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Estamos necesitados

La vida es difícil

Nuestros corazones están ocupados

El encuentro de circunstancias difíciles con corazones ocupados

El pecado pesa mucho

Pide ayuda al Señor

Pide ayuda a los demás

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Nuestros corazones están ocupados

Las circunstancias de la vida son fáciles de entender, pero es en el centro de estas—en nuestros corazones—donde las cosas se vuelven complicadas. Nuestros corazones están siempre rebosantes de actividad. Ellos guían nuestros pensamientos y acciones al interactuar con todas nuestras circunstancias: nuestro cuerpo, nuestras relaciones, nuestro trabajo, seres espirituales, el mundo y Dios. Aquí en el corazón es donde encontramos la esencia misma de quienes somos. Nuestros corazones son vistos más fácilmente a través de nuestras emociones pero también se reflejan en lo bueno—y lo malo—que hacemos. Y nuestra conexión con Dios reside aquí. Sí, nuestros corazones están ocupados.

Ya que la Escritura misma está tan interesada en nuestros corazones, esta utiliza un vocabulario rico y variado para identificar este centro de control de la vida. Espíritu, alma, corazón, mente, persona interior y consciencia son los términos más familiares. Cada una de esas palabras tiene un énfasis particular, pero tienen una cosa en común. Todas identifican nuestro centro espiritual, es decir, cómo estamos conectados con Dios, en todo tiempo, sea que lo sepamos o no.

Es difícil imaginar algo que no puedes ver, tal como el corazón, pero la Escritura provee imágenes y analogías tales como una fuente, un pozo, un árbol y un cofre de tesoro.1

Una fuente es el origen real de los arroyos más visibles (Proverbios 4:23) y un pozo tiene profundidades que deben ser exploradas (Proverbios 20:5). Estos pueden dar tanto agua fétida como agua viva (Juan 7:38).

Un árbol tiene raíces que buscan una fuente de vida (Jeremías 17:5– 8). O esas raíces encuentran su descanso en otras personas, algo que la Escritura asemeja a un arbusto marchito en el desierto, o se sacian solamente en el Señor, en cuyo caso permanecerán durante los tiempos más difíciles.

Un cofre del tesoro es donde ponemos nuestros objetos de valor (Mateo 6:19–21). Esto es lo que amamos verdaderamente. Algunos tesoros son propensos a oxidarse y corromperse—podemos estar seguros que un tesoro así estará acompañado por el temor. Si nuestro tesoro es guardado en Jesús, entonces estará seguro.

Estas imágenes capturan cómo nuestros corazones trabajan tras bambalinas, silenciosamente determinando el curso de nuestras vidas, y tienen mucho más que ver con Dios de lo que pudiéramos darnos cuenta. Ellos (nuestros corazones) pueden también ser traídos a la luz y examinados. Una forma de hacer esto es seguir nuestras emociones.

Las Emociones Vienen del Corazón

Nuestras emociones son nuestra primera respuesta al mundo que nos rodea. Aparecen sin ningún pensamiento aparente. Sin embargo, son mucho más que meras reacciones, ya que dicen más de nosotros que lo que dicen sobre nuestras circunstancias. Nuestras emociones revelan lo que es más estimado para nosotros (ej., Salmo 25:17; 45:1). Es por eso que nuestras emociones nos identifican. Ellas son nosotros. Reconocemos a nuestros amigos por sus pasiones y respuestas emocionales. Cuando las emociones de nuestros amigos están trastornadas por una lesión en la cabeza o intensificadas por los efectos secundarios de un medicamento, decimos que no son ellos mismos. Nuestras emociones nos señalan hacia aquellas cosas que son más importantes para nosotros.

Cuando estamos contentos, poseemos algo que amamos; cuando estamos ansiosos, algo que amamos está en riesgo; cuando estamos abatidos, algo que amamos ha sido perdido; cuando estamos enojados, algo que amamos está siendo robado o alejado de nosotros.

Observa la culpa y vergüenza. Podemos decir que no revelan lo que amamos, pero ciertamente revelan aquello que es estimado para nosotros. Cuando sentimos vergüenza, sentimos como si alguien hubiera quitado nuestra cubierta humana y nos hubiera dejado desnudos. Nos separa de las relaciones, relaciones que son estimadas para nosotros. Cuando somos culpables, sentimos como si nuestra relación con Dios esta potencialmente en riesgo, y esta relación es un asunto de vida o muerte.

¿Qué es lo más importante para nosotros? ¿Qué es lo que amamos? ¿Qué es más estimado para nosotros?2 No deberíamos sorprendernos de que estas preguntas lleguen hasta el centro de nuestro ser. Ellas también señalan hacia donde nos dirigimos. Todos los caminos eventualmente llevan a nuestra relación con Dios. ¿Amamos lo que Él ama? ¿Es Él lo más estimado para nosotros?

Así que, busca esos fuertes sentimientos, primero en ti y después en otros. ¿Qué circunstancias te emocionan? ¿Qué disfrutas? ¿Qué te provoca pesar? Observa a tus amigos iluminarse cuando hablan de un hijo, cónyuge, grupo musical, Jesús, trabajo o un deporte. Los escucharemos detenerse cuando tocan un tema de algo que es especialmente difícil, como si de pronto cargaran un peso. Pudiéramos observar un destello de enojo: “Yo nunca voy a ser como mi padre”. Si confían en nosotros, pudiéramos escuchar de temores, dolor oculto, y vergüenza—asuntos que preferiríamos mantener en privado.

Pudiéramos resumir nuestras emociones de la siguiente manera: estas usualmente proceden de nuestros corazones, se les da forma mediante nuestros cuerpos, reflejan la calidad de nuestras relaciones, reflejan ambas caras del trabajo: tanto lo bueno como lo vano, proveen un vistazo de los resultados que obtenemos en la batalla espiritual e identifican lo que realmente creemos de Dios.

Una aclaración: Podríamos decir que las emociones usualmente reflejan lo que está sucediendo en nuestros corazones. Ocasionalmente, ya que a las emociones se les da forma en nuestros cuerpos, las emociones pueden ser asaltos impredecibles que vienen de cuerpos desordenados y mentes indisciplinadas.

La depresión, por ejemplo, pudiera decir que algo amado está ahora perdido, la vida ha perdido significado y propósito, o algo deseado nunca va a ser poseído. Pero la depresión también pudiera decir, “Algo no está bien con mi cuerpo o mente”.

En otras palabras, las emociones fuertes son un tiempo para preguntar, “¿Qué es lo que está realmente diciendo mi corazón? ¿Para qué vivo que no poseo?”. Pero pudiéramos no recibir respuestas claras a esas preguntas. Algunas veces la depresión es simplemente sufrimiento físico. Nos dice, “Siento como si estuviera adormecido por dentro”. En todo caso—y esto es importante—las emociones difíciles son siempre un tiempo para buscar ayuda y orar buscando resistir en la fe. Una persona deprimida está sufriendo y el sufrimiento nos deja espiritualmente vulnerables. Plantea preguntas sobre la bondad y cuidado de Dios y susurra que debemos haber hecho algo malo para merecer tal sufrimiento. El sufrimiento emocional necesita apoyo espiritual.

El bien proviene del corazón

Ahora, profundicemos un poco más. Nuestras emociones pueden estar en la superficie y ser obvias para nosotros. Pero en lo más profundo está todo lo que pudiéramos llamar “bueno”.

Esto bueno, como nuestras emociones, aun expresa lo que amamos y deseamos. Pero nos señala, aún más claramente a Dios. Por ejemplo, los padres aman a sus hijos. Ese amor, lo sepan los padres o no, refleja el amor de Dios para Sus hijos, y es bueno. Hay bondad en cada ser humano. Incluso el flagrante narcisista tiene un lado más suave y bueno si miramos lo suficientemente cerca. Ya que Dios nos creó, y las cosas creadas siempre llevan alguna cualidad de su creador, somos capaces de ver cosas buenas los unos en los otros. Viene de muchas maneras:

• Vecinos que se ayudan unos a otros

• Los extraños que regresan billeteras perdidas.

• Los empleados que trabajan duro, incluso cuando el jefe está de vacaciones.

• Los cónyuges que reconocen cuando están equivocados.

• Mecánicos de autos que son honestos.

Cuando la bondad es nuestra respuesta a Jesús—cuando hacemos el bien por Él—también puede ser llamado “obediencia”, “fe” o una “expresión de nuestro amor hacia Dios”. Esta bondad es especialmente hermosa cuando las dificultades parecen llover sobre nosotros, y, en respuesta, nos volvemos hacia el Señor en lugar de alejarnos de Él. La bondad brilla más en la debilidad. Esta es la esencia de la fe, y es digna de admiración. Cualquier cosa que hagamos por Jesús—amor, trabajo, soportar, esperar—es muy buena.

Observar la bondad de Dios en otros es importante en la manera en que ayudamos, y debemos regresar a ella una y otra vez. La ayuda incluye ver lo que es bueno en otra persona.

Lo malo viene del corazón

No todo está bien claro está. Nuestros corazones pueden ser buenos, pero también pueden ser muy malos. Ellos son ambas cosas al mismo tiempo.

Aunque preferimos mantener esta realidad en secreto, hay poco desacuerdo sobre la maldad que reside en cada corazón. Todos sabemos que hacemos mal. Nos amamos a nosotros más de lo que amamos a los demás. El egoísmo y el orgullo son parte de nuestra vida diaria:

• Padres que degradan y destruyen a sus hijos.

• Vecinos que chismean.

• Empleados que defraudan a sus jefes.

• Hombres que aman la pornografía más de lo que aman a sus esposas.

• Contratistas que cobran trabajo innecesario.

Si bien todos reconocemos la maldad dentro de nosotros, estamos menos dispuestos a reconocerla como pecado. Pecado quiere decir que nuestra maldad es principalmente dirigida contra Dios, y la mayoría de las personas no están conscientemente agitando su puño contra Él. Ni siquiera pensamos en Él. Así que, ¿cómo es que el mal comportamiento puede ser pecado?

Aquí es donde las cosas se ponen turbias, necesitamos la luz que las Escrituras brindan. Aun cuando vivimos delante de Dios, no siempre estamos conscientes de Dios. Cuando un adolescente no cumple la indicación de un padre, no siempre lo siente como un acto de rebelión contra el padre. A menudo parece algo más sencillo—el adolescente solo quiere hacer lo que él o ella quiere hacer. La desobediencia no es “nada personal”, pero sí que es personal. Lo mismo es verdad para nosotros. Cuando pecamos, es contra Dios, aun cuando no se sienta de esa manera.

Luego está el mal comportamiento más consciente. Un hombre tenía que escoger entre la cocaína y su esposa: “Era claro para mí que no había opción. Amo a mi esposa, pero no voy a escoger nada por encima de la cocaína”.3

Aquí está el corazón en acción. Ese hombre ama su deseo más que a su esposa. Eso está claro. Tú lo sabes, él lo sabe, y está mal. Ahora mira un poco más lejos y descubrirás que él ama sus deseos por encima del Señor—él está comprometido a administrar su vida en lugar de someterla al Señor. Él no estará consciente de ello, pero pueda que lo reconozca al escucharlo.

Somos, en efecto, personas necesitadas.


figura 2

Las lealtades espirituales provienen del corazón

En el mismo centro de nuestros corazones esta nuestra conexión a Dios. Aquí están las raíces del árbol, el manantial al fondo del pozo. Sea que lo conozcamos o no, somos religiosos de principio a fin.

A eso que está ocurriendo dentro de nuestros corazones lo podríamos llamar “adoración”. Aquel a quien amamos por sobre todas las cosas es aquel a quien adoramos, y aquel a quien adoramos nos controla.

Sea que nos percatemos de ello o no, nuestros corazones conocen mucho sobre el Dios verdadero, y fijamos una postura a favor o en contra de Él. Ese conocimiento no es siempre notorio para nosotros, pero allí está. Es como si retuviéramos alguna vaga conciencia de los cantos de amor que Dios nos cantaba antes de que tomáramos nuestro propio camino, y cuando los volvemos a escuchar, evocan algo hermoso y familiar. Él es nuestro Padre; somos Sus hijos. Vivimos coram Deo, delante del rostro de Dios. No existe la independencia. Incluso si huimos, Él es nuestro Padre. Incluso si buscamos emancipación legal, no podemos escapar. A continuación algunas pocas maneras en las que sabemos esto:

• Nuestros corazones reconocen Su voz. Conocemos el amor porque Él es amor. Queremos justicia porque Él es el juez justo. Somos atraídos a la compasión y misericordia porque Él es el Dios compasivo y misericordioso (Ex. 34:6).

• Nuestros corazones tienen la “obra de la ley” escrita en ellos (Rom. 2:15), y esa ley refleja el carácter de Dios. Tenemos una consciencia que condena la maldad y aprueba lo correcto.

• Nuestros corazones jamás están completamente en paz hasta que descansamos en Él.

• Nuestros corazones están en su mejor momento cuando amamos y adoramos al trino Dios por sobre todas las cosas y seguimos Sus mandamientos.

Lo que confunde todo es que el pecado de otros, las mentiras del malvado, y nuestros propios pecados pueden distorsionar este conocimiento.

Las personas temerosas conocen a Dios, pero ellas ven primero las máscaras de aquellos quienes los han lastimado. Aquellos que se sienten culpables pudieran asumir que Dios es como un simple ser humano que perdona parcial y condicionalmente.

Quienes odian a otros han ignorado la verdad de que Dios extiende Su amor incluso a los enemigos.

Aquellos que siempre quieren más de la vida conocen a Dios, pero creen la mentira de que existe la satisfacción fuera de Dios.

Entretejido con el conocimiento del Dios verdadero encontramos nuestras mentiras y aquellas que escuchamos de los demás. El resultado es que nadie tiene un conocimiento completamente libre y preciso del Señor. Nadie. Nuestros mitos son revelados en nuestros temores, pasados, emociones perturbadas y pecados.

Debido a esta condición de la humanidad, un conocimiento preciso de Dios es la cosa más importante—la cosa más saludable y productora de gozo—que pudiéramos tener. Y eso es exactamente lo que nuestro Padre se deleita en darnos.

Observa como el apóstol Pablo ora por nosotros:

No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él (Efesios. 1:16–17; vea también 3:14–19).

Pablo comprende que la necesidad más profunda de nuestros corazones es Dios—conocerlo profundamente y seguirlo. Esto quiere decir que si queremos ser ayudados y ayudar a otros, siempre debemos aspirar a esto. Y ya que Jesús mismo es nuestra imagen completa de Dios, siempre debemos buscarlo. De alguna manera, al crecer en nuestro conocimiento y adoración a Jesús, Él alienta lo bueno, rehabilita lo malo y trae paz al corazón atribulado. Él es la Fuente de toda sabiduría, amor y esperanza. Sea o no que mencionemos el nombre de Jesús a un amigo necesitado, siempre señalamos hacia Él.

Entonces, con un conocimiento creciente de Jesús en nuestras manos, respondemos creyendo y le seguimos.

El corazón está ocupado. Es nuestro centro espiritual. La evidencia de su actividad puede ser vista día a día en la mezcla humana de bondad, maldad, miedos, frustraciones, gozos y pesares. Si sigues su pista, llegarás al mismo centro del corazón a encontrarte cara a cara con el Dios verdadero y el estado de tu relación con Él. ¿Estamos intentando crear una existencia por nosotros mismos en el desierto, o estamos activamente conduciendo nuestras raíces hacia el agua?

Discusión y Respuesta

1) ¿Puedes describir el corazón en unas pocas oraciones?

2) Da algunos ejemplos de cómo tus sentimientos están vinculados a lo que está sucediendo en tu relación con Dios.

Estamos necesitados

La vida es difícil

Nuestros corazones están ocupados

El encuentro de circunstancias difíciles con corazones ocupados

El pecado pesa mucho

Pide ayuda al Señor

Pide ayuda a los demás

3
El encuentro de circunstancias difíciles con corazones ocupados

Siempre habrá circunstancias preocupantes. La vida es difícil. Cuando nuestro corazón se encuentra con las circunstancias difíciles, estalla una conversación entre ambos—de ambas vías—y la conversación puede ser sabia y llena de esperanza, o puede ser insensatez disfrazada de sabiduría.

La conversación comienza

Por lo regular, nuestros problemas comienzan la conversación interna:

“Esto es doloroso. ¿Por qué está sucediendo?”

Y entonces viene el caos. Los seres espirituales susurran, “¿Le interesas a Dios? ¿Puede confiarse en Sus palabras?”. Nuestros corazones pueden someterse a esas preguntas, y nosotros podemos adoptarlas como nuestras:

“Tal vez a Él no le interese. Un buen padre, ¿no protegería a Sus hijos de estas cosas?”

Mientras tanto, Dios también habla.

Pudiéramos resumir Sus palabras de la siguiente manera: “Mira a Jesús, crucificado y resucitado de los muertos. Aquel que fue crucificado y sufrió, Él es la evidencia del amor infalible en medio de la aflicción. El sufrimiento genera muchas dudas y para la mayoría de ellas tendrás que confiar en mí—que mi amor es más sofisticado de lo que crees”.

Nuestra tarea es escuchar la voz de Dios, creer Sus palabras, y seguir a Jesús aun cuando la vida sea difícil.

Una y otra vez los problemas vienen a nosotros y nosotros respondemos. El diablo cuestiona nuestras respuestas; nosotros respondemos. La Palabra de Dios en Cristo Jesús nos relata la verdadera historia sobre nuestro sufrimiento y habla de esperanza; nosotros respondemos. Y la conversación continúa.

¿Quién gana? ¿Quién tendrá la última palabra?

Mientras tanto, la conversación cambia verdaderamente la experiencia del sufrimiento. Por ejemplo, si respondemos con, “Nada tiene sentido y a Dios no le importa”, nuestro dolor será peor. Si respondemos con, “No entiendo esto, pero sé que mi Padre me ama y confío en Él”, viviremos con propósito, esperanza y perseverancia. Si recordamos las promesas de Dios en nuestras pruebas y nos volvemos a Él, los problemas pueden hacerse ligeros y momentáneos (2 Corintios 4:17) cuando son comparados a las riquezas que tenemos en Él.

Es en este ir y venir que necesitamos ayuda. Incluso aquellos que parecen fuertes en la fe pueden tambalearse por el sufrimiento que amenaza las cosas que más aman.

Algunas conversaciones son mejores que otras

Hay algunas conversaciones en las que el corazón no quiere ayuda. Ya hemos tenido suficiente, somos inflexibles y ninguna palabra de Dios o de otras personas nos va a influenciar. Aquí hay un ejemplo:

Dios, tú no tienes corazón”. Él era silencioso y temeroso de Dios. Algunos lo consideraban tímido. Rara vez los vecinos lo escuchaban hablar, aun así dirían que era un buen vecino.

Cuando fue expulsado de su hogar y reubicado en un gueto Húngaro, él era la misma vieja persona, como si nada hubiera cambiado. Pero cuando fue llevado en un camión que era demasiado pequeño para la docena de personas que llevaba, cuando el viaje iba en su segundo y después tercer día sin agua, cuando los guardias abrían las puertas cada pocas horas y al azar golpeaban con las culatas de sus rifles las débiles cabezas, y cuando morían personas a su alrededor, su corazón finalmente respondió.

Sus circunstancias dominaban la batalla interna.

“Dios todo poderoso, ¿por qué nos has hecho esto a nosotros? ¿No tienes corazón, no tienes sentimientos? ¿No tienes ojos para ver? ¿No tienes oídos para escucharnos? Eres malvado, Oh Señor, tan malvado como el hombre.”4

Ese fue el final de su conversación. Él acuso a Dios y sintió que no había nada más que decir. En lugar de pedir prestadas las palabras de los salmos de David, el respondió con su propio anti-salmo, y se aferraba a ello.

Aquí hay una mejor alternativa:

Nada ha cambiado”. Un padre de cuatro hijos, de cincuenta y cuatro años de edad, tenía una larga historia de caminar con Jesús. Una de sus rutinas era leer un salmo cada día, y el Salmo 22 era uno de sus favoritos. Debido a que él había hecho esto por décadas, estaba acostumbrado a hablar honestamente con el Señor en cualquier circunstancia, y él, también, podía resumir sus reacciones en unas pocas palabras.

Durante un examen de rutina, su doctor notó una lesión muy irregular en su hombro, a la cual efectuó una biopsia y envió a un laboratorio de patología para hacer algunas pruebas. El resultado estaría listo en diez días. El doctor estaba claramente preocupado y sugirió que el paciente regresara a la oficina para tratar los resultados y considerar cuáles tratamientos pudieran ser de ayuda.

Diez días después acudió al médico acompañado de su esposa. El doctor fue directo al grano.

“Tengo malas noticias. La lesión es cancerosa”.

“¿Qué quiere decir esto? ¿Cuál es el tratamiento y pronostico?”

“Es un melanoma maligno—uno de los cánceres más agresivos. En este momento, los únicos tratamientos que tenemos son

experimentales y no han mostrado gran éxito”.

“¿Y el pronóstico?”

“Lo siento mucho. Por lo general la esperanza de vida es de entre nueve y doce meses”.

Agradeció al médico por ser claro, directo e intentar ayudar.

Agendaron una cita de seguimiento para hablar sobre los tratamientos experimentales. Él y su esposa dejaron la oficina y lloraron juntos.

Sus primeras palabras fueron, “Nada ha cambiado”.

A la vista de las peores circunstancias posibles para él y su familia, él dijo, “Nada ha cambiado”. Su corazón y su claro conocimiento de Jesús tomaron el control de la conversación interna y esencialmente dijeron esto: “Si tú crees que las noticias de mi muerte van a cambiar mi confianza en el amor de Dios hacia mí, no lo harán. Su Hijo dio Su vida por mí. ¿Por qué pensaría que Él me ama menos ahora? Él me amaba ayer cuando todo parecía ir bien. Nada ha cambiado—Él me ama también hoy”.

Esa fue la palabra final. Había tanto que hacer y habría muchas lágrimas adelante. En efecto, pidió oración de su familia y amigos—por fe, por esperanza, por amor—pero jamás reconsideró esa conversación inicial, aun cuando murió, rodeado por su familia un año más tarde.

Aquí está el mejor ejemplo: “¿Por qué me has desamparado?”. Jesús ha ido delante de nosotros y nos muestra cómo responder a las dificultades— cómo tener la conversación del corazón con Dios. Así es como Jesús respondió a Su sufrimiento:

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?

¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?

Dios mío, clamo de día, y no respondes;

Y de noche, y no hay para mí reposo (Salmo 22:1–2).

Llantos honestos, abiertos al Padre—esa fue su forma de responder a las dificultades. Comienza con preguntas. ¿Por qué está sucediendo esto? ¿Por qué estás tan lejos? ¿Por qué no respondes?

Las palabras de Jesús, en medio de su desesperación, parecen impactantes, sin embargo, Él autoriza el uso de estas mismas palabras en nuestras dificultades. Lo que es especialmente importante es que no se está quejando o desafiando a Dios. No, Él está clamando y dirigiendo Sus palabras al Dios que hace promesas y cumple promesas; quien realmente escucha. Hacer esto es más difícil de lo que parece, dada nuestra tendencia de interiorizar nuestro dolor.

Ya que no tiene sentido que Su Padre estuviera en silencio y distante, Él continúa:

Pero tú eres santo,

Tú que habitas entre las alabanzas de Israel.

En ti esperaron nuestros padres;

Esperaron, y tú los libraste.

Clamaron a ti, y fueron librados;

Confiaron en ti, y no fueron avergonzados (v. 3–5).

Su clamor al Padre va en muchas direcciones. Él alaba al Padre y habla de tiempos de desesperación en el pasado de Israel, cuando Dios los rescató y los liberó. Jesús lucha las batallas espirituales siempre dirigiendo la conversación hacia las fiables y comprobadas palabras y a los actos de Su Padre. No hay caos aquí—la voz del Padre tiene autoridad clara sobre todas las otras.

Pero tú eres el que me sacó del vientre;

El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre.

Sobre ti fui echado desde antes de nacer;

Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios. (v. 9–10)

Así, en medio de Sus terribles circunstancias, clama a Aquel quien escucha y actúa:

Mas tú, Jehová, no te alejes;

Fortaleza mía, apresúrate a socorrerme…

Sálvame de la boca del león (v. 19–21).

Y la conversación continúa, progresa de peticiones de ayuda a declaraciones de liberación. Estas declaraciones alcanzan su cenit cuando Jesús une el pasado, presente y futuro, incluso desde la cruz, y termina su petición con estas palabras: “Sálvame de la boca del león” (v. 21).

Por tanto, Jesús hace pública Su alabanza y considera las certezas del futuro:

Anunciaré tu nombre a mis hermanos;

En medio de la congregación te alabaré.

Los que teméis a Jehová, alabadle.

Glorificadle, descendencia toda de Jacob,

Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel.

Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido,

Ni de él escondió su rostro;

Sino que cuando clamó a él, le oyó (v. 22–24).

Jesús declara que el Padre no ha escondido Su rostro. El Padre ha escuchado sus clamores. Entonces Jesús nos recuerda mirar hacia el Señor, porque Él nos ha hecho bien:

Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra,

Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti…

La posteridad le servirá;

Esto será contado de Jehová hasta la postrera generación.

Vendrán, y anunciarán su justicia; A pueblo no nacido aún,

anunciarán que él hizo esto (v. 27–31).

Este es uno de los muchos salmos que nos ayudarán a aprender cómo dirigir nuestras conversaciones internas con Dios cuando lleguen los problemas. Existen interminables formas de conducir este diálogo. El Salmo 22, sin embargo, merece especial atención porque fue el clamor de mayor angustia de Jesús. Como tal, puede ser un modelo para nuestra propia miseria, sin importar cuan extrema sea.

Sigue hablando; crece durante los problemas

Así que, seguimos hablando con Dios, sin quejarnos de Él. La mayoría de nosotros cae entre los dos extremos del Salmo 22 y el anti-salmo del hombre enfrentando la opresión Nazi. La mayoría de nosotros tenemos momentos en que el sufrimiento tiene el poder de endurecer nuestros corazones. Para algunos, ese lugar es incluso tan simple como una llanta ponchada o un contratiempo mecánico, especialmente si es uno de muchos. Para otros, esa línea no se cruza hasta que la vida de un ser amado está en peligro. Sin embargo, para personas como el apóstol Pablo y el hombre que dijo, “Nada ha cambiado”, no hay tal línea. Ninguna cantidad de sufrimiento puede sacudir su confianza en Dios. Temo que mi propia línea está más cerca a la llanta ponchada.

Con la ayuda de Dios, crecemos. Aspiramos a apropiarnos los salmos cada vez más. Cuando lleguen los problemas y superemos el conflicto interno, seremos capaces de restablecer el orden. Si no sucede esto, buscamos más ayuda. Apuntamos a crear nuestros propios salmos en donde (1) derramamos nuestra queja al Señor, (2) repasamos las promesas de Dios y Su fidelidad, (3) encontramos nuestro descanso y comodidad en Jesús, y (4) les permitimos a otros saber que ellos, también, pueden encontrar descanso y consuelo. Entonces, cuando flaqueamos, pedimos ayuda y lo hacemos todo de nuevo.

Una de las habilidades espirituales críticas para cada seguidor de Jesús es traer orden al conflicto interno y crecimiento en medio de los problemas, en lugar de furia o desgaste (2 Cor. 4:16). La tribulación no va a ganar al final. En medio de la miseria física podemos tener esperanza, y la esperanza es una de nuestras respuestas más valiosas a las dificultades de la vida.

Discusión y Respuesta

1) Toma un evento difícil reciente e identifica qué tipo de salmo estas escribiendo.

2) Parafrasea el Salmo 22 y permite que el salmista te guíe en oración.

Estamos necesitados

La vida es difícil

Nuestros corazones están ocupados

El encuentro de circunstancias difíciles con corazones ocupados

El pecado pesa mucho

Pide ayuda al Señor

Pide ayuda a los demás

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