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1.6.1 Psicovid: metapsicología de la pandemia

Freud utiliza el término “metapsicología” para desarrollar los aspectos más teóricos y conceptuales. Se trata de lo que se suele llamar, según Freud, la teoría psicológica general, donde se intenta dar cuenta de los aspectos del funcionamiento del psiquismo, la personalidad y la conducta. En ese concepto me inspiro para desarrollar la metapsicología de la pandemia. Una pandemia que nos ha atravesado a todos. Y en la que fuimos todos atravesados por la misma tormenta, con recursos subjetivos diferentes. Atravesados, además, por la incertidumbre y la inestabilidad.

En América Latina podemos decir que estamos más acostumbrados a la inestabilidad y la incertidumbre. Ya sea por temas económicos, sociales, climáticos, políticos, de salud, pero no todos juntos y al mismo tiempo.

Depresión, estrés, ansiedad, angustia, intentos de suicidios, abulia, trastornos alimenticios y del sueño son algunos de los síntomas que hemos observado en diferentes ámbitos y, en especial, hicieron eclosión en el ámbito laboral.

Muchas veces los padecimientos psíquicos no son tolerados en el ámbito laboral. Hemos visto que en el trabajo no hay lugar para el malestar psicológico. Quizás no lo había hasta ahora.

Aquella publicidad de galletitas donde todos contestaban que estaban felices, sin que hubiera lugar para otra respuesta, dejó de ser la mirada predominante, casi dejó de ser verosímil hoy.

Recuerdo un tweet, que decía “el que nunca lloró en el baño de su trabajo, en realidad nunca trabajó en una empresa”. Esta frase da cuenta de cómo nuestra emocionalidad se pone en juego en el trabajo, aunque haya que esconderla.

Se dice que cuando le preguntaron a Sigmund Freud sobre la salud mental, él respondió que una persona saludable mentalmente es aquella capaz de amar y trabajar. Podemos sumar además, a este concepto, que se vincula con la capacidad de obtener placer y con la posibilidad de sublimar. “La diferencia entre la salud nerviosa y la neurosis no es, pues, sino una diferencia relativa a la vida práctica y depende del grado de goce y de actividad de que la persona es todavía capaz”, señala Freud en sus Conferencias Introductorias al Psicoanálisis.

Es una de las maneras más simples que plantea la literatura freudiana de vincular el deseo a las circunstancias fundamentales de la vida cotidiana (amor y trabajo). La salud mental es una categoría no definitiva en los estados de las personas y se vincula también con la posibilidad de la pérdida de ese estado de salud, como potencialmente podría provocar una situación externa como la pandemia, que dejará un importante impacto en la realidad psíquica.

Otros modos de pensar la salud mental se relacionan con diferentes conceptos, tales como el estado de bienestar, la conciencia de las propias capacidades, el enfrentamiento de ciertas tensiones, la capacidad crítica respecto de la tarea, el aspecto de los vínculos sociales y afectivos, es decir, la dimensión transformadora y creativa del sujeto de la realidad.

Galende (1997) afirma que no existe una subjetividad que pueda aislarse de la cultura y la vida social, ni tampoco existe una cultura que pueda aislarse de la subjetividad que la sostiene. Es una mutua determinación –mutua producción–, dado que la subjetividad es cultura singularizada, tanto como la cultura es subjetividad. De este modo queda claro que la salud mental es una construcción social que varía según las culturas y las épocas. En la pandemia, muchas personas sufrían por algo tan “normal” como estar en la casa, y en cambio otros, que podrían tener alguna patología psíquica, que sufrían el contacto social o la obligación de salir y “estaban obligados a no salir” se sentían felices, ya que no eran considerados desde esa categoría social negativa. Los aspectos socioculturales que producen subjetividad varían a lo largo del tiempo y más aún en situaciones de alto impacto cultural y social como la pandemia. Incluso, hasta las consideraciones psicopatológicas están atravesadas por la época, de modo que el concepto de salud mental es cultural, social y hasta ideológico.

La pandemia, por su impacto disruptivo, pone en cuestión nuestra salud mental en cada una de nuestras acciones (amor, familia, amigos, sexualidad, estudio, trabajo, etc.). Es importante vincular esto con lo que plantea Pichon-Rivière, que define la salud mental como una adaptación activa a la realidad; como relación dialéctica y mutuamente modificante entre el sujeto y el contexto social.

La salud mental es todo lo contrario de una adaptación pasiva a normas y valores estereotipados mantenidos en la sociedad. La pandemia requirió de nuestra parte una actividad psíquica mayor, para permanecer en un eje equilibrado de salud psíquica.

A partir de lo que nos dejará la pandemia es imprescindible darles una consideración mayor a la problemática de la salud psíquica y a los riesgos psicosociales, fundamentalmente en el ámbito del trabajo.

Los riesgos psicosociales, por otra parte, no se limitan a las empresas. Desde la perspectiva psicológica, la pandemia ha tenido impacto en toda la población.

Por ejemplo, en los niños ha tenido impactos múltiples, como regresiones, dificultad para vincularse con otros más allá de la familia, mutismos, etc. En los adolescentes, la dificultad para poder estar entre pares, que es lo que genera la construcción de identidad con otros. Tanto en jóvenes como en adultos, desde el trabajo a la sexualidad, está todo distorsionado, y esta distorsión afecta la capacidad de adaptación, e incrementa la incertidumbre y el temor. Los adultos mayores, que son los más vulnerables, sin duda son los más afectados psíquicamente. No solo por el riesgo de enfermedad física y muerte, sino también por el tiempo perdido.

Un gerente dueño de una pyme en Ecuador me dijo: “Me sacaron un año de mi vida, de trabajo, de nietos, de viaje..., como dicen ustedes los argentinos, ‘me cortaron las piernas’” –recordando la frase de Diego Maradona al quedar excluido del Mundial de Fútbol en 1994.

También se afecta nuestra dimensión somática: cada síntoma que tenemos lo asociamos al Covid. Estamos afectados emocionalmente con un subibaja emocional, con la dimensión del tiempo alterada, con dificultades para dormir, con exceso de horas de trabajo. Y en la dimensión social, el otro puede contagiarme, enfermarme. No va a ser sin impacto psicológico que salgamos de esto, aunque aún no lo tenemos del todo claro. Tenemos que lograr un sano desequilibrio. Es decir, un equilibrio en la incertidumbre.

Como bien me dijo Marta Scarpati, “Hay dos modos de pensar la pandemia: como un fenómeno disruptivo que tendrá efecto traumático subjetivo, en lo social y por supuesto en lo laboral. De hecho, algunos pensadores van más allá y ya hablan de crisis civilizatoria.

”En cambio, otra mirada consiste en que la pandemia solo nos obligará a sucesivas acomodaciones; adaptaciones y capacidad de flexibilización para que este hecho disruptivo empiece a formar parte de la escena del mundo y de la realidad que habitamos. Es decir, que podamos hacer inteligible lo acontecido y, como consecuencia, pueda ser un hecho elaborable, tramitable” –me comentó una de las personas de las que más aprendí.

Scarpati continuó: “Si en cambio la pandemia, para decirlo coloquialmente, nos quemó los papeles, los sistemas de respuestas que tenemos fracasan. Si la cosa fuera de ese rango, tanto a nivel subjetivo como en lo social, y por ende, también en lo laboral, el tratamiento es diferente.

”No es lo mismo enfrentar un hecho disruptivo que produce un trauma, que un hecho disruptivo que moviliza el sistema de respuestas de la historia personal, social y cultural con que contamos. Para los psicoanalistas, sería el momento de discernir si alcanzará con la repetición, recurso siempre a mano de los sujetos y las comunidades. O si se tratará de conectar un fenómeno disruptivo con capacidad de provocar un trauma que requiera una variación en el sistema de respuestas.

”Es evidente que el diagnóstico hace a la eficacia del tratamiento. Aunque estemos en un tiempo en el que todavía no podamos concluir”.

Si bien es pronto para diagnosticar a la sociedad en general, sabemos algo sobre lo que las personas necesitan. Los psicólogos solemos decir que lo que no se dice se actúa. En general, cada uno a su modo, a través de un problema en el cuerpo (psoriasis, acv, úlceras, etc.), o bien cometiendo errores, reaccionando violentamente, o deprimiéndose. La pandemia puso en mayor relieve la necesidad de expresar lo que sentimos y padecemos. Pero, ¿cuál es el marco, el dispositivo, el lugar donde se puede escuchar?

¿Las organizaciones de trabajo escuchan estos padeceres? ¿Los ocultan? Las empresas, ¿son agentes de prevención de salud mental o lo contrario?

Planteo estas preguntas para adentrarnos en el modo de concebir la pandemia desde la teoría psicológica, para invitar a la reflexión y estar mejor preparados para transitar la post pandemia, así como para enfrentar mejor futuros eventos disruptivos. En la post pandemia habrá que pensar la salud mental como la posibilidad de asumir la pérdida, de revisar aprendizajes, de cicatrizar heridas y de hacer duelos de lo que ya no va a volver. La posibilidad de recoger recursos y desarrollar las potencialidades subjetivas y, de este modo, afrontar los conflictos que nos dejará la pandemia, para poder incrementar –como diría Freud– la capacidad de amar, de producir, de sublimar y disfrutar, atravesando el miedo y la angustia de lo nuevo por venir.

1.7 La pandemia como evento disruptivo

Hemos experimentado un sentimiento de sinsentido, una crisis de la cual sabemos el inicio pero no el final. La pandemia se nos presentó con un impacto disruptivo.

El desequilibrio del ambiente nos vuelve vulnerables. Está la vacuna, pero el virus muta y eso trae un nuevo escenario de incertidumbre.

Para caracterizar lo disruptivo de la pandemia nos apoyamos en el concepto de evento disruptivo desarrollado por Moty Benyakar en su libro Lo disruptivo. Allí distingue lo traumático de lo disruptivo. Siguiendo a Freud, lo traumático refiere a la vivencia traumática, la modalidad subjetiva de atravesar el evento; hace foco en la vivencia y no en el evento.

El impacto del evento disruptivo dependerá de la capacidad psíquica de cada uno para elaborarlo.

El trauma en sí –plantea Benyakar– no es el evento, sino el modo subjetivo de procesarlo lo que tiene potencial traumático, pero no necesariamente para todos. (Un ejemplo de esto es que, probablemente, para algunos casos de agorafobia la pandemia fue un alivio, ya que los “obligó” a no tener que salir de su casa.)

Un acontecimiento disruptivo es una situación externa al psiquismo, que genera alteración del equilibrio psíquico. Para que este evento externo sea traumático, debe provocar un quiebre en la capacidad de procesamiento mental. Por ello Benyakar pone énfasis en que lo traumático no es un evento fáctico o una situación, sino el modo de procesarlo psíquicamente.

En latín, dirumpo significa destrozar, hacer pedazos, romper, destruir, establecer discontinuidad. Por lo tanto, disruptivo será todo evento o situación con la capacidad potencial de irrumpir en el psiquismo y producir reacciones que alteren su capacidad integradora y de elaboración.

Incorporando el concepto de lo disruptivo, podemos decir que lo disruptivo es lo que sucedió, lo fáctico, mientras que el modo de vivir lo que sucedió es el aspecto psicológico. Es decir, la pandemia es un hecho disruptivo que provoca en cada sujeto diversas formas de elaboración, las que generan y producen distintos tipos de reacciones psicológicas.

Según lo desarrollado por Benyakar7, la experiencia disruptiva tiene tres componentes:

• Lo fáctico, el hecho en sí, lo que pasa.

• El discurso del conjunto, el entorno y cómo reacciona ese entorno.

• La vivencia, lo que le pasa a la persona en su psiquismo, subjetivamente. Dos personas son atravesadas de modo diferente por la misma situación.

Un evento se consolida como disruptivo cuando desorganiza, desestructura o provoca discontinuidad. Lo vemos claramente en la pandemia, no solamente en nuestro trabajo, sino en nuestro hogar, en nuestros vínculos; casi no hubo ningún aspecto de nuestra vida que no haya sido desestructurado por ella.

Pero la carga psicológica de esta discontinuidad de nuestras vidas, la desorganización y lo que ocurra con ella no le pertenecen al evento, sino que dependen del sujeto que lo vive. No obstante, existe una clase de eventos: por ejemplo, un cataclismo, accidentes o enfermedades graves, la muerte de un ser querido, una guerra, un atentado terrorista, que son disruptivos per se. Este hecho, sin embargo, no nos autoriza a evaluar los acontecimientos a priori y mucho menos a generalizar esa evaluación. Esto es importante en la medida en que no podemos saber cómo la pandemia afecta a nuestra sociedad. Sabemos que la afectará, claro, pero no de qué manera y en qué medida exacta. Lo que no quita que debamos estar preparados. Algunos autores hasta se aventuran a señalar que la próxima pandemia que deviene del coronavirus será una pandemia de la salud mental.

La pandemia del coronavirus tiene todas las cualidades que, según Benyakar, potencian la capacidad disruptiva de un evento:

a) ser inesperado;

b) interrumpir un proceso normal y habitual indispensable para nuestra existencia o para mantener el equilibrio;

c) minar el sentimiento de confianza en los otros;

d) contener rasgos novedosos no codificables ni interpretables según los parámetros que ofrece la cultura;

e) amenazar la integridad física propia o de otros significativos, y

f) distorsionar o destruir el hábitat cotidiano.

Finalmente, el impacto de la pandemia como hecho disruptivo puede provocar ansiedad, depresión y puede ser traumático, pero solo podremos saberlo a posteriori de ocurrido el evento, según sea el impacto subjetivo en cada uno de nosotros. El estudio de Benyakar se esfuerza en definir lo inadecuado que es, desde el campo de la salud mental, decir de un evento o situación que es traumático/a per se.

Definir la pandemia como un suceso disruptivo nos posibilita investigar las situaciones cotidianas, los modos en que impacta en cada persona, en cada grupo y en cada organización, además de analizar cómo se vincula con esas vivencias particulares, de una manera única. De este modo, es imposible generalizar el impacto subjetivo de la pandemia dado que es un evento generalizable. Esta diferencia radical es la que permite el adecuado diagnóstico que nos posibilitará un tratamiento eficaz, a la medida de cada situación. Como sostiene Jacques Lacan en su texto “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada”, la pandemia requiere un instante de la mirada, que es el hecho fáctico, el suceso, lo impersonal de la pandemia, un tiempo de comprender el impacto de la pandemia particular de esa persona, de ese grupo, de esa organización y, finalmente, el momento de concluir, es decir, decidir qué hacer en cada caso para sobrellevar el impacto y recoger los aprendizajes, de manera de elaborar y superar la situación de lo acontecido, lo que permitirá construir “la nueva normalidad”.

1.7.1 La inmunidad psíquica

“Lo disruptivo” es un concepto que postula el impacto desestabilizador de esa especial relación entre lo fáctico y el psiquismo humano (Binswanger, 1972).

Lo disruptivo provoca un impacto en el interjuego psíquico de la persona y la situación. Sabemos del potencial traumático de la pandemia, pero no conocemos el alcance subjetivo que este impacto va a tener. Como explicamos anteriormente, el evento pandemia no es lo traumático. Puede producir miedo, tristeza, estrés y depresión. Frente a lo disruptivo de la pandemia, podemos también desarrollar inmunidad psíquica, consistente en la posibilidad de elaborar la situación.

Si bien cada psiquismo tiene su propio modo defensivo de elaborar las adversidades, en este sentido, inmunidad psíquica supone desarrollar defensas emocionales para funcionar saludablemente ante impactos disruptivos, enfrentando las situaciones y no huyendo de ellas o negándolas. Por ejemplo, en pandemia, trabajé con personas que individualmente estaban felices por el incremento de su productividad, bien porque armaron un negocio gigante de barbijos, o porque digitalizaron absolutamente toda la venta de su empresa. En cambio, hay quienes no pudieron salir de su casa durante más de un año y para quienes la pandemia fue un enorme tiempo perdido, con un fuerte costo para siempre.

Benyakar señala:

“Las tres características de la inmunidad psíquica son:

a) reconocer el factor dañino;

b) reconocer individualmente reacciones propias;

c) tomar individualmente las medidas adecuadas para preservarse de ellas”.

En términos generales, también hemos visto ejemplos de comportamientos que pueden relacionarse con esas características. Por ejemplo, aquellos que buscaron los parques públicos para poder ejercitarse al aire libre manteniendo distancia social y medidas de protección, aquellos que han optado por salir a pasear en bicicleta (un boom urbano en la Argentina), los entrenamientos por Zoom, constituyen ejemplos que pueden englobarse en aquella búsqueda de inmunidad psíquica.

Ante impactos inesperados, algunos reaccionan escapándose, corriendo, aislándose, negando la situación, etc., y al emerger estas reacciones las personas pueden sentirse extrañas y transformarse en nocivas y persecutorias. Psíquicamente, cada cual reaccionará según su propio estilo personal; cada grupo en función de su dinámica, y cada organización en el sentido de su propia cultura. El coronavirus nos ha enfrentado a la falta de capacidad de desarrollar defensas físicas y, conjuntamente, nos ha dificultado el desarrollo de defensas psíquicas, puesto que nos puso de frente ante lo que no podemos soportar: la incertidumbre.

Lo complejo del Covid-19 es que nos impidió proyectar y proyectarnos, tanto en lo laboral como en lo familiar y en lo estrictamente individual. El aislamiento ya vivido, la amenaza de nuevos aislamientos y de nuevas pandemias podrían detener el desarrollo de la inmunidad psíquica, debido al temor a lo desconocido por venir. Frente a esto, el trabajo posible es fomentar y facilitar el desarrollo de la inmunidad psíquica. Es angustiante no poder proyectar, no tener ningún tipo de perspectiva futura, sea en nuestra vida personal, familiar, económica o social. Sabemos interactuar de mejor o peor manera, pero no sabemos cómo es vivir aislados. El coronavirus dificulta el desarrollo de la inmunidad psíquica porque la amenaza es lo absolutamente incierto, lo que no sabemos del futuro. Como sostiene Benyakar, “Debemos incentivar el desarrollo de la inmunidad psíquica transformando lo incierto en conocido, abordable, posible. Comenzando desde los marcos más íntimos, para contactarnos con lo propio. Surge la incógnita de cuál es la respuesta. Es muy simple, solo la creatividad, una acción mancomunada y solidaria, el apoyo mutuo entre las personas puede transformar lo no conocido en propio”. Frente a tanto discurso individual –e individualista– la respuesta saludable post pandemia viene también de la mano de otros. Parafraseando a Paulo Freire, nadie se salva solo, nadie salva a nadie, todos nos salvamos en comunidad.

¿Es posible trabajar el concepto de inmunidad psíquica en las organizaciones? ¿Podemos convertir a las organizaciones en usinas de inmunidad psíquica? Seguramente no a todas.

Más adelante revisaremos conceptos de liderazgo tendientes a minimizar los riesgos y a tener las “defensas altas”, a nivel de organizaciones y equipos.

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