Kitabı oku: «Un matrimonio por Escocia», sayfa 2

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El jefe Murray no apartó su mirada del rey Robert ni un solo instante.

—¿Y qué ganaría yo?

—Una nación libre.

Archibald aguantó la risa.

—Eso ya lo tengo, apoyando a los ingleses.

—El castillo de Stirling pasaría a manos de los Murray —le dijo con un tono embaucador que cambió el semblante de él.

—¿Habláis en serio? ¿Por qué habríais de entregárnoslo?

—El castillo sería vuestro con una sola condición más.

—Ya me parecía a mí que no me bastaría con unir a los Murray y a sus aliados a vuestras huestes —ironizó entre risas.

—Un compromiso que acabe en matrimonio.

—¿De qué estáis hablando? —Archibald Murray se mostró receloso ante esas palabras. No convenía creer a pies juntillas a los reyes ni a los gobernadores. Siempre acababan por traicionar a uno. Entornó su mirada hacia el rey aguardando una explicación.

—Un matrimonio entre vuestra hija y el hijo de James Douglas. Ellos serán los que regenten el castillo de Stirling.

—¿Con el Douglas? ¿Por quién me tomáis? ¿Queréis que la case con el diablo? —le espetó con una mezcla de incredulidad y rabia porque pensaba que se reía de él.

—Os estoy ofreciendo la libertad de nuestra nación y el último castillo que queda por tomar a cambio de la mano de vuestra hija para William Douglas —Robert extendió el brazo para señalarlo montado sobre el caballo—. Se convertiría en la señora de Stirling.

—Ya veo vuestra jugada.

—No hay ninguna jugada. Lo único que os pido es ayuda para Escocia. Nada más. A cambio os ofrezco el castillo para que vuestra hija gobierne.

—¿Y en cuanto a mí? ¿Qué me quedaría? ¿Podría ser el gobernador de Stirling? —le sugirió elevando una ceja con suspicacia.

—Podría ser. Esos términos los negociaríamos cuando todo haya pasado. Tenéis mi palabra.

Durante unos segundos Archibald Murray permaneció pensativo. Después de todo, la oferta era bastante buena. Su hija regiría en el castillo de Stirling y él podría ser el gobernador. Lo que no acababa de convencerle era la presencia de los Douglas. No eran gente de su confianza, ni a los que se les pudiera manipular.

Los dos hombres permanecieron retándose con las miradas esperando a ver cuál de los dos se apartaba primero.

—Tenéis mi palabra. Los Murray lucharan a favor vuestro. Pero incumplid lo prometido y yo mismo acabaré con vos. También os doy mi palabra en este caso.

—Me consta que lo haríais, pero os lo ahorraré. Y ahora, ¿dónde está vuestra hija?

William había estado escuchando la conversación en parte relajado, pero expectante a lo que pudiera suceder. No había dicho nada a su padre después de su gesto con él al detener su brazo camino de su espada. Sin embargo, al escuchar aquella pregunta, William se irguió en el caballo y su cuerpo lo acusó, tensándose sobre la silla.

La joven Bronwyn permanecía asomada a una ventana observando con atención y curiosidad a su padre mientras hablaba con el rey Robert. ¿Qué hacía este allí? Por lo que ella sabía, su padre se había mostrado partidario de John Comyn. Y se había mantenido leal a Eduardo para no tener ninguna disputa con este. Y de repente Robert Bruce se presentaba ante las puertas de su casa con un nutrido grupo de hombres armados. Entre estos, no pudo fijarse en uno. Tenía el cabello oscuro y algo enmarañado por la lluvia y viento. Sus rasgos eran firmes e incluso algo duros, como si se los hubieran tallado. Su mirada sin embargo parecía llena de curiosidad y no dejaba de pasearla por la gente allí reunida, como si estuviera buscando a alguien.

—¿Sabes quién es? —le preguntó a su madre, que permanecía a su lado observando el devenir de los acontecimientos.

Margaret se mostró sorprendida por la curiosidad mostrada por su hija. Por otra parte, entendía que aquel hombre le hubiera llamado la atención. No era nada extraño dado su aspecto. Pero si era quien ella creía…

—¿Te refieres al joven que está junto a James Douglas?

El semblante de su hija cambió al escuchar aquel nombre, y su mente se llenó de las historias que había escuchado contar acerca de este y de sus actos en favor del rey Robert.

—¿James Douglas, el Negro? —preguntó con un ligero temblor en la voz.

—Así lo apodan los ingleses debido al terror que inspiraba a estos. Él mismo arrasó su propio castillo cuando los expulsó. Supongo que el hombre al que te refieres es su hijo, William Douglas. Lo deduzco por el blasón que lleva impreso en su jubón. Y por el color del tartán de su plaid.

Bronwyn sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo al conocer la identidad de aquel hombre. Le había llamado la atención desde el primer momento por su aspecto, pero no pensó que pudiera tratarse de hijo de Douglas, el Negro. Sin embargo, su mirada parecía haberle transmitido algo diferente a lo que ella conocía de la historia de dicho clan.

—No sé a qué habrá venido el rey Robert, pero supongo que pronto lo sabremos por tu padre. Venga, será mejor que te apartes de la ventana.

La hija de los Murray pareció no escuchar las palabras de su madre y permaneció un poco más en esta. Su mirada no podía apartarse de aquel hombre. ¿El joven Douglas? Sería mejor no cruzarse con él, si era como contaban que lo era su padre. Mejor sería no llamar la atención. Pero cuando lo pensó comprendió que era ya tarde porque él la contemplaba con una mezcla de curiosidad y desconcierto.

William levantó la mirada hacia lo alto de la casa de los Murray. No era una gran construcción, pero era digna del jefe del clan. Sin embargo, lo que captó su atención fue la figura de una joven con el cabello semejante al color de la miel y un rostro risueño. Permanecía asomada a una de las ventanas del piso superior y tenía la impresión de que lo estaba contemplando. Cuando ella se dio cuenta de que él la había sorprendido, esta le lanzó una última mirada de desafío y desapareció. Él se quedó pensativo sin saber qué pensar hasta, que sintió una mano que le tocaba el brazo.

—Desmonta. Vas a conocer a tu prometida —le aseguró su padre con una sonrisa cínica—. Y compórtate o la asustarás.

William no dijo nada. Sacudió la cabeza y volvió a alzar la mirada hacia la ventana en la que había estado asomada aquella muchacha. Se trataría de alguna sirvienta que iría con el cuento a su señora sobre las personas que acababan de llegar. Claro que, para serlo, la mirada que le había dirigido había sido bastante arrogante, la verdad. ¿Tal vez supiera quién era él? Era consciente que el clan Douglas no gozaba de un buen trato entre los demás clanes leales a Inglaterra. Confiaba que no esto no fuera un impedimento para la muchacha. Si tenía oportunidad la buscaría para contemplarla de cerca y quién sabe, a lo mejor se pasaban un rato agradable, se dijo tratando de animarse y no pensar en su prometida.

2

William siguió a los demás al interior de la casa observando con curiosidad a las personas con las que se cruzaba. Buscaba a la joven de la ventana. No sabía por qué diablos se obstinaba en pensar en ella de la manera en la que lo había hecho antes, y cuando iba a conocer a su prometida.

—Mi esposa, Margaret —dijo Archibald Murray a los demás.

—Señora, mucho gusto. Disculpad que nos hayamos presentado sin aviso, pero la cuestión es urgente —le refirió Robert Bruce inclinando su cabeza en señal de respeto hacia ella.

—Estáis en vuestra casa, señor.

—Gracias.

—Di a Bronwyn que venga. He de hablar con ella.

Margaret frunció el ceño mirando a su esposo sin entender qué era lo que sucedía. ¿La presencia del rey Robert en su casa tenía algo que ver con su propia hija? No pudo evitar preguntarse yendo a buscarla.

Esta se había quedado en su alcoba para no volver a encontrarse con la mirada ni la presencia de aquel escocés, el supuesto hijo de James Douglas, según palabras de su madre. No quería que se volviera a fijar en ella. Y para ello debería evitarlo mientras él estuviera allí. La puerta se abrió de repente y la muchacha se volvió de repente hacia esta. Su madre volvía con ella.

—Hija, tu padre quiere que bajes al salón.

Esta se quedó quieta asimilando aquella orden. Sabía que debía acatarla, pero no dejaba de sorprenderla.

—¿Por qué? ¿No te lo ha dicho?

—No. Quiere hablar contigo.

—Bien… —asintió retorciéndose las manos de manera incesante. Y que su padre le pidiera que acudiera a su lado no era lo que más le preocupaba sino el hecho de volver a encontrarse con aquel hombre. No le cabía la menor duda de que estaría entre los caballeros del rey Robert. Debía estar preparada para soportar su mirada y su presencia.

William tenía la mirada fija en la mesa a la que todos se habían sentado por orden expresa de Archibald Murray. Tenía el gesto pensativo y en su cabeza un revuelo de pensamientos a cuál más alocado. ¿Y si la muchacha de la ventana era la hija de Archibald?, se preguntó en un momento en el que él mismo se sorprendió. No, no. Imposible. La joven muchacha de la ventana sería una sirvienta. No, no podía tratarse de su futura prometida. Pero cuando levantó la mirada el corazón le dio un extraño vuelco…

Bronwyn llegó al salón acompañada por su madre. Todos los allí presentes permanecían sentados hablando entre ellos sin prestarle atención. Pero entonces, todos al mismo tiempo, como si alguien los hubiera avisado volvieron sus rostros hacia ella convirtiéndola en el centro de sus miradas, al tiempo que sus voces se iban apagando hasta convertirse en un murmullo.

William abrió los ojos sobresaltado al darse cuenta de que era ella. Pero no esperaba verla tan pronto. Ni esperaba escuchar a Archibald Murray decir aquellas palabras. Todos se levantaron de sus asientos para mostrar respeto por la joven dama.

—Señores, os presento a mi hija Bronwyn.

Esta permanecía callada, vigilante y expectante ante cualquier movimiento y comentario de los allí reunidos. No quería pasear su mirada por los rostros de estos porque intuía que lo encontraría a él.

William permanecía mudo. Si el rostro de ella en la ventana le había llamado la atención, más por su manera de mirarlo, que por su belleza. Verla allí con aquel sencillo vestido de color verde con ribetes dorados resaltando su figura exquisita lo había paralizado por completo. No podía ser cierto. Debería tratarse de un sueño, se dijo. Ella. La joven de la ventana que él creía que era una más en el clan; o incluso una sirvienta. La misma con la que pretendía pasar un buen rato. Ahora entendía por qué lo había mirado con cierta altanería antes de desaparecer de su visión.

—Vaya con tu futura esposa —le susurró el conde de Moray dándole un codazo para que despertara.

Robert Bruce tomó la palabra inclinándose antes la joven.

—Es un honor conoceros, milady.

—Gracias, señor.

—El rey Robert y sus caballeros han venido para hacernos una proposición que te incumbe, hija.

Esta miró a su padre intrigada. Aquellas palabras habían despertado en ella incertidumbre por lo que pudieran significar. ¿Qué tenía ella que ver con aquello?

—¿De qué se trata? —preguntó Margaret al ver a su hija callada.

—He accedido a combatir al lado del rey Bruce para tomar Stirling, y expulsar a los ingleses de Escocia de una vez por todas.

Madre e hija se miraron entre ellas sin lograr comprender a qué había venido ese cambio. Y qué incumbía a Bronwyn.

—Mi señora, —intervino el rey mirando a Margaret— he venido buscando el apoyo del clan Murray y sus aliados para tomar Stirling y su castillo el cuál pasará a manos de vuestra hija, aquí presente.

Bronwyn abrió la boca como si fuera a decir algo, pero más bien fue la sorpresa que le produjo conocer esa noticia que no esperaba. ¿Era eso para lo que ella era importante allí en el salón? Por un momento se sintió algo más aliviada al conocer la noticia. Había esperado cualquier cosa, menos que le fueran a entregar una fortaleza, que por otra parte estaba en mano inglesas y que había que tomar.

—¿Mi hija? Pero… —Margaret Murray balbuceaba sin llegar a entender nada de lo que sucedía. Contempló a su marido esperando que él lo aclarara.

—Nuestra hija será la señora del castillo cuando este pertenezca a Escocia de nuevo. Y ella contraiga matrimonio —intervino Archibald mirando primero a su esposa para después dejar la mirada fija en su hija.

—¿Casarme? —Bronwyn dio un paso atrás alejándose de su padre y contemplándolo como si acabara de repudiarla. De repente experimentó un sudor frío en todo su cuerpo y creía que las piernas le fallarían en ese preciso instante.

Hubo un ligero murmullo entre los presentes, y el propio William fue testigo del temor y del rechazo en la mirada de ella. Era algo que él presentía antes si quiera de que ella misma supiera con quién iba a contraer nupcias. Apretó los dientes e hizo grandes esfuerzos para no salir hacia ella y explicarle todo. Pero la mano de su padre lo retuvo cuando este sintió que su hijo hacia ademán ir hacia ella.

—He accedido a que contraigas matrimonio y a que seas la señora del castillo en Stirling —le aseguró su padre convencido de que no habría marcha atrás posible. Su voz sonaba autoritaria y su mirada no dejaba lugar a ninguna duda por pare de ella.

Durante unos segundos ninguno en el salón dijo una sola palabra. Todos parecían estar conteniendo la respiración hasta ver en qué terminaba aquel duelo entre padre e hija. Bronwyn inspiró hondo, entrecerró sus ojos y con cierto orgullo, que sabía que no le serviría de nada, se envaró adoptando un toque irónico.

—¿Y a quién has elegido como futuro esposo?

—El joven Douglas. William —le respondió el rey Robert haciéndose a un lado para dejar espacio a este.

Bronwyn sintió el temblor en todo su cuerpo cuando lo vio avanzar hacia ella. Alto e intimidatorio con su aspecto de guerrero. Ya se había fijado en él cuando lo vio desde la ventana y le llamó la atención sobre su caballo. Pero en ese momento en el que quedaba frente a ella su primera impresión quedó en nada. Logró tragar y aclararse la garganta antes de decir nada. Temblaba y había cerrado sus manos en puños que no separaba de sus costados.

—Mi señora —El tono de su voz era rudo, autoritario pese a que él parecía intentar mostrarse todo lo contrario. Su mirada trataba de ser cálida, pero le intimidaba su forma de fijarse en ella. Como si fuera una yegua a la que comprar. Claro que entendía que la observara de aquella manera, ya que a fin de cuentas se la estaban entregando.

Ella inclinó la cabeza a modo de saludo. Sabía que no tenía muchas posibilidades de escapar de aquel apaño entre su padre y el rey Robert. Que su opinión no significaría nada, ni la de su madre. Y más si por medio había una guerra y un castillo. ¡Señora del castillo de Stirling! Sonaba muy bonito para lo demás. Y para su padre sería un orgullo que los Murray se sentaran en este. Pero, ¿qué precio tendría que pagar ella? ¡Casarse con un Douglas! Con el hijo de James, el Negro. El azote de los ingleses. El mismo diablo, podía decirse. Se dijo sintiendo como se le encendía la sangre y el calor del momento se apoderaba de ella. Miró a su madre en busca de apoyo, pero esta se limitó a sonreír y a asentir.

—Creo que sería mejor dejar que se conocieran, mientras nosotros ultimamos el acuerdo —dijo su padre mirando a su mujer e hija para que salieran del salón en compañía del joven Douglas.

—Sí, será lo más acertado, padre —le respondió ella con la frialdad reflejada en sus ojos mientras le daba la espalda y abandonaba el salón ante la mirada de perplejidad de su madre, que comprendía el malestar de su propia hija por su futuro.

—Seguidme —le dijo Margaret a William, quien no tenía ni la menor idea de qué hacer en aquella situación, salvo lograr que ella lo aceptara de una u otra manera por el bien de Escocia, se dijo caminando en dirección a dónde ella lo había hecho.

Entraron en el comedor con el que contaba la casa. Austero en cuanto a mobiliario y decoración, pero tampoco es que le fueran mal las cosas al clan Murray. No en vano, se habían arrimado a Londres y al rey Eduardo. Y eso tendría sus beneficios, ¿no? se dijo William paseando la mirada por la decoración.

La madre de ella se colocó algo apartada de él, controlando a su hija. No sabía qué reacción tomaría, pero estaba segura de que no sería la que él esperaba.

William centró toda su atención de volcó en ella. En la joven muchacha de la ventana, que lo había cautivado que resultaba ser su prometida y futura esposa. La observaba caminar por la estancia como una fiera enjaulada. Tenía la cabeza gacha con la mirada puesta en el suelo y los brazos cruzados sobre el pecho. En ningún momento se dignó en mirarlo. Ni tan si quiera para ver si él estaba allí. Recordó las palabras de su padre acerca de tratarla bien para lograr el apoyo de los Murray. En ese momento comprendió que sería harto complicado viendo su reacción y lo entendía porque a ambos se la habían jugado. Pero, por otro lado, ¿qué podía hacer él? El padre de ella había dado su consentimiento tanto a apoyar al rey con su clan, como en entregarle a su hija. ¿Acaso importaba mucho cómo la tratara? Desde luego que pondría su empeño, porque le había gustado desde que la vio. Lo que desconocía era su carácter, del cual ya había visto una muestra cuando se envaró ante su padre. Y ahora cuando lo ignoraba.

—Mi señora…

Ella detuvo sus pasos y elevó la mirada para fijarla en él en cuanto lo escuchó referirse a ella. Lo contempló con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Seguía enrabietada por lo que había hecho su padre. Algo que no le perdonaría. Durante años había despotricado del rey Bruce, acusándolo de poco menos que asesino y usurpador al trono de Escocia. Y cuando este venía a pedirle ayuda para atacar Stirling, ¿qué hacía su padre? Aceptar su proposición entregándola a ella como moneda de cambio. ¿Dónde había quedado el honor de su padre después de esto? Se preguntaba mientras le sostenía la mirada al joven Douglas.

William percibía el enojo y la decepción en el semblante de ella. Había adoptado una postura defensiva cruzando los brazos sobre sus pechos, una especie de barrera con el fin de evitar que él se acercara de más. Y no lo haría, hasta que la viera más calmada. Ella le recordaba a una fiera salvaje en posición defensiva ante su atacante. Por ese motivo, decidió guardar la distancia.

—Mi señora, entiendo que todo esto os haya causado la misma sorpresa que a mí. Pero…

—¿Sorpresa a vos? —ironizó ella interrumpiéndolo y contemplándolo con gesto de asombro por aquel comentario—. Vos ya sabíais a lo que veníais. No me vengáis ahora a decir que estáis sorprendido —le rebatió con dureza recorriendo su cuerpo de los pies a la cabeza. Le llevó un tiempo hacerlo dada su estatura y su corpulencia.

—En ese aspecto tenéis razón. Conocía los planes del rey antes de venir. Fue él en persona quien me los comunicó.

Ella percibió cierta resignación en su voz. Como si no le hubieran dado otra opción. Y así era en aquellos tiempos. De igual modo que ella debía acatar la voluntad de su padre.

—¿Por qué no lo rechazasteis? Sois un caballero. Tenéis más poder que yo para hacerlo.

—No soy un caballero como decís. Mi clan lo perdió todo a manos de los ingleses. Y no puedo rechazar una orden de mi señor, el rey. Entendedlo. De igual modo que vos obedecéis a vuestro padre.

—Pero, ¿lo habrías hecho de haber podido? —La curiosidad la pudo y no se calló la pregunta que le quemaba la lengua.

William la vio dar un par de pasos que la acercaron más hasta él. Sin duda debidos al ímpetu y el coraje que derrochaba que a que quisiera acortar la distancia entre ellos. Su mirada brillaba por todo lo que le estaba pasando. Sus manos estaban cerradas en puños como si fuera a golpearlo. Pero lo que le llamó más la atención fue su imagen con el cabello cayendo en ondas sobre sus hombros, se le había soltado con cada uno de sus movimientos y ahora le ocultaba una parte de su rostro. Lo atrapó cuando percibió la fuerza de emanaba de ella.

Por otro lado, controlaba los movimientos y los gestos de lady Murray, su madre. Y esta parecía advertirle de que tuviera cuidado con su hija. El joven Douglas no parecía ser un peligro para esta, por lo que ella observaba y escuchaba. Más bien intentaba justificar su presencia allí.

—No tenía intención de buscarme una esposa hasta que Escocia fuera libre. Y eso siempre que encontrara una acorde a mis gustos. Si eso os sirve de consuelo, mi señora.

—Dejad de referiros a mí de esa manera —le refirió sacudiendo la cabeza—. No soy vuestra señora.

—Pero si sois mi prometida os guste o no. Vuestro padre ha accedido a entregaros a mí a cambio del castillo de Stirling —le recordó endureciendo el gesto y el tono de su voz, aunque no le gustara.

—Mi padre… Sí. Él mismo que durante años ha acusado al rey Robert de usurpador al trono por acabar con John Comyn en Greyfriars. Ese ese mi padre que ha cambiado de bando en cuanto le han puesto en bandeja la fortaleza de Stirling. Tarea nada sencilla, por cierto. Lo de reconquistarlo para Escocia. E imagino que vos tomareis parte del asedio.

—Por supuesto. Y estoy seguro de que no lamentarías que muriera bajo una flecha inglesa —frivolizó él buscando su reacción.

Tanto lady Margaret como ella palidecieron y se sobresaltaron al escuchar aquellas palabras en boca de él. Y mientras su madre no sabía cómo reaccionar, Bronwyn se acercó un poco más y le dedicó una mirada que bien podría haber acabado con él en el suelo.

—No soy tan despiadada —el aseguró con orgullo y determinación. Sin perderle la mirada—. Que esté en contra de casarme con vos no significa que os desee la muerte

—Seríais la señora de Stirling.

—¿Acaso pensáis que quiero vivir en el castillo? ¿Qué ardo en deseos de ser la señora? —Lo contempló con desaire y sacudió la cabeza—. No sé si a estas alturas os habéis dado cuenta que no soy más que una moneda de cambio. Nada más. Tenedlo en cuenta —sacudió la cabeza y apartó la mirada de él un instante. Su cercanía la turbaba en gran medida.

—Ambos los somos.

Ella volvió el rostro cuando lo escuchó y dejó escapar una risita mordaz.

—Pero en vuestro caso saldréis ganando más. Un castillo, una esposa que os entregue un heredero, honores de caballero. Tal vez incluso el rey os llame a la corte en Edimburgo. De ese modo podéis libraros de mí y tened tantas amantes como gustéis para engendrar bastardos —le objetó con desdén.

Estaba decidida a plantarle cara y a luchar para no ponerle las cosas fáciles.

—Eso puedo tenerlo sin una esposa —le aseguró siendo él quien la recorriera con su mirada. Se detuvo en su rostro dándose cuenta de la fina lluvia de pecas que se esparcían por sus sonrosadas mejillas. De la palidez de tu tez, de sus labios entre abiertos por los que respiraba de manera trabajosa. Aquella especie de duelo la alteraba haciéndola más exquisita y deseable a sus ojos.

—En ese caso, no me necesitáis.

La vio darle la espalda una vez más y caminar dirigirse hacia su madre. Esta permanecía en silencio, escuchando la conversación entre ellos dos. No había dicho nada hasta ese momento en el que su hija se dirigió a ella. Pero William la había visto gesticular en algún momento de aquella conversación. Él interpretó aquella retirada suya como una pequeña tregua entre ellos y cogió aire antes de seguirle exponiendo su punto de vista de la situación.

—Lo creáis o no, esta situación me agrada tanto como a vos. Entended que los dos somos peones en esta partida que libran los reyes. Yo estaba a gusto con mi situación personal antes de que Bruce me propusiera un matrimonio.

Ella volvió el rostro para mirarlo por encima de su hombro.

—Sin duda que lo estáis después de haberos escuchado decir que no me necesitáis. Tenéis vuestras amantes o sirvientas para satisfaceros; e incluso puede que os den algún que otro bastardo, como os he dicho.

—Hija, por favor… Él tiene razón después de todo —Bronwyn miró a su madre sin poder creer lo que acababa de escuchar.

—¿Te pones de su lado? ¿Tú también me traicionas? —Se apartó contemplándola como si no la conociera y su madre se apresuró a explicarle lo que había querido decirle.

—No, no me pongo de su parte ni apoyo lo que ha hecho tu padre. Pero es verdad que ambos estáis metidos en esto por cuestiones políticas. No lo hagas más complicado.

Pero la mirada de su hija le dejó claro que le importaba más bien poco lo que él pensara o cómo se sintiera al respecto. Ni que aquello se tratara de una cuestión política. Sonrió burlona y se giró hacia él.

—Vuestra madre tiene razón. Todo esto es por un solo motivo y es reconquistar Stirling y su castillo. No hay más —le resumió tratando de hacerla razonar sobre cuál era la realidad de todo aquello.

—En ese caso, entiendo que, dado que esto no es más que una cuestión política y que como bien habéis dicho, no tenéis interés en mí, algo que os agradezco —le comentó sonriendo de manera de manera irónica—. No me tocaréis un pelo.

William frunció el ceño y apretó los dientes. ¡Maldita fuera! Con gusto le enseñaría un par de cosas aquella joven. ¿Lo estaba provocando? ¿Por qué no se ponía de su lado? Hasta su propia madre lo había comprendido.

—Decís bien. No os tocaré… Hasta la noche de nuestra boda —le recordó él con una sonrisa taimada—. Y dad gracias a que lo más importante ahora es Escocia, sino, os prometo que buscaría un párroco o un monje para que nos casara hoy mismo y así poder tocaros —le aseguró reuniendo el aplomo necesario para no rodearla por la cintura con su brazo y atraerla hacia él para borrarle aquella sonrisa de triunfo que esgrimía.

Escuchar aquello hizo que ella palideciera. Un escalofrío se abrió camino por su espalda hasta perderse bajo los rizos de su cabello y seguir ascendiendo hasta la nuca. Por suerte para ella, su madre la sujetaba del brazo. De lo contrario, no creía que lograra seguir de pie. No quería imaginarse a aquel hombre poseyéndola como si fuera una yegua para satisfacer sus deseos y el hecho de que engendrara un heredero. Ni si quiera se imaginaba la manos de él, hechas para la guerra, recorriendo su frágil cuerpo. Deslizó el nudo que se le había formado en su garganta impidiéndola hablar, y recuperando su orgullo caminó hacia él.

William se dio cuenta de que sus últimas palabras haciendo referencia a la noche de bodas sin duda que le habían afectado. Lo último que quería era enojarla más de lo que ya estaba. Ni tampoco pretendía asustarla. Pero ella parecía dispuesta a seguir peleando con él.

—Así será hasta que llegue ese día.

William se sentía algo mezquino por lo que le había dicho. Tal vez le hubiera aparecido una especie de animal o de sátiro. Ver el temor por lo que le pudiera hacer, reflejado en sus ojos, le hizo reaccionar.

—No pretendo causaros ningún daño. Ni tampoco pretendo que me temáis, mi señora. No soy vuestro enemigo.

—No confundáis mi desidia hacia vos con miedo. Sois un Douglas y ya sé cómo se comportan los de vuestro clan. Empezando por vuestro padre, al que los ingleses apodan <<El Negro>> por sus actos.

William asintió apretando los labios.

—Habéis oído hablar de las hazañas de mi padre…

—¿Hazañas? ¿Destruir su propio castillo, reducirlo a cenizas con los soldados ingleses en el interior lo calificáis como tal? —Volvía a quedarse tan cerca de él que le bastaría extender su brazo para tocarla, pensó ella en un momento. Se imaginó que él podría llevarla contra su pecho y besarla. Recorrer su cuerpo con sus manos… Ella se dio cuenta de lo que podía suceder y se apartó con solo imaginarlo. Pero el calor había prendido en el interior de su cuerpo, también.

—Los ingleses nos arrebataron nuestro hogar, ya os lo dije antes cuando me dijisteis que yo era un caballero —Apretó los labios y apartó su mirada de ella cuando aquellos sucesos inundaron su mente—. Estábamos en nuestro legítimo derecho a recuperarlo y hacer lo que nos diera la gana con este porque era <<nuestro>> Lo destruimos para que los ingleses no se volvieran a apoderar de este. Fue duro y doloroso contemplar semejante acto. No os lo deseo.

—Entiendo entonces, también podéis hacerlo conmigo —Lo estaba desafiando. Lo estaba llevando al límite de su paciencia. Pero ella solo quería saber la clase de hombre que era. Hasta dónde podría aguantar sin tomarla en brazos y hacerla callar.

—¡Hija! Por lo que más quieras. Deja ya esta conversación. No va a conducirte a nada bueno. No le hagas recordar esos hechos —le dijo su madre contemplando el gesto irónico en ella, y el de asombro en el joven Douglas. Margaret Murray había escuchado esos acontecimientos y no terminaba de creer que clan hubiera actuado así, pero al escucharlo por boca de William no le quedaba duda alguna.

—No con vos mi señora. Nunca os haría daño. Pero sí a quien ose apartaros de mi lado. Quiera Dios que nadie se atreva, y se lo piense dos veces antes. Porque sin duda que conocerá de lo que es capaz un Douglas. Os lo juro. Haré cuanto esté en mi mano para que este compromiso y posterior matrimonio perdure, mi señora

Aquel comentario la dejó sin capacidad de reacción porque no esperaba que él pudiera decir algo semejante. Pero sobre todo la impactó la manera de mirarla. Había determinación y seguridad en su mirada. Era penetrante e intimidatoria en un primer momento. Pero algo hizo que él la cambiara, dulcificándola lo justo para tranquilizarla.

—¿De verdad? Hace un momento parecíais decir lo contrario. Incluso creí que podríais repudiarme al asegurar que ya tenéis amantes de sobra.

William la miró con atención y sin mediar palabra dejó que sus dedos se enredaran entre sus cabellos y notara su suavidad. Luego esa misma mano se posó en su mejilla sin que ella se apartara. Él sonrió de manera tímida.

—En verdad que os necesito.

—No… —Se quedó sin aliento cuando lo escuchó decirlo. Su mano se había quedado quieta en su mejilla y ahora el pulgar se la estaba acariciando de manera lenta provocándole un ligero cosquilleo en su cuerpo. ¿Qué hacía allí parada permitiendo que la tocara? ¿Por qué no podía alejarse un paso de él? Bastaría con eso. Su corazón latía más y más deprisa sin que ella pudiera remediarlo.

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