Kitabı oku: «Enciclopedia de Elena G. de White», sayfa 37

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El escenario escatológico de Elena de White sigue básicamente los pasos del premilenarismo de Miller y está mejor descrito en su libro El conflicto de los siglos. Ella creía que el mundo estaba viviendo en los últimos días y que pronto verían la segunda venida de Cristo. Como Miller, ella rechazaba la posibilidad de redimir la Tierra por medio de reformas sociales y aceptaba la opinión de que el pecado llegaría a su fin con la segunda venida de Cristo. Antes de ese momento, el mundo oirá el mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14 (después se dirá más sobre estos mensajes), y toda la gente de la Tierra tomará una decisión final respecto del mensaje evangélico y la obediencia fiel a los Mandamientos de Dios. La predicación de estos mensajes galvanizará la opinión pública a favor o en contra de las enseñanzas de la Escritura, y llevará a la persecución y la tribulación de los que desean seguir la Palabra de Dios (CS 661-670). Sin embargo, en este tiempo de angustia, el pueblo de Dios está protegido del mal y, al final, será rescatado en el momento de la venida de Cristo (ibíd. 671-692).

Además, Elena de White explicó que, en el día del segundo advenimiento de Cristo, terminará el mundo tal como lo conocemos. Los redimidos que murieron en la esperanza de la vida eterna serán resucitados y, al pueblo de Dios que esté vivo, se le otorgará la inmortalidad. Ambos grupos ascenderán al cielo, donde vivirán con Cristo por mil años (ibíd. 693-710). Durante ese tiempo, la Tierra queda desolada y deshabitada; se convierte en la prisión de Satanás y sus hordas malvadas (ibíd. 711-719).

Según Elena de White, al final del milenio, Cristo y todos los redimidos regresarán a la Tierra con la Nueva Jerusalén. En ese punto, se juzga a todos los pecadores en el Juicio Final y, junto con Satanás y sus ángeles, son destruidos para la eternidad. Elena de White defiende el concepto de que el pecado y el mal, y los pecadores y los ángeles rebeldes serán destruidos en una aniquilación completa al final del milenio (ibíd. 720-731). Para ella, el aniquilacionismo también está entretejido con su visión de la naturaleza humana y de la inmortalidad condicional. Ella rechaza el idea platónica de la inmortalidad natural del alma, que cree que es propagada por el paganismo y por gran parte del cristianismo (ibíd. 607-618). En cambio, ella ve la inmortalidad condicional como el principio bíblico que corrige el interés popular en distintas formas de espiritismo, un engaño introducido en el mundo por Satanás en el Edén (ibíd. 586-589; cf. Gén. 3:4, 5). A la muerte natural se la ve como una condición semejante al sueño sin conciencia, que solo interrumpe la resurrección (CS 601, 605, 606). La creencia de Elena de White en la inmortalidad condicional de la vida humana excluye la existencia eterna de los pecadores y de los ángeles malos. Para ella, la inmortalidad es un regalo de Dios, una recompensa otorgada solo a los fieles hijos de Dios redimidos y a nadie más. Esta visión la condujo a creer que la muerte eterna, o sea, la no existencia eterna, es la consecuencia definitiva del pecado.

La escatología de Elena de White es firmemente premilenarista, y dependiente de sus puntos de vista sobre la naturaleza humana, la inmortalidad condicional y el aniquilacionismo. Sin embargo, su premilenarismo no es dispensacionalista. Ella rechaza la creencia de que el segundo advenimiento de Cristo está dividido en dos eventos, el primero un rapto secreto y el segundo una aparición gloriosa, separados por una brecha de siete años durante los cuales los pecadores en la Tierra recibirán una segunda oportunidad de salvación. El segundo advenimiento de Cristo será un evento único, visible y personal. Ella también rechaza el universalismo y cree que los pecadores solo tienen esta vida para tomar una decisión respecto del mensaje evangélico y el ofrecimiento de la salvación. Por lo tanto, estas creencias influyen en su fuerte afirmación de la misión de la iglesia de difundir el evangelio a todos los pueblos y naciones de la Tierra.

Sin embargo, es paradójico el compromiso de Elena de White con la Reforma Prosalud, la educación, y el bienestar social y personal. Dado su énfasis en el premilenarismo, y en la destrucción total de esta tierra y sus tesoros en el segundo advenimiento de Cristo, es un poco desconcertante que ella dedicara tanto de sus escritos y de su ministerio a la promoción de un estilo de vida sano e integral (ver sus libros El ministerio de curación y Consejos sobre la salud); y hoy los adventistas del séptimo día viven, en promedio, de cinco a diez años más que la población general.789 Ella también alentaba el desarrollo de un vasto y extenso sistema educativo (ver sus libros La educación y Consejos para los maestros, padres y alumnos acerca de la educación cristiana), promovía actividades locales y reformas de bienestar (ver sus libros El ministerio de la bondad y La temperancia), y ayudó en el desarrollo de una organización eclesiástica bastante grande y bien estructurada (ver muchos de sus testimonios en Testimonios para la iglesia). Si Elena de White creía en la pronta venida cataclísmica de Cristo, ciertamente también ayudó a establecer un significativo “reino” adventista en la Tierra. Sin embargo, su énfasis en todas estas actividades y reformas sociales se debe entender dentro del contexto de su pensamiento misiológico. Ella creía que la misión de la iglesia es una extensión de la obra de Cristo, que enseñaba y sanaba. Esta misión de difundir el evangelio y el mensaje de los tres ángeles a todo el mundo sería más eficaz y exitosa si se involucraran todos los aspectos de la vida humana. Así, la Reforma Prosalud y la de la temperancia, la educación, y el bienestar social son aspectos y funciones integrales de la misión de la iglesia de proclamar un mensaje de amor y de salvación a un mundo moribundo que tiene una necesidad perentoria de esperanza. Su escatología influye sus visiones misiológicas que, a su vez, impulsan su pensamiento social.

II. Temas teológicos en los escritos de Elena G. de White

A continuación del tratamiento de las corrientes de pensamiento que tuvieron impacto en los escritos de Elena de White, es apropiado ahora resaltar los temas principales que se encuentran en sus escritos. Aunque, a lo largo de los años, se han identificado varios temas en sus escritos, en 1996 George Knight fue el primero en publicar una lista de siete temas teológicos; esta se encuentra en el último capítulo de su libro Meeting Ellen White: A Fresh Look at Her Life, Writings, and Major Themes. En la introducción de este capítulo, Knight comenta: “[Estos temas] representan ideas que nos ayudan a entender su teología, y su responsabilidad por las personas y la iglesia. También integran los distintos hilos de su pensamiento en una red unificada de conceptos que proveen un marco interpretativo para no solo documentos individuales, sino también para sectores completos de sus escritos (como la salud, la educación y la vida familiar)”.790

Coincido con Knight en afirmar que, aunque Elena de White no era una teóloga instruida, usó en sus escritos una cantidad de temas teológicos para expresar sus ideas, para organizar sus consejos a personas y a la iglesia, y para escribir o comentar sobre temas bíblicos. Al principio de su ministerio, Elena de White no se propuso utilizar estos temas como marco interpretativo para sus escritos, sino que, cuando sus escritos se volvieron más voluminosos, estos temas recibieron más énfasis y, lentamente, surgieron e integraron las diferentes líneas de su pensamiento. Estos temas están tan interrelacionados en sus escritos que es difícil tratarlos por separado sin repetir lo que ya se dijo.

El amor de Dios

Los temas del amor de Dios y del gran conflicto entre Cristo y Satanás son los temas fundacionales de la teología de Elena de White. De estos dos, Knight señala que “quizás el tema central y más completo” en sus escritos es el del “amor de Dios”.791 Esta es una cuestión que Elena de White menciona y trata repetidamente en sus libros. Es este tema el que provee el contexto para su relato de la historia de la Gran Controversia y sirve como principio teológico de hermenéutica para entender sus escritos. El amor de Dios existía antes de la creación de cualquier otro ser y antes del surgimiento de la rebelión de Satanás.

Como se mencionó antes, la colección de libros más conocida de Elena de White es la serie del Gran Conflicto, de cinco tomos. Esta serie surgió a lo largo de los años mientras ella revelaba a sus lectores su comprensión del gran conflicto entre el bien y el mal desde la caída de Lucifer en el cielo hasta el establecimiento de la Tierra Nueva al final del tiempo. El primer tomo de esta serie, Patriarcas y profetas (1890), y el último, El conflicto de los siglos (1888), fueron escritos en la década de 1880, y sobresale en ellos la integración de estos dos temas dominantes. La frase “Dios es amor” aparece como las tres primeras palabras de Patriarcas y profetas (p. 11) y las tres últimas palabras de El conflicto de los siglos (p. 737). Es obvio que Elena de White tenía un propósito en mente cuando se refirió al amor de Dios como el principio y el fin de su metarrelato. El amor de Dios surge como el foco central de la lucha cósmica entre el bien y el mal, y aparece como un principio hermenéutico para entender su pensamiento. También provee el contexto para su narración de la historia del Gran Conflicto.

Sin embargo, este principio hermenéutico se volvió evidente en sus escritos sobre el Gran Conflicto solo más tarde en su vida. Su primer libro sobre el Gran Conflicto –el primer tomo de Spiritual Gifts– no menciona ni una vez que “Dios es amor”. Y la descripción de dos páginas de la “ley de amor” que da comienzo a la serie del Gran Conflicto en Patriarcas y profetas (pp. 12, 13) no tiene paralelo en ninguno de sus escritos anteriores en Spiritual Gifts (t. 1) o en The Spirit of Prophecy (t. 1). Entonces, parece obvio que, cuando Elena de White amplió su relato del Gran Conflicto, llegó a ver el carácter de Dios como el principal principio de articulación de este conflicto cósmico. Lo que, en un comienzo, puede no haber sido aparente se volvió más prominente en sus escritos posteriores.

Otros libros también resaltan este énfasis en el amor de Dios. El primer capítulo de El camino a Cristo empieza con estas palabras: “La naturaleza, a semejanza de la revelación, testifica del amor de Dios” (CC 7). Ella continúa: “El mundo, aunque caído, no es todo tristeza y miseria. En la naturaleza misma hay mensajes de esperanza y consuelo. Hay flores en los cardos, y las espinas están cubiertas de rosas. ‘Dios es amor’ está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba” (ibíd. 8). Sin embargo, Elena de White señala que las cosas de la naturaleza en un mundo de pecado “solo representan imperfectamente su amor” (ibíd.). De ahí que la ilustración suprema y más clara del amor de Dios es Jesús, quien vino a este mundo para salvarnos de nuestros pecados (ibíd. 9-13).

En el primer capítulo de El Deseado de todas las gentes, ella señala que Jesús vino “para revelar la luz del amor de Dios” (DTG 11). “Tanto los redimidos como los seres que no cayeron hallarán en la Cruz de Cristo su ciencia y su canto. Se verá que la gloria que resplandece en el rostro de Jesús es la gloria del amor abnegado. A la luz del Calvario, se verá que la ley del amor autorrenunciante es la ley de vida para la tierra y el cielo; que el amor que ‘no busca lo suyo’ tiene su fuente en el corazón de Dios; y que, en el Manso y Humilde, se manifestó el carácter del que mora en la luz a la que ningún hombre puede acceder” (ibíd.). En la última página de El Deseado de todas las gentes, su conclusión es que, por medio del sacrificio de Cristo, “el amor ha vencido” (ibíd. 774).

Al término de El conflicto de los siglos, sus pensamientos finales también apuntan al futuro y a la promesa de la reconciliación eterna entre la naturaleza y Dios. “El Gran Conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni pecadores. Todo el universo está limpio. Una misma pulsación de armonía y júbilo late a través de la vasta creación. Del Ser que todo lo creó manan vida, luz y contentamiento por toda la extensión del espacio infinito. Desde el átomo más imperceptible hasta el mundo más grande, todas las cosas, animadas e inanimadas, declaran, en su belleza sin mácula y en gozo perfecto, que Dios es amor” (CS 736, 737).

El Gran Conflicto

El tema del Gran Conflicto, que el universo está atrapado en un conflicto cósmico entre Dios y las fuerzas del mal, y que este conflicto se desarrolla en la Tierra por la lealtad de la humanidad, está conectado estrechamente con el primer tema, el amor de Dios. Elena de White enfatiza repetidamente que el punto principal del Gran Conflicto es el objetivo de Satanás de tergiversar el carácter amoroso de Dios. Al principio de Patriarcas y profetas, ella escribió: “La historia del gran conflicto entre el bien y el mal, desde que comenzó en el cielo hasta el abatimiento final de la rebelión y la erradicación total del pecado, es también una demostración del inmutable amor de Dios” (PP 11). En El camino a Cristo, ella argumentó: “Satanás indujo a los hombres a concebir a Dios como un ser cuyo principal atributo es una justicia inexorable; [es decir,] como un juez severo, un duro y estricto acreedor. Pintó al Creador como un ser que está vigilando con ojo celoso para discernir los errores y las faltas de los hombres para así poder castigarlos con juicios” (CC 9; cf. Ed 190).

A la luz de estos pensamientos expresados en El camino a Cristo y en otros escritos, Herbert Douglass ve el tema del Gran Conflicto descripto por Elena de White como la “clave conceptual” para entender las preguntas más grandes de la humanidad con respecto del origen de la vida, y las razones para la existencia del bien y del mal, del sufrimiento y la muerte. Él argumenta que este tema permite a Elena de White proporcionar el trasfondo para el desarrollo del mal en la historia de la rebelión de Lucifer contra el gobierno de Dios. “El argumento de Satanás es que no se puede confiar en Dios, que su Ley es severa e injusta, y así el Legislador es injusto, severo y arbitrario”. En contraste con Lucifer, el propósito de Dios en este conflicto es doble: (1) demostrar frente a todo el universo la naturaleza de la rebelión de Satanás y, al hacerlo, reivindicar su propio carácter; y (2) restaurar en los hombres y en las mujeres la imagen de Dios.792 Douglas concluye que “la reivindicación de la justicia y de la confiabilidad de Dios, sumada al concepto de la restauración como el propósito del evangelio, trajo frescura bíblica al sistema teológico de Elena de White y proveyó de coherencia a todos los demás aspectos de sus enseñanzas”.793

Escribir la historia del gran conflicto entre Cristo y Satanás ocupó una porción considerable del tiempo de Elena de White entre 1858 y su muerte en 1915. En marzo de 1858, ella tuvo una visión en la cual se le instruyó que escribiera los eventos que había visto. Entre aflicciones personales, ella escribió ese año el primer tomo de Spiritual Gifts, en el cual resumió períodos importantes de la historia humana desde la caída de Lucifer en el cielo hasta la Tierra renovada. Por primera vez en sus escritos, ella reveló que un conflicto de proporción cósmica está ocurriendo en el universo, una lucha invisible entre las fuerzas del bien y del mal por el control de la humanidad y del destino final del universo.794

Para Elena de White, la tergiversación del carácter de Dios por parte de Satanás es la cuestión central del Gran Conflicto; pero además, parte del desafío de Satanás al carácter de amor y de justicia de Dios es un desafío a su Ley, que es una representación verdadera de su carácter. Elena de White entiende que el objetivo de Satanás es también tergiversar y distorsionar la Ley de Dios. En su pensamiento, el carácter de Dios y la Ley de Dios no son dos elementos separados de este conflicto; la Ley de Dios es un reflejo de su carácter. Por lo tanto, “Satanás representa la ley de amor de Dios como una ley de egoísmo. Declara que es imposible para nosotros obedecer sus preceptos” (DTG 15). “Desde el origen de la Gran Controversia en el cielo, el propósito de Satanás ha sido destruir la Ley de Dios. Para realizarlo, comenzó su rebelión contra el Creador y, aunque fue expulsado del cielo, continuó la misma guerra en la Tierra. Engañar a los hombres, y así inducirlos a transgredir la Ley de Dios, tal fue el objetivo que persiguió sin cejar. Sea esto conseguido haciendo a un lado toda la ley o descuidando uno de sus preceptos, el resultado será finalmente el mismo” (CS 639).795

La clave para entender el concepto de Elena de White del Gran Conflicto es también el énfasis que ella pone en la libertad de elección que Dios dio a todos los seres inteligentes creados. Cuando la rebelión comenzó en el cielo, Dios podría haber destruido fácilmente toda oposición, pero ella cree que, al hacerlo, él habría echado una sombra sobre su gobierno y habría dado algo de credibilidad a las acusaciones de Satanás.

“Por no estar los habitantes del cielo y de los mundos preparados para entender la naturaleza o las consecuencias del pecado, no podrían haber discernido la justicia de Dios en la destrucción de Satanás. Si se lo hubiese suprimido inmediatamente, algunos habrían servido a Dios por temor más bien que por amor. La influencia del engañador no habría sido destruida totalmente, ni se habría extirpado por completo el espíritu de rebelión. Por el bien del universo entero a través de los siglos sin fin, era necesario que Satanás desarrollase más ampliamente sus principios, para que todos los seres creados pudiesen reconocer la naturaleza de sus acusaciones contra el gobierno divino, y para que la justicia y la misericordia de Dios, y la inmutabilidad de su Ley quedasen establecidas para siempre más allá de todo cuestionamiento” (PP 22, 23).

Esta libertad de elección dada a los seres angélicos también fue dada a la humanidad en la Creación. Aunque creados santos e inocentes, Adán y Eva no estaban más allá de la posibilidad de hacer el mal. “Dios los hizo entes morales libres, capaces de apreciar y comprender la sabiduría y benevolencia de su carácter, y la justicia de sus requerimientos, y les dejó plena libertad para prestarle o negarle obediencia” (ibíd. 29, 30). En este contexto, Elena de White hace una contribución teológica muy valiosa a la comprensión del carácter de Dios. Mientras que Satanás usa mentiras y el engaño para cumplir su propósito contra Dios y su gobierno, por otra parte, Dios usa solo la persuasión amorosa. Él nunca obliga a alguien a servirlo. Como se aludió antes, este concepto es la base de su comprensión de la libertad religiosa.

A fin de revelar el verdadero carácter de Dios y para responder a las acusaciones de Satanás contra la Ley de Dios, Cristo vino a esta tierra para redimir a la humanidad (CC 9). “El acto de Cristo de morir por la salvación del hombre no solo haría accesible el cielo para los hombres, sino ante todo el universo justificaría a Dios y a su Hijo en su trato con la rebelión de Satanás. Establecería la perpetuidad de la Ley de Dios, y revelaría la naturaleza y los resultados del pecado. Desde el principio, el Gran Conflicto giró en derredor de la Ley de Dios. Satanás había procurado probar que Dios era injusto, que su Ley era defectuosa y que el bien del universo requería que fuese cambiada. Al atacar la Ley, procuró derribar la autoridad de su Autor. En el curso del conflicto habría de demostrarse si los estatutos divinos eran defectuosos y sujetos a cambio, o perfectos e inmutables” (PP 55; cf. DTG 15-17).

Junto con el tema del amor de Dios, este tema provee el marco teológico que le da dirección y contexto al resto de los escritos de Elena de White.796 Según George Knight, “los conceptos del amor de Dios y del Gran Conflicto conducen a un tercer tema que impregna los escritos de Elena de White y conecta todos los distintos temas juntos. Ese tercer tema se enfoca en Jesús, en su muerte en la cruz y en la salvación por medio de su gracia”.797

Jesús, su muerte y el ministerio celestial

Para Elena de White, Jesús no era solo el Redentor victorioso sobre las fuerzas del mal, sino también un amigo muy personal para ella y el Salvador que murió en la cruz por cada ser humano individual. Su conocimiento íntimo de Jesús como su Salvador personal se extiende a todos los aspectos de su tratamiento de la muerte de Cristo y de la salvación que él trae a la humanidad.

Para Elena de White, la demostración principal del amor de Dios en el Gran Conflicto fue enviar a Jesús a redimir la humanidad. “Fue para disipar esta sombra oscura, para revelar al mundo el infinito amor de Dios, que Jesús vino a vivir entre los hombres” (CC 9). Después de la caída de Adán y de Eva, Cristo se comprometió a redimir a la humanidad de la transgresión del mandamiento de Dios. El plan de redención fue concebido en amor divino por la humanidad. Elena de White argumentó: “La quebrantada Ley de Dios exigía la vida del pecador. En todo el universo solo existía uno que podía satisfacer sus exigencias en beneficio del hombre. Puesto que la Ley divina es tan sagrada como Dios mismo, solo uno igual a Dios podría expiar su transgresión. Ninguno sino Cristo podía redimir al hombre de la maldición de la Ley, y colocarlo otra vez en armonía con el Cielo. Cristo cargaría con la culpa y la vergüenza del pecado” (PP 48).

En 1901, Elena de White describió la importancia teológica de la muerte de Cristo, en una declaración que refleja la profundidad y el foco cristológicos de su pensamiento: “El sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran verdad en derredor de la cual se agrupan todas las otras verdades. A fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz que fluye de la Cruz del Calvario. Les presento el magno y grandioso monumento de la misericordia y regeneración, de la salvación y redención: el Hijo de Dios levantado en la cruz. Tal ha de ser el fundamento de todo discurso pronunciado por nuestros ministros” (OE 326).

Consistentemente y con claridad, Elena de White veía los sufrimientos y la muerte de Cristo como los eventos centrales del plan de salvación. Por siglos, los teólogos intentaron explicar el propósito y el significado de la muerte de Cristo. Se han propuesto múltiples teorías, desde el subjetivo modelo ejemplificador de Socinio hasta la objetiva teoría de Anselmo de la satisfacción, y se han discutido una multitud de argumentos para apoyar o rechazar varios aspectos de estas teorías. Sin embargo, muchos eruditos argumentaron, junto con Leon Morris, que las razones para la muerte de Cristo son tan polifacéticas que ninguna teoría abraza la totalidad de lo que Dios tenía la intención de hacer o de lograr en la Cruz.798 Lo más fascinante, quizás, es descubrir que Elena de White abrazaba todas las teorías principales de la expiación y, por lo tanto, defendía una comprensión amplia de las razones para el Calvario.

El aspecto más básico de la teología de la expiación de Elena de White se centra en la muerte de Cristo como una demostración del amor de Dios por la humanidad perdida. En 1869, ella escribió: “¿Quién puede comprender el amor manifestado aquí? [...] ¡Y todo por causa del pecado! Nada podía haber inducido a Cristo a dejar su honor y majestad celestiales, y venir a un mundo pecaminoso para ser olvidado, despreciado y rechazado por aquellos a quienes había venido a salvar y, finalmente, para sufrir en la Cruz, sino el amor eterno y redentor que siempre será un misterio” (TI 2:187). Es más, ella también afirmaba que tal demostración de amor de Dios ejerce una poderosa influencia moral en la humanidad y transforma el corazón de las personas que se dejan tocar por la vida y la muerte de Cristo. “Entraña intereses eternos. Es un pecado permanecer sereno y desapasionado ante él. Las escenas del Calvario despiertan la más profunda emoción. Tendrás disculpa si manifiestas entusiasmo por este tema. [...] La contemplación de las profundidades inconmensurables del amor del Salvador debieran llenar la mente, conmover y enternecer el alma, refinar y elevar los afectos, y transformar completamente todo el carácter” (ibíd. 192). Ella también escribió que reflexionar sobre los eventos del Calvario despertará “emociones tiernas, sagradas y vivas en el corazón del cristiano” y quitará “el orgullo y la estima propia” (ibíd. 191).

Años más tarde, Elena de White ofreció este mismo tema como punto de partida de su libro El Deseado de todas las gentes: “Él vino a este mundo para manifestar esa gloria. Vino a esta tierra oscurecida por el pecado para revelar la luz del amor de Dios; para ser ‘Dios con nosotros’. [...] A la luz del Calvario, se verá que la ley del amor autorrenunciante es la ley de la vida para la tierra y el cielo; que el amor que ‘no busca lo suyo’ tiene su fuente en el corazón de Dios” (DTG 11). Los mismos sentimientos tienen eco en Patriarcas y profetas. Con una cita de 1 Juan 4:16, ella comienza la serie del Gran Conflicto con la declaración de que “Dios es amor”; y después, ella afirma que “la historia del gran conflicto entre el bien y el mal, desde que comenzó en el cielo hasta el abatimiento final de la rebelión y la erradicación total del pecado, es también una demostración del inmutable amor de Dios” (PP 11).

Elena de White también afirmaba que el Calvario era una reivindicación del carácter, la Ley y el gobierno justo de Dios. “Su muerte no anuló la Ley; no la eliminó, ni disminuyó sus santos requerimientos, ni redujo su sagrada dignidad. La muerte de Cristo proclamó la justicia de la Ley de su Padre al castigar al transgresor, al consentir en someterse él mismo a la penalidad de la Ley, a fin de salvar de su maldición al hombre caído. La muerte del amado Hijo de Dios en la Cruz revela la inmutabilidad de la Ley de Dios. [...] La muerte de Cristo justificó las demandas de la Ley” (TI 2:181). En El Deseado de todas las gentes, Elena de White afirmó que la muerte de Cristo reivindicó el carácter, la Ley y el gobierno de Dios ante las acusaciones de Satanás. Ella escribió: “Al principio de la Gran Controversia, Satanás había declarado que la Ley de Dios no podía ser obedecida” (DTG 709); pero, “por medio de su vida y su muerte, Cristo demostró que la justicia de Dios no destruyó su misericordia, sino que el pecado podía ser perdonado, y que la Ley es justa y puede ser obedecida perfectamente. Las acusaciones de Satanás fueron refutadas. Dios había dado al hombre evidencia inequívoca de su amor” (ibíd. 711).

Desde la época de la iglesia primitiva, la teoría clásica de la expiación mantiene que el Calvario fue la señal de la victoria suprema de Cristo sobre los poderes del mal y sobre Satanás. Esta opinión también la sostenía Elena de White. En la Cruz, “Satanás estaba entonces derrotado. Sabía que su reino estaba perdido” (TI 2:191). Ella dedicó a este tema un capítulo completo de El Deseado de todas las gentes. En ese capítulo, afirmó inequívocamente que la muerte de Cristo en la cruz era el medio señalado por Dios para ganar la victoria sobre las fuerzas del mal y Satanás. “Cristo no entregó su vida hasta que hubo cumplido la obra que había venido a hacer y, con su último aliento, exclamó: ‘Consumado es’. La batalla había sido ganada. [...] Todo el cielo se asoció al triunfo de Cristo. Satanás, derrotado” (DTG 706).

Para Elena de White, la muerte de Cristo también era una muerte sacrificial sustitutiva; Cristo sufrió nuestra pena por los pecados, murió nuestra muerte y llevó nuestros pecados. “Cristo consintió en morir en lugar del pecador, a fin de que el hombre, mediante una vida de obediencia, pudiese escapar a la penalidad de la Ley de Dios” (TI 2:181). En el Calvario, “el glorioso Redentor del mundo perdido sufría la penalidad que merecía la transgresión de la Ley del Padre” (ibíd. 188); “pesaban sobre él los pecados del mundo. Sufría en lugar del hombre, como transgresor de la Ley de su Padre” (ibíd. 183). Comentando sobre el sacrificio presentado por Abel, ella escribió, en Patriarcas y profetas: “En la sangre derramada [Abel] contempló el sacrificio futuro, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al confiar en la expiación que iba a realizarse allí, obtuvo testimonio de que era justo, y de que su ofrenda era aceptada” (PP 60). Pero, quizás la declaración más clara de Elena de White sea esta, que escribió en 1901: “Él [el Padre] plantó la cruz entre el cielo y la tierra y, cuando el Padre contempló el sacrificio de su hijo, se inclinó en reconocimiento de su perfección. Él dijo: ‘Es suficiente. La expiación está completa’ ” (RH, 24/9/1901). Elena de White creía que, en la Cruz, Cristo era tanto el sacrificio como el sacerdote, y así podía ministrar un sacrificio de expiación en el altar del Calvario. “Así como el sumo sacerdote dejaba de lado sus mantos hermosos, pontificios, y oficiaba con el vestido de lino blanco de un sacerdote común, Cristo se vació a sí mismo y tomó forma de un siervo y ofreció el sacrificio: él mismo era el sacerdote y la víctima” (RH, 7/9/1897).

Elena de White argumentaba también que la muerte sacrificial sustitutiva de Cristo es el medio por el cual los pecadores pueden ser justificados por fe. Su declaración clásica en El Deseado de todas las gentes es clara: “Cristo fue tratado como nosotros merecemos, para que nosotros pudiésemos ser tratados como él merece. Fue condenado por causa de nuestros pecados, en los que no había participado, con el fin de que nosotros pudiésemos ser justificados por medio de su justicia, en la cual no habíamos participado. El sufrió la muerte que era nuestra, para que pudiésemos recibir la vida que era suya. ‘Gracias a sus heridas fuimos sanados’ ” (DTG 17; ver TI 8:221 como una variante de este pasaje importante).

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