Kitabı oku: «El orgullo de una Campbell», sayfa 4

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—La cena ha estado deliciosa —comentó Arthur cuando esta terminó. Solo Brenna, que no podía levantarse de la cama, no había asistido. Pero allí estaban Amy, Audrey, Malcom y el resto de miembros del clan, reunidos en el gran salón de Cawdor.

—Dadle las gracias a Audrey. Ella es la encargada de planificar las comidas —se apresuró a decir Amy mirando a esta.

—En ese caso, os felicito —reiteró Arthur elevando la copa para brindar en su honor.

—Os agradezco vuestro cumplido, doctor —dijo ella con una ligera inclinación de cabeza, y una sonrisa de agradecimiento—. Y hago partícipes de vuestra felicitación a quienes pasan horas en la cocina.

—Llamadme Arthur, si no os importa. En ese momento no estoy ejerciendo mi profesión.

—Lo tendré en cuenta para la próxima ocasión.

—Audrey es una especie de ama de llaves en lo que a Cawdor se refiere —comentó Colin—. Es indispensable.

—Bueno, no sé si tanto, pero…

—Es la verdad, aparte de ser parte del clan, me uno al comentario de Colin —le aseguró Amy mirando con devoción a la mujer.

Arthur no perdía detalle de las palabras que le profesaban a la mujer. Pero tampoco del atractivo de Amy. Se había cambiado de ropa y se había arreglado el cabello. Su mirada la parecía más brillante y atrayente que durante el resto del día. Tal vez se debiera a la luz mortecina de las lámparas de salón, se dijo. Y no a que él parecía estar más y más sugestionado por su belleza.

Esta le lanzó una mirada fugaz. Una de las varias que le había estado dirigiendo durante la cena. Lo había observado con discreta atención desde que se sentaron a la mesa. Por fortuna no lo había hecho a su lado; algo que había agradecido. Pero no por ello, él había dejado de llamarle la atención. Y cuando la había sorprendido contemplándolo se había limitado a asentir con una tímida sonrisa. Lo encontraba misterioso con sus lentes. Era como si se ocultara tras estas.

—Creo que deberíamos marcharnos —dijo Amy mirando a Audrey—. Supongo que el doctor… —Percibió la mirada de este. Sorprendido porque se hubiera referido a él por su categoría profesional y no por su nombre. Algo que no pasó desapercibido para ella y que se apremió a corregir—. Supongo que Arthur…

—Disculpada. Proseguid, por favor.

—Iba a decir que supongo que tendréis que visitar a mi hermana y a mi sobrina antes de retiraros.

—Sí. Así es. Y creo que será lo primero que haga antes de retirarme. Con permiso —se levantó de la silla para marcharse, pero la voz de Colin hizo que se volviera.

—Bajad en cuanto las veáis y decidme qué tal se encuentran. Y de paso seguiremos charlando de la nueva situación que afectará a esta región.

—Claro.

—Os esperaré aquí.

—Bien. Si me disculpan. Ferguson, acompáñame a conocer a Brenna Campbell y la pequeña. Y vos también Audrey, me gustaría que estuvieseis presente. No quiero abusar de la confianza que he tenido con la joven Campbell —se dirigió a esta con un gesto a caballo entre la diversión y la ironía que provocó el inmediato sonrojo en ella—. Os esperamos al pie de las escaleras mientras pongo al corriente de la situación a mi ayudante.

Amy pareció que fuera a decir algo, pero la repentina marcha de Arthur la detuvo. ¿Abusar de su confianza? Se preguntó a sí misma enrabietada por ese comentario. Pues sí, le agradecía que no la tuviera en consideración. Ya tenía a su ayudante, de manera que ella sobraba.

Arthur buscaba un momento a solas con Ferguson para que le confesara qué le parecía la situación. Pero también para que no se quedara a solas y fuera objeto de preguntas algo indiscretas por parte de Amy acerca de su profesión y demás. Confiaba en su colega, pero no fiaba de la joven Campbell.

Una vez que abandonaron el salón Ferguson se precipitó hacia su amigo sujetándolo por el brazo. Este gesto lo obligó a volverse.

—¿Se puede saber qué está pasando?

—¿A qué te refieres? Vamos a visitar a la madre y a su recién nacida para comprobar que están en perfectas condiciones.

—Pero, ¿por qué has aceptado a quedarte? ¿Por la joven Campbell?

—¿Qué? —Arthur contempló a su amigo sin comprender a qué venía esa pregunta—. ¿De qué demonios hablas?

—Ohhhh, me he dado cuenta de cómo la miras en ocasiones. Por no mencionarte lo que te diviertes con ella, haciéndola sonrojar como hace un momento. Y ella no te quita ojo de encima. Lo he percibido durante la cena. Ándate con cuidado —le advirtió esgrimiendo un dedo en claro gesto de advertencia.

—Bueno, tal vez me esté tomando una pequeña revancha. Se lo tiene merecido por su comentario al respecto de mi juventud para practicar la medicina.

—No me lo puedo creer. ¿Le guardas rencor por esa chiquillada? Cualquiera podría hacerte ese comentario. Y estoy seguro que no te lo tomarías a mal.

—No me lo he tomado a mal —insistió haciendo un gesto con la cabeza y mirando por encima del hombro de Ferguson como aparecía la buena mujer—. Bien, acompáñenos Audrey —le dijo cediéndole el paso a esta para que tocara la puerta y entrara primero y viera si todo estaba en orden. Luego, la seguirían ellos dos.

—Pueden pasar —le dijo asomando la cabeza por el hueco de la puerta.

Brenna estaba despierta. Al ver a Arthur en compañía de otro hombre no pudo evitar una mirada de cierta desconfianza.

—Señora Campbell, deje que le presente a mi ayudante. El doctor Ferguson. De haber estado él Amy no tendría que habernos echado una mano.

—Tano gusto señora —dijo él con una ligera inclinación de su cuerpo.

—Señor Ferguson.

—¿Qué tal se encuentra? —Arthur puso la mano sobre la frente, y luego le cogió la mano por la muñeca para tomarle el pulso—. No parece que tenga fiebre. Y el pulso es estable. ¿Ha tomado algo de caldo?

—Sí. La verdad es que me ha sentado muy bien.

—Yo se lo subí y se lo fui dando poco a poco —añadió Audrey.

—Perfecto. ¿Y la pequeña? ¿Cómo la ves, Ferguson?

Las miradas de las tres personas se centraron en él que sonreía.

—Duerme tranquila. Su respiración es normal y no parece que tenga fiebre —les informó posando la mano sobre la frente de la pequeña—. ¿Ha comido?

—Sí, no vea cómo se agarra a mis pechos —comentó Brenna con una sonrisa y el sonrojo.

—Si notáis cualquier cosa durante la noche, avisadme. Me gustaría que una persona estuviera con vos. La señora Audrey o tal vez vuestra hermana puedan quedarse.

—No, no… —Se apresuró a decir Brenna con un leve movimiento de su cabeza. Se fijó en la expresión del rostro de Arthur. Había preocupación por ese hecho—. Me refiero a que Colin no se lo permitirá. Será él quien haga guardia.

—En ese caso… No tengo nada que objetar. Se lo diré cuando baje a hablar con él. Os deseo que descanséis toda la noche. Volveremos por la mañana a ver qué tal habéis dormido. Ferguson…

—Con vuestro permiso, señora Campbell.

Audrey permaneció en la habitación después de que los dos hombres se marcharan.

—¿Qué impresión te da el doctor y su ayudante, Audrey?

—Son muy amables. Y en todo momento se preocupan por usted.

—Sí. La verdad es que es de agradecer su preocupación. Al final se quedan ambos…

—Sí, como bien os dijo él, tanto Colin como Amy se lo pidieron. Claro que no sé quién insistió más.

—Sí, ya lo comentó el propio doctor. Pero… ¿Amy? Después de lo que le dijo al conocerlo, no sé cómo ha tenido fuerzas para pedírselo. Ni sé cómo ha accedido él a su petición —aseguró resoplando y poniendo sus ojos en blanco.

Audrey sonrió.

—Bueno, ya sabemos cómo es Amy. Ladra, pero no muerde.

—Dile que pase a verme antes de que se retire a su habitación.

—Se lo diré de vuestra parte.

—Gracias.

Brenna quería hablar con su hermana para saber qué pensaba del doctor, y de paso recordarla la hospitalidad del clan.

Arthur regresó al salón para contarle a Colin cómo se encontraban su mujer y su hija. Vio de refilón a Amy que se detuvo en su camino al verlo aparecer para preguntarle. Pero fue Colin el que lo hizo anticipándose.

—¿Cómo se encuentran?

—Ambas en perfectas condiciones —paseando su mirada desde su rostro al de Amy que se había acercado a escuchar—. La niña duerme de manera plácida y Brenna está despierta. Alguien debería quedarse con ellas esta noche por si hubiera algún cambio.

—Yo lo haré —dijo Colin con autoridad.

—Bien, eso me aseguró ella.

—Es mi deber como esposo y padre. No os preocupéis, Arthur. Si sucediera algo os iría a avisar de inmediato.

—En ese caso, queda todo dicho.

—Bien, si no tenéis inconveniente en quedaros charlando un rato junto al fuego del hogar…

—No tengo prisa.

—Celebro oírlo.

Amy se quedó contemplando a los dos hombres sin saber qué hacer. Claro que esa conversación era entre ellos dos. Y por lo que respectaba a ella ya podía irse retirando. Por suerte apareció Audrey haciéndole un gesto para que no se alejara demasiado.

—¿Qué quieres?

—Tu hermana `pregunta por ti. Que subas a verla antes de que te retires a dormir.

—Oh, ¿te ha dicho que quiere?

—Charlar —Audrey se encogió de hombros sin dar más aclaraciones.

—Está bien. Iré a ver qué quiere.

Subió las escaleras hasta la habitación que ocupaba su hermana y tras llamar a la puerta entró. Brenna sentada con la espalda apoyada contra el cabecero.

—¿Qué tal estás? El doctor asegura que os encontráis bien.

—Sí. A medida que pasan las horas voy estando algo mejor. Creo que si consigo dormir unas pocas horas esta noche mañana seré otra.

—Si la pequeña te deja. Porque supongo que tendrás que darle de comer.

—Sí.

—Audrey me ha dicho que querías verme.

—Quería saber qué tal marcha todo con el doctor. No fuiste muy acertada al echarle en cara que te parecía muy joven para ser médico. No creas que no me di cuenta pese a la situación en la que estaba.

El tono y la mirada que le dirigió Brenna fueron bastante concluyentes para Amy. Así que se trataba de su actitud con Arthur de lo que quería hablarle, se dijo escondiendo su sonrisa cínica y preparándose para la charla con su hermana mayor.

—Le pedí disculpas cuando me lo encontré después abajo en el salón. Ya sé que me precipité en mis observaciones. Pero, ¿cómo querías que reaccionara al verlo? Estaba acostumbrada a ver al doctor McGillvrai…

—Te entiendo. Pues tendrás que acostumbrarte a ver al nuevo doctor por aquí.

—Lo sé, lo sé. Y ya está todo arreglado entre nosotros. Le pedí disculpas, como te he dicho, y…

—Y le pediste que se quedara esta noche. ¿Fue tu manera de disculparte con él? ¿Pedirle que se quedara porque era necesario?

Amy se quedó con la boca abierta cuando Brenna la interrumpió con aquella información.

—Más bien fue Colin. Y claro que no fue mi manera de disculparme. Lo hice porque considero que debe hacerlo. Has tenido una niña hace unas horas. Se supone que debe quedarse para vigilar que todo continúe bien. Al menos esta noche, ¿no?

Brenna hizo oídos sordos a la contestación y siguió aferrada a su idea inicial. La que el propio doctor le había comentado.

—Sí, ni la pequeña ni yo somos sus únicos pacientes.

—Por el momento sí. Sois las únicas, así que tampoco creo que le vaya a trastocar sus planes.

—¿Por qué lo dices?

—Porque él y su ayudante, han llegado hoy mismo a Inverness. Al parecer no han tenido tiempo de abrir la consulta. De manera que…

—Parece que estás muy puesta en el tema.

—Que explique quién es y por qué está aquí no es precisamente estar puesta en algo.

—¿Qué más te ha contado?

—A mí nada en particular. Sé que ha venido desde Edimburgo porque estaba cansado de la vida en la capital. Eso nos contó a Malcom y a mí. No pienses que solo habla conmigo —le dejó claro en un tono de advertencia y una mirada bastante significativa.

Amy no iba a hacerle partícipe de su breve encuentro en las escaleras, cuando él casi se abalanzó hacia ella al bajar el último peldaño. Claro que tenía sus dudas al respecto de si Audrey no se lo habría contado ya. Recordó que esta bajaba de la habitación en aquel momento, algo comprometido.

—Solo quiero que lo trates bien.

—Ya lo hago. No he vuelto a hacer referencia a nada que tenga que ver con su edad, o su profesión. Es más, le he felicitado por lo bien que te ha atendido durante el parto.

Brenna no pudo evitar una media sonría cargada de ironía.

—Bien, me alegro que sea así. Todavía recuerdo tus puyas a Colin cuando llegó aquí herido. No me gustaría que te dedicaras a eso con el doctor Arthur.

—Tranquila. No va a suceder. Además, si todo está bien, mañana mismo se marchará.

—De acuerdo. Solo quería pedirte que fueras una buena anfitriona.

—De eso se está encargando Colin —le dijo agitando su mano en el aire para quitarle importancia—. Tú lo que tienes que hacer es descansar. Si no me necesitas…

—No, tranquila. Supongo que Colin pasará la noche aquí.

—Sí. Lo ha dejado muy claro cuando Arthur nos lo comentó.

—Vaya, de repente, el doctor ha pasado a ser Arthur. Desconocía que tuvieras esa confianza con él —sonrió Brenna fijándose en el tono encarnado de las mejillas de Amy.

—Él nos ha pedido que lo llamemos por su nombre. No tiene nada que ver conmigo.

—Celebro que os llevéis bien. No te entretengo más. Que descanses.

—Antes de irme le daré las buenas noches a mi sobrina preferida. ¿Habéis pensado en el nombre?

Se acercó a la pequeña y sonrió ensimismada.

—Es una monada.

—Lo es. Sí. Mary será su nombre. Mary Campbell.

—Te dejo descansar, aunque supongo que cuando venga Colin, te despertará. Te veo mañana. Y a ti también Mary —dijo lanzando una última mirada a la pequeña.

—Hasta mañana.

Amy abandonó la habitación de su hermana picada por la curiosidad de las miradas de esta cada vez que le preguntaba por Arthur. ¿Qué esperaba? Pues claro que iba a tratarlo bien. Pero por lo pronto, estaba convencida de que esa noche ya no lo vería. Y por la mañana lo haría más bien poco. Lo justo antes de que este y su ayudante se fueran de regreso a Inverness.

Salió del castillo en busca de un poco de serenidad porque la llegada de su sobrina había trastocado el ambiente en Cawdor. Se sentía algo cansada, pero decidió tomar el fresco. Cerró los ojos para relajarse y que el silencio la envolviera. Dejó su mente en blanco, sin pensar en nada ni en nadie. No había conseguido entender por qué no era capaz de controlar la situación cuando él aparecía. Había escuchado su voz en el salón cuando ella pasó por delante hacia la puerta del castillo, pero no prestó atención a lo que decía. Estaba segura de que se pasaría un buen rato junto a Colin y a Malcom charlando de política. El ligero viento que se había levantado la obligó a echar mano de un plaid para cubrirse los hombros y la espalda. Levantó la mirada hacia el cielo cubierto de puntos brillantes aquí y allá. Inspiró hondo y volvió a cerrar los ojos. Acompasó su respiración a los latidos de su corazón y por un momento se sintió sosegada.

Arthur abandonaba el salón en ese preciso instante y no pudo evitar fijarse en la silueta de ella recortada en la oscuridad de la noche. Había dejado a Malcom y a Ferguson charlando junto al hogar en compañía de una botella de licor. Colin había subido a la habitación de Brenna, pero no sin ser antes testigo de la duda que Amy parecía haber sembrado en nuevo amigo. Sonrió al verlo caminar dubitativo hacia ella. ¿Había despertado su interés la pequeña de los Campbell? Se preguntó con una sonrisa a caballo entre la ironía y la diversión. Más le valía andarse con cuidado. Amy no era una damisela de las que él podía haber conocido en París junto al joven príncipe.

Arthur se dirigió con paso lento hacia ella; sopesando si era lo más acertado. O tal vez debería retirarse a su habitación y olvidarse de la muchacha. Pero algo dentro de él parecía empujarlo hacia un destino desconocido.

Amy permanecía relajada, ajena a los pasos que se acercaban.

—Hace una noche agradable para contemplar el cielo.

La voz de él la obligó a abrir los ojos al mismo tiempo que experimentaba un vuelco en su pecho. No podría asegurar si había sido su tono o su voz, o tal vez la repentina e inesperada aparición lo que la tenían con los nervios a flor de piel. ¡No podía creerlo!

Arthur sonrió de manera comedida contemplándolo ensimismado por tanta belleza. Se había soltado el cabello del mismo color que la noche, cayendo en ondas sobre el plaid, que ella se había echado sobre sus hombros. Sus ojos centelleaban por la sorpresa o incluso la rabia tal vez de verlo allí. Entreabrió los labios como si fuera a decir algo, pero más bien trataba de encontrar el aire que su repentina aparición le había robado. Algo más calmada, Amy lo miró de pies a cabeza con curiosidad mientras las palabras de su hermana acudían a su mente.

—Tenéis por costumbre provocarme un sobresalto —le dijo con un toque sarcástico—. Es la segunda ocasión en este día que…

—¿Por qué siempre pensáis que busco causaros algún contratiempo? No es mi intención. Ni mucho menos.

—Pues podríais haber anunciado vuestra presencia antes de situaros a mi lado. Habría bastado con un carraspeo o con haber marcado con más intención vuestros pasos. De ese modo sabría que alguien se dirigía aquí. Me habría girado para veros llegar.

Estaba enfadada e irascible, pero no con él sino más bien con ella misma por no saber dominarse. Y cuando él la obsequió con aquella sonrisa que podría derretirla por dentro, y se ajustó sus lentes, Amy desvió la mirada y se apartó un poco de él buscando la cordura que parecía faltarle.

—Las dos ocasiones en las que nos hemos encontrado a solas, no han sido muy agradables. Ya os he pedido disculpas —Se inclinó ante ella, pero sin apartar su mirada de su rostro.

Amy le devolvía la mirada con una ceja elevada y una sonrisa algo burlona.

—Tal vez me equivoqué al pedir que os quedaseis. Si vais a asaltarme de esta manera cada ocasión que me veáis…

La vio alejarse unos pasos de él con gesto taciturno.

—¿De verdad lo creéis? No obstante, si os sucediera algo por mi culpa no olvidéis que soy doctor.

—No lo olvido. ¿No estaréis buscando que me desmaye? Para de ese modo poder atenderme y justificaros.

—Tenéis una mente algo retorcida, Amy.

Ella se detuvo en seco con las manos cerradas en puños contra los costados de su falta de tartán. Entreabrió sus labios para rebatirlo, pero el mero hecho de escuchar su nombre, o más bien la complicidad con la que él lo había pronunciado, la retuvo contra su voluntad. Se limitó a cambiar sus palabras por una sonrisa cínica.

—Pensad lo que os plazca de mí. Pero sabed que durante los últimos años he aprendido a no confiar en las personas. ¿Vos sí?

Arthur tenía la ligera impresión de que cuanto más tiempo pasaba al lado de ella, más lo iba atrapando. ¡Por San Andrés, que había olvidado lo que era una mujer con carácter!

—Entiendo que en estos tiempos que corren y después de una guerra, las personas tenemos la costumbre de dudar las unas de las otras.

—¿Lo veis? —Caminó hacia él envalentonada porque le hubiera dado la razón.

—¿Qué debo ver, según vos?

Si le confesaba la verdad de lo que percibía en ese instante, lo tacharía de ser un loco atrevido. Pero la imagen de ella caminando hacia él con los ojos abiertos como platos mirándolo de manera fija, le hacía dudar de él.

—Vos mismo acabáis de decirme que no os fiais de las personas en estos tiempos. Es lógico después de la rebelión que causó el joven Pretendiente Estuardo. Las personas han cambiado en estos años y una no puede fiarse de nadie.

—Pero… —Ella estaba tan cerca de él que le bastaría extender el brazo para rozarla; para atraerla hacia él en aquella locura que lo iba poseyendo—. En ese caso os será complicado tener amigos.

—¿Quién los necesita? —Ella frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—Bueno, creo que os van a hacer falta nada más que las nuevas normas de Londres sean efectivas. Por ejemplo, no podréis echaros un plaid por encima de los hombros. Ni vestir un kilt como el que lleváis puesto —le recordó deslizando su mirada por su cuerpo sintiendo la sequedad en la boca al imaginarla vestida como una dama de la corte del rey Luis de Francia. Sin embargo, pese a que la encontraría atractiva, no creía que su imagen le provocara las mismas sensaciones que en ese instante.

—¿Y qué vais a hacer? ¿Denunciarme a las autoridades? —Ella arqueó una ceja con toda suspicacia y frunció sus labios.

Su tono jocoso lo encendió. Si seguía por ese camino al final la acabaría atrapado entre sus brazos y la haría callar.

—No soy de esa clase de personas. De las que denuncian el incumplimiento de las leyes. Olvidáis que yo también soy escocés y que tengo que cumplirlas.

—Pero vos podréis marcharos a la capital si las cosas aquí no os gustan.

—He venido para buscar tranquilidad en esta región. ¿Por qué habría de regresar a Edimburgo?

—No os haréis a la gente de Inverness. Ni a sus costumbres. Ya os lo advierto.

—No veo qué complicaciones pueden surgir, salvo vos, claro está —le aseguró cruzando sus brazos sobre el pecho y contemplándola con diversión por encima de la montura de sus lentes.

—¿Yo represento una complicación para vos? En ese caso no os preocupéis, mañana podréis libraros de mí. Buenas noches, doctor. Aunque tal vez no debería deseároslas.

Se quedó mirándola con la boca abierta en un intento por encontrar las palabras acertadas a ese comentario.

Ella hizo ademán de marcharse ya que a cada momento que pasaban juntos más lo aborrecía. Y eso que en un principio le pidió que se quedara allí. Pero comenzaba a dudar de su petición.

Arthur percibió como la mirada de ella brillaba como el acero de una sable, pero le causó más daño que este. Se sintió dolido, por su reacción. Pero también por lo que le había dicho. Había dejado escapar sus pensamientos sin darse cuenta. Ella comenzaba a representar algo que no sabía cómo definir. La vio caminar de regreso al interior del castillo. En un movimiento rápido, su mano la sujetó por el brazo obligándola a volverse hacia él con gesto contrariado.

Amy se quedó sin aire y tuvo que entreabrir sus labios para permitir que este llegara a sus pulmones. La mano de él la había agarrado con delicadeza y sus dedos resbalaban por la tela de su camisa de hilo fino. Pero a pesar de esta barrera podía sentir el calor que desprendían estos. Su corazón latía más deprisa contemplando la mirada de él. Cargada de arrepentimiento.

—Esperad. No os marchéis de esa manera.

El tono de casi súplica hizo que ella asintiera de manera casi imperceptible. Pero para él fue suficiente, por el momento.

—Pues hace un momento he tenido la impresión de que era lo que queríais.

—No, no es verdad —sacudió la cabeza en repetidas ocasiones—. Siento que hayáis mal interpretado mis palabras.

—Yo creo que sois vos el que está algo confundido. Mi reacción se ha debido a que habéis asegurado que represento una complicación. ¿Podríais aclarármelo? Ya que me habéis retenido cuando me marchaba.

—No podía permitir que lo hicieseis.

—Ya lo veo.

—No era mi intención ofenderos con mis palabras. Pero reconozco que desde que llegué a Cawdor habéis representado una contradicción para mí —Percibió el gesto de asombro en ella. Lo contemplaba con interés.

—¿Una contradicción? ¿Por qué?

—Nadie antes se ha referido a mi edad para practicar la medicina, y menos una mujer.

—Eso ya está solventado. Os pedí disculpas por mi atrevimiento. Solo que, no esperaba a alguien como vos. Ya os lo dije —No quería ahondar en el significado de lo que quería decir con que no esperaba un médico joven y con un toque de atractivo. Ni tampoco iba a mencionarle el pálpito que le provocaba su cercanía—. ¿Qué más queréis aclararme con respecto a que soy una contradicción para vos? ¿O tal vez una complicación? —Se sentía mordaz en ese preciso instante. Parecía haber recuperado el dominio de la situación pese a todo. Nunca ningún hombre había logrado doblegarla. Y aquel doctor tampoco lo conseguiría.

—Sí, y me sorprendió la manera en la que me ayudasteis durante el parto.

—Me limité a hacer lo que me pedisteis. Solo eso.

El tono de la conversación se iba volviendo más pausado y apacible. Arthur iba recordando aquellos momentos en los que ella lo había sorprendido y cautivado.

—Y no dejasteis de sorprenderme cuando os alcé para situaros a mi altura en la escalera. Ya os dije que no me gustaba que tuvierais que elevar vuestra mirada.

—Más bien os molestó que os retara.

—Eso es bueno. Que no os dejéis avasallar.

—Soy una Campbell. Pertenezco a una familia que ha tenido un peso específico en esta nación.

—En ningún momento lo olvido. Y creo que no hemos empezado de una manera cordial.

—No os preocupéis. Mañana mismo os libraréis de mí. Regresaréis a Inverness, a atender a vuestros pacientes y no volveréis a verme.

—No estéis tan segura de ello. Tendré que venir a ver cómo se encuentran vuestra hermana y vuestra sobrina.

—En ese caso, os agradecería que me avisarais.

—¿Por qué? ¿Queréis que os informe de su estado de salud?

—No, para eso me basto yo sola. Con preguntar a Brenna es suficiente. O a Colin. Os lo decía para estar ocupada y que de ese modo no me veáis. Así no representaré una contradicción.

—Pero…

—¿Puedo marcharme o vais a contarme algo más?

—Sois incorregible.

—Oh, un nuevo calificativo que añadir a complicación y contradicción —ironizó ella con una sonrisa divertida que sacó de sus casillas a Arthur.

—¿Queréis otro? —Arthur frunció el ceño y cerró las manos en puños enrabietado con ella, Se encaró con ella, pero guardando la distancia para no asustarla, ni hacerla trastabillarse.

—Adelante, sorprendedme. No creo que podáis superaros —le pidió cruzando los brazos sobre su pecho y sonriendo como si se supiera victoriosa.

—¡Fascinante! Eso es lo que me parecéis, Amy Campbell. Una mujer asombrosa —le refirió mirándola de manera fija a los ojos y sintiendo la sangre hervirle en las venas con su cercanía. Por suerte logró refrenar el impulso de sujetarla por la cintura y apoderarse de sus labios de una maldita vez—. Y ahora si me disculpáis me retiro. Qué descanséis. Ah, y desde ya os digo que procuraré marcharme temprano para que no me veáis.

Amy no podía creer que él le hubiera dicho que la encontraba fascinante y que segundos después se marchara como si no hubiera sucedido nada. Lo vio girarse sobre sus talones y entrar en el castillo sin dedicarle una sola mirada por ver qué hacía o decía ella. Pero lo cierto era que no era capaz de moverse si quiera. Lo único que sentía era un calor extremo en su cuerpo que se acrecentó en su rostro de manera exagerada. En un gesto de rabia se quitó el plaid y lo dejó caer allí mismo. Ya no tenía frío. Entrecerró los ojos y apretó los labios dejando que la furia por el desplante sufrido se adueñaba de ella. Cerró sus manos en puños y los apretó contra los costados maldiciendo en gaélico.

¿Qué había querido decirle con que le parecía una mujer fascinante y asombrosa? ¿Cómo tenía la poca educación de no quedarse a darle una explicación? ¿Pensaba marcharse de Cawdor por la mañana sin despedirse si quiera? Amy boqueaba y ahogaba las carcajadas en su garganta. Pero estaba tan… confundida e impresionada por aquel hombre que no creía que fuera capaz de volver a ser ella misma.

Arthur entró en la habitación que le había indicado Audrey. No esperaba encontrarse a Ferguson allí. Este dejó el libro que tenía entre sus manos y fijó su atención en su amigo.

—Desconozco lo que te ha sucedido, pero por tu semblante deduzco que nada bueno.

—Esa… —apretó los labios antes de decir lo que pensaba en realidad de Amy Campbell. No pretendía llevar a error a su amigo, que lo contemplaba con expectación por lo que tuviera que decir, una vez que se hubo detenido. Resopló mientras se desprendía de su chaqueta y la dejaba sobre la cama.

—¿De quién hablas?

—La joven Campbell.

—Ahhhhh. ¿Amy?

—¿Qué otra muchacha hay en Cawdor aparte de su hermana Brenna? —Arthur lanzó una mirada de incomprensión a su amigo y ayudante. Todavía le duraba el enfado con el que la había dejado plantada en la puerta del castillo.

—Bien, hay otras muchachas en el clan. Pero deduzco que te refieres a ella.

—Sí. A Amy —le confesó abatido por el peso de las pruebas. La encontraba fascinante y asombrosa. Su carácter, su determinación. Su manera de enfrentarse a él pese a que no le había hecho nada.

—¿Y qué te sucede con ella?

—Es mejor dejarlo.

—Está bien. Como quieras —Ferguson abrió el libro y procedió a seguir leyendo.

—Me saca de mis casillas.

—Pensaba que no querías hablar de ella —le recordó levantando la mirada de la lectura.

—Quiere que le avise cuando venga a ver a su hermana y a la pequeña… ¡para no encontrarnos!

Arthur comenzó a desabrocharse la camisa con tanta determinación e ímpetu que el primer botón acabo dando vueltas sobre el suelo de la habitación.

—¿Por qué? Antes has asegurado que se portó muy bien ayudándote durante el parto.

—Cierto. Y se lo dije.

—Entonces, ¿qué has hecho para que no quiera verte por aquí? Pero, ¿no fue ella la que insistió en que te quedaras a pasar la noche?

Ferguson dejó le libro sobre su regazo y entrecerró sus ojos mirando a su amigo. Algo no le cuadraba. Algo que había sucedido desde que él abandonó el salón dejándolo en compañía de Malcom.

—Sí. Precisamente. Y después me echa en cara que pretenda…

—¿Seducirla?

—¡No! Hemos tenido un par de encontronazos. Nada más. Es mejor que siga su consejo y no volvamos a vernos. Procuraré pasar temprano a ver a Brenna y a la niña. Tan pronto como lo hayamos hecho, nos volvemos a Inverness a atender nuestra consulta. ¿Qué tal te ha ido con Malcom? Parece un buen hombre.

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