Kitabı oku: «Consejos sobre la salud», sayfa 13
Una palabra a los vacilantes
Los predicadores que se sienten libres para satisfacer sus apetitos están lejos del ideal. Dios quiere que practiquen la reforma pro salud. Quiere que adapten su vida a la luz que nos dio al respecto. Me entristece ver que quienes debieran ser celosos por los principios de la salud no han aceptado todavía la manera correcta de vivir. Ruego a Dios que les haga comprender que están sufriendo una gran pérdida. Si las cosas fuesen lo que debieran ser entre las familias que componen la iglesia, podríamos duplicar nuestro trabajo en favor del Señor.
Para obtener y conservar la pureza, los adventistas del séptimo día deben tener el Espíritu Santo en su corazón y en sus familias. El Señor me ha mostrado que cuando el Israel de hoy se humille delante de él y quite toda inmundicia del templo de su alma, Dios escuchará sus oraciones en favor de los enfermos y dará eficacia a los remedios empleados contra la enfermedad. Cuando el agente humano haga con fe cuanto pueda para combatir la enfermedad por medio de los sencillos métodos de tratamiento que Dios indicó, el Señor bendecirá esos esfuerzos.
Si después de haberle sido dada tanta luz, el pueblo de Dios continúa fomentando sus malas costumbres y sigue complaciendo sus apetitos en oposición a la reforma, sufrirá las consecuencias inevitables de la transgresión. Dios no salvará milagrosamente de las consecuencias de sus faltas a quienes están resueltos a satisfacer a toda costa su apetito pervertido. Les advirtió: “En dolor seréis sepultados” (Isa. 50:11).
Los presuntuosos que dicen: “El Señor me ha sanado; no tengo necesidad de restringir mi alimentación; puedo comer y beber según me plazca”, necesitarán muy pronto, en su cuerpo y en su alma, el poder sanador de Dios. El hecho de que el Señor los haya curado misericordiosamente no es razón para pensar que pueden seguir las prácticas del mundo. Obedezcan la orden que Cristo daba después de sus curaciones: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11). El apetito no debe ser vuestro dios.
El Señor prometió al antiguo Israel que lo preservaría de todas las enfermedades con que había afligido a los egipcios, si tan sólo quería permanecer en él y hacer todo lo que le exigiera; pero su promesa tenía la obediencia por condición. Si los israelitas hubiesen seguido las instrucciones dadas y sacado provecho de sus ventajas, hubiesen llegado a ser una lección objetiva para el mundo por su salud y prosperidad. Los israelitas no realizaron el propósito divino y así perdieron las bendiciones que les estaban reservadas. Sin embargo, en José y en Daniel, en Moisés y en Elías, como en otros muchos casos, tenemos nobles ejemplos de los resultados que pueden obtenerse viviendo conforme a las normas verdaderas. La misma fidelidad producirá hoy día los mismos resultados. A nosotros se aplican estas palabras: “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9).
¡Cuán numerosos son los que se privan de las ricas bendiciones que Dios les reservaba en lo que se refiere a salud y dones espirituales! Muchas almas hay que luchan por alcanzar grandes victorias y bendiciones especiales para poder cumplir grandes hechos. Para alcanzar su propósito creen que es necesario agotarse en oraciones y lágrimas. Cuando esas personas escudriñen las Escrituras con oración, para conocer la expresa voluntad de Dios, y luego la cumplan de todo corazón y sin ninguna reserva o complacencia propia, entonces hallarán descanso. Sus angustias, sus lágrimas y sus luchas no les procurarán el descanso que anhelan. Ellas deben hacer la entrega completa de su yo. Deben hacer lo que les venga a mano, apropiándose de la abundante gracia que Dios promete a los que oran con fe.
Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Luc. 9:23). Sigamos al Salvador en su sencillez y abnegación. Exaltemos al Hombre del Calvario por medio de la palabra y una vida santa. El Señor se allega muy cerca de quienes se consagran a él. Si hubo tiempo cuando fue necesario que el Espíritu de Dios obrase en nuestro corazón y en nuestra vida, es ahora. Aferrémonos a este poder divino para vivir una vida de santidad y abnegación.
Participantes de la naturaleza divina
Jesús confió en la sabiduría y fuerza de su Padre celestial. Declara: “Jehová el Señor me ayudará; por tanto no me avergoncé... y sé que no seré avergonzado... He aquí que Jehová el Señor me ayudará”. Llamando la atención a su propio ejemplo, él nos dice: “¿Quién hay de entre vosotros que teme a Jehová...? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios” (Isa. 50:7-10).
Jesús dice: “Viene el príncipe de este mundo; y él no tiene nada en mí” (Juan 14:30). No había en él nada que respondiera a los sofismas de Satanás. Él no consintió en pecar. Ni siquiera por medio de un pensamiento cedió a la tentación. Así también podemos hacer nosotros. La humanidad de Cristo estaba unida con la divinidad; fue hecho idóneo para el conflicto mediante la permanencia del Espíritu Santo en él. Y él vino para hacernos participantes de la naturaleza divina. Mientras estemos unidos con él por la fe, el pecado no tendrá dominio sobre nosotros. Dios extiende su mano para alcanzar la mano de nuestra fe y dirigirla a asirse de la divinidad de Cristo, con el fin de que nuestro carácter pueda alcanzar la perfección.–El Deseado de todas las gentes, págs. 98, 99 (1898).
Resultados de rechazar la luz
La enfermedad que ha visitado a muchas familias en ________ no habría ocurrido si ellos hubieran obedecido la luz que Dios les ha dado. Lo mismo que el antiguo Israel, rechazaron la luz y no vieron la necesidad de restringir su apetito. Los hijos de Israel deseaban la carne y, lo mismo que muchos en la actualidad, decían: “Sin carne moriremos”. Dios les dio carne a los israelitas rebeldes, pero su maldición iba con ella. Miles de ellos murieron con la carne que tanto habían deseado aun entre sus dientes [Núm. 11:33]. El ejemplo del antiguo Israel constituye una advertencia para no hacer lo que ellos hicieron... ¿Cómo podemos ser tan indiferentes, y escoger nuestro propio camino, para andar tras la vista de nuestros ojos, y apartarnos más y más de Dios como lo hicieron los hebreos? Dios no puede realizar grandes cosas en favor de su pueblo debido a la dureza de corazón y la incredulidad pecaminosa de ellos.
Dios no hace acepción de persona [Hech. 10:34], pero en cada generación los que temen al Señor y obran píamente son aceptados por él, mientras que los murmuradores, incrédulos y rebeldes no obtendrán su favor ni las bendiciones prometidas a los que aman la verdad y caminan en ella. Los que han recibido la luz y no la siguen, hallarán que sus bendiciones se convertirán en maldiciones y sus misericordias en juicios. Dios quisiera que aprendiéramos a ser humildes y obedientes al leer la historia del Israel antiguo, su pueblo escogido, pero que se destruyó a sí mismo al seguir sus propios caminos.–Testimonios para la iglesia, t. 3, págs. 191, 192 (1872).
Fidelidad a las leyes de la salud
Estoy convencida de que nadie necesita enfermarse en ocasión de un congreso si observan las leyes de salud al preparar los alimentos. Si no hacen tortas ni pasteles, sino que preparan sencillo pan de harina de trigo entero y se alimentan de fruta, enlatada o seca, no necesitan enfermarse al prepararse para las reuniones, ni tampoco durante las reuniones. Nadie debiera pasar todo el congreso sin alimentos calientes...
No es necesario que los hermanos y las hermanas se enfermen en el campamento. Si se visten en forma adecuada, de acuerdo con el fresco de la mañana y la noche, y son cuidadosos en cambiar su vestimenta de acuerdo con los cambios de temperatura para preservar una correcta circulación, y observan estrictamente la regularidad en el sueño y la ingesta de alimentos sencillos, no comiendo nada entre comidas, no necesitan enfermarse... Los que han estado ocupados en duras faenas día tras día, ahora interrumpen su ejercicio; por tanto, no debieran ingerir el promedio habitual de alimentos. Si lo hacen, recargarán el estómago. Deseamos que las facultades del cerebro funcionen con vigor especial en estas reuniones y estén en las condiciones más saludables para oír, apreciar y retener la verdad, para que todos puedan practicarla al regresar de las reuniones. Si el estómago está recargado con exceso de alimentos, aunque sean sencillos, la fuerza del cerebro se usará para ayudar a los órganos digestivos. Hay una sensación de embotamiento en el cerebro. Es casi imposible mantener los ojos abiertos. Las mismas verdades que debieran oírse, comprenderse y practicarse se pierden completamente por causa del malestar o porque el cerebro está casi paralizado como consecuencia de la cantidad de alimentos ingeridos.–Testimonios para la iglesia, t. 2, pág. 533 (1871).
Cocina sana 32
Muchos no lo consideran un deber, y por esta razón ni siquiera hacen un esfuerzo por cocinar su comida en forma apropiada. Esto puede lograrse en una forma muy sencilla, saludable y fácil sin el uso de manteca/grasa de cerdo, manteca común o carne. La pericia debe ir unida a la simplicidad. Para lograr esto las mujeres deben leer y luego, con mucha paciencia, deben poner en práctica lo que han leído. Muchos sufren por no tomarse la molestia de hacer esto. A los tales les digo: “Es tiempo que despierten sus energías latentes y se pongan a leer. Aprendan a cocinar con sencillez, y a la vez de tal manera que puedan lograr platos sabrosos y saludables”.
Puesto que es equivocado cocinar sólo para gratificar el gusto o el apetito, nadie debiera pensar que una dieta empobrecida es correcta. Muchos están debilitados por la enfermedad y necesitan una dieta sustanciosa, nutritiva y bien cocinada. Muchas veces encontramos que el pan integral nos cae pesado, no está bien cocido y tiene un sabor amargo. Esto es el resultado de la falta de interés por aprender y realizar bien la importante tarea de cocinar. A veces encontramos bizcochos de harina gruesa, o bollos blandos, secos, a medio hornear, y otras cosas por el estilo. Luego, algunas personas que cocinan les dirán que son muy hábiles en el estilo antiguo de cocinar, pero en realidad a sus familias no les gusta el pan integral; y se morirían de hambre si lo tuvieran que comer como parte regular de su dieta.
Muchas veces me he dicho a mí misma que eso no me sorprende en lo más mínimo. Es la forma de preparar los alimentos lo que los hace tan desabridos. Tener que comer estos alimentos, seguramente produciría dispepsia.
Estas pobres personas que cocinan, y los que tienen que comer sus platillos, podrán decir con toda seriedad que la reforma pro salud no les asienta bien. El estómago no tiene la capacidad de transformar pan mal hecho, pesado y amargo, en buen pan; pero ese tipo de pan sí tiene el poder de convertir un estómago saludable en uno enfermo. Los que comen ese tipo de alimento saben que se están debilitando. ¿Cuál será la razón? Algunas de esas personas se consideran reformadores de la salud, pero no lo son. No saben cocinar. Preparan pasteles, papas y pan integral, pero todo es lo mismo. No hay variación y no se fortalece el organismo. Creen que es una pérdida de tiempo el dedicarse a obtener una experiencia más completa en la preparación de alimentos saludables y sabrosos.
Aprender a cocinar
Con frecuencia nuestras hermanas no saben cocinar. A las tales quiero decirles: “Yo iría a la mejor cocinera que se pudiera hallar en el país, y permanecería a su lado si fuese necesario durante semanas, hasta llegar a dominar el arte de preparar los alimentos y ser una cocinera inteligente y hábil. Obraría así aunque tuviese 40 años de edad”. Es vuestro deber saber cocinar, y lo es también enseñar a vuestras hijas a cocinar. Cuando les enseñan el arte culinario, edifican en derredor de ellas una barrera que las guardará de la insensatez y el vicio que de otra manera podría tentarlas. Yo aprecio a mi costurera y a mi copista; pero mi cocinera, que sabe preparar el alimento que sostiene la vida y nutre el cerebro, los huesos y los músculos, ocupa el puesto más importante entre los ayudantes de mi familia.–Testimonios para la iglesia, t. 2, pág. 331 (1869).
Un talento esencial 33
Es un deber religioso de los que se ocupan de la tarea de cocinar, aprender a preparar alimentos saludables en maneras diferentes para que puedan ser ingeridos con gozo. Las madres deben enseñar a sus hijos a cocinar. ¿Qué otro aspecto de la educación de una joven podría ser tan importante como éste? El comer tiene que ver con la vida. Los alimentos mal cocinados, escasos y empobrecidos deterioran constantemente la sangre al debilitar los órganos que la producen. Es de suma importancia que se considere el arte culinario como una de las fases más importantes de la educación. Existen pocas personas que realmente sean buenas cocineras. Las jóvenes consideran que llegar a ser cocineras es como rebajarse a un oficio menor. Esto no es así. No observan el asunto desde el ángulo adecuado. El conocimiento de cómo preparar alimentos saludables, especialmente pan, no es una ciencia cualquiera...
Las señoritas deben ser instruidas concienzudamente en el arte de cocinar. Cualesquiera que sean las circunstancias por las cuales atraviesen en la vida, siempre podrán utilizar este conocimiento en forma práctica. Es una rama de la educación, con una influencia más directa sobre la vida humana, especialmente sobre la de nuestros seres queridos. Muchas esposas y madres que no han tenido la educación correcta y carecen de habilidades culinarias, diariamente dan a sus familias alimentos mal preparados que destruyen implacablemente los órganos digestivos, producen sangre de mala calidad y acarrean frecuentemente ataques agudos de enfermedades inflamatorias y causan una muerte prematura.
Muchos han descendido a la tumba por comer pan agrio y pesado. Se me relató el caso de una sirvienta que hizo pan agrio. Como le quedó pesado, quiso deshacerse de él y ocultar el problema, de modo que les dio la masa a un par de cerdos muy grandes. Al día siguiente el dueño de casa encontró a sus cerdos muertos. Entonces realizo algunas averiguaciones y la muchacha confesó lo que había hecho. Nunca pensó en el efecto que tal pan tendría sobre los cerdos. Si un pan agrio pudo matar a los cerdos, aunque estos animales son capaces de devorar víboras de cascabel y casi cualquier cosa detestable, ¿qué efecto tendría sobre un órgano tan delicado como el estómago humano?
Cada niña y mujer cristiana tienen el deber sagrado de aprender inmediatamente a hacer buen pan, dulce y liviano, preparado con harina de trigo integral no refinada. Las madres deben llevar a sus hijas a la cocina desde una edad temprana y enseñarles el arte de cocinar. La madre no puede esperar que sus hijas comprendan los secretos de las artes domésticas sin educación. Debe instruirlas pacientemente y con amor, haciendo el trabajo tan agradable como le sea posible, con un rostro alegre y palabras de aprobación. Si fracasan una, dos o tres veces, no las debe censurar. Ni bien vean que alguien comienza a desanimarse y está tentada a decir: “No vale la pena, no puedo hacerlo”, no es el momento de censurar. El fracaso ha hecho que su voluntad comience a debilitarse. Necesita el ánimo de palabras de esperanza y aliento tales como: “No te preocupes por los errores que has cometido. Estás aprendiendo y es de esperar que cometas errores. Inténtalo de nuevo; concéntrate en lo que haces; sé cuidadosa y ciertamente aprenderás”.
Muchas madres no se dan cuenta de la importancia de esta rama de conocimiento y, en vez de preocuparse por instruir a sus hijos y soportar sus errores mientras aprenden, prefieren hacer el trabajo ellas mismas. Cuando sus hijas cometen un error, las sacan de la cocina diciéndoles: “No vale la pena, ustedes no pueden hacer nada bien. Me estorban más de lo que me ayudan”.
De esta manera los primeros esfuerzos de las que quieren aprender son rechazados y su interés y entusiasmo son enfriados de tal manera que temen intentar de nuevo, y tratarán de coser, tejer y limpiar casas pero nunca cocinar...
Las madres deben llevar consigo a sus hijas a la cocina y educarlas pacientemente. Su constitución física mejorará gracias a este trabajo; sus músculos se fortalecerán, y sus meditaciones serán más saludables y elevadas al final del día. Podrán sentirse cansadas, pero ¡qué dulce es el descanso después de una cantidad adecuada de trabajo! El sueño, ese dulce restaurador de la naturaleza, vigorizará al cuerpo cansado y lo preparará para los deberes del día siguiente. No les diga a sus hijos que no importa si trabajan o no. Enséñeles que usted necesita de su ayuda, que su tiempo es valioso y que depende del trabajo de ellos.
Pan perjudicial
A veces, durante mis ausencias de casa, sabía que el pan y el alimento en general que había sobre la mesa me iban a perjudicar; pero me veía obligada a comer un poco para sustentar la vida. Es un pecado a los ojos del cielo ingerir tales alimentos. He sufrido por falta de alimento apropiado. Para un estómago dispéptico pueden colocar sobre sus mesas frutas de diferentes clases, pero no demasiadas en una comida. De esta manera pueden tener variedad y alimentos de buen gusto, y después de comer se sentirán bien...–Testimonios para la iglesia, t. 2, pág. 333 (1869).
Hay que cambiar el régimen
Las personas acostumbradas a complacer su apetito por medio del consumo de carnes, salsas muy condimentadas y una gran variedad de tortas y dulces, no pueden disfrutar inmediatamente de un régimen nutritivo, completo y sencillo. Tienen el gusto tan pervertido que no apetecen una dieta saludable compuesta de frutas, pan integral y verduras. No deben esperar que al principio serán capaces de disfrutar de alimentos tan diferentes de los que acostumbraban consumir. Si no pueden gustar de la comida sencilla, debieran ayunar hasta que lo logren. Ese ayuno les será de mayor beneficio que un medicamento, porque de ese modo el estómago recargado hallará el descanso que tanto necesitaba; el hambre verdadera puede ser satisfecha con una alimentación sencilla.
Le tomará tiempo al paladar para recuperarse de los abusos a que ha sido sometido y recobrar su estado natural. Pero la insistencia en el control del modo de comer y beber hará que los alimentos saludables y sencillos sean agradables al paladar y pronto serán ingeridos con mayor satisfacción de la que disfruta un gastrónomo al comer sus platillos suculentos. Entonces el estómago no se verá afiebrado ni sobrecargado con carnes, sino que se mantendrá en condición saludable y realizará con facilidad su labor. Esta obra de reforma no debe tardar. Se necesita realizar un esfuerzo para conservar cuidadosamente la fortaleza de las facultades vitales, eliminando toda carga abrumadora. Tal vez el estómago nunca recobre la salud, pero un régimen adecuado evitará una mayor debilidad y muchos se recuperarán parcialmente, a menos que hayan ido demasiado lejos en su autodestrucción por causa de la glotonería.–Spiritual Gifts, t. 4, págs. 130, 131 (1864).
Combinación dañina 34
Acerca de la leche y el azúcar diré lo siguiente: Conozco personas que se han asustado por la reforma pro salud, y han dicho que no querían saber nada de ella, porque hablaba contra el uso copioso de estas cosas. Los cambios deben hacerse con gran cuidado; y debemos obrar cautelosa y sabiamente. Necesitamos seguir una conducta que nos recomiende a los hombres y a las mujeres inteligentes del país. Las grandes cantidades de leche y azúcar ingeridas juntas son perjudiciales. Comunican impurezas al organismo... El azúcar recarga el organismo y estorba el trabajo de la máquina viviente.
Hubo un caso en el Condado de Montcalm, Michigan, al que me voy a referir. Esta persona era un hombre noble. Medía un metro ochenta y tenía un aspecto agradable. Me llamaron a visitarlo porque estaba enfermo. Antes había conversado con él con respecto a su modo de vivir. “No me gusta el aspecto de sus ojos”, le dije. Consumía grandes cantidades de azúcar. Le pregunté por qué lo hacía. Contestó que había abandonado la carne, y que no sabía qué otra cosa podía reemplazarla mejor que el azúcar.
Algunos de ustedes envían a sus hijas, que son casi mujeres, a la escuela a aprender ciencias antes de saber cocinar, cuando esto debiera ser considerado como de primera importancia. He aquí una mujer que no sabía cocinar; no había aprendido cómo preparar comida saludable. La esposa y madre era deficiente en este aspecto de su educación; y como resultado, como el alimento mal preparado no era suficiente para satisfacer las exigencias del organismo, se comía azúcar sin moderación, lo que enfermaba el organismo...
Cuando fui a ver a este hombre enfermo traté de explicarle del mejor modo posible cómo mejorar su situación, y pronto comenzó a sentirse mejor. Pero imprudentemente se esforzó más allá de sus posibilidades, comió alimentos en poca cantidad pero de baja calidad, y se enfermó de nuevo. Esta vez no hubo remedio. Su organismo parecía una masa viviente de corrupción. Murió víctima de una alimentación deficiente. Trató de que el azúcar ocupara el lugar de la buena alimentación, y eso sólo empeoró las cosas.
Con frecuencia me siento a las mesas de los hermanos y veo que usan grandes cantidades de leche y azúcar. Estas recargan el organismo, irritan los órganos digestivos y afectan al cerebro. Cualquier cosa que estorba el movimiento activo del organismo, afecta muy directamente al cerebro. Y por la luz que me ha sido dada, sé que el azúcar, cuando se usa copiosamente, es más perjudicial que la carne.
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