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Perspectivas críticas y educación en derecho internacional: entrevista a Antony Anghie, Martti Koskenniemi y Anne Orford*

* Las entrevistadoras, Paola Andrea Acosta-Alvarado y Laura Betancur-Restrepo, agradecen a Milena Núñez Zeledón, pasante de la Academia Colombiana de Derecho Internacional, por su apoyo en la trascripción de este documento, y a Daniel Rivas-Ramírez, por el apoyo en su edición. Es importante señalar que considerando que el tema que elegimos para esta sesión con los tres profesores invitados a esta entrevista fue el de educación, y dada la naturaleza del espacio en la que la realizamos, quisimos dar mayor protagonismo a las voces de nuestros estudiantes de derecho y a los jóvenes investigadores en derecho internacional. Por esta razón, debemos anticipar que si bien esta entrevista se presenta a nombre de nosotras dos, varias de las preguntas que en ella se formulan tienen origen en las preocupaciones de nuestros estudiantes.

Tras hablar sobre imperialismo y derecho internacional y sobre la importancia que tiene el uso de la historia y la historiografía en el estudio del derecho internacional, el último día del simposio Repensando y Renovando el Estudio del Derecho Internacional dentro, desde y sobre América Latina, quisimos conversar con los profesores Anghie, Koskenniemi y Orford sobre un tema muy importante y cercano a nuestras investigaciones en derecho internacional: el uso de perspectivas críticas en la educación en derecho internacional.

Laura Betancur-Restrepo y Paola Andrea-Acosta: Partiendo de sus experiencias personales y el camino que siguieron para llegar a una perspectiva crítica del derecho internacional, su relación con el imperialismo y la importancia de la historia en su trabajo, quisiéramos preguntarles cómo han transformado esta perspectiva en su trabajo de académicos (entendiendo educación en un sentido amplio: como profesores, investigadores, supervisores de tesis, en su participación en eventos, etc.), y cuáles han sido los impactos y los cambios que ha tenido esta perspectiva crítica en general, y en concreto en su trabajo con los estudiantes.

Martti Koskenniemi: La pedagogía o las teorías de la educación nunca han sido demasiado cercanas a mi corazón profesional. Yo soy un practicante, y casi que por accidente terminé llegando a la universidad. Durante los veinte años que he estado en la universidad no he tenido claridad sobre qué es lo que debe hacer esta institución y con qué cuestiones debemos lidiar respecto a la educación de los jóvenes.

Las reflexiones que comparto no están basadas en teorías pedagógicas ni en visiones críticas particulares sobre lo que debería ser la educación en el derecho; están basadas en mi propia experiencia en la enseñanza y algunas de las reflexiones que he podido reunir durante mi trayectoria profesional.

Ese comienzo, un poco alejado del imperio, es solamente una continuación de la que ya hemos señalado en otras oportunidades, de que conocemos muy poco del mundo y que también conocemos muy poco del derecho.1 A veces, empezar de cero, en particular en el caso de la educación legal, es una necesidad imperiosa (al menos en mi caso) y es la única manera como luego podemos llegar a niveles más fundamentales de la relación entre el derecho y el imperio, por ejemplo.

No sé cómo se concibe la educación jurídica en Latinoamérica, pero de donde yo vengo deja un vacío cuando los estudiantes entran en el campo profesional, en relación con la pregunta qué es lo aprenden cuando aprenden derecho; para ponerlo de otra manera, ¿en qué consiste la competencia legal? Siempre he encontrado problemático que esa no sea la primera pregunta que uno les hace a sus estudiantes. ¿Qué es lo que uno aprende cuando aprende derecho? ¿Cuál es la competencia que les entregamos a ustedes? Por ello, en el transcurso de mi propio trabajo, he tratado de responder estas preguntas.

Sugiero que el derecho es una práctica lingüística. Es ampliamente conocido que el derecho es, en cierto sentido, similar al lenguaje: tiene una estructura similar a la del lenguaje y es ejercido a través de la palabra escrita y la palabra hablada. Es importante aclarar sobre esto último que el derecho no es como el idioma, sino que el derecho es el lenguaje.

La educación legal es educación en el lenguaje, y aunque todos nosotros sabemos algo sobre la educación de lenguaje, depende un poco de idioma con el que empiece uno. Si bien el inglés no tiene ninguna esperanza, en idiomas organizados como el alemán, el finlandés y el español, asumo que sabemos que uno empieza a aprender el lenguaje a través de la gramática; después uno aprende un gran vocabulario y luego uno aprende a formar oraciones significativas que utilizan el vocabulario con base en las reglas de la gramática. En mi opinión, ocurre lo mismo con la educación jurídica, pues aprendemos una gramática del derecho. La educación en derecho no es solo aprender un sinnúmero de palabras legales como soberanía, imperio, responsabilidad del estado o la Convención de Viena sobre el Derecho de Tratados, etc.

Si pensamos qué pasa cuando aprendemos español, hay que resaltar que no solo aprendemos un montón de palabras, sino que aprendemos a combinar esas palabras de forma tal que podemos formar oraciones con significados. Sumado a ello está el hecho sorprendente de que ha sido objeto de los célebres estudios de Noam Chomsky sobre lingüística estructural; en un idioma podemos formular oraciones que nunca antes nadie ha formulado y que todas las personas competentes que hablan ese idioma podrán entender (como oraciones generadas en ese idioma).

Por lo tanto, la competencia lingüística no se relaciona con el hecho de que uno conozca un montón de palabras, y en el caso del derecho, la competencia legal no es que uno conozca un montón de términos jurídicos; por el contrario, es que uno pueda utilizar estos términos jurídicos y combinarlos de maneras que permitan a los abogados competentes entender nuestras oraciones en el idioma del derecho. En suma, el conocimiento legal y la competencia del derecho constituyen un conocimiento lingüístico; es la capacidad de generar oraciones jurídicas de manera tal que los abogados competentes las reconozcan como parte de ese idioma, del lenguaje del derecho.

Así, una primera conclusión menor que debemos considerar es que lo que se les enseña a los estudiantes es una competencia legal, una competencia idiomática o lingüística; es la capacidad de escribir y hablar de manera que los abogados competentes reconozcan y comprendan nuestra oración como una oración significativa o competente. Para que sea más claro, déjenme darles un ejemplo de cómo uno puede fallar en esto.

Probablemente todos conozcan la apertura del caso en el que Bosnia y Herzegovina llevó a Serbia ante la Corte Internacional de Justicia2 por un genocidio cometido al final de las guerras de secesión de Yugoslavia. En ese entonces, Bosnia y Herzegovina era un Estado muy joven y uno muy pobre, por lo que no contaba con un servicio diplomático; tampoco con asesores legales del Estado. A raíz de ello, y dada su determinación por demandar a Serbia por el genocidio, a través de su embajador en las Naciones Unidas, contrató a un abogado civil norteamericano muy bien conocido en Estados Unidos (cuyo nombre no voy a mencionar pero que pueden consultar en el reporte de la Corte Internacional de Justicia de 19943).

Allí teníamos a un abogado de derechos civiles americanos, cuyo corazón indudablemente estaba en el lugar correcto. En la apertura del caso ante la Corte, se puso de pie y comenzó a contarles a todos los jueces sobre las terribles atrocidades que se habían cometido en Bosnia y Herzegovina. Él siguió hablando sobre las masacres, sobre los civiles inocentes, sobre las mujeres y los niños que habían sido asesinados y confinados, y continuó y continuó. Si ustedes hubiesen estado en el público, habrían podido ver que las caras de los jueces comenzaron a mostrar señales de preocupación; estaban mirando las paredes y, probablemente, estaban pensando en que se detuviera. Eventualmente, el abogado se detuvo, se sentó y consecuentemente la Corte entró en receso. Cuando la Corte volvió a reunirse y entró en sesión, ese abogado ya no representaba a Bosnia y Herzegovina; en lugar de él tenían como abogados a los sospechosos de siempre que habían sido entrenados en Cambridge, en París y en Nueva York, lo que fue un alivio para todos los presentes en la sala.

¿Cuál es el mensaje aquí? La competencia jurídica no tiene nada que ver con la bondad en el corazón. Tiene tan poca relación con la bondad en el corazón, como la relación entre la bondad y la competencia en los idiomas español, finlandés o inglés. La competencia legal es aquella a través de la cual se pueden producir ideas tanto buenas como malas (y, de hecho, se hace), es una competencia a través de la cual se pueden decir ideas estúpidas o ideas brillantes, así como hacer a través de la ley.

Una segunda conclusión nos hace llegar al adjetivo crítica. Así, la conclusión crítica es que el derecho y la competencia jurídica no conllevan un plano para una buena sociedad; tampoco ocurre en la competencia en el español, el finlandés o el inglés. Ustedes pueden ser héroes admirables en la vida, pero todo lo contrario a lo que es un héroe admirable dentro de cada uno de esos idiomas. En tal sentido, se puede ser a la vez un abogado internacionalista muy competente, pero ser un terrible bastardo. Ahora bien, para hacer trabajo crítico en el negocio del derecho es absolutamente necesario ser un abogado competente, pues hay que saber formular oraciones jurídicas, persuadir a públicos competentes en la Corte dentro de la rectitud de lo que ustedes están diciendo, siendo conscientes de que el idioma por sí solo no les dirá qué es lo que deberían decir.

Anne Orford: Es mucho lo que tengo por decir sobre esta cuestión. Como la enseñanza es muy central a lo que todos hacemos en la universidad, ya sea como estudiantes o como maestros, mencioné en otra ocasión que a mí me enseñaron en dos instituciones de derecho bastantes comunes: una en Australia y luego en King’s College University de Londres, donde estudié una maestría en derecho internacional. Volví a Australia, y en los años noventa obtuve mi primer puesto como profesora en lo que era una escuela de derecho radical y crítica. En Australia, así como en el Reino Unido, se vivían los primeros inicios de una revolución donde se reunían los académicos del derecho que venían de las perspectivas marxistas, feministas, poscoloniales y críticas. Sin embargo, como podría ocurrir con cualquier revolución, esta tampoco duró mucho, y esa escuela de derecho de las que les hablo terminó su momento crítico no poco después de que yo me fuera de allí. Ese fue el entorno en el que yo enseñé derecho por primera vez y estaba a eones de distancia de todo lo que yo había experimentado antes.

En términos de pensar cómo se enseña el derecho, leíamos autores que hablaban sobre el conocimiento situado; leíamos Outside in the Teaching Machine, de Gayarti Spivak, un libro extraordinario sobre cómo es enseñar en Estados Unidos de América; también leíamos Epistemology of the Closet, de Eve Koskofsky Sedgwick, un pensador crítico de India, y leímos Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire. Inspirado en Marx y Zenón, este texto pedagógico brasileño, el cual era casi que una biblia para la enseñanza en esta escuela de derecho, contribuyó a que entendiéramos con claridad que las instituciones educativas no son políticamente neutrales, así como ninguna práctica educativa lo es. Esta falta de neutralidad hace referencia a no estar solo comprometidos con ideas abstractas e intangibles; en nuestro caso estábamos trabajando en una institución política en la que tanto estudiantes como profesores hacían parte de una pedagogía de la opresión y, por lo tanto, era nuestro rol desafiar esto.

Esta universidad queda en los suburbios del norte de Melbourne y, por ello, el cuerpo de los estudiantes era de clase trabajadora o migrantes de primera generación, que en muchos de los casos era la primera vez que asistían a una universidad. Los estudiantes tomaron esto de diferentes maneras: para algunos era fantástico, porque tenían la posibilidad de no avergonzarse por ser de clase trabajadora o migrantes de primera generación; porque no era su culpa la exclusión que ellos sentían de frente a la ley y a otras instituciones, sino una condición estructural. Así, para algunos, esto fue algo así como una epifanía. Sin embargo, otros entraban a la universidad para lograr superar el estado que generaba esa condición de marginalización, que querían llegar al poder, que querían alcanzar la riqueza. Recuerdo, por ejemplo, a un estudiante que en su primer día de clase dijo que había entrado a la facultad de derecho porque quería tener una secretaria muy guapa. Naturalmente, la Pedagogía de los oprimidos no era muy interesante para él; pero hubo algo que le aprendí (como lo hacemos todos los que aprendemos de nuestros estudiantes). Allí había una lección valiosa: debía traducir las nociones del potencial político, de la creatividad y de la contingencia que yo misma estaba aprendiendo en ese entorno; tenía que llevarlo al lenguaje del derecho, tal y como lo señalaba Martti. Era mi trabajo hacer esto idiomáticamente accesible a través del derecho y fue algo que aprendí precisamente de Martti. Es posible hacerse entender en términos del lenguaje para los abogados sin que ello suponga perseguir la posición dominante de un proyecto en el escenario jurídico en un momento determinado.

En discusiones que tuvimos en otra oportunidad, las personas decían “bueno, estás diciendo que no hay esperanza, porque el derecho liberal internacional es un problema”, pero solo lo es si uno piensa que lo único que existe es el derecho liberal internacional. Por el contrario, no creo que ese sea el caso; pienso que hay muchas otras maneras en las que podemos imaginar el derecho internacional y un buen lugar para hacerlo es la universidad.

Ahora bien, en esa facultad de derecho de las que les he hablado, el derecho se entendía como algo mucho más amplio de lo que suele entenderse en otras escuelas de derecho a las que he asistido. Un ejemplo de una universidad mucho más tradicional es la Universidad de Melbourne. Desde la década de los noventa, su Facultad de Derecho ha estado completamente comprometida con el pluralismo y, por ello, en ningún momento marginalizamos a alguien que sea crítico.

También es un sitio donde yo siento que hay una moral atada a las preguntas y cuestionamientos; por ello, si usted es una persona doctrinal y cree que hay algo ambivalente en la moral de los abogados, entonces hay diferentes formas de abordarlo, aunque suene como un argumento; y si usted es una persona crítica, y tiene esa percepción sobre la ambivalencia, no sabe exactamente qué van a decir los demás. En mi caso, mucho de mi carrera ha sido experimental: que tuviese la suerte de tener mi primer puesto como profesora no quiere decir que haya estado en lo correcto moralmente; recibí una formación tanto como abogada como para la enseñanza, y fui afortunada en llegar a esta posición.

La posición ideal para nosotros es ciertamente ser fluidos en los diferentes idiomas, como ser bilingües (posiblemente) y traducir proyectos críticos jurídicos; lo que de hecho nos piden mucho nuestros estudiantes. A decir verdad, actualmente enseño en el doctorado, y creo que es allí donde realmente tiene lugar la formación para ese trabajo. Por ello, creo que son esas personas que adelantan sus estudios doctorales quienes después van a hacer las respectivas traducciones una vez llegue su momento.

Considero que la universidad es una institución extraordinaria. Si ustedes diseñaran una institución que contribuyera a muchas posibilidades políticas, sería la misma universidad. En tal sentido, cuando algo va mal, siempre pienso que es una batalla que hay que luchar y por ello hay que reconocer las circunstancias y los lugares en los que podremos librarla.

Antony Anghie: Con relación a la pregunta sobre el imperialismo y cómo ha afectado nuestras experiencias como docentes, debo reconocer que el imperialismo fue esencial para entender quién soy y conocer mis antecedentes. La pregunta es si reconocemos que esa parte de nuestro ser es una entidad propia o si, más bien, se trata de encontrar nuestra identidad en un mundo más amplio y civilizado que fue construido en esencia por Occidente.

En términos de mi propia educación, casi desde el comienzo tuve la intuición de que existía esa relación entre el imperialismo y lo que estaba estudiando. Dejé Sri Lanka en 1976, y ello coincidió con un año muy especial para el movimiento de los no alineados, porque en ese momento la conferencia se llevaba a cabo en Colombo (Sri Lanka) y fue una de las últimas en las que se mantuvo esa idea optimista de tener un nuevo orden internacional. Para ese entonces, yo era parte de ese orden, si se quiere, su heredero. Viendo hacia atrás, fui afortunado; durante cada etapa de lo que he hecho en la vida he encontrado a las personas correctas que me han motivado a mantener y a cultivar esos intereses.

Después llegué a Harvard y encontré a la persona adecuada, David Kennedy. Él me dio toda la motivación. Hice la investigación en la Facultad de Derecho de Harvard y fue para mí una oportunidad extraordinaria. Debo admitir que conocí la política de producción de conocimiento con la proximidad de la reputación de Harvard, que me permitió hacer eso y todo fue gracias a David. Él me dio toda su confianza y me mantenía presionando para que yo hiciera oír mi voz. Yo había estado trabajando mucho tiempo en este tema y cuando David era escéptico, me decía que no tenía sentido, mostrándome los diferentes argumentos.4

Tal y como lo hemos conversado con Martti, creo que es crucial ser competente en el derecho internacional y ese ha sido el trabajo que ha realizado él. En From Apology to Utopia5 se presentan todas las visiones que representan los diferentes sectores, cada uno con su correspondiente experticia. En cada etapa de mi carrera ha habido una comunidad donde personas importantes (para mí) me han impulsado a perseguir este objetivo en lugar de haberme rechazado, de haberme hecho sentir marginal o de privarme de la oportunidad de perseguir mis objetivos profesionales, lo que tiene que ver en muchos sentidos con el idioma. La cuestión es que el idioma del derecho internacional ha sido construido en gran medida por Occidente y nosotros mismos hemos sido construidos en muchos sentidos por ese idioma y por el mundo colonial y poscolonial.

Allí es donde yo creo que tenemos una alternativa. Hay una identidad que debemos escoger. ¿Cómo se expresan nuestras realidades en ese idioma que ha sido construido por Occidente (y el cual yo argumento que es el que ha venido del mundo europeo)?

Yo escogí este idioma para enseñar ese arte de una manera u otra, y sin él no podría conocerse el sentido de la conducta más brutal de la cual surgen normas: la esclavitud. Es un idioma que me permite darle forma al rechazo a la esclavitud. El esclavo dice: “usted me enseñó el idioma y es lo que yo sé para maldecir también. Usted me motivó a que aprendiera ese mismo idioma y al aprenderlo y utilizarlo para maldecir, estoy negándome a mí mismo”.

Si llevamos esta reflexión al idioma del derecho internacional y reconocemos que nosotros venimos del mundo colonizado, al aceptarlo estamos negándonos a nosotros mismos. Pero entonces ¿cómo podemos formular un nuevo lenguaje que exprese nuestra realidad? Por ejemplo, José Manuel Álvarez dice que podemos expresarnos a nosotros mismos en este mundo del derecho internacional, y yo creo que este es el gran desafío que tenemos todos nosotros como académicos.

Martti dijo que el lenguaje es neutral y que, por ello, puede ser utilizado para bien o para mal; pero lo importante es ser competente. Al respecto, hay sugerencias muy importantes como las de Shakespeare, para quien es un lenguaje que significa civilización y proceso; y si ese es el caso, no es tan neutral. Usted puede participar del gran proyecto de traer justicia al mundo civilizado, y yo creo que en ese punto de unión es donde está la importancia, pues la historia sugiere que ese es el propósito del idioma que estamos utilizando, entendiendo la historia como una narrativa.

Apelando a esa discusión previa sobre rol de la historia, allí es donde miramos si la historia tradicional es la narrativa de un progreso en general. Nosotros podemos traducir las experiencias en un lenguaje o utilizar ese otro idioma para expresar nuestras propias realidades para que sean reconocidos por una corte o quizás que sean reconocidos los aspectos cruciales del derecho.

En este sentido, también pienso que tenemos que regresar mucho. Yo pertenezco a una red de académicos llamada Third World Approaches to International Law (TWAIL). Considero que esta nos permite tener intuición sobre el mundo y su injusticia. Nos permite expresar esas intuiciones en términos del lenguaje del derecho internacional para que se vuelva un mecanismo y poder entender ese pasado imperial, y se ha logrado mucho al respecto durante los últimos veinte años.

Cuando yo empecé a escribir sobre imperialismo, hace unos veinticinco años, eran muy pocas las personas que estaban abordando ese tema, y todo tenía que ver con el gran proyecto de los derechos humanos. Lo que es cierto y es gratificante es que los grandes abogados del derecho internacional tratan de rehusar el argumento básico de TWAIL: que el imperialismo es fundamental para el derecho internacional y que sin él no existiría el derecho internacional.

Del mundo colonial han emergido doctrinas seguidas a lo largo del tiempo. En el siglo XIX se hablaba de civilización; mientras que en el siglo XX se hablaba de desarrollo, pero es interesante ver cómo han sido sus consecuencias. Devolviéndonos un poco, quiero hablar de toda la experiencia de la enseñanza que es donde encaja esta entrevista. Tenemos una serie de conferencias globales donde comenzamos a improvisar de diferentes maneras con la fortuna de que hemos sido apoyados por mentores e instituciones que nos dan la oportunidad para explorar estas ideas y hablar.

He sido afortunado al ser invitado a diversas conferencias, como la que tuvo lugar en Seúl.6 En esa oportunidad, estábamos llegando a un punto en el que nos preguntábamos qué significa el lugar donde está el derecho internacional, y existía una percepción de que había que llegar al punto de expresar nuestras diferencias a través del lenguaje del derecho internacional. Suele ocurrir que los libros de texto son muy tradicionales y que no es fácil verse reflejado a uno mismo. Ante ello, una opción puede ser traer el material asiático e involucrarlo para que sea más fácil verse a uno mismo en los libros; sin embargo, ese material tendría que haber estado desde los principios, pues si no, no funcionaría (esta reflexión también vale para Latinoamérica). No es cuestión de traerlo improvisadamente.

En un proyecto en el que participo en Singapur estuvimos analizando ese punto en términos del derecho internacional. No se trata de ignorarlo como dice Martti, y con ello llego a responder la segunda pregunta. Es mi responsabilidad enseñar a mis estudiantes para que se vuelvan abogados competentes en derecho internacional en el sentido más convencional y tradicional; ese es mi deber principal. Sin embargo, la pregunta es cómo integrar todo lo que hay a mi alrededor en esa formación.

Hace dos semanas estaba hablando con James Thuo Gathii, un colega de Kenia que trabajaba en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y ha sido un pionero de los TWAIL del comercio, principalmente para la región africana. No es que sea exótico capacitar a personas que puedan hacer negocios serios en el marco de la OMC, y algo interesante que él dijo cuando hacia campaña para su cargo en la OMC fue “cuando fui y conocí a todos estos altos funcionarios en Ginebra y en Londres, lo que me pareció más interesante fue que todas estas personas son mucho más tradicionalistas en temas de comercio que lo que yo soy”. Pienso que esto puede aplicar para Colombia y América Latina. Es como si ellos supieran que se trata de un sistema complejo que tiene muchas inequidades en su interior, pero no sabían cuál era el lenguaje para expresar eso y para que fuera políticamente honesto.

James se basa en Nairobi y en Sudáfrica, y el debate sobre el desconocimiento de lo que es la descolonización. Todo esto está ocurriendo en África; mientras que en Asia apenas se empieza a debatir este tema. Ciertos países de Asia están hoy en una posición en la que creen que pueden ejercer el poder y por ello vale la pena preguntarse si ellos van a ejercer el poder, ¿por qué no utilizar este sistema que ya está establecido? Ya hay un sistema que está bien construido y que es sólido, y China quiere participar e involucrarse en él. Para eso está firmando muchos tratados de comercio bilaterales, pero tiene que ser muy cautelosa. La preocupación está en poder entrar en ese sistema que ya está construido en Occidente, respondiendo a sus propios intereses. Pero ¿para qué cambiar ese sistema si está funcionando y ya hay un lenguaje común del derecho internacional?

También debo decirles que estuve en Brasil, y en términos pedagógicos, todos estos desarrollos de los que les he hablado están teniendo lugar en el mundo y no solo en el tercer mundo. Aquí, con Martti, con Susan Marks y otros colegas de Toronto hay otro punto que me interesa resaltar acerca que nos limita a TWAIL.

Cuando viajo a Europa, encuentro algo muy interesante: los jóvenes académicos europeos quieren conocer la historia del derecho internacional y la teoría TWAIL que apenas estamos empezando a desarrollar. Pero ¿por qué ocurre esto? El imperialismo nos prevenía, de muchas maneras, a los países en vías de desarrollo de reconocer las realidades de nuestra propia existencia y ese efecto cegador también se extendía a Europa y a Estados Unidos, donde se veía la historia propia sin reconocer ni entender el imperialismo y sin conocer su historia externa.

Durante veinte años, he enseñado en la Universidad de Utah. La gente siempre me pregunta por qué terminé allí, y pese a que siempre encuentro diferentes razones, la verdad es esta: fue la única en tres continentes que me ofreció un trabajo fijo. Cuando llegué allí, fui completamente libre de desarrollar la cátedra que doy.7 Mis estudiantes de ese entonces eran maravillosos, porque tenían experiencia internacional, porque habían estado en misiones desplegadas en el exterior y porque tenía también estudiantes que querían participar en el tema de los derechos humanos a través del desarrollo legislativo en la materia.

Cuando les pregunté a mis estudiantes por Laos, muchos no lo conocían. Después, cuando les pedí que buscaran en Google cuántas veces Estados Unidos de América había utilizado a Laos durante su historia, quedaron horrorizados. Ellos querían hacer un mundo mejor sin entender cuál era la historia de su propio país en el exterior. Laos ni siquiera estaba en guerra contra Estados Unidos; sin embargo, fue utilizado contra el sureste asiático.8 Así, en Estados Unidos encontré una situación extraña; les estaba enseñando sobre su propia historia, sobre su comportamiento externo.

Todo esto está teniendo lugar, y para mí es maravilloso. Por lo que he podido ver, no está pasando solamente en África, en Asia y ahora en Latinoamérica; esta concientización está surgiendo también en Europa y en Estados Unidos. Por eso es maravilloso que tantas iniciativas de este tipo están teniendo lugar en el Reino Unido y en Australia que también tienen su historia. Yo diría que estamos ante un proceso global y pese a que no sé cuál va a ser el resultado final, con esta visita a Latinoamérica ya puedo ver las conexiones que existen entre sus países y entiendo de dónde surge su preocupación.

Laura Betancur-Restrepo y Paola Andrea Acosta: El pensamiento crítico es una perspectiva que se construye con los años; por lo tanto, no es innato a todos los abogados. Como todo en la vida, a lo largo de ese proceso intelectivo que se surte en el interior de cada uno es posible que surjan resistencias, desincentivos y dudas. En ese sentido, ¿cómo se dio para ustedes ese proceso de hacerse pensadores críticos ante el deseo de creer en el derecho? ¿Cómo lidian con esa cuestión en la enseñanza si en muchas oportunidades tienen que desidealizar personas e instituciones? ¿Cómo confrontar el querer enamorarse del derecho internacional y la comprensión del componente crítico?

Por otra parte, también hay que reconocer que para los académicos de la periferia es un tanto más difícil poner en práctica lo que ustedes desarrollan en sus trabajos. No es lo mismo incorporar esa perspectiva en Chile que en Canadá. ¿Cuál sería su consejo para incorporar, practicar y enseñar esta perspectiva en un contexto muy periférico del Sur?9

En tercer lugar, quisiéramos hacer una pregunta con relación al lenguaje. Estamos de acuerdo con que la competencia jurídica tiene que ver con el lenguaje; pero en desacuerdo respecto a que el lenguaje es lo más importante de la competencia legal. Podría decirse que el atributo más importante de la competencia jurídica es la interpretación del lenguaje. En tal sentido, ¿cuál creen ustedes que debería ser el rol de los artículos 31, 32 y 33 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados (principalmente el número 33) en relación con la traducción de los idiomas oficiales?

Finalmente, con relación a sus reflexiones en torno al valor de la historia y su utilidad, para comprender el presente ¿creen ustedes que hay otros lenguajes con los que podamos entender y analizarlo? Hay muchos fenómenos, hechos, guerras y bombas que dificultan que sea fácil llegar a un concepto preciso sobre el presente. Entonces ¿cómo transmitir este conocimiento valioso a los estudiantes que hoy en día tienen acceso a mucha información sobre diferentes hechos, asuntos diplomáticos y relaciones económicas? ¿Cómo hacer un análisis específico del presente, tomando todos los antecedentes históricos y las investigaciones en las que se trabajan hoy en día?10