Kitabı oku: «La visión teológica de Óscar Romero», sayfa 9

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Salvación y violencia

Desde el comienzo de su encuentro con los europeos que le pusieron el nombre, la tierra de El Salvador ha necesitado desesperadamente la salvación.

Los seres humanos necesitan de Dios para su existencia, para su bienestar y para comprensión de su destino de eternidad. En el corazón de la existencia está la conciencia constante de la dependencia de Dios. Sin embargo, Nancy Pineda-Madrid tiene razón cuando afirma que “nuestra conciencia nunca es más aguda que en la batalla contra el mal”.192 Es en ese momento que nosotros también levantamos la vista hacia las colinas y preguntamos: ¿De dónde vendrá mi ayuda? Basta con escuchar el grito de angustia del salmista: ¿hasta cuándo, Señor? ¿Por qué me has abandonado? ¿De dónde vendrá mi ayuda? Para Romero, su ayuda proviene del monte Tabor, donde el Divino Salvador del Mundo reveló la gloria de Dios y su humanidad. En pocas palabras: salvación significa transfiguración. Antes de profundizar en la teología de la transfiguración de Romero, haríamos bien en considerar brevemente el relato de la salvación que ha dominado el paisaje latinoamericano durante la mayor parte de su historia, la enseñanza de Anselmo sobre la satisfacción.

La salvación entendida como satisfacción es una respuesta clásica al misterio del pecado y el mal. De hecho, el trabajo de Anselmo, Cur Deus homo, respondió a esta pregunta con tanta fuerza y penetración que se convirtió (al menos informalmente) en la respuesta. Dicho brevemente (y que se pueda afirmar brevemente es una de las fortalezas de esta respuesta), al pecar la humanidad ofendió a Dios y necesita responder por esta ofensa. La deuda que la humanidad tiene con Dios es infinita y solo Dios puede pagarla a fin de hacer las paces. Y como solo del lado de la humanidad está la deuda, por lo tanto, se necesita de Jesús, el Dios hecho ser humano. Al dar su vida en obediencia sin haber pecado, esta persona que es divina puede satisfacer (saldar) la deuda de la humanidad que él ha hecho suya. Para decirlo groseramente, una víctima divina e inocente sufre el castigo que corresponde a una humanidad pecadora y de esta manera hace posible un nuevo comienzo para todos. Es importante decirlo groseramente porque es en esta forma de teorías de sustitución penal que la explicación de Anselmo se ha difundido ampliamente.

La soteriología occidental del último milenio puede leerse como un comentario al trabajo de Anselmo. Sin embargo, Pineda-Madrid es una de voces teológicas contemporáneas que han expresado su preocupación sobre la respuesta de Anselmo.193 Primero, existe la preocupación de que su relato esté demasiado centrado en la cruz, por lo cual su crítica se aplica al tiempo presente pero no anuncia el reino venidero. A su vez, glorifica el sufrimiento con Cristo sin atender a la nueva vida que su resurrección hace posible. El enfoque en el sufrimiento es particularmente preocupante para las mujeres, a quienes se les ha enseñado que el camino de la salvación está pavimentado con su sacrificio personal.

En segundo lugar, existe la preocupación de que su relato sea ahistórico. La salvación ocurre por arriba nuestro, en una transacción trascendente entre el Padre y el Hijo encarnado. El resultado es la relajación de cualquier tensión entre la iglesia y el mundo, una aceptación tácita del status quo injusto. Para decirlo de otra manera, uno puede predicar la soteriología de Anselmo desde los estrados sin perturbar las estructuras sociales. Cabe la pregunta de si la lectura de Anselmo que hace Pineda-Madrid es justa para Anselmo. Lo que está fuera de toda duda es que las preocupaciones que menciona (glorificación del sufrimiento, escatología futurista) son reales y han deformado la teología cristiana y la vida en América Latina y más allá. La reducción de la obra salvadora de Cristo a la muerte en la cruz, excluyendo otros aspectos de la vida (especialmente su ministerio público) apoya una separación de fe y vida que deja a la teología particularmente susceptible de ser manipulada ideológicamente.

La insatisfacción ante las respuestas de Anselmo a las preguntas latinoamericanas tiene formulaciones alternativas. Si el problema es la opresión, entonces Gustavo Gutiérrez tiene razón, la salvación significa liberación.194 Si el problema es una injusticia generalizada, entonces Elsa Tamez tiene razón, la salvación significa justificación.195 Si el problema es exclusión, entonces Jon Sobrino tiene razón, la salvación significa solidaridad.196 Si el problema es una historia de violencia, entonces Romero tiene razón, la salvación significa la transfiguración de esta historia. Estas no son preguntas o respuestas mutuamente excluyentes. Cada uno busca su lenguaje para interpretar el escándalo de la sangre derramada en América a la luz del escándalo de la cruz. Al hacerlo, practican un ressourcement desde los márgenes. Gutiérrez traduce la nueva teología. Tamez traduce las perspectivas protestantes sobre Pablo.197 Sobrino traduce la eclesiología profética de Cipriano. Romero traduce la antropología de Ireneo. Todas sus obras son originales. El acto de traducción resulta en el trasplante de la tradición viva del cristianismo en suelo latinoamericano. En el caso de Romero, el trasplante es fertilizado por la historia local y las prácticas que giran en torno a la celebración de la transfiguración. El resultado es una comprensión del ser humano transfigurado que es a la vez ireneano y salvadoreño.

La transfiguración del Divino Salvador

La Fiesta de la Transfiguración se celebra el 6 de agosto. El 6 de agosto de 1456 llegó al Papa Calixto III la noticia de la victoria cristiana sobre los turcos, ocurrida en Belgrado el 22 de julio.198 Las iglesias ortodoxas ya celebraban la transfiguración el 6 de agosto, pero el día tradicional de observancia en occidente era el segundo domingo de Cuaresma.199 Pero dada la importancia de aquel hecho militar, los papas respondieron a las noticias de la victoria agregando la fecha oriental al calendario occidental.

Para El Salvador, cuyo nombre está dedicado al Cristo transfigurado, el salvador del mundo, la transfiguración no es solo una fiesta litúrgica sino una fiesta nacional. Le precede el 5 de agosto con la Bajada, una procesión y servicio al aire libre con una estatua del Cristo transfigurado; luego, el 6 de agosto, el arzobispo ha de predicar sermones donde estarán presentes temas nacionales, litúrgicos y bíblicos. Las lecciones de las Escrituras para el día son casi idénticas. Solo la versión de la historia de la transfiguración que se lee varía de acuerdo con el año litúrgico.200

En esta sección haré una visión diacrónica de la predicación de Romero sobre la transfiguración que abarca desde sus primeros días como párroco hasta las últimas semanas de su vida. La muestra de sermones no será exhaustiva ya que muy pocos de los sermones que Romero predicó antes de convertirse en arzobispo están disponibles. Sin embargo, los sermones de transfiguración que considero aquí cubren un período de tiempo lo suficientemente amplio como para permitir una visión amplia de la teología de la transfiguración de Romero.

La eternidad te contempla (1946)

Óscar Romero predicó en la Fiesta de la Transfiguración el 6 de agosto de 1946, en una misa al aire libre para las tropas estacionadas en San Miguel.201 Esta fue su primera parroquia. Romero tenía solo veintinueve años en ese momento. Como se lee en el texto, es una homilía muy corta, quizás de cinco a siete minutos de duración. Está impregnada de imágenes militares, patrióticas y de transfiguración. Comienza con una historia sobre cómo Napoleón alentó a sus tropas al pasar por las pirámides de Egipto diciéndoles que su valor estaba siendo contemplado por la casi eternidad de cuarenta siglos de historia. Pero las tropas de San Miguel tienen un honor aún mayor. Desde el altar donde se celebrará la Eucaristía, la verdadera eternidad los contemplará. El patrono de El Salvador, el Divino Salvador del Mundo, es el Señor de los ejércitos. Ha hecho de la pequeña república centroamericana su monte Tabor salvadoreño.

Desde esta cumbre, Romero bendice a sus tropas con “la macicez de vuestras armas, la virilidad de vuestros uniformes, el sacrificio de vuestra vida militar”.202 Por esta razón, los soldados pueden decir con los apóstoles: “Señor, es bueno estar aquí”. Es bueno ser salvadoreño. Para el pastor de San Miguel, el patriota más grande es el que ansiosamente se arrodilla ante el Divino Salvador y sirve al país dedicado a su nombre. El mayor traidor es el que aleja al país de su gloriosa herencia religiosa en busca de otras luces. Romero le recuerda a su congregación los soldados que lucharon por la democracia durante la Segunda Guerra Mundial. Por fe, “hasta los cañones y los tanques se convirtieron en altares”.203 El soldado es un sacerdote. Desde el altar de la misa, el Cristo transfigurado contempla a los soldados y sus altares.

La Fiesta de la Transfiguración (1963)

En 1963, el padre Romero tuvo el honor de predicar en la Catedral de San Salvador para la Fiesta de la Transfiguración.204 En términos panegíricos, Romero se refiere al relato de la transfiguración como el evangelio salvadoreño. Incluso el silencio en las Escrituras con respecto al nombre del “monte excelsum” en el que Cristo apareció en gloria se interpreta como una invitación para que los salvadoreños lean su propia geografía en el relato. El paisaje agreste de América Central ha sido preparado por la divina providencia para evocar el monte Tabor. El mismo Papa Pío XII vio esta semejanza en la “belleza insuperable en la altivez de sus montañas, en la serenidad de sus transparentes lagos, en la grandeza de sus cascadas, de sus volcanes y de su mar inmenso”.205 La tierra no solo es adecuada para convertirse en un Tabor americano, sino que su historia también fue guiada por la providencia. La tierra fue el escenario de un drama que tuvo su prólogo en la historia mítica de “Votán y Quetzalcóatl”, pero su primer acto comenzó con la llegada de Pedro de Alvarado.206 Como señalé anteriormente, Romero sigue a Pío XII al pasar por alto el lado oscuro de la conquista para llamar la atención sobre la piedad del conquistador que confió la protección de las tierras de Cuscatlán a la Santísima Trinidad y otorgó a la ciudad de San Salvador su noble nombre.207

La retórica patriótica de Romero interpreta la Fiesta de la Transfiguración como un acto civilizador y cristiano. Su celebración marca el triunfo del cristianismo sobre las fuerzas paganas en Belgrado y Cuscatlán. Para el padre Óscar, “el 6 de agosto y la densa mística del mensaje del monte Tabor vinieron a ser como la vocación de nuestra Patria”.208 Una larga línea de líderes nacionales han prometido su servicio a la iglesia y al estado ante la imagen del Divino Salvador dada a El Salvador por nada menos que Carlos V. La transfiguración y la historia de El Salvador ahora están unidas. El relato evangélico de la revelación de Jesús de su gloria en el monte Tabor es “como el sagrado himno nacional que exalta la belleza de nuestro suelo, interpreta el sentido de nuestra historia y alienta las esperanzas cívicas y religiosas de nuestros pueblos”.209 La transfiguración no es un evento único en la vida de Jesús, sino que su luz sigue brillando en la iglesia, la nación y la historia. Los eventos en la vida de la iglesia como el segundo Congreso Eucarístico a punto de ser convocado en El Salvador son como un nuevo Tabor.210 Romero ve en la transfiguración una síntesis de la historia de las Escrituras y el destino del mundo, y explora tres dimensiones de esta síntesis.

Primero, la teofanía del monte Tabor revela a Cristo como el Divino Salvador de la humanidad. La presencia de testigos del Antiguo y Nuevo Testamento, la nube luminosa, el rostro glorioso y la voz celestial apuntan a la identidad divina de Jesús. Al interpretar los textos del día Romero convoca la asistencia de dos luminarias teológicas: Tomás de Aquino y León el Grande (el Papa). Con la ayuda de Aquino, llama la atención de los fieles sobre el esplendor de Cristo: “no fue aquella claridad el rostro de Cristo una claridad venida de afuera, sino la emanación de la divina persona y la gloria del alma que Jesús llevaba ocultas para poder padecer los misterios de la Redención”.211 En Tabor, Jesús invitó a sus discípulos a verlo con claritas para afianzar su viaje a Jerusalén y al Calvario.212 Así, la transfiguración fue la respuesta de Jesús al rechazo de Pedro a la Pasión. Por el escándalo de la transfiguración, Jesús preparó a sus discípulos para el escándalo de la cruz y una parte integral de esta preparación fue escuchar atentamente la voz del Padre. León el Grande (el Papa) ayudó a Romero a articular lo que un oyente cuidadoso debería esperar escuchar de esta voz.213 En la transfiguración es el Padre quien da a conocer al Hijo y convoca a los discípulos. La voz habla de la unidad de esencia e igualdad de poder entre el Padre y el Hijo y, sobre la base de la identidad de Cristo, le encarga a la humanidad que lo escuche.214

Para Romero, la predicación de la divinidad de Cristo debe preceder a cualquier conversación sobre él como salvador de la humanidad. De allí que antes de que se muestre a los apóstoles la agonía demasiado humana de Cristo en Getsemaní, se les muestra su glorificación. Tabor precede al Calvario no solo cronológicamente sino también teológica y pedagógicamente y a su vez la experiencia en el monte Tabor prepara el camino para el Calvario anticipando la cruz. “En una palabra, la manifestación de Jesús como Dios en el Tabor es también la manifestación de Jesús como víctima doliente de la humanidad. Las mismas credenciales que en el Tabor lo acreditan como Hijo de Dios, sirve también para acreditarlo como “varón de dolores” cuyos sufrimientos por ser de Dios tendrán el suficiente mérito para salvar a los hombres”.215

La segunda dimensión de la transfiguración que Romero considera es la eclesiológica. Moisés y Elías representan al pueblo de Dios que precedió a Cristo. Pedro, Santiago y Juan se presentan como representantes del pueblo de Dios que siguió a Cristo. Los rayos del resplandor de Jesús se remontan a la creación de la humanidad y hacia su consumación. La contemplación de este misterio convierte a los doctores más sobrios de la iglesia en poetas. Romero comenta con asombro que “la teología de Santo Tomás se torna aquí sublime poesía cuando compara estas dos porciones de la humanidad como si fueran una procesión de domingo de Ramos que se vuelve cósmica para abarcar a todos los hombres que marchan delante y detrás del Divino Salvador, clamando “Hossana”, como para implorar de él la salvación”.216 Así, la iglesia prolonga y perfecciona la misión que Dios comenzó en Israel.

La tercera dimensión de la transfiguración que Romero considera es la antropológica. En el monte Tabor, la humanidad vislumbra su destino en Cristo y el papel de la iglesia para alcanzar este destino. Pedro habla por toda la humanidad cuando, al ver un anticipo del glorioso fin prometido, clama: “Señor, es bueno para nosotros estar aquí”. De manera que la transfiguración de Cristo debe encender el deseo de la transfiguración de la humanidad porque la humanidad fue creada para la alegría y la luz. Los anhelos de verdad, grandeza y felicidad que todas las personas tienen expresan un deseo implícito de transfiguración e imparten una obligación para el país cuyos orígenes están vinculados a esta fiesta. Cuanto más cercana sea la armonía entre el presidente y el papa, mejor será el anhelo de la nación de vivir bajo la gloria de la transfiguración. Cuando el gobierno se acerca a Roma, como cuando estableció relaciones diplomáticas con la Santa Sede en 1862, la gente avanza en su transfiguración. Cuando el gobierno olvida su deber solemne, los espectros de la masonería y el marxismo persiguen a la población y amenazan con alejarlos de la iglesia, la única que puede satisfacer el hambre de los corazones salvadoreños.217

Romero termina la homilía con tres objetivos extraídos del mensaje de Pío XII al embajador salvadoreño en la Sede romana. Primero, debería haber relaciones cada vez mejores entre la iglesia y el estado. Esto significa que las leyes y estructuras que implementa el estado para asegurar la provisión de bienes temporales para el bien común de todos deben estar en armonía con la provisión de bienes espirituales de la iglesia para la redención de todos. Segundo, el gobierno necesita comprender y operar de acuerdo con la enseñanza social de la iglesia. La “claridad en el monte Tabor” que brilla en la doctrina social católica “ilumina la verdadera fraternidad de los hombres, la verdadera jerarquía de valores temporales y eternos, y los vigorosos y suaves postulados de la justicia.”218 Tercero, el gobierno debe respetar la libertad de la iglesia mientras lleva a cabo su misión educativa. Estos tres objetivos brillan con la luz del monte Tabor, y su logro avanzaría enormemente en la transfiguración de El Salvador.

El contraste entre este sermón y el de 1946 es marcado por la longitud del texto y su riqueza teológica. Por supuesto, el contexto también es muy diferente. El primer sermón fue predicado en una misa al aire libre; el segundo lo fue en la catedral de San Salvador.

“El divino salvador” (1976)

El obispo Romero regresó al púlpito arquidiocesano en 1976.219 Comienza comparando la lectura del relato evangélico de la transfiguración con escuchar una vieja canción de cuna; en ella los oyentes son transportados de regreso a su infancia. Nuevamente Romero le recuerda a su congregación cómo el conquistador español Pedro Alvarado le otorgó el nombre del país. No comenta sobre las violentas ambigüedades de ese bautismo de sangre, pero en cambio sí hace suyo el mensaje enviado por Pío XII para conmemorar la celebración del Primer Congreso Eucarístico Nacional en El Salvador en 1942. Como vimos en el sermón anterior, Romero aprecia mucho este respaldo papal. Continuando con la naturaleza festiva de su sermón, Romero recuerda nuevamente a sus oyentes los orígenes históricos de la Fiesta de la Transfiguración desde su celebración en el oriente en el siglo V hasta su adopción por occidente en el siglo XV y su transmisión transatlántica en el siglo XVI. Por la providencia de Dios, “la más luminosa teofanía del Evangelio” se ha convertido en la fiesta nacional de un país.220

La luz del monte Tabor ilumina los tres pilares sobre los cuales se construye la realidad de El Salvador en toda su densidad espiritual, histórica y social: Cristo, su salvación y la iglesia. Estos son los tres temas del sermón de 1963. En comparación con aquella homilía, la sección cristológica es relativamente corta. Romero se contenta con reflexionar sobre la identidad del Cristo de El Salvador como el Divino Salvador del Mundo. Solo una persona divina podría ser redentora de la humanidad y por eso es que es en Jesús donde el mensaje y la propuesta de Dios se dan a conocer. “Por una paradoja insospechada”, dice Romero “la luminosa visión del Tabor ha sido un trágico anuncio de la sangrienta transfiguración del Calvario”.221 La brevedad de esta sección puede explicarse por el hecho de que, en esta homilía, a diferencia de la de 1963, Romero no pinta a Jesús con el telón de fondo de Calcedonia, sino con el telón de fondo de Medellín.

Desde la cristología del Tabor Romero va hacia la soteriología. La verdadera liberación de la humanidad se encuentra en el Cristo que se identifica con la historia y la espiritualidad de El Salvador. Los cristianos no tienen que recurrir a pozos de ateísmo para calmar su sed de justicia. Los salvadoreños no necesitan suplicar por un vaso de agua a los extranjeros porque la solución para los problemas de El Salvador no está lejos. Las fuentes de salvación se encuentran en el cuerpo de Cristo, la iglesia en El Salvador.222 Por su parte, la iglesia debe volver a comprometerse a escuchar los gritos de los oprimidos y responder con la liberación que se anunció y alcanzó en Jesucristo.

Sin embargo, la liberación proclamada por la iglesia no puede reducirse a los proyectos históricos que trabajan por la liberación solo en los ámbitos de la cultura, la economía y la política. Además, la liberación proclamada por la iglesia rechaza con énfasis el uso de la violencia. Y desde un ángulo positivo es necesario señalar que la liberación proclamada por la iglesia busca liberar al ser humano para su realización en todas sus dimensiones, horizontal y vertical. En el corazón del mensaje de liberación de la iglesia está la proclamación de la salvación en Cristo y la convocatoria a la conversión. Romero le dice a su congregación que las estructuras sociales deben ser cambiadas y humanizadas, pero que estos cambios serán en vano a menos que las personas que lideran o estén sujetas a ellas sean transformadas y humanizadas.

Como evidencia que corrobora lo dicho, Romero ofrece el juicio de Pablo VI que “aún las mejores estructuras, los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos si las inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas”.223 Desde su perspectiva la iglesia prolonga el misterio de la encarnación de Cristo y su transfiguración y en ese sentido es que hace suyas las palabras de la Constitución dogmática sobre la Iglesia. La iglesia tiene una misión: “ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia”.224 En el corazón de esta misión se encuentra el encuentro con Cristo el Divino Salvador, el mismo Cristo que orienta la historia de la nación y toda la creación. “Cualquier otro Cristo y cualquiera otra liberación que no sea el Cristo, ni la liberación predicada por la Iglesia, serán siempre Cristo y liberación imaginados, por más “históricos” que se les quiera llamar”.225 Romero les pide a sus oyentes que concreten esta misión de hacer brillar la luz de la iglesia sobre las realidades del país. Hace un llamamiento a la iglesia y al estado para que trabajen juntos bajo la guía del Divino Salvador del Mundo, el patrono nacional, para transformar el país. Termina como comenzó con un encomio florido a la transfiguración como una fiesta nacional que “nos parecen un plácido retorno a la casa solariega, como quien se inclina, para estampar un beso de fe, de gratitud y de compromiso, sobre la cuna de su infancia y sobre la pila de su bautismo”.226

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