada en estas discusiones. Ella se preocupó en particular cuando algunos de los pastores de mayor edad, como medio de cerrar la discusión, usaron el argumento de que todos los delegados debían “mantenerse junto a los hitos antiguos” y no aceptar ninguna opinión nueva. En un manuscrito escrito poco después del congreso, ella reflexionó sobre lo que había pasado y su comprensión del significado de los hitos antiguos. Sus pensamientos indican que ella tenía una comprensión teológica de estas doctrinas, y podía diferenciar entre doctrinas centrales y enseñanzas secundarias. George Knight nota que estas “doctrinas consideradas como ‘hitos’ eran aspectos no negociables en la teología adventista. Los adventistas habían estudiado cuidadosamente cada una de ellas en la Biblia. Colectivamente, ellas les habían concedido su identidad, primeramente a los adventistas ‘sabatistas’, y luego a los adventistas del séptimo día”.761
Elena de White escribió: “En Minneapolis, Dios dio a su pueblo, en un nuevo engarce, algunas gemas de verdad. Esta luz del cielo fue rechazada por algunos con toda la testarudez que los judíos mostraron al rechazar a Cristo, y se habló mucho de mantenerse junto a los hitos antiguos. Pero, había evidencias de que no sabían cuáles eran los hitos antiguos. Había evidencia y lógica procedentes de la Palabra que la recomendaban a la conciencia; pero la mente de los hombres estaba cerrada, sellada contra la entrada de luz, porque habían decidido que era un error peligroso modificar los ‘hitos antiguos’ cuando, en realidad, no se movía ninguno de esos hitos antiguos, sino que esos hombres habían pervertido el concepto de lo que era un hito antiguo” (Ms 13, 1889, en OP 25).
Entonces, ella hizo una lista de lo que consideraba que eran los “hitos antiguos”: “El año 1844 fue un período de grandes acontecimientos, y abrió ante nuestros asombrados ojos la purificación del Santuario, hecho que sucede en el cielo y que tiene una decidida relación con el pueblo de Dios sobre la Tierra. [También] los tres mensajes angélicos presentan el estandarte sobre el que está escrito: ‘Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús’. Uno de los hitos de este mensaje es el Templo de Dios –que su pueblo, amante de la verdad, vio en el cielo– y el arca que contiene su Ley. La luz del sábado del cuarto Mandamiento brilló con fuertes rayos en el sendero de los transgresores de la Ley de Dios. Que los impíos no tengan acceso a la inmortalidad es uno de los hitos antiguos. No puedo recordar otra cosa que sea considerada como hito antiguo” (ibíd.).
De esta lista, surgen cinco pilares doctrinales. El primero es la purificación del Santuario celestial y el énfasis distintivamente adventista en el ministerio intercesor de Cristo. La eficacia de la obra de Cristo en la cruz, su sacrificio completo de expiación, preparó el camino para su obra de intercesión desde su ascensión, y para su obra adicional de purificación, que comenzó en 1844. En palabras de Elena de White, “la intercesión de Cristo en beneficio del hombre en el Santuario celestial es tan esencial para el plan de la salvación como lo fue su muerte en la cruz” (CS 543).
El segundo pilar doctrinal es la proclamación profética de los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14:6 al 12. Estos mensajes constituyen el último llamado de Dios al mundo a aceptar la salvación en Cristo y a preparar a la humanidad para su pronto regreso. Parte de los mensajes es la invitación a adorar a Dios, el Creador, y a rechazar todas las formas de Babilonia y de adoración idólatra. Elena de White entendía estos mensajes como la marca característica de “la iglesia de Cristo cuando él aparezca” (ibíd. 506).
La inmutabilidad y la perpetuidad de los Mandamientos de Dios es el tercer pilar doctrinal que ella resalta. Basándose en el hecho de que, en el Antiguo Testamento, el arca del pacto contenía las tablas de piedra en las cuales Dios había escrito los Diez Mandamientos (Éxo. 40:20), Elena de White entendía que la visión del arca del pacto vista en el Templo celestial en Apocalipsis 11:19 es una indicación de que, todavía hoy, la Ley de Dios (los Diez Mandamientos) es válida y vinculante, y que la fe en Cristo no puede eliminar la obediencia de la Ley (CS 486-488). “Como la Ley de Dios es una revelación de su voluntad, una transcripción de su carácter, debe permanecer para siempre ‘como testigo fiel en el cielo’. Ni un Mandamiento ha sido anulado; ni un punto y ni una tilde han sido cambiados” (ibíd. 487).
La cuarta doctrina está relacionada estrechamente con las anteriores y enseña la observancia del sábado como día de reposo. Aquí, en el pensamiento de Elena de White, muchos puntos doctrinales encuentran su interconexión. “En Apocalipsis 14 [vers. 7], se convoca a los hombres a que adoren al Creador; y la profecía expone a la vista una clase de personas que, como resultado del triple mensaje, guardan los Mandamientos de Dios [vers. 12]. Uno de esos Mandamientos señala directamente a Dios como Creador. El cuarto precepto declara: ‘El séptimo día será sábado a Jehová, tu Dios... porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, la mar y todas las cosas que en ellos hay; y en el día séptimo reposó; por tanto Jehová bendijo el día del sábado, y lo santificó’ ” (CS 490).
El quinto pilar doctrinal es la no inmortalidad natural del alma (condicionalismo) y la destrucción eterna de los impíos (aniquilacionismo). Elena de White afirmaba que la primera mentira de Satanás a Eva fue respecto de la inmortalidad natural del alma. Ella también consideraba la doctrina del castigo eterno como una de las doctrinas más espantosas que tergiversan el carácter de Dios (ibíd. 586-592). Por lo tanto, ella argumentaba que solo la doctrina de la inmortalidad condicional es congruente con la doctrina de la resurrección (ibíd. 601-603).
Aunque no está presente en esta lista, el sexto pilar doctrinal incluido entre las doctrinas no negociables es la segunda venida de Cristo literal y premilenaria. Por alguna razón, Elena de White la dejó fuera de la lista citada arriba, probablemente porque nadie pensó siquiera en cuestionar algo tan central de ser un adventista.
Esta lista de doctrinas distintivas y los numerosos intentos de Elena de White de aclarar cuestiones teológicas indican que ella percibía su ministerio como teniendo impacto teológico en la denominación creciente, y sus escritos exhiben las huellas del aprendizaje teológico y de un claro sistema de pensamiento. Para entender mejor la teología de Elena de White, el resto de este artículo dará, primero, una mirada a las corrientes de pensamiento teológicas e ideológicas que se perciben en sus escritos; y después, tratará varios temas teológicos destacados de sus escritos. El lector encontrará un análisis más detallado de los temas doctrinales particulares en la sección temática de esta enciclopedia.
I. Corrientes teológicas e ideológicas en los escritos de Elena G. de White
El sistema de creencia adventista no surgió en un vacío teológico o ideológico.762 El protestantismo norteamericano del siglo XIX estaba formado por corrientes e ideas teológicas y religiosas que impactaron en la formación de la identidad y las doctrinas adventistas. En la teología y en el sistema de creencias de Elena de White se pueden ver seis de tales corrientes: la Reforma Protestante, la Reforma radical y el restauracionismo, el metodismo wesleyano, el deísmo, el puritanismo, y el milenarismo.
La Reforma Protestante
Quizás es obvio decir que el pensamiento de Elena de White es protestante. Los primeros adventistas eran conscientes de que la Reforma Protestante del siglo XVI había traído una renovación y un redescubrimiento de muchas verdades abandonadas y olvidadas. Ellos se vieron rápidamente como los herederos de Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrich Zwingli y otros. Junto con estos reformadores, los adventistas aceptaron las dos “doctrinas distintivas del protestantismo: la salvación por medio de la fe en Cristo y la infalibilidad única de las Escrituras” (CS 95). De estas dos doctrinas, la autoridad suprema de la Biblia como regla de fe y de práctica es vista como el principio protestante más fundamental, y tenía un lugar prominente en el sistema doctrinal de Elena de White, como veremos en más detalle en la siguiente sección sobre sus temas teológicos. En su libro El conflicto de los siglos, ella reitera muchas veces la importancia de este principio (cf. ibíd. 217). “El gran principio que sostenían estos reformadores [...] era la infalible autoridad de las Santas Escrituras como regla de fe y práctica. Negaban a los papas, a los concilios, a los Padres y a los reyes todo derecho a dominar las conciencias en asuntos de religión. La Biblia era su autoridad y, por medio de las enseñanzas de ella, juzgaban todas las doctrinas y exigencias. La fe en Dios y en su Palabra era lo que sostenía a estos santos varones cuando entregaban su vida en la hoguera” (ibíd. 291).
Elena de White entendía que, durante la Edad Media, los concilios de la iglesia y los líderes eclesiásticos traicionaron repetidamente las verdades bíblicas al ir incorporando creencias y prácticas paganas a la fe cristiana. Esta transigencia entre el cristianismo y el paganismo, y la ignorancia de las Escrituras hizo surgir la apostasía generalizada. Ella comentó: “Cuando se suprimen las Escrituras y el hombre llega a considerarse como supremo, solo podemos esperar fraude, engaño y degradante iniquidad” (ibíd. 59). Las doctrinas de la inmortalidad natural del alma, la invocación de los santos y la adoración de la virgen María, el tormento eterno de los pecadores, la supremacía y la infalibilidad papal, las indulgencias, el purgatorio, y el sacrificio de la misa eran prominentes entre las doctrinas no bíblicas que surgieron durante la Edad Media y que, después, serían desafiadas y rechazadas por los reformadores protestantes (ibíd. 53-65). Así, doctrinas bíblicas cruciales fueron eclipsadas por errores solo para ser restauradas después de un regreso fiel a la Biblia como la única norma de fe y de práctica.
Es en este contexto que Elena de White habla de la importancia de las doctrinas del sábado y de la inmortalidad condicional, dos doctrinas clave en su sistema de creencias. Las contrapartes tradicionales de ambas doctrinas, la observancia del domingo y la inmortalidad natural del alma, son vistas como los ejemplos más flagrantes de la invasión del paganismo y la tradición no bíblica en el cristianismo primitivo (ibíd. 56, 57, 600, 601, 605). Ella incluso previó que, al final del tiempo, a través de estos “dos grandes errores, el de la inmortalidad del alma y el de la santidad del domingo, Satanás someterá a la gente [o sea, al mundo] bajo sus engaños” (ibíd. 645). Ella entendía que las prácticas de adoración no bíblicas (p. ej.: guardar el domingo como día de adoración) y las suposiciones filosóficas no bíblicas (p. ej.: la visión dualista de la naturaleza humana que conduce a la creencia en la inmortalidad natural del alma y su consiguiente creencia en un infierno que arde eternamente como lugar de castigo) contienen los elementos básicos de muchos engaños más. Solo aferrándose a la Biblia se descubrirán y corregirán esos errores. Aunque Elena de White creía que Dios siempre había tenido un grupo fiel de personas que creían en las verdades de la Escritura, ella sostenía la importancia histórica y profética de la Reforma Protestante como un movimiento dirigido en forma divina para restaurar muchas doctrinas bíblicas olvidadas, incluso la observancia del sábado.
Su descripción del papel de John Wycliffe en la Reforma ilustra cómo percibía ella el rol crucial que tuvieron otros reformadores en la restauración de la Biblia como la única autoridad infalible en la iglesia. Wycliffe, visto como “el lucero de la Reforma”, fue el agente de Dios para preparar “el camino para la gran Reforma” (ibíd. 85, 103).
La devoción de Wycliffe a la verdad y al estudio de las Escrituras lo preparó para servir en un papel similar al de Juan el Bautista, como “heraldo de una nueva era” (ibíd. 99, 100). Elena de White afirmó que él inauguró un “gran movimiento [...] que iba a liberar las conciencias y los intelectos” (ibíd.). La fuente de ese movimiento era la Biblia, que él aceptaba “con fe absoluta [...] como la revelación inspirada de la voluntad de Dios, como regla suficiente de fe y práctica” (ibíd.). Él enseñó que la Biblia no solo es “una revelación perfecta de la voluntad de Dios, sino que el Espíritu Santo es su único intérprete, y que todo hombre, por medio del estudio de sus enseñanzas, debe conocer por sí mismo sus deberes” (ibíd.). En oposición a la creencia común, Wycliffe declaró que la Biblia es “la única autoridad verdadera” y que debe ser aceptada como la voz de Dios (ibíd.). La mayor contribución de Wycliffe a la Reforma fue su traducción de la Biblia al inglés, “para que todo hombre en Inglaterra pudiera leer en su propia lengua las obras maravillosas de Dios” (ibíd. 94). Su traducción dio a sus compatriotas “el arma más poderosa contra Roma” (ibíd.). Así, según Elena de White, Wycliffe hizo “más para romper las cadenas de la ignorancia y del vicio, y para liberar y engrandecer a su nación, que todo lo que jamás se consiguiera con las victorias más brillantes en los campos de batalla” (ibíd. 95). Al ser Wycliffe “uno de los más grandes reformadores”, su vida es “un testimonio del poder educador y transformador de las Santas Escrituras” (ibíd. 100, 101). La influencia de John Wycliffe se esparció desde Inglaterra a otras partes de Europa, donde la Biblia también se convirtió en una fuerza liberadora.
Elena de White atribuye a Martín Lutero el papel más importante en la restauración de la segunda doctrina distintiva del protestantismo: la salvación por medio de la fe en Cristo. El estudio de la Escritura condujo a Lutero a dudar de la doctrina de las indulgencias y su venta, y de la salvación orientada a las obras. Su visita a Roma y sus confrontaciones con Tetzel lo hicieron ver, “con más claridad que nunca, la falacia de confiar en las obras humanas para la salvación, y la necesidad de una fe constante en los méritos de Cristo” (ibíd. 134). “Expuso ante la gente el carácter ofensivo del pecado y le enseñó que le es imposible al hombre, por medio de sus propias obras, reducir su culpabilidad o evitar el castigo. Solo el arrepentimiento ante Dios y la fe en Cristo pueden salvar al pecador. La gracia de Cristo no se puede comprar; es un don gratuito” (ibíd. 138).
Otro principio protestante que Elena de White apoyó sin reparos es el sacerdocio de todos los creyentes, y ella abogó por la participación de todos los cristianos en la misión de la iglesia. “Cada alma que Cristo ha rescatado está llamada a trabajar en su nombre para la salvación de los perdidos” (PVGM 150). Aunque las mujeres y los hombres cristianos tengan diferentes roles en la iglesia, algunos trabajando como pastores mientras otros sirven como laicos, ella creía que “Dios espera un servicio personal de aquellos a quienes ha confiado el conocimiento de la verdad para este tiempo. No todos pueden ir como misioneros a países lejanos, pero todos pueden ser misioneros en el lugar donde viven, entre sus familiares y vecinos” (TI 9:25).
A pesar de celebrar la importancia histórica y teológica de la Reforma, Elena de White era consciente ciertas limitaciones. “La Reforma no terminó, como muchos lo creen, al morir Lutero. Tiene que continuar hasta el fin de la historia del mundo. Lutero tuvo una gran obra que hacer: reflejar a otros la luz que Dios hizo brillar en su corazón; pero él no recibió toda la luz que debía ser dada al mundo. Desde aquel tiempo hasta hoy, nueva luz ha estado brillando ininterrumpidamente sobre las Escrituras y nuevas verdades han sido reveladas constantemente” (CS 158). Esta evaluación de la Reforma refuerza el fundamento de la siguiente corriente dominante de pensamiento en la enseñanza de Elena de White.
La Reforma radical y el restauracionismo
Las raíces más profundas y la orientación teológica protestante del adventismo primitivo yacen en la rama de la Reforma llamada la Reforma radical o el anabaptismo. Mientras los reformadores de la línea principal defendían el concepto de Sola Scriptura (solo las Escrituras son la base de las doctrinas), los anabaptistas se dieron cuenta de que un resabio de la tradición todavía era parte del sistema teológico protestante de creencias y decidieron buscar un regreso completo a las enseñanzas de la Biblia. Rechazaron muchas formas de la tradición eclesiástica y muchos desarrollos doctrinales desde el tiempo de los apóstoles, y buscaron regresar a los ideales y las formas de la iglesia del Nuevo Testamento. Así, ellos defendían el bautismo del creyente en lugar del bautismo de bebés, y defendían una separación estricta de la Iglesia y del Estado, lo que condujo a la formación de iglesias “libres”, en contraste con las iglesias “establecidas” (mantenidas por el Estado).
En el protestantismo norteamericano del siglo XIX, la fracción de las iglesias “libres” de la Reforma estaba expresada en lo que los historiadores de la iglesia se refieren como restauracionismo, a veces llamado primitivismo. Los restauracionistas creían que la Reforma que comenzó en el siglo XVI no había sido completada todavía, y que era esencial un regreso firme a las enseñanzas y las prácticas de la iglesia del Nuevo Testamento. Patrocinaban una visión radical de Sola Scriptura y no sostenían otro credo que la Biblia misma. Dos de los fundadores del adventismo del séptimo día, James White y Joseph Bates, eran miembros de una denominación restauracionista, la Conexión Cristiana.
Es fácil ver en los escritos de Elena de White que gran cantidad de sus creencias y temas teológicos caen dentro de la herencia teológica anabaptista y restauracionista. Uno de sus libros más ampliamente leídos, El conflicto de los siglos, describe la historia de la iglesia cristiana desde la destrucción de la ciudad de Jerusalén, en el año 70 d.C., hasta la Tierra restaurada después del Juicio Final. La primera mitad de este clásico consiste en el relato histórico del conflicto entre el bien y el mal tal como se desarrolló en la vida de las personas fieles a Dios desde la iglesia primitiva hasta alrededor de mediados del siglo XIX. Ella describe eventos significativos de la vida de los valdenses en el sur de Francia y el norte de Italia, de Juan Hus y de Jerónimo en Praga, de John Wycliffe en Inglaterra, de Martín Lutero en Alemania, de Ulrico Zuinglio en Suiza, y de Juan Calvino en Francia y en Ginebra. En conexión con estos reformadores, ella resalta los logros de Menno Simons en los Países Bajos, y los reavivamientos de John y Charles Wesley en Inglaterra.763
En su trazado de esta historia de la Reforma y de las contribuciones de distintos teólogos y movimientos religiosos, la línea básica de pensamiento de Elena de White es anabaptista y restauracionista. Como ya hice alusión, su objetivo es demostrar que Dios siempre tuvo, a través de los siglos, un pueblo fiel a la Escritura y comprometido pertinazmente a seguir las enseñanzas de ella. Así, Elena de White percibe la historia del conflicto entre el bien y el mal durante la era cristiana como la acción de Dios para restaurar verdades perdidas por las tradiciones humanas y la invasión del paganismo en el cristianismo. Ella menciona que una de las últimas verdades que serán “redescubiertas” es la creencia en el pronto regreso de Cristo, premilenario y personal. Al predicador bautista del siglo XIX que popularizó esta doctrina, William Miller, Elena de White lo llama “un reformador estadounidense” (GC88 317). En su pensamiento, es claro que la Iglesia Adventista, nacida del movimiento millerita, constituye una parte importante del propósito de Dios para el cristianismo al fin del tiempo. De hecho, ella ve el adventismo como la culminación profética de la Reforma Protestante y de la restauración del pueblo de Dios del Nuevo Testamento. El adventismo, en su predicación del pronto regreso de Cristo y del cumplimiento de las profecías bíblicas, es el instrumento de Dios para advertir al mundo de la destrucción inminente.
La buena opinión de Elena de White sobre la Escritura y su rechazo de la tradición también destacan su herencia anabaptista y restauracionista. Un denominador común aparece en sus descripciones de eventos ocurridos en la vida de las figuras históricas que ella presenta en la primera mitad de El conflicto de los siglos: Satanás buscó destruir a estas personas porque ellas amaban a Dios y deseaban permanecer fieles a las enseñanzas de la Biblia. Elena de White, además, señala que el objetivo de Satanás siempre ha sido eclipsar la Palabra de Dios y reducir su atractivo, dado que se puede engañar con mayor facilidad a los que no conocen la Biblia (CS 651). Por lo tanto, la gente que se aferra a la Escritura es objeto de la ira y de los ataques de Satanás. Ella también señala que, al fin del tiempo, este conflicto se repetirá en la vida del pueblo de Dios que, inflexiblemente, desea seguir las enseñanzas bíblicas por encima de las opiniones y las tradiciones humanas (ibíd. 651, 652). “Pero Dios tendrá un pueblo en la Tierra que sostendrá la Biblia y la Biblia sola como regla fija de todas las doctrinas y base de todas las reformas. Ni las opiniones de los sabios; ni las deducciones de la ciencia; ni los credos o las decisiones de concilios ecuménicos, tan numerosos y discordantes como lo son las iglesias que representan; ni la voz de las mayorías; nada de esto, ni en conjunto ni en parte, debe ser considerado como evidencia a favor o en contra de cualquier punto de fe religiosa. Antes de aceptar cualquier doctrina o precepto, debemos exigir un categórico ‘Así dice Jehová’ ” (ibíd. 653). Para Elena de White, la Biblia es la Palabra de Dios escrita e inspirada, y “contiene todos los principios que los hombres necesitan comprender a fin de prepararse para esta vida o para la venidera” (Ed 123). Todos pueden entender la Escritura (ibíd.) y su lenguaje se puede explicar según su significado obvio, a menos que se emplee un símbolo o una figura (CS 657).
El metodismo wesleyano
Una tercera corriente de pensamiento evidente en la teología de Elena de White es el metodismo wesleyano. Elena de White creció en un devoto hogar metodista y, por un período de tiempo, su familia fue miembro de la Iglesia Metodista de la Calle Chestnut, en Portland, Maine. En su biografía, ella recuerda unos pocos eventos de su crianza metodista que tuvieron un impacto crucial en su vida posterior: su conversión a Cristo, su bautismo por inmersión y sus primeros pasos en el crecimiento espiritual (Bio 1:32-42). El desarrollo espiritual de Elena de White tomó una nueva dirección después de asistir a dos series de conferencias sobre la segunda venida de Cristo, que presentó William Miller en Portland. La primera de las series fue en marzo de 1840, cuando ella tenía doce años; y la segunda fue en el verano de 1842. Cuando era jovencita, quedó profundamente impresionada por estas conferencias y decidió prepararse para la segunda venida de Cristo. En los meses que siguieron, a medida que se profundizaba su compromiso cristiano, ella recibió guía espiritual de un pastor metodista, Levi Stockman, quien la animó a confiar en Jesús. Ella recordó: “Durante los pocos minutos en los cuales recibí instrucción del pastor Stockman, obtuve más conocimiento sobre el tema del amor y de la ternura compasiva de Dios que de todos los sermones y exhortaciones que hubiera escuchado” (ibíd. 39).