Donde Habitan Los Ángeles

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Emmanuelle Rain

Donde habitan los ángeles

-Alma antigua-

Traducido del italiano por Andrea Pérez García

Toda referencia a personas vivas o fallecidas, o a sucesos acaecidos en la vida real, es pura casualidad.

Millones de seres espirituales se mueven, desapercibidos, sobre la Tierra, tanto cuando estamos despiertos como cuando dormimos. John Milton

Capítulo 1

Alma antigua

En Chicago hacía ya bastante calor para ser mayo, pese a que calor eran palabras mayores para esa ciudad…

La joven, de cabello rojizo, sudaba un poco bajo la ligera parka, así que se remangó, aunque culpaba más de aquel sudor repentino a la situación que al clima en sí, por no hablar de que había pasado una hora en el metro para ir del área de Chicago Loop al condado de Cook, donde se encontraba el objetivo asignado por su inesperado compañero esotérico…

No era primeriza en contactar con los espíritus, aunque sí que era la primera vez que uno le pedía ayuda…

Respiró profundamente y se decidió a tocar el timbre…

«Venga, allá vamos», le dijo una voz en su cabeza.

«¿Estás seguro de que me creerán?», no estaba completamente convencida de lo que estaba a punto de hacer.

«Sí, no te preocupes».

«Es más fácil decirlo que hacerlo», susurró la muchacha.

«Tú solo repite lo que te he dicho, verás como todo saldrá bien», la alentó la voz.

«Ya estoy aquí…».

—¿Quién es? —una voz masculina, un poco ronca, respondió por el interfono.

«Di algo», le sugirió la voz que desde hacía unos cuantos días habitaba en su cabeza.

—Hola... Vengo en nombre de alguien que quiere ayudarle.

Al otro lado se hizo el silencio…

—¡Eh! ¿Quién toca a estas horas?

Otro hombre, de lánguido rostro, se acercó al monitor para ver quién osaba molestar su merecido descanso, pues todavía era demasiado temprano para una visita de cortesía… Y, al mirar a la pantalla, se encontró delante de dos grandes ojos verdes.

—¡No es posible! Mira sus ojos, no se ven muchas almas como la suya. ¿Qué querrá de nosotros? Normalmente las almas antiguas son muy reservadas —le dijo al hombre de la voz ronca.

—Ya que ha venido hasta aquí, invitémosla a entrar y veamos qué quiere —contestó mientras abría la puerta de la verja para dejarla pasar.

La chica caminó por un sendero de ladrillos flanqueado por arbustos de rosáceas, hierbas perennes y genciana, mientras se preguntaba si era buena idea meterse en la casa de esas personas a las que no conocía.

«No te preocupes —la animó la voz—. Son hombres al servicio del bien, no te harán ningún daño y, de todos modos, yo no lo permitiría».

«Y, ¿cómo piensas hacerlo? Por curiosidad. Solo eres una vocecilla...».

«Si quisiera, podría entrar en posesión de tu cuerpo, ya lo sabes».

«No, eso no puede suceder bajo ningún concepto, ¿está claro?».

A la joven se le puso la piel de gallina de solo pensarlo.

Cuando llegó delante de la enorme casa de ladrillos rojizos que se erguía en tres plantas, se detuvo unos instantes y después subió los tres escalones, y, entonces, la gran puerta de entrada se abrió justo antes de haber pulsado el dorado timbre…

—Entra, por favor —la invitó el hombre que había contestado por el interfono.

—¿Puedo? —volvió a respirar profundamente y pasó.

—¿Quién eres tú para ayudarnos? —le preguntó el hombre de rostro cansado, que estudiaba a la diminuta muchacha: vestía con ropa deportiva y llevaba una chaqueta verde militar con las mangas subidas. Tenía el aspecto de una persona resuelta y real, aunque también frágil con aquella chaqueta que le estaba demasiado grande—. Quizás seas tú la que necesites ayuda, eres un poco enclenque —bromeó el hombre entre risas.

La chica lo observó, era moreno con ojos color ámbar, muy alto, aunque a ella todo el mundo le parecía alto… Y así, con su metro sesenta, lo miró de frente, como para desafiarlo a decir algo más.

—Soy Magda, y estoy aquí porque Mori tiene información que os podría interesar...

—Mori está muerto —contestó, esta vez, con voz baja, el hombre que había respondido al telefonillo.

Él también era muy alto, tenía el pelo castaño y ojos verdes. Ambos vestían de negro de la cabeza a los pies. Parecían miembros de alguna sociedad secreta.

—Sé que está muerto, es por ello que puedo hablar con él… Y no me miréis así, no estoy loca, aunque escuche voces en mi cabeza…

—No, no lo estás.

El moreno la miró.

—Tú eres un alma antigua, lo supe en cuanto vi tus ojos.

—Y por lo que parece, eres médium.

El otro, el del cabello castaño, también estaba serio…

—¿Qué? Sabéis que no he entendido una palabra de lo que habéis dicho, ¿verdad? Bueno, al menos no me habéis echado sin escucharme primero, algo es algo.

—Yo soy Terence —dijo el moreno, señalándose con el dedo. Después, se giró hacia el otro hombre, el de los ojos verdes—. Y él es Sante.

Este último la saludó con la mano.

—Me alegro de conoceros.

«Estos dos me dan mala espina».

«Son de los buenos, fíate. Ahora consigue un mapa detallado de la zona», le dijo Mori.

—Bueno, necesito un mapa, así os podré enseñar los lugares en los que Mori ha detectado una creciente actividad enemiga.

—Yo lo cojo.

A sus espaldas, apoyados contra un arco, que presumiblemente daba a la cocina o al comedor, vio a un hombre y a una mujer asiáticos, altos y delgados, de largo cabello negro y ojos almendrados del mismo color.

—Bienvenida, Magda. Yo soy Otohori y ella es Kira.

Magda se quedó pasmada.

—¡Guau! ¡Qué guapos sois! —Se llevó la mano a la boca, avergonzada. No quería decirlo en voz alta, pero salió de su boca sin darse cuenta—. ¡Oh! Disculpadme… pero es cierto, sois las criaturas más bellas que jamás he visto. No quiero decir que vosotros seáis feos… Da igual, dejémoslo estar. —La muchacha se puso toda colorada. Todos los presentes se echaron a reír y el ambiente se relajó—. Tengo que irme a trabajar… así que, por favor, ¿podéis darme el mapa lo antes posible?

«Menudo papelón», pensó Magda, y en su cabeza estalló una risa.

—Aquí está.

Otohori lo abrió sobre la gran mesa de la esquina y Magda se acercó a verlo.

—Veamos, Mori me ha dicho que hay tres zonas muy frecuentadas por vuestros… enemigos. Una está a diecisiete kilómetros de aquí, cree que tienen la base en Kenwood. La otra está aproximadamente a quince kilómetros, en South Side. Según él, también se están reuniendo en Chinatown. Se trata de dos tipos, siempre los mismos, que van cada jueves… aquí, aquí y aquí —mientras lo decía, señalaba los tres puntos en el mapa.

—¿Estás segura? —preguntó Sante.

—Él parece seguro. Yo, personalmente, no tengo ni idea de lo que estamos hablando.

—Bien, echaremos un vistazo. Ahora te puedes marchar. Gracias por haberle creído.

Otohori le tendió la mano pero se ella se apartó fingiendo no darse cuenta.

—Soy yo quien os da las gracias por haberme escuchado, otros se habrían echado unas risas y me habrían dado puerta con alguna excusa.

—¿Te sucede a menudo, Magda? —La voz de la mujer era música para sus oídos, lo más bello que jamás había escuchado y visto—. Me refiero a que no te tomen en serio.

—Pensándolo bien, tampoco con demasiada frecuencia. No voy por ahí aireando mis capacidades psíquicas… Tengo que irme ya, no puedo llegar tarde al trabajo. —Abrió la bolsa y sacó una tarjeta que le dio a Terence—. Este es el número de la tienda donde trabajo, por si todavía necesitáis a Mori, que parece que se ha mudado permanentemente a mi cabeza… Ha sido un placer.

Cuando se disponía a girarse hacia la salida, vio entrar a un hombre muy alto, cerca del metro noventa, de pelo y ojos oscuros, y vestido de negro de arriba a abajo, justo como los demás.

La invadió un doloroso recuerdo, como si le dieran una patada en el estómago. Se tambaleó ligeramente mientras le observaba, sin percatarse de inmediato de la relación que les unía.

—¿Estás bien? —Sante se acercó a ayudarla, pero ella lo paró haciendo un gesto con la mano.

—Sí… sí. Yo… estoy bien, creo.

—¡Magda! ¿Eres tú?

«No puede ser, joder, no puede ser uno de aquellos hombres....», pensó Magda.

—Debo marcharme —dijo mientras salía lo más rápido que pudo de la casa.

—¿Jess?

Escuchó cómo uno de sus compañeros lo llamaba, pero estaba demasiado aturdido como para prestarle atención y corrió hacia la pelirroja muchacha.

—Magda, espera. —Se paró en mitad de la entrada, sin decir una palabra ni girarse para mirar al hombre que la había seguido fuera de la gran casa—. Espera, por favor —le pidió Jess—. Yo… ¿estás bien? —Magda dio media vuelta y lo miró de reojo. No conseguía reconocer su rostro. No, no era uno de ellos—. Te he buscado tanto.

El hombre la miraba con afecto y preocupación.

—¿Quién eres? —le preguntó Magda—. Al verte pensé que eras uno de los hombres que… Bueno, uno de ellos, pero no es así, ¿verdad? No me acuerdo muy bien pero… no sé por qué siento que te conozco. ¿Eres el que me sacó de aquella casa? —Jess se acercó a la chica extendiendo el brazo para tocarle la mejilla, pero ella se alejó de inmediato para no permitir el contacto, y él quitó la mano—. Disculpa, no me gusta que me toquen… Tengo que irme, es tardísimo.

 

Se giró y se dirigió a la verja, la cual se abrió de repente y le permitió salir.

—¿Jess? Pasa —Otohori lo llamó, aunque él no respondió ni se movió—. Venga, ven, acabas de regresar y tienes que descansar.

El hombre inspiró profundamente y, cabizbajo, se dio la vuelta y entró.

En cuanto atravesó la gran puerta, encontró a todos los habitantes de la casa esperándolo.

Fue Terence quién tomó la palabra.

—Es ella, ¿no?

—No me apetece hablar del tema.

Jess se encaminó hacia la gran escalinata de mármol blanco, pero Sante se puso delante.

—¿Fue por ella por quién perdiste las alas?

—Mira, estoy cansado. Lo único que me apetece ahora mismo es darme una buena ducha y dormir, no necesariamente en este orden…

Dicho esto, subió las escaleras rumbo a su habitación.

No podía creerlo, al fin la había encontrado.

Capítulo 2

Recuerdos del pasado

En cuanto la verja se cerró a sus espaldas, Magda echó a correr directa hacia la parada del metro que la llevaría al trabajo, a su adorado trabajo… Entre todos los animales de la tienda y el voluntariado en el refugio, siempre tenía el día completo, y eso era bueno, porque así tenía siempre la mente ocupada para no ceder a los recuerdos; no quería pensar en el pasado y hacía todo lo posible para lograrlo.

Sin embargo, aquel día sería difícil… Cuando llegó a la tienda saludó al propietario y se preparó para la jornada.

—Hola, Magda. ¿Cómo estás?

El propietario de la tienda era un hombre de unos cincuenta años, de corto pelo rubio y ojos azules escondidos detrás de unas gafas de montura plateada.

Mark era un hombre atractivo y se conservaba muy bien para su edad, pero lo que más le gustaba a Magda, además del hecho de ser homosexual, lo cual le garantizaba cierta tranquilidad en el trabajo, era que de verdad le gustaba lo que hacía y jamás vendería un animal solo por dinero: antes de realizar una venta, siempre se aseguraba de cómo y dónde irían a parar los animales. Y, al igual que ella, no era demasiado hablador.

Por tanto, su relación era serena y tranquila...

—Magda, ¿te encuentras bien?

—¿Perdona? —La chica se recobró de los pensamientos que se arremolinaban en su mente—. Sí, Mark, gracias. Estoy bien, ¿y tú?

—Genial. Nathan viene de Montreal en unos días. Odios esas conferencias...

«Bien», pensó Magda. Seguramente harían una cena romántica, al borde de la piscina de su gran mansión...

—Seguro que os volvéis locos de alegría cuando vuelva —dijo sonriendo.

—¿Te apetece venir a cenar a nuestra casa el sábado que viene? —Mark la observó con preocupación—. Si quieres, puedes traer a un amigo.

—Me gustaría. Hace tiempo que no veo a Nathan.

La pareja de Mark, cinco años más joven que él, de largo cabello de color caoba y ojos verde claro, era un famoso cirujano muy ocupado, extremadamente divertido y totalmente encantador; no veía la hora de volver a verlo.

—Sí, me vendría bien un poco de diversión.

—Es nuestro aniversario, el décimo… Así que hemos pensado en celebrarlo.

—Deberías comprar un gran ramo de rosas rojas —pensó Magda—. Diez años es mucho tiempo. Y también una buena botella de champán para que la bebáis en el hidromasaje… ¡Madre mía! Ya me estoy imaginando la escena.

Mark se rio.

—Me sorprendes, tesoro, no pensaba que fueras tan romántica.

—La verdad es que no lo soy, al menos no por lo que a mí respecta. No quiero complicaciones… pero me gustan las personas enamoradas, y vosotros dos sois una pareja preciosa.

—Tú también podrías enamorarte si hicieras vida fuera de esta tienda y de tu casa… Dime, ¿cómo conocerás a alguien si nunca sales?

—No, gracias. Así estoy bien.

«¡Seguro! Tampoco es que tenga otra elección… Jamás podré estar con alguien», pensó.

El mero pensamiento de que la tocaran le producía náuseas.

«Tiene que haber alguien en quien confíes. Deberás acercarte a alguien tarde o temprano», le dijo Mori en su cabeza.

—¡Pero bueno! ¡Mira quién hay por aquí! No te escuchaba desde hacía un rato.

—¿Cómo dices? —le preguntó Mark.

—Nada, pensaba en voz alta... Escucha, ¿podría cogerme medio día libre? No me siento demasiado bien.

Mark la observó con preocupación.

—¿No habrás pillado la gripe? Es común en esta época.

—No, solo tengo un fuerte dolor de cabeza, nada que una aspirina y una siesta no hagan desaparecer.

—De acuerdo, vete si quieres. Hoy y el lunes no habrá mucha gente, si no, te aviso.

—¿Seguro? Puedo esperar hasta el cierre y cogerme solo la tarde.

—He dicho que te vayas, tranquila. Por una vez, no pasa nada. Relájate y solo preocúpate por recuperarte.

—Mil gracias, Mark. Eres un tesoro.

Cogió la chaqueta y el bolso, y salió de la tienda para dirigirse a casa.

«Mori, ¿estás ahí?».

«Sí, aquí estoy. ¿Dónde quieres que vaya? Escucha, ¿de qué conoces a Jess?».

Magda se detuvo de golpe.

«¿Acaso no lo sabes?».

«¿Y por qué debería?».

«Porque estás en mi cabeza. Probablemente sabrás muchas cosas sobre mí. ¿O me equivoco?».

«No es así cómo funciona. De todos modos, no me atrevería a espiar tus recuerdos, especialmente cuando, según tengo entendido, haces todo lo posible por escondértelos a ti misma...».

«¡Mori! Basta de hablar de mí. No tengo nada que ocultar, aun así, te agradezco que no hayas curioseado».

—¡Eh, Jess! ¿Bajas o qué? La comida está lista.

—Kira, no me jodas... No tengo hambre.

Jess se pasaba una mano entre el denso cabello ondulado mientras iba de aquí para allá en su habitación.

«Todavía no me creo que la haya encontrado. He estado tan preocupado estos últimos años que debo ir a su casa hoy mismo. Debo saber cómo está y qué ha hecho todo este tiempo».

Hablando consigo mismo, caminó hacia la ducha, abrió el grifo y, cuando el agua alcanzó la temperatura ideal, se metió debajo.

Mientras se enjabonaba, notó bajo sus manos las dos cicatrices de la espalda. Ya no tenía sus alas, pero valió la pena. Con gusto habría perdido una pierna o un brazo por salvarla. Lo que le hicieron no tenía nombre: la violaron y golpearon, la traicionaron aquellos que debían protegerla...

Las lágrimas empezaron a bajarle por las mejillas, lágrimas de rabia.

Le habría gustado matarlos a todo, si tan solo... Si tan solo... Ya no importaba. Era un ángel y los ángeles no asesinan, son sus enemigos quienes hacen esas cosas.

Técnicamente, la joven no tenía un ángel de la guardia. Magda contaba con sus espíritus guía, y él no debería haberse metido en su vida, ya que ella, aunque de modo inconsciente, había renegado de su dios. Sin embargo, se sintió atraído por esa chica de ojos verde jade, ojos de otra época, que posiblemente pertenecían a un alma antigua, y se dejó atrapar por ella, por su cabello pelirrojo, por su perfume de canela y miel, por aquella piel tan clara que parecía porcelana. La espiaba de noche mientras dormía y la seguía de día, y cuando las cosas se descontrolaron, poco después de la muerte de su madre, no pudo evitar ayudarla, incluso a costa de sacrificarse, incluso a costa de sacrificar su naturaleza de ángel. Así fue como perdió las alas. Cayó, pero lo habría hecho un millón de veces, habría dado su propia vida por Magda.

Capítulo 3

Una tenue estela

Magda se pasó por el supermercado antes de ir a casa.

Le asustaba el tiempo libre con el que, inesperadamente, se había encontrado aquel día. Tanto tiempo para pensar no le haría ningún bien... de modo que compró unas cuantas cosas y decidió que pasaría la tarde cocinando. Era una actividad que lograba calmarla, aunque casi nunca la ponía en práctica.

Tras pagar, caminó hacia casa.

«Tengo un extraño presentimiento, ¿sabes? No sé cómo explicarlo... Es como si estuviera esperando algo».

«Quizás es justo lo que estás haciendo», le respondió Mori.

«¿Eso crees? Ya veremos... Mientras tanto nos aguarda un aburrido día entre fogones».

Cuando entró a casa, encontró a sus dos gatos, uno gris de pelo largo y una negra de pelaje corto y brillante, durmiendo en el sofá, y también al perro, un mestizo de pelo blanco y negro, acurrucado sobre la alfombra roja.

—¡Hola! Ya estoy en casa —dijo a sus mascotas, las cuales se levantaron y fueron a su encuentro—. ¡Sorpresa! Hoy estaremos juntos más tiempo de lo normal. ¿Contentos?

Jugó un poco con ellos, repartiendo caricias y mimos detrás de las orejas, tras lo cual se preparó para darse una buena ducha y ponerse cómoda.

—Chicos, voy a salir. No sé cuándo volveré. —Jess bajó las escaleras, derecho a la gran puerta de entrada.

—Vas a su casa, ¿no es así? —le preguntó Terence.

—Métete en tus asuntos.

—A ver, Jess, sé que esto no es fácil para ti, pero no la pagues con nosotros —le recriminó inmediatamente Sante.

—Disculpa, tienes razón... Había perdido toda esperanza. Después de tanto tiempo esperaba haberlo superado, pero nada ha cambiado.

—¿Sabes al menos dónde buscarla? —le preguntó Otohori—.Yo podría echarte una mano. Tus poderes ahora son limitados.

—No, pero la encontraré de una modo u otro. Gracias igualmente. Me voy.

En cuanto salió de casa, corrió tan rápido como pudo hacia la gran cancela de forja negra, que se abrió permitiéndole salir y seguir la tenue estela áurea que Magda había dejado. Técnicamente ya no era un ángel de la guarda y, de todos modos, nunca había sido el de Magda, pero, a pesar de todo, sentía un fuerte vínculo con la muchacha.

Siguiendo su instinto, tomó el mismo camino que Magda, hasta llegar a un barrio un tanto sucio, en la periferia de la ciudad, y se paró en las inmediaciones de una tienda de animales.

«Bueno, esto era obvio», pensó al acordarse de su pasión por los animales y, sin más dilación, entró.

—Buenas tardes —lo saludó el propietario.

—Hola. ¿No está Magda? —preguntó al mismo tiempo que escudriñaba el local.

—No. Se ha cogido medio día libre, no se encontraba bien. ¿Eres amigo suyo?

—Sí —dijo luciendo su mejor sonrisa.

—Encantado. Yo soy Mark, su jefe.

El propietario del establecimiento sonrió al recién llegado. Le agradó saber que Magda no se apartaba del todo de la vida social...

—El placer es mío. Me llamo Jess.

—¿La conoces desde hace mucho tiempo? Hace casi tres años que trabaja conmigo y jamás la he visto con alguien...

—No soy de por aquí —mintió el ángel—. Conozco a Magda de hace mucho, incluso antes de que se mudara a esta zona. Me comentó que trabajaba aquí, así que me he pasado.

Jess miraba a su alrededor, aparentemente interesado por los productos a la venta, para aparentar que estaba lo más relajado posible.

—Como no está, intentaré pasarme la próxima vez que el trabajo me traiga a la ciudad... —Esperaba que se lo tragara y le diera la dirección.

—¿Por qué no te pasas por su casa? Total, seguramente la encontrarás allí. No sale mucho...

—A decir verdad, no tengo su dirección... Desde que se mudó, hemos estado en contacto por correo electrónico o por teléfono. He probado a llamarla, pero no contesta. Quizás esté descansado.

Si le decía dónde vivía Magda, le ahorraría un montón de tiempo, dado que ya había perdido bastante para llegar hasta ese punto.

—Espera... —Mark cogió papel y boli y le apuntó la dirección—. Toma, creo que un poco de compañía le vendrá bien, esta mañana parecía muy deprimida.

«Un tipo tan atractivo debe poner de buen humor a cualquiera», pensó Mark.

—Gracias, Mark. Eres muy amable.

Dicho esto, salió y se dirigió a casa de Magda.

Ni siquiera sabía qué le iba a decir, pero, aun así, debía verla, no podía perder más tiempo. Ahora que la había encontrado, no la dejaría marchar.