Kitabı oku: «Enséñales a amar», sayfa 5

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Claves para crecer como Jesús

1 Cría al niño con ternura, tomando en cuenta sus necesidades.

2 Considera el temperamento individual de tu hijo.

3 Respeta el estado de desarrollo actual de tu niño.

4 Considera su posición en la familia y sus experiencias de la vida.

5 Mantén claramente en foco las metas de su desarrollo espiritual.

6 Revisa las tareas del desarrollo espiritual. Decide cuáles de ellas ha alcanzado tu hijo y cuáles necesita aprender.

7 Mantén en mente las tareas de desarrollo espiritual de tu niño, al hacer planes para su desarrollo personal.

Capítulo 5
La espiritualidad durante la niñez temprana

“De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Marcos 10:15

¿Cuándo comienzan los niños a crecer espiritualmente? En una de sus declaraciones más iluminadoras, Elena de White sugiere que la religión puede comenzar cuando son tan solo bebés. “Llevad a vuestros hijos en oración a Jesús, pues él hizo posible que ellos aprendan la religión mientras aprenden a formular las palabras del idioma” (El hogar adventista, p. 289). A los dos años, la mayoría de los niños usan palabras para comunicarse con otras personas. El aprendizaje del lenguaje en verdad comienza aún antes, cuando el bebé ya hace ruiditos con la boca y parece parlotear, y de otras maneras se prepara para hablar durante su primer año. De su declaración inspirada, deduzco que los niños son capaces de aprender religión antes de los dos años.

¿Qué clase de religión pueden aprender los bebés y los niños pequeños? ¡No por cierto los 2.300 días ni las siete plagas postreras! Sus lecciones espirituales son mucho más básicas que los puntos sutiles de doctrina. Los primeros pasos en la vida religiosa consisten en amor, confianza y obediencia, y estos permanecen como piedras angulares durante toda la niñez temprana. Son las lecciones espirituales que finalmente conducen a una relación salvadora con Jesucristo. Si los niños pequeños experimentan amor y confianza y aprenden a obedecer, su fundamento para su experiencia espiritual será fuerte. Además, ciertamente, los niños absorben mucho más de la religión durante la niñez temprana.

Patrones de vida

Primero, ellos aprenden patrones de vida, que son vitales para la vida espiritual. Juanita se duerme sobre el sofá mientras espera el almuerzo del sábado. Se la ve tan agotada que nuestro anfitrión decide no despertarla cuando comenzamos a comer. Envueltos en la animada conversación, todos nos olvidamos momentáneamente de la niña dormida. Cuando recogemos la mesa para servir el postre, llega Juanita, con los ojos soñolientos, pero con mucha hambre.

Mamá sienta a Juanita en su silla alta, le sirve el alimento y pone el plato frente a ella. Durante todo este tiempo, ignora completamente a la niña, mientras continuamos con nuestra conversación adulta. Confundida, Juanita mira en derredor de toda la mesa a cada adulto ocupado en comer su postre, luego mira su propio plato. Otra vez sus ojos recorren la mesa de adultos absortos y, finalmente, descansan en su alimento.

Quedamente, sin ayuda alguna, sin el estímulo de nadie, inclina su cabeza, junta las manos y murmura algo que no alcanzo a oír desde el otro lado de la mesa. Satisfecha de haber resuelto su dilema personal, Juanita ataca su alimento con vigor. “¿Por qué los adultos estaban comiendo sin hacer la oración?”, quedará en su cabecita como un misterio, pero ella hizo lo que se suponía que debía hacer antes de comer.

He pensado a menudo en Juanita. El conocimiento de que es correcto orar antes de comer no le había venido de nacimiento. Lo había aprendido de sus padres. Desde cuando podía recodar, mamá y papá siempre habían orado antes de comer, y también le habían ayudado a ella a dar gracias a Jesús por la comida. Día tras día, mes tras mes, cuando probablemente parecía que Juanita no estaba prestando mucha atención, mamá y papá continuaron orando y ayudándola a juntar las manos para orar. En efecto, no puede recordar una vez cuando su familia comiera sin decirle primero “gracias” a Dios.

De esta manera, cuando llega el momento de tomar su decisión, Juanita está preparada. Sabe que tiene que orar antes de comer, aun cuando ningún otro pareciera recordarlo. Habiéndolo hecho siempre de esta manera, lo hará ahora, sola. Satisfecha de haber hecho lo correcto, piensa ahora que el alimento sabe maravillosamente.

Juanita estaba aprendiendo, como principiante, los patrones de vida que llegarán a ser parte de la fibra de su ser. Llegarán a ser de tal manera una parte integral de su modo de vida que no tendrá que hacer decisiones conscientes respecto de ellos. Sencillamente, no se le ocurrirá hacerlo de otra manera. Sus patrones de vida –a veces llamados “hábitos”– harán una gran diferencia en los años por venir. Serán una parte del fuerte fundamento de su vida espiritual.

Puedes enseñar a tus hijos muchos patrones como este durante su infancia temprana: orar antes de las comidas, antes de ir a dormir, cuando hay problemas o cuando se necesita perdón; ir a la Escuela Sabática y a la iglesia cada semana, vestir ropas especiales los sábados, llevar ofrenda, sentarse calladitos en la iglesia; reunirse cada día en el culto familiar para leer la Palabra de Dios, aprender el versículo de memoria, cantar y orar juntos; prepararse para el sábado y dar la bienvenida al día santo de Dios.

Tales patrones, repetidos cada día (o cada semana), hacen de la religión una parte de los bloques con que se edifica la vida. Tu niño nunca recordará una vez cuando no oró o no fue a la iglesia. El plan original de Dios para los niños incluye conocerlo a él desde el mismo comienzo, de modo que pueda ser siempre parte de sus vidas.

Les enseñamos a nuestros niños muchos hábitos durante sus primeros seis años de vida, tales como cepillarse los dientes, recoger sus ropas y juguetes, ayudar a otras personas. Hacer tales cosas todos los días hace que se impregnen profundamente hasta que llegan a ser naturales y automáticas. Los patrones de vida religiosos son lo mismo. Una parte vital de la crianza de los niños pequeños es enseñarles los hábitos que quieres que adopten para toda la vida.

Claves de patrones de vida

1 Decide qué acciones religiosas quisieras enseñarle a tu hijo.

2 Hazlo regularmente, nunca lo olvides.

3 Haz que el aprendizaje sea divertido. Acompáñalo con tu amor.

Sentimientos y actitudes

Durante sus primeros tres o cuatro años de vida, los pequeños actúan movidos por lo que sienten, más bien que por lo que piensan. Para ellos, los sentimientos siempre están al frente y en el centro. Experimentan la vida a través de sus emociones. Puedes saber de inmediato lo que está ocurriendo en su mente porque rápidamente muestran su infelicidad, temor o desagrado. Los niños hasta recuerdan eventos del pasado a través de los sentimientos. Susanita y la tía Betty conversan acerca de un paseo que hicieron por el bosque. La tía recuerda los grandes árboles y las ardillas que corrían por allí, mientras que Susanita recuerda cuán cansada y temerosa se sentía. A medida que maduran, comienzan a desarrollarse mentalmente y ganan más control sobre sus sentimientos. El razonamiento viene a desempeñar un papel más importante, cuando llegan a los 5 o 6 años.

Muchos de los recuerdos de la temprana niñez son mayormente emotivos. Tales sentimientos se desarrollan en formas de actitudes hacia: Dios, la oración, la adoración y la iglesia. Los pequeños perciben nuestros propios sentimientos y actitudes, y aprenden la religión por lo que ven en la casa y en la iglesia. Cuando ansías que llegue el momento de ir a la iglesia y participas gozosamente en el culto, tu niño percibirá tu gozo y se sentirá también feliz. Un culto de familia largo y aburrido que requiere que el hijo se siente en silencio durante todo el rato escuchando cosas que no entiende, probablemente producirá en él sentimientos negativos que, más tarde, desarrollarán actitudes negativas hacia toda la idea del culto familiar. Si el aula de la Escuela Sabática luce brillantemente decorada con figuras de animales, flores y Jesús rodeado de niños, y si los líderes son alegres y amigables sin ser abrumadores, y si el programa es divertido, tu pequeño de tres años tendrá sentimientos y recuerdos felices de la Escuela Sabática. Por otra parte, si el aula se encuentra en un subsuelo oscuro que huele a encerrado, con una pintura opaca y descascarada, cajas apiladas de cualquier manera en las esquinas, y una bombilla eléctrica colgada del techo, y si los líderes fruncen mucho el ceño y no tienen planeado nada interesante, tu niño preescolar tendrá recuerdos negativos de la Escuela Sabática.

Los niños son extremadamente conscientes de los olores y la atmósfera, de las caras sonrientes y de los ceños fruncidos. Leen el lenguaje corporal quizá mejor que los adultos y tienen un agudo sentido para darse cuenta de quién realmente los quiere y quién los considera una molestia. Todo esto alimenta sus recuerdos y actitudes relativas a los eventos religiosos. Los niños preescolares son extremadamente impresionables. Captarán naturalmente tu propia actitud hacia la religión. No necesitas tratar de hacer que esto ocurra; ocurrirá naturalmente, aun cuando tú no lo quieras.

Procesos del pensamiento

Un día, yo estaba de visita en la división de cuna de una iglesia adventista. Después de pocos minutos, me di cuenta de que las maestras tenían un programa completo acerca de las siete últimas plagas. ¡Yo estaba espantada! Los niños de 2 a 4 años tienen muchos temores debido a que son pequeños y todavía no entienden todo. ¡En la Escuela Sabática deberíamos ayudar a los niños a tratar con sus temores, y no añadirles más!

Para terminar el programa, pusieron a dos niños al frente del aula, sentados en el suelo con un paraguas sobre ellos, y las maestras sostenían un arcoíris de papel sobre el paraguas. Una de las maestras dijo: “¡Ahora el arcoíris de la promesa de Dios nos protegerá!”

Los pequeños piensan concretamente. Cuando les enseñas a los niños, debes decirles exactamente lo que quieres decir de una manera tan literal como sea posible. El simbolismo levanta un muro entre el niño y tú, que él debe escalar antes de poder entender lo que realmente estás tratando de enseñarle. ¿Qué estaban aprendiendo los niños de esa actividad? Que cuando llueve, te metes debajo del paraguas, probablemente. Ciertamente, la noción simbólica de que el arcoíris de la promesa de Dios nos protege les pasó por encima, sin entenderla.

Cuando le enseñes a tu hijito en casa, a menudo te verás con este mismo problema de comprensión. Las ideas bíblicas son simbólicas a menudo y necesitan explicaciones claras y concretas para los pequeños. Piensa simplemente qué significa el símbolo y explícalo de esa manera. Por ejemplo, el símbolo de Jesús como el pastor que cuida de las ovejas, representa el cuidado de Jesús por nosotros. Enséñalo de esa manera a los preescolares. Durante sus primeros años, los niños no entienden las cosas como lo hacemos nosotros. Interpretan de una manera diferente, debido a su proceso inmaduro de pensamiento.

Por ejemplo, para los pequeños es difícil reconocer que una persona pueda ser dos cosas diferentes al mismo tiempo. Un ejemplo clásico de tal modo de pensar es el relato que nos viene de la Casa Blanca, cuando Carolyn Kennedy era una niñita. Alguien le preguntó:

–¿Tu papá es el presidente? –Carolyn sacudió vigorosamente su cabeza y dijo:

–¡No!, es mi papi.

En su mente, él no podía ser su papá y el presidente al mismo tiempo. La misma manera de pensar, a menudo, obra también en el área de la religión. A la pregunta “¿Tu papá es adventista?”, la respuesta típica sería: “¡No!, es mi papi”. Los pequeños, generalmente, no entienden que son miembros de una denominación en particular. Se perciben a ellos mismos como niños y niñas miembros de una familia. La idea de que una persona puede ser más de una cosa a la vez viene más tarde.

Frecuentemente, los pequeños se adherirán a una pequeña idea del relato, y ese concepto llegará a ser el punto principal que puedan recordar. Todo lo demás se perderá tras ese único punto. Raquel, una de mis estudiantes, me contó una historia de su hijo de tres años que ilustra este principio perfectamente.

Era el tiempo del relato para los niños en la iglesia de Bobby. El ministro comenzó a hablar de los insectos. Explicó mucho acerca de los insectos y cómo Dios los hizo, hablando con gran detalle de las diferentes clases y especies. Finalmente, llegó a la parte del relato.

–Un día –dijo–, un niñito que jugaba en su jardín vio una langosta que pasaba saltando. El niño siguió a la langosta a través del jardín hasta la cerca. Por supuesto, la langosta saltó la cerca de modo que el niño no pudo alcanzarla; pero cuando llegó a la cerca y miró hacia el otro lado, vio a una bebita sentada sobre la grama, junto al cruce de caminos. El niño sabía que la bebita no debía estar allí afuera, de modo que corrió adentro a contárselo a su madre. Ella corrió afuera, levantó a la niñita y la llevó dentro de la casa. Luego llamó a la madre de la bebita, quien vino de inmediato a recogerla. La mamá de la niñita estaba feliz de que el pequeño hubiera encontrado a su bebé. La moraleja de la historia era que Dios usa aun a los insectos para ayudar a la gente.

A la hora de la comida, Raquel le preguntó a Bobby:

–¿Te gustó el relato de la langosta y de los insectos que el ministro contó hoy en la iglesia?

Ella pensaba que le habría gustado el relato, porque era muy aficionado a los insectos.

–No fue acerca de una langosta –respondió Bobby–, fue acerca del camino a la cruz de Jesús.

Mi amiga Raquel demoró en reaccionar y pensó “¿El camino a la cruz de Jesús? ¿De dónde sacó eso?” Ni siquiera el sermón había mencionado ese tema. De modo que le preguntó si estaba seguro.

–Sí –dijo Bobby, firmemente–, fue acerca del camino a la cruz de Jesús, y Jesús se detenía por el camino y recogía algunas flores.

¿Qué había sucedido? Bobby había oído, evidentemente, las palabras “cruce de caminos” [crossroads, en inglés] cuando el hombre que había contado el relato hacía cierto énfasis en el hecho de que la casa estaba en una intersección muy concurrida. Recientemente, Bobby había oído un relato acerca de Jesús cargando su cruz. Impresionado por él, tan pronto como oyó “cruce de caminos”, se ligó a la palabra y rápidamente hizo una conexión mental con Jesús y la cruz. De esta manera, toda la historia cobró ese significado.

La reacción de Bobby es la típica de los pequeños. Tú puedes observar la misma reacción en tus pequeños. Por esto, cuando les estás enseñando a tus preescolares los relatos de la Biblia u otras historias edificantes, pregúntales de qué se trata la narración. Su respuesta puede ser muy iluminadora y te dará la oportunidad de ayudarles a corregir su pensamiento.

Claves para enseñar a los más pequeños

1 Dilo con sencillez: evita los simbolismos. Di exactamente lo que quieres decir.

2 Haz preguntas para saber lo que tu hijito está pensando.

3 Concéntrate en una cosa a la vez.

Creencia y fe

Los niños pequeños son creyentes naturales. Creen en los adultos y aceptan lo que oyen. Si le dices al pequeño Julio de 3 años que el mundo es cuadrado, y que si camina lo suficiente por el camino se va a caer al llegar al borde, te lo creerá. ¿Por qué? Porque tú eres un adulto, y él no sabe ninguna otra cosa diferente. No sabe lo suficiente acerca del universo como para cuestionar lo que dices. Los niños no tienen la habilidad para pensar y razonar a fondo un problema, como lo hacen los adultos; por lo tanto, son creyentes naturales. A veces, nos ponen en vergüenza.

A medida que se acercaba al fin de sus estudios de posgrado, Len pasó muchas semanas preparándose para sus exámenes finales. Tenía un cuaderno lleno de datos de su estudio y estaba trabajando en dominar el material en preparación para el examen.

Un día no pudo encontrar su cuaderno. Buscó en todo lugar imaginable, puso avisos en el tablero de anuncios en la universidad y les habló de su pérdida a todos sus conocidos, esperando que alguno encontrara su cuaderno. Dos semanas, sencillamente, no eran suficientes para investigar todo ese material otra vez. Además, no había terminado todavía de estudiar sus notas a fondo. Desesperado, temió que fracasaría en el examen, a menos que encontrara su material.

Pasó una semana y el cuaderno seguía perdido. Len se sentía deprimido, cuando su niñita de 3 años le dijo:

–Papá, ¿le has pedido a Jesús que te ayude?

Se ruborizó mientras miraba hacia abajo, avergonzado. No, no había orado acerca del asunto, y no tenía una buena respuesta para su hija. ¿Cómo podría admitirlo, cuando le había enseñado que debía orar por sus problemas? ¿Y por qué no había orado? ¿Pensaba realmente que Dios no tenía tiempo para molestarse con cuadernos de la escuela de posgrado? Por otra parte, si le decía que había orado y luego el cuaderno no aparecía, ¿qué sucedería con la fe de su hija? De inmediato, decidió que la verdad sería la mejor respuesta.

–No, mi amor, no lo hice –reconoció de mala gana.

–Papá, ¡oremos ahora mismo!

De modo que se arrodillaron y la niña oró primero. Luego Len, confesando su falta de fe y pidiendo la intervención divina en su emergencia.

Dos horas después de sus oraciones, sonó el teléfono. Un extraño había encontrado su cuaderno de notas. Hasta el día de hoy, Len se pregunta qué habría sucedido si no hubieran orado. ¿Estaba Dios recordándole que conocía y tenía cuidado de cada detalle de su vida? Fue una lección que nunca olvidó.

La experiencia religiosa de la hijita de Len es típica de los niños preescolares. Si sus padres les han enseñado acerca de Dios y la oración, su fe es fuerte. Es una fe de índole muy práctica en los detalles. Están absolutamente seguros de que Dios pone cuidado y ayudará. Su confianza es simple.

Ya que los niños tienen esa fe natural, creo que Dios nos ha dado los primeros seis años para alimentarlos con la Palabra de Dios y edificar su fe. Es nuestra dorada oportunidad para asegurar un fundamento fuerte, de modo que cuando los vientos de los años posteriores soplen fríos y sin fe, la fe de nuestros niños sea como la “casa asentada sobre la roca”, acerca de la cual habrán cantado tan a menudo. Nada la podrá destruir.

La confianza simple del niño y la amante obediencia son el modelo que Jesús quiere que los adultos sigan en su propia vida espiritual. Cuando tomaba a los niños en sus brazos y los bendecía, amablemente reconvino a los discípulos por pensar que los pequeños no eran importantes. Aclaró bien el punto cuando dijo: “El que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mar. 10:15). Al ayudar a tus niños a crecer espiritualmente, recuerda que la confianza y la obediencia de la niñez temprana son el modelo que Dios ha dado para el crecimiento espiritual, a lo largo de toda la vida.

Claves para la creencia y la fe

1 Nutre la capacidad de creer y la fe naturales de tu niño.

2 Enseña positiva y claramente. No introduzcas dudas.

3 Edifica un fuerte fundamento de fe y confianza.

Capítulo 6
Conciencia, la voz interior

“Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”. Isaías 30:21

Catalina, de 2 años, acababa de desobedecer a su mamá y estaba recibiendo el regaño que merecía.

–¡Si te veo haciendo eso otra vez –reforzaba la mamá–, te voy a tener que castigar!

Con los ojos bien abiertos y seria, respondió Catalina:

–Es fácil, mami. ¡Solo cierra los ojos!

La solución de Catalina para el problema era simple: si su madre no veía lo que ella estaba haciendo, no estaba mal. Mientras que aprenden la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, los niños dependen casi completamente de la aprobación o de la desaprobación de mamá o papá. Cuando sus padres los castigan o reprenden por algo, lo que están haciendo debe ser malo. Pero si no dicen nada, está bien. Si no ven el acto –y, como consecuencia, no hacen nada–, podría también ser aceptable.

La conciencia se desarrolla lentamente. Todos aquellos “hazlo” y “no lo hagas” son como pequeños ladrillos, que levantan lenta pero seguramente una estructura para lo correcto y lo incorrecto, dentro de la mente del niño. Si Catalina recibe básicamente los mismos mensajes acerca de lo correcto y lo incorrecto de las personas importantes en su mundo: mamá, papá, los abuelitos, la niñera, las maestras, edificará una fuerte estructura que la ayudará a escoger sus acciones cuidadosamente, cuando sea mayor. De otra manera, si Catalina recibe respuestas mezcladas acerca de lo que es correcto e incorrecto, la estructura de su conciencia será débil y será una guía inconsistente para su vida posterior. Tendrá problemas para decidir qué debería hacer y qué no.

Enviar mensajes consistentes acerca de lo que es correcto o incorrecto es, probablemente, una de las cosas más importantes que puedas hacer para ayudar a tu niño a desarrollar una conciencia madura. Si un día uno de los padres disciplina a Catalina por ser grosera y, al día siguiente, la niña pasa sin ser reprendida por la misma conducta, esto tan solo la confundirá. ¿Está bien o no está bien ser grosera? Finalmente razonará que debe estar bien –al menos, algunas veces–, porque mamá y papá no respondieron. Y seguirá actuando así.

Por otra parte, si cada vez que Catalina es grosera se encuentra con una consecuencia inmediata, aprende bien rápidamente que tal conducta no es buena. Y muy posiblemente aprenderá a controlar la manera en que reacciona ante sus padres. De tanto en tanto, procurará hacerlo otra vez, solo para poner a prueba la regla que aprendió. Pero si la consecuencia viene otra vez, rápidamente retrocederá y pensará: “¡Ah, todavía les desagrada. Es algo malo. Será mejor que no lo vuelva a hacer”.

Catalina, como todos los niños, tiene una necesidad real de probar los límites de la conducta. Necesita saber cuán lejos puede ir sin que le suceda nada. Y seguirá probando hasta que descubra dónde están los límites. Si la cerca sigue cayendo bajo sus empujes, ella seguirá probando y el desarrollo de su conciencia será frágil y poco confiable. Pero si la cerca se mantiene firme, retrocederá. Segura del conocimiento de sus límites, Catalina podrá dedicar sus energías a propósitos más positivos. Al mismo tiempo, estará edificando una conciencia razonable y confiable que la guíe en el futuro. Durante tanto tiempo como se sienta insegura acerca de la “cerca”, se sentirá también emocionalmente insegura y continuará buscando la seguridad que necesita, desesperadamente.

La conciencia recibe de muchas fuentes, incluyendo el Espíritu Santo –la voz de Dios que nos recuerda sus caminos– y la educación y el entrenamiento recibidos durante la niñez. A veces, algunas experiencias tempranas equivocadas le hacen difícil a una persona escuchar al Espíritu Santo. De esta manera, como padres tenemos la vital responsabilidad de ayudar a nuestros niños a desarrollar una conciencia sólida y razonable, sensible a la voz de Dios.

La conciencia individual se desarrolla con más fuerza durante los años de la niñez temprana. Su fundamento comienza en la primera infancia, con la vinculación entre la madre y el niño. Si la bebita experimenta amor y afecto de parte de sus padres y sabe que siempre habrá alguien que cuide de ella, ya habrá sido puesta en su lugar la piedra más importante en la edificación de su conciencia. La vinculación íntima de los niños con sus padres se transforma en identificación con mamá y papá, al llegar a los 4 o 5 años. Con la identificación, viene el deseo de ser como los padres, de hacer las cosas que a ellos les gustan. Este deseo, a su vez, ayuda a edificar las prohibiciones que finalmente forman la parte educada de la conciencia.

Los niños a quienes les fue negada la experiencia de una vinculación afectiva con padres amorosos durante su infancia, a menudo, tienen grandes dificultades para desarrollar una conciencia confiable. Llegan a ser niños con perturbaciones de carácter, y sin conciencia. Básicamente, en lo íntimo de su ser, están extremadamente airados contra un mundo que les negó la cercanía de sus padres que ellos necesitaban tan desesperadamente. Desafortunadamente, por causa de que muchos niños han sido víctimas del abuso y el abandono, los consejeros profesionales están viendo a más y más niños y adultos, que nunca desarrollaron una conciencia apropiada. Tales individuos padecen de un severo desorden de carácter.

Un día Gabriel, un estudiante de una de mis clases para graduados, se detuvo para hablar conmigo después de una de nuestras sesiones.

–¡Estoy muy agradecido por la clase de hoy! –me dijo–. No se imagina cuán aliviado me siento. Hoy aprendí por qué nunca pudimos llegar al corazón del hijo de mi primo que vivió con nosotros durante varios años. Mi esposa, especialmente, se siente culpable de no haberle ayudado. Probamos darle amor y más amor; probamos la disciplina consistente; pero nada pareció hacer alguna diferencia.

Las palabras salían en un atropello de sentimientos, mientras Gabriel me contaba la siguiente historia.

“La mamá de Juan murió cuando él nació, dejando a tres niños huérfanos de madre. Su padre, el primo de Gabriel, abrumado de dolor e incapaz de entendérselas con el recién nacido, aceptó con gusto el ofrecimiento de algunos parientes de cuidar del niño. Durante los primeros ocho años de su vida, Juan pasó de un pariente a otro. A veces, estaba seis meses en una casa, otras veces, solo unas pocas semanas antes de pasar a otra familia. Cada familia amaba a Juan y trataba de hacer lo mejor para él; pero el niño no recibió un cuidado consistente, no se vinculó con nadie, y no había nadie a quien él pudiera considerar como propio. A medida que pasaban los años, los parientes se mostraban más y más reticentes a tenerlo, porque era un niño difícil de manejar y una perturbación para la vida familiar.

Cuando tenía 8 años, Gabriel y Susana estuvieron de acuerdo en recibirlo en su casa. Se daban cuenta de que Juan estaba fuera de control, pero pensaban que, con amor y disciplina consistentes, podrían hacer una diferencia en su vida. En pocas semanas, Susana comprendió que tenía un verdadero problema entre manos.

Juan era iracundo y hostil, la mayor parte del tiempo, si bien podía ser realmente encantador si quería, especialmente delante de extraños. Cuando Susana y Gabriel trataban de abrazarlo, los apartaba y salía corriendo. Le era difícil hacer amigos en la escuela o en el vecindario. Otros niños jugaban con él un rato, porque era encantador al comienzo, pero pronto se tornaba hostil y ellos lo ignoraban. El muchacho mentía acerca de casi todo. En efecto, parecía no ver la diferencia entre la verdad y la mentira. Toda vez que podía, agarraba el gato y lo columpiaba de la cola. Un día, Susana lo pescó golpeando al animal con un martillo. Tenía que observarlo constantemente o corría el riesgo de que lastimara seriamente a su bebé o le prendiera fuego a cualquier cosa que pudiera arder.

Ahora, Susana y Gabriel estaban desesperados. ¿Qué podrían hacer para ayudar a Juan? Susana oraba muchas veces por día; seguía tratando de mostrarle al niño que lo amaba, y usaba todos los métodos disciplinarios en que podía pensar. A veces, las cosas iban mejor y parecía que estaba haciendo progresos. Entonces, sin aviso, Juan volvía a sus viejos caminos. Con los años, Juan mejoró, pero nunca llegó al punto en que ellos pudieran confiar en él. Su influencia en la familia era perturbadora para los niños más pequeños. Finalmente, cuando tenía 11 años, muy a pesar suyo decidieron, por el bien de sus propios niños, que Juan tendría que vivir con alguna otra persona.

Aquel día, en clase, durante nuestra discusión acerca del desarrollo de la conciencia, Gabriel se había dado cuenta, finalmente, con qué habían estado luchando él y su esposa. El muchacho no era un chico común, con unos pocos problemas de conciencia que podrían resolverse con una disciplina consistente. Tenía severos desórdenes de conducta, era un niño sin conciencia. ¡No es de admirarse que las cosas hayan sido tan difíciles!

Juan revelaba muchas de las características clásicas de un niño sin conciencia. Los niños como él, a menudo, se hieren deliberadamente y parecieran estar anormalmente preocupados con el fuego, la sangre y los cuchillos.

A veces, tienen problemas severos con robar, acaparar o atiborrarse de alimento. Tales niños llegan a ser adultos psicópatas: los terrores de la sociedad. Desafortunadamente, el patrón psicótico se fija a una edad muy temprana, generalmente a los 7 años, y parece estar fuertemente relacionado con la falta de vinculación durante la primera infancia y la niñez temprana, aunque algunas autoridades piensan que puede deberse a una tendencia genética.

La prevención es la mejor cura. Si quieres un fundamento sólido para el desarrollo normal de la conciencia, proporciona oportunidades abundantes para establecer fuertes lazos afectivos con tu bebé o tu niño pequeño. En toda manera posible, sé el principal cuidador de tu hijo o hija, durante su primera y segunda infancia. Presta atención a las necesidades de tu niño, ya sean físicas o emocionales. Provéele amante contacto físico en abundancia y muchas oportunidades de cercanía emocional. Debes estar allí cuando tu hijo te necesita.

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