Kitabı oku: «Consejos sobre la salud», sayfa 11

Yazı tipi:

Los peligros de comer carne

Las personas que consumen carne en abundancia no siempre poseen un cerebro despejado y un intelecto activo, porque el consumo de carne tiende a causar gordura y entorpecer las más finas sensibilidades de la mente. La propensión a las enferme­dades se ve aumentada con el consumo de carne. No dudamos al decir que la carne no es esencial para mantener la salud y el vigor.

Los que viven con un régimen mayormente a base de car­ne no pueden evitar consumir de vez en cuando carnes enfer­mas en mayor o menor grado. En muchos casos el proceso de preparar a los animales para el mercado produce condiciones insalubres. El cuerpo de estos animales, alejados de la luz y el aire puro y obligados a respirar la atmósfera de establos sucios, pronto se contamina con materia en descomposición, y cuando esa carne es ingerida por los seres humanos, co­rrompe la sangre y produce enfermedad. Si la persona ya te­nía sangre impura, esta condición empeorará grandemente. Pero son pocos los que pueden ser convencidos de que fue la carne lo que envenenó su sangre y ocasionó su sufrimiento. Muchos mueren de enfermedades causadas directamente por el consumo de carne, pero rara vez se sospecha que ésta sea la causa. Algunos no perciben los efectos inmediatamente, pero esto no es evidencia de que no produce daño. En efecto, la carne puede estar dañando el organismo sin que la víctima lo note.

Aunque el cerdo es uno de los artículos más comunes en la alimentación de muchos, es uno de los más dañinos. Dios no prohibió a los hebreos que se abstuvieran de comer cerdo sólo con el propósito de mostrar su autoridad, sino porque no es un artículo adecuado para consumo humano. Dios no creó al cerdo para ser comido bajo ninguna circunstancia. Es imposi­ble que la carne de cualquier criatura sea saludable cuando su elemento natural es la inmundicia y se alimenta de toda cosa detestable.

El propósito principal del hombre no es la gratificación de su apetito. Hay necesidades físicas que deben ser satisfechas; pero ¿es necesario que el ser humano sea dominado por el ape­tito debido a esto? ¿Será que personas que desean ser santas, puras y perfectas, para que se las pueda presentar ante la socie­dad de los ángeles celestiales, continuarán quitándole la vida a las criaturas creadas por Dios para disfrutar de su carne como un lujo? El Señor me ha mostrado que este orden de cosas cambiará y que el pueblo peculiar de Dios ejercerá temperan­cia en todas las cosas.

La preparación correcta de los alimentos es un deber Ciertas personas parecen pensar que cualquier cosa que se

coma se pierde, que cualquier cosa comida para llenar el es­tómago será del mismo beneficio que el alimento preparado inteligentemente y con cuidado. Pero es importante disfrutar del alimento que se come. Si no lo hacemos y sólo come­mos mecánicamente, no recibiremos la nutrición apropiada. Nuestro cuerpo está constituido de lo que comemos; y para formar tejidos de buena calidad, debemos ingerir alimentos apropiados y preparados con tal habilidad que se adapten me­jor a las necesidades del organismo. Los que cocinan tienen el sagrado deber de aprender a preparar los alimentos de di­ferentes formas, de modo que sean al mismo tiempo salu­dables y agradables al paladar. Los métodos incorrectos de preparar alimentos han causado el desgaste de la energía vital de miles. Debido a esto se pierden más almas de lo que mu­chos se percatan. Esta falta trastorna el organismo y produce enfermedad. En tales condiciones no pueden discernirse con claridad los asuntos celestiales.

Algunos no aceptan que la preparación apropiada de los ali­mentos constituya un deber sagrado. Debido a esto no se esfuer­zan por aprender. Dejan que el pan se fermente antes de hor­nearlo, y el bicarbonato de sodio que le añaden para remediar el descuido de la cocinera lo hace totalmente inadecuado para el estómago humano. Se requieren conocimientos y esmero para hacer buen pan. Pero hay más religión en un buen pan de lo que muchos piensan. El alimento puede ser preparado sencilla y saludablemente, pero se requiere habilidad para hacerlo nu­tritivo y a la vez agradable al paladar. Para aprender a cocinar, las mujeres deben estudiar y practicar pacientemente lo apren­dido. Las personas sufren porque no se han tomado la moles­tia de aprender. A ellos les digo que es tiempo de despertar sus energías adormecidas y buscar conocimiento. No piensen que desperdician el tiempo al adquirir un conocimiento cabal y práctico en el arte de preparar alimentos saludables y agrada­bles al paladar. No importa cuánta experiencia tenga usted en la cocina, si todavía tiene la responsabilidad de una familia, es su deber aprender a cuidar de ellos adecuadamente. Si es nece­sario, vaya a una buena cocinera y póngase bajo su instrucción hasta que domine el arte.

Los malos hábitos en el comer destruyen la salud

Los malos hábitos en el comer y el beber destruyen la salud y, con ello, la dulzura de la vida. ¡Oh, cuántas veces una buena comida, como se la denomina, se ha consumido en detrimento del sueño y el descanso! Miles, por satisfacer un apetito per­vertido, han contraído fiebres u otras enfermedades graves que les han acarreado la muerte. Esos deleites fueron adquiridos a un costo demasiado elevado.

No porque sea incorrecto comer para gratificar un gusto per­vertido debemos ser indiferentes en lo que se refiere a nuestra alimentación. Es un asunto de vital importancia. Nadie debería adoptar un régimen empobrecido. Muchos están debilitados por la enfermedad y necesitan alimentos nutritivos y bien co­cinados. Especialmente los reformadores de la salud deberían evitar cuidadosamente los extremos. El cuerpo necesita ingerir alimento en cantidad suficiente. El Dios que concede el sueño a sus amados, también les ha provisto alimentos apropiados para mantener el organismo saludable.

Muchos ignoran la luz y el conocimiento y sacrifican los principios por ceder al paladar. Comen cuando el organismo no necesita alimentos, y lo hacen a intervalos irregulares, porque carecen de fortaleza moral para resistir la inclinación. Como resultado, el estómago recargado se rebela y sólo se produ­ce sufrimiento. La regularidad en el comer es muy importante para la salud del cuerpo y la estabilidad de la mente. Nunca debe ingerirse alimento entre comidas.

Comer muy frecuentemente es una causa de dispepsia

Muchos se permiten la satisfacción del pernicioso deseo de comer justo antes de irse a la cama. Pueden haber inge­rido sus alimentos regulares, pero porque experimentan una leve sensación de desfallecimiento piensan que deben inge­rir un bocadillo. La complacencia de esos deseos malsanos se convierte en un hábito y luego siente que no puede irse a dormir sin comida. En muchos casos este aparente desfa­llecimiento es producido por los órganos digestivos que han sido sobrecargados durante el día y que tratan de deshacerse de la gran cantidad de alimentos que ha sido depositado en ellos. Estos órganos necesitan un período de descanso total para recobrar sus energías perdidas. Nunca se debe comer de nuevo antes que el estómago haya tenido la oportunidad de recuperarse después de haber digerido los alimentos. Cuando nos acostamos por la noche, el estómago debiera haber ter­minado su trabajo de tal manera que, lo mismo que todos los demás órganos del cuerpo, pueda descansar. Pero si se le echa más comida, los órganos digestivos se ponen en mo­vimiento nuevamente y continúan funcionando durante las horas de la noche. Debido a esto el descanso se ve pertur­bado con pesadillas, y por la mañana la persona se siente fatigada. Cuando se continúa con esta práctica, los órganos digestivos pierden su vigor natural y la persona sufre de di­gestión difícil. La transgresión de las leyes de la naturaleza no afecta únicamente al transgresor, sino también a otros. El transgresor manifiesta impaciencia y se irrita fácilmente con cualquiera que no está de acuerdo con él. No puede actuar ni hablar con calma. Proyecta una sombra dondequiera que va. Así que, ¿cómo puede alguno decir: “Es asunto mío lo que yo coma o beba”?

Peligros que deben evitarse

Es posible comer inmoderadamente aun cuando se trate de alimentos saludables. No es correcto pensar que sólo porque uno ha descartado el consumo de alimentos dañinos, puede comer la cantidad que se le antoje de alimentos sanos. Comer en demasía, no importa cuál sea la calidad de la comida, es nocivo para el organismo.

Muchos cometen el error de beber agua fría con los alimen­tos. Los alimentos no deben acompañarse con agua. Ingerida con las comidas, el agua disminuye la producción de saliva; y mientras más fría el agua, más daño le causa al estómago. El agua fría o una limonada fría ingerida con los alimentos retardará la digestión hasta que el organismo haya calentado suficientemente el estómago para que pueda llevar a cabo su labor. Mastique lentamente y permita que la saliva se mezcle con los alimentos.

Mientras mayor sea la cantidad de líquido ingerido con los alimentos, más difícil se tornará la digestión, porque el líqui­do debe ser absorbido primeramente. Además, los líquidos diluyen los jugos gástricos y retardan la acción digestiva. No consuma demasiada sal; renuncie a los encurtidos, absténga­se de comidas picantes, consuma frutas con los alimentos, y la irritación que produce tanta sed desaparecerá. Pero si algo se necesita para calmar la sed, el agua pura es todo lo que la naturaleza requiere. Nunca tome té, café, cerveza, vino o licor.

Comer lentamente

Con el fin de asegurar una digestión saludable, los alimentos deben ser comidos lentamente. Los que deseen evitar los tras­tornos digestivos, conscientes de su deber de mantener todas sus facultades en una condición tal que los capacite para rendir el mejor servicio a Dios, harán bien en recordar este hecho. Si su tiempo para comer es limitado, no trague la comida rápida­mente, sino coma menos y mastique lentamente. El beneficio obtenido de los alimentos no depende tanto de la cantidad in­gerida como de su completa digestión; ni la gratificación del paladar depende tanto de la cantidad tragada como del tiempo que permanece en la boca. La persona que experimenta alguna ansiedad o emoción, o se halla apresurada, haría bien en no co­mer hasta haberse tranquilizado, porque las facultades vitales, ya alteradas, no pueden abastecer los necesarios jugos diges­tivos. Muchos, cuando viajan, mastican casi constantemente cualquier comestible a su alcance. Esta práctica es perniciosa. Si los viajeros comiesen alimentos sencillos y nutritivos a ho­ras regulares, no experimentarían tanto cansancio y se enfer­marían menos.

La temperancia en todas las cosas es necesaria con el fin de conservar la salud: temperancia en el trabajo y temperancia en la comida y la bebida. Nuestro Padre celestial nos dio la luz de la reforma de la salud con el fin de protegernos contra los peligros de un apetito depravado, para que los que aman la pureza y la santidad puedan saber cómo usar con discreción todo lo bueno que Dios les ha provisto, y para que mediante el ejercicio cotidiano de la temperancia puedan ser santificados por la verdad.

En nuestros campamentos debemos tener alimentos nutriti­vos y saludables, preparados de manera sencilla. No debemos transformar estas ocasiones en banquetes. Si apreciamos las bendiciones de Dios, si nos alimentamos con el Pan de vida, no nos preocuparemos por gratificar los apetitos. Pregúntese cada uno: ¿Cómo está mi alma? Cuando ésta sea nuestra pre­ocupación, experimentaremos un anhelo tan grande por el ali­mento espiritual, por algo que imparta fortaleza espiritual, que no nos quejaremos si los alimentos son sencillos.

Dios requiere que el cuerpo le sea ofrecido en sacrificio vivo, no en sacrificio muerto o decadente. Las ofrendas de los hebreos debían ser sin mancha, y ¿será acaso agradable para Dios recibir un sacrificio humano lleno de enfermedad y corrupción? Él nos dice que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo; y nos pide que cuidemos de ese templo de tal manera que sea una habitación adecuada para su Espíritu. El apóstol Pablo nos da esta admonición: “Comprados sois por precio; glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:20). Todos deben esmerarse por conservar el cuerpo en la mejor condición física posible, para que puedan ofrecer a Dios un servicio perfecto y llevar a cabo sus deberes tanto en el seno de la familia como en la sociedad.29

Poder del apetito 30

Una de las tentaciones más intensas que el hombre tiene que enfrentar se refiere al apetito. Entre la mente y el cuerpo existe una relación misteriosa y maravillosa. La primera re­acciona sobre el último, y viceversa. Mantener el cuerpo en condición de buena salud para que desarrolle su fuerza, para que cada parte de la maquinaria viviente pueda obrar armonio­samente, debe ser el primer estudio de nuestra vida. Descuidar el cuerpo es descuidar la mente. No puede glorificar a Dios el hecho de que sus hijos tengan cuerpo enfermizo y mente atro­fiada. Complacer el gusto a expensas de la salud es un perverso abuso de los sentidos. Los que participan de cualquier tipo de intemperancia, sea en comer o beber, malgastan sus energías físicas y debilitan su poder moral. Experimentarán las conse­cuencias de la transgresión de la ley física.

El Redentor del mundo sabía que la complacencia del ape­tito produciría debilidad física y embotaría de tal manera los órganos de la percepción, que no discernirían las cosas sagra­das y eternas. Cristo sabía que el mundo estaba entregado a la glotonería y que esta sensualidad pervertiría las facultades morales. Si la costumbre de complacer el apetito dominaba de tal manera a la especie que, con el fin de romper su poder, el divino Hijo de Dios tuvo que ayunar casi seis semanas en favor del hombre, ¡qué obra confronta al cristiano para poder vencer como Cristo venció! El poder de la tentación al complacer el apetito pervertido puede medirse únicamente por la angustia indecible de Cristo en aquel largo ayuno en el desierto [Luc. 4:2].

Cristo sabía que para llevar a cabo con éxito el plan de sal­vación debía comenzar la obra de redimir al hombre donde había comenzado su ruina. Adán cayó por satisfacer el apetito.

Con el fin de enseñar al hombre su obligación de obedecer a la ley de Dios, Cristo empezó su obra de redención reformando los hábitos físicos del hombre. La decadencia de la virtud y la degeneración de la especie se deben principalmente a la com­placencia del apetito pervertido.

Una responsabilidad solemne

A todos, especialmente a los predicadores que enseñan la verdad, incumbe la solemne responsabilidad de vencer en lo tocante al apetito. Su utilidad sería mucho mayor si domi­nasen sus apetitos y pasiones; y sus facultades mentales y morales serían más vigorosas si ellos combinasen el trabajo físico con las actividades mentales. Combinando los hábitos de estricta temperancia con el trabajo mental y físico, logra­rían hacer mucho más trabajo y conservarían lúcida la men­te. Si siguiesen esta conducta, sus pensamientos y palabras fluirían más libremente, sus ejercicios religiosos serían más enérgicos y las impresiones hechas en sus oyentes serían más notables.

La intemperancia en el comer, aunque se trate de alimentos de la debida calidad, tendrá una influencia agotadora sobre el organismo y embotará las emociones más sensibles y santas. La temperancia estricta en el comer y beber es altamente esen­cial para la sana conservación y el ejercicio vigoroso de todas las funciones del cuerpo. Los hábitos estrictamente temperan­tes, combinados con el ejercicio de los músculos tanto como de la mente, conservarán el vigor mental y físico y darán fuerza y resistencia a los que se dedican al ministerio, a los redactores y a todos los demás cuyos hábitos sean sedentarios...

Efectos de los alimentos estimulantes

La intemperancia comienza en nuestras mesas con el con­sumo de alimentos malsanos. Después de un tiempo, por causa la complacencia continua del apetito, los órganos digestivos se debilitan y el alimento ingerido no satisface. Se estable­cen condiciones malsanas y se anhela ingerir alimentos más estimulantes. El té, el café y la carne producen un efecto inmediato. Bajo la influencia de estos venenos, el sistema nervioso se excita y, en algunos casos, momentáneamente el intelecto parece vigorizado y la imaginación resulta más vívida. Dado que estos estimulantes producen resultados pasajeros muy agradables, muchos piensan que los nece­sitan realmente y continúan consumiéndolos. Pero siempre hay una reacción. El sistema nervioso, al haber sido estimu­lado indebidamente, obtuvo fuerzas de las reservas para su empleo inmediato. A todo este pasajero fortalecimiento del organismo le sigue una depresión. En la misma proporción que estos estimulantes vigorizan temporalmente el orga­nismo, se producirá una pérdida de fuerzas de los órganos excitados después que el estímulo pase. El apetito se acos­tumbra a desear algo más fuerte, lo cual tenderá a aumentar la sensación agradable, hasta que satisfacerlo llega a ser un hábito y de continuo se desean estimulantes más fuertes, como el tabaco y los vinos y licores. Cuanto más se com­plazca el apetito, tanto más frecuentes serán sus demandas y más difícil dominarlo. Cuanto más se debilite el organismo y menos pueda pasarlo sin estimulantes antinaturales, tanto más aumentará la pasión por esas cosas, hasta que la volun­tad quede avasallada y no tenga ya fuerzas para negarse a satisfacer el deseo malsano.

La única conducta segura consiste en no tocar ni probar té, café, vino, tabaco, opio ni bebidas alcohólicas. La ne­cesidad que tienen los hombres de esta generación de in­vocar en su ayuda el poder de la voluntad fortalecida por la gracia de Dios, con el fin de no caer ante las tentaciones de Satanás, y resistir hasta la menor complacencia del ape­tito pervertido, es dos veces mayor hoy que en las generaciones pasadas. Pero la actual tiene menos dominio propio que las anteriores. Los que han complacido su apetencia por estos estimulantes han transmitido sus depravados apetitos y pasiones a sus hijos, y se requiere mayor poder moral para resistir la intemperancia en todas sus formas. La única conducta perfectamente segura consiste en colocarse firmemente de parte de la temperancia y no aventurarse en la senda del peligro.

El principal motivo que tuvo Cristo para soportar ese largo ayuno en el desierto fue enseñarnos la necesidad de abnega­ción y temperancia. Esta obra debe comenzar en nuestra mesa, y debe llevarse a cabo estrictamente en todas las circunstancias de la vida. El Redentor del mundo vino del cielo para ayudar al hombre en su debilidad, para que, con el poder que Jesús vino a traerle, lograra fortalecerse para vencer el apetito y la pasión y pudiese ser vencedor en todo.

Muchos padres educan los gustos de sus hijos y forman su apetito. Les permiten comer carne y beber té y café. Los ali­mentos a base de carne y altamente sazonados, y el té y café, cuyo consumo algunas madres fomentan en sus hijos, los pre­paran para desear estimulantes más fuertes, como el tabaco. El uso de éste despierta el deseo de ingerir bebidas alcohólicas; y el consumo de tabaco y bebidas reduce invariablemente la energía nerviosa.

Si las sensibilidades morales de los cristianos se aguzaran en el tema de la temperancia en todas las cosas, podrían, por su ejemplo y comenzando en sus mesas, ayudar a los que tie­nen poco dominio propio, a los que son casi incapaces de re­sistir a los clamores de su apetito. Si pudiésemos comprender que los hábitos que adquirimos en esta vida afectarán nues­tros intereses eternos, y que nuestro destino eterno depende de que nos habituemos a ser temperantes, lucharíamos para ser estrictamente temperantes en el comer y beber. Por nues­tro ejemplo y esfuerzo personales podemos ser instrumentos para salvar a muchas almas de la degradación de la intem­perancia, el crimen y la muerte. Nuestras hermanas pueden hacer mucho en la obra de salvar a los demás, al poner sobre sus mesas únicamente alimentos sanos y nutritivos. Pueden dedicar su precioso tiempo a educar los gustos y apetitos de sus hijos, a hacerles adquirir hábitos de temperancia en todas las cosas, y a estimular la abnegación y la benevolencia para beneficio de los demás.

₺73,03

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
711 s. 2 illüstrasyon
ISBN:
9789877981797
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre